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Origenes y Teorias Sobre Lo Comico
Origenes y Teorias Sobre Lo Comico
La comicidad es uno de los principales ingredientes del teatro, ya lo fue en los orígenes
del arte escénico y ha sido una constante muy saludable a lo largo de la historia del
arte.
Lo cómico surge como espectáculo teatral en Grecia hacia la segunda mitad del siglo VI
a. C., aunque con anterioridad a esa fecha se encuentran formas teatrales populares y
farsas un poco toscas que se desarrollan tanto en el ámbito dórico (farsa megaresa)
como en la Magna Grecia (farsa fliácica). En esta segunda línea, Aristóteles se refiere a
los cómicos como “aquellos que entonan cantos fálicos”, y de las dos etimologías de
Komoidía (“canto del pueblo” y “canto de la alegría báquica”) prefiere la segunda. El
origen ritual de la comedia está testimoniado en Las aves, La paz y Los arcaneses de
Aristófanes.
En los años en los que Aristófanes componía estas comedias, Demócrito de Abdera
empezó a teorizar sobre lo cómico. Como hemos comentado en otro lugar, Demócrito
defiende lo cómico y el humor, como medicina compensatoria de los padecimientos de
la vida (Gutiérrez Carbajo, 2006: 22 y 2015).
En este contexto, y en la línea de Mijaíl Bajtín, Alfonso de Toro afirma que “la risa es
otro aspecto relacionado con el carnaval; está dirigida hacia y contra lo superior, como
arma relativizadora, igualadora; se relaciona también con la parodia, con la
constitución del doble, del Otro-Yo, y de la ruptura, del cambio deconstruccionista”
(Toro, 2004: 50).
Immanuel Kant en La crítica del juicio define la risa como “el efecto procedente de la
transformación súbita de una espera muy tensa que no desemboca en nada” (Kant
1790: 190), una definición que ha sido desarrollada por otros autores como Karl-Heinz
Stierle, asociando lo cómico a una situación que está desplazada de su lugar habitual y
origina, por tanto, un efecto de sorpresa (Stierle, 1995: 56-97).
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Lo irónico, como cualquier otra modalidad de lo cómico, y al igual que lo trágico, surge
del enfrentamiento entre dos perspectivas diferentes, que muestran, con frecuencia,
un sentido paradójico. Si este enfrentamiento se produce entre las fuerzas del
espectáculo irónico, como observa Wayne Booth en su Retórica de la ironía, se crea a
su vez una cierta complicidad entre quienes lo representan y quienes lo reciben: “La
emoción dominante al leer ironías estables suele ser la de un encuentro, un hallazgo y
una comunión con espíritus afines” (Booth, 1986: 57).
Para Linda Hutcheon, “un texto paródico es la articulación de una síntesis, una
incorporación de un texto parodiado (de segundo plano) en un texto parodiante, un
engarce de lo viejo en lo nuevo”, mientras que la sátira “tiene como finalidad corregir,
ridiculizándolos, algunos vicios e ineptitudes del comportamiento humano” (Hutcheon,
1981: 140-155). Según la misma autora, tanto lo irónico como lo paródico están
alimentados por un ethos burlón, y el cruce o la combinación de ambos se erige en un
fuerte recurso para representar la subversión.
Pierre Schoentjes estudia la poética de la ironía desde Sócrates hasta los pensadores
de la posmodernidad, pasando por los románticos alemanes en un ensayo en el que se
incluyen al final tres trabajos de Linda Hutcheon, Candance Lang y Joseph Dane. En el
ámbito hispánico, Ortega y Gasset sitúa la “ironía esencial” en el corazón del “arte
nuevo” (Schoentjes, 2003: 235).
Antonio Botín Polanco en su Manifiesto del humorismo (1951), al igual que Ramón
Gómez de la Serna, concibe este concepto como una actitud ante la vida. Se lamenta
Botín (1951: 53) de que ningún pensador se haya dedicado a “valorar la risa en serio”,
siendo como es un aspecto esencial de la existencia. Incluso Bergson se queda, a su
juicio, en las afueras de la verdadera risa, al limitar sus reflexiones al campo de la
comicidad. Su máximo exponente en la literatura clásica es don Quijote, que, en contra
de lo que afirma Bergson, no encarna el “absurdo cómico”. En el mundo moderno su
equivalente hay que buscarlo en Charlot, que los vanguardistas y los del 27 elevaron a
la categoría de mito.
A Chaplin, junto a Clara Bow y Harold Lloyd dedica César Arconada Tres cómicos del
cine, que constituye no sólo una contribución al arte nuevo sino también una
aportación al asunto del humorismo y de lo cómico.
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Sastre dedica su Ensayo general sobre lo cómico a Charlie Rivel y a Enrique Jardiel
Poncela, dos artistas que supieron ilustrar con sus interpretaciones y su escritura la
esencia de la comicidad. La obra, además de un “Prefacio en el año 2000” y de un
“Prólogo sobre la ilusión cómica”, está integrada por cinco capítulos en los que se
analiza la risa, la comicidad y algunas de sus representaciones y modalidades:
“Pequeña historia o revista de la risa”, “¿Qué es lo cómico?”, “Ilustración o
comentarios a una teoría provisional” y “Sobre la risa espectacular o algunas
reflexiones sobre la comedia, el circo y las variedades del music-hall”.