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Los crímenes

que estremecieron
a Chile
Las Memorias de La Nación para no olvidar

Jorge Escalante
Nancy Guzmán
Javier Rebolledo
Pedro Vega
Los crímenes que estremecieron a Chile
©Jorge Escalante
Nancy Guzmán
Javier Rebolledo
Pedro Vega
Ceibo Ediciones
contacto@ceiboproducciones,cl
www.ceiboproducciones.cl

Diagramación : Gloria Barros Olave


Correción de prueba : Juan Álvarez de Araya
Diseño de portada : Alfonso Gálvez Caroca
Inscripción ISBN : 978-956-9071-43-0

Impreso por Productora Gráfica Andros


Santiago de Chile, septiembre de 2013
Operación Albania

En enero de 2005, el ministro en visita del 6º Juzgado del Crimen Hugo


Dolmestch Urra condenó en primera instancia a cadena perpetua a quien
fuera director de la desaparecida Central Nacional de Informaciones, CNI,
el general (r) del Ejército Hugo Salas Wenzel, por los homicidios de 12 mili-
tantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez ocurridos entre el 15 y 16 de
junio de 1987, en el marco de la llamada Operación Albania. El 28 de agos-
to de 2007 la Segunda Sala de la Corte Suprema confirmaba la condena.
Era la primera condena a cadena perpetua contra un militar de alto gra-
do que había participado en violaciones a los derechos humanos. En este
fallo de primera instancia lo acompañarían otros 14 miembros del Ejército
y carabineros condenados con distintos grados de penalidad.
La causa Operación Albania, rol Nº 39.122, tenía acumuladas otros ca-
sos de violaciones a los derechos humanos ocurridos en el mismo período.
Ellas eran la Nº 39.122–B por los homicidios de José Carrasco Tapia, Fe-
lipe Rivera Gajardo, Gastón Vidaurrázaga Manríquez y Abraham Mustka-
blit Eidelstein, ocurridas tras el atentado a Augusto Pinochet; la 39.122–C
sobre los secuestros calificados de José Peña Maltés, Alejandro Pinochet
Arenas, Julio Muñoz Otárola, Gonzalo Fuenzalida Navarrete y Manuel
Sepúlveda Sánchez, ocurridos durante el secuestro al coronel Carlos Carre-
ño; y por último la que investigaba el homicidio de Jécar Nehgme Cristi.
Se ordenó que se tramitara cada causa en forma separada y la que más
avanzara debía esperar a que las otras causas llegaran al fallo para dictar
sentencia. Pero no todas ellas avanzaron al mismo tranco, por lo que
se emitió sentencia en forma independiente por los doce miembros del
Frente Patriótico Manuel Rodríguez, conocida popularmente como “La

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Matanza de Corpus Cristi”, porque ocurrió en la fecha que se celebra esta
fiesta religiosa.
Los hechos son del año 1987, nueve meses después del atentado al ge-
neral Augusto Pinochet en la cuesta Achupalla del camino al Cajón del
Maipo. En esa ocasión, el Dictador logró salir indemne, lo mismo que los
miembros del FPMR que participaron en él. No ocurrió lo mismo con José
Carrasco Tapia, dirigente del MIR; Felipe Rivera Gajardo, militante del
Partido Comunista; Gastón Vidaurrázaga Manríquez, militante del MIR;
y Abraham Mustkablit Eidelstein, militante del Partido Comunista, quie-
nes fueron secuestrados y ejecutados esa misma noche en represalia por la
muerte de cinco escoltas de la comitiva de seguridad de Pinochet.
A partir de ese momento el objetivo de la CNI fue dar con las pistas que
condujeran al grupo armado que había planeado el atentado vulnerando
todas las normas de seguridad que hasta ese momento habían hecho de
Pinochet un intocable.
Fueron nueve meses de detenciones y seguimientos a militantes del Par-
tido Comunista y ayudistas del FPMR para llegar hasta 12 militantes fren-
tistas que habían participado en el atentado aquella tarde de septiembre.
El ministro Dolmestch fue armando paso a paso los sucesos ocurridos
en esos dos días de junio. Nada quedaría pendiente en esta investigación
que reescribía con detalles y precisión uno de los episodios más brutales de
la dictadura militar, que causó tanta indignación en aquellos días que la
CNI encubría sus crímenes con falsos enfrentamientos.
Lo primero que hizo Dolmestch fue organizar los casos en un orden
temporal para tener una mejor comprensión de las circunstancias y deter-
minar si los perpetradores correspondían a una misma unidad de mando.
Había cinco asesinatos cometidos a distintas horas y en diferentes lugares
de la ciudad el día 15 de junio y ocho crímenes colectivos el día 16 de junio
en la casa de Pedro Donoso Nº 582. La forma en que se habían concatenado
los hechos hacía pensar que en todos ellos había operado bajo la misma lógi-
ca, por lo tanto, los crímenes estaba centralizados en un solo mando.
Con precisión fue estableciendo que los asesinatos ya estaban planea-
dos con anticipación, tenían las víctimas elegidas, conocían sus viviendas,
incluso, las casas de familiares y amigos. Los seguimientos a cada uno de
los 12 militantes del FPMR habían comenzado varios meses antes.

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Los crímenes que estremecieron a Chile

Así lo declara el agente de la desaparecida CNI, el oficial(r) del Ejército


Luis Arturo Sanhueza Ross, “la identificaba como ‘M16’, sin saber por qué
se le denominaba así, pero era la forma de distinguir a quienes les hacíamos
seguimiento debido a que desconocían su identidad. Le tenían ubicado un
domicilio en Carlos Valdovinos casi al llegar a Gran Avenida y le suponían
una misión de enlace entre los dirigentes y personas importantes del FPMR”.
Del mismo modo lo hace el agente René Armando Valdovinos Morales,
quien dice que “su función era de seguimiento y punto fijo de aquellas
personas que se suponía tenían cierta importancia dentro del Frente y ne-
cesitaban agregar el máximo de información porque había cuestiones in-
vestigativas pendientes, tales como la internación de armas de Carrizal y el
atentado al General Pinochet”. Recuerda que logró ubicar a miembros im-
portantes del FPMR, por los “puntos” que hacían, a las que reconocían por
un apodo que se les asignaba. Hacían “punto fijo y seguimientos al ‘Rey’, a
‘Jirafales’, al ‘Rapa Nui’ (porque tenía domicilio en la calle de ese nombre)
y a uno que le decían el ‘chaqueta de cuero’, que supieron correspondía a
Valenzuela Pohorecky, quien para ellos era un miembro muy importante,
encargado de logística, esto es, de toda la estructura material del Frente. Al
decidirse su detención y sabiendo que él había hecho los seguimientos, se
dispuso que participe en esa detención”.
También estaba planeada la impunidad al simular en cada caso la exis-
tencia de un enfrentamiento. Para ello se pusieron armas a las personas
asesinadas, se limpió de casquillos de balas tras los asesinatos para que no
existieran pruebas de que las balas habían provenido de un solo lado, se
planeó con anticipación la participación de un equipo de video para grabar
y editar imágenes que fueron entregadas a la prensa, se disparó a los muros
para simular un enfrentamiento, y se inventó información sobre supuestos
heridos de la CNI durante el enfrentamiento.
Pero no sólo eso, el proceso demuestra que actuaron con alevosía y
premeditación al obrar sobre seguro, sabiendo que los detenidos no te-
nían ninguna posibilidad de defensa y usando exceso de recursos para
cometer el delito.
La historia había comenzado en marzo de 1987. Primero obtuvieron
algunos datos entre los detenidos del fracasado ingreso de armas por Ca-
rrizal Bajo, lo siguieron los detenidos por el atentado a Pinochet y otras las

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proveyeron algunos informantes a sueldo. Con datos ciertos, se dedicaron
a seguir a los sospechosos, a indagar cada una de sus rutinas, lugares donde
dormían, ampliando los seguimientos a las personas con las que tenían
encuentros frecuentes.
Así detectaron las relaciones entre los militantes e identificaron las re-
laciones entre ellos.
Cuando tuvieron toda la información y elegidos los blancos, informa-
ron al general Hugo Salas Wenzel que tenían al grupo que había participa-
do en el atentado al general Pinochet y otras acciones armadas en Santiago.
Sin dudarlo, este dio la orden expresa de “neutralizarlos”, término que en
la jerga militar significa matar.

Los antecedentes

Todo había partido desde la Oficina del entonces capitán de Ejército,


Krantz Johans Bauer Donoso, cuyo nombre operativo en la CNI era Oscar
Hernández Santa María, comandante de la brigada fusionada que investi-
gaba y reprimía al FPMR, al Partico Comunista y al MIR, dependiente de
la División Antisubversiva a cargo de Álvaro Corbalán.
Su trabajo de Inteligencia se había iniciado en la brigada Azul, encar-
gada de reprimir al MIR, pero las sucesivas muertes de sus militantes y
dirigentes habían debilitando su accionar y la influencia que tenían en
distintos ámbitos de la vida nacional, ganando espacio en la escena antidic-
tatorial el FPMR, que tenía un estilo más audaz y atraía a los sectores más
jóvenes del mundo universitario y poblacional.
Por esta razón se decide fusionar a las brigadas Azul y la Verde, aprove-
chando que el jefe, el capitán Guzmán, cuyo nombre operativo era “Capi-
tán Téllez”, debe ir a un curso de ascenso, quedando Bauer a cargo de esta
nueva brigada.
Bajo su mando había cincuenta agentes que se organizaban en grupos
operativos formados por tres hombres. Cada uno de los grupos tenía asig-
nado seguimientos y vigilancia a personas determinadas. En junio de 1987
Bauer tenía en su despacho 500 nombres de dirigentes y milicianos del
FPMR, entre ellos, los nombres y datos de dos miembros de la Dirección
Nacional del FPMR.
Según los argumentos que entrega a la justicia, la magnitud de esta

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Los crímenes que estremecieron a Chile

organización clandestina de izquierda lo llevó a considerar que podían rea-


lizar actividades “desconocidas y de graves consecuencias para el país”. Eso
es lo que habría informado al comandante de división Álvaro Corbalán y
este a su superior para que tomara una decisión al respecto.
Una semana más tarde, Corbalán “le ordena hacer los movimientos
necesarios para neutralizar este avance del Frente. Para dicha misión debía
detectar y chequear aquellas personas que eran objeto de seguimientos,
definir cuáles serían las más importantes para su detención y, con esto,
desarticular cualquier operación futura.”
El día 14 de junio se dio la orden a todos los agentes de llegar a las 7:00
de la mañana, a otros les instruyó dirigirse desde sus casas hasta el lugar asig-
nado para el operativo. En el operativo participaron “la Brigada de Asalto,
la especial y todas las demás, agregándose a dicha actividad la denominada
Unidad Antiterrorista –UAT–, que no funcionaba en el Cuartel Borgoño,
sino en la comuna de La Reina y cuyo comandante era el capitán Rodrigo
Pérez, Unidad formada por comandos de gran especialidad técnica, pues
estaba destinada a actuar en situaciones de emergencias graves, constituyén-
dose en una verdadera reserva del Ejército”.
Ese día se pidió a la Fiscalía Militar que extendiera una orden amplia de
investigar que facultaba los allanamientos y detenciones, con el fin de en-
cubrir con un manto de legalidad los crímenes que se cometerían. Para eso
se prepararon carpetas que llevarían los grupos operativos con la orden de
allanamiento respectiva y las hojas en blanco para que dejaran constancia
de él, como de las incautaciones de especies.
Nada había quedado al azar, estaba todo planeado cuando los agentes se
retiraron a sus casas, al día siguiente tendrían mucha actividad.

La Muerte del comandante “Benito”

Ignacio Recaredo Valenzuela Pohorecky tenía apenas 30 años a la fecha


del 15 de junio de 1987. Era un joven vital que se había integrado tem-
pranamente al Partido Comunista para resistir a la dictadura militar, que
había declarado fuera de la legalidad a todo pensamiento contrario a la
derecha política. En la facultad de Ingeniería Comercial de la Universidad
de Chile había destacado como dirigente y como buen alumno, a pesar del
tiempo que le dedicaba a otras actividades.

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Su ingreso a la clandestinidad lo había obligado a vivir separado de Lucía,
su esposa e hijo, arrendando un departamento en las Torres de San Borja.
Esa mañana amaneció más fría que de costumbre, por lo que decidió
ponerse un chaleco tejido por su madre para salir a sus actividades. Eran
las 9:00 de la mañana y afuera del edificio, en una bomba de bencina que
había en la esquina, lo observaban varios ojos atentos a todas sus movidas.
Él lo sabía y la noche anterior se lo había comentado a su esposa, con quien
se juntó a comer en la casa de unos amigos, por lo que siguió su camino
tratando de ignorar y esquivar el seguimiento.
Bauer personalmente instruyó esa mañana al grupo que se encargaría
de Ignacio, quien estaba “chequeado como un miembro importante del
Frente Manuel Rodríguez y que, además, tenía antecedentes de haber par-
ticipado en un asalto a una armería que culminó con un enfrentamiento
con agentes de la CNI, pero que no eran de Borgoño. Se pensaba que éste,
a la fecha, podía estar en un cargo directivo y no operativo.”
Caminó seguro a tomar un bus, haciendo el recorrido más largo para
percatarse del seguimiento. Luego tomó un bus hasta Irarrázaval y se bajó
en el Cine California, donde realiza un punto con dos personas. Sigue
hacia la Plaza de Ñuñoa, ingresa a pagar una cuenta y toma un bus de
recorrido hasta Colón. Entre medio había llamado a su madre que llegaría
cerca de las 11:00, esperando sacudirse un rato de los seguimientos.
Eran muy cerca de las 12:00 cuando Ignacio bajó del bus en Colón con
calle Alhué. Apuró el paso dirigiéndose en dirección al sur para llegar a la
casa de su madre.
Los agentes que estaban al mando de Emilio Enrique Neira Donoso
eran César Luis Acuña Luengo, alias el “Paco Correa”; René Valdovinos
Morales, alias el “Catanga”; Manuel Ángel Morales Acevedo, alias “Bare-
ta”. Ellos lo seguían a pocos metros en un furgón, comunicados por radio
con el teniente Neira.
Al llegar al número 1187 de la calle Alhué, a pocos metros de su casa,
el teniente dio la orden perentoria por radio, terminar con el seguimien-
to del “Chaqueta de Cuero”, nombre en clave que la CNI tenía para
Ignacio Recaredo.
Los tres agentes bajaron del vehículo y cuando Ignacio iba a cruzar
la calle, Acuña Luengo apretó el gatillo de su AKA y disparó, junto a él

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Los crímenes que estremecieron a Chile

dispararon los otros dos agentes a quemarropa contra Ignacio Recaredo


Valenzuela Pohorecky.
El reloj marcaba las 12:10, cuando la vida del “comandante Benito”
se extinguió para siempre, no pudo mirar a la cara de sus asesinos porque
dispararon por la espalda.
Rápidamente se llenó de agentes. Llegó Álvaro Corbalán en pocos mi-
nutos y comenzaron a montar la escena para mostrarlo como un enfren-
tamiento con terroristas. El exceso de confianza y poca prolijidad les hizo
ponerle una granada del Ejército fabricada por Famae, junto a una pistola
Browning 9mm.
El periodista Hernán Ávalos Narváez, trabajaba en El Mercurio en esos
días y en esa condición concurrió a la calle Alhué y a Pedro Donoso para
recabar información sobre los supuestos enfrentamientos. En su declara-
ción señala que “en el primer sitio, estando muchos periodistas reunidos y
el lugar acordonado, se acercó Álvaro Corbalán, quien les dio una versión
sucinta de los hechos, diciendo que se trataba de un enfrentamiento, agre-
gando un comentario peyorativo acerca de la forma que mueren los comu-
nistas. Agrega que, cuando se retiraban, Corbalán les dijo “duerman con
las botas puestas” o “hay que dormir con las botas puestas”. Sus palabras
eran la anticipación de las siguientes muertes.
A escasos metros Adriana Pohorecky esperaba su llegada. Se asomó a la
calle y vio mucha gente y un cuerpo tendido en el suelo, trató de acercarse
a mirar y ver quién era, pero no la dejaron. Así que ingresó a su casa a es-
perar a Ignacio.
Esa misma tarde, cerca de las 18.00 horas, allanaron el departamento
donde arrendaba una pieza en Avenida Portugal 373, Torre 24, de la Re-
modelación San Borja.

Patricio Ricardo Acosta Castro

Patricio Acosta caminaba sin prisa por la calle Varas Mena la tarde del
15 de junio. Al llegar a la altura del Nº 525 fue sorprendido por cerca de
ocho agentes de la CNI que le dispararon a quemarropa. A los sonidos me-
tálicos que cortaron el aire, le siguieron los gritos destemplados y llenos de
amenazas, garabatos y sin sentido. A pesar de las ráfagas, Patricio no murió
al instante, fue cayendo lentamente, como si se resistiera hasta el último

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momento a entregarse a la muerte. Ahí vinieron nuevamente las balas que
lo remataron en condiciones de absoluta indefensión.
No contentos con el crimen a mansalva, comenzaron a montar la his-
toria del enfrentamiento. Un fotógrafo tomó su mano aún tibia y puso en
ella un arma, luego vino el destello del flash. Mientras eso sucedía, una
decena de agentes disparaban al aire y atemorizaban a los vecinos, que
curiosos se acercaban al sitio del crimen.
Patricio, el “Pato”, tenía sólo 26 años aquella tarde fatídica en que lo
sorprendió la muerte. Se dirigía a la casa de su madre donde vivía desde
siempre. Era conocido en su núcleo cercano por su buen humor y entrega
sin límite a la causa antidictatorial, aunque en su barrio nadie sabía su
verdadera actividad política. Junto con sus demandantes responsabilidades
en la estructura clandestina del FPMR, trabajaba como obrero y estudiaba
Ingeniería en la Universidad de Santiago.
Si bien su matrimonio con Patricia Quiroz había fracasado, mantenía
muy buenas relaciones con ella y ambos dedicaban un buen tiempo a su
hijo de 6 años. En menos de 24 horas la CNI terminó con la vida de estos
jóvenes, dejando al pequeño huérfano.
El crimen fue cometido a la vista de muchos vecinos que reconstruye-
ron con sus declaraciones lo sucedido esa tarde. Nivia Barrera Mendoza
vivía a escasos seis metros del lugar donde acribillaron a Patricio y se
acercó a la ventana de su casa porque sintió que varias voces gritaban co-
sas inentendibles, desde allí pudo ver a “aproximadamente ocho sujetos
que se encontraban rodeando a otro que yacía en el suelo”. Los hombres
vestían ropa deportiva, portaban armas largas y cortas y disparaban al aire,
“uno de los que tenía una especie de metralleta le disparó al sujeto en el
suelo, luego otro le tomó la mano y le puso un arma para posteriormente
tomarle una fotografía.”
Otra declaración que confirma la decisión de los agentes de matar
a Patricio es la de María Eliana Mancilla Toro, quien mirando a través
del visillo de la ventana “pudo apreciar el momento en que, estando el
joven semi inclinado, dos de los individuos hacen un disparo al aire y un
tercero, a una distancia de no más de medio metro, hace un disparo al
cuerpo de la persona”.
En este mismo sentido declara Pilar Toro Gatica, quien “pudo apreciar

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Los crímenes que estremecieron a Chile

que [Patricio Acosta] estaba ensangrentado y aún con vida, puesto que daba
algunos saltos, como tiritones, cuando uno de los sujetos que estaba cerca le
disparó en el suelo”. Luego observó que lo desvestían y le ponían “un gorro
pasamontaña y un objeto que se veía como un arma, un tanto pequeña”.
Su vida y actividades eran seguidas de cerca desde hacía bastante tiem-
po, así lo dice el condenado Kranz Bauer, “Respecto de Patricio Acosta
Castro, a quien como se dijo antes, identificaban como “Jirafales”, por su
estatura, del que se sospechaba que podía ser jefe de un destacamento espe-
cial del FMR, y le tenían detectado su domicilio en Varas Mena, se encargó
su detención al equipo de Pancho Zúñiga, el cual logró su contacto el día
15 por la tarde pero éste, antes de procurar la detención, le disparó.”
En la muerte de Patricio Ricardo Acosta Castro no hubo enfrentamien-
to, como no hubo error de los agentes, sino la concreción de una orden.

Julio Arturo Guerra Olivares

Días antes del 15 de junio de 1987 personas y vehículos sospechosos


comenzaron a rondar la Villa Olímpica. La CNI había seguido los pasos de
algunos militantes del FPMR que los llevaron hasta la pista de Julio Arturo
Guerra Olivares.
“Se detectó, con los seguimientos, la presencia de Julio Guerra Olivares,
dirigente Regional de Valparaíso, circunstancia esta última que se compro-
bó luego de su muerte, y para su detención se encomendó, por parte del
Mayor Corbalán, al Capitán Iván Cifuentes, cuyo nombre operativo era
“Andrés Montalva”. Señala que hasta ese lugar llegó para prestar apoyo el
equipo del Capitán Sanhueza (N.O. “Ramiro Droguett”) acompañado de
Burgos y Ramírez Montoya, que integraban su equipo de trabajo.”
Julio Guerra Olivares, “Guido”, había estado al mando del Grupo de
Asalto Nº 2 en el atentado a Augusto Pinochet, desde entonces vivía clan-
destino, cambiando de vivienda cada cierto tiempo y con la adrenalina a mil.
Sabía que en algún momento la CNI llegaría hasta donde estuviera y
quizás, con un poco de suerte, lograría escapar. Pero esa noche no esperaba
que llegaran a buscarlo, menos a matarlo.
Fue un solo disparo a corta distancia en su cabeza la que terminó con
su vida, luego vinieron otros disparos que sólo tenían el sentido de hacer
parecer que había sido un feroz enfrentamiento. Sus asesinos fueron el sub-

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oficial de Ejército Fernando Remigio Burgos Díaz, quien le disparó en la
cabeza, y el capitán Iván Cifuentes que lo remató con un tiro en el pecho.
Todo ocurrió cerca de las 23.45 en el Block 33, departamento 213 de la
Villa Olímpica. Unos golpes fuertes a la puerta encendieron las alertas en
la casa. Mónica Hinojosa, dueña de casa y arrendataria de Julio, bajó desde
el segundo piso a ver qué sucedía y se encontró con unos hombres que
estaban armados diciendo que buscaban al “Flaco”. Gritó a Julio que lo
buscaban, pero estaba en el baño. Para sacarlo de la casa lanzaron bombas
lacrimógenas, luego Burgos ingresó al baño y lo encontró “sentado en la
taza… le disparó a corta distancia en la cabeza, trasladando luego su cadá-
ver hasta el descanso de la escalera que da al segundo piso del departamen-
to, en donde se le disparó en repetidas oportunidades, colocándose dentro
de unos escaños de la escalera un arma de fuego para suponer la existencia
de un enfrentamiento.”
Álvaro Corbalán, como en cada uno de los crímenes de ese día, llegó
cuando los hechos estaban consumados.

Juan Waldemar Henríquez Araya y


Wilson Daniel Henríquez Gallegos

A la misma hora en que se desarrollaban los hechos de la Villa Olímpica,


la CNI rodeaba la vivienda de calle Varas Mena 417, en busca del miembro
del FPMR que apodaban el “Rey”, debido al nivel jerárquico en la organi-
zación y el ascendente que tenía entre la militancia, para ejecutarlo.
Se trataba de Juan Waldemar Henríquez Araya, de nombre político “Ar-
turo”, importante cuadro militar que estaba dedicado a tareas de instruc-
ción, al que la CNI estaba siguiendo desde marzo de ese año. El domicilio
estaba detectado como casa de seguridad del FPMR y lo mantenían bajo
observación permanente para identificar a las personas que ingresaban.
La casa en sí era un lugar de acuartelamiento y escuela de formación mi-
litar de cuadros, donde llegaban muchos rodriguistas a recibir formación
teórica y de defensa. Ese día se encontraban cerca de quince personas en
el lugar, entre ellos una mujer encargada de la comida y su hijo pequeño.
Cerca de la media noche sintieron ruidos extraños en la puerta y rápida-
mente comenzaron a organizarse para escapar, no contaban con armas para
resistir el ataque. Al no lograr que abrieran la puerta, la CNI la impactó

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Los crímenes que estremecieron a Chile

con un vehículo. El encargado de dar la alarma tocó el timbre de emer-


gencia y comenzaron a subir para salir por el entretecho a las casa vecinas.
Fue en ese momento que recibieron las primeras ráfagas, siendo herido
Santiago Montenegro en el cuello. Su caída arrastró a Cecilia Valdés Toro,
su hijo y Héctor Figueroa, quien la ayudó a levantarse y salir hasta alcanzar
la calle, donde fue detenida y amenazada de fusilamiento. Lo último que
recuerda, es haber visto a Juan Waldemar en cuclillas con un arma corta en
la mano, tratando de hacer la contención para que el resto pudiera escapar.
Montenegro escapó herido hasta el patio de una casa, donde cayó semi–
desmayado y fue encontrado por Carabineros que lo detuvo y lo envió a la
posta del hospital Barros Luco.
La noche estaba fría, pero nadie se percató. Sólo buscaban una vía de
escape a través de los techos y los patios vecinos. Wilson Daniel Henríquez
Gallegos trató de seguir la misma ruta de sus amigos, pero cayó herido en
el patio de los vecinos. Ellos, temerosos, se negaron a ayudarlo, al rato in-
gresó un grupo de civiles que los obligó a encerrarse en el cuarto y pasaron
al patio donde se encontraba Wilson Daniel escondido. Primero escucha-
ron golpes y gritos, luego disparos, lo siguió un ruido como si arrastraran
un bulto hacia la calle. A la salida los agentes gritaron que limpiaran la
sangre. Fueron varios balazos en la cabeza y cuerpo los que le quitaron la
vida y su cuerpo fue puesto en la calle, frente al número 415.
A Juan Waldemar lo había alcanzado una ráfaga y cae desde el techo
sobre una mesa del comedor, gravemente herido, donde es rematado y su
cuerpo trasladado para montar la escena del feroz enfrentamiento.
El funcionario de la Policía de Investigaciones de Chile Mario Darri-
grandi Urrutia expresó que ese día fue por un llamado de la Brigada de Ho-
micidios a la calle Varas Mena, asegurando que “a su entender y respecto de
ambos cuerpos, el sitio del suceso había sido alterado”.
Entre los agentes que reconocen los testigos está Álvaro Corbalán Cas-
tilla, al que identifican como violento y amenazante.

Masacre en Pedro Donoso 582

Sin saber lo que había planeado la CNI, cada una de las siete personas
asesinadas la madrugada del 16 de junio en calle Pedro Donoso 582 co-
menzaron a desplazarse por la ciudad pasado el mediodía del 15 de junio.

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Todos estaban chequeados por los agentes que dependían de Bauer, te-
nían sus fotos, sus domicilios, sus relaciones, sus rutinas e incluso sus
relaciones sentimentales.
No está muy claro quién fue el primer detenido; sólo está comprobado
que muchos días antes habían comenzado a sentir la presencia de agentes de
la CNI rondando en sus actividades diarias. También, está clara la angustia
que experimentaban cada uno de ellos por esta situación intimidante.
Elizabeth del Carmen Escobar Mondaca salió de la casa de su amiga
Iris Marillao cerca de las 8:30 de la mañana. Según le habría comentado,
ese día debía encontrarse con Patricio Acosta, con quien mantenía una
relación sentimental. Según su hermana Zunilda, ella le habría informa-
do que ese día tenía una reunión de trabajo, sin dar mayores detalles.
Lo cierto, es que cerca de las 17:00 horas fue detenida en Carmen con
Avenida Matta y trasladada hasta el cuartel Borgoño.
Manuel Valencia Calderón salió de su casa el 15 de junio cerca de las 17:30
horas con destino al médico para que le revisaran un quiste en un testículo.
Estaba preocupado por los seguimientos que eran más notorios. En alguna
parte entre su casa y la consulta fue secuestrado por agentes de la CNI.
Esther Cabrera Hinojosa había estado detenida por la Ley Antiterroris-
ta y era intensamente seguida por la CNI, que le había asignado el nombre
en código de “M16”. Su amigo Alfonso Merino recuerda que llegó el día
domingo 14 de junio a su casa y “le comentó que ‘la venían siguiendo’.
Expresa que la invitó a pasar, pero no quiso para no comprometerlo, y lue-
go de una media hora más o menos se retiró con temor y preocupación”.
La última persona que la vio antes de ser secuestrada fue Alexis Saravia.
En esa ocasión, Saravia se dio cuenta que en la escala de ingreso a su edifi-
cio había gente extraña, con pinta de agentes y actitud de estar buscando
a alguien. Se lo comentó a su hermano, luego entró a su departamento y
lo estaba esperando su amiga Esther, quien le comentó sus temores por los
descarados seguimientos que tenía hace días. Él la invitó a tomar onces y a
quedarse a dormir, pero ella se retiró sin aceptar ninguna de las invitaciones.
En la Alameda con General Velásquez, antes de tomar el bus, Arturo
Sanhueza Ros y Carlos de la Cruz Pino Soto la detuvieron, la subieron al
vehículo y avisaron que llevaban “un paquete”.
Patricia Angélica Quiroz Nilo, un hijo, estudiante de lenguas Clásicas

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Los crímenes que estremecieron a Chile

en la Universidad de Chile y activa miembro del FPMR, salió de su casa


en Varas Mena sin darse cuenta que la cuadra estaba siendo vigilada por la
CNI desde distintos lugares en espera a que apareciera “el Rey”. El sargento
de Ejército Juan Jorquera Abarzúa recibe en ese momento la orden de se-
guirla. Ella toma un bus hacia el centro, bajándose en Departamental con
Américo Vespucio, donde es detenida, introducida al vehículo y trasladada
a Borgoño por Jorquera Abarzúa.
Ricardo Hernán Rivera Silva era un hijo orgulloso de la tierra del car-
bón; nacido y criado en Lota, había aprendido desde la cuna a pelear con-
tra las inclemencias de la vida. Su ingreso al FPMR fue casi como una
resultante más de la vida dura y la lucha contra la adversidad. Su apodo
era el “Lota” y estaba orgulloso de que lo reconocieran con el nombre de
su zona. Ese día llegó temprano a la casa de su familiar Bernarda Martínez,
tomó desayuno, durmió un poco y salió cerca del mediodía a juntarse con
José Joaquín Valenzuela Levi.
José Joaquín Valenzuela Levi, de nombre político “Ernesto” o “Ber-
nardo”, había salido con su madre al exilio en Alemania Oriental a los 15
años. Pertenecía a una acomodada familia de intelectuales de izquierda y
desde pequeño escuchó discusiones sobre la construcción de un mundo sin
clases sociales, sin pobreza, donde cada ser humano fuera dueño de su des-
tino, razón que lo indujo a tomar posiciones políticas siendo muy joven.
A los 17 años ingresó a la escuela de cuadros Wilhelm Pieck en Alemania.
Dos años más después le proponen ingresar a la Escuela Militar búlgara,
aceptando trasladarse junto a un grupo de hijos de chilenos exiliados. Al
graduarse, el ex ministro Orlando Millas le ofrece integrarse al grupo Mi-
litar del Partido Comunista en Cuba. En su estadía en Cuba se enamora
y forma familia con la médico chilena Avelina Cisternas, con quien tiene
un hijo. Luego parte a Nicaragua con los seis batallones conformados por
chilenos y es destinado al Frente Norte como instructor. En 1984 ingresa
clandestino a Chile para integrarse al FPMR, convirtiéndose en el encar-
gado militar del atentado a Augusto Pinochet.
Por todas estas razones era uno de los miembros más buscados del
FPMR y la CNI le había asignado el nombre en código de “Rapa Nui”,
relacionándolo con la calle donde vivía. Habían llegado a él por datos en-
tregados en la tortura, con ellos el capitán Bauer lo encontró y comenzó

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a seguir todos sus pasos hasta el día 15 junio, cerca de las 16:00 horas,
cuando es detenido junto a Ricardo Rivera Silva, a la salida de una casa de
seguridad del Paradero 21 de Vicuña Mackenna.
Ricardo Cristián Silva Soto, estudiante de 4º año de Química y Farma-
cia de la Universidad de Chile, salió temprano desde el departamento en
la Villa Olímpica donde vivía junto a su esposa, avisándole que llegaría a
almorzar, sin que supiera más de él hasta el día siguiente cuando la Vicaría
de la Solidaridad le informó que estaba muerto.
Ricardo fue el último en caer detenido. Había estado en la reunión con
Ricardo Hernán Rivera Silva y José Joaquín Valenzuela Levi y a las 19:00
salió de la casa de seguridad para trasladarse en micro hasta la zona de Ma-
pocho, donde se baja y lo detienen cuando cruzaba el puente Recoleta en
camino a la Vega Central.
Todos fueron trasladados al Cuartel e introducidos a calabozos. Si bien
el proceso no da cuenta de interrogatorios bajo tortura, al menos un relato
visual de los cuerpos así da cuenta.
Esta acción vulneraba la legalidad que la propia dictadura militar le
había dado a la CNI, puesto que no estaba facultada para mantener dete-
nidos en sus cuarteles.
Cerca de las 16:00 horas del 15 de junio, el comandante de la Di-
visión Antisubversiva Álvaro Corbalán regresaba al cuartel Borgoño y se
dio cuenta que para realizar los allanamientos, detenciones y posteriores
asesinatos le faltaría gente, al paso le informaron que ya habían llegado los
primeros detenidos. Tomó el teléfono y llamó al general Salas Wenzel para
informarle que ya estaban llegando los detenidos y que tenía dificultad
para completar la operación por la “falta de personal”.
A los cincuenta agentes de la CNI del cuartel Borgoño, y los quince
comandos de la Unidad Antiterrorista del Ejército, se sumó una unidad
de la Brigada de Asaltos de la Policía de Investigaciones, al mando del
prefecto Oviedo, que estaba compuesta por 50 agentes, incluyendo al-
gunas mujeres.
Todos fueron reunidos en el auditórium del Cuartel para ser informa-
dos sobre la operación por Álvaro Corbalán, Krantz Bauer e Iván Quiroz
Ruiz. Se entregaron las instrucciones, de los domicilios y toda clase de
datos complementarios.

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Los crímenes que estremecieron a Chile

Cerca de 100 hombres entrenados y armados para la guerra enfrenta-


rían a una decena de personas desarmadas, amarradas y vendadas.

La casa de Pedro Donoso

La calle Pedro Donoso tenía una simbología importante para el Frente


Patriótico Manuel Rodríguez. Ahí se encontraba la casa de seguridad de la
dirección el día que hizo pública su existencia el año 1983, ahí habían ce-
lebrado los atentados a las torres de alta tensión que oscurecieron la noche
en Santiago ese día y Corbalán, tal vez por casualidad o quizás pensando
en hacer más profunda la derrota a su enemigo, decide hacer el montaje de
los asesinatos en una casa abandonada de esa calle.
La casa elegida estaba deshabitada, así que los agentes rompieron el canda-
do con un napoleón, forzaron la puerta y esperaron que llegaran las víctimas.
Pasadas las 04:00 de la madrugada del día 16 de junio de 1987 son
sacados los siete detenidos con rumbo a la casa deshabitada de calle Pedro
Donoso 582. A los detenidos los fueron ubicando en distintas piezas para
dar la imagen de haber sido sorprendidos y resistirse al allanamiento. Cada
detenido tenía destinado un verdugo, por lo que todas las víctimas fueron
muertas con disparos a corta distancia y luego Zuñiga les disparó ráfagas
para escenificar la dantesca escena.
Cuando aún estaban vivos, se hizo la escena del llamado a rendirse por
megáfono, luego se lanzó una piedra al techo como señal de muerte y co-
menzaron a disparar desde afuera ráfagas para que no se sintieran los tiros.
Para darle realismo, los agentes desde adentro debían disparar hacia todos
lados, intentando falsificar la imagen de un enfrentamiento.
Los asesinatos estaban consumados, sólo faltaba que los fotógrafos y ca-
marógrafos de la CNI hicieran su parte para pasar las imágenes a la prensa.
Recaredo Valenzuela Pohorecky, Patricio Ricardo Acosta Castro, Julio
Arturo Guerra Olivares Wilson Daniel Henríquez Gallegos, Juan Walde-
mar Henríquez Araya, Esther Angélica Cabrera Hinojosa, Manuel Eduar-
do Valencia Calderón, Ricardo Hernán Rivera Silva, Elizabeth Edelmira
Escobar Mondaca, Patricia Angélica Quiroz Nilo, José Joaquín Valenzuela
Levi y Ricardo Cristián Silva Soto, pasaban a ser el rostro de la matanza de
Corpus Cristi y símbolo de la violencia irracional a la que había inducido
la dictadura militar.

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