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Los Crímenes Que Estremecieron A Chile: Capítulo Operación Albania
Los Crímenes Que Estremecieron A Chile: Capítulo Operación Albania
que estremecieron
a Chile
Las Memorias de La Nación para no olvidar
Jorge Escalante
Nancy Guzmán
Javier Rebolledo
Pedro Vega
Los crímenes que estremecieron a Chile
©Jorge Escalante
Nancy Guzmán
Javier Rebolledo
Pedro Vega
Ceibo Ediciones
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Matanza de Corpus Cristi”, porque ocurrió en la fecha que se celebra esta
fiesta religiosa.
Los hechos son del año 1987, nueve meses después del atentado al ge-
neral Augusto Pinochet en la cuesta Achupalla del camino al Cajón del
Maipo. En esa ocasión, el Dictador logró salir indemne, lo mismo que los
miembros del FPMR que participaron en él. No ocurrió lo mismo con José
Carrasco Tapia, dirigente del MIR; Felipe Rivera Gajardo, militante del
Partido Comunista; Gastón Vidaurrázaga Manríquez, militante del MIR;
y Abraham Mustkablit Eidelstein, militante del Partido Comunista, quie-
nes fueron secuestrados y ejecutados esa misma noche en represalia por la
muerte de cinco escoltas de la comitiva de seguridad de Pinochet.
A partir de ese momento el objetivo de la CNI fue dar con las pistas que
condujeran al grupo armado que había planeado el atentado vulnerando
todas las normas de seguridad que hasta ese momento habían hecho de
Pinochet un intocable.
Fueron nueve meses de detenciones y seguimientos a militantes del Par-
tido Comunista y ayudistas del FPMR para llegar hasta 12 militantes fren-
tistas que habían participado en el atentado aquella tarde de septiembre.
El ministro Dolmestch fue armando paso a paso los sucesos ocurridos
en esos dos días de junio. Nada quedaría pendiente en esta investigación
que reescribía con detalles y precisión uno de los episodios más brutales de
la dictadura militar, que causó tanta indignación en aquellos días que la
CNI encubría sus crímenes con falsos enfrentamientos.
Lo primero que hizo Dolmestch fue organizar los casos en un orden
temporal para tener una mejor comprensión de las circunstancias y deter-
minar si los perpetradores correspondían a una misma unidad de mando.
Había cinco asesinatos cometidos a distintas horas y en diferentes lugares
de la ciudad el día 15 de junio y ocho crímenes colectivos el día 16 de junio
en la casa de Pedro Donoso Nº 582. La forma en que se habían concatenado
los hechos hacía pensar que en todos ellos había operado bajo la misma lógi-
ca, por lo tanto, los crímenes estaba centralizados en un solo mando.
Con precisión fue estableciendo que los asesinatos ya estaban planea-
dos con anticipación, tenían las víctimas elegidas, conocían sus viviendas,
incluso, las casas de familiares y amigos. Los seguimientos a cada uno de
los 12 militantes del FPMR habían comenzado varios meses antes.
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proveyeron algunos informantes a sueldo. Con datos ciertos, se dedicaron
a seguir a los sospechosos, a indagar cada una de sus rutinas, lugares donde
dormían, ampliando los seguimientos a las personas con las que tenían
encuentros frecuentes.
Así detectaron las relaciones entre los militantes e identificaron las re-
laciones entre ellos.
Cuando tuvieron toda la información y elegidos los blancos, informa-
ron al general Hugo Salas Wenzel que tenían al grupo que había participa-
do en el atentado al general Pinochet y otras acciones armadas en Santiago.
Sin dudarlo, este dio la orden expresa de “neutralizarlos”, término que en
la jerga militar significa matar.
Los antecedentes
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Su ingreso a la clandestinidad lo había obligado a vivir separado de Lucía,
su esposa e hijo, arrendando un departamento en las Torres de San Borja.
Esa mañana amaneció más fría que de costumbre, por lo que decidió
ponerse un chaleco tejido por su madre para salir a sus actividades. Eran
las 9:00 de la mañana y afuera del edificio, en una bomba de bencina que
había en la esquina, lo observaban varios ojos atentos a todas sus movidas.
Él lo sabía y la noche anterior se lo había comentado a su esposa, con quien
se juntó a comer en la casa de unos amigos, por lo que siguió su camino
tratando de ignorar y esquivar el seguimiento.
Bauer personalmente instruyó esa mañana al grupo que se encargaría
de Ignacio, quien estaba “chequeado como un miembro importante del
Frente Manuel Rodríguez y que, además, tenía antecedentes de haber par-
ticipado en un asalto a una armería que culminó con un enfrentamiento
con agentes de la CNI, pero que no eran de Borgoño. Se pensaba que éste,
a la fecha, podía estar en un cargo directivo y no operativo.”
Caminó seguro a tomar un bus, haciendo el recorrido más largo para
percatarse del seguimiento. Luego tomó un bus hasta Irarrázaval y se bajó
en el Cine California, donde realiza un punto con dos personas. Sigue
hacia la Plaza de Ñuñoa, ingresa a pagar una cuenta y toma un bus de
recorrido hasta Colón. Entre medio había llamado a su madre que llegaría
cerca de las 11:00, esperando sacudirse un rato de los seguimientos.
Eran muy cerca de las 12:00 cuando Ignacio bajó del bus en Colón con
calle Alhué. Apuró el paso dirigiéndose en dirección al sur para llegar a la
casa de su madre.
Los agentes que estaban al mando de Emilio Enrique Neira Donoso
eran César Luis Acuña Luengo, alias el “Paco Correa”; René Valdovinos
Morales, alias el “Catanga”; Manuel Ángel Morales Acevedo, alias “Bare-
ta”. Ellos lo seguían a pocos metros en un furgón, comunicados por radio
con el teniente Neira.
Al llegar al número 1187 de la calle Alhué, a pocos metros de su casa,
el teniente dio la orden perentoria por radio, terminar con el seguimien-
to del “Chaqueta de Cuero”, nombre en clave que la CNI tenía para
Ignacio Recaredo.
Los tres agentes bajaron del vehículo y cuando Ignacio iba a cruzar
la calle, Acuña Luengo apretó el gatillo de su AKA y disparó, junto a él
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Patricio Acosta caminaba sin prisa por la calle Varas Mena la tarde del
15 de junio. Al llegar a la altura del Nº 525 fue sorprendido por cerca de
ocho agentes de la CNI que le dispararon a quemarropa. A los sonidos me-
tálicos que cortaron el aire, le siguieron los gritos destemplados y llenos de
amenazas, garabatos y sin sentido. A pesar de las ráfagas, Patricio no murió
al instante, fue cayendo lentamente, como si se resistiera hasta el último
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momento a entregarse a la muerte. Ahí vinieron nuevamente las balas que
lo remataron en condiciones de absoluta indefensión.
No contentos con el crimen a mansalva, comenzaron a montar la his-
toria del enfrentamiento. Un fotógrafo tomó su mano aún tibia y puso en
ella un arma, luego vino el destello del flash. Mientras eso sucedía, una
decena de agentes disparaban al aire y atemorizaban a los vecinos, que
curiosos se acercaban al sitio del crimen.
Patricio, el “Pato”, tenía sólo 26 años aquella tarde fatídica en que lo
sorprendió la muerte. Se dirigía a la casa de su madre donde vivía desde
siempre. Era conocido en su núcleo cercano por su buen humor y entrega
sin límite a la causa antidictatorial, aunque en su barrio nadie sabía su
verdadera actividad política. Junto con sus demandantes responsabilidades
en la estructura clandestina del FPMR, trabajaba como obrero y estudiaba
Ingeniería en la Universidad de Santiago.
Si bien su matrimonio con Patricia Quiroz había fracasado, mantenía
muy buenas relaciones con ella y ambos dedicaban un buen tiempo a su
hijo de 6 años. En menos de 24 horas la CNI terminó con la vida de estos
jóvenes, dejando al pequeño huérfano.
El crimen fue cometido a la vista de muchos vecinos que reconstruye-
ron con sus declaraciones lo sucedido esa tarde. Nivia Barrera Mendoza
vivía a escasos seis metros del lugar donde acribillaron a Patricio y se
acercó a la ventana de su casa porque sintió que varias voces gritaban co-
sas inentendibles, desde allí pudo ver a “aproximadamente ocho sujetos
que se encontraban rodeando a otro que yacía en el suelo”. Los hombres
vestían ropa deportiva, portaban armas largas y cortas y disparaban al aire,
“uno de los que tenía una especie de metralleta le disparó al sujeto en el
suelo, luego otro le tomó la mano y le puso un arma para posteriormente
tomarle una fotografía.”
Otra declaración que confirma la decisión de los agentes de matar
a Patricio es la de María Eliana Mancilla Toro, quien mirando a través
del visillo de la ventana “pudo apreciar el momento en que, estando el
joven semi inclinado, dos de los individuos hacen un disparo al aire y un
tercero, a una distancia de no más de medio metro, hace un disparo al
cuerpo de la persona”.
En este mismo sentido declara Pilar Toro Gatica, quien “pudo apreciar
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que [Patricio Acosta] estaba ensangrentado y aún con vida, puesto que daba
algunos saltos, como tiritones, cuando uno de los sujetos que estaba cerca le
disparó en el suelo”. Luego observó que lo desvestían y le ponían “un gorro
pasamontaña y un objeto que se veía como un arma, un tanto pequeña”.
Su vida y actividades eran seguidas de cerca desde hacía bastante tiem-
po, así lo dice el condenado Kranz Bauer, “Respecto de Patricio Acosta
Castro, a quien como se dijo antes, identificaban como “Jirafales”, por su
estatura, del que se sospechaba que podía ser jefe de un destacamento espe-
cial del FMR, y le tenían detectado su domicilio en Varas Mena, se encargó
su detención al equipo de Pancho Zúñiga, el cual logró su contacto el día
15 por la tarde pero éste, antes de procurar la detención, le disparó.”
En la muerte de Patricio Ricardo Acosta Castro no hubo enfrentamien-
to, como no hubo error de los agentes, sino la concreción de una orden.
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oficial de Ejército Fernando Remigio Burgos Díaz, quien le disparó en la
cabeza, y el capitán Iván Cifuentes que lo remató con un tiro en el pecho.
Todo ocurrió cerca de las 23.45 en el Block 33, departamento 213 de la
Villa Olímpica. Unos golpes fuertes a la puerta encendieron las alertas en
la casa. Mónica Hinojosa, dueña de casa y arrendataria de Julio, bajó desde
el segundo piso a ver qué sucedía y se encontró con unos hombres que
estaban armados diciendo que buscaban al “Flaco”. Gritó a Julio que lo
buscaban, pero estaba en el baño. Para sacarlo de la casa lanzaron bombas
lacrimógenas, luego Burgos ingresó al baño y lo encontró “sentado en la
taza… le disparó a corta distancia en la cabeza, trasladando luego su cadá-
ver hasta el descanso de la escalera que da al segundo piso del departamen-
to, en donde se le disparó en repetidas oportunidades, colocándose dentro
de unos escaños de la escalera un arma de fuego para suponer la existencia
de un enfrentamiento.”
Álvaro Corbalán, como en cada uno de los crímenes de ese día, llegó
cuando los hechos estaban consumados.
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Sin saber lo que había planeado la CNI, cada una de las siete personas
asesinadas la madrugada del 16 de junio en calle Pedro Donoso 582 co-
menzaron a desplazarse por la ciudad pasado el mediodía del 15 de junio.
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Todos estaban chequeados por los agentes que dependían de Bauer, te-
nían sus fotos, sus domicilios, sus relaciones, sus rutinas e incluso sus
relaciones sentimentales.
No está muy claro quién fue el primer detenido; sólo está comprobado
que muchos días antes habían comenzado a sentir la presencia de agentes de
la CNI rondando en sus actividades diarias. También, está clara la angustia
que experimentaban cada uno de ellos por esta situación intimidante.
Elizabeth del Carmen Escobar Mondaca salió de la casa de su amiga
Iris Marillao cerca de las 8:30 de la mañana. Según le habría comentado,
ese día debía encontrarse con Patricio Acosta, con quien mantenía una
relación sentimental. Según su hermana Zunilda, ella le habría informa-
do que ese día tenía una reunión de trabajo, sin dar mayores detalles.
Lo cierto, es que cerca de las 17:00 horas fue detenida en Carmen con
Avenida Matta y trasladada hasta el cuartel Borgoño.
Manuel Valencia Calderón salió de su casa el 15 de junio cerca de las 17:30
horas con destino al médico para que le revisaran un quiste en un testículo.
Estaba preocupado por los seguimientos que eran más notorios. En alguna
parte entre su casa y la consulta fue secuestrado por agentes de la CNI.
Esther Cabrera Hinojosa había estado detenida por la Ley Antiterroris-
ta y era intensamente seguida por la CNI, que le había asignado el nombre
en código de “M16”. Su amigo Alfonso Merino recuerda que llegó el día
domingo 14 de junio a su casa y “le comentó que ‘la venían siguiendo’.
Expresa que la invitó a pasar, pero no quiso para no comprometerlo, y lue-
go de una media hora más o menos se retiró con temor y preocupación”.
La última persona que la vio antes de ser secuestrada fue Alexis Saravia.
En esa ocasión, Saravia se dio cuenta que en la escala de ingreso a su edifi-
cio había gente extraña, con pinta de agentes y actitud de estar buscando
a alguien. Se lo comentó a su hermano, luego entró a su departamento y
lo estaba esperando su amiga Esther, quien le comentó sus temores por los
descarados seguimientos que tenía hace días. Él la invitó a tomar onces y a
quedarse a dormir, pero ella se retiró sin aceptar ninguna de las invitaciones.
En la Alameda con General Velásquez, antes de tomar el bus, Arturo
Sanhueza Ros y Carlos de la Cruz Pino Soto la detuvieron, la subieron al
vehículo y avisaron que llevaban “un paquete”.
Patricia Angélica Quiroz Nilo, un hijo, estudiante de lenguas Clásicas
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a seguir todos sus pasos hasta el día 15 junio, cerca de las 16:00 horas,
cuando es detenido junto a Ricardo Rivera Silva, a la salida de una casa de
seguridad del Paradero 21 de Vicuña Mackenna.
Ricardo Cristián Silva Soto, estudiante de 4º año de Química y Farma-
cia de la Universidad de Chile, salió temprano desde el departamento en
la Villa Olímpica donde vivía junto a su esposa, avisándole que llegaría a
almorzar, sin que supiera más de él hasta el día siguiente cuando la Vicaría
de la Solidaridad le informó que estaba muerto.
Ricardo fue el último en caer detenido. Había estado en la reunión con
Ricardo Hernán Rivera Silva y José Joaquín Valenzuela Levi y a las 19:00
salió de la casa de seguridad para trasladarse en micro hasta la zona de Ma-
pocho, donde se baja y lo detienen cuando cruzaba el puente Recoleta en
camino a la Vega Central.
Todos fueron trasladados al Cuartel e introducidos a calabozos. Si bien
el proceso no da cuenta de interrogatorios bajo tortura, al menos un relato
visual de los cuerpos así da cuenta.
Esta acción vulneraba la legalidad que la propia dictadura militar le
había dado a la CNI, puesto que no estaba facultada para mantener dete-
nidos en sus cuarteles.
Cerca de las 16:00 horas del 15 de junio, el comandante de la Di-
visión Antisubversiva Álvaro Corbalán regresaba al cuartel Borgoño y se
dio cuenta que para realizar los allanamientos, detenciones y posteriores
asesinatos le faltaría gente, al paso le informaron que ya habían llegado los
primeros detenidos. Tomó el teléfono y llamó al general Salas Wenzel para
informarle que ya estaban llegando los detenidos y que tenía dificultad
para completar la operación por la “falta de personal”.
A los cincuenta agentes de la CNI del cuartel Borgoño, y los quince
comandos de la Unidad Antiterrorista del Ejército, se sumó una unidad
de la Brigada de Asaltos de la Policía de Investigaciones, al mando del
prefecto Oviedo, que estaba compuesta por 50 agentes, incluyendo al-
gunas mujeres.
Todos fueron reunidos en el auditórium del Cuartel para ser informa-
dos sobre la operación por Álvaro Corbalán, Krantz Bauer e Iván Quiroz
Ruiz. Se entregaron las instrucciones, de los domicilios y toda clase de
datos complementarios.
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