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consumerismo Con este neologismo se designan los varios movimientos organizados en defensa (general- mente autodefensa) del consumidor, y en efec- to, el vocablo viene de la palabra inglesa con- sumer, que significa consumidor. Se trata, por lo tanto, de un pendant del sindicalismo: mientras que en el c. la figura protegida es el consumidor, en el sindicalismo es el traba- jador. Incluso hay quien sostiene la conve- niencia de fundir los dos movimientos en uno solo: sin embargo, no parece que los intere- ses del consumidor, en cuanto tal, coincidan siempre con los intereses del trabajador, en cuanto tal. Un aumento de salarios, por ejem- plo, beneficia al trabajador, pero no al con- sumidor, si provoca un encarecimiento de los bienes producidos. Elc., que no debe confundirse con el con- sumismo (v. consumo, 1V), actualmente est& desarrollandose sobre todo en los paises industrializados de Occidente, donde los con- sumos son mayores. Se realiza con diversas iniciativas, que comprenden el control de la calidad de los bienes de consumo lanzados al mercado, la verificacién de su conformidad a los méritos ensalzados por la publicidad comercial, la informacién a las familias, la denuncia de los precios considerados excesi- vos por falta de competencia, la representa- cion de los consumidores en las entidades eco- némicas, etc. A veces se llega incluso a la cons- titucién de cooperativas de consumidores, que asumen algunas funciones de la distribu- cién mercantil con el fin de reducir el mime- ro de intermediarios y los costos mercantiles. consumo 1. DEFINICIONES. Los bienes econémicos se cla- sifican en dos grandes categorias: los bienes dec. y los bienes de inversion. Los primeros ‘SMO-CONSUMO, 121 | son, por definicién, los capaces de satisfacer | directamente las necesidades humanas; los segundos, los que las satisfacen sdlo indirec- tamente, a través de la produccién de otros bienes, que en definitiva seran de consumo,/ Por lo tanto, el panes un bien de c., la harind es un bien de inversién, que se convertira en bien de c. sélo después de transformarse en pan, Consumir, en el lenguaje econdmico, tie- ne un sentido muy especializado: significa gozar un bien de c., extraerle la utilidad direc- ta de que es capaz, Puede decirse también que elc. es una forma muy particular de produc- cién: es produccién inmediata y directa de uti lidad. Los bienes de inversién, para producir utilidad final, en cambio, necesitan tiempo, y a veces mucho tiempo: la semilla requiere meses y meses para convertirse en espiga y luego en harina y luego en pan. El c, de una economia durante un detet minado periodo (por ejemplo, el c. en Italia en 1958) es el conjunto de los nuevos bie- nes de c. de que los italianos 0, en general, la poblacién de la economia han Iegado a disponer en el periodo. Asi deben entender- se las estadisticas sobre los consumos, Pero surge inmediatamente una incongruencia de esas estadisticas. En efecto, el goce de utili- dad directa no proviene solamente de los nue- vos bienes de c., sino también de los viejos bie- nes de c., adquiridos en periodos anteriores y todavia en uso. Hay bienes de c. durables, cuyo flujo de utilidad directa se prolonga por ailos: piénsese en un cuadro, capaz de satis- facer necesidades estéticas y cuya duracién es ilimitada, La incongruencia de las estadis- ticas se origina en la necesidad de medir el c. en valor monetario, porque la utilidad no es medible en unidades fisicas. Se conoce el valor monetario del cuadro en el momento en que el artista lo pinta y lo vende: ese valor es atribuido enteramente al c. del afio en que el cuadro es evaluado, a pesar de ser un valor correspondiente a un flujo de utilidad ilimi- tado en el tiempo. En el afio de la primera eva- luacién, el c. aparece pues sobrestimado en las estadisticas, ya que se atribuyen al pre- sente utilidades futuras; en los aftos sucesi- vos, por el contrario, el c. aparece subestima- do en las estadisticas, ya que excluye utilida- des que se estén gozando en el presente, y estan registradas ya en dinero del pasado. /Para los economistas, el c. no tiene nada Lu que ver con el desgaste o la destruccién, y en cambio es el fin tiltimo de la actividad eco- némica, Nadie produciria bienes de inversion, Si €sto$ a su vez no fuesen necesarios para Producir bienes de consumo/El nivel de vida de una poblacién depende exclusivamente de la cantidad y la calidad de los bienes de c., aunque, para ampliar en el futuro esa canti- dad y esa calidad, hacen falta bienes de inver- sién. El ingreso per capita es un indicador del, bienestar menos significativo que el consumo Per cApita. La economia del c. es la economia de los individuos y de las familias, es decir de los verdaderos destinatarios de cualquier actividad econémica; mientras que los bienes de inversion son los que pertenecen a las empresas, las cuales son meros instrumentos al servicio de los individuos y las familias. Existen los lamados c. puiblicos, bienes de c. Producidos por la administracién publica (generalmente servicios): pero también ellos son gozados por los particulares, y no podria ser de otro modo, ya que sélo los individuos estan dotados de sentidos y se satisfacen con utilidades, Alos c. los individuos y las familias dedi- can una parte del ingreso obtenido: aproxi- madamente el 80%, incluso mas en las eco- nomias més pobres, donde el ingreso es ape- nas suficiente para satisfacer las necesidades mas urgentes/El ingreso no consumido se Ila- ma ahorro, y deberia ser encaminado a la adquisicién de nuevos bienes de inversion. El ahorro generalmente es menos agradable que el c., constituye un sacrificio, una renuncia a gozar de utilidades inmediatas; pero un sacrificio que se aligera a medida que el ingre- so aumenta y permite financiar facilmente los c. necesarios e incluso los superfluos casi has- ta la saciedad/Varias veces se ha temido que el aumento del ingreso obtenido, al acompa- fiar un aumento menos que proporcional del c., condujera a un desequilibrio entre la oferta de bienes de c. (excesiva) y su demanda (insu- ficiente): el fendmeno, llamado subconsumo; se verifica de tanto en tanto, pero no parece ser una tendencia inevitable del sistema eco- némico, debido a que el c. es estimulado cons- tantemente por la invencién de nuevos bienes de c. capaces de satisfacer necesidades nue- vas o bien necesidades viejas en forma nue- va, de modo que los consumidores nunca dejan de desear y de demandar/Basta pensar coNsuMO en la gama de c. tipicos de las grandes ciuda. des e inconcebibles en las economias rurales de antafio. La propensién media al c. es la relacién entre el valor monetario de los c. y el valor monetario del ingreso durante el mismo pe. riodo. Si se consume, en promedio, el 80% del ingreso, la propensién media al c. es por lo tanto de 0.8, Por las razones indicadas, esta propensién, en determinado periodo, es ma- yor para los individuos, las familias, las po- blaciones pobres, inferior para los individuos, las familias, las poblaciones ricas. Pero si se comparan periodos sucesivos, durante los cuales hayan mejorado todos los ingresos (pobreza y riqueza son conceptos relativos: continuaremos llamando pobres a los que tie- nen menos, aunque su ingreso haya mejora- do con relacion al pasado), entonces las pro- pensiones se mantienen aproximadamente constantes. Estados Unidos, de un siglo aesta parte, se ha enriquecido casi incesantemen- te, pero la propensién media al c. del conjun- to de la poblacién norteamericana ha perma- necido alrededor del 0.8; aunque, como se ha dicho, la de los norteamericanos mas ricos, hoy como antes, es inferior a 0.8, y la de los mis pobres es superior. Si en lugar de la pro- pension media consideramos la propension marginal, 0 sea la relacién entre la variacién de los c. y la variacién del ingreso en deter- minado periodo respecto al periodo anterior, las estadisticas revelan que el resultado depende de la longitud del intervalo tempo- ral. Si el intervalo es breve, la propensién marginal tiende a ser inferior a la media; si el intervalo es largo, no hay diferencias apre- ciables entre una y otra. Una redistribucién del ingreso en el sentido de la igualdad, de todos modos, deberia favorecer el c. y periu- dicar el ahorro. Lo dicho vale para el conjunto de todos los bienes de c. de produccién privada y publi- ca. Ya no es necesariamente valido para los bienes particulares, En las economias moder- nas, los c. puiblicos tienden a crecer incluso mAs rapido que el ingreso; y en consecuencia, los c. privados tienden a crecer con menos velocidad, Dentro de la categoria de los c. pri- vados es preciso distinguir ademas: crecen mucho menos que el ingreso los c. de prime- ra necesidad (sobre todo los alimenticios); ore- cen mas que el ingreso los c. en bienes dura- bles (articulos electrodomésticos, automévi- les, etc.) y en servicios para la salud, los trans- portes y las comunicaciones, la recreacién y Ia instruccion, etc. Tales relaciones entre c. e ingreso, cuando tienen caracter de regula- ridad, se mencionan a veces con el nombre de leyes de Engel (v. Engel, ley de). I, TEORIAMICROECONOMICA. La teoria del c. 0 teo- ria del consumidor es en gran parte represen- tada por la teoria de la utilidad (v. utilidad). Colocado ante dos conjuntos distintos de bie- nes de c., él consumidor puede expresar una relacién de preferencia (decir que prefiere un conjunto a otro) o una relacién de indiferen- cia (decir que los dos conjuntos le procuran la misma utilidad). En el caso de dos bienes solamente, las cantidades de cada uno pue- den figurarse como coordenadas en un siste- ma de ejes cartesianos. En esa representa cién, todos los puntos, cuyas coordenadas indican conjuntos de los dos bienes conside- rados indiferentes, porque proporcionan la misma utilidad, constituyen una curva de indiferencia: tendra inclinacién generalmen- te negativa, porque al aumentar la cantidad de un bien debe disminuir la del otro bien, a fin de mantener constante la utilidad del conjuntoyE] objetivo del consumidor consis- tird en trasladarse de una curva de indiferen- ciaa otra curva de indiferencia, pero de uti- lidad superior a la precedente, hasta la cur- va de utilidad maxima. Sin embargo, el con- sumidor sera constrefiido a seguir una trayec- toria obligada, que le impone el vinculo de equilibrio (0 relacién de equilibrio), nombre por el cual se entiende el respeto de la condi- cién de no gastar mas de lo que permiten los medios de gasto a su disposicién/En el pun: to de maxima utilidad relativa al vinculo, el consumidor iguala entre ellas las utilidades marginales ponderadas derivadas de los bie- nes adquiridos. Esta muy esquemitica representacién del comportamiento del consumidor constituye uno de los capitulos tradicionales de la eco- nomia teérica, pero traducida al lenguaje ordinario concuerda facilmente con el buen sentido. Mientras tanto, la utilidad marginal es simplemente el incremento de utilidad de que se goza con una dosis acumulativa de un bien, o bien es la utilidad de la ultima dosis adquirida. Es el valor psicolégico para el 123 adquirente del ultimo kilogramo de manza- nas comprado o del tiltimo litro de leche con- seguido. Ahora supongamos que el valor monetario (el precio) del kilogramo de man- zanas sea el doble del precio del litro de leche: también el valor psicolgico del primero debera ser el doble del segundo, de otro modo el consumidor no alcanza el maximo de utili- dad global. En efecto, supongamos por ejem- plo que el valor psicoldgico del kilogramo de manzanas sea mas que el doble: el consumi- dor habria hecho mejor comprando menos leche y mas manzanas, gastando la misma cantidad de dinero. Y habria hecho mejor en insistir en esa sustitucién de bienes hasta que, por saciedad de manzanas, su valor psicolé- gico por kilogramo se hubiera reducido al doble exacto de la utilidad marginal del litro de leche. Los valores psicologicos finales tie- nen que estar en la misma relacién que los valores monetarios, las utilidades margina- les deben estar en la misma relacién que los precios. Para todos los bienes, es necesario que se igualen las relaciones entre las utili- dades marginales y los precios, relaciones que en la jerga econémica son precisamente las utilidades marginales ponderadas. / Delo dicho se desprende que el sistema de los precios de equilibrio en los mercados de competencia proporciona valores monetarios ¥ exactamente proporcionales a los valores psi- colégicos que los consumidores atribuyen a los diversos bienes de consumo/Esto no siem- pre se entiende bien, ya que Se objeta que el mismo bien no puede tener el mismo valor psicolégico para todos los consumidores (los gustos varian abundantemente de un indivi- duo a otro), y sin embargo tiene el mismo valor monetario (precio) para todos los con- sumidores. La incomprensién nace del hecho de que se olvida de qué valor psicol6gico se trata: no el valor psicolégico antes del inter- cambio, la adquisicién en el mercado, sino el valor psicoldgico de la ultima dosis ya com- prada, Es verdad que inicialmente habra dife- rencia de gustos, pero el que quiera comer mas manzanas se las procuraré en mayor can- tidad, rebajando la utilidad marginal, hacia la saciedad; y por ultimo se encontrar juz- gando al ultimo kilogramo de valor psicols- gico no mayor que el doble respecto al litro de leche. Y lo mismo sucedera con otro con- sumidor que prefiere la leche y se la procu- 124 rara en mayor cantidad, limitando la compra de manzanas. Otro punto que hay que aclarar es que cada consumidor o intercambiador continua- ra adquiriendo un bien dec. hasta que el valor psicolégico de cada dosis de mas sea consi- derado mayor que la pérdida sufrida en valor monetario por el pago del precio. La dosis final del bien tendra un valor psicolégico igual a la pérdida de utilidad representada por el desembolso monetario, pero todas las dosis precedentes habran tenido un valor psi- colégico mayor. Lo mismo vale, mutatis mutandis, para el vendedor. Por lo tanto, por medio del intercambio ambos intercambiado- res mejoran su situacién inicial: “en el inter- cambio, una parte no pierde lo mismo que la otra gana. A diferencia de la energia, que no puede ser creada ni destruida, el intercambio aumenta el bienestar de todos los participan- tes” (P. A, Samuelson), El consumidor, en par- ticular, recibe siempre, en cierto sentido, mas de lo que paga (de otro modo, no encontraria Ia conveniencia de pagar): y ese mas se llama renta del consumidor. Todo lo que facilita el intercambio, lo extiende a nuevos bienes y a “= nuevos compradores y vendedores, acrecienta también la renta del consumidor y por lo tan- to el bienestar. Esto vale para la construccién de un nuevo camino, la apertura de una bol- _sa de mercancias, la institucién de bancos que financien las adquisiciones en abonos de bie- snes de c., etcétera. ml, TEORIA MACROECONOMICA. Pasando de la mi- croeconomia a la, macroeconomfa, el objeti- vo es explicar por qué en determinado afio, en determinada economia, el monto global de los c. ha sido de tantos miles de millones de liras, ni mas ni menos. Las estadisticas regis- tran, no explican; informan de lo que ha ocu: rrido, no del porqué. Hacen falta teorias exph cativas, que en macroeconomia son esencial- mente de dos géneros. El primer género se lla- ma monetario, por referirse de preferencia a la cantidad de dinero circulante para deter- minar la demanda nominal de los bienes de c,; el segundo género, que podemos llamar keynesiano, sustituye el dinero por el ingre- so 0 las inversiones auténomas como prime- ra causa de los consumos./" Imaginemos la economia dividida en dos : las familias y las empresas, y todo CONSUMO : el dinero inicialmente en manos de las fami lias. Las cuales lo dividen, idealmente, en tres partes: la primera, para gastar en bienes de cla segunda, para prestar; la tercera, para mantenerla inutilizada como reserva (ateso- ramiento). Obsérvese que las primeras dos partes, si salen del sector de las familias, mas tarde o mas temprano regresan a él, en for- ma de ingresos. En efecto, las empresas pagan a las familias para obtener los servicios de los factores productivos y producir tanto los bie- nes de c., financiados con las compras de las familias, como los bienes de inversién finan- ciados con los préstamos también de las fami- lias. Las primeras dos partes en que se sub- dividié el dinero, pues, van y vienen como lan- zaderas entre las familias y las empresas, y su velocidad de circulacion bien puede ser estabilizada por razones técnicas 0 consuetu- dinarias. También es posible que no cambien mucho las cantidades relativas de c. e inver- siones, es decir, que la proporcién entre la pri- mera y la segunda parte se mantenga aproxi- madamente igual. Pero la tercera parte, la del dinero inactivo, puede variar en cualquier momento por el capricho de los particulares. Hay otra diferencia fundamental entre las pri- meras dos partes y la tercera: las primeras dos alimentan la produccién (de bienes de c. y de inversién) y el ingreso; la tercera parte, no. La tercera parte no concurre a la deter- minacién del ingreso y tiene una velocidad de circulacién nula. De modo que la relacién entre la produccién (0 el ingreso nacional) y el total de dinero, 0 sea la velocidad media de circulaci6n del dinero, puede cambiar en cualquier momento junto con el peso del dine- ro inactivo, aun cuando el resto del dinero efectivamente circulante tiene siempre apro- ximadamente la misma velocidad. Mientras la velocidad media del dinero no varia, o varia poco, la cantidad de dinero es una buena explicacién de los consumos. No sucede lo mismo, en cambio, cuando su velo- cidad se altera, a menos que se consiga teori- zar esas alteraciones. Falta pues examinar lo que impulsa a las familias (y del mismo modo a las empresas) a tener mas o menos dinero ocioso, lo que influye en su propensién a la liquidez. Naturalmente, nunca se puede excluir un cambio de la psicologia, pero apar- te de eso, las decisiones familiares cuentan con que la liquidez tiene un costo. Quien retie- 7 CONSUMO ne dinero pierde la tasa de interés (aparte del goce del c.), la tasa de interés que lucraria prestando el dinero con reduccién de su liqui- dez. Pero hay otro costo del dinero inactivo, que a menudo comparte el dinero prestado, noel dinero gastado en c.: si estamos en infla- cidn, esta el encarecimiento de los precios y la pérdida de poder adquisitivo de la propia liquidez, En conclusién, tasa de interés, varia- cidn de los precios, cambios de la psicologia (debidos quiz a un modo distinto de mirar al futuro, con optimismo o con pesimismo), estas y otras interferencias estropean la sim- plicidad de la relacién entre cantidad de dine- ro y cantidad de demanda (en particular, demanda de bienes de c.). E] mérito de las teo- rias monetarias es el de ser elementales mien- tras que el dinero circula con velocidad media constante, lo que puede suceder en tiempos de precios estables 0 de liquidez de duracién escasa, de modo que el atesoramiento nunca pueda llegar a tener gran peso. De otro modo, la simplicidad debe buscarse fuera de las teo- rias monetarias, en las teorias keynesianas. Estas tiltimas admiten que la velocidad de circulacién del dinero varie en forma ilimi- tada, sin perjuicio para la explicacién de los consumos. En efecto, los c. se vinculan direc- tamente al ingreso nacional. Si un tercio del dinero (el dinero atesorado e inactivo) se expande y disminuye la velocidad del circu- lante, el ingreso se resiente. Vinculando los c. al ingreso, también los c. se resienten. Nadie niega que el ingreso gastable tiene una gran importancia en la determinacién de los c.;no lo niegan ni siquiera los defensores de las teorias monetarias. Sin embargo éstos, con mayor ambici6n, se proponen vincular los c.a una causa mas “rio arriba” que el ingre- so, es decir el dinero, aunque el intento no siempre les sale bien. Al irse “‘rio abajo”, los keynesianos reducen los grados de libertad del sistema econémico; pero naturalmente se encuentran a su vez frente al problema de explicar el ingreso. Los economistas no pue- den considerarse satisfechos sino parten de causas primeras que sean auténomas o inde- pendientes en gran medida: la cantidad de dinero esta bien, porque son las autoridades monetarias las que la fijan 0 al menos la mani- pulan; el ingreso no esta bien. Los keynesia- nos, en la necesidad de explicar el ingreso y diferenciarse de los monetaristas, recurren 125 a las inversiones concebidas como una demanda auténoma e independiente. Las inversiones, dicen los keynesianos, son lo que los empresarios quieren, no tienen otro ori- gen que la voluntad de los capitalistas. “Si existen los érdenes, si se prevén los benefi cios, la gente encontraré de alguna manera el dinero para financiarse la produccién”” (R. F. Harrod). Bajo este punto de vista, el dinero pierde importancia, y como causa pri mera cede el lugar a la inversion. La veloci- dad de circulacién del dinero siempre podra acelerarse para financiar todas las inversio- nes deseadas, por elevado que sea su monto; pero nada impide que complacientes institu- ciones monetarias y crediticias aumenten el circulante segiin las necesidades de la econo- mia, sin pretender demasiado de la velocidad de circulacién. Reducida al hueso, la explicacién keyne- siana de los c. es ésta: los c. son aproximada- mente proporcionales al ingreso, y el ingre- so es aproximadamente proporcional a las inversiones, cualquiera que sea la velocidad de circulacién del dinero, Supongamos aho- ra que el rédito, la produccién, consista en un 8096 en bienes de c. y un 20% en bienes de in- version: eso significa que los c. son el cudru- ple de las inversiones. Por cada mil millones de liras de inversion habra cuatro mil millo- nes de liras de c.: las inversiones se “multipli- can” en los consumos. Este es el multiplica- dor keynesiano, que se puede generalizar apli- candolo a todas las demandas aut6nomas 0 independientes, para multiplicarlas en deman- das dependientes o inducidas. Si los c. priva- dos son siempre vistos como demandas indu- cidas, las inversiones no son las tinicas deman- das autonémas concebibles: otras demandas auténomas son las demandas de la adminis- tracién publica y las demandas procedentes del exterior, es decir, las exportaciones. Cual- quier demanda auténoma es una demanda no explicada por el modelo econémico en uso; otros modelos ampliados pueden, si se quiere, tratar de transformarla en demanda inducida, pero por el momento es remitida a decisiones arbitrarias, no teorizadas, de quien demanda. Hay efectos multiplicadores cada vez que hay demandas inducidas por otras demandas: el multiplicador afirma simplemente que la demanda global sera mayor que la autonoma originaria. 126 Se entiende que todos, monetaristas y key- nesianos, creen necesario refinar un poco la relacién entre el ingreso y el c., en caso de que el modelo econémico se eleve del plano ele- mental al plano de la investigacion cientifica avanzada. No se puede esperar una relacién precisa entre c. e ingreso corriente sobre todo si en la riqueza hay bienes de c. durables, cuyo valor depende de flujos de ingreso exten- didos en el futuro por un tiempo en ocasio- nes infinito, flujos de los que el ingreso corriente (actual) es apenas un breve rasgo inicial. De ahi la oportunidad de considerar, si es posible, no sdloel ingreso corriente, sino también la idea o la esperanza que los consu- midores se hacen de su ingreso permanente, es decir lo que prevén que gozaran con regula- ridad en el curso de la vida que les queda. Y tambien las necesidades a satisfacer con el c. deberian ser teorizadas viéndolas en la evo- lucién de la vida familiar, segiin la mas 0 menos inminente Ilegada de los hijos, de las promociones en la carrera, de la jubilacién, ete. (life-cycle hypothesis). Son desarrollos que han “humanizado” la explicacién del c., por obra de numerosos economistas contemporé- neos, entre ellos M. Friedman, A. Ando, R. Brumberg, F. Modigliani. Como quiera que sea, en el nivel elemen- tal o en un nivel més alto, subsiste en los modelos keynesianos cierta disposicion a con- cebir el c. y la inversion no como magnitudes antagénicas, sino como magnitudes que pue- den aumentar juntas o disminuir juntas, se- gun las fluctuaciones del ingreso; mientras que en los modelos no keynesianos se da mas importancia al antagonismo por el que, al parejo del ingreso, todo crecimiento del c. implica una disminucién de la inversion, y viceversa,/Los modelos keynesianos no s6lo adoptan una 6ptica mds genuinamente dind- mica, sino que ademas evocan el particular momento historico en que empezaron a nacer, 0 sea los afios de la gran crisis econémica ini- ciada en 1929. No habia entonces penuria de capacidad productiva, que mas bien resulta- ba sobreabundante, al punto de que justamen- te su extendido desempleo causaba preocu- pacién: era por lo tanto facil, con tal de saber suscitar las demandas efectivas, aumentar paralelamente la produccién de bienes de c. y de bienes de inversién. ¥ las teorias keyne- sianas subrayaban que nuevas demandas pri- 4 ‘CONSUMO vadas o publicas de bienes de inversién ine. vitablemente, por medio del multiplicador, traerian consigo nuevas y mayores demandas de bienes de consumo. El cuadro cambia, sin embargo, si nos referimos a una economfa en condiciones normales, no criticas; una econo. mia donde la capacidad productiva existen. te, y no ampliable a corto plazo, esté ya casi enteramente empleada, sin reservas impor- tantes. Lo que queda de capacidad producti- va libre esta en disputa entre consumidores ¢ inversionistas, porque no podra satisfacer a todos y todas las demandas. Es admisible que se privilegie a los inversionistas, siel cré- dito los favorece mas que a los consumido- res; a éstos, quiza, no les faltard dinero que gastar: faltara la capacidad productiva, que si se dedica a las inversiones sera insuficien- te para los consumos. En conclusién, los varios modelos que gra- dualmente se producen no se excluyen mutua- mente: son mas complementarios que alter- nativos. Algunos se adaptan més a ciertas peculiaridades de la economia, otros resultan mas convenientes en distintas condiciones historicas. Sin embargo, s6lo una sintesis lo més vasta posible, al parecer, conseguiria enriquecer de veras nuestra visi6n de la rea- lidad e impedirnos confundir anomalias pasa- jeras con caracteristicas permanentes. IV. SOBERANIA DEL CONSUMIDOR. La oscilacion de Ia actitud mental hacia el c. por parte de los economistas se refleja en la sucesién de teo- rias, que ora se preocupan casi tinicamente del subconsumo, ora casi sélo del sobrecon- sumo, como si se tratara de males crénicos ¢ inevitables. Algunos quisieron primero pen- sar en el subconsumo como defecto fijo del capitalismo: y era algo mas que un pesimis- mo decimonénico, mas o menos marcado, en K. Marx, puesto que cien afios después, en ple- no siglo xx, en la época de Keynes, resurgia el mismo temor. A continuacién, sin embar- go, se pasaba al exceso opuesto, deplorando el consumismo,ies decir, el sobreconsumo: en verdad, con una entonacién a menudo mas moralista que econémica. La critica al con- sumismo lamentaba principalmente el creci- miento desmesurado de los c. privados, en detrimento no slo de las inversiones, sino también de los c. publicos. Era en el fondo una critica de la econom{ia de mercado, que rer consumo por medio de la publicidad comercial indu- ciria a las familias a derrochar su dinero en frivolidades por seguir modas impuestas para imitar a los mas ricos (efecto de demos. tracién), Los bienes de c. privados serian arti, ficiosamente diferenciados, multiplicados en niimero, encarecidos por retoques por lo demas intitiles de la calidad, reducidos en su duracién, etc. Por el contrario, los bienes publicos 0 colectivos, que estan fuera del mer, cado, serian descuidados, no se producirian encantidad suficiente y su penuria se tradue ciria en un deterioro de la calidad de la vida por falta de buenos servicios sociales. De ahi Ja pretendida exigencia de una “autoridad”’ que restablezca el equilibrio entre c. privados yc. pblicos. Por lo tanto, mas que de un contraste entre c.einversiones, se deberia hablar, en cuanto ala polémica sobre el consumismo, de un nue- vo aspecto del viejo contraste entre lo priva- do y lo publico, entre el individualismo y el colectivismo. La vida social siempre es una mezcla de lo uno y lo otro, pero cada tanto hay alguien que quiere modificar la mezcla en pro de uno de los dos ingredientes, Es inne- gable que, con el mejoramiento general de los. ingresos, los c. privados se han extendido mucho en lo superfluo y a veces en el mal gus- to, en el desperdicio. ‘Con todo, dejando de lado el caso de las publicidades fraudulentas que desde luego deben ser castigadas e impe- didas, es una cuestién delicada la de interfe- rir en las elecciones familiares para encami- narlas en direcciones que espontaneamente no habrian tomado. El régimen democratico no tolera injerencias publicas mas alla de cierto grado: admite la educacién de los ciu- dadanos, no admite la coaccién en gran esca- laen materia de consumos. Los bienes de c. no poseen un mero valor material: son ade- ms el sostén de la libertad individual y el medio de actualizar la propia concepcién de lavida. Por otra parte, como se dijo en la sec- cién 1, en las modemas democracias occiden- tales los c. publicos aumentan desde hace varias décadas mucho mas que el ingreso y los c. privados, Si tantos servicios sociales son insatisfactorios por su calidad, la causa prin- cipal no parece atribuible a la penuria de los medios que fluyen hacia la administracion publica que debe producir esos servicios; mas bien parece pertenecer a la naturaleza mis- 10} on gu?” * 127 a de la administracién pablica, que ¢s una ‘aturaleza burocratica, a menudo elefantid- sica y poco eficiente, también por estar sus- traida a los estimulos de la competencia. Cabe incluso temer que al sobrecargar a la admi nistracion publica de innumerables tareas, s¢ termine por verlas todas sin realizar 0 mal realizadas, mientras que es posible que si hiciera poco consiguiera hacerlo bien. _ Como quiera que sea, el tema de la eficien- cia es secundario con respecto al tema de la libertad, aunque a veces los economistas se especializan en el tratamiento del primero. Es inevitable y deseable que una parte de los c. sea decidida por los politicos, los cuales pre- sumiblemente conocen ciertas necesidades especiales de los ciudadanos particulares mejor de lo que pueden conocerlas los pr Pios ciudadanos. Con todo, no es licito olv dar que existen amplios sectores en que nadie mas que el interesado directo sabe qué cosa esta bien para él y qué cosa esta mal,/¥ no sélo eso: en ocasiones hay que reconocerle a cada quien el derecho de equivocarse por cuenta propia, que ademas es la exigencia de Ja responsabilidad individual, fundamento de la moral. La economia de mercado no se recomien- da s6lo, ni siquiera principalmente, por su efi- ciencia. La llamada soberania del consumidor es el poder de éste de encaminar la produc- cién de los bienes de c. hacia sus propios gus- tos. Por el contrario, en una economia plani- ficada el consumidor a menudo esta obliga- do a elegir exclusivamente dentro de una pro- duccién que responde a los gustos politicos del planificador. Se ha puesto en duda la sobe- rania del consumidor en el capitalismo indus- trial, donde grandes empresas imponen sus - productos con campaias publicitarias masi- vas, y donde ademas la creacién de nuevos productos es debida casi siempre a la inicia- tiva de los productores/Efectivamente, el con- sumidor no podia pedir la televisién antes de que alguien la inventase. Pero lo importante es que los nuevos productos sean sometidos al cedazo del consumidor, quien los acepta o los. rechaza segiin su juicio. Si no fuese asi, las empresas no gastarian tanto dinero en las investigaciones de mercado, que apuntan jus- tamente a conocer la orientacién del consu- midor antes del lanzamiento de nuevos pro- ductos. Desde luego, las elecciones del con- 128 sumidor evolucionado serdn distintas de las del consumidor facilmente impresionable y desprevenido, por lo que se plantea el proble- ma de la educacién y proteccién de las fami- lias contra los abusos comerciales. En cuan- to a la publicidad, mas bien tiende a impul- sar a demanda del consumidor hacia deter- minada marca que a crear la necesidad. Las ganas de comprar un televisor dificilmente nacen por efecto publicitario (aparte de Ia informacién que el anuncio lleva consigo); pero ese deseo ser encaminado hacia un pro- ductor u otro. Como todos los grandes pro- ductores en competencia hacen publicidad, ésta es en gran parte autodestructiva y com- porta un desperdicio de recursos, que por lo demas no se ve bien cémo eliminar en la logi- ca del mercado competitivo. Por ultimo, S6lo parcialmente se puede admitir la tesis de quienes sostienen que es absurdo calcular segun las utilidades indivi duales de los consumidores, cuando tales uti- lidades son artificiosas, dependientes del par- ticular sistema econémico en vigor, bajo la influencia de habitos de vida manipulados por la politica y por los choques de clase. Con- sideran éstos que el verdadero problema del c. consiste en transformar el sistema econd- mico y politico hasta que las utilidades sean las “justas”, cualidad a menudo asociada con la ausencia de egoismo: cambiando el siste- ma, por lo tanto, cambiaria incluso la natu- raleza humana, que se purgarfa de sus vicios o por lo menos se haria mas dispuesta a acep- tar los valores sociales, comunitarios. No hay duda, como observo T. Veblen, de que las ut- lidades corresponden a la sociedad en que maduran, y también de la opinion que cada uno tiene sobre la sociedad misma. Parece- ria que una sociedad que es considerada injusta, con razén o sin ella, no puede en modo alguno satisfacer. Queda el tremendo problema de definir en forma convineente la “sociedad justa” y de verificar que produzca realmente los admirables efectos que se le atribuyen/Mas modestamente, sera conve niente limitarse a una obra de defensa de los Consumidores de los abusos de que pueden Ser victimas, mediante la educacién en el C. luminado y el control también publico de la calidad de los productog En el capitalismo avanzado noes raro asistir al surgimiento de asociaciones de consumidores, que se unen CONTABILIDAD para defender mejor sus intereses. El conjun. to de las practicas de defensa de los consu. midores es lamado por algunos consume. rismo. pintiocRarta: R.G. D. 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