Isela Reyes Linaje

You might also like

Download as pdf or txt
Download as pdf or txt
You are on page 1of 554

Esta es una obra de ficción.

Cualquier parecido con la realidad es


mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos,
organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la
maginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

Linaje
Isela Reyes
Primera edición: Noviembre 2021
Corrección del texto y maquetación: Lizbeth Azconia
Diseño de cubierta: Lizbeth Azconia
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos dentro de la
ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya
sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler, o
cualquier otra forma de cesión de la obra, sin la autorización previa y
por escrito de los titulares del copyright.
A las chicas del grupo «La Donante». A mi Jul, Mine, Cris, Tay,
Sthef, Yixxia, Gaby, a todas y en especial a Miri, quien hizo el
booktrailer de esta historia. También a todos los lectores que me
han seguido desde Wattpad y han sido pacientes, vamos a la mitad
de la saga, espero puedan acompañarme en las historias restantes.
Mil gracias a todos.
La sangre no define quién eres. Tú eliges a tu familia.
Prefacio

El sol.
Aunque ninguno de ellos requería evitarlo para existir, como ocurría
con los vampiros completos, lo hicieron durante mucho tiempo, ya
que vivir en las sombras les había dado la oportunidad de prosperar.
Sus ojos fueron al horizonte, donde su presencia era solo una
insinuación. Nunca antes había esperado tanto por ver el amanecer
y no era ningún propósito apreciativo, se trataba de una cuestión de
vida o muerte.
―¡Corran! ―dio la orden a todo pulmón, mirando su pequeño
grupo. Sus caras reflejaban la misma incertidumbre que la suya
debía mostrar―. Si logramos pasar la montaña estaremos salvados.
―O al menos eso esperaba. No tenía garantías, pero claramente la
altura favorecería la presencia de los primeros rayos del sol.
No eran débiles, incluso los humanos corrían por sus vidas, pero
podía ver las expresiones cansadas y el miedo, especialmente en
aquellos que eran simplemente humanos. Ellos serían los primeros
en sucumbir.
Híbridos o no, no había diferencia. Debía mantenerlos, no
quedaban muchos. Había pensado en dejar atrás a los humanos,
pero sus números eran tan bajos que perder más miembros podría
significar que estarían casi acabados. La mayoría eran mujeres y
ellas representaban nuevas vidas.
Volvió la vista a donde un par de los mejores peleadores
intentaban hacer frente a los impuros que los seguían. Estaban a
solo algunos metros de las mujeres y los pequeños.
Maldijo por lo bajo y odió tener que abandonar las cuevas, que, a
pesar de haber sido frías y húmedas, los mantuvieron seguros; no
obstante, quedarse no era opción.
Muchos habían muerto, otros simplemente tuvieron que aceptar
la oferta de unirse y solo unos cuantos optaron por seguirlo. Ni
siquiera él estaba seguro de lo que les esperaba, pero no se sentía
dispuesto a ser un sirviente, al menos no de quienes los habían
aniquilado.
―¿Qué hacemos? ―preguntó uno de sus camaradas, la
desesperación era la imagen viva en su cara.
―Luchar, tenemos que resistir. ¡No se detengan! ―gritó a las
mujeres y niños, al tiempo que miraba a los hombres, asintiendo con
un gesto silencioso que decía todo.
Desanduvo varios metros ganados, haciendo frente a los
primeros impuros y buscando darles ventaja a los que subían por la
pendiente.
Solo un poco, solo un poco más y el sol despuntaría,
concediéndoles una oportunidad para vivir. Mientras sus puños
impactaban, su mente volvía al momento de tomar la decisión.
Johari.
Todo era culpa de ella, si no los hubiera traicionado, si no hubiera
cobrado la existencia de Alón, ellos no tendrían que estar
escapando para salvar sus miserables vidas. Simplemente no
habrían tenido opciones, solamente querían una existencia.
La sangre salpicó su cara, al tiempo que el impuro cortaba su
brazo, ignoró el dolor y fue a por su garganta. El sonido
estrangulado que emitió no fue reconfortante, porque otro de ellos
se arrojó sobre él. Sin tiempo. Otra herida, otro rival. Otro
desagradable rostro buscando su cuello. No, él no pensaba morir,
volvería y cobraría venganza. Ya no contra Cádiz, sino contra ella.
Johari.
Un par de impuros fueron contra él. Esquivó al primero, pateando
la rodilla del segundo e inclinándose para tirar del brazo del otro. Él
gruñó, mostrando sus colmillos, como si pensara que ese gesto
podría intimidarlo. No lo conseguiría. Escuchó los gritos de mujeres
y volvió tan rápido como sus pasos lo permitieron, un par de impuros
estaba sobre ellos, echándose encima del último del grupo. Obligó a
sus piernas a moverse, sus pulmones protestaron, pero aun con
toda su determinación, fue inútil. La sangre manchó el suelo y el
rostro sin vida de la mujer lo recibió.
Sin tiempo para lamentar su pérdida, fue por su asesino, quien no
parecía dispuesto a retroceder. Vio con deleite cómo su piel
chisporroteaba al recibir un rayo de luz, antes de que los chillidos
reemplazaran los sonidos de la lucha. Algunos malditos trataron de
escapar, pero la mayoría fue alcanzada por el sol. Cerró los ojos,
permitiendo que su cara fuera bañada por la luz del amanecer.
Híbridos. Ellos no morían por sentirlo, no obstante, eran más
débiles. No sería así por siempre. Miró a su reducido grupo. Las
pocas parejas y los niños que los acompañaban eran todo lo que
necesitaban para volver a levantarse, para volver y cobrar
venganza. Ya no por Alón, sino por los suyos.
Lena (1)

Dicen que deseamos lo que no podemos tener y creo que es lo que


todo el mundo piensa respecto a lo que siento. Si bien es cierto que
no oculto mi gusto por Abiel desde hace algún tiempo, también lo es
el hecho de que no se trata solo de un encaprichamiento, como he
escuchado comentar a la tía Elina. No, no es, lo sé. Me gusta ese
hombre desde que tengo uso de razón. No en el sentido amoroso,
lógicamente, sino en general. Él siempre me ha visto distinto.
Cuando era pequeña, me trataba con respeto, pero siempre
guardando distancia. No era como el resto que trataba de
complacerme o quedar bien. No. Cuando comencé a crecer fue aún
más evidente la barrera invisible que estableció entre ambos. No me
miraba directamente y siempre ha usado ese adjetivo que me
molesta: señorita. No me gusta. Hace un par de años, cuando mi
cuerpo cambió notablemente, un par de cosas crecieron y otras más
tomaron forma, algunos comenzaron a verme distinto. Sí, varios,
menos él, quien parece seguir esforzándose por no notarme.
―¿Qué nueva travesura estás planeando? ―inquiere Josiah,
mirándome por encima del enorme libro que tiene en las manos. A
veces su actitud lo hace parecer como un viejito, casi como Bail.
Sonrío dejando caer los pies del diván en el que me encuentro
sentada.
―¿Por qué crees que estoy planeando una travesura? ―No
tengo argumentos para negarlo del todo, difícilmente puedo
quedarme quieta, así que prefiero evadir la pregunta. Siempre he
sido así. Primero me encantaba estar detrás de mi padre, luego de
mi madre. Pero ella es demasiado ruda y ama combatir con quien
acepte hacerlo.
No soy débil, de hecho tengo bastante fuerza, pero pelear no me
parece apasionante. No tanto como poner en apuros a Abiel y esa
es la única razón por la que acepto acompañarla en sus
entrenamientos. No obstante, hasta ahora nada ha dado resultados.
Soy bonita, lo sé. No solo porque mis padres lo dicen, lo veo en el
espejo cada mañana. Pero no parece ser suficiente para él. Y
comparándome con otras vampiresas, incluso las pocas de la
guardia, sigo siendo alguien promedio que no llamaría la atención.
No de alguien como él, eso creo.
―Te conozco, prima: cuando te pierdes en tus pensamientos, es
porque estás tramando algo.
Sonrío de lado, poniéndome de pie. Sí que me conoce, ¿y cómo
no habría de hacerlo? Desde pequeños hemos sido muy unidos,
sobre todo después de que Caden se mudó.
―Qué bien me conoces. Pero hoy te ha fallado ―digo divertida
rodeando su silla, para abrazarlo por detrás―. Solo reflexionaba,
nada en particular.
Palmea mis manos y me mira, moviendo la cabeza hacia los
costados.
―Creo saber en qué.
―¡¿Qué tiene de malo que me guste?! ―cuestiono apartándome,
mirándolo con malestar. Sí, puede que no sea tan común que
alguien de diecisiete años tenga gusto por alguien que tiene un
aspecto de un hombre de casi treinta años. Es decir, soy consciente
de que luce mayor que mi padre y que el tío Danko. Eso sin contar
que en teoría tiene más de mil años. Pero no me importa.
Si lo vemos de esa manera, pues sí es un poco raro, pero no
imposible. Además, hay algo con lo que nadie cuenta. Yo creceré y
él seguirá viéndose exactamente igual.
―Nada.
―¿Entonces? ¿Cuál es el problema? ―Se encoge de hombros,
mostrándose tan tranquilo ante mi arranque―. ¿No hay nadie que te
guste? ―Una pequeña sonrisa brota de sus labios.
―No tengo tiempo para esas cosas ―dice golpeando con el
dedo la pasta del libro. Resoplo. Sí que lo tiene.
Josiah es un alma rebelde como yo. Quizá por eso nos llevamos
tan bien. Desde niño escapaba a Jaim para ver a Caden, cuando iba
de visita a casa de Farah. Después su destino cambió, tal vez
porque ambos tenían cosas que atender, porque Caden era
duramente reprendido por “distraerlo” o porque quería evadir que lo
encontraran, pero comenzó a explorar los alrededores de las
ciudades.
Por irónico que parezca, se preocupaban por él. Y digo irónico,
porque tengo la certeza de que en algunos años será más fuerte
que mi tío o que papá. Aunque como yo, no le gusta demasiado
luchar. Supongo que no somos lo que nuestros padres quisieran,
aunque no por eso dejan de querernos.
Mamá me ama, siempre está al pendiente de mí, aunque es muy
sobreprotectora. Papá es igual. Me encanta hablar con él, es tan
paciente e inteligente. Los amo a los dos, y amo la manera en la que
se complementan.
―Mentiroso ―niego―. Tiene que haber alguien.
Tenemos la misma edad y la tía Elina dice que ellos son más
enamoradizos.
―No. En el Consejo la mayoría son varones y las pocas mujeres,
son demasiado mayores.
―¿Qué me dices de Jaim? ―Se encoge de hombros. Es difícil
sacarle algo a este.
―Te he dicho que no tengo mucho tiempo.
―Entonces tendré que presentarte alguien.
―¿Intentas distraerme? ―cuestiona frunciendo el ceño, con ese
aire sereno que muestra cuando no me cree.
―No, trato de que no seas aburrido.
―No es que sea aburrido, sino que en algún momento tomaré el
control de Cádiz y no es algo sencillo como parece.
―Sé que no lo es, tonto. Pero eso no significa que debas
encerrarte en una biblioteca de por vida. Estaba pensando, ¿y si
invito a Caden y a las chicas?
―¿Invitarlos?
―Pues sí. Siempre eres tú quien va o yo a visitar a los abuelos,
pero no coincidimos por sus labores. Si vienen aquí, no habría
problemas. ¿Qué tal una cena? ¿Puedes hacer eso por mí? ―Lo
miro suplicante, sabiendo que no es muy partidario de cenas. Hace
un par de años que comenzó a ingerir sustituto, cuando su cuerpo lo
requirió. Eso ha acentuado su aspecto pálido y el color de sus ojos,
pero es capaz de ingerir alimentos―. Es bueno convivir con
personas de nuestra edad.
―Y lo dice alguien que quiere a un viejo.
―¡No le digas viejo! ―Ríe, dejando de lado su seriedad. En ese
aspecto se parece tanto a su padre. Ambos suelen mostrarse
severos la mayoría del tiempo, pero con las personas correctas se
permiten sonreír y ser blandos. Caden es otra cosa, cálido,
espontáneo y alegre. Él se parece a la tía Mai. Le gusta demasiado
ayudar a los demás.
―¿Estoy diciendo algo erróneo? Técnicamente…
―¡Shh! Si dices una palabra más no volveré a cubrirte. Así que tú
sabrás.
Suspira dejando el libro en la mesita de al lado, poniéndose de
pie y haciéndome sentir pequeña. Es mucho más alto que yo.
―De acuerdo, no diré nada respecto a… ―Lo fulmino con la
mirada, leyendo sus intenciones. Sabe que él es mi punto débil y
disfruta molestándome con eso―. Abiel. Y respecto a la cena…
―¡Por favor! ―No es que no pueda ir a Jaim, pero siempre tengo
a alguien siguiéndome y no es divertido―. Di que sí. Mis tíos no te
negarían nada.
―Tampoco a ti.
―Lo sé, pero quiero que estés tú también. ¿Sí?
Suspira pesadamente. Siempre que se cansa de mi insistencia,
termina accediendo. Justo como papá y mamá, aunque ellos son
más flexibles. Excepto cuando se trata de salir o hacer algo que
consideran me pone en riesgo. Soy un híbrido, vulnerable y por eso
me protegen como si fuera a romperme. Pero hay mucho que no
saben, como mis prácticas con Josiah cuando de niños o que tengo
muy buena memoria para grabar sus ataques y el hecho de poder
reproducirlos sin necesidad de intentarlo. Sin embargo, no es así
como deseo que Abiel me perciba. Por eso debo parecer linda y
adorable, femenina. Además, tengo un par de años para mover mis
piezas y hacerlo caer. Porque de alguna u otra manera lo haré. No
hay nadie más, lo sé de buena fuente. Así que mientras no haya
alguien más, existe una posibilidad.
―De acuerdo. Les diré.
Me arrojo sobre su cuello, besándolo en la mejilla.
―¡Te adoro! ¡Eres el mejor!
―No exageres ―gruñe apartándome sin ser brusco, pero
rehuyendo mi toque.
―Eres malo. Ya quiero ver cuando te enamores y seas tú quien
se eche encima de ella.
Niega sin desmentir mis palabras. Vuelvo la mirada cuando la
puerta se abre. El tío Danko entra, mirándonos sospechosamente.
Él nos ha escuchado. Lo bueno es que casi nunca dice nada.
Excepto cuando me paso de la raya, que no es a menudo.
―Ya me voy ―digo leyendo su expresión. No le molestan mis
planes, pero sí que esté distrayendo a Josiah de sus deberes.
Agito la mano, despidiéndome de ambos y me dirijo a la puerta,
encontrándome con la tía Mai, quien me guiña el ojo y sonríe.
Quizá debería unirme a los demás. Me detengo al ver a Abiel
cruzar la esquina y desaparecer. Va hacia las salas de
entrenamientos. Sonrío y cambio de dirección. Solo echaré un
vistazo, solo eso. Los demás están en el salón principal, así que no
hay nadie más.
Me asomo, aprovechando que la puerta está entreabierta,
encontrándolo de espaldas a mí, levantando un par de bastones. Sé
que puede sentirme, mi corazón y olor me delatan, pero siempre
finge no darse cuenta. Y lo sé porque Josiah me lo ha dicho. Un
corazón en medio de oídos tan finos es difícil de ocultar.
Entro olvidándome de que, se supone, solo iba a espiar un poco,
pero sigue sin volver la mirada. Cierro con fuerza, permitiendo que
se escuche alto el sonido. Tampoco me mira.
―¿Qué pasaría si por casualidad la manija se rompiera?
―pregunto sosteniéndola detrás de mi espalda. No lo haría, pero
necesito llamar su atención de alguna manera. Comienza a
cansarme su indiferencia.
Despacio se da la vuelta, encontrando mis ojos, una de esas
pocas veces que ocurre, solo que ahora no la aparta. La sostiene,
manteniendo una expresión seria.
―No debería estar aquí, señorita.
Gruño en protesta. ¿Lo hace a propósito? Suspiro, obviando su
comentario y sonrío.
―No hay otra puerta en esta sala ―digo mirando, con aire
inocente, el lugar―. Si no podemos abrir la puerta, significaría que
estamos encerrados.
Una ligera arruga cruza su frente, entendiendo lo que trato de
insinuar, pero no se mueve.
―Rompería alguna pared.
―Son resistentes.
―Su madre vendría.
Pongo los ojos en blanco. Sí, ella sería la primera en intentar
sacarme. Pero ese no es el punto.
―¿Por qué no te agrado? ―pregunto directamente, tomándolo
por sorpresa.
―No es correcta su impresión.
Mentiroso.
―Las únicas cosas que obtengo de ti, son advertencias o simples
frases de cortesía. No es divertido, Abiel. ―De nuevo lo tomo por
sorpresa al decir su nombre. Y me gusta esa expresión en su cara.
―Es la hija del señor Regan.
―No es por eso. Porque ni siquiera con Irina eres tan formal.
―Debería volver, la están buscando.
Abro la puerta y salgo sin perder de vista sus ojos.
―Nos vemos mañana en el entrenamiento ―digo como si no
hubiera pasado nada. Eso tampoco lo esperaba.
Aunque a sus ojos sea una niña malcriada, no tiene idea de lo
persistente que puedo ser. Además, acabo de darme cuenta de
algo, no le soy del todo indiferente. No como se esfuerza en
hacerme creer.
Lena (2)

Me llevo las manos a las mejillas, sintiendo el rubor que las cubre.
¡Oh! No sé cómo he podido hacerlo: coquetear abiertamente con
Abiel. Solo espero que nadie se haya percatado, aunque en un lugar
donde estoy rodeada por vampiros, es prácticamente imposible.
Empujo la puerta, entrando discretamente en la sala principal,
donde como cada atardecer, están reunidos mis padres, el señor
Uriel, Irina, la tía Elina y Alain. Algunas veces están los demás, pero
seguro han tenido sus propios asuntos que atender. Todos
conversan animados, dedicándome una mirada amable a manera de
saludo que respondo agitando la mano, pero sin interrumpir su
charla. Todos son tan adorables y no me refiero a su aspecto
perfecto y siempre jovial, sino a la relación que mantiene cada
pareja. Se nota a kilómetros lo mucho que se quieren. ¿Y aun así no
comprenden por qué quiero encontrar una persona especial?
Me desplazo hasta el sillón donde está sentando mi padre, quien
tiende una mano en mi dirección. La tomo, dejándome caer en el
brazo del mueble, dedicándole una pequeña sonrisa. Su expresión
seria y mirada astuta me indican que sabe lo que hice con Abiel, así
que probablemente no sea el único, lo que significa que me espera
una larga charla. Sobre cosas que aún soy joven para entender.
Miro a mi madre, que me sonríe abiertamente. Parece que ella no
lo ha hecho y eso es bueno. Sé que les imposrto demasiado, a mí
también me importan ellos, pero a veces siento que me pierdo de
algo. Y no solo de no tener a alguien. De esos silencios raros que se
hacen cuando todos intercambian miradas. Soy híbrida, no puedo
leer la mente como lo hace mi tío Farah. A veces me gustaría para
seguirlos.
Declino la oferta de té y los escucho, estudiando sus expresiones.
Iría con Josiah, pero supongo que debe estar con mis tíos, así que
mejor no importunarlos.
Este lugar a veces es tan silencioso, nada comparado con Jaim,
donde muchos sonidos pueden percibirse. Principalmente las risas y
conversaciones de las personas. Algo que no siempre hacen aquí.
Suspiro mirando por el ventanal, donde el cielo comienza a
oscurecer.
―¿Todo bien?
Me esfuerzo por mostrarme tranquila, pero es complicado
ocultarle las cosas a mi padre, no solo por lo intuitivo que es, sino
porque puede indagar con Abiel. Y lo hace. Tal vez por eso él me
evita como si tuviera la peste.
―Sí. Y antes de que lo digas, no hice nada ―cuchicheo
inútilmente, porque sé que todos, aunque no lo parece, me han
escuchado.
La esquina de su boca se curva ligeramente, al tiempo que da un
pequeño apretón a mi mano. Lo sabe. No puedo evitar reír,
abrazándome a su pecho. No dirá nada, esa es su señal. De nuevo,
esto queda entre ambos, como algunas otras cosas y no es que
confiemos en mi madre, pero obviamente ella no apoyaría mi
coqueteo con Abiel. Él tampoco lo hace, pero es un poco más
permisible. Soy su niña consentida, siempre quiere lo mejor para mí.
֍

La pierna derecha de Irina se eleva con rapidez, logrando rozar el


rostro de Pen, quien con un ágil movimiento retrocede antes de que
impacte de lleno. ¡Impresionante su rapidez! Ambos sonríen
misteriosamente, preparándose para el siguiente movimiento. Ahora
arroja un golpe con el puño, que, con algo de esfuerzo, detiene
antes de que alcance su nariz. Está jugando con él.
Sonrío. A veces es divertido verlos, aunque no tanto cuando él
está en la misma habitación. No me ha mirado ni por error, se
mantiene rígido, en el otro extremo de la sala de entrenamientos,
junto a Anisa, quien sostiene una espada mientras la mueve
distraídamente. ¡Oh, no! ¿Acaso piensa…? Antes de que termine la
pregunta mentalmente, arroja la cuchilla. La filosa hoja rasga el traje
de Pen, para que después Irina la sujete.
¡Ops! Eso estuvo cerca. Parece que de nuevo han reñido y esa
ha sido una demostración del grado de malestar.
Pen se incorpora y le dirige una larga mirada, pero más que
malestar en sus ojos, hay algo tan intenso y abrasador que incluso
yo puedo percibirlo. ¡Qué calor! No hay duda, ese par es tan
explosivo. Se quieren, pero no por eso dejan de pelear.
―¿Ahora vamos a jugar con espadas? ―pregunta él, enarcando
una ceja, sin dejar de mirarla como si quisiera comerla y no como
alimento realmente. Reprimo las ganas de reír, porque tengo a mi
madre a un lado de mí y no le gustaría enterarse de las ideas que
me pasan por la mente en este momento.
―¿Eres capaz de quitársela? ―inquiere Anisa, divertida.
Evidentemente, esta es una especie de provocación, solo que una
un poco extraña. Siempre son más de golpearse entre ellos, pero
hoy han dejado a Irina en medio de su pelea.
Él sacude la cabeza, desechando de inmediato la idea. Claro que
podría, pero prefiere los combates cuerpo a cuerpo y darle cierta
ventaja a Irina por ser una chica. Aunque ella no lo necesite
realmente, es de las mejores, pese a que le gusta ser reservada y
solo mostrarlo cuando la provocan. He escuchado cosas
asombrosas de ella: sobre las batallas que lidiaron antes de que
Jaim se fundara.
―¿Por qué no lo intentas, Lena? ―inquiere Irina, lanzándome
una mirada y dejándome boquiabierta. ¿Está bromeando?
―Es buena idea. ―Todos, incluyéndome, miramos sorprendidos
a mi madre. ¿De verdad quiere que haga eso? Pensé que sería la
primera en decir que no.
Desde mi posición, sentada en el piso con las piernas contra el
pecho, la miro forzando una sonrisa. Ideando toda una serie de
escusas que puedo darle, sin sonar grosera o hacerle un desaire.
―Anda, inténtalo ―anima Irina. No sé con qué propósito lo hace,
todos saben que no soy partidaria de las peleas. Ni siquiera, aunque
solo se trate de quitarle una cuchilla y no golpearla. Porque
definitivamente no lo haría.
―No creo que pueda ―murmura Anisa, mirándome con
desdén―. Pero podrías ser blanda y entregarla sin resistencia.
¡Auch! Eso dolió. No soy tan débil como para no hacerlo y
obviamente trata de molestarme. Algo raro, porque no suele
meterse conmigo. Lo hace con Elina, Irina, también con mi madre y
desde luego con Pen, pero su malestar nunca me había alcanzado.
―¿Quieres intentar, cariño? ―pregunta mi madre, emocionada.
Suspiro, resignada, parece que no voy a poder hacerla cambiar
de parecer. Me levanto despacio, sacudiendo mi vestido sin mangas
hasta las rodillas, que no es adecuado para este tipo de cosas, pero
tampoco pienso cambiarme de ropa.
―De acuerdo. ¿Solo debo tratar de quitarlo?
―Tratar y lograrlo ―corrige Anisa, divertida. ¿Se está vengando
por ser solo espectadora?
―Entiendo ―respondo sin caer en provocaciones. Nadie puede
culparme si no lo consigo, ¿cierto? Y mi madre estará encantada
con que muestre algo de habilidad. Solo eso.
―Abiel, ¿por qué no le muestras? ―Casi abro la boca por la
sorpresa. ¡¿Él?!―. Eres bueno con las cuchillas.
―Cierto ―apoya Anisa, intercambiando una mirada cómplice con
Irina―. Anda, Lena. Inténtalo. Trata de arrebatársela ―termina
arrojándole la cuchilla, que sin problemas sostiene Abiel.
¿Realmente es lo que estoy pensando? ¿Han montado esto a
propósito?
Doy un paso al frente, recogiéndome el pelo en un improvisado
moño alto y despojándome de las zapatillas. Si hubieran sido ellas,
habría usado mi atuendo como pretexto o mis zapatos, pero no
tratándose de él.
―De acuerdo ―dice sin cambiar su expresión.
―De acuerdo ―repito luchando por no mostrar demasiado
entusiasmo.
Mi madre parece más emocionada porque me he decidido, que
no parece notar la incomodidad de Abiel o las risas ocultas de Anisa
e Irina. Pen también parece ajeno a todo esto, aunque mira
interrogante a su mujer. Seguro sospecha algo.
Ladeo el rostro y me estiro un poco, dándole oportunidad a él de
llegar hasta el centro de la sala. Por primera vez me mira a los ojos,
aunque evidentemente no parece muy feliz de tener que hacer esto.
―Sé bueno, Abiel ―masculla Anisa, provocando que sus
hombros se tensen aún más. ¡Qué mala!
Abiel es alto, mi cabeza llega a su hombro, pero no importa. Ser
pequeña puede ser una ventaja.
―¿Listo? ―Me mira con suficiencia. Sonrío de lado.
Me lanzo sobre él, directo sobre sus brazos, pero es demasiado
rápido y yo demasiado evidente. Eleva las manos, creyendo que eso
puede frenarme. Salto, tocando sus muñecas. Su expresión se
descompone, como si lo hubiera herido. Se mueve esquivándome,
pero sé que se trata más que nada de escapar de mi toque. ¡Tonto!
Me hace moverme en círculos, evitándome sin esfuerzo.
Seguramente luzco patética, dando vueltas sin conseguir tocarlo,
pero es solo parte del plan. Espero que esté confiado. Giro sobre
mis pies, él viene justo en mi dirección, pero no me aparto. Me
arrojo contra su pecho, golpeando sus piernas. Consigo derribarlo
sobre la colchoneta. Aprovechando su desconcierto, me coloco
sobre su abdomen. Noto la sorpresa en su cara, así como también
escucho algunas expresiones de sorpresa en quienes nos miran. No
me importa.
Sus manos están sobre su cabeza, resguardando la cuchilla.
Toco su pecho intencionalmente y cierro las piernas sobre su torso,
haciendo que el vestido suba un poco. Eso basta para distraerlo y
arrancarle el objetivo.
―¡La tengo! ―canturreo alegremente, aún sentada sobre él, que
parece tan perplejo.
―¡Vaya! ―exclama Irina, aplaudiendo.
―Muy bien. ―Mi madre me toma de los brazos y me levanta,
como si fuera una niña pequeña. Aunque dudo que esa sea la
razón, se ha dado cuenta hasta ahora de mi aspecto y de dónde me
encontraba. Algo que, visto desde su perspectiva, no es correcto.
Abiel es un hombre y yo una niña. ¡Ajá! Una niñita que ha logrado
alterarlo.
―La tengo ―repito con expresión inocente, cosa que la hace
relajarse, pero no a él, quien se incorpora y sale tan rápido que
apenas veo desaparecer su espalda.
―¿Quieres probar conmigo? ―pregunta Anisa, mirándome
divertida. Ni loca.
―Creo que por hoy es todo ―respondo entregándole la espada a
mi madre, buscando mis zapatos―. Además, voy a Jaim. Nos
vemos más tarde.
Beso la mejilla de mi madre y escapo antes de que Anisa quiera
usarme para descargar su malestar con Pen, aunque tengo la
impresión de que quien lo ha pagado ha sido Abiel. Pobre. ¿Tan
malo ha sido? Me encojo de hombros y me dirijo a la entrada, donde
me espera Neriah, como siempre que programo visitar a mis
abuelos. Solo que hoy tengo un propósito distinto.
Anisa (1)

Observo lo alto del muro. Las enormes y pálidas murallas que nos
rodean. Mi atención se centra en los pocos guardias que custodian,
quienes parecen relajados, incluso bromean entre ellos. Supongo
que se debe a la tranquilidad que se percibe en la ciudad. En otro
momento, estaría reprendiéndolos, pensando que no es algo normal
y que estamos demasiado expuestos, pero no es así. Hace años
que no tenemos nada que requiera nuestra intervención. Los
impuros son algo que incluso la gente de Jaim puede manejar. Está
el par de rubios, Caden, incluso esa chica, Airem. No puedo negar
que echo de menos un poco de adrenalina de los verdaderos
combates, pero es bueno tener un poco de calma.
Diecisiete años han trascurrido desde que destruyeran al último
de los primeros. Tiempo que, para alguien que ha vivido demasiado,
puede parecer cosa de nada. Aunque algunos otros, como esos
pequeños, ahora son casi adultos y están llegando a la edad en que
sus madres tomaron las decisiones que definieron su existencia.
Inmortalidad.
Ambas han sabido cómo llevarlos, pero pronto tendrán que dejar
que elijan por ellos mismos. Eso quiero verlo.
Cruzo las puertas de la bodega, buscando un par de bastones y
espadas para el entrenamiento de hoy. Sí, patético que a eso se han
reducido mis deberes. Pero ver cómo le dan una paliza o dársela yo,
no es tan malo. Tomo los bastones, pero me detengo.
―¿Sabes que en estos momentos deberías estar en otro lugar?
―cuestiono fingiendo severidad, sin volver la mirada.
Lo he sentido acercarse antes de llegar y también cruzar la
puerta. Por mucha agilidad que haya puesto, aún le falta para poder
superar mis sentidos.
―Puede que no me necesiten ―su voz ronca envía un
estremecimiento por toda mi espalda. ¡Joder!
Lentamente me giro en los talones, encontrándolo apoyado en la
puerta. Es evidente que la ha cerrado y no hace falta preguntar el
porqué.
El tipo que tengo delante de mí es el mismo que apareció en mi
habitación hace casi dos décadas, dispuesto a dejar su humanidad.
Luce exactamente igual. Sus hombros anchos, su pecho marcado,
su mandíbula cuadrada, sus labios carnosos. Incluso la manera en
que me mira es idéntica, con ese aire de superioridad, de seguridad
en sí mismo. Sí, eso no ha cambiado nada. Excepto el tono de su
piel, que ahora es más pálido y el color de sus ojos, que tienen un
ligero tono rojizo, como los de un subalterno.
Siempre quise preguntarle por qué declinó la oferta de Bail para
convertirse en un fundador. No esperaba su respuesta: «no quiero
ser más que tú, quiero que seamos iguales; sin diferencias que te
sirvan como excusas para apartarme». Fue algo que me hizo sentir
amada. Creí que al cambiar empeoraría su hermetismo, que
seguiría sin dejarme ver en él. No es así, ahora muestra lo bueno y
malo. Por fortuna, he aprendido a lidiar con ambas partes.
―¿Debo suponer que esperaste a propósito que viniera?
―inquiero fingiendo no saberlo, porque es evidente.
―Quizá. ―Su boca se curva ligeramente, confirmando mis
sospechas. Otra cosa que no ha cambiado es su libido. Esa parece
estar mucho más activa.
―Alguien podría venir y no eres muy silencioso que digamos
―me burlo, segura de que sabe a lo que me refiero. Pero eso solo
hace que su sonrisa se ensanche.
―Si no recuerdo mal, la que más grita eres tú. ―¡Cómo lo odio!
Antes era fácil manejarlo y mandarlo al demonio, pero sabe cómo
provocarme y tenerme. Tal parece que, al igual que todos, comienzo
a volverme blanda.
Su olor, su presencia y ese aire altivo me atraen demasiado,
haciendo casi imposible decirle no. Creí que pronto me cansaría de
él y viceversa, pero no es así. Cada vez que lo pruebo, quiero más,
como si nunca tuviera suficiente.
―Lo que digas. La cosa es que esa puerta no los detendrá.
―Las puertas para los vampiros son como una simple hoja de
papel: han aprendido a medir su fuerza, pero no es algo que dé
garantía.
Sus cejas se elevan ligeramente, como si estuviera tratando de
no reírse.
―Está cerrada y me he asegurado de que en un pequeño rato
nadie más venga aquí abajo. No podrán eschucarte.
Gruño queriendo golpearlo. Sí, puede que no tenga control de mis
acciones cuando hace lo que sabe. Pero él también lleva culpa.
―Además, será algo rápido.
Me apoyo en la pared, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Si será rápido, mejor no comiences ―farfullo fingiendo
desinterés. Incluso alguien como yo, no puede resistirse. La
inmortalidad le ha sentado bien―. No quiero algo rápido. Si vas a
hacerlo, que sea bueno.
Él se ríe. No suelo seguirle el juego, pero hoy estoy de buenas.
―No creo que el tiempo sea un problema. Puedo hacerte gemir
en cuestión de segundos y dejarte satisfecha, lo sabes.
Miro al techo, como si no me impresionara.
―Y yo puedo romperte la cara si no haces lo que te digo.
Levanta las manos en señal de rendición. Sabe que conmigo no
se juega, no bromeo. Antes no podía golpearlo porque era fácil
dejarlo imposibilitado por una larga temporada, pero ahora eso es
distinto. Y algo bueno. Puedo darle palizas sin sentir
remordimientos.
―De acuerdo, será como tú quieras. Solo espero que seas
moderada. Estos muros bloquean el sonido, pero a veces eres tan
ruidosa, que temo que toda la ciudad nos escuche.
Evito responder su provocación, porque sé que es eso lo que
intenta.
Nos movemos al mismo tiempo. La ropa desaparece antes de
que nos alcancemos. Su boca ataca la mía, empujándome contra el
piso. Enrosco mis piernas en su cadera, sintiendo cuan largo y duro
es. Por mí y solo para mí.
Ruedo quedando sobre él, pero no por mucho. Se mueve tan
rápido, hasta que de nuevo lo tengo presionando todo su peso
contra mí. Sus manos tocando en todas partes, deteniéndose en los
lugares correctos. Gimo cuando sus dedos se hunden entre mis
piernas. Una risa brota de su pecho. Es imposible no reaccionar a
su toque.
Con una mano, tiro de su cuello y enredo su lengua con la mía.
Mi otra mano se mueve hacia el sur. Ahora soy yo quien envuelve su
miembro, arrancándole un gruñido salvaje. Bien por mí.
Su boca mordisquea mi cuello con intensidad, obligándome a
hacer lo propio con los labios para no gemir. Está intentando tomar
la ventaja de esto. Y aunque odio ceder el control, debo admitir que
sabe cómo manejarme, cómo hacerme llegar. Así que a veces me
olvido de mi reticencia y me dejo ir. Pero no hoy, quiero molestarle.
Rodamos por el suelo, consiguiendo una fracción de segundo, estar
de nuevo arriba. Muevo las caderas, consiguiendo que su punta
roce mi centro. Ambos jadeamos. Me toma de las caderas y me
hace caer de golpe, hasta que lo tengo dentro.
Maldito. Esto le gusta tanto como a mí y solo por eso está
dejando que me salga con la mía. Muerdo sus labios, consiguiendo
un poco de su sangre. Amaba hacer esto cuando era humano y eso
no ha cambiado: aun cuando su sabor es distinto no deja de ser
placentero.
Me empunta contra la pared, sujetando mis pechos con ambas
manos y empujando con fuerza. Me arqueo, permitiendo que llegue
tan profundo que me hace gritar.
―Te lo dije ―murmura empujando de nuevo. Araño su espalda,
siguiendo el movimiento de sus caderas, arrancándole un gruñido.
¡Oh, sí! Más dentro, más profundo, más placer.
―Maldición ―murmuro perdiendo el control.
―Eso es ―susurra mordiendo mi oído, enviando otra ola de calor
a mi centro.
Acelera el movimiento de sus caderas, sujetando con firmeza las
mías. Somos un solo cuerpo. Golpes duros y certeros, embestidas
salvajes, gruñidos animales que se confunden. Míos o suyos no
importa en este momento. Ese solo es un punto de discusión y es
que siempre que lo hacemos, es como encender una llamarada.
Más intenso, más apasionado y más descontrolado.
Muerdo su hombro, sintiendo cómo me corro mientras su sangre
fluye por mi boca. Un embate más y él se desintegra. Cierra los
ojos, mordiendo sus labios, derramando una pequeña gota de
sangre. Con la punta de la lengua la recojo. Me mira con deseo
renovado. Ciertamente es imposible que esto sea rápido. Es
adictivo, es demasiado irresistible el Jensen vampírico que me
sostiene contra él, como si no deseara dejarme ir nunca.
―Mi turno ―anuncia antes de hundir su rostro en el hueco de mi
cuello. Sus colmillos rasgan mi piel, al tiempo que succiona. Gimo
echando la cabeza atrás, entregándome a él. Me gusta demasiado
que lo haga. Porque demuestra que soy la única de la que bebe, de
la que desea tomar algo más que solo sexo. Presiona su pelvis,
mientras su lengua se arrastra despacio por mi cuello, alcanzando
mi barbilla. Nos miramos un instante antes de que me bese y de
nuevo comience a empujar dentro de mí.
¡Oh, sí!
No puedo decir que no creo en el amor, porque lo hago, lo amo. Y
él a mí.
֍

―¿Realmente nunca podré ganarle? ―cuestiona mientras nos


preparamos para abandonar la sala de entrenamientos. Su frente
está contraída al tiempo que observa cómo Gema intercambia una
sonrisa triunfante con Lena, su hija. Quien, a pesar de no participar
directamente en los combates, suele venir. Curiosamente solo lo
hace cuando viene él.
―Gema es la mejor en cuestión de combate. ―Me encojo de
hombros―. Ni siquiera Uriel puede con ella ―explico intentando
que su ego de macho esté menos herido.
Poco tiempo después de que terminara su etapa de adaptación,
comenzó a entrar y a retarla, con la esperanza, supongo, de poder
vencerle. Pero obviamente no ha podido hacerlo. Después de lo
ocurrido con Alón y el peligro al cual fueron expuestos Mai y sus
hijos, Gema se dedicó a volverse más hábil y rápida. Y habiendo
quien le haga segunda como Irina, Abiel, Uriel y ahora él, ella no
desaprovecha la oportunidad.
―Hace quince años que trato de vencerle ―gruñe echándose la
espada sobre el hombro―. Es demasiado tiempo.
Pongo los ojos en blanco. ¡Hombres! Definitivamente su mente
está saturada de peleas y sexo.
―Te lleva ventaja, ya te lo dije.
―Son solo algunos años. ¿Por qué no puedo igualarla?
Porque no eres un fundador. Decir eso no ayudará, así que solo
lo pienso y me lo reservo.
―Ella lleva la sangre desde el nacimiento. ―Su expresión se
relaja ligeramente―. Pero has superado a Alain y casi alcanzas a
Uriel.
Niega poco convencido. En este tipo de situaciones, compruebo
que sigue siendo un necio. Pero por desgracia o fortuna, es mi
necio.
Dirijo la mirada hacia Gema, notando cómo Lena observa
fijamente a Abiel, quien finge no darse cuenta. Estaba en lo cierto,
ella solo viene por él. Parece que será mi turno de verlo tener
dolores de cabeza. Lena es la niña de sus ojos, de Gema y Armen,
la cuidan demasiado. Mucho más de lo que hacían con Mai. ¿Ya se
habrán dado cuenta de que parece estar interesada? No hay nada
malo con él, pero ya ha tenido una mujer a la cual amó. Sin
embargo, es demasiado tenaz y decidida. Esto será divertido, como
si leyera mis pensamientos: me dedica una mirada molesta y sale
de la sala, dejando una chica suspirando.
Caden (1)

―Buenos días ―saludo cruzando la puerta. Farah levanta la


mano.
―Caden ―dice volviendo rápidamente su mirada hacia el
contenido de la cazuela, mientras agita vigorosamente. Me limpio
las manos y comienzo a poner la mesa―. ¿Cómo va todo?
―Bien. En un par de días comenzamos con la siembra. La tierra
está preparada, lo mismo que las semillas y también me he
encargado de distribuir quién se ocupará de cada cosa.
―¡Qué bárbaro! ―Asiente con una enorme sonrisa―. Sin duda
se te da mejor eso que a mí.
―No es verdad, tío ―replico acostumbrándome a llamarlo de ese
modo. Aunque a veces él me ve como a un hijo, algo que sin duda
aprecio.
―Claro que sí. Ni Knut ni yo lidiamos con la organización tan bien
como lo haces tú.
―Entonces, ¿Pen hacía todo?
Hace años que él se mudó a Cádiz y tuvo que dejar el cargo, no
porque no pudiera llevarlo, sino porque se supone que alguien de
nosotros debía ocuparse. A diferencia de lo que vivieron cuando se
construyó la ciudad, ahora no hay tanta aspereza entre vampiros y
humanos. La muestra más notoria es Neriah, quien sigue viviendo
aquí, junto a su mujer e hijo. Porque Klaus prácticamente lo es.
―La mayor parte ―responde pensativo―. Nos indicaba qué
debíamos hacer y listo. Pero ocuparte de cada cosa es algo más
complejo. Por cierto, ¿viste a Airem? Salió muy temprano y no ha
regresado, pensé que estaba contigo.
Niego moviendo la cabeza.
―Esta semana le toca la guardia, así que debe estar en el muro.
―Gruñe negando. No le gusta y no porque no la crea capaz; creo
que, como todos, tememos más por los impuros que por ella. Es de
armas tomar.
―Esa chica se expone demasiado.
―Hace lo que debe ―interviene Johari cruzando la puerta de la
cocina, mirándolo con desaprobación―. Es la mejor.
Evito mostrar una sonrisa. Aquí vamos de nuevo.
―No digo que no lo sea, pero es una chica…
―¿Y? ¿Eso la deja en desventaja? ―Farah sonríe con dulzura,
pero no ayuda demasiado a contentarla―. Es tu hija, deberías darle
un voto de confianza.
―Lo hago, pero no puedo evitar preocuparme, aún es joven y…
―¡Regresé! ―grita Airem entrando―. ¿Qué? ―pregunta
quitándose la espada, notando el silencio―. ¿Por qué tienen esas
caras?
―Por nada, cariño ―contesta Farah―. La comida está lista.
Son tan particulares, pero es agradable convivir con ellos, desde
que me mudé a Jaim, por decisión propia y porque es algo que me
correspondía. Mi madre no estuvo muy de acuerdo y mi padre me
dio la opción, aunque él confía en mi buen juicio. Del mismo modo
que Josiah ha sido preparado para ocuparse de gobernar Cádiz, yo
lo hago para Jaim. Son dos ciudades distintas, aunque dependen la
una de la otra y por esa razón, mi padre ha querido que seamos
nosotros quienes tomemos el mando. No solo por ser sus hijos, sino
por el lazo que compartimos al ser gemelos.
―¿Qué fue eso? ―murmura Airem mientras nos alejamos de la
entrada de la casa.
―Lo mismo de siempre. ―Me encojo de hombros―. Mi tío se
preocupa por ti. Dijo que saliste muy temprano y no habías
regresado.
―Mi padre exagera ―resopla sacudiendo la cabeza. Ella es tan
testaruda, se parece demasiado a su madre.
―Se preocupa por ti.
―Pero no es necesario. Los impuros son demasiado lentos.
Deben tener mucho tiempo sin beber o algo así. No son algo
interesante.
En eso tiene razón, además de que cada vez son menos
frecuentes. Algo que es bueno. Puede que algún día podamos vivir
fuera de los muros, sin temer por posibles amenazas.
―Podrías encontrarte con uno rápido ―replico intentando
persuadirla.
―Eso siempre espero. ―Obviamente, no funciona.
―¡Hey, chicos!
―Klaus ―respondemos al mismo tiempo. Parece que acabara de
levantarse.
―Se te pegaron las sábanas ―se burla ella, externando mis
pensamientos.
―No, estaba ayudando con el invernadero.
―Aburrido.
―Bueno, no todos somos tan rápidos como tú ―protesta
mirándola con malestar.
―¿Qué puedo decir? ―Se encoge de hombros―. ¿Han visto a
Elise?
―Sí, me estaba ayudando, pero creo que sus hermanos hicieron
de las suyas y tuvo que llevarlos a su casa.
―Ese par hace que las cosas sean divertidas.
―No para mí ―niega Elise, acercándose a donde nos
encontramos. Me dedica una mirada, que rápidamente desvía a
Airem.
―Lo siento. ¿Sabes? Siempre me pregunté qué se sentía tener
hermanos, pero creo que me conformo con Caden ―dice golpeando
mi brazo. Sí, esas son sus muestras de afecto.
―Afortunada ―susurra volviéndome a mirar fugazmente. No sé
por qué hace eso tan seguido.
―¡Hola! ―Todos nos damos la vuelta al escucharla. Lena. Klaus
rápidamente alisándose el pelo. Es raro verla, hoy no es su día de
visita―. Me alegra verlos a todos ―dice mirando a cada uno de
nosotros. Sus ojos deteniéndose en mí―. ¡Quiero invitarlos a comer
mañana! ¿Qué les parece?
―¿En Cádiz? ―pregunta Elise, sorprendida como la mayoría.
―¡Sí! Seremos solo nosotros y Josiah ―dice sosteniéndome la
mirada―. Creo que será bueno que convivamos. ¿Qué dicen?
―Airem me mira interrogante, lo mismo que los demás.
―Claro. Será un gusto.
―¡Perfecto! ―celebra juntando sus manos, con una expresión
sospechosa. Supongo que no se trata solo de nosotros.
Josiah (1)

―¿Puedo saber qué tramas? ―Se vuelve despacio, mirándome


con expresión inocente, pero sus ojos tienen cierto destello de
diversión que la delata. Si no la conociera lo suficiente, diría que de
verdad no comprende mi pregunta.
―¿Qué te hace creer que tramo algo? ―inquiere colocando las
manos en su cintura, arrugando ligeramente la nariz.
―Lena, Lena ―chasqueo la lengua―, hemos estado juntos
prácticamente desde la cuna, imposible no conocerte.
―Pues no lo parece, no tramo nada. Y tampoco sé por qué
Caden ha hecho la misma pregunta.
Dejo escapar una carcajada. Desde luego que lo haría, él también
es bastante astuto para intuir que no se trata de una simple
invitación como le ha hecho creer a todos.
―Por algo será ―mascullo sin dejar el tema.
―Ajá. ―Cruza los brazos sobre el pecho, pretendiendo
mostrarse ofendida―. Ustedes siempre pensado mal de mí. Soy un
amor.
―Sonaste igual que la tía Elina. ―Una enorme sonrisa aparece
en su cara, sin molestarse en desmentir mi afirmación. Sí,
definitivamente pasa demasiado tiempo con ella, quien sigue todas
sus locuras, entre las principales, ir detrás de Abiel―. ¿Piensas
invitarlo a cenar con nosotros? ―pruebo de nuevo, logrando que
ponga los ojos en blanco, pero cierto rubor cubre sus mejillas. Sí
que va por ahí el asunto. Lo que no puedo imaginar es cómo
pretende incluirlo, sinceramente es difícil entender cómo funciona la
mente de ella.
―No ―niega agitando uno de sus dedos―. Y deja de acusarme
de planear cosas. Nunca lo he hecho.
―Cierto ―ironizo―. Nunca lo encerraste en el almacén ni te le
echaste encima.
―Para tu información, habría sido capaz de derribar la puerta de
una patada y lo otro fue parte de la práctica y solo me senté sobre
él.
―Qué causalidad.
―¿Te dije que te ves guapo? ―pregunta tratando de desviar el
tema. Miro mi atuendo, que es menos formal que de costumbre. No
el traje similar al que usa mi padre o el tío Armen, sino un simple
pantalón y una camisa blanca.
―Otro de tus trucos ―farfullo encogiéndome de hombros.
―Nada de eso ―asegura colgándose de mi brazo―. Es solo que
la ropa de Caden es menos… oscura. Recuerda que se trata de
relajarnos y pasarla bien.
―Sí, tomando té y bocadillos.
―¿Ya no te gustan? ―inquiere luciendo verdaderamente
preocupada. Sacudo la cabeza. Es verdad que ahora me atrae más
la sangre que los alimentos humanos, pero tal como lo sugirió Koller,
era algo que pasaría en algún momento. Aunque eso parece
preocupar a mis padres y a Caden.
Lo único que llegará a ocurrir, es que dejaré de envejecer y de
poder ingerir alimentos. Es decir, seré un vampiro completamente.
No me preocupa, he crecido entre ellos y he aprendido sobre el
control para evitar ir tras los humanos.
―Me sentiría menos inquieto si conociera tus planes ―admito
estudiando su cara, que sigue mostrando una imagen ingenua.
―Ninguno.
―Señorita Lena. ―Azura nos mira desde la puerta del pequeño
salón, que ella ha preparado para reunirnos―. Han llegado sus
invitados.
―Que pasen ―responde liberándome, uniendo sus manos en su
pecho, como si de verdad le entusiasmara verlos. Puede que de
verdad así sea. A diferencia de mí, que he visto y experimentado
algunas cosas a través de los ojos de Caden, ella no tiene esa
oportunidad. Y ciertamente, siempre está siguiendo a su madre o las
demás, que no podrían tener el mismo tipo de intereses que una
chica como ella. A pesar de que nunca se haya quejado de eso.
Sus presencias me hacen desviar mi atención de Lena y
concentrarme en la rubia de ojos miel que entra con paso decidido y
aire altivo. Airem. Ha crecido desde la última vez que la vi en
persona.
―Hola ―dice mirando a Lena y luego a mí. Me sostiene la
mirada unos segundos, sin sentirse intimidada como la mayoría de
las personas al ver mi aspecto. No soy un convertido, soy alguien
que nació llevando sangre de vampiro; pero a diferencia de ellos
que son híbridos, el hecho se reflejó en mi aspecto y paulatinamente
se ha hecho más perceptible―. Josiah ―susurra acercándose a mí,
mirándome con detenimiento, como si mentalmente estuviera
haciendo un comparativo con Caden. Probablemente lo haga.
Los bordes de su boca están ligeramente elevados, como si le
divirtiera su escrutinio. A pesar de ser joven, es alta, más que Lena
y su cuerpo tiene curvas un poco más marcadas. Sus manos no son
pálidas y frágiles, tienen marcas y un tono tostado producto de su
constante exposición al sol.
―Airem ―respondo sin demasiado énfasis.
Desvío la atención de ella un segundo, para ver a Elise. Su larga
cabellera castaña está sostenida en una coleta y su vestido pálido y
largo revela poco de su figura. Es casi de la estatura de Lena, pero
un poco más recia. La sangre vampírica que viene de su padre es
mucho menos notoria que en el resto, aunque sus ojos siguen
teniendo un toque de ese particular tono miel. Me dedica una tímida
sonrisa, sin hacer un comparativo como continúa haciéndolo Airem.
―Elise ―saludo elevando mi mano.
―Hola, Josiah ―responde centrando su atención en una
animada Lena, que la arrastra hasta el comedor.
Caden entra detrás de Klaus, que parece sentirse fuera de lugar,
y observa el salón con fascinación.
―Klaus, Caden ―digo sintiendo aun sobre mí, la mirada curiosa
de Airem. ¿Qué le parece tan interesante? Hoy no luzco
especialmente distinto a mi hermano. Su ropa es simple, igual que la
mía.
―¿Qué hay? ―responde Klaus, elevando una mano para que la
golpee. Jamás habría sabido responder a su saludo, de no ser por
Lena.
―¡Klaus! ¡Qué bueno que viniste! ―exclama Lena, olvidándose
de Elise y tomándolo a él del brazo. El rostro del chico cambia de
color y la mira con cierta adoración.
―Sí… bueno… ―tartamudea nerviosamente, sin que la chica
parezca reparar en ello o simplemente que le importe.
―Hola, Lena ―farfulla Caden, entrecerrando los ojos. Se ha
dado cuenta de lo mismo que yo. Ninguno de los demás somos de
su interés, su objetivo es el pobre de Klaus. A quien pretende usar
para sus planes. Debí imaginarlo.
―Hola, Caden ―responde sin soltar a Klaus―. ¿Les parece si
los llevo a dar una vuelta por el lugar? Les encantará ―dice
dirigiéndose a la puerta. Y aquí es en donde comienza su perverso
plan.
―Me gusta la idea ―secunda Airem siguiéndola, pareciendo
finalmente perder el interés en persona. Qué chica tan extraña.
«Solo trata de saber qué nos hace tan especiales y diferentes»,
expresa mentalmente Caden al notar mi mueca.
«Podría ser menos obvia», contesto encogiendo un hombro.
«No pensé que te molestara la atención. Pronto tendrás las
miradas de toda la ciudad sobre ti».
Lo sé, solo que no será del mismo modo que lo ha hecho ella.
«No seré el único», digo con deleite.
―¿No vienen? ―pregunta Elise, la única que ha esperado por
nosotros, o mejor dicho… ¿por Caden? Es a él a quien mira
insistentemente.
Interesante. Aunque parece que él no lo ha notado. Creo que
después de todo, será algo entretenida esta reunión.
―Vamos ―digo golpeando el hombro de mi hermano. Ríe
poniéndose en marcha. Elise sonríe a ambos, aparentemente
disfrutando ver nuestra interacción.
La mayoría piensa que por estar en ciudades diferentes no nos
llevamos bien, pero no podrían estar más equivocados. Existe una
conexión especial entre los dos, de manera que es como si no
hubiera distancia de por medio. Podemos comunicarnos sin
problemas, aunque sea un híbrido.
Durante la siguiente hora, vamos de un lado a otro, detrás de
Lena que lleva consigo a Klaus, quien parece animado por toda la
atención que le proporciona esa pequeña. Airem y Elise charlan un
par de metros por delante de nosotros. Mi hermano no se muestra
demasiado entusiasmado, pero no protesta y yo tampoco.
―Este lugar es enorme ―comenta Klaus admirando la enorme
sala de entrenamientos. La principal.
―Lo es. Aunque no es el único. Hay otros dos salones de
entrenamientos.
―Este es usado por la guardia ―explico justo antes de que la
puerta lateral, que da a la ciudad, se abra y un par de guardias
entren seguidos por Abiel, quien finge no prestar atención, pero que
sin duda repara en el brazo que aferra Lena―. Así que será mejor ir
a otro ―digo señalándoles la puerta. Lo ha hecho a propósito.
―Sí, vamos ―responde satisfecha, pese a que no ha mirado en
dirección de Abiel.
―¿Tú entrenas? ―pregunta Klaus, mirando a Lena. Ella pone
una expresión demasiado risueña.
―No mucho, realmente nada ―dice acompañando su afirmación
con una risilla que parece encantarlo. Pero no así a Abiel, quien, sin
molestarse en disimular, los mira con cara de pocos amigos. Lena lo
ha notado y ahora se pega más a él―. Vamos. También hay armas
en las otras.
―Eso quiero verlo ―murmura Airem, tirando de Elise.
Como si considerara su objetivo cumplido, sale del lugar con
Klaus, sin mirar atrás. Le hago una señal a Caden y los seguimos.
―Entonces ―comienza a decir Airem caminando por la
estancia―, ¿Quiénes usan este lugar? ―pregunta mirando con
interés las espadas y bastones ordenados sobre el estante.
Me apoyo junto a la puerta, limitándome a mirarlos. He estado
muchas veces aquí: era donde entrenábamos de niños con Caden.
Es una cuarta parte del tamaño que tiene el principal, pero bastante
útil cuando se trata de un número pequeño de participantes.
―Mi madre, Pen, Irina, Anisa y a veces Uriel y Abiel ―responde
Lena, encogiéndose de hombros, esforzándose por lucir casual.
Caden toma una de las espadas y la agita delante él. No parece
haber perdido el interés en la práctica y sé que no es así. No porque
quiera competir conmigo, sino porque desea ser capaz de mantener
a salvo a esas personas. De la misma manera en que asumiré el
control de Cádiz, lo hará con Jaim.
La mirada de Airem se posa en mí, mientras una lenta sonrisa
aparece en su rostro.
―¿Tú no entrenas? ―inquiere con aire misterioso.
―Él siempre está ocupado ―responde Lena por mí―. Pero lo
hacía de niño, con Caden y conmigo. Nuestros padres decían que
debíamos aprender.
Eso parece llamar aún más su atención. Tomando una de las
pequeñas cuchillas que hay sobre la mesa, ladea el rostro,
recorriéndome de pies a cabeza.
―¿Quién de los dos es más hábil? ―pregunta sin dejar de
mirarme―. ¿Sabías que soy más rápida que Caden?
Sonrío sin emoción ante su pulla. Esta chica de verdad parece
tener mucha confianza en sí misma. Puede que seamos iguales,
pero al mismo tiempo somos demasiado distintos.
―Yo no haría eso ―advierte mi hermano, negando con la
cabeza―. Josiah siempre fue más rápido y fuerte que yo.
―Cuando eran niños ―recuerda Lena, disfrutando de ponerme
en el centro de atención. Ya me las cobraré, pienso disparándole
una mirada de advertencia. Desde luego que no puede escuchar
mis pensamientos.
―Pero ya no practica y tú lo sigues haciendo, Caden. ―Es claro
que trata de insinuar que no soy rival para ella.
―¿Quieres probar? ―pregunto deseando darle una pequeña
lección.
«No seas demasiado brusco. Es rápida, pero…».
«Lo sé, lo sé. No pensaba ir en serio, solo jugar un poco»,
aseguro ante la preocupación de Caden por la rubia presuntuosa.
«Eso es raro en ti».
Ignoro su comentario aunque está en lo cierto. Nunca caigo en
provocaciones: conozco mis habilidades y el daño que podría
causar. Pero en este momento es solo ver de qué está hecha esta
chica. Además, si le hiciera daño, cosa que no pasará, mis padres
estarían disgustados.
Avanzo hacia el centro, al mismo tiempo que lo hace ella. No se
amilana ni retrocede. Su mirada engreída despierta mis ganas por
ponerla en ridículo, a pesar de ser una chica, una muy guapa. ¿Qué
demonios? ¿De dónde ha salido eso? ¿De verdad me parece
guapa?
―¿Listo? ―pregunta sin darme oportunidad de responder.
Golpea, logrando alcanzar la manga de mi camisa, rasgándola. Ríe
ante mi expresión de sorpresa―. Sí que eres más rápido ―se mofa,
preparándose para el siguiente ataque.
Todos reprimen las ganas de reír. A mi costa. Muy mal.
―De acuerdo ―apenas termino la frase, he logrado hacerme del
cuchillo que sostenía. Eso no la sorprende y lanza un golpe a mi
nariz, que me descoloca.
―Y fuerte.
Lena ríe, lo mismo que Klaus, mientras que Elise mantiene las
manos en la boca, logrando no reír. Creo que ella me cae bien.
Caden sacude la cabeza, evidentemente no de acuerdo con mi
respuesta.
Arrojo la cuchilla hacia él, que, ladeando un poco la cabeza, lo
esquiva sin inmutarse.
«Idiota».
―Buscaré algo de comer ―dice saliendo, seguido por Elise.
Lena le susurra algo a Klaus y también se van. Pero tengo la
impresión de que no detrás de los dos primeros. Su puño golpea mi
barbilla, logrando causar un poco de malestar y que dé un paso
atrás.
―No te descuides.
La miro a los ojos y ahora soy yo quien va detrás de ella. No para
lastimarla, sino para amedrentarla. La dejo escapar un par de veces
antes de tener su espalda contra la colchoneta y mi brazo en su
garganta.
―¿Suficiente o debo destruir este lugar? ―digo con algo de
orgullo, esperando persuadirla.
―Así que es verdad que puedes mover la tierra como tu padre
―comenta retirando mi mano, que no tiene demasiada presión. Me
limito a encogerme y tenderle una mano, para que se incorpore―.
Interesante ―susurra aceptándola y volviendo a recorrerme de pies
a cabeza. Creo que ha tenido el efecto contrario.
Lena (3)

―¿Klaus? ―pregunta Josiah, tumbado tranquilamente en mi


sillón azul. Estamos solos en mi cuarto, por eso parece tan relajado,
los demás aún no regresan. Se supone que saldrían para darnos un
poco de intimidad.
Dejo de cepillar mi pelo y me giro hacia él.
―Eso creo ―respondo encogiéndome de hombros. Hasta hoy
que hemos hablado más que un saludo y nos quedamos solos, me
di cuenta de que es bastante apuesto. Es alto, aunque no tanto
como Josiah y Caden. Su pelo es oscuro, un poco rizado y largo.
―Mentirosa.
Gruño poniéndole mala cara.
―Hoy te la has pasado acusándome de cosas que no son verdad
y ahora me dices mentirosa. ¿Sabes que podría lograr que te
castiguen? ―Es un poco infantil, pero necesito desvanecer sus
sospechas. Tal como dijo, llevamos juntos desde bebés, me conoce
bastante y en este tipo de cosas no es tan conveniente. No porque
no confíe en él, sino porque de ahí se puede tomar para
molestarme.
―No somos niños, Lena. Y por si lo olvidaste, quien te hacía
llorar era Caden, no yo.
―Lo que sea.
―Hablo en serio, Lena. No deberías usarlo, parece que de
verdad le gustas.
Suspiro, subiendo mis pies al banquillo, de manera que termino
sentada sobre ellos.
―Me di cuenta.
―¿Y aun así piensas utilizarlo? ―La idea parece disgustarlo
bastante―. Eso se llama jugar con los sentimientos de los demás.
Al tío Armen no le gustará.
―Tampoco a mi madre. ―Posiblemente a ella menos que a
nadie.
―Entonces…
―Entonces, puede que vaya en serio con él. ―Se incorpora,
atónito. Yo estoy un poco sorprendida también, por la seguridad que
mis palabras trasmitieron.
―¿Y Abiel? ―Sonrío divertida porque lo mencione. Imposible
olvidarme de él, pero ya que lo otro no pareció funcionar, quizá
dándole pequeños piques reaccione. Todos reaccionan a estímulos
como la pérdida o el orgullo.
―A él no le intereso y, como has dicho, a Klaus le gusto. Es lindo
conmigo.
―Yo no diría eso.
―¿Qué? Fue bueno…
―Me refiero a lo primero. Abiel no les quitó los ojos de encima.
―¿En serio? ―Pensé que había visto lo que quería y que como
siempre me estaba ignorando. Me ha evitado desde ese intento de
entrenamiento.
―Sí. Yo diría que parecía molesto porque aferraras su brazo.
―Amo a Josiah porque siempre es directo, como mi tío Edin. Y justo
por eso he dicho que sí, aunque sé que no veo de ese modo a
Klaus.
Reprimo las ganas de sonreír. Porque estaría admitiendo que
solo usé a Klaus, puede que un poquito, pero en ningún momento
insinué algo más. No puede decirse que lo ilusioné.
―Uhm. Sin embargo, Klaus es solo dos años mayor que yo.
―Tres ―corrige sin dejar su expresión confusa. Pensé que no le
gustaba Abiel, por eso siempre le decía viejito.
―No son tantos como los cientos que me lleva Abiel.
―Casi me convences ―dice sacudiendo la cabeza. Estaba
tomándome el pelo y yo que pensé que lo había engañado―. Pero
te conozco.
―Siempre me das por mi lado.
―No te gusta. Así que no alimentes sus esperanzas o solo harás
que sufra.
―Pensé que no te caía bien.
―Tú siempre crees cosas, Lena. Pero eso no significa que estés
en lo correcto ―dice volviendo a ser el mismo de siempre.
―¿Cómo que Airem te dio una golpiza? ―Resopla. ¡Ajá! Eso no
le gustó―. Ella dijo…
―Lo hizo, pero solo porque lo permití. Es rápida, pero no más
que yo.
―Lo que sea. ¿Sabías que persigue y caza impuros?
―¿Qué?
―¿No lo sabías? ―pregunto disfrutando de su sorpresa―.
Siempre sale de Jaim y da recorridos a los alrededores hasta la
cascada, cuando está de guardia.
―¿Es guardia de Jaim?
―Sí, ¿de verdad no sabías? ¿Por qué crees que dijo que supera
a Caden?
―Es una chica… y Caden es codescendiente.
―¿Y qué? Te golpeó. ―Niega dirigiéndose a la puerta―. ¡Admite
que te golpeó!
―Admite que no vas en serio con Klaus. ―Mira por encima del
hombro, pero solo me encojo de hombros.
―¿Quién sabe?
―Ay, Lena.
Y con esa frase se marcha, dejándome en qué pensar. La tía
Elina dijo que no debería presionarlo, pero ha dicho tantas cosas
que ya no sé. Lo que sí, es que cada vez me convenzo más de que
Abiel no es tan indiferente como se esfuerza en demostrar. Ahora
debo decidir por dónde atacarlo.
Mai (1)

―¿Puedo saber por qué sonríes? ―Me encojo de hombros,


amando la imagen que proyecta, sentado junto al ventanal. Sigue
siendo el mismo vampiro del que me enamoré, excepto por el afecto
que sus ojos transmiten.
―¿Por lo afortunada que soy? ―Eleva una ceja, ladeando
ligeramente el rostro.
―¿Es esa una pregunta? ―Rompo la seriedad que me esforzaba
en mostrar y en un parpadeo estoy sentada sobre sus piernas,
mirando de cerca ese par de ojos carmín que tanto me gustan.
―Soy muy afortunada ―afirmo ahora, bordeando sus labios con
las yemas de mis dedos. La sensación de su piel y la mirada que me
dirige provocan muchas sensaciones que no puedo describir. Gema
e Irina tenían razón en decir que cambiar no significa que dejarás de
sentir, porque es todo lo contrario. Cada sentido se agudiza, todo es
más intenso y vívido, por decirlo de alguna manera―. Te amo
―susurro en su oído, consiguiendo que sonría.
―Solía preguntarme si hice lo correcto ―murmura, sus brazos
envolviendo mi cuerpo―. Pero me basta verte y verlos a ellos para
saber la respuesta.
―Soy muy feliz. Lo sabes. ―Desde luego que no fue fácil el
cambio, no porque no estuviera resuelta, sino porque en ese periodo
de tiempo no pude ver a mis pequeños. Y debía soportar la sed.
―Sí, pero me gusta cuando me lo haces saber.
Siempre tan considerado. Me inclino depositando un beso sobre
sus labios.
―Lo haré siempre ―prometo besándolo brevemente de nuevo―.
Ahora dime, ¿qué capta tu interés? ―Se encoge de hombros.
―Creo que la pequeña hija de Gema no deja de tramar cosas.
―¿Lo dices por la cena?
―Sí y, hablando de eso, sospecho que tú no solo lo oíste por
casualidad. ―Mi turno para encogerme de hombros.
―Me pidió ayuda. Y antes de que lo digas, no es una distracción
para Josiah, todo lo contrario. Ellos son de los más jóvenes en la
ciudad, no conviven con muchos de su edad y creo que puede ser
malo.
―¿Malo?
―Sí. Sentirse solos, perderse parte de su desarrollo. Ya sabes.
―Lo único que sé, es que amo tu afán de querer ayudar a todos.
Eso no ha cambiado.
―Hay muchas otras cosas que no han cambiado ―aseguro
clavando un dedo en su mejilla, logrando hacerlo reír.
―Oh, sí que lo sé.
―No seas demasiado duro con ellos. Saben sus
responsabilidades y están resueltos a cumplirlas, por lo que
considero que antes deben poder relajarse un poco.
―Tú nunca lo hiciste. Desde que recuerdo, siempre tratabas de
ayudar a los demás. Incluso a cierto vampiro gruñón.
―Sí, eso fue lo más difícil de todo. Porque siempre me soltaba
comentarios que me dejaban aturdida.
―¿En serio? ―pregunta con interés, pegándome otro poco a él.
―Sí, como cuando me propuso vivir con él o dejar que me tocara.
―Debió ser aterrador.
―Un poco, pero ¿te digo un secreto? ―Asiente con un
movimiento de cabeza, así que llevo mi boca a su oído―. En ese
momento, solo pensaba que quería que me volviera a besar.
―¡¿De verdad?! ―Me mira confundido. Seguro que él creía que
le temía, pero ese beso fue el inicio de todo. Agitó mi corazón y todo
mi mundo. Ahora que lo pienso, puede que fuera algo decisivo para
que aceptara ayudarlo.
―Sí. ¿Es eso malo? ―inquiero inocentemente.
―Un poco, porque no me enteré en ese momento. ―Tira de mi
nuca, encontrando mi boca.
―Tengo una idea ―murmuro sin dejar de besarlo.
―Te escucho.
―¿Por qué no organizamos una cena con todos? ―Se detiene,
mirándome inquisitivo―. Me refiero a los del grupo, a los más
cercanos.
―¿Algo como lo que ha organizado Lena?
―Más o menos, podemos incluirlos a ellos. Hace mucho que no
nos reunimos sin un propósito particular. Sería bueno. ―Parece
pensarlo―. No creo que Abiel quiera lastimar a Johari.
―No es eso lo que me preocupa ―aclara sacudiendo la
cabeza―. Como has dicho, Abiel ha dejado el asunto por la paz
ahora que ella es la mujer de Farah. Nunca iría en contra de uno de
nosotros, lo que pasó, no estuvo bien, pero en ese momento ella
amenazaba la seguridad de las ciudades.
―Lo siento, todos lo hacemos.
―Será un tumulto, pero si es lo que quieres… No puedo negarte
nada. ―Sonrío.
―Podemos hacerlo en unas semanas, ¿te parece?
―Sí. Lo que quieras.
Elise (1)

―Lo siento, de verdad lo siento ―me disculpo, completamente


avergonzada, evitando mirarlos a la cara―. Lo lamento. ―Sé que
debería decir que no volverá a ocurrir, pero eso es imposible de
prometer.
Los he tomado de los brazos y tiro de ellos, alejándolos de ahí. A
pesar de que me esfuerzo para que mis piernas se muevan lo más
rápido posible, sigo escuchando cómo su mujer continúa con las
quejas, sobre el poco control que tengo sobre ellos y el peligro que
son para todos en la ciudad. No podría estar más de acuerdo.
―Eli…
―No digan una palabra ―digo entre dientes mirándolos molesta,
sin dejar de arrastrarlos conmigo. ¿Por qué no pueden ser unos
niños buenos?
Abro la puerta de la casa con el pie, agradeciendo mentalmente
que la han dejado sin bloquear, y los empujo. Ambos ponen los ojos
en blanco e intercambian miradas, burlándose, como si lo que han
hecho fuera una cosa de la cual estar orgullosos.
Avanzo dando pisadas fuertes, mientras escucho sus risas
burlonas detrás de mí. ¡Son imposibles!
―¡Papá! ―grito apenas cruzo la puerta de la cocina,
encontrándome con una escena que me sé de memoria y que
aunque no debería sorprenderme, sigue haciéndolo después de
tanto tiempo―. ¡Papá! ―Vuelvo a gritar, al ver que no hace intento
de dejar de meterle mano a mi madre, que está de espaldas,
apoyada en la mesa, con las manos manchadas de salsa.
―¡Elise está loca! ¡No le hagan caso! ―dice Gavin desde la sala.
¡Será…! Vuelvo el rostro tratando de parecer amenazante, pero de
nuevo se ríe. Es inútil, no sirvo para intimidar a nadie. ¡Qué
desesperación!
―¿Qué hicieron ahora? ―pregunta mi madre, logrando escapar
de las manos inquietas de mi padre, que no parece dispuesto a
darse por vencido. Viendo las cosas de este punto, me doy cuenta
de dónde han sacado esas mañas.
―Pusieron una calabaza en la puerta del invernadero y le cayó
en la cabeza al señor Denur... ¡Papá! ―me quejo cuando comienza
a reírse, haciéndoles señas a mis hermanos, las cuales son todo
menos reproches.
―No era para él, pero fue el primero que salió ―explica Mael,
poniendo cara de niño bueno, que ni él solo se lo cree.
―No importa para quién era, estuvo mal e hicieron un desastre
―debato inútilmente, porque siempre sus travesuras parecen
divertir a mi padre y mi madre, solo finge llamarles la atención,
porque no se lo toman en cuenta.
―Tendrán que pedirle disculpas ―dice mi padre, aclarándose la
garganta, para no reír de nuevo―. Eso no estuvo bien, niños,
pero… ¿Se vio gracioso?
―¡Papá! ―protesto mirándole molesta.
―¡Knut! ―exclama mamá, logrando que deje de celebrar su
fechoría―. Niños, vayan a darse un baño.
Encantados salen, en medio de risas y cuchicheos. ¡Ash! No sé ni
para qué me desgasto, porque lo dicho, nunca les llaman la atención
de verdad. Así que ellos seguirán haciendo de las suyas, dejando
que sea yo quien dé la cara y reciba las quejas.
―Son solo niños.
―Sí y, al paso que van, no quiero pensar cuando sean mayores
―gruño cruzándome de brazos―. Todo el mundo se queja.
―Pues a mí no me han dicho nada. ―Pongo los ojos en
blanco―. De verdad que no.
―Nunca los castigan.
―A ti nunca te castigamos.
―¡¿Qué?! ―Lo miro sorprendida―. Yo no me metía con los
demás, no les jugaba travesuras como lo hacen ellos.
Él solo se encoge de hombros, probando con el dedo la salsa que
está preparando mi madre, quien le da un buen golpe, aunque eso
solo lo hace reír.
―No te preocupes, hija. El castigo es que no irán a Cádiz.
―¡Cierto! La cena que ha organizado la madre de Caden y Josiah.
―¿Por qué no? ―pregunta papá, escapando de otra reprimenda
de ella―. Sería divertido, conozco a algunos que deberían conocer
a mis hijos.
―No, Knut ―niega logrando darle otro guantazo―. Ya hablé con
Kassia, ha aceptado quedarse con ellos.
―¿Ellos no irán? ―Creía que sí. Aunque hoy no fue a trabajar.
―No, está un poco enferma de la gripe.
―¿Y si le hacen travesuras?
―Josef también les cuidará. Y hablaré con ellos para que sean
buenos. Se comportarán o tendrán que ayudar a tu padre con el
nuevo granero.
―Pero, esposita…
―Nada, Knut. Ahora ayúdame aquí y deja de meter la mano.
―Pero…
No me siento aliviada, eso les dará fuerza y en unos días estarán
de nuevo haciendo de las suyas. Aunque sin duda ese par en Cádiz
sería terrible. Salgo antes de que mi padre vuelva a hacerle
arrumacos a mi madre. Debería estar acostumbrada, porque sigue
siendo su adoración y lo hace cada que tiene oportunidad, pero eso
me hace sentir rara. A ese par no le importa, siempre que les ven,
hacen sonidos de arcadas o abucheos. Sin duda son una réplica
descarada de papá.
Lena (4)

Sentada en el borde de la ventana, observo cómo terminan de


arreglar el comedor principal, colocando una de las mejores vajillas
y candelabros antiguos, dándole un aspecto mucho más místico.
Este lugar sigue pareciéndome impresionante, a pesar de que en
ocasiones se me antoja demasiado vacío. La mayoría de los
sirvientes solo hacen acto de presencia cuando se les requiere. Y
siendo tan grande, no hay muchos ruidos que acompañen la
atmósfera. Sumado a que todos son tan silenciosos, la única que es
perceptible al caminar o moverse soy yo, porque ni siquiera Josiah.
Se trata de una cena íntima, pero no deja de emocionar a todos y
es que no hay mucha novedad últimamente. Ni para ellos ni
tampoco para mí. Abiel se ha mantenido fuera de mi alcance,
siguiendo al tío Edin al edificio del Consejo o a la clínica con Josiah,
o lo que es aún peor, después de tantos años de servir aquí, ha
aceptado retomar las guardias en el muro. Comienzo a creer que lo
que dijo ese tonto fue mentira y que ni siquiera le importó verme con
Klaus. Ojalá que viniera esta noche, él me hace reír, pero no es así.
Ciertamente la relación con Cali y Neriah es buena, pero no son
demasiado cercanos. Y en palabras de la tía Irina, es una reunión
de viejos camaradas.
―¿Pasa algo? ―Miro a la tía Elina entrar, vistiendo un hermoso y
pegado vestido azul oscuro y su melena rubia ondulada. Con ese
aspecto tan elegante, luce un poco mayor que cuando no usa nada
de maquillaje y viste ropa informal. De lo que no hay duda es su
belleza.
―No ―niego balanceando ligeramente los pies. Chasquea la
lengua, apoyándose a mi lado, dando indicaciones con el
pensamiento a Azura y las demás. Nunca sé lo que dicen, pero he
aprendido a detectar cuando lo hacen.
―Pensé que estarías emocionada. ―No puedo evitar mirarla,
extrañada ante su comentario―. Abiel también estará presente.
―¡¿Qué?! ―Eso… Daba por hecho que no. ¿Por qué nadie me
lo dijo?
―¿No lo sabías? ―pregunta risueña, divertida ante mi poca
discreción. Soy mala para ocultar mis emociones, sí, pero… Si me
gusta algo, ¿por qué tengo que esconderlo o fingir que no es así?
―No lo sabía. ―Sonríe misteriosa y aprieta ligeramente mi brazo,
dándome una señal de que debería aprovechar la oportunidad.
Cosa que sinceramente no creo que sea posible―. Pero…
―Estarán todos, lo sé ―asiente, su sonrisa creciendo como si lo
estuviera imaginando― y puede que justamente eso los distraiga.
Resoplo encogiéndome de hombros. Son vampiros, difícilmente
se les escapa algo. Pueden estar conversando y escuchando las
pláticas de otras personas o siguiéndole la pista a alguien. No se
diga mi padre o el tío Edin que todo lo sabe, sin necesidad de estar
presente.
―No lo creo.
―Puedes intentarlo, yo te ayudaré.
―¿Sabes, tía? No funcionó lo de Klaus.
―¿Y qué? ―Se encoge de hombros―. Seguro esta noche verá
lo bonita que te ves y caerá rendido. ―Repaso mi vestido amarillo
pálido, que parece de una muñeca o una niña y no de una mujer,
como el suyo.
Nunca antes pensé en eso, pero viéndola a ella y a la tía Mai, que
también se ha arreglado muy linda para esta noche, me doy cuenta
de por qué para Abiel solo soy una niña mimada y caprichosa que
va detrás de él.
Y justo por esa razón no he ido detrás de él en estas semanas,
como ella me había aconsejado.
―Relájate ―murmura dando un golpecito en mi rodilla, tirando de
mi brazo para que me ponga de pie―. Como te dije, a veces los
hombres son un poco duros y tontos, puede que muy tontos, pero
ninguno se resiste al encanto de una mujer.
―Pues mientras otras no vayan detrás de él.
Ríe ante la sinceridad de mis palabras.
―Te puedo asegurar que no. ―Engancha su brazo con el mío,
conduciéndome por el pasillo rumbo a la sala principal―. Él siempre
ha sido muy serio y… puede que un poco intimidante. Es el jefe de
la guardia, impone respeto, por eso nadie le ha echado el ojo.
―No parece intimidante. Me gusta su mirada.
Ríe disimuladamente. Es verdad que puede no ser el más guapo,
pero ¿a quién le importa? Me gusta.
―Bueno… ¿Qué te digo? Cada quien sus gustos.
―Exacto ―concuerdo guardando silencio cuando entramos en la
sala, donde se encuentran mis padres acompañados por mis tíos y
Josiah, quien luce tan elegante como siempre.
Tía Elina me suelta, reuniéndose con Alain, que espera por ella
sentado en uno de los sillones, donde conversa animadamente con
Pen. Ellos eran amigos y aunque se distanciaron cuando Alain se
convirtió, ahora han vuelto a ser unidos.
Me acerco a mis padres, quienes me sonríen con dulzura.
Recorro con la mirada a todos. Lucen muy guapos.
―Están llegando ―informa mi tío Edin, sin soltar a su mujer,
quien le dedica una cálida sonrisa. Lo dicho, son adorables.
Dejo de mirarlos cuando Josiah tira de mi brazo, apartándome de
ellos.
―¿Qué has planeado para esta noche? ―Lo miro, molesta. ¿En
qué momento lo haría si acabo de saber que estaría presente?―.
¿Qué?
―No me dijiste que venía ―gruño señalando mi atuendo―. Mira
cómo me he vestido.
―Eres demasiado despistada, Lena.
―Y tú demasiado… ―Guardo silencio, cuando sus voces llegan
desde el pasillo.
Todos miramos hacia la puerta. Los primeros en entrar son el
señor Bail y Jim, uno de sus escoltas; seguidos por el tío Farah y
Johari, Knut y Dena, junto a Airem, Elise y Caden. Unos pasos
detrás de ellos, Uriel e Irina y, por último, Anisa y Abiel, quien para
variar, ni siquiera me nota.
Lo que me hace perder la sonrisa y los ánimos. Josiah me da una
palmadita en la espalda, pero niego. Por esta noche simplemente lo
ignoraré también. ¿Cree que soy alguna clase de acosadora o qué?
¿Por qué me tiene tanto miedo? ¡Tonto!
―Saludemos ―dice conduciéndome hacia donde intercambian
frases.
Los conozco a todos, al menos de vista o de un par de charlas.
Aunque es la primera vez que los veo reunidos y es algo digno de
apreciar. Vampiros e híbridos. Padres e hijos.
Sin embargo, resulta un poco extraño cómo ellos siguen luciendo
exactamente iguales y nosotros poco a poco nos acercamos a sus
edades. Nunca antes pensé en eso, pero es algo inevitable. A
diferencia de Josiah, que probablemente llegará un momento en que
dejará de envejecer, el resto de nosotros lo haremos y la mayoría de
nuestros padres no. No me puedo imaginar siendo una viejita y ellos
tan jóvenes. Raro.
―¿Todo bien? ―pregunta Caden, rodeando mis hombros con su
brazo. Le respondo con una sonrisa, abrazándome a su cintura.
Amo a este par de bobos, son como mis hermanos y es como si
siempre se dieran cuenta cuando me siento fuera de lugar y tratan
de hacerme encajar.
Es tonto, pero a veces tengo la impresión de que no soy parte de
ellos.
―Te bañaste ―bromeo olisqueando su camisa, cosa que lo hace
reír y apretujarme contra él.
―Para ti.
Como no todos se alimentan con comida de verdad, primero han
decidido que conversemos en una de las salas, donde se han
acondicionado más lugares que los de costumbre.
Y mientras ellos charlan sobre el pasado y las viejas ciudades,
nosotros salimos. Me cuesta demasiado no mirarlo, ya que se
encuentra apoyado junto a la puerta, en su típica pose de vigilancia,
pero lo hago. Me concentro en picarle las costillas a Caden y darle
puntapiés a Josiah, que solo sacude la cabeza y soporta mis
tonterías.
―¿Y bien?
―¿Qué? ―pregunto mirando confundida a Caden, que no se ha
apartado de mí.
―No has respondido mi pregunta. Hoy pareces triste.
―No. Solo… ―Me encojo de hombros, mirando de reojo cómo
Josiah y Airem comienzan a montar otra de sus peleas para probar
quién es mejor―. Creo que estoy algo cansada. ¿Te conté que
ahora mi madre me hace entrenar con ella?
―No, no lo sabía. ―Eso parece funcionar.
―Pues sí, después de que lo hice bien, se le ha metido en la
cabeza que puedo aprender otras cosas. ―No es una mentira,
aunque no es realmente el motivo. Pero tampoco quiero que se
preocupe, porque ni yo misma tengo idea de lo que me pasa.
Elise se acerca, mirándome con disculpa, cosa que no entiendo
muy bien.
―Ellos quieren pelear de nuevo ―comenta encogiéndose de
hombros, mirando hacia donde se dirigen.
―¿Tampoco te gusta pelear? ―Sacude la cabeza―. Ya somos
dos. ―Sonríe, relajándose.
―Iré por algo de tomar ―digo tratando de escapar de la mirada
inquisitiva que Caden mantiene sobre mí. ¿Qué puedo decirle,
cuando no sé?
Con paso lento avanzo por el pasillo, regresando a la sala. Quizá
debería retirarme, aunque eso seguro les preocuparía más. Suspiro,
percibiendo sus voces.
―…pienso que serviría para arreglar las cosas, de esa manera
ninguno se sentiría incómodo. ―Me detengo no entendiendo muy
bien el comentario de mi tío Edin.
―No soy yo quien debe disculparlo ―responde el tío Farah―. En
su momento entendimos que fue parte de sus deberes, pero tienen
que admitir que se les pasó la mano.
―Ciertamente. Y por eso deberían igualar las cosas. ¿Qué dices,
Abiel?
¿Abiel? ¿De qué están hablando? Lentamente doy un par de
pasos al frente, ninguno mira hacia la puerta y parecen tan
concentrados en su conversación que no se han percatado de mi
presencia.
Abiel avanza hacia el centro de la sala, sus manos a sus
costados y su expresión seria.
―Adelante ―dice mirando a la madre de Airem. No me gusta lo
que esto parece. ¿Piensan pelear? ¿No era esto una cena para
convivir?
Johari luciendo decidida, se pone de pie y se dirige hacia él,
quien no se mueve ni parece tener intención de defenderse. Aunque
no sé demasiado, puedo leer lo que hará. ¡Va a golpearlo!
Abiel (1)

«¿De verdad es necesario hacer esto?», pregunta la señora Mai,


mirándome preocupada. «Definitivamente». Aunque no muchos lo
expresen, es evidente que lo ocurrido con ella, sigue siendo motivo
de incomodidad y tensión. Ha estado alerta toda la noche,
dirigiéndome miradas molestas. Ahora entiendo el propósito de mi
presencia en esta cena: limar asperezas. De la misma manera en
que permitió que Farah lo golpeara aquella vez. Ahora es mi turno y
he de aceptar que lo merezco.
En aquel momento no solo hice lo que debía, deseaba cobrar la
vida de Irvin y todo lo que los suyos habían hecho.
Le sostengo la mirada, viendo cómo empuña las manos y se
prepara para atacar.
―De acuerdo ―dice levantando el brazo. Me preparo para
recibirlo, pero… su pequeña figura se interpone entre los dos.
―¡Lena! ―gritan varias voces alteradas, mientras sillas y vasos
golpean el piso.
Sus manos han contenido el puño de Johari, bloqueando su
ataque.
―¡No te atrevas a golpearlo! ―gruñe, mirándola furiosa. La
empuja y logra que retroceda. Todos se han puesto de pie, listos
para intervenir. La tensión es palpable. Esto no está bien.
―No. ―Rodeo su cintura, obligándola a mantenerse quieta.
¿Qué demonios pretende provocándola?
Me alivia ver que Johari no hace intento de atacarla, la mira
elevando una ceja, como si le divirtiera su osadía.
«Sácala de aquí». No lo pienso. La tomo en brazos y salgo tan
rápido como puedo, sin estar seguro de a dónde dirigirme. Termino
en una de las terrazas de la parte trasera del edificio, lo suficiente
lejos para que los demás no escuchen sus protestas.
La dejo en el piso y doy un par de pasos atrás.
―¿Estás bien? ―pregunta, sus pequeños ojos mirándome
angustiados. Suspiro pasándome la mano por el rostro.
―¡¿Qué demonios te pasa?! ¿Eres consciente de lo que
estuviste a punto de provocar? ―pregunto con demasiada
brusquedad, logrando que su mirada se cristalice. ¡Maldición! No
debo hacerla llorar.
―Yo… ―Sacude la cabeza, desviando la mirada―. ¡Iba a
pegarte! ¿Qué querías que hiciera?
―Nada. La idea era que me pegara.
―¿Qué? ¡¿Por qué?!
Ahora soy yo quien mueve la cabeza, exasperado un poco.
Nunca pensé que intervendría. Se supone que, por acuerdo mutuo,
muchas cosas sucedidas años atrás no son de su conocimiento.
―¡Y no digas que era parte del entrenamiento porque no lo era!
―Cosas de mayores.
Abre la boca, pero la cierra de nuevo. Golpea el piso con el pie y
se aleja hasta apoyarse en la barandilla. Entiendo cuánto le molesta
que la trate así, pero no puede ser de otra manera. Si soy amable
con ella, sería darle esperanzas. Eso no puede suceder.
―Entonces… ―Se vuelve, mirándome con expresión molesta―.
¿Qué se supone que estuve a punto de causar? ―inquiere
elevando una ceja, un fallido intento de imitar uno de mis gestos.
Esta chica es demasiado de todo.
―Si no fuera por el señor Regan, tu madre habría golpeado a
Johari. Farah no lo hubiera permitido y tu padre se habría
enfrentado a su propio hermano con tal de mantener a salvo a su
mujer y a ti. ¿Debo ser más concreto?
Contrae los labios, entendiendo lo que quiero decir. Desde luego
que lo hace, aunque muchas veces finge ignorancia e inocencia, es
demasiado inteligente para su propio bien y para el mío por fortuna.
Y ha sido mala idea traerla aquí.
―No pretendía eso ―masculla pareciendo avergonzada―. Y la
próxima vez que quieras ser golpeado ―hace una pausa
mirándome a los ojos― prometo no intervenir...
Asiento.
―Eso está bien.
Le sostengo la mirada, sin poder leer su rostro. Reparo en cómo
frota sus manos. ¡Mierda! Probablemente está herida. Me acerco sin
titubear y sujeto sus manos.
―¿Te duele? ―Su piel tiene un tono rojizo y palpita, pero no
parece que haya alguna fractura. Levanto el rostro al no obtener
respuesta de su parte. Sus pupilas están dilatadas, su corazón late
deprisa y pareciera no estar respirando. Tarde me doy cuenta de lo
que ocurre.
Sus brazos rodean mi cuello y sus labios se posan sobre los
míos. Me quedo quieto, sin saber qué hacer, pero sosteniéndola. Se
ha puesto de puntas para alcanzar mi rostro y aunque es algo
ridículo, me sorprende su persistencia.
Sujeto su cintura intentando apartarla, pero su lengua toca mis
labios, haciéndome gemir. Aprovecha mi descuido y pega su cuerpo
al mío. Estúpidamente tiro de ella, besándola de verdad. Su beso es
torpe, pero no tarda en seguir mi ritmo. Su lengua busca y se enreda
con la mía. Mis manos bajan por su espalda, elevándola
ligeramente. Sabe tan bien, dulce y tibia. Su olor es agradable y su
corazón late demasiado deprisa.
―Lena ―murmuro cuando sus dedos se hunden en mi pelo.
Muerdo su boca y ella jadea sonoramente, nublando mis
pensamientos. No debería estar haciendo esto, pero ella es
simplemente bella, frágil y delicada. Y me vuelve loco…
¡Mierda!
Me aparto de golpe, al sentirlos acercarse. La sostengo,
manteniendo cierta distancia entre nuestros cuerpos. Aún tiene los
ojos cerrados, sus labios están hinchados y respira con dificultad.
―¡Increíble! ―suspira apoyando la cabeza en mi pecho. No
puedo alejarla por temor a que se caiga, aunque no sea correcto.
Levanta la cabeza, percatándose de que su madre se aproxima.
Sacude la cabeza y me da la espalda, pero logro ver la pequeña
sonrisa que se dibuja en sus labios.
―¡Lena! ―Gema entra pasando de mí, tocando a su hija, quien
la mira con una tímida sonrisa―. ¿Estás bien?
―Sí, sí. Lo siento, solo… ―Ella la estrecha en sus brazos,
cortando sus palabras.
―Lo importante es que estás bien.
No parece haberse dado cuenta de lo que pasó entre los dos. Y
espero que no lo hayan hecho. Se supone que me mantendría
alejado de ella.
―Puedo disculparme si quieren. No sabía que era una especie
de entrenamiento. ―Ambos me miran, pero no tengo la respuesta.
Nunca dije eso, a pesar de que suena demasiado convincente.
―Ella lo entiende ―asegura el señor Regan, dedicándome una
mirada que me hace saber que, a diferencia de su mujer, él sabe lo
que pasó. Sin embargo, no parece reprocharme nada―. Puedes
retirarte, Abiel. Nosotros nos encargamos de nuestra hija.
―Sí, señor. ―Me doy la vuelva, un tanto desconcertado por su
actitud neutra.
―Gracias, Abiel. ―Me detengo al escucharla. Vuelvo la mirada
por encima del hombro, sus ojos brillan y se muerde los labios.
―Eso debería decirlo yo, señorita Lena. Gracias.
Ella asiente, ahora sonriendo abiertamente, como si esas simples
palabras de cortesía significaran demasiado para ella. ¿En qué
demonios acabo de meterme?
Elina (1)

Nadie se mueve, mientras Abiel toma en brazos a Lena y la lleva


fuera de la sala. Armen aún mantiene abrazada a Gema, quien
parece furiosa, probablemente deseando cortarle la cabeza a la
rubia de Farah. Ella inesperadamente se muestra más relajada,
como si se hubiera dado cuenta de lo que pretendía esa pequeña.
¿Será posible? Nadie más lo hizo, ni siquiera Danko. Su ataque fue
directo a sus manos, Lena es más pequeña que Abiel y
definitivamente no apuntaría a su pecho, sino al rostro. Interesante.
―Vaya ―comienzo a decir, rompiendo el silencio―, al menos ha
quedado claro que Lena no es tan débil como pensábamos o…
quizás Johari no es tan fuerte como nos hace creer.
Obviamente no es verdad, aunque ambas sean híbridas hijas de
fundadores, Johari tiene años de entrenamiento, mientras que mi
querida Lena solo conoce lo básico. No obstante, creo que pincharla
ayudará a eliminar la tensión.
―Te recomendaría que con ella no te metas ―murmura Knut,
negando.
O aumentarla.
Sus ojos felinos se clavan en los míos, su postura relajada ahora
es de alerta.
―¿Quieres probar? ―Me reta, volviéndose en mi dirección.
Podría usar unas ráfagas y sacarla por la ventana antes de que me
alcance. Sería divertido.
―Con gusto ―respondo, sintiendo la mano de Alain aferrarse a
mi brazo.
―¡Basta! ―exclama Edi con voz severa―. No habrá más peleas.
Esta no es una sala de entrenamientos y tampoco es la ocasión.
―Así es, esta cena es para convivir ―interviene Mai, mirándola
con preocupación―. Y ella solo bromeaba, no le hagas caso.
―¡Mai! ¡Creí que estabas de mi lado! ―expreso fingiéndome
dolida, logrando que me mire sin saber qué hacer.
«Con mi mujer no te metas, Elina», advierte Edi. Esto es genial.
«Qué malo, Edi. ¿Ves cómo has cambiado? Yo era tu favorita
antes».
Ignora mi dramatismo, concentrándose de nuevo en Mai.
Obviamente no lo haría elegir, porque por mucho que me quiera y lo
quiera, Mai y sus hijos son lo primero para él. Como lo es Alain para
mí. Pero hacía mucho que no lo molestaba.
―Nosotros iremos a verla ―declara Armen, conduciendo a Gema
hacia la puerta, que ha dejado de mirar feo a Johari y parece más
preocupada por el paradero de Lena. Espero que aproveche la
oportunidad y que Abiel no se resista.
También comprendo la preocupación de ellos, pero Lena es
capaz de elegir y decidir si es lo que desea.
―Pueden hacerlo, pero ella está bien. ―Armen asiente, sin
embargo se marchan. Conociendo a Gema, no se quedará tranquila
hasta que la vea y tenga la certeza de que está sana y salva.
―Creo que ya sabemos quién será el nuevo miembro de la
familia Regan ―comenta Knut, consiguiendo un codazo de su
mujer. ¡Já! Ella me cae muy bien, aunque no sé cómo hace para
aguantarlo después de tantos años.
―¿Quieren pasar al comedor? ―interviene Edi, ignorando su
comentario―. Irina y Mai se esforzaron en prepararles algo.
Con poco o mucho entusiasmo, todos nos dirigimos al comedor.
Aunque la mayoría solo nos limitaremos a observarles. Si hago
algún comentario sobre Farah, ¿se molestaría? Todas son celosas
con sus hombres, me pregunto si ella también…
«Compórtate, Elina», advierte Edi, mirándome de reojo.
«¿Y ahora qué dije?», finjo inocencia, pero él parece conocer
demasiado para adivinar mis maldades.

―¡Ah! ―exclamo dejándome caer sobre la cama, estirando los


brazos por encima de mi cabeza―. ¡Qué noche! Nunca pensé que
resultaría tan divertido, definitivamente hacía falta verlos.
Alain me mira desde el pie de la cama.
―¿Ahora irás por Johari? ―pregunta cruzándose de brazos. ¡Ah!
Me encanta cuando pone expresión seria.
―Solo quería hacer la prueba. ―Me encojo de hombros,
apoyándome en los codos―. Pero ni Edi ni tú me dejaron.
―Ella es menos tolerante.
―No la veo casi nunca ―resoplo sacudiendo la cabeza―. Y
estarás de acuerdo en que ahora que Pen está con Anisa, es menos
divertido pincharla. ―Salvo cuando discuten, que es bastante
seguido, ahora que lo pienso. Alain sonríe de lado, mirándome con
adoración. Amo que algunas cosas no cambien. Sacudo el pie,
zafándome del zapato y lo arrastro por sus muslos―. Y si ya
terminaste de regañarme, ven aquí, que quiero besarte.
Por mucho que intenta parecer serio, no duda en subir a la cama
y suspender su cuerpo sobre el mío. Acaricia mi mejilla, apartando
mi pelo.
―Eres cosa seria, Elina ―susurra besándome la barbilla,
mientras mis manos trabajan los botones de su camisa. Lo mejor de
un vampiro no es que sepa morder, sino el aguante que tiene. ¡Ajá!
―Yo diría que todos son demasiado serios. ―Arrugo la nariz
abrazando su cadera con las piernas―. Y un poco de humor nunca
está de más.
―Un poco ―repite besándome el cuello.
―Sí, solo…
―¡Tía!
¡Mierda, Lena!
Alain se aparta antes de que tenga oportunidad de pedirlo y
cuando la puerta se abre y ella entra sin llamar, ya me encuentro de
pie, tratando de disimular lo que estábamos haciendo.
―Te dije que se te devolvería algún día ―murmura él cerrándose
la camisa, encaminándose al baño.
Lena sigue junto a la puerta, sin tomar aprecio de lo que sea que
estuviéramos haciendo, pero ansiosa por decirme lo que sea que
considera importante para interrumpirnos.
―¿Qué pasa? ―pregunto cuando nos quedamos solas. Tira de
mi brazo, llevándome al ventanal.
―¡Nos besamos! ―chilla completamente emocionada. Sus
mejillas están rosadas y sus ojos tienen un brillo peculiar.
Me toma un segundo entender a quién se refiere. Y eso sí que es
novedad.
―¿De verdad?
―¡Sí! ¡Sí! Fue increíble.
¡Quiero ver la cara de Gema y Armen cuando se enteren! Seguro
les dará algo. Para ellos ella sigue siendo su bebé.
―¿Lo hizo él? ―Su sonrisa titubea un poco, al tiempo que
sacude la cabeza, un gesto negativo.
―Fui yo, pero… él… ―Suspira llevándose las manos a las
mejillas―. ¡Tía, hace unas cosas con la lengua!
Reprimo las ganas de reír. Creo que puedo imaginarme a qué
cosas se refiere y si supiera las cosas que hace Alain…
―Qué interesante ―digo aclarándome la garganta, percibiendo
la diversión de Alain, que lee mis pensamientos.
―Sí. ¿Qué debo hacer ahora? ―No sé por qué sigue
escuchando mis consejos. No es que sean dados con mala fe,
porque tampoco le he dicho que se le desnude enfrente. Aunque
sería divertido ver la cara de Abiel. Creo que correría a cubrirla en
lugar de disfrutar de la vista. Le tiene un miedo a Gema o puede que
sea a Armen. Porque, aunque es tan calladito, cuando se trata de
defender a sus mujeres, impone.
El asunto es que la única vez que fui tras un hombre e hice todo
para ganar su amor, fracasé. Mi sonrisa titubea al recordarlo. Los
míos fueron demasiados años haciendo todo para que se fijara en
mí, no logrando cambiar nada. Y eso me hace sentir un poco de
inquietud por Lena. Rafael nunca fue capaz de corresponder por el
amor que tenía a Jadel. Abiel amó a una humana y supongo que
esa es la principal razón para que nunca haya tratado de encontrar
a alguien más. Eso definitivamente es un problema.
―Esperar a que sea él quien lo haga.
―¿Sí?
―Por supuesto. ―Cuando se trata del hombre correcto, no tienes
que correr detrás de él ni arrodillarte o suplicar. Alain llegó a mí
como una responsabilidad y, sin embargo, entró en mi corazón sin
que me diera cuenta. Hizo todo para demostrarme que era el
indicado―. Con ese beso has comprobado que no le eres
indiferente, pero tienes que darte a desear.
―Pero… él es medio lento.
―Conozco a varios, pero es mejor así. ―No creo que sea el
caso, es de los más astutos y rápidos, pero obviamente conoce lo
que implica relacionarse con ella―. Además, si haces algo y Gema
se entera… no se pondrá contenta. ―Por no decir que estará más
que encantada de arrancar su linda cabeza.
―Tienes razón. Eso será lo más difícil.
Amo a esta niña. Su determinación para conseguir lo que quiere,
y de verdad espero que haya una posibilidad. De lo contrario, Armen
y Edi me jalarán las orejas por meterle ideas.
―Por ahora, espera su reacción.
―Eso temo, no se veía muy feliz cuando se marchó. Y papá
estaba un poco extraño. ―Yo no diría eso, seguro que él se enteró.
Así que debo asumir que Gema aún ignora el asunto, de lo contrario
esto sería un caos.
―Por tu padre no te preocupes, no dirá nada mientras no te
metas en problemas. Quien sí tendrá mucho qué decir será Abiel.
Espera que te busque.
―¿Lo hará? Creí que se escondería de nuevo ―dice con cierto
malestar. No se le escapa nada.
―Conociéndolo querrá dejar las cosas claras. Así que tú espera.
―¿Y qué haré cuando me pida que hablemos?
―Eso te lo dejo de tarea. ¿Qué quieres que pase? ¿Qué esperas
de él? ―Me mira pensativa―. Eres joven, pienso que deberías
llevar las cosas con calma y comértelo poco a poco. ―Alain
carraspea, mirándome molesto. Ni siquiera noté que había salido del
baño.
«No deberías decirle eso».
―No intervengas, esto es cosa de mujeres ―protesto indicándole
que vuelva a entrar. Mira el techo, pero finalmente lo hace.
―Creo que mejor me voy para que no lo hagas esperar y sigan
haciéndolo.
―¡Lena!
―No pasa nada, yo entiendo. ¡Buenas noches, Alain! ―grita y se
va. ¡Já! Me la han devuelto.
―Eres un mal ejemplo para ella ―dice mirándome divertido.
Agito la mano restándole importancia. Todo lo contrario, realmente
quiero verla feliz. A veces tengo la impresión de que no lo es del
todo. Y yo mejor que nadie entiende lo que es tener todo al alcance
de tu mano, pero al mismo tiempo sentir que te falta algo.
Josiah (2)

Observo con atención los alrededores. Esta parte parece desierta,


no obstante, puedo percibir algunos animales salvajes cercanos,
ocultos entre los matorrales y árboles. Resoplo. Ni siquiera entiendo
por qué he venido, por qué estoy haciéndole caso a esa chica. Ella
no debería salir de la ciudad y exponerse. Ciertamente no hay rastro
de impuros, al menos no de manera reciente, lo que me hace creer
que esto será una pérdida de tiempo. Algo que pagaré caro cuando
Lena se entere, porque a ella no la dejan salir sola.
―¡Pensé que no vendrías! ―Levanto el rostro, encontrándola
sentada en lo alto de un árbol. Su caballo está atado al tronco.
El sol proyecta destellos de su melena rubia, que cae libremente
alrededor de su rostro, dándole un aspecto misterioso. Su sonrisa
engreída no se hace esperar y es algo que me intriga.
―Estoy tomándome mi tiempo para admirar el paisaje, es la
primera vez que salgo.
Desde luego que he pisado Jaim, pero del mismo modo que
Lena, solo cruzo la distancia que separa ambas ciudades. Nunca
nos desviamos.
―Me sorprende que hayas venido solo.
Me detengo debajo de la copa del árbol, lo suficiente retirado para
tener un buen ángulo de su rostro, que sigue luciendo confiado.
―Jamás expondría a Lena y no necesito guardias ―respondo sin
más―. Además, se supone que esto ―agito la mano― es entre los
dos, ¿no?
―Ajá. ―De un salto aterriza frente a mí―. Dices que eres más
rápido y fuerte que yo, así que no debe ser problema eliminar un
impuro.
No puedo negar que es parte de la razón por la que rompí las
reglas al venir. Siento curiosidad por esas criaturas. Ninguno de
nosotros, salvo esta chica, ha tenido oportunidad de verlos y, sobre
todo, enfrentarlos. Algo que resulta admirable.
―Eso en caso de que alguno aparezca.
―Siempre aparecen, en especial estando dos presas fuera.
―No soy precisamente algo que pueda considerarse una presa
―señalo mirando detrás de ella, donde se encuentra la enorme
cascada que algunas veces menciona a mi madre―. Puede que no
funcione.
―No estarás echándote para atrás, ¿verdad? ―Frunzo el ceño,
mirándola. Está burlándose de mí. No sé por qué tengo la impresión
de que no solo se cree superior, no le importa quién soy.
―No. ―Avanzo centrando de nuevo mi atención en el lago que
se extiende a los pies de la caída de agua―. Pero hay ciertas
responsabilidades de las que debo ocuparme.
―¡Por favor! Para que asumas el control de la ciudad aún faltan
algunos meses. ―Me vuelvo, mirándola interrogante―. No te
sorprendas, estoy al día. Caden hará lo mismo con Jaim y yo seré
su segunda al mando ―declara con orgullo, haciéndome sonreír de
verdad.
Ella también sonríe: la imagen resulta demasiado atractiva. No es
como Lena, me mira como si fuera su igual, como si me conociera
demasiado. Tal vez ve a Caden en mí. No sé por qué la idea me
molesta un poco. Cosa extraña, nunca me ha resultado
desagradable señalar lo idénticos que somos o que nos traten como
si fuéramos uno mismo.
―¿No te preocupa estar rodeada de hombres? ―Sus cejas se
unen y su boca forma una mueca curiosa.
―¿Por qué debería? ―Pone los ojos en blanco y resopla. No hay
duda de que Caden cuidaría de ella, pero no me gusta la imagen
que se proyecta en mi cabeza―. No me digas que eres como mi
padre, que piensa que por ser mujer no soy capaz. Soy mucho
mejor que muchos de ellos.
―Dudo mucho que tu padre piense eso.
―Lo hace ―masculla con malestar. Resulta graciosa.
―Me inclino más a pensar que se preocupa por ti. ―Pone los
ojos en blanco, cruzándose de brazos.
―Pues no debería. Soy capaz de defenderme sola.
―No lo dudo, pero… ―El relinchido del caballo me distrae, pero
no lo suficiente para no percatarme de la bestia que se acerca a
ella. Agito la mano, elevando una pared de tierra entre ambos,
bloqueando su trayectoria.
―¡Mierda! ―exclama alcanzando su espada. Antes de que
pueda evitarlo, se arroja sobre el animal, pero solo lo mira. No
parece demasiado sorprendida, lo que me indica que no es la
primera vez que ve uno.
―¿No piensas terminarlo? ―Mi maniobra parece haber lastimado
una de sus patas y toda su furia aparentemente ha disminuido. Ella
agita la cabeza y la bestia se aleja corriendo, ocultándose entre los
árboles―. Lo has dejado ir.
―No tenía caso. Lo asustaste lo suficiente para hacerlo desistir
de atacarme. ―Se encoge de hombros―. Tiene demasiado con los
pocos impuros que rondan, no necesita que le complique las cosas.
―En ese caso, le hubieras hecho un favor.
―Puede… Pero no soy una asesina. ―Enarco una ceja,
debatiendo en silencio su afirmación―. Los impuros no cuentan.
―Tienes un extraño sentido moral. ―Ladea el rostro,
observándome con atención.
―Así que no mentías cuando dijiste que podías manejar la tierra,
como tu padre. ―Mi turno para encogerme de hombros―. Pudiste
alardear y dejarme en ridículo, no una, sino dos ocasiones.
―Alardear no es algo que me hayan enseñado y definitivamente
no pienso hacerlo. Por otra parte, jamás dejaría en ridículo a una
chica tan guapa como tú. ―Maldición. ¿Guapa? ¿Por qué he dicho
eso?
―Conque guapa, ¿eh? ―pregunta disfrutando mi desliz, pero no
rehúyo sus ojos. No puedo creer que esté coqueteando con ella.
Lena se burlaría de mí.
―¿Qué puedo decir? ―No tiene caso negarlo, desde la ocasión
anterior, he sido más consciente de ella―. Supongo que del mismo
modo que conoces tus habilidades, sabes que eres guapa.
Sus labios se curvan de modo misterioso y da un par de pasos
hacia mí.
―Creo que comienzo a notar lo diferentes que son. Y ya que
estamos en eso, te diré un secreto: comienzas a gustarme.
Danko (1)

Me detengo frente a la enorme puerta y golpeo con los nudillos un


par de veces, aliviado de encontrarlo solo un momento. No lo culpo,
al igual que él, me gusta pasar la mayor parte del día al lado de Mai.
Espero un par de segundos antes de empujar y entrar,
encontrándolo sentando detrás del escritorio. Armen no luce
sorprendido de verme, hace un gesto para que tome asiento frente a
él y, sin responder, lo hago.
Aunque Mai ha insistido en que no debería intervenir, Abiel y
todos siguen siendo mi responsabilidad.
―Supongo que sabes lo que pasó ―afirma serenamente,
cruzando las manos frente a su rostro. Siempre he admirado la
tranquilidad y madurez con la que suele manejar las cosas, y esta
no es la excepción, aunque se trata de su hija.
―Lo hago ―asiento removiéndome―. Y es justo por ese motivo
que he venido. ―Me apoyo en el respaldo y suspiro agitando la
mano―. Esperaba que después de anoche el mundo estuviera
caótico, pero todo está bastante tranquilo.
Sonríe relajándose también. No sé qué esperaba de mí, pero no
he venido con afán de complicar las cosas, todo lo contrario, y me
alegra que parece darse cuenta. Solo intento hacer lo mejor y esta
vez no es lo contrario.
―Gema no está al tanto de lo ocurrido ―confiesa frunciendo las
cejas, claramente no muy de acuerdo con ello―. Preferí no
complicar las cosas.
―Esa sí que es una novedad. ―Deja escapar un pequeño
gruñido, no conforme con mi comentario―. Me refiero a que lo
compartes todo con ella y tratándose de Lena…
―No estoy tratando de ocultarle nada, simplemente prefiero que
sea la misma Lena quien se lo haga saber. Además, sabes cómo
reaccionaría.
―Abiel no tiene ninguna mala intensión ―aseguro un poco
molesto con la idea de que puedan tomarla en su contra. No ha
hecho nada para alentarla, al menos hasta anoche―. Nunca ha
pensado aprovecharse de ella. Te doy mi palabra.
―Lo sé. En ningún momento hemos pensado que lo haría, sin
embargo, Lena es joven e impredecible.
―Tu hija es bastante audaz y tengo que aceptar que últimamente
ha revolucionado las cosas por aquí. ―Todos sabíamos que con la
llegada de nuestros hijos las cosas cambiarían un poco, pero ella es
quien más ha tenido que ver. No solo por lo apegada que ha estado
a mis hijos, también por el afecto que Elina e Irina le tienen, incluso
la misma Anisa. Todos son protectores, no solo porque es más
humana que Josiah y la única híbrida en Cádiz, porque se ha hecho
querer.
―No lo hace con mala intensión.
―No he dicho eso. Es joven y mis hijos tampoco son intachables.
Solo que no esperaba que estuviera dispuesta a enfrentar a Johari.
Armen niega expresando un poco su preocupación al recordarlo.
―Creo que esa es la razón por la que Gema ha dejado pasar el
asunto con Abiel ―admite pensativo―. Le preocupó demasiado,
evidentemente, pero le alivió comprobar que tiene destreza y
carácter aguerrido.
―Eso lo ha dejado claro.
Ella nunca ha sido partidaria de las prácticas de su madre, todo lo
contrario, siempre ha huido de los entrenamientos y combates,
incluso cuando Josiah estaba de por medio y lo hacía solo para
pasar tiempo con él.
―Entonces… ―Me observa interrogante, consciente de que a
diferencia de los demás, mi control mental es más fuerte y puedo
mantenerlo prácticamente fuera de mis pensamientos.
―Escuché que irá hoy a Jaim. ―Asiente inclinando ligeramente
la cabeza―. Así que he ordenado que sea Abiel quien la escolte.
―¿De nuevo queriendo hacer una confrontación? ―pregunta,
sus cejas elevándose―. Anoche no salió muy bien, no creo que sea
buena idea. ―Me encojo de hombros, no coincidiendo con él.
―Nadie esperaba que tu hija interviniera, ni siquiera el mismo
Abiel ―comento con calma―. Pero creo que ellos necesitan una
buena charla, sin ojos u oídos curiosos de por medio. Puede que
eso resuelva el asunto…
―O lo complique más. ―Ahora soy yo el que eleva una ceja,
mirándolo divertido―. Conozco a mi hija, Danko, sé que fue ella
quien lo besó y no espero que se detenga con una reprimenda. Ya
no es una niña pequeña a la que puedes decirle qué hacer.
Río, sin poder evitarlo. Nunca imaginé vernos en este punto,
conversando sobre nuestros hijos. Creí que siempre seríamos un
par de vampiros solitarios preocupados por el bienestar de los
humanos.
―Ciertamente no lo es ―coincido poniéndome serio―. Por eso
es Abiel quien debe hacerle entender la situación. Además, él no
tiene intenciones de llevar las cosas a otro nivel y todos sabemos
por qué.
―Sí ―responde con un suspiro apagado.
―Dime una cosa, ¿te hubiera gustado como yerno? ―Su
expresión se endurece, pero no puedo evitar reír. Creo que a nadie
le gusta pensar en sus hijos haciendo su vida solos, viéndolos
convertirse en adultos. Menos cuando tu imagen en el espejo no
refleja cambios y tú puedes apreciarlos en ellos.
―Tienes dos hijos, ¿debo recordártelo? ―Me encojo de
hombros, sin borrar de mi cara la sonrisa. Lo dicho, es tan extraño
estar abordando este tema.
―Tanto Mai como yo somos conscientes de que están
haciéndose adultos y que pronto comenzarán a tener interés por
alguien, si no es que ya lo hacen ―mascullo recordando las ultimas
cosas que han llegado a mis oídos. ¿Será posible que llegue a estar
emparentado con ese rubio? ¿Quién lo hubiera dicho?―. Ella está
emocionada con la idea de sus hijos enamorados ―digo sin poder
evitar sonreír aún más al recordar nuestra última charla―. Sin
embargo, no estoy muy seguro de que Gema entienda eso.
―Lo hace ―afirma con un gesto severo―, más de lo que te
puedes imaginar. Y es justo por eso que no desea que Lena sufra.
Ella conoce la historia de Abiel y sabe que esa relación es
imposible.
―¿Seguro? ―inquiero dudoso―. Gema siempre estaba sobre mí
cuando descubrió mi interés en Mai.
―Ya hemos hablado de eso, era su hermana menor y quería
mantenerla a salvo.
―De un vampiro y Abiel es uno. ―Sacude la cabeza, dejando
caer las manos.
―Si fuera él, Lena se quedaría aquí, junto a ella y podría
asegurarse de su bienestar. No está tratando de contenerla,
aprendió bastante con Mai, pero como su madre, no desea que
sufra.
―Aunque no lo creas, también me hubieran gustado ellos dos.
Abiel puede parecer demasiado duro, pero la soledad no es buena
para nadie.
―Lo sé.
El silencio se extiende, mientras ambos nos perdemos en
nuestros propios pensamientos. Tiene razón en algo: Gema adora a
esa chica y supongo que por eso ha tratado de convertirla en
alguien fuerte y que sea capaz de valerse por sí misma. Por
desgracia nadie puede protegerte de la elección que hace tu
corazón. Y quizá la suya ha sido la más equivocada de todas.
Lena (5)

Frunzo el ceño, mirando molesta a Ryen, que mantiene la expresión


serena, nada impresionado con mi intento de intimidarlo.
―Estás bromeando, ¿cierto? ―cuestiono cruzándome de brazos.
Sacude la cabeza, sin apartarse de la puerta.
―Tiene que esperar. Dejo caer los brazos, dándome por vencida.
Olvidaba lo frustrante que es discutir con ellos, que rara vez
muestran enojo o alguna emoción demasiado evidente para que
pueda notarla.
―No entiendo. ¿Por qué no puedes dejarme salir? ―refunfuño
paseándome de un lado a otro―. Mi padre ya me dio permiso,
aunque déjame decirte que no lo necesito para visitar a mis abuelos.
―Tiene que esperar a que venga su escolta, señorita Lena.
Gruño golpeando el piso con el pie.
―Pero tú eres mi escolta, Ryen.
―No hoy. ―Su voz me hace dar un respingo. Ryen se aparta lo
suficiente para dejarme ver a Abiel, que se acerca por el pasillo.
Luce tan apuesto como de costumbre, pero también tan frío y
distante como siempre. Eso no es bueno―. Puedes retirarte, Ryen.
Él obedece y en un parpadeo se ha marchado, dejándonos solos.
Oh, no.
Observo a Abiel, poco convencida de esto y muy sorprendida.
¿Por qué querría él llevarme a Jaim? Di por sentando que me
evitaría después de anoche y justo por eso no he pensado qué haría
o diría cuando lo viera de nuevo. ¡No tengo idea!
―Podemos irnos cuando lo desee, señorita.
Aspiro y abro la boca, pero cierro de nuevo, insegura de mis
palabras. Quiero reñirlo por llamarme así, pero su dura expresión
impide que empeore las cosas o haga esto más incómodo.
―Bien ―murmuro pasando junto a él. Quiero preguntarle por qué
hace esto, pero dudo que lo diga y actuar como si nada pasara es
su especialidad. Una que realmente no me gusta. O peor aún, que
salga con su acostumbrada frase “es una orden de su padre” o “es
mi obligación”.
Salimos del edificio es silencio, siendo consciente de su
presencia a mi espalda, pero de que su mirada está en cualquier
parte menos en mí. Creo que me entusiasmé más de lo que debía.
Y que hayan permitido que me acompañe no augura nada bueno.
Casi temo lo que dirá en cuanto estemos en Jaim.
Elise (2)

Tomo un puñado de fertilizante y lo coloco alrededor del tallo,


cuidando cubrir cada espacio. Retrocedo un paso y, tomando la
regadera, rocío el agua a conciencia, antes de dar por terminada la
atención a la pequeña hortaliza y tomar la siguiente. Amo cuidar de
las plantas, no solo las flores, aunque son mis preferidas.
―¿Cómo sigue Kassia? ―escucho preguntar a Klaus, quien
coloca un par de bolsas en la mesa contigua y resopla.
―Mejor ―respondo mirándolo de reojo―, aunque le pidieron que
se tomara un par de días de descanso para evitar que recaiga.
Klaus suspira, apoyando la cadera en la madera y pasándose el
brazo por la frente para limpiarse.
―Hace calor.
Asiento, reprimiendo una sonrisa. Soy consciente de que le ha
tocado el trabajo duro hoy que nos hemos quedado solos, pero
también de que se ha negado a dejarme ayudarle. Es verdad que no
soy tan fuerte como Airem, pero puede que un poquito más que él
sí. Aunque tal vez sea eso lo que no le gusta o por lo que no está
dispuesto a dejarme ayudarle con las tareas pesadas.
―¿Son los últimos? ―pregunto mirando los dos costales de
semillas.
―Sí. Gracias al cielo ―suspira golpeando la palma de la mano
sobre ellos―. Por cierto, ¿no crees que hay demasiada
tranquilidad?
¡Cierto! Doy un vistazo rápido a todo el invernadero, sin poder
localizarlos y eso hace saltar las advertencias.
―¿Has visto a mis hermanos? ―Es casi imposible esperar que
no estén metidos en líos o planeando alguna de las suyas.
―Sí, estaban afuera, jugando con algo.
Me quito los guantes y los dejo caer en la mesa, antes de retirar
el mandil.
―Voy a buscarlos ―anuncio dándole la espalda―. No me gusta
que haya tanto silencio.
―¿Quieres que vaya?
―No, mejor lleva los sacos a la bodega y coloca la maseta con el
resto. No tardo. ―Espero. Aunque tengo el presentimiento de que
esto demorará más de lo que me gustaría, que no los escuche no
indica nada bueno.
Salgo enfrentándome a los luminosos y calientes rayos del sol. Sí
que es un día caluroso. Miro hacia los costados del edificio, sin
señales de ellos. Camino sin rumbo fijo, buscándolo entre las
personas que están inmersas en sus labores, aunque no hay
muchos. Supongo que por ahora se resguardan del sol y aún no
comienza la siembra que es la época en que hay más movimiento
en esta parte de la ciudad.
Podría pensar que están participando con los demás pequeños,
pero no lo creo. Suelen llevar su diversión a otro nivel. Obviamente
al ser más fuertes y hábiles, tienen diferentes inquietudes. Eso o
que las malas mañas de mi padre les han corrompido.
Me dirijo hacia los establos. Les gustan demasiado los animales y
ocultarse en los graneros. Aspiro lamentando no tener el sentido tan
fino como los demás híbridos. Aun así, puedo escuchar sus
características risillas. Giro dirigiéndome hacia el gallinero. Mis pies
se detienen ante la visión de sus figuras. Lo que temía.
No, no, no, por favor no lo hagas.
Horrorizada, observo cómo Gavin empuja el pestillo de la puerta.
Sus ojos se encuentran con los míos, sus labios estirándose en una
sonrisa perversa. Obligo a mis pies a moverse, pero es inútil, lo ha
hecho. ¡No!
El sonido de alas agitándose y el cacaraqueo de las gallinas
acompañado de gritos humanos rompe la tranquilidad habitual. Mael
cruza la puerta, agitando vigorosamente los brazos, consiguiendo
que todas salgan despavoridas y la estancia quede desierta. Su pelo
tiene plumas y se ríe con fuerzas. Quiero gritar, pero me concentro
en tratar de frenarlas y devolverlas dentro.
―Vamos ―murmuro sin poner atención a las miradas molestas
que me dirigen algunas personas, que imitan mi propósito.
Esto es un desastre. Corro de un lado a otro, atrapando patas y
plumas con afán de remediar su última travesura. Escucho sus risas
desde alguna parte, pero los ignoro. Más personas se unen,
trayendo alguna o un par. Solo esto faltaba, ¿de dónde sacan esas
ideas? ¿Qué será después? ¿Los cerdos? ¿Las vacas?
Una de ellas escapa de mis brazos, golpeándome el rostro, pero
antes de que esté fuera de mi alcance, logro sujetar sus patas y
aferrarla con fuerza. Corro hacia la puerta, donde ahora se
encuentra Pam, quien sacude la cabeza, pero no me reprende en
voz alta. Ni falta que hace, ella ama sus gallinas y no está nada
contenta.
No entiendo por qué todo el mundo me culpa por sus fechorías.
Mag, Nasly y Pers se acercan a la puerta, sosteniendo un par de
ellas. Aún faltan más. Dejo para después mis lamentaciones y corro
siguiendo su rastro.
Después de varias vueltas y viajes me enfrento a la última de
ellas que parece decidida a escapar de nosotros. Mag corre detrás
de ella y yo intento cortarle el paso, pero se escabulle entre mis
pies.
―¡Atrápala! ―grito a Pers, que cae sobre su estómago sin lograr
capturarla.
―¡Es mía! ―exclama Nasly, pero tampoco lo consigue. De la
nada aparece un par de brazos que la retienen. ¡Caden!
―La tengo ―anuncia tranquilamente, sin esfuerzo alguno.
―¡Por fin! ―jadea Mag dejándose caer.
―Elise, amarra a tus hermanos o algo así ―masculla Pers
sacudiéndose la ropa manchada de tierra y otras cosas que prefiero
no definir―. Son terribles.
―Y que lo digas ―concuerda Nasly. Les dedico una mirada de
disculpa, al tiempo que abro la puerta para que Caden deje dentro la
última de ellas.
―Gracias ―digo sinceramente mirándolo a los ojos.
Sonríe levantando el brazo. Me quedo quieta cuando toca mi
rostro. Una caricia tan sutil que me deja sin aliento.
―Tenías un rasguño ―comenta apartándose―. Esa fue la
última, ¿cierto? ―Asiento, aún sin encontrar mi voz. No puedo creer
que un simple toque me afecte tanto, pero es Caden.
―Gracias… por la ayuda ―balbuceo sintiendo las mejillas
ruborizadas.
―¿Y nosotros qué? ―protesta Pers. Sonrío y Caden se vuelve
hacia ellos, dejando de prestarme atención.
―Gracias, y lo siento.
―Aquí tengo al par de demonios ―dice Antonela levantando los
brazos de mis hermanos, que inesperadamente no luchan por
escapar.
―Vamos a casa ―gruño sujetándolos―. Es mejor que no digan
nada.
No tengo ni fuerzas ni ánimos para discutir. Aunque después de
ver a Caden no me siento tan molesta. Es la primera vez que una de
sus travesuras saca algo bueno, a pesar de que sea algo tan
pequeño y que él no le haya tomado importancia.
Caden (2)

Observo cómo se alejan rápidamente. Las expresiones son


divertidas de ese par, no indican que teman una llamada de atención
por parte de sus padres. Pers se coloca a mi lado, aún tratando de
limpiar su camisa, poniendo especial atención a una mancha oscura
en la parte inferior, que olisquea, arrugando la nariz.
―Son terribles ―resopla―. Siempre quise tener un hermano,
pero ese par me hace sentir feliz de ser hijo único.
Sonrío moviendo la cabeza, golpeando su brazo.
―No todos son tan terribles ―comento encogiéndome de
hombros, gesto que imita, poco convencido. Sí, todos temen las
fechorías de ese par, pero también hacen que esto no sea
monótono. Obviamente, cuando no eres el objetivo.
―¿Qué pasó aquí? ―Klaus se acerca a donde estamos, mirando
divertido a Pers, que tiene un aspecto desastroso.
―No preguntes ―masculla arrancando una pluma de su
cabeza―, mejor iré a darme un baño. Nos vemos luego.
―¿Qué fue? ―insiste, revelando lo que ocultaba detrás de su
espalda.
―Gavin y Mael. Eso fue.
―Oh. ¿Qué hicieron esta vez? ―Señalo el gallinero con la
cabeza. Asiente mirando los restos de la persecución que se
perciben a simple vista―. ¿Y Elise?
―Fue a llevarlos a su casa.
―Pobre. Tardará más en ir que ellos en volver a escabullirse.
―No puedo estar más de acuerdo, siempre lo hacen.
―No todas las niñas son tranquilas ―comento pensado en
Airem.
―Lo sé, pero ella sí.
―¿Y eso? ―pregunto mirando las flores que sostiene.
―Son para Kassia. Sigue sin recuperarse de su resfriado
―explica observándome curioso―. ¿No es posible que hagas algo
al respecto? Se le echa de menos. ―Comenzamos a movernos en
dirección a su casa.
―Lo siento ―murmuro mirando mis manos―, solo funciona en
heridas superficiales o provocadas. Nunca lo he probado con
enfermedades y ella no me dejaría.
―¿Por qué no?
―Le preocupa que me debilite o sea contraproducente.
―¿Es posible?
―Debilitarme, sí. Cada vez que sano a alguien, mis fuerzas
merman por cierto tiempo. Por eso no quiere que lo haga. Menos
por un simple resfriado, dicho en sus palabras.
Nuestros padres nos advirtieron al respecto, en especial a mí.
Antes cuestionaba el hecho de que ninguno de ellos mostrara sus
habilidades, hasta que escuché lo que implica usarlas sin
contenerse. Un arma de doble filo, así es como el señor Haros lo
define.
―No lo sabía ―farfulla rascándose la cabeza―. ¿Le ocurre lo
mismo a Josiah?
―Sí, pero es menos severo el efecto. Él es más resistente, ya
sabes.
―Supongo.
Ser híbrido y sanar implica una mayor carga, porque me debilito
con más rapidez. Es por eso que solo lo uso cuando se trata de
casos serios, donde la vida esté en riesgo. Y desde luego con Elise,
es la excepción. Esa chica es demasiado descuidada cuando se
trata de sus hermanos y eso me hace sentir protector hacia ella.
Levanto el rostro, extrañado de verlo en la entrada de la casa de
mis abuelos. Abiel se vuelve ligeramente al sentirnos llegar. Me
dedica una mirada a manera de saludo, pero su frente se tensa al
ver a Klaus, quien es ajeno al gesto y se mantiene alejado,
intimidado por él.
―¿Ocurre algo malo? ―pregunto deteniéndome, en tanto que
Klaus se adelanta hacia la puerta. No tiene problemas con la
mayoría de ellos, excepto con Abiel, que impone.
―No ―responde sin dejar de mirar de reojo a Klaus, que a su
vez pareciera querer traspasar la puerta con la mirada―, solo he
acompañado a la señorita Lena.
Eso es algo poco común, pero no lo cuestiono.
―Puedes esperar adentro ―sugiero, no gustándome la idea de
que se quede fuera, como un extraño. Para mí es un amigo, el
maestro que nos enseñó a combatir.
―Prefiero esperar aquí.
―De acuerdo. ―Lo observo poco convencido, pero respetando
su decisión. Yo no soy nadie para dar órdenes, no me gusta.
Sigo a Klaus, que cruza la puerta, sin ocultar su emoción por
verla. Temo que no resultará muy bien eso. Ella no lo ve de ese
modo.
―¡Caden! ¡Klaus! ―saluda desde la cocina. Tiene el rostro
manchado de harina y usa un viejo mandil que también tiene restos
de comida. Mis abuelos están sentados en el comedor, bebiendo té.
Parecen divertidos con lo que sea que esté intentando hacer. Todos
sabemos lo desastrosa que es en la cocina. Aunque nadie nunca se
lo diría.
―Eh… hola ―dice Klaus, entregándole las flores a mi abuela,
pero sin dejar de mirar con una tonta sonrisa a mi prima―. ¿Cómo
sigues, Kassia? ―Todos le tenemos un especial cariño a ella,
siempre preocupándose por los demás. Una mujer memorable y
muy sabia.
―Mejor, gracias por acordarte de mí.
―Sin ti el invernadero no es lo mismo.
―No lo creo. Elise tiene un toque especial con las plantas y es
muy responsable.
De eso no hay duda, posiblemente ella se hará cargo cuando mi
abuela no pueda hacerlo. Aunque espero que para eso falte mucho.
―Lo tiene, pero no con sus hermanos. ―Todos reímos―. ¿Qué
preparas, Lena? ―pregunta acercándose a ella.
―Galletas. ¿Quieres una? ―Observo preocupado a mis abuelos,
quienes sacuden ligeramente la cabeza, advirtiéndonos que no lo
hagamos, pero Klaus no parece dispuesto a negarse.
―Claro. ―Coge una y se la lleva a la boca, pero apenas la
prueba, arruga el rostro como si estuviera a punto de vomitar.
―¿No sabe bien? ―inquiere Lena, mirándole preocupada. Él
traga y se esfuerza por sonreír.
―Sí ―dice poco convencido.
―Mentiroso, sé que saben horrible ―se queja Lena, haciendo
que los demás nos riamos. Es evidente que Klaus haría todo por
ella, incluso comer lo que cocina. Y ella disfruta poniéndolo a
prueba, aunque eso hace que la mire con adoración.
Podría creer que hay una posibilidad, pero Klaus no sabe que
Lena tiene una fijación por Abiel. ¿Debería decírselo?
Lena (6)

―No estaban tan mal ―repite siguiéndome fuera de la casa.


Rápidamente me doy cuenta de que Abiel no se encuentra donde lo
dejé hace rato. Eso me hace sentir un poco culpable, estaba
molesta con su indiferencia y justamente por eso demoré a
propósito.
Me detengo, sonriéndole a Klaus. Es tan lindo conmigo.
―Agradezco que mientas para hacerme sentir bien, pero
definitivamente renunciaré a la cocina antes de envenenar a alguien.
Reímos.
―¿Cuándo vienes de nuevo? ―pregunta metiendo las manos en
sus pantalones―. Podríamos… hacer algo. Un picnic…
―Claro, solo que será Elise quien prepare los bocadillos.
―¿Elise? ―inquiere confundido. Sé que quiere que seamos solo
los dos, pero… aún tengo asuntos pendientes con cierto vampiro,
como para darle esperanzas. Eso me hace sentir mal y recordar la
conversación con Josiah. Lo odio cuando tiene razón. Quizá se me
ha pasado la mano con Klaus. Le quiero, pero como un amigo.
―Sí, no creo que Caden sea mejor cocinando que yo.
Su sonrisa decae, pero es mejor así. Si estamos con los demás,
no parecerá algo íntimo.
―Sí, ellos también están invitados ―balbucea dándose por
vencido. Es tímido, sabía que no me corregiría. Busco de nuevo a
Abiel con la mirada, esforzándome por sentir su presencia―. ¿Qué
pasa?
―No sé dónde se ha metido Abiel. ―Sé que está en algún lado,
no regresaría sin mí.
―Uhm. ¡Disculpa! ―grita a un hombre que camina por la calle―.
¿Has visto a Abiel?
―Estaba cerca de la entrada ―responde antes de retomar la
marcha.
―Gracias. Ya sabemos dónde está. ―Asiento―. Vamos.
―No hace falta, mejor has compañía a mi abuelita, ¿sí? ―No le
doy tiempo de responder. Echo a caminar, alcanzando a escuchar
un débil nos vemos. Lo siento por Klaus que no tiene la culpa, pero
hay una conversación pendiente y será mejor no tener testigos.
Apenas fui capaz de resistirme a salir y preguntarle qué pasaba.
Esta salida no es usual y casi estoy segura de que mi padre tiene
que ver con esto. Todos actúan raros cuando de Abiel se trata y no
entiendo por qué.
Está solo, a unos metros de la entrada de la ciudad, apoyado en
el muro. No se mueve cuando me ve acercarme, así que me desvío
hacia donde se encuentra. Mi corazón se acelera, pero me obligo a
no mostrar emoción alguna. Tanto misterio me inquieta, pero ahora
ya tengo en mente qué decir o eso creo.
Me detengo a un par de pasos de distancia, sosteniéndole la
mirada.
―Tenemos que hablar, señorita ―dice apartándose de la pared,
sin cambiar su actitud seria.
―Te escucho ―mascullo un tanto molesta ante esa odiosa
palabra y su clara indiferencia. Tranquila, Lena, le molesta más
cuando no consigue desesperarte.
―No fue correcto lo que ocurrió anoche.
Ya me lo esperaba, aunque no resumido en una sola frase. Creí
que daría toda una larga explicación, reprendiéndome por besarle.
―¿Por qué no? ―Frunce la frente, pero no contesta de
inmediato.
―Usted sabe las razones, se las he dicho antes.
Me cruzo de brazos.
―Pues no. No las conozco. ―Sí que lo hago, pero no son válidas
para mí. La edad no me importa. Que sea un guardia y subalterno
tampoco. Que no les guste a mis padres no me preocupa si me
gusta a mí.
―Señorita Lena…
―Dime algo, ¿es porque se supone que soy una niña? ―lo
interrumpo, mirándolo con dureza, no dejándome intimidar―.
¿Sabes algo, Abiel? Ninguna niña tendría los pensamientos que
tengo contigo. ―Él se tensa ante mi declaración y sonrío
mentalmente, permitiendo que se imagine lo que quiera―. Antes
podría creer que te era indiferente, pero no ahora. Participaste de
buena gana en ese beso, no mientas.
Le dedico una sonrisa ladina, consciente de que no puede debatir
ese hecho.
―Lo hice, pero eso no significa que ocurrirá de nuevo.
¡Auch!
―¿Por qué me tienes tanto miedo, Abiel? ―Mi pregunta parece
descolocarlo por completo, rompiendo su expresión serena.
―No…
―Si estoy equivocada, demuéstralo. ―No estoy segura qué
espero conseguir, pero me irrita que me trate como si no supiera lo
que quiero. Lo tengo muy claro. Parece debatirse, pero no le doy
oportunidad de pensar en una buena respuesta―. Bésame y
demuéstrame que no fue nada.
―No.
―Entonces tengo razón. Me tienes miedo. ―Ningún hombre
puede soportar que le digan cobarde y lo sé, porque con Caden y
Josiah siempre funcionaba cuando quería salirme con la mía. Sigo
haciéndolo hasta el día de hoy.
―Señorita…
―Odio que me llames así ―murmuro sacudiendo la cabeza―.
Pero… Si lo haces, dejaré de molestarte y que me digas como
quieras.
¿De dónde ha salido eso? No debería irme a los extremos. Si lo
hace, tendré que cumplir mi palabra. ¡Rayos!
―Será mejor irnos ―digo rompiendo el contacto visual,
sintiéndome preocupada de que me tome la palabra y no pueda
retractarme.
―Lena… ―Me detengo cuando dice mi nombre. Me gustaría,
pero no justo ahora que me llame así.
―¿Qué? ―Me sorprende que esté demasiado cerca de mí. Oh,
no.
―Tienes que cumplir. ―Toma mi rostro entre sus manos y se
inclina ligeramente, cortándome la respiración―. ¿Entendido?
―Presiona sus labios sobre los míos, callando mi negativa.
No era como quería que resultaran las cosas, quería ponerlo
aprueba, que dijera que no y poder ir detrás de él.
Tiro de su camisa, evitando que se aleje y ponga fin al beso.
Ahora sé qué hacer con mi lengua y eso lo hace emitir un pequeño
sonido, un gruñido, que me eriza la piel. Me presiono contra él,
queriendo romper la poca distancia. Sus manos dejan mi cara,
desplazándose por mi espalda, hasta alcanzar mis caderas,
evitando que me frote. Algo que ni siquiera era consciente que
hacía.
Retrocede, rompiendo el beso y obligándome a abrir los ojos. Un
grave error. Mi sonrisa de triunfo se desvanece al ver su rostro. Es
una máscara de repulsión y dolor. Es como si hubiera sido una
tortura besarme, como si le costara demasiado esfuerzo. Deja caer
los brazos, manteniendo los ojos cerrados y aspira con fuerza,
tratando de componerse. Esto no era lo que esperaba, esto… duele.
Oculto la sensación que me invade y pongo mi mejor cara,
cuando lo que quiero es gritar y ponerme a llorar. Algo que solo
confirmaría la teoría de que soy una niña berrinchuda y mimada que
no se ha salido con la suya.
―Cumpliré ―susurro aclarándome la voz, porque se supone que
ese era al trato y porque puede que sea lo mejor. Su expresión
atormentada sigue presente en mi mente, haciéndome sentir
miserable.
―Volvamos ―dice dirigiéndose a la entrada.
Me toma un segundo empezar a andar. Esto es un desastre.
Debería sentirme ganadora, pero es todo lo contrario. Abiel no
siente nada por mí y solo me ha besado para demostrarme lo
contrario, para que lo deje en paz, aunque le resultara tan
desagradable. Eres una tonta, Lena. Pero no llores, no ahora.
Lena (7)

Es solo el orgullo lo que me permite moverme, mantenerme firme y


no denotar mis emociones mientras entramos en la ciudad.
Regularmente soy amable y saludo a los guardias y vampiros que
encuentro, pero en este momento simplemente me limito a sonreír,
con el mejor intento de sonrisa alegre que puedo esbozar.
No me detengo, tampoco espero por él o me aseguro de que me
acompaña, simplemente cruzo las puertas de la residencia y avanzo
por el pasillo directo hacia mi habitación. Sé que Josiah no está, así
que no puedo ir con él, aunque tampoco sería una buena idea.
Probablemente diría «te lo dije», se enojaría, odiaría verme llorar y
todo terminaría haciéndose más grande. Algo que no quiero por
muchas razones.
Tiro de la manija y entro, cerrando la puerta de inmediato, sin
decir una palabra. Permanezco apoyada en la entrada, mirando a la
nada, rememorando sus palabras, su expresión. Ni siquiera puedo
pensar en ese beso o en el anterior sin sentirme culpable. Y lo peor,
tengo que cumplir mi palabra.
Dejarlo en paz. ¿Puedo hacerlo?
En otras circunstancias no tendría problemas para ir en contra de
mi promesa, buscaría la manera de romper su careta, de entrar,
pero no ahora, no después de las emociones que reflejó su cara, su
voz, sus ojos.
Muevo mis dedos, manteniendo mi postura, poniendo el seguro,
sin importar lo irracional que pueda parecer. Ya no me importa.
Aspiro un par de veces antes de apartarme de la puerta y dirigirme a
la cama, donde me desplomo, sin importarme llevar aún los zapatos
o arruinar mi aspecto. Soy un caos. Siento un enorme desasosiego
que bloquea mi garganta y humedece mis ojos.
Tal vez me equivoqué, quizá no era miedo lo que tenía, sino…
¿repulsión? ¿Desagrado? ¿Odio?
Suspiro despacio, cerrando los ojos, para evitar sucumbir a las
ganas de llorar. No puedo dejarlo estar, en cualquier instante
aparecerá mi madre y se daría cuenta de que algo no va bien. Soy
buena con las excusas, pero no me siento capaz en este momento.
No podría mentirle, menos a ella o a mi padre.
No quiero salir de aquí, no quiero ver a nadie, me siento fuera de
lugar. He estado tan concentrada en él, en conseguir que me mire,
que responda a mi sentir, que no sé qué debería hacer para
mantener la distancia. Tal vez no debería preocuparme, puede que
él se encargue como lo ha estado haciendo. Sí, eso sería lo mejor.
Al menos hasta que sea capaz de poner en orden mis ideas.
―¡Idiota! ―maldigo en voz alta, frotando el rostro contra la
manta. No estoy segura de si va dirigido a él o a mí, por hacerme
falsas ilusiones, por perseguirlo a pesar de todas las advertencias
dadas por los demás. Quizá lo merezco por hacerle lo mismo a
Klaus, aunque yo nunca le he besado...
No vayas por ahí, Lena. Tengo que actuar con madurez, aunque
no sea lo que quiero hacer en este instante. ¿Lo peor de todo? Me
siento demasiado avergonzada como para contarle lo que pasó a
alguien que no sea Josiah. Por mucho que me reprenda, sabrá qué
hacer.
¿Dónde estás?
Airem (1)

Me aseguro de llenar mis pulmones antes de sumergirme de nuevo,


agitando los pies para impulsarme y llegar más profundo. El agua se
siente templada y no es para menos, hoy hace un buen clima.
Bastante. Emerjo después de dar varios giros y desplazarme hacia
el centro del lago, retiro el exceso de agua de mi rostro con las
manos, empujando a su paso el pelo hacia atrás. Miro el cielo
despejado y sonrío extendiendo los brazos, permitiendo
mantenerme a flote, moviéndome ligeramente únicamente con las
piernas.
―¿Piensas quedarte todo el día ahí? ―inquiero en voz alta,
aunque sé que no es necesario gritar para que me escuche, aun con
el ruido de la cascada detrás de mí―. Es más divertido mirar de
cerca.
Espero sin girarme, atenta al sonido de sus pasos cautelosos y su
indecisión. ¿A qué le teme? ¿Que lo golpee por espiarme? No sería
el primero que lo haga.
―No quería importunar ―dice con esa voz rasposa y firme que
mueve cosas dentro de mi pecho. Cualquiera pensaría que por ser
gemelos tendrían cada uno de sus rasgos idénticos, pero existen
pequeñas diferencias que los hacen ser identificables. Y su voz es
uno de ellos.
Caden es más cálido y expresivo a la hora de hablar. Josiah es
misterioso y preciso incluso al expresarse y tal vez es eso lo que me
atrae.
Ladeo el rostro, obteniendo una vista de su persona. Sus ojos son
otro rasgo que los distingue y no me refiero al color carmín, sino a la
madurez que reflejan y al deseo que muestran en este momento. Es
crudo e intenso. Me gusta.
―No me digas que soy la primera mujer que ves desnuda
―comento dedicándole una sonrisa socarrona. Da un par de pasos,
inclinándose en el borde. Soy consciente de que la escasa ropa que
llevo encima deja poco a la imaginación y por alguna razón eso
agrada. No sería lo mismo si fuera otro, pero es Josiah.
―Lo eres ―responde sin mostrarse apenado y sin
desaprovechar para darme un vistazo detallado―. Aunque estoy
seguro de que ninguna sería tan hermosa como tú.
Directo. Me gusta que lo sea.
―Tienes un punto. ―Mi comentario lo hace sonreír y calentar mi
sangre.
―¿Qué me dices tú?
―Tengo que confesar que no eres el primero y que ya te he visto.
―Enarca una ceja, haciéndome reír con ganas―. He visto a Caden.
Son gemelos, ¿no? ―le tomo el pelo, encogiéndome de hombros―.
Supongo que lo tienen todo igual.
No parece molesto, todo lo contrario, y eso también me gusta.
―Tal vez deberías comprobarlo por ti misma ―me reta,
siguiéndome el juego.
Me acerco al borde, sosteniéndole la mirada.
―Ven aquí. El agua está deliciosa ―indico haciendo un ademán.
Arruga la nariz y sacude la cabeza, sus ojos estudiando con
detenimiento el agua y sus alrededores.
―Siempre he tenido mis reservas respecto a este lugar. No es
agua que esté filtrada y fuera de impurezas.
Pongo los ojos en blanco.
―Ha pasado bastante tiempo desde la guerra y este lugar estuvo
fuera de ataques. ¿Por qué crees que se construyó aquí la ciudad?
―Me mira verdaderamente sorprendido―. También he estudiado un
poco de historia ―digo con orgullo, agradeciendo las horas que
Caden me obligaba a escucharlo.
De sobra sé que él lee demasiado, está preparándose para tomar
el mando, por esa razón debe memorizar todos los manuscritos y
viejos diarios que han sobrevivido.
―Puede ser, pero… ¿No temes que haya algún animal dentro?
No deberías arriesgarte.
―Ninguno del que deba preocuparme. Estaría encantada de que
viniera un impuro o repudiado. ―Sus cejas se disparan, luciendo
desconcertado―. Para cortarles la cabeza ―aclaro riéndome
internamente―. ¿Me ayudas? ―pregunto extendiendo mi mano,
que toma sin dudar. Sin problemas me hace salir del agua y
sostiene con un brazo, en tanto que con la otra libera su capa, para
colocarla alrededor de mis hombros.
No me aparto ni rehúyo su toque. Observo con curiosidad sus
grandes ojos, que despiertan algo intenso. Sintiéndome atrevida,
coloco mis brazos en su cuello y me apoyo en él.
―¿Es esta una invitación para que te bese? ―susurra
aumentando el agarre en mi cintura, sin mostrarse sorprendido por
mi atrevimiento.
―Es una señal de qué esperas para besarme.
Sonríe antes de colocar sus labios sobre los míos. Son suaves y
ligeramente fríos, pero no por mucho. La humedad de nuestras
bocas se mezcla y mi respiración se dispara, con algo primitivo que
me impulsa más cerca de él.
Se aparta, mirándome fijamente, pero sin soltarme.
―¿Estás bien? ―inquiere rozando mi mejilla. Asiento con un
movimiento de cabeza, disfrutando del momento. No tengo dudas,
es el correcto.
―Ahora estás mojado ―señalo mirando su camisa.
―No más que tú, eso es seguro. ―Dejo escapar una risa, ante el
doble sentido de su comentario. Lo atraigo de nuevo, tocando su
boca.
Abiel (2)

Mantengo el brazo sobre mis ojos, que permanecen cerrados,


tumbado sobre la cama, pese a que estoy muy lejos de la
inconciencia. Las últimas semanas el sueño se ha negado a venir y
quizás es esa la razón por la que prefiero estar moviéndome
alrededor del muro, fingiendo que alguien puede aparecer en
cualquier momento y atacar. Añoro algo de los viejos tiempos,
sentirme abrumado, mantenerme ocupado, no disponible. No
perderme en mis pensamientos.
Me sorprende su presencia, que percibo justo antes de que
atraviese la puerta.
―Señor ―digo poniéndome rápidamente de pie. No lo he sentido
llegar y no esperaba que se presentara en mi dormitorio. Eso nunca
ha ocurrido antes.
―Siéntate ―pide agitando la mano, apoyándose a un lado de la
puerta. Lo observo con cautela sin estar seguro, pero acatando su
orden por inercia.
―¿Necesita algo? ¿Ocurre algo malo? ―Velozmente compruebo
a los guardias, alguna presencia o agitación en el muro, pero no
percibo nada fuera de lo habitual. Eso me confunde. ¿Por qué
motivo está aquí?
―Nada, aún. ―Cruza los brazos, sin dejar de mirarme,
poniéndome inquieto―. Aunque eso debería preguntarlo yo.
No hay nada fuera de lo normal. Excepto que he tomado un
descanso esta tarde.
―Solo he tomado un descanso… ―intento explicar, pero me
interrumpe.
―Lo sé, llevas dos semanas de guardia sin dormir, eso no es
sano para nadie, ni siquiera para nosotros, Abiel. Eso sin contar que
tampoco te has alimentado con regularidad.
¡Mierda! Desde luego que lo sabe. Y eso solo me hace sentir
incompetente, no debería preocuparse por mi condición, soy yo
quien debería hacerlo por él.
―Solo…
―¿Intentas dejarte morir o algo parecido? ―de nuevo frena mis
palabras.
―No, señor. ―Desde luego que eso no ha pasado por mi
cabeza, ocurrió en algún momento, pero fue justamente él quien me
hizo darme cuenta del error que cometía y se encargó de darle un
sentido a mi existencia. Tenía que sobrevivir para protegerle, no solo
a él, a todos los que eran importantes. Era una manera de pagar
todo lo que me ha brindado.
Suspira moviendo ligeramente la cabeza.
―¿Sabes que no eres el único que parece querer hacerlo? ―Lo
miro confundido―. Lena no ha estado alimentándose correctamente
y se niega a salir de su habitación.
―Yo… ―No esperaba eso. He intentado por todos los medios
desconectarme de los pensamientos y conversaciones que incluyen
a su persona, mantenerme lejos de ella―. No tenía idea.
―Sé que solo quieres hacer lo mejor ―dice comprensivo―,
pero… ¿no crees que sería mejor contarle tu historia? Hacer que
comprenda por qué no puedes corresponder sus sentimientos.
Me paso las manos por el rostro, sintiéndome frustrado. Que lo
diga él resulta demasiado humillante. No porque me juzgue, todo lo
contrario, le preocupa y me compadece. Sé que muchos lo hacen
desde que Lena comenzó a expresar su interés por mí. Incluso
Anisa ha dejado de lado las bromas, porque sabe que la situación
es mala y que comienza a superarme.
―Nunca fue mi intensión que se sintiera de ese modo ―admito
bajando la cabeza.
―Háblame, Abiel. ¿Qué ocurre?
«Nunca voy a olvidarte, nunca habrá nadie más. Te lo juro».
Mis propias palabras son como puñaladas, como piedras que se
vuelven con fuerza contra mi cara. ¿Qué ocurre? Que no debería
sentirme agitado, no debería estar bien con ella, no debería
desearla como lo hago. Aquel día, en Jaim, perdí el control. Me
obligué a besarla, creyendo que sería capaz de mantener la cabeza
fría, pero no fue así, fallé. En cuanto la tuve entre mis brazos, en
cuanto mi lengua tocó la suya, colapsé. Quise tomarla, tumbarla en
el piso, arrancarle la ropa, que mis labios recorrieran su piel
expuesta; quise hacer demasiadas cosas con su frágil cuerpo, sin
que me importara nada más. No. Eso no puede ocurrir.
No puedo romper mi promesa. Y ella no se lo merece.
―Me siento culpable ―confieso permitiendo que vea dentro de
mis pensamientos―. Su recuerdo sigue presente, así como mis
sentimientos por ella. Juré que siempre sería de ese modo, pero…
―Lena te hace dudar.
Sí, esa frase podría resumirlo, pero es más que eso. No
comprendo cómo una cosa tan pequeña y pura como ella puede
hacerme perder la cordura de ese modo.
―No quiero herirla, nunca ha sido esa mi intensión. Solo…
―Tranquilo ―dice entendiendo mis temores―. Ni Gema ni
Armen intervendrán: saben que ella tiene que superarlo.
―Pero…
―Ella está bien, solo un poco deprimida. Sin embargo, me
gustaría que fueras sincero conmigo. ¿Realmente no sientes nada
por ella? ―pregunta poniéndome a prueba.
―Un vampiro ama solo una vez, es para siempre.
―Sí, eso dicen ―farfulla agitando la mano―, pero no es lo que
veo en ti, Abiel.
Sus palabras me inquietan. No obstante, no quiero mentirme, y
tampoco a ella.
―Despierta emociones que me desconciertan ―admito―. Pero
eso dista demasiado del amor. Lo tuve una vez, y no ocurrirá de
nuevo.
―¿Deseo? ―Me encojo de hombros, luciendo verdaderamente
avergonzado―. Los primeros tuvieron demasiadas mujeres, más de
las que puedes imaginarte.
―Ellos solo las usaban, señor. Yo no quiero hacer eso: no se lo
merece.
―Jamás te compares con ellos, Abiel.
―Estaría imitándolos si lo hago. No quiero.
―¿Es por eso que nunca hubo alguien más? Siempre me lo he
preguntado.
―Eso y que le amé de verdad. No quiero fallar a su memoria.
―No lo has hecho, tranquilo. Ha sido mucho tiempo y los
instintos forman parte de nosotros, aunque no siempre nos gusten.
Dime algo, ¿fuiste su único?
―¿Qué quiere decir?
―Conozco la historia, sé que Irvin también estaba prendado de
ella.
―Ellos eran amigos.
―Sí, pero también compartieron intimidad. ―Aprieto las manos,
odiando recordarlo―. No estoy tratando de ser ruin, solo… quiero
hacerte entender que no sería malo que pudieras darte una
oportunidad.
―Imposible. Como le dije…
―Eres un hombre de palabra, lo sé.
―Lamento que esté pasando por esto y que les preocupe, pero
es lo mejor.
―Puede ser, pero también lo es que seas sincero con ella. Sé
que a los ojos de todos es una niña, pero te aseguro que puede
comprenderlo, es alguien bastante inteligente.
―Y frágil.
―Tiene bastantes agallas para salir en tu defensa. ―Eso no
puedo debatirlo―. Sinceramente, tengo que confesar que pensé
que era un simple encaprichamiento, por el hecho de que te
mostraras inalcanzable para ella, pero ya no estoy tan seguro. No
voy a presionarte y sabes que respetaré tu decisión, pero déjame
decirte algo: huir de los sentimientos no siempre es la mejor
respuesta y podría sorprenderte todo lo que una mujer enamorada
puede hacer por ti. Vale el riesgo. ―Se encoge de hombros,
abriendo la puerta―. Descansa y no te olvides de alimentarte. Y si
quieres hablar con ella, solo dímelo y me ocuparé.
Lo observo marcharse, reflexionando cada una de sus palabras.
No es lo que ella pueda hacer lo que me preocupa, todo lo contrario.
Temo no ser capaz de responder como debería, como esperaría,
como lo merece. ¡Mierda!
Irina (1)

Le dedico una mirada antes de abandonar su habitación. Cierro la


puerta, encontrándome con Gema, que parece ansiosa. Le muestro
la charola que sostengo, permitiendo que observe el contenido de
los tazones. La expresión de preocupación se acentúa en su rostro,
al percatarse de que prácticamente no ha tocado nada. De nuevo.
―Lo siento ―me disculpo en voz baja, dirigiendo la vista a la
puerta detrás de mí―. Traté de que comiera, pero… ―dejo las
palabras suspendidas, encogiéndome ligeramente de hombros. Por
lógica no se puede obligar a alguien que no lo desea.
Eso definitivamente solo conseguiría abrumarla más, aunque
dudo que no sé de cuenta de que es el tema de conversación.
―Me preocupa ―susurra Gema, indicándome que nos alejemos
de la puerta de su habitación. No puede escucharnos, pero
obviamente no desea correr riesgos.
―A todos ―expreso en voz alta lo que pienso. Sabíamos que
esto podría pasar y no puedo culparla. No solo porque es joven e
inexperta, sino porque yo también pasé por eso. Tener sentimientos
por una persona que no se siente igual que tú no es nada
agradable. En mi caso, fue algo que suponía y que afortunadamente
cambió de forma esporádica.
Yo sabía lo que debía esperar de Uriel y decidí aceptarlo,
creyendo que no me afectaría. Sin embargo, quería más y su actitud
distante me hacía pensar que no pasaría de ser su entretenimiento
temporal. Me esforcé en mostrarme indiferente y él hizo lo mismo,
hasta que ambos cedimos y demostró lo que sentía por mí.
El problema es que Abiel no puede cambiar su sentir, por mucho
que lo deseara. Amó a una humana, que murió de acuerdo a su
naturaleza. Pero esos sentimientos siguen presentes. No hay
manera de que corresponda, todos lo entendemos, porque
conocemos esa historia, excepto Lena.
―Armen dice que debemos darle tiempo, pero…
―El señor Regan tiene razón ―coincido con la mirada fija en el
pasillo―. Recuerda, los humanos tienen emociones demasiado
cambiantes, que suelen confundirlos. En especial cuando de amor
se trata.
Su boca forma una línea rígida y puedo notar la tensión que mi
afirmación le provoca. Sé que le gustaría contradecirme, pero
también es consciente de que ella pasó por lo mismo cuando se
negaba a aceptar lo que sentía por el señor Armen. A pesar de que
se trate de un contexto distinto.
―El amor no es un sentimiento fácil de comprender. ―Para
nadie, sea humano, vampiro o híbrido. Es difícil ir en contra de lo
que tu corazón dicta. Y la razón prefiere no estar disponible.
―No quiero que sufra ―afirma― y cada día come menos.
―Eso tampoco me agrada, pero… ¿Cómo se dice? Creo que
tiene mal de amores. ―Sonrío, pero ella no responde―. Quiero
decir que tiene que asimilarlo y darse cuenta de que hay muchos
chicos más. Cualquiera estaría dispuesto, es hermosa y una
romántica.
―No creo que sea tan sencillo.
―Quizá. Pero me di a la tarea de revisar a los más jóvenes del
Consejo y de la guardia, no están nada mal. Deberíamos
presentarlos.
―¿Qué? ―murmura, luciendo horrorizada con la idea. ¡Já! Tal
como pensé, sigue siendo su niña.
―No estoy diciendo que los hagamos desfilar delante de ella,
aunque puede no sea tan mala idea ―farfullo divertida, pero rápido
dejo mi humor para hacerle notar mi punto―. Podríamos asignarlos
a cuidarla o invitarlos a tomar un té, sin ser demasiado evidentes…
―Irina…
―Tranquila. He sido bastante minuciosa para evitar problemas.
Ninguno de los que tengo en mente ha tenido amoríos, en especial
con humanas. Es decir, que no se considera que han encontrado al
amor de su vida. Podría funcionar.
Sacude la cabeza, con aspecto decaído. Por un instante pareció
considerarlo.
―Olvidas que no es solo cosa de mirar en otra dirección y que el
corazón cambie.
―Cierto ―admito haciendo una mueca. Uriel tenía razón.
Descartado. Me detengo en la entrada del comedor―. De todos
modos, le sugerí visitar Jaim. Quizás estar con Airem y Elise le
ayude a despejarse.
―Lo había contemplado, pero no estaba segura de que fuera
buena idea.
―Entiendo que no quieras separarte de ella, pero un respiro es lo
que necesita. Y también, sé que ese chico Klaus... Nada se pierde
con probar ―me adelanto antes de que pueda replicar algo.
Afortunadamente, nuestros hombres aparecen en la puerta. Uriel
se acerca a mí y deposita un cálido beso en mis labios. Amo sus
demostraciones de afecto, sin importar delante de quién estemos.
―Volvimos ―anuncia mirando lo que sostengo. El señor Armen
también lo hace, y no necesito leer sus pensamientos para saber
que no le agrada en absoluto. Esto me hace recordar cuando era
Gema la que estaba en el lugar de Lena y él se mantenía informado
de sus actividades, especialmente si se alimentaba adecuadamente.
Nunca creí que en realidad solo le preocupara para poder beber.
―Nos vemos más tarde ―se disculpa él, tomando de la mano a
Gema. Ambos los observamos dejar la estancia y dirigirse a su
despacho. El asunto de Lena los tiene demasiado inquietos. Ellos
adoran a esa chica, más de lo que lo harían algunos padres
biológicos.
Llegué a pensar que era correcto que le hicieran saber su origen,
pero ahora veo que no tenía sentido. Ella es una Regan, sin
importar que no compartan lazos de sangre.
―¿En qué piensas? ―pregunta Uriel, abrazándome.
―En que debe comer más o todos perderemos la cabeza.
Resopla, no pareciendo tan feliz.
―Estará bien ―susurra besando mi cuello―, Armen piensa
hablar con ella.
―Creí que ya lo había hecho.
―Sí, pero ahora probará algo distinto. ―Emite un pequeño
gruñido―. Sinceramente me molesta un poco la actitud de Abiel,
pero tampoco puedo culparlo. No ha hecho nada malo, ha sido ella
quien ha ido detrás de él…
―¡Oye, señor Haros! ―protesto apartándome―. Está olvidando
algo. Ella no haría eso, si no hubiera hecho algo para darle
esperanzas. ―No es del todo cierto, porque lo hizo antes de que él
comenzara a parecer alma en pena.
―No he dicho eso…
―Sí que lo has hecho. ―Pero amo molestar a Uriel.
―Irina…
―Escucha, aprecio a Abiel, lo conozco desde que fui
transformada, sé que es un caballero. Nadie lo está culpando, pero
¿por qué no es franco con ella y disipa toda la tensión?
―Armen piensa que se siente atraído por Lena ―se encoge de
hombros―. Pero ha dejado claro que le arrancaría la cabeza antes
de que la use, solo para satisfacer sus necesidades.
―Pensé que eso de la violencia era solo cosa de Gema. Y mira
que ha estado bastante tranquila.
Ríe.
―Armen es mucho más letal, en especial cuando se trata de los
que ama. Y Lena está en los primeros puestos. Así que siento un
poco de pena por Abiel.
―Lo sé, pero no me has dicho qué piensa hacer el señor Regan
para remediar las cosas. Acaso… ¿Le contará?
Hay muchas cosas, mejor dicho, detalles que pocos saben, en
especial la gente de Jaim y ellos. Como que fui yo quien raptó a
Gema y la llevó con Darius, que Johari estaba del lado de Alón,
justo con los híbridos que ahora forman parte de la ciudad. Muchos
creen que fueron rescatados de algún pequeño asentamiento de
humanos. Aunque el hecho de que tengan tanta semejanza con
Knut y Farah no les pasa inadvertido, nadie les ha aclarado el
asunto. Y lo principal: nadie sabe que Lena fue una niña rescatada
de la masacre que ocurrió en aquel lugar. Las personas piensan que
fue traída con esos desconocidos, pero saben que no deben tocar el
tema, porque para todos es su hija.
―Sí, ya lo conoces. Ha respetado el silencio de Abiel, pero no
está dispuesto a prologar el sufrimiento de su hija.
―Veremos cómo resulta.
Conociéndola pueden pasar dos cosas: que respete su sentir e
intente mirar en otra dirección o que se convierta en un incentivo
para tratar de conseguir su amor. Con ella nunca se sabe.
Lena (8)

Muchas de las cosas que dijo Irina, siguen rondando mi cabeza. Sé


que estoy actuando de modo irracional, porque probablemente Abiel
en estos momentos tiene prohibida la entrada en la residencia, algo
que debería preocuparme seriamente. No ha hecho nada más que
lidiar con mi terquedad y locura.
Me siento apenada, no olvido su expresión. Lo que me hace
suponer que tampoco se aparece por aquí, con tal de evitarme. No
lo culpo. Tampoco quiero que lo haga, no puedo verlo a la cara de
nuevo. Estas semanas me han hecho reflexionar, para bien o para
mal. Lo primero, que no debo forzar su sentir, porque yo tampoco
puedo ver a Klaus de otra forma. Lo segundo, que sigo pensado en
él y tal vez con más fuerza.
Los sentimientos no son algo que se puedan reprimir a voluntad y
aunque quiera, no puedo desprenderme de la sensación de su boca
sobre la mía, de sus manos en mi espalda, del toque de su lengua,
de su olor. Es el primer hombre que me toca, no tengo punto de
comparación, pero tampoco lo necesito. Estoy segura de que es real
y no algo pasajero como lo ha sugerido Irina. Ella ha sido bastante
franca, pero no hay mucho que pueda hacer. Excepto permanecer
lejos de la entrada y no provocar un encuentro, como siempre hacía.
Pero tengo que admitir que comienza a resultar abrumador estar
sola. Josiah ha comenzado a salir con más frecuencia de la ciudad,
no he cuestionado eso, aunque tampoco ha dicho mucho al
respecto. Tal vez debería pasar una temporada con los abuelos,
como lo sugirió Irina o mi madre. Comienzo a creer que soy la niña
tonta y mimada que todos piensan.
―¿Podemos hablar?
―¡Papá! ―digo sorprendida, bajando de un salto de la cama. No
le he escuchado entrar―. Sí, claro que sí ―balbuceo respondiendo
a su pregunta, acercándome para darle un rápido abrazo.
Me sonríe con calidez, tocando mi mejilla.
―Llamé, pero me pareció que no escuchaste.
―Lo siento, estaba… pensando.
Asiente caminando hacia el ventanal, donde empuja para abrirlo.
Una brisa se cuela, agitando mi pelo.
―Ven ―pide señalando el sillón, donde se acomoda.
Me acomodo a su lado, recostándome sobre su pecho.
―¿De qué querías hablar? ―pregunto con cautela, aunque sé
perfectamente de qué se trata. Todos se han dedicado a nombrarlo
y complicarme la tarea de no pensar en él.
Tira de mí hasta que estoy sobre su costado. Adoro estos
momentos, porque su presencia es reconfortante y porque sé que, a
pesar de todo, siempre intenta comprenderme. Mi madre también es
buena, pero él dice demasiado con sus silencios.
―¿Sabes que antes de ser fundador, fui híbrido? ―Lo miro
extrañada, porque no es lo que esperaba.
―Ajá ―susurro contemplando su perfil, él mantiene la mirada en
el exterior.
―Mi vida fue complicada, debíamos mantenernos en movimiento,
no quedarnos demasiado tiempo en un lugar, así que no conocía a
muchas personas. Además de que solo mis padres me importaban,
ellos eran todo para mí.
Sé que un vampiro cruel asesinó a mis abuelos y lo convirtió, fue
el mismo que quiso asesinar a mi madre. Todos conocemos la
historia de la chica humana que dio todo por su familia y que, sin
saberlo, estaba unida a uno de los fundadores. Es decir, mi padre.
Mi madre es algo así como una leyenda, gracias a ella se salvaron
las personas de Jericó. Muchos han muerto, pero sus últimos días
fueron en paz y lejos de las amenazas a las que estaban expuestos.
Los más jóvenes ahora tienen vidas tranquilas y un futuro bueno.
Ella fue quien rompió las leyes que separan a los vampiros de las
humanas, en el sentido íntimo y afectivo. Sin embargo, esta es la
primera vez que tengo más detalles de su vida. No es algo
agradable y evidentemente, no le gusta recordarlo. Así que no
comprendo por qué quiere tocar este tema.
―Cuando cambié, dependía demasiado de la influencia de
Henryk, para no caer en el control de Darius ―continúa sin notar mi
inquietud y desconcierto. No quiero traerle malos recuerdos―.
Estaba demasiado horrorizado de mi cambio y lleno de rencor.
Nunca hubo alguien me importara o que llamara mi atención. No me
relacionaba con los humanos y las vampiresas eran demasiado
frívolas. ―Asiento sin saber qué decir―. Pero irremediablemente
necesitamos sangre para existir y acepté tener un donante.
―Mi madre ―digo en voz baja. Me dedica una sonrisa, que me
hace saber cuánto la quiere.
―Sí. Al principio me resistí a tenerla a mi lado, no solo por lo
desconcertante que me resultaba, sino porque despertaba algo que
nunca antes experimenté. Me tomó tiempo y pensar en perderla
para darme cuenta de que la amaba.
―Ella fue por ti, ¿cierto?
―Lo hizo, pero yo cedí irremediablemente. Era maravillosa,
admirable y nunca estaba dispuesta a darse por vencida.
―Y estuviste dispuesto a hacer todo para poder estar con ella.
―Así es. No quería esta vida para ella ―le miro sorprendida,
pero sonríe―. No es fácil, hay soledad y vacío. No estaba seguro de
que fuera lo que deseaba. Cuando la conocí, amaba su humanidad
y le resultaba desagradable.
―Ella te amaba y dijo que estaba dispuesta a todo por ti
―confieso recordando una de las conversaciones con mi madre.
Asiente.
―Tu madre era mi única oportunidad.
―¿Única oportunidad?
Su expresión se torna seria.
―No todos lo saben, pero un vampiro ama de verdad una sola
vez.
Eso no lo esperaba. El aire se atora en mis pulmones al
comprender a dónde van sus palabras.
―¿Abiel ha tenido a alguien? ―La respuesta me aterra, pero
necesito escucharla. Mi padre nunca inventaría algo como eso.
―Habla con él, cariño.
―¿Qué significa eso? ―farfullo apartándome de él, huyendo de
su toque, abrazándome a mí misma. De pronto, me parece que todo
tiene sentido.
―Solo él puede darte esas respuestas. Tú eres noble y necesitas
hacerlo.
No me gusta esto, una parte de mí sabe la respuesta. Y es
horrible. Si Abiel ha amado a alguien, significa que nunca podrá
corresponder a mis sentimientos. ¿Es por eso que le resulto tan
desagradable?
Josiah (3)

―¿Has hablado con Lena? ―Aparto la mirada de las páginas del


libro que sostengo y observo a mi padre. Asiento con un movimiento
de cabeza, sin estar seguro de qué espera escuchar―. Todos están
preocupados por ella.
Suspiro.
―Lo sé, yo también. ―Aunque me molesta un poco no estar
obteniendo nada de su parte, no ha dicho mucho y siempre que
trato de tocar el asunto de Abiel, se cierra por completo, negándose
a hablar―. He tratado de animarla, incluso sugerí salir a dar una
vuelta por la ciudad y entre otras muchas cosas, pero continúa
negándose.
Desde luego que todos esperaban que me escuchara, incluso yo
lo creí, pero no ha sido así.
―¿Sabes lo que pasó? ―Sacudo la cabeza, cerrando el libro,
desistiendo completamente de seguir con la lectura.
―No me gusta verla deprimida ―admito―, pero respeto su
silencio. Se ha comportado evasiva cada vez que trato de tocar el
tema.
Por su expresión deduzco que él conoce el motivo para su
confinamiento voluntario. No obstante, también intuyo que no me lo
dirá. Mi padre es muy perceptivo, prácticamente nada escapa de su
buen oído, pero también le gusta mantenerse al margen, excepto
cuando la situación lo requiere. Es la primera vez que interviene
respecto a Lena y sé que en parte se debe a que tiene relación con
Abiel.
―Es posible que decida pasar unos días en Jaim.
―¿En Jaim? ―pregunto sin poder evitar sonar sorprendido,
realmente no tenía idea de que lo estuviera considerando. Lo que
confirma que a toda costa desea evitar a Abiel. La cuestión es por
qué. Siempre ha sido lo contrario. Me inquieta un poco, aunque
tengo presente que él nunca la lastimaría, no de manera deliberada
y de ser así, ni mi padre o el señor Regan se quedarían de brazos
cruzados, por no mencionar a mi tía.
Qué complicado es ser Abiel. Se pensaría que no es tan malo
que lo evite, pero irse a Jaim implica que seguramente Klaus no lo
tomará como un respiro y eso traerá problemas en otro sentido.
Mi padre sonríe, ladeando el rostro, gesto que me confunde.
―Parece que últimamente no pasas demasiado tiempo aquí,
para estar al tanto. ―Frunzo el ceño, pero creo saber a qué viene
eso.
―Lo sabes ―afirmo, sin mostrarme alarmado. Si no lo supiera
me extrañaría mucho más.
―Sí. Tú y esa chica.
―Airem ―aclaro tensándome un poco ante la indiferencia que
trasmite su tono. Alguna vez escuché que no se llevaba muy bien
con Farah, porque él estuvo interesado en mi madre. Sin embargo,
eso ha quedado en el olvido o al menos eso espero. Esta es la
primera vez que pienso en ello―. Es una chica interesante.
Entrecierra los ojos, como si quisiera señalar algo, pero suspira
desviando la mirada hacia el exterior.
―Supongo que no le has contado a tu madre, de lo contrario me
lo habría dicho.
Mi madre. Conociéndola estaría planeando toda una celebración
y contándoselo a todos. No es que quiera que sea un secreto,
pero…
―Sinceramente prefiero no hacerlo ―confieso.
―¿Por qué? ―luce sorprendido. Me encojo de hombros. Adoro a
mi madre y sé que sería la primera en apoyarme, pero quiero ir
despacio.
―Porque es algo que está comenzando y, sinceramente, prefiero
no ser el centro de atención.
Sin duda, que la atención esté centrada en Lena ha ayudado a
que pase desapercibido. Tal como suele decir, es casi imposible
mantener un tema fuera del alcance de ellos.
―¿Por ella o por ti? ―murmura pensativo, dando unos golpecitos
en su barbilla. Supongo que está tratando de averiguar cuáles son
mis intenciones y qué tan lejos hemos llegado. A pesar de ser su
hijo, quiere evitar que pueda aprovecharme.
Me gustaría decirle que no tiene nada de qué preocuparse, mi
madre siempre nos inculcó respeto y saber valorar a una mujer. Es
lo que intento hacer con Airem, aunque su actitud directa me pone
las cosas complicadas.
―Por ella, obviamente. ―Me remuevo ligeramente, recordando
su sonrisa coqueta―. Si las cosas no salen bien no quiero que
resulte afectada.
Ella es muy guapa, no tendría problemas para encontrar a alguien
más. No me gusta pensarlo, pero todavía no es algo serio.
―¿Qué te hace pensar que no funcionará? ―De nuevo me
encojo de hombros. Airem es una chica intrépida y decidida, que no
se intimida ante nada. Si se convierte en mi mujer, tendría que
quedarse en Cádiz, bajo el cuidado de la guardia y la atención de
todos. Podría no gustarle o, bien, podría solo estar pasando el rato.
―Como he mencionado, es algo que está iniciando.
Sacude ligeramente la cabeza.
―Hijo ―dice muy serio―. En mi experiencia y por lo que he
escuchado de otros: no hay algo como un proceso adecuado.
Puedes saber que es la indicada desde el primer acercamiento. El
resto del tiempo solo termina de confirmarlo.
Resulta irónico que lo diga, pero todos saben que, a pesar de
conocer a mi madre por varios años, no fue hasta que la mordió que
descubrió lo importante que era para él. Evidentemente no habla en
sentido literal, pero me doy una idea de lo que quiere decir.
―No quiero precipitarme. Por el momento, asumir el mando es mi
prioridad.
―Eso es bueno, reconozco tu compromiso y estoy orgulloso de ti.
Sin embargo, no debes olvidar que el deber no está peleado con el
lado afectivo y las necesidades propias. Tener a alguien ayuda a
llevar las cosas con más facilidad, pero es bueno que tomes tu
tiempo.
Tiempo. Dudo que eso sea del todo posible, no espero que tome
las cosas con calma.
Elise (3)

Sonrío, disfrutando del silencio y la fragancia de las flores y demás


plantas que cubren esta parte del invernadero. Se supone que hoy
mi padre se encargará de cuidar a mis hermanos y eso permite que
no tenga que estar alerta e inquieta por pensar qué nueva travesura
harán.
―¿Necesitas ayuda? ―Me doy la vuelta tan deprisa que casi
caigo, pero los brazos de Caden me sujetan, tirando ligeramente de
mí, haciendo que quedemos demasiado próximos. Mi corazón se
agita. Me gustan mucho sus ojos…―. ¿Elise?
―¿Eh?
―¿Estás bien? ―pregunta frunciendo el ceño, lo que me hace
reaccionar. ¿Qué estoy haciendo?
―¡Ah, sí! ¡Sí! ―balbuceo apartándome torpemente. Me he
quedado viéndolo fijamente, siendo nada discreta―. ¿Qué haces
aquí? ―me aclaro la garganta, fingiendo hacer cualquier cosa. Me
regala una sonrisa y señala un par de sacos.
―Klaus me pidió que te ayudara. ¿Quieres que haga algo?
Mi mente no ayuda demasiado cuando lo tengo delante de mí,
con toda su atención puesta en mi persona.
―Solo necesito regar la última de las filas ―indico, logrando
decir una frase completa sin trabarme. Este es uno de los pocos
momentos en los que estamos solos. Sé que no significa nada: él
está completamente centrado en ayudarme. Pero a veces me gusta
creer que no es solo amabilidad o la gentileza que le caracteriza lo
que le hace estar pendiente de mí.
―Bien.
Le entrego una de las regaderas y preparo otra para mí. Nos
trasladamos hasta el lado opuesto y comenzamos la labor. No
puedo evitar sonreír.
―¿Haces todo sola? ―pregunta con la vista puesta en una de
las plantas, pendiente de no verter agua fuera del envase, así que
me permito mirarle con detenimiento y suspirar. Ha crecido bastante,
sus hombros ahora son un poco más anchos, supongo que por todo
el trabajo que hace. Eso o cosa de híbridos, que son altos y muy
fuertes, como mi padre o el señor Farah.
―Claro que no.
―No veo a nadie más por aquí ―murmura elevando una ceja,
gesto que me hace reír.
―Cierto, pero como hacía falta poco trabajo, los demás se fueron
a comer. Solo Klaus se quedó conmigo.
Asiento volviendo la mirada a las plantas, dejando que de nuevo
le observe con detenimiento. Es muy guapo. Y por desgracia, no soy
la única que lo ha notado. Aunque él no parece prestar atención a
ninguna de las chicas que le coquetean. Y tampoco a mí.
―Neriah lo mandó llamar, algo con el muro. ―Klaus es
despistado, pero nunca huye del trabajo y menos me dejaría sola.
―¿El muro? ―Asiente.
―Quiere que se una a la guardia.
―Vaya.
―Será interesante, lo sé ―dice sonriendo, provocando que me
quede sin palabras y aliento―. Por cierto, ¿sabes que es probable
que tengamos a Lena por aquí?
―Quedó de venir para un picnic, ¿no? ―Sacude la cabeza.
―No, para quedarse una temporada.
Eso sí que es raro. No porque ella nunca venga, sino porque
siempre es de entrada por salida. Su madre es muy protectora y
Lena los adora como para separarse. Sé que alguna vez se quedó
aquí, cuando Caden lo hizo, pero fue solo una noche.
―No lo sabía. Pero será bueno. ―Me gusta conversar con ella.
―Sí, se quedará en casa de mis abuelos ―comenta pasando la
mano por la mejilla, donde un par de gotas de agua le han caído.
Sonrío como tonta ante la imagen.
―¿Hay alguien? ―Ambos volvemos la vista hacia la puerta. ¡Ay,
no!
―Papá ―susurro mirándole preocupada, no solo porque es raro
verle por aquí, sino también por la sonrisa socarrona que tiene. Es la
misma que tienen mis hermanos cuando planean alguna fechoría.
¡No puede ser! Me ha visto mirando a Caden. Eso es lo peor que
puede pasarme.
―Hola, señor ―saluda Caden. Mi padre se acerca, sin dejar de
sonreír y eso solo me hace tener un mal presentimiento. Uno muy
malo. Él no conoce la discreción.
―No esperaba verte por aquí, muchacho ―dice moviendo la
cejas―. Supongo que viniste a echarle la mano a mi hija.
―Sí ―responde inocentemente él, pero no me pasa
desapercibido su sarcasmo. ¡Lo que me temía!
―¿Necesitas algo, papá? ―intervengo antes de que diga algo
peor.
―No exactamente ―farfulla aún centrado en él. No me gusta, no
me gusta nada.
―Bueno ―digo tomándolo del brazo, obligándolo a salir―.
Deberías buscar a mis hermanos.
Consigo hacerlo salir, pero se detiene, mirándole con fijeza.
―A ti, te...
―¡Shh! ―Cubro su boca, evitando que termine la oración y
delatándome al mismo tiempo. Su risa lo dice todo y yo no puedo
ser más obvia―. ¡Papá!
―Yo no digo nada, pero…
―¡Ve a buscar a mis hermanos! O mejor, a mi mamá ―pido
desesperada.
―Está ocupada. ¿Y sabes? Caden tiene buen oído.
¡Quiero desaparecer!
―A veces eres peor que tus hijos ―digo empujándolo y
volviendo a entrar, cerrando la puerta, pero aún escuchando sus
risas. Mi padre a veces parece disfrutar hacerme reñir.
―¿Todo bien? ―Miro alarmada a Caden, pero afortunadamente
está en la parte más alejada.
―Sí, sí. Terminemos, debes tener hambre.
―Ajá.
Bueno, parece que no escuchó nada, aunque ahora mi padre no
dejará de molestarme. La cosa es que no creo que Caden me vea
de otro modo.
Lena (9)

Necesito saber, pero no escucharlo de sus labios. No, si la


respuesta es afirmativa… no sé qué haría.
―¿Puedo pasar? ―pregunto sin anunciarme, aliviada de no
interrumpir una situación íntima. Solo conversaban, aunque es
innegable la química que tienen y cómo él la adora. Ojalá alguien
me mirara de la manera en la que lo hace, como si fuera lo primero
y lo último.
―¡Lena! ―exclama emocionada, poniéndose de pie, al tiempo
que despide con un gesto a Alain, aproximándose para
abrazarme―. ¡Qué alegría verte! ―dice guiándome hasta la sala de
su habitación. Me da una mirada cautelosa, evitando hacer la gran
pregunta que todos hacen, cosa que agradezco demasiado.
―Quería verte.
―Y yo a ti. ¿Quieres algo de tomar?
―No ―miro el esmalte con el que se estaba pintando las uñas.
Busco algo para distraerla, sin resultar demasiado obvia.
―¿Quieres probar?
―Claro.
―Déjame ver esas uñas ―pide entusiasmada tomando mi mano
y con la pequeña brocha con la otra mano. La dejo ser, aunque por
primera vez, soy completamente ajena―. ¿Cenarás hoy con
nosotros?
―Ustedes no cenan. ―Pone los ojos en blanco y se encoge de
hombros.
―Disfrutamos acompañándote. ―Me mira esperando una
respuesta. No estoy segura y en gran parte depende de lo que diga,
pero asiento―. Genial. Irina preparará algo delicioso.
No necesito preguntar cómo lo sabe, porque probablemente se lo
ha dicho a todos.
―Tía.
―Dime.
―He escuchado sobre la mujer que Abiel amó.
―Oh… ―susurra deteniendo su mano, mirándome expectante.
Me obligo a no mostrar reacción alguna.
―¿La conociste? ―Se remueve incómoda, volviendo a pasar la
brocha por mi uña.
―No realmente ―responde encogiéndose de hombros―,
siempre ha sido muy discreto, pero debo suponer que era muy
hermosa, para que dos de los hombres más fuertes se fijaran en
ella.
Tardo unos segundos en procesar su afirmación.
―¿Dos? ―susurro con voz insegura, que parece no notar―.
¿Qué quieres decir?
―No fue solo Abiel. Irvin, uno de los hombres de Uriel, también
se enamoró de ella.
Eso no lo esperaba. He escuchado algo sobre Irvin y tal como ha
dicho, fue alguien muy fuerte y a quien recuerdan con cariño.
―Debió ser muy bella. ―Agita la mano, restándole importancia,
pero ella misma lo ha dicho. Tuvo que serlo para que ambos le
entregaran su corazón.
Su corazón.
―Quizás. Aunque a veces es más sobre los sentimientos que el
aspecto. El amor es algo tan inesperado, pero… ¿Quién te contó?
―No importa.
―¿Te preocupa? ―Finjo una sonrisa.
―No estoy segura.
―Tú eres preciosa, Lena ―afirma tocando mi rostro―. Estoy
segura de que él siente algo por ti. Debiste ver la cara que puso
cuando te interpusiste entre él y Johari. Estaba realmente
preocupado.
Me obligo a mantener la sonrisa, aunque no es realmente algo
que me cause gracia. No hay duda. Él tuvo a alguien y si las cosas
son como dijo mi padre… No hay nada que pueda hacer. Su único
amor fue ella, para la eternidad.
Josiah (4)

Nadie de la guardia parece sorprendido al verme de nuevo en las


puertas de la ciudad, solicitando salir. No es la primera vez en la
última semana y supongo que a ninguno le preocupa que pueda
pasarme algo malo. La mayoría de ellos conoce mis habilidades,
prácticamente todos han sido compañeros de prácticas y a pesar de
que no soy realmente habilidoso en el combate cuerpo a cuerpo o
incluso con espada, el control de la tierra les intimida demasiado y
definitivamente me da una ventaja. Eso y que ahora hay pocas
amenazas afuera. Los muros se conservan por una cuestión de
precaución y prevención, pero es un hecho que gran parte de los
vigilantes no miran el horizonte en busca de algún posible enemigo.
Porque no existe.
Tal como lo ha dicho Airem, los impuros son algo que rara vez se
ve. Se convirtieron totalmente en criaturas salvajes, que se
alimentan de la sangre de animales, aprovechando que ellos poco a
poco han aumentado su número y aceptando el hecho de que no
tienen oportunidad contra nosotros. Al menos eso creemos.
Avanzo sin prisas una vez que he cruzado el río, tomando el
sendero que conduce a la cascada, donde se encuentra. Escaneo
alrededor, asegurándome de que no hay peligro de ninguna especie,
a pesar de saber de sobra que ella bien podría ocuparse.
Mis pasos se acortan aún más, a medida que vislumbro su rubia
cabellera, que brilla bajo los rayos del sol. Disfruto de la vista,
aproximándome. Se encuentra tumbada sobre una vieja manta.
Tiene los ojos cerrados y los brazos extendidos por encima de su
cabeza. Soy cauteloso, pero noto cuando me percibe. Con un ágil
salto se pone de pie y se arroja sobre mí.
La sostengo sin problemas, mínimamente sorprendido por su
gesto, no es la primera vez que lo hace. Paso mis brazos por debajo
de su trasero, permitiendo que sus brazos rodeen mi cuello y sus
labios devoren los míos. Lo dicho, ella no tiene problemas con el
contacto o con tomar lo que desea. No es amable ni tímida
deslizando su lengua en mi boca, mordisqueándome y tirando con
fuerza de mi pelo. No me hace daño, no al menos en un sentido
estricto, porque evidentemente afecta mi voluntad y sentido común.
―Hola ―murmura con voz ronca, aún sobre mi boca. Su aliento
abanica, provocándome un ligero cosquilleo.
―Hola, Airem ―respondo sin apartar mis ojos de los suyos, que
son alegres, con un toque travieso.
―Demasiado formal ―chasquea removiéndose entre mis brazos,
indicando que desea bajar. La libero, ignorando cómo arrastra
intencionalmente su cuerpo contra el mío. Es una provocadora. Me
mira de modo sugerente y, tomando mi mano, me conduce hasta
donde se encuentra la manta. Sin amabilidad ni aviso me empuja.
No opongo resistencia, cayendo de espaldas―. Me gustas abajo
―comenta divertida, sentándose sobre mi cintura.
―No puedo quejarme.
―¿Ni siquiera por el sol? ―inquiere, maliciosa, apartando
suficiente su cabeza para que los rayos incidan directo sobre mi
rostro.
―No ―aseguro luchando contra la ligera incomodidad que me
provocan. Deja escapar una risa burlona y se mueve, bloqueando
de nuevo el sol con su cuerpo, inclinándose hacia delante.
―Has tardado demasiado ―gruñe mordiendo mi barbilla, sus
manos desprendiendo los botones superiores de mi camisa. No
suelo ser del tipo manejable o permisible, pero me encanta ver todo
de lo que esta pequeña chica es capaz. Nadie pensaría que, con
ese rostro de ángel, tendría acciones tan osadas.
―Te recompensaré ―contesto, evitando mencionar los deberes
que no he podido posponer.
―Bien ―asiente incorporándose ligeramente. Se muerde el labio
y lleva sus manos a la parte inferior de su camisa, para
inmediatamente pasarla por encima de su cabeza.
Es inevitable que mis ojos escaneen su pecho, delineando su
sostén y cada pequeño detalle de su piel expuesta. No es
demasiado pálida, tiene un ligero color tostado, producto de lo
mucho que disfruta exponerse al sol, eso me queda claro. Otra
pequeña diferencia entre los dos. Ella es tan ardiente, tan intensa
como el fuego.
―Airem… ―murmuro con voz grave. Su mirada parece
oscurecerse cuando pronuncio su nombre y la presión que ejercen
sus piernas a mis costados lo confirma.
―Tócame ―pide, sonando más a una demanda que súplica.
Mis manos desean tanto hacerlo, mueren por ignorar a mi mente,
acatar su orden y palpar cada pequeña parte de ella.
No me resulta tan desconcertante estar en este punto. Hemos
pasado por esto un par de veces: los besos se nos han ido de las
manos y que prácticamente han alcanzado partes íntimas. Siempre
me he contenido, frenando el momento. Le he explicado que quiero
que vayamos con calma, pero ella no opina lo mismo. Ha asegurado
que al igual que la mayoría de las jóvenes de Jaim, está sujeta a
control de natalidad y que no quiere hijos aún. Sin embargo, esta
vez luce tan resuelta y yo no estoy tan sereno para desviar su
atención y hacerla desistir. Eso o que simplemente también quiero
hacerlo. Ninguno ha tenido otras parejas ni contacto tan íntimo como
este y supongo que es precisamente eso lo que hace que todo sea
más intenso, lo que nos impulsa a sentir curiosidad al respecto.
Elevo mi brazo, hasta que mis dedos rozan su pecho. Se
estremece y suspira, manteniendo sus ojos en los míos. No hay
atisbo de duda y eso me alienta. Las yemas se mueven entre la
unión de sus senos y exploran la piel expuesta. Ella exhala
ruidosamente, calentándome.
Invierto nuestras posiciones, tomándola por sorpresa. Pruebo su
boca, en tanto que mis dedos viajan dentro de las copas de su
sujetador. Se arquea, mordiendo mis labios. Atiendo su silenciosa
demanda, rompiendo el beso y llevando mi boca a su pecho. Mi
lengua lame su pequeña aureola, haciéndola gemir y retorcerse
debajo de mí. Succiono y mordisqueo con fuerza, aplicando la
misma atención a ambos. Me aparto, no sin antes ascender por su
cuello, raspando suevamente su piel, agitándola aún más.
Me aparto ligeramente, mirando con atención su rostro. Sus
mejillas tienen un tono rosado y su mirada parece turbia. El deseo y
la pasión se reflejan en sus hermosos ojos. No tengo dudas de que
podría ir más allá, hasta el final, pero no ahora, no aquí. A pesar de
que me encantaría.
Mi padre estaba en lo cierto, ha bastado con probarla para saber
que es la correcta. Y precisamente por esa razón, disfrutaré cada
segundo antes de hacerla mi mujer. Yo no tengo dudas, pero debo
asegurarme que ella tampoco las tiene.
―Espero que eso compense mi demora.
Ronronea suavemente, tirando de mi cuello.
―Puedes llegar tarde cada que desees ―susurra aún sin aliento.
Sonrío antes de besarla de nuevo.
Lena (10)

Coloco el cepillo sobre el tocador y me doy una rápida mirada en el


espejo. No tengo buen aspecto. No he dormido bien y que no coma
demasiado comienza a ser evidente. Dejo escapar un largo suspiro.
Mi apariencia no es precisamente lo que me preocupa en este
momento, sino lo que tengo que decir. Puedo imaginar cómo
reaccionarán y lo que dirán cuando me escuchen. Lo he pensado
bastante y creo que es lo mejor. No solo para cambiar de aires,
como diría Irina, también para estar con los abuelos y olvidarme un
poco de las cosas. Desearía que no me afectara, pero no se pueden
cambiar los sentimientos de la noche a la mañana. Lo sé muy bien,
pero a pesar de eso, haré todo lo posible para lograrlo.
La primera vez que escuché sobre la condición que tienen los
vampiros, respecto a encontrar a una compañera para toda la
eternidad, pensé en no darme por vencida. En intentarlo con todas
mis fuerzas. Sin embargo, no es el camino que deseo elegir. Aún me
persigue la expresión atormentada que tenía cuando le pedí que me
besara. Dolor, angustia, desagrado. Tantas emociones, todas en un
sentido negativo.
No quiero obligarle a nada. Ya no.
Tomo aliento de nuevo, antes de dirigirme a la puerta de mi
habitación y salir. Me sorprende un poco encontrar a Josiah en el
pasillo. Se supone que nadie sabía que vendría. Me dedica una
pequeña sonrisa, acercándose para tomar mi brazo.
―Espero no equivocarme y que esta noche estés dispuesta a
acompañarnos a cenar.
Me esfuerzo por mostrar una sonrisa, aunque no sea como las
que siempre tenía.
―No te equivocas.
―Bien. ―Entrelaza nuestros brazos y me conduce, mirándome
de reojo―. Me da gusto saber que estás mejor.
Frunzo un poco el ceño, pretendiendo mostrar la reacción que
haría en cualquier otro momento. Ofendida o completamente ajena.
―Nunca he estado enferma.
―Sabes a lo que me refiero. ―Opto por limitarme a encogerme
de hombros. No tengo argumentos para refutar su afirmación, eso
solo me llevaría a otro interrogatorio sobre si Abiel me hizo algo
malo―. ¿Por qué no quieres decírmelo? ―Entrecierro los ojos,
golpeando su pecho con la punta del dedo.
―¿Será porque no me cuentas a dónde sales últimamente?
¿Eh? ―Eso parece sorprenderlo. Sonrío de verdad, disfrutando del
instante. Sí, puede que no sea uno de ellos y que mis sentidos no
sean tan sensibles, pero me doy cuenta de que ha cambiado y actúa
distinto―. Esta tarde lo volviste a hacer.
―Es algo personal ―se limita a decir, tampoco queriendo
profundizar. Tengo una leve sospecha que tiene que ver con el
género femenino, pero con él nunca se sabe. Bien podría estar solo
haciendo exploración o practicando fuera.
―Te digo lo mismo.
―Lena…
―Déjalo. Solo cenemos ―lo interrumpo consciente de que varios
oídos están pendientes de nuestra pequeña charla. Y que no insista,
lo confirma. Oculta algo. Ha tratado de pasar desapercibido, pero no
me engaña.
Entramos en el comedor, en silencio. Ninguno de los rostros que
nos miran, parece sorprendido al verme entrar y no creo que tenga
que ver con el hecho de que Josiah podría haberles notificado. No.
―Buenas noches.
Miro a mis padres. Mi madre hace un esfuerzo por no levantarse y
correr hacia mí, lo que me hace sentir un poco culpable, la he tenido
abandonada. Por su parte, mi padre me dedica unas sonrisa y
mirada comprensivas. Estoy dándoles preocupaciones
innecesariamente y todo por un capricho. Engáñate a ti misma,
Lena. Sabes que no es solo un capricho. Suspiro, alejando mis
propios pensamientos.
―Los esperábamos ―dice mi padre, indicándonos que
ocupemos nuestros asientos.
Permito que Josiah retire mi lugar y me ayude a acomodarme.
Nadie dice nada, así que me aclaro la garganta.
―No tenían que venir todos ―digo, avergonzada de que incluso
el señor Bail y Danko estén presentes. Rara vez lo hacen, todos
sabemos que ninguno de ellos se alienta de la manera en que lo
hago yo y es mera cortesía.
―Disfrutamos acompañarte ―mi tía Elina repite la misma frase
que me dijo, guiñando.
―Eso es verdad ―coincide Irina, tan linda como siempre―. En
especial yo, amo cocinar. Pero no es divertido cuando nadie puede
disfrutarlo.
―Lo lamento por no venir anoche. ―Se suponía que cenaría,
pero después de escuchar la confirmación de que Abiel amó a
alguien, no me sentí lo suficiente valiente para fingir estar bien.
Cualquiera habría podido verlo. Y eso solo los habría preocupado
más. Justamente por eso es mejor que me aleje un poco. En Jaim,
pocos saben lo que pasó con Abiel. No han sido testigos de mis
patéticos intentos por atraer su atención, por gustarle, ni todos los
coqueteos, que ahora me hacen sentir miserable y confirmar su
declaración. Soy solo una niña mimada e inmadura.
―Lena. ―Confusa miro a Josiah, que toca mi brazo. Parpadeo
un par de veces, aclarando mi visión. Sin darme cuenta he estado a
punto de llorar y él no es el único que lo ha notado. Todos los
presentes se han quedado en silencio, mirándome fijamente o
tratando de no hacerlo evidente.
Cierro los ojos un segundo y aspiro, poniendo en orden mis
emociones o tratando al menos de no externarlas.
―Lo siento.
―Estaba sugiriendo que hoy deberías de tomar una copa de vino
―dice alegremente mi tía, rompiendo la tensión, pero como era de
esperarse, su sugerencia no ha sido la mejor.
―No ―responde tajante mi padre, sacudiendo la cabeza.
―¡Ay! Es solo una…
―Elina ―gruñe el señor Danko. Ella se cruza de brazos y desvía
el rostro, con un gesto de inconformidad que me hace sonreír
involuntariamente.
―Amargados y exagerados.
―Nada de alcohol, he preparado un delicioso jugo y hay para
todos. ―Reprimo la carcajada ante las expresiones horrorizadas de
algunos. La amo―. Pero primero hay que servir la cena ―sugiere
Irina con expresión inocente, indicándole a Azura que entre con un
par de platos.
Sorprendida, observo a Josiah, quien responde con un
asentimiento. Hoy comerá para que no lo haga sola. Aún puede
hacerlo, pero cuando ya no lo haga, si es que ocurre en algún
momento, seré la única persona que tenga que darle sentido a este
enorme comedor. Le sonrío para agradecerle. Es complicado ignorar
esos ojos carmín atentos a cada pequeño movimiento.

Ellos conversan a medias de cosas irrelevantes, no hace falta


demasiado para suponer que los espacios en blanco son frases
mentales. No presto mucha atención, hasta que se toca el tema de
las mejoras al sustituto. Es una de las cosas que siguen
buscándose, para disminuir la demanda de sangre que se necesita.
No es un problema obviamente, porque ahora los humanos doblan
varias veces el número de vampiros, pero ellos quieren buscar algo
que les haga sentir totalmente en confianza.
Me concentro en el tema, pensando cómo fueron las cosas antes,
eso ayuda a que pueda relajarme un poco.
―Estuvo delicioso ―agradezco al terminar. Josiah coincide y eso
deriva en el tema de Irina siendo la mejor y cómo alimentó a mi
madre y mi tía Mai cuando eran humanas. Me gusta mucho
escuchar ese tipo de anécdotas. Porque suenan tan humanas e
imperfectas como yo, algo que no son ahora.
―Nosotros nos retiramos ―anuncia el señor Danko, tomando la
mano de mi tía Mai. Pero antes de que se muevan, me pongo de
pie, cortando su despedida.
―Tengo algo que decir. ―Todas las cabezas se giran en mi
dirección y me obligo a no cambiar mi semblante.
―¿Qué ocurre, hija? ―pregunta mi madre, preocupada.
―Nada malo. Solo estaba pensando en ir a Jaim. ―Eso parece
relajarlos a todos, así que me apresuro a terminar―. Por un par de
semanas.
Como si fuera posible, varios pálidos rostros parecen estarlo aún
más. Principalmente mi madre y la tía Elina. No parecen felices, sino
escandalizadas.
―¿Quieres pasar una temporada allá? ―pregunta con tono
neutro el señor Danko. Él me agrada porque no se anda por las
ramas.
―Sí.
Intercambian miradas, seguramente comunicándose con la
mente, pero mantengo mi postura. Y luchando por parecer casual,
no como si no estuviera queriendo huir.
―Como unas vacaciones, ¿correcto? ―aventura Irina, a lo que
asiento con un movimiento de cabeza.
―¿Dónde te quedarías?
―Con mis abuelos. Me han invitado varias veces, creo que es
una buena idea. Ustedes también lo sugirieron alguna vez…
―Cuando tenías diez años ―dice el señor Jensen. Ignoro su
comentario y prosigo.
―Sé que no es problema, pero quería que todos estuvieran
enterados. ―Me encojo de hombros. Mi madre se acerca tomando
mis manos.
―Por supuesto. ¿Cuándo tienes pensado irte?
―Mañana. ―Mi respuesta parece descolocarla, pero se esfuerza
en no dejar de sonreír.
―Claro. No hay problema, hija. Mi padre estará encantado y
Kassia también.
―Lo sé. ―Además de que ellos no sabrán muchas de las locuras
que he hecho y que me impiden hacer lo que haría cualquier día.
Elina (2)

―¡No! No te atrevas a mirarme así, Edi ―gruño apuntándolo con


el dedo. Me parece tan injusto que ahora todos me culpen por la
decisión que ha tomado Lena―. Yo no hice nada. ¿De dónde sacan
eso?
―Le hablaste de algo que no te correspondía.
¡Mierda!
Resoplo, elevando los brazos, mientras me muevo de un lado a
otro. En este instante su estudio me parece no lo suficiente amplio.
―¡Yo no sabía que no debía hablar! ―Me mira con reproche,
aumentando mi malestar―. ¡Por favor! ―exclamo deteniéndome―.
Adoro a Lena, ¿cómo puedes pensar que querría hacerle daño?
―No deliberadamente ―opina Armen, uniéndose al pequeño
juicio que a Edi le ha dado por celebrarme. ¡Genial!
¿Dónde está Alain para que me defienda?
«Estoy aquí afuera. Si intentan algo, entraré. No lo dudes».
«Ven aquí y patea sus traseros», pido no de verdad. Sé que Edi
le ha ordenado no intervenir y que no puedo evitar su reprimenda.
«Elina», protesta Armen, llamándome la atención. Odio que no
tenga reparo en escuchar.
―¿Tú también? ―cuestiono mirándolo dolida. No solo por lo que
ha dicho, sino por intervenir entre Alain y yo―. ¡No es justo!
Intercambian una mirada, bloqueando sus pensamientos,
evitando que tenga acceso a lo que dicen.
―¡Qué malos son! ―me quejo dejándome caer en una de las
sillas, cruzando los brazos―. ¿Saben qué? No me harán sentir
culpable. Ella tiene todo el derecho a saber y si ninguno de ustedes
lo hizo y vino a mí, buscando respuestas, obviamente no se las
negaría. ―Ambos sacuden la cabeza, sin cambiar sus expresiones
severas―. Además, no es tan malo. Solo pidió pasar unos días en
Jaim.
¡Ops! Eso es lo que tiene más que molesta a Gema y a Armen
también, aunque sea menos demostrativo.
―Sabemos que le hará bien, pero…
―¡Sí, sí! He anticipado las cosas y evitado que sea Abiel quien
se lo cuente. Pero… ―me inclino hacia el frente―, seamos
sinceros, ¿pensaba hacerlo en algún momento? Lena tiene casi
dieciocho, y hace un par de años que sabemos que le gusta. ¿No es
demasiado tiempo?
―Solo abstente de intervenir ―advierte Edi, haciéndome quedar
como una imprudente.
―Yo… Espera, ¿hay más?
―¡Elina!
―¿Qué? Solo cuando hago algo “malo”, te acuerdas de mí y es
solo para reñirme. ¡Eres cruel, Edi!
―Y tú una infantil.
―Nos estamos desviando ―interviene Armen―. Tal como ha
dicho Edin, ninguno debe intervenir.
―Exagerados ―farfullo―. ¿Olvidan que allá están Caden,
Neriah, Farah y Knut? Nada le pasará y Lena no es tan débil como
todos piensan. Lo han visto.
―Ese no es el punto.
―Irina lo dijo, necesita un respiro. Le hará bien estar con chicas
de su edad como Elise, ¿no? Puede que conozca a otro chico… Ok,
no he dicho nada.
―Solo no intervengas ―advierten ambos de manera no tan
amable. Suspiro poniéndome de pie.
―¿Una manera sutil de decirme que no sea entrometida?
―inquiero sacudiendo la cabeza, pero ellos no cambian su
expresión―. Bien, ya entendí, pero que sepan que no lo soy. Adoro
a Lena, como si fuera mi hija.
―Ella es más madura que tú.
―No me agradas en este momento, Edi. ―Le saco la lengua
antes de salir, dando un portazo. La verdad es que me ha encantado
que me regañen, porque no pienso hacerles caso. Haré lo que sea
necesario para ayudar a mi niña y ellos pueden seguir pensando lo
que quieran.
―No cambias ―opina Alain, al adivinar mis pensamientos. Me
encojo de hombros.
Mai (2)

―No tienes nada de qué preocuparte, Lena estará bien


―aseguro, queriendo reconfortar a Gema.
Aunque se ha esforzado por aparentar que no le afecta su
anuncio imprevisto al terminar la cena, no puede evitar que se le
note. Nunca se ha separado de ella y sé que eso le inquieta.
Adora a su hija, siempre ha tratado de protegerla de todo y de
todos, de hacerla sentir segura y feliz. Puedo comprenderla
demasiado, para mí fue muy difícil separarme de Caden cuando se
mudó a Jaim. En ese momento, me angustié y constantemente me
aseguraba de que se encontraba bien. No estaba muy conforme, a
pesar de saber que era por un buen motivo. Aunque tal como su
padre lo afirmó, ahora él disfruta vivir allá.
Yo no tuve problemas para adaptarme a vivir aquí, pero ellos son
distintos y tienen otro tipo de necesidades. Yo amaba salir a los
campos todas las mañanas, convivir y ayudar a todas las personas
cercanas. Todo lo que los humanos necesitan y que ahora no
requiero al estar al lado de Edin.
―Lo sé ―responde suspirando. Aferro sus manos, dándole una
sonrisa comprensiva. Mi hermana y su instinto protector. Se
preocupa por todos, pero en especial por ella y, obviamente, por
Armen―. Quiero lo mejor para ella, pero eso no quita que me
preocupe.
―No debes temer ―digo con suavidad―. Del mismo modo que
Josiah está con ella, puedo garantizarte que Caden lo hará. No
estará sola.
―Él tiene muchas responsabilidades. Sé que está al frente de
Jaim, aunque aún no toma por completo el mando.
Los mandos. Ciertamente, pronto ambos asumirán el control de
las ciudades. En un par de meses, cuando cumplan la mayoría de
edad, al igual que Lena. Su padre confía tanto en ellos, que no
puedo hacer menos que apoyarlos. Y aunque temí que no aceptaran
por todo lo que implica, quieren hacerlo por voluntad propia.
―No importa. ―Agito la mano restándole importancia―. Ambos
adoran a Lena. ¿Olvidas cómo se disputaban ser quien la cuidara
cuando eran niños? Prácticamente, la volvían loca. ―Mencionarlo
hace que sonría y se relaje un poco.
Algunas ocasiones me resultó difícil entender el proceder de
Gema, pero he visto de primera mano que sus actitudes no son con
el afán de molestar. Ella actúa como cree que debería. Solo eso.
―Pobre de mi hija, siempre terminaba siendo arrastrada por los
rincones, por alguno de ellos.
―Y que lo digas. Aunque la culpa era de Elina que les metía
ideas… ―¡Rayos! No debí mencionarla. Me aclaro la garganta,
cambiando ligeramente mi postura―. ¿Sabes que no tiene la culpa?
―pruebo cautelosa. Edin aseguró que está furiosa con ella y justo
en este momento él y Armen están hablando con Elina.
―Sé que le contó sobre Abiel.
―Hizo bien, Gema. ―Me mira mal, pero no me acobardo y
continúo―: Odiaba que me ocultaran cosas, que me dejaran fuera
de lo que ocurría, como si pensaran que no era capaz de entender.
Y asumo que es lo que le ocurre a Lena.
Todos han querido protegerla desde que se dieron cuenta que
comenzaba a mostrar interés por Abiel. Lo distanciaron de la
residencia y relevaron de estar siempre junto a Edin, creyendo que
eso ayudaría a frenar la situación. Él obviamente no protestó, pero
eso no detuvo a Lena, quien sabía cómo seguirle y pareció tener el
efecto contrario. Pasó de ser un romance infantil a un
enamoramiento más intenso. Cuando una chica se enamora, hace
hasta lo imposible por ver a esa persona especial y conseguir llamar
su atención. Aunque no piense que esté perdiendo la cabeza.
―Pero… nunca ha sido esa la intención ―balbucea un poco
sorprendida. ¡Ay, Gema! A veces se te escapan esos detalles.
―Claro que no, pero es como se percibe. Y no es algo agradable.
―Lamento haber sido tan horrible contigo ―susurra pareciendo
arrepentida. Algo que no era mi intención. Yo no guardo rencores.
―No digas eso ―pido dando un golpecito en su brazo―.
Entiendo por qué te preocupaba tanto lo que pasaba entre Edin y
yo, pero yo sabía que estabas equivocada y que no era un error.
―Me alegro de haber estado equivocada y ver lo feliz que eres,
Mai.
La abrazo con fuerza, porque sé que es sincera. Ahora se lleva
mejor con Edin, aunque no puedo decir lo mismo que con Pen. Es
un pillo y disfruta tomándole el pelo.
―Lo soy ―confirmo separándome ligeramente―. Así que confía
en Lena. Recuerda lo fuertes y decididas que éramos cuando
teníamos su edad.
―No puedo asegurarlo ―niega con una sonrisa forzada―, yo…
hice muchas cosas torpes o incorrectas.
Reprimo una sonrisa. Sé a lo que se refiere. En todo este tiempo,
Irina me ha contado algunas cosas de ellos. Pero no creo que deba
avergonzarse, Armen la adora. No creo que él opine lo mismo
respecto a que fueron equivocadas sus acciones.
―No lo creo y tampoco importa. Ahora la situación es
completamente distinta. No está corriendo detrás de él, lo que ya
indica madurez de su parte.
―Eso es lo que me inquieta. No ha dicho nada al respecto.
Eso y que haya recurrido a Elina, en lugar de a ella.
―Lo hará. Solo dale tiempo. A veces, lidiamos mejor con el
silencio y la distancia, cuando algo nos lastima. Sin embargo,
siempre necesitaremos que alguien nos escuche. Y ahí estarás tú
para ella, tu hija.
―No sé por qué sigo sorprendiéndome, siempre tienes la razón.
―No siempre ―admito―, pero intento dar lo mejor o pensar qué
haría yo. Funciona.
Espero acertar y que Edin tenga la razón. No sé específicamente
qué espera que haga Abiel o por qué dijo que no pasaría mucho
tiempo, pero sea bueno o malo, ruego porque Lena no salga más
lastimada. O Gema podría tener nuevo objetivo de prácticas y ni
siquiera él podría evitarlo.
Johari (1)

Observo la ligera nube de polvo que dejan los cascos del caballo,
mientras se aleja a toda prisa de la ciudad. Esta chica de nuevo ha
salido y parece tener mucha prisa. No tengo nada de qué
preocuparme, no abandona sus actividades y tengo que admitir que
la he notado mucho más animada últimamente.
Las risas detrás de mí me hacen volver el rostro. Un grupo de
niños bromean con Farah y Caden, que están cerca de las puertas
de la ciudad. Desde lo alto del muro, tengo una vista completa,
puedo ver con claridad su sonrisa. Sus ojos encuentran los míos,
me sonríe y guiña antes de regresar su atención a los pequeños.
Aunque me he preguntado mucho qué tiene de especial, sigo sin
saber la respuesta, es todo y nada en particular lo que me gusta de
su persona. Su terquedad, su extraño sentido del humor y su
dulzura que muestra para conmigo y su hija.
Tuve muchas dudas al principio, sobre si lograría adaptarme a
esta vida, no por la severidad, sino todo lo contrario. Era demasiado
buena, tanto que asustaba. Pero él nunca me ha dejado sola,
siempre ha estado para sostenerme y hacerme ver y creer en la
bondad de las personas, comprender que ninguno de ellos es mi
enemigo, a pesar de que algunos puedan ser una molestia.
―¿Quién lo hubiera dicho? ―Miro de reojo a Welter, que sonríe
siguiendo con la mirada la dirección donde se encuentra Farah―.
Nadie lo habría apostado, ¿cierto? ―comenta con el mismo tono
burlón.
Sé lo que quiere decir, rara vez bajo mis defensas, solo cuando
se trata de mi familia. Nunca expresé el menor de los sentimientos
ni siquiera lástima por uno de ellos. Y ahora mi cara habla, respecto
a lo que me inspira ese rubio tonto.
―No soy la única ―contesto encogiéndome de hombros,
volviéndome directamente hacia él―. Tienes dos hijas, Welter.
Contrario a lo esperado, su sonrisa se acentúa, al tiempo que se
pasa la mano por la nuca.
―Lo sé y no lo decía por eso ―farfulla, titubeante, al notar mi
expresión no demasiado amistosa―. Me refiero a que esto no tiene
comparación.
Asiento, sin bajar la guardia, estudiándolo con detenimiento. Él es
uno de los híbridos que aceptaron quedarse en Jaim, después de
ser capturados. Se encontraban luchando o escondidos en el
bosque cuando la cueva se derrumbó, así que sobrevivieron. No son
muchos, pero la mayoría ha formado familias con las humanas y
cambiado notablemente. Somos salvajes por naturaleza, no es para
menos, fuimos criados de ese modo, con el único propósito de cazar
y matar. Sin embargo, hemos dejado la sangre y eso nos ha vuelto
más estables y humanos, por decirlo de alguna forma. Ya no somos
tan fuertes y hemos adquirido madurez en nuestros rostros, aunque
no de la misma forma en la que lo hacen las personas ordinarias.
―Sé directo, ¿me culpas? ―Luce sorprendido ante mi pregunta y
niega rápidamente, levantando las manos.
―No, por supuesto que no, Johari. ¿Por qué habría de hacerlo?
―Randi y Sián lo hacían ―admito por primera vez, mencionando
sus nombres desde aquel día que los vi en la celda. Antes de que se
marcharan―. Dijeron que los traicioné y que todo fue mi culpa.
Suspira, rascándose la cabeza.
―No se puede traicionar a quien lo hizo primero. ―Se encoge en
sí mismo―. Además, si soy franco, varias veces pensé en huir, solo
para evitar seguir con ese estilo de vida. Que, en realidad, no era
vivir, sino padecer. No puedo juzgarte, de todos nosotros, eras tú
quien siempre tenía presión sobre su cabeza.
Reflexiono sobre sus palabras, dándome cuenta de que
posiblemente todos se dieron cuenta de lo que pretendía hacer
Alón. Eso me hace cuestionarme la actitud de Randi. Él no era tan
idiota como para no haber entendido.
―No hablo demasiado con ellos ―murmuro―, la mayoría me
evita, supuse que era porque me culpaban.
Ríe, sacudiendo la cabeza.
―Eras y sigues siendo intimidante, aunque por razones
diferentes.
―¿Qué quieres decir? ―Se encoge de hombros, mirando de
nuevo hacia donde se encuentra Farah.
―Tu pareja es bastante intimidante cuando se lo propone
―murmura luciendo incómodo― y siempre está cuidando de ti.
Respecto a los otros, puedo asegurarte que ninguno de ellos tiene
algo que reprochar. Tal como dijiste, no eres la única que ahora
tiene a alguien por quien velar. Lo que me hace pensar, ¿te has
dado cuenta de que la mayoría tiene hijas?
―¿Qué?
―Eso. Él siempre buscaba las hembras, las cuales eran muy
pocas. De veinte alumbramientos, solo uno era una niña y pocas
veces sobrevivían, tú eres una de las excepciones. ―Golpea el
suelo con el pie y suspira―. Solo el otro rubio tiene dos varones,
pero de nuestro grupo ninguno. Curioso.
Está en lo cierto. Incluso Farah y yo, tuvimos una niña. Lo mismo
que Knut, antes de que nacieran esos dos pequeños. Sin embargo,
ninguna de ellas es como Gema y Mai, supongo que se debe a que
ellos son híbridos y no fundadores. Nosotras fuimos hijas de Alón,
por ellos somos distintas. Esa chica no es su hija, sería como
nosotras. Quizá sea hija de Seren o de Keith, aunque para el caso
es lo mismo, están muertos y a nadie le interesa saber su origen.
―Como quiera que sea, ni ellas ni nosotros somos soldados y
eso ya no tiene importancia. No son particulares y aunque lo fueran,
no hay nadie que busque beneficiarse a costa de su sangre.
―Cierto. ―Se apoya en la barandilla, mirando a lo lejos―.
¿Sabes? Me pregunto qué fue de ellos. ¿Crees que siguen por ahí?
―Lo dudo ―confieso sin sentir culpa. Ellos eligieron su destino,
porque no fueron capaces de dejar atrás su orgullo y probar algo
desconocido, pero mil veces mejor que lo que teníamos. Eso era
evidente. A pesar de que no confiaban demasiado, con el trascurso
de los años, las diferencias fueron desapareciendo. Hasta llegar al
día de hoy, en que ya nadie repara en si su aspecto es distinto o sus
ojos tienen un color especial.
―Eran hábiles, quién sabe.
―Cierto, pero ha pasado demasiado tiempo y no tenían gran
cosa. Incluso para alguien como Randi, no debió resultar sencillo.
―Por no decir que posible. Los impuros que dejé escapar eran
bastantes, eso y la falta de alimento.
Permanecemos en silencio un largo rato, cada uno perdido en
sus pensamientos.
Ese día se derramó demasiada sangre, sin embargo,
prácticamente toda a causa de él y su ambición. No fue suficiente
ser alguien prácticamente inmortal, quería más.
―Solo espero que no hayan sufrido demasiado. No importa lo
tercos que fueron, pasaron por lo mismo que nosotros.
No respondo, mantengo la vista en el horizonte, deseando lo
mismo. Que hayan encontrado algo de tranquilidad, donde quiera
que estén.
Lena (11)

Cierro la bolsa y, de pie frente a ella, reviso mentalmente no olvidar


nada importante o indispensable. He hecho lo posible por no llevar
demasiadas cosas. Unos cuantos vestidos sencillos, pantalones y
blusas. Un par de botas y unas zapatillas cómodas. Debería
sentirme emocionada, porque nadie ha hecho un drama, pero no es
del todo así. Me dejo caer en el borde de la cama. Es lo correcto.
―¿Se puede? ―Miro a mi tía Elina, que se asoma en la puerta.
―Sí, claro. ―Entra sin dejar de parecer entusiasmada.
―¿Lista?
―Sí. ¿Qué opinas? ―Señalo la bolsa a mi lado. Le da una
mirada y frunce los labios―. ¿Es demasiado?
―No, no, creo que yo llevaría el doble. ―Me río y ella también lo
hace―. Diviértete y aprovecha para portarte mal.
―¡Tía!
―¿Qué? ―Pone expresión inocente―. Era solo una sugerencia.
Si estás preparada, deberías ir a buscar a Anisa para que te ayude.
―¿Anisa? ―Confundida, frunzo el ceño. ¿Por qué tendría que
llevarme? Ryen siempre lo hace.
―Ajá. Ryen tuvo que salir con Alain, a quién sabe dónde. Y tu
padre me dijo que sería ella quien te escoltaría. Porque tiene un par
de cosas que arreglar en Jaim.
―Ah, ya. ―Menos mal. Conociendo a Anisa, no estaría tan feliz
de tener que llevarme porque se lo ordenaran. No es mala, pero
como diría mi tía, la única razón para ir a Jaim, ahora vive aquí.
―Anda. Yo me encargo de que lleven tu bolsa a la puerta de la
residencia, donde te esperaré. Te despediste de tus padres ya,
¿cierto?
―Sí. ¿Sabes dónde está Anisa? ―Asiente con un movimiento de
cabeza.
―Creo que en los dormitorios de la guardia. La llamaría, pero…
―reprime una risilla― creo que la hice enojar esta mañana, cuando
le dije que mordería a Pen. Así que no está respondiéndome. Lo
siento.
No parece nada arrepentida y sé perfectamente que disfruta
haciéndola enojar.
―No te preocupes, iré. No tardo.
Se suponía que me iría temprano, pero mi madre quiso que
comiéramos juntas y luego Ryen estaba ocupado. Eso ha sido raro,
tan extraño como que se despidieran temprano porque tenían una
reunión en el Consejo, a la que evidentemente asistirá Josiah. Otro
que también me visitó a primera hora, asegurándome que vendría
luego.
No veo a nadie mientras cruzo la puerta y me dirijo a los
dormitorios de la guardia, un edificio cercano. Un segundo… ¿Qué
hace Anisa por acá? Se supone que cuando Pen se convirtió,
ambos se mudaron a la residencia. Qué raro.
―Hola ―saludo a Hatch, quien me mira extrañado. Suerte que
ha salido y no he tenido que entrar en los dormitorios.
―Señorita Lena, ¿necesita algo?
―Estaba buscando a Anisa. ―Eso parece confundirlo aún más.
Ya somos dos.
―Está en el muro.
―Oh. ―Lo que faltaba. Me gustaría preguntarle si Abiel está de
turno, pero prefiero no hacerlo y ponerme en evidencia―. Gracias.
―De todos modos, cuando perciba mi presencia, posiblemente se
retire.
―Para servirla.
Doy media vuelta y observo el muro, con bastante aprensión,
antes de ponerme en marcha. No quiero ir, pero de lo contrario no
podré ir a Jaim.
«Puedes hacer esto, Lena. No pienses demasiado», me digo a mí
misma obligando mis pies a moverse. Mientras más rápido, mejor.
No tengo ni idea por dónde buscar, ha sido demasiado vaga su
respuesta. Podría estar en cualquier parte, pero basta con que
alguno de los guardias se comunique con ella. Así que me dirijo a la
escalera más próxima. Hay pocos vampiros a la vista, pero como
siempre evitan acercarse demasiado a mí. No tengo idea de por qué
piensan que me dan miedo. Bueno, puede que sea porque a los
cuatro años, lloré cuando uno de ellos me habló. Sinceramente, no
deberían seguir pensando eso. Era solo una niña. Como sea.
Llego al muro, sin ver a nadie a la vista. Otra cosa poco habitual.
Casi siempre hay alguien abajo, que trasmite si hay un disturbio o
activa las puertas. Asciendo las escaleras hasta llegar a lo alto. Hay
un par de guardias, pero evidentemente ninguno es Anisa. Podría
gritar y seguro aparecería, pero llamaría la atención. Algo que no
quiero. Me detengo a unos metros de ellos, permitiéndome admirar
la impresionante visión. Cierro los ojos y sonrío ante el viento que
agita mi pelo y acaricia mi rostro. Pocas veces he venido aquí, de
niña tal vez: obviamente ahora ya no me lo permiten sin pensar que
tengo un propósito oculto. Hago una mueca de nuevo al reflexionar
sobre lo absurda que ha resultado mi actitud.
Observo el sol que comienza a ponerse en el horizonte, pero algo
llama mi atención. ¿Qué…? Imposible. Juraría que hay una
persona, de pie en la colina. No puedo ver con claridad su rostro,
debido a la distancia, pero… podría asegurar que me mira fijamente.
«¿Quién eres?», su voz es fuerte y clara, como si lo tuviera
delante de mí.
¡¿Qué demonios ha sido eso?!
―Señorita Lena.
Me sobresalto al escuchar su voz y tropiezo, pero retrocedo antes
de que su mano pueda tocarme. Desvío la mirada del rostro de
Abiel, enfocándome de nuevo en la lejanía, pero… no hay nadie.
Nadie. ¡No puede ser! Estaba ahí, escuché su voz dentro de mi
cabeza.
―¿Señorita Lena? ―repite, pero sigo sin prestarle atención―.
¿Ocurre algo?
No pude imaginarlo.
―No, no ―niego retrocediendo un par de pasos,
innecesariamente, porque él mantiene los brazos a los costados, sin
intención de tocarme de nuevo. Eso es bueno―. Estaba buscando a
Anisa ―digo finalmente, sin lograr salir de mi confusión.
―No está aquí.
―Eso veo.
No espero una respuesta por su parte o que me dé su ubicación.
Me alejo lo más rápido que puedo, concentrándome en no caer. Mi
cabeza es un caos y por primera vez no tiene que ver directamente
con él. ¿Qué ha sido eso? ¿De verdad, lo he imaginado?
Anisa (2)

Esta, sin duda alguna, es una pésima idea, de las peores que se le
han metido en la cabeza y ni siquiera entiendo por qué me he
dejado envolver en sus juegos. Porque es eso: una artimaña.
Suspiro con cansancio, reflexionando mentalmente las posibles
consecuencias, dirigiéndole una mirada molesta, al tiempo que
agudizo mis sentidos, siguiendo sus movimientos. Hasta ahora todo
va de acuerdo a lo planeado. No sé cómo demonios consigue que
todos hagan lo que quiere. Incluso yo.
―Por favor ―resopla, al percatarse de mi postura, con esa
sonrisa ladina que tanto me irrita―. ¿No quieres ser buena por una
vez en tu vida?
Estoy segura de que ahora mi mirada es mucho más que
molesta, pero eso solo logra que sonría aún más.
―Verdaderamente, cuestiono tu sentido del bien ―mascullo con
una mueca de desagrado―. Tal vez, eso deberías preguntártelo a ti.
―Yo soy buena. La mejor de todas.
La odio.
―Claro ―respondo denotando sarcasmo―. Tan buena que no
dejas de intervenir en los asuntos de los demás.
―Mira ―gruñe volviéndose hacia mí, apuntándome con el dedo.
No entiendo por qué demonios sigo tolerándola―. Armen me ha
dado permiso ―canturrea sonando demasiado confiada.
―Dudo que el señor Regan haya estado de acuerdo en
manipularlos ―digo encogiéndome de hombros. Ha sido bastante
tolerante, pero al igual que Gema, le preocupa el estado de ánimo
de esa niña y dudo que enfrentarla a Abiel ayude. Debería ser él
quien vaya a ella, no al contrario―. Si no mal recuerdo, lo único que
aprobó es que fuera yo quien le acompañara, solo eso. Y ha sido
porque se supone que Ryen estaría demasiado ocupado, haciendo
no sé qué cosas importantes que no podían esperar. ―Otra de sus
mentiras. Esta mujer, a pesar de su aspecto de inocente, es de
temer.
―Desde luego, Lena es prioridad ―afirma girándose de nuevo
hacia el ventanal―. ¡Ahí están! ―murmura con emoción. Supongo
que da por hecho que esto evitará que ella se vaya de Cádiz. Lo
dudo. Y tampoco sería muy bueno, no cuando él no parece
dispuesto a hacer algo más que observar. Como lo ha hecho hasta
ahora.
Dirijo mi atención a lo alto del muro, donde Lena se encuentra. No
importa la distancia, puedo ver su figura, que no parece haberse
percatado de la presencia de Abiel o tal vez solo está fingiendo.
Esto no está bien. Ella evita su toque y, dándole la espalda, baja
rápidamente.
―¿A dónde va? Ella no debería alejarse… ―balbucea Elina.
Tengo la respuesta y no me gusta. Se mueve, dirigiéndose hacia la
entrada de la ciudad.
―Mierda ―maldigo tomando la bolsa que contiene sus cosas―.
Parece que no siempre te puedes salir con la tuya ―reprocho
molesta con el resultado.
―Pero… Espera…
―Esto ha sido un error ―mascullo dándole una mirada furiosa,
mientras me encamino a la puerta de la residencia. Algo ha ocurrido,
Lena parece resuelta a marcharse, incluso dejando atrás sus cosas.
Me olvido de Elina y sus protestas detrás de mí y me apresuro a
llegar a la puerta. El hecho de que no esté corriendo, me permite
alcanzarla al tiempo que ella cruza la entrada. Maldigo mentalmente
a Abiel, que se ha quedado quieto a un costado, sin intentar ir tras
ella o hacer algo para detenerla.
«Has fallado, Elina», reprocho bloqueando su respuesta. Estará
molesta y se lo merece. Si Abiel quisiera hablar con ella, lo haría. Es
así de sencillo.
―¿No se supone que debo acompañarte? ―cuestiono apenas
nos alejamos unos metros.
―Estás aquí.
―¿Y tus cosas? ―señalo la bolsa. Me mira inquieta, sus ojos
enfocando más allá de la ciudad, hacia la colina que oculta los
senderos de las viejas ciudades.
―No… Me olvidé ―balbucea sin detenerse y volviendo a dar un
vistazo a la lejanía.
―¿Ocurre algo? ―inquiero frunciendo el ceño.
―No.
―Lena… ―digo sujetando su brazo, obligándole a detenerse―.
¿Qué ocurre?
―Nada.
―No me lo parece.
―No es nada, solo… quiero llegar antes del anochecer. ―Frunzo
de nuevo el ceño, mirando que el sol aún se encuentra en el
horizonte. Quedan al menos un par de horas antes de que se pierda
la claridad.
Miente.
Entiendo que nunca hemos tenido este tipo de conversaciones,
pero tendría que ser idiota para no percatarme de que algo anda
mal.
―¿Qué te hizo Abiel? ―pregunto sin rodeos. Suspira,
sacudiendo la cabeza, liberando su brazo de mi mano.
―Nada. Estaba buscándote ―argumenta nerviosamente,
volviendo a mirar detrás de nosotros―. No pasa nada ―asegura
forzando una sonrisa.
Maldita sea. No puedo saber qué pasa por su mente y claramente
no está dispuesta a decirlo, pero resulta obvio que está diciendo
mentiras.
―A tu padre no le gustará saber que te marchas de esta manera.
―Él sabe que me iría…
―¿Dejando todo atrás?
―No lo hacía ―suspira―. Sabía que vendrías. ¿Podemos
darnos prisa? ―inquiere retomando la marcha, dando por terminado
el tema.
¡Maldición! Abiel tendrá que darme algunas respuestas. Esta niña
nunca se quedará con la incertidumbre y tampoco huye de los
problemas. En este momento, es como si estuviera desesperada por
escapar. Sin embargo, no hay nada que pueda hacer.
La sigo sin hacer comentarios al respecto, aunque no me trago
eso de que no le pasa nada. Su respiración agitada y lo acelerado
que se encuentra su corazón no mienten. Algo ha ocurrido ahí
arriba.
Abiel (3)

«No intervengas de nuevo, a menos de que estés dispuesto a tomar


algo más que una responsabilidad, Abiel». La advertencia del señor
Danko fue contundente, después de informarme de la decisión de la
señorita Lena. A pesar de no expresarlo, sé que ellos esperaban
que la detuviera, que hiciera algo más que observar, pero no puedo
hacerlo. No sería sincero, no sería justo para ella. Lena es joven,
pero espera algo más que solo deseo, lo vi en sus ojos y eso es
algo que yo no puedo darle.
Observo cómo las puertas se abren, esta vez dejando a la vista
únicamente la figura de Anisa. Su expresión es dura y su andar
firme, no indican nada bueno. Con un gesto, me señala que la siga.
Lo hago, porque es lo que he esperado desde que se marcharon.
Tengo la certeza de que ella ha llegado y en estos momentos se
instala en la casa de Josef, pero no me ha gustado su reacción al
verme ni esa repentina urgencia por irse. Ignoró mi intento por
hablar con ella.
Anisa se aleja de la entrada, deteniéndose a un costado de los
dormitorios de la guardia.
―¿Está bien? ―pregunto antes de que se detenga y se dé la
vuelta.
―Eso es lo mismo que quiero saber ―gruñe manteniendo la
severidad de su mirada―. ¿Qué demonios le has hecho?
―cuestiona cruzándose de brazos, mostrando una postura
defensiva.
―¿Qué? ―Su pregunta me desconcierta. Es justo eso lo que
deseo saber. ¿Qué fue lo que ocurrió, para que actuara de esa
manera?
―Es evidente que algo ha pasado ―masculla dando un paso al
frente―. Ella no estaba bien, Abiel. ¿Qué le hiciste? ―inquiere
sujetando mi ropa.
―¿Qué demonios te hace pensar que le hice algo? ―debato,
ignorando su agarre y su tono demandante.
―¿Quizá que parecía tan nerviosa o tal vez su urgencia por
largarse? Dime, ¿tú qué crees?
―No he hecho nada ―afirmo rompiendo su enganche―. Solo…
―Escucha ―interrumpe, luciendo furiosa―. Nadie puede
obligarte a hacer algo que no deseas, pero eso no significa que
puedas hacer y deshacer con ella.
―No he hecho nada. No sé de qué hablas…
―¿En serio? ―pregunta irónica, sin dejar de apuñalarme con la
mirada.
―Anisa… ―Retrocede, cortándome con un movimiento de mano.
―Nunca te he tomado por cobarde, Abiel, pero es justamente lo
que haces en este momento.
Contengo el aire, luchando por no responder como quisiera. Me
molesta su acusación, pero sé que en parte es cierto. Si la he
evitado, es justamente para no herirla. Alguien tan inocente como
ella se merece a quien sea capaz de entregar su corazón por
completo. Y ese no soy yo.
―La has dejado ir.
―No soy nadie para prohibírselo. Sus padres…
―A mí no me vengas con esas. ¡Cobarde!
―¿Y me lo dices tú? ―murmuro con tono afilado, recordando
cuánto insistí para que solucionara sus problemas con Jensen―. Si
no mal recuerdo, nunca quisiste convertir a Pen, dijiste que no lo
querías obligar.
―Es completamente diferente ―niega airada. Claro, eso no lo
pensaba antes―. Lena es híbrida, vivirá mucho más tiempo que un
humano ordinario.
―Ese no es el problema ―digo frustrado, no estoy seguro si con
ella o conmigo mismo―. Amé a una humana, hasta el último día de
su vida. No me importa eso, y lo sabes.
―Lo que sé es que ha pasado demasiado tiempo y que no eres
capaz de quitar tus ojos de la chica. ―Retrocedo, sorprendido de
que lo haya notado. No puedo replicar―. Vi cómo la mirabas, Abiel.
¿A quién le importa si es la hija del señor Regan? Él no intervendrá.
¡Mierda!
―Tampoco se trata de eso, no.
―Claro que no ―ironiza―. Se trata de que no tienes los
pantalones para darle la cara, para arriesgarte de nuevo...
―Anisa…
―A veces la persona indicada es quien menos deseamos. Eso es
una mierda y no nos gusta, pero depende de nosotros el modo en
que resulte.
―Amé una vez. No puedo hacerlo de nuevo.
A eso se reduce todo. Los vampiros somos fieles, solo podemos
amar de verdad una vez.
―¿Porque no puedes o porque no quieres? ―cuestiona
acribillándome―. Ahí afuera ―señala Jaim―, ella puede encontrar
a alguien más y tú tendrás que soportar viéndola con otro. ¿Cómo te
hace sentir eso?
Respiro, endureciendo mi rostro. Odio siquiera pensarlo.
―Si ella está bien, yo no tengo nada que discutir. No soy nadie.
Mi único deber es protegerla, como al resto de los que viven en esta
ciudad y también en Jaim.
Hay cierto malestar al pensar que ese chico, que claramente está
interesado en ella, está allá. Pero de nuevo no hay nada que pueda
hacer. No me corresponde. No tengo derecho a intervenir.
―Eres un idiota. La mayoría de los hombres lo son. ―Golpea mi
hombro―. He visto demasiado y puedo decirte que no encontrarás
muchas como ella. Una mujer que sabe lo que quiere y que va tras
ello. También puede cansarse. No esperará por siempre y entonces
solo podrás callar y observar. Piénsalo.
―No tengo nada que pensar ―respondo consciente de que
puede escucharme, aunque mi voz es apenas un susurro―.
Deberías ir con Jensen, en lugar de sermonearme. Eso no es algo
propio de ti.
―Tampoco de ti ser cobarde.
Cobarde. ¡Maldita sea!
Yohan (1)

Cobijado por las sombras de la noche, permanezco inmóvil, con la


mirada fija en las luces que iluminan el lugar. Una pequeña sonrisa
asoma en mi rostro. No puedo olvidar su cara, la sorpresa que sus
ojos expresaron y el desconcierto que inundó su mente al
escucharme.
―¿No te di una orden? ―cuestiona severamente Randi,
acercándose a donde me encuentro.
Sabía que vendría esto, pero no importa. Ha valido la pena.
―Sí ―respondo sin inmutarme, vislumbrando la rabia brillar en
sus ojos.
―¿Y? ―presiona, no dispuesto a ceder. Sé que odia que ignore
sus órdenes, pero fue sin querer.
Suspiro dejando caer los brazos, mostrando algo de
remordimiento. Detesto cuando se pone estricto, pero es mejor
ceder un poco, que llevarle la contraria. Eso, definitivamente, solo
empeora las cosas.
―Tenía curiosidad ―admito, volviendo a evocar su imagen.
Parece tan joven, tan frágil.
―No me importa tu maldita curiosidad ―sisea acercando su
rostro al mío―. ¿Eres consciente de que pudiste echar todo a
perder?
―Solo ella me vio. Es híbrida. ―No responde, luciendo más
furioso, si eso es posible―. Es la ciudad de los vampiros, ¿qué hace
una chica híbrida allí? Es como nosotros. ―Ha escuchado mi voz,
definitivamente es como nosotros.
―Lo es, y es la razón por la que estamos aquí.
―¿Qué? ―murmuro confuso―. Espera… ―Imposible.
―Ella es la hija de Regan y de la hija mayor de Alón.
¡Demonios!
―De quienes deseas vengarte ―digo a manera de afirmación,
porque en todos estos años lo he dejado bastante claro. Y es algo
que no es de mi agrado. Ella no parece peligrosa, diría que todo lo
contrario.
―La usaremos ―declara con seguridad, dirigiendo una mirada a
la ciudad―. Pero aún no es tiempo.
―Randi…
―Viniste solo para conocer la ruta y cubrirme las espaldas,
Yohan. No debes olvidar que no puedes ponerte en evidencia.
―Dudo que ella piense que fue real ―farfullo, sintiéndome un
poco molesto con la idea―. Pero… me escuchó.
―Sí, y eso es bueno para nosotros. ―Sonríe con frialdad, su
expresión indicando que tiene bastante en mente.
―¿Piensas hacerle daño? ―inquiero sin poder frenar la
pregunta.
―¿Importa? Es el medio para alcanzar mis planes.
―Es como nosotros. ¿No podrías convencerla de venir?
―Suspira largamente.
―Aún estoy decidiendo qué hacer con ella ―admite―. Por el
momento, tenemos que regresar.
―¿Conseguiste lo que buscabas?
―Algo. Esa chica es demasiado astuta.
La otra rubia que siempre sale de los muros. Bastante hábil.
―Te dije que me lo dejaras a mí. Soy más rápido.
A pesar de tener casi cincuenta años, Randi sigue luciendo como
un hombre de treinta. Fuerte y bastante rápido. La ventaja de un
híbrido. Aunque ya no es tan resistente como solía serlo y eso se
debe a las condiciones en que vivimos. Viendo este lugar tan
imponente e impresionante, comprendo por qué los odia. Eso y lo
que hicieron con nuestra gente. Era joven, pero todavía lo recuerdo.
No obstante, sigue sin gustarme la idea de lastimar a esa chica. Hay
algo en su mirada que me ha conmovido. Tristeza y anhelo. ¿Quién
eres, Lena Regan?
Lena (12)

―Cualquier cosa que necesites ―dice Anisa, deteniéndose


frente a la puerta de casa de mis abuelos, haciéndome saber que
hasta aquí me acompañará―, solo tienes que decirle a Farah, él te
guiará de regreso a Cádiz o nos lo hará saber, para enviar a alguien
por ti.
Me toma unos segundos procesar sus palabras. Aunque hablé de
quedarme por un par de semanas, ahora caigo en la cuenta de que
nunca mencionamos sobre ir a visitarlos o volver antes de tiempo.
Supongo que ellos sí lo consideraron por adelantado. Es la primera
vez que me dispongo a pasar tanto tiempo lejos de ellos y quizá
piensan que cambiaré de opinión. No estoy segura, pero quiero
probar.
―Sí. Gracias por traerme.
Asiente con un movimiento de cabeza, entregándome la bolsa
con mis cosas y, dándose la vuelta, se aleja de prisa. Tengo solo un
instante para divagar, antes de que la puerta a mis espaldas se
abra.
―¡Lena! ―Sonrío y doy un par de pasos cruzando el umbral de
la pequeña, pero acogedora casa.
―Hola.
―¡Bienvenida! ―Reconfortada con la calidez que su persona
desprende, me dejo estrechar por los brazos de mi abuela Kassia,
que se aparta ligeramente, mirándome con una enorme sonrisa,
rozando con una mano mi mejilla y clavando sus ojos en los míos.
Probablemente buscando las verdaderas razones que me han traído
hasta la puerta de su casa. No es que nunca lo haya hecho antes,
pero ella es demasiado inteligente y difícil de engañar. En realidad,
pretender engañar a alguien no es una opción y eso pasa cuando no
eres muy buena ocultando tus sentimientos. Eso y que nunca
quisiera hacerlo.
A pesar de las pequeñas líneas blancas que tiñen sus cabellos y
los pliegues que se marcan en su rostro, sigue siendo una mujer
hermosa y bastante conservada para su edad. No puedo decir lo
mismo de mi abuelito, quien luce un poco más mayor, su cabello
completamente pintado de blanco, pero que parece contagiado con
su vitalidad.
―Gracias ―digo con timidez, aún un poco confusa por lo que he
visto, aunque cada vez más convencida de que debí imaginarlo. No
soy tan perceptiva como ellos. Abiel, Anisa o alguno de los guardias
lo hubieran visto, si de verdad hubiera estado ahí. Algo que no
parece real.
―No hay nada que agradecer, cariño. Esta también es tu casa y
nosotros estamos más que encantados de tenerte con nosotros
―asegura rodeando con el brazo la cintura de mi abuelo, que
sostiene mi mano, dándome un ligero apretón en señal de
asentimiento.
A pesar de que ellos se unieron siendo adultos y habiendo tenido
historias previas, lo que tienen no deja de ser menos fuerte y
auténtico, como muchas veces lo dice mi tía Mai. Y esta es otra
diferencia entre los humanos y los vampiros: ellos pueden comenzar
de nuevo al menos si están dispuestos.
No vayas por ahí, Lena. No de nuevo…
La puerta se abre, interrumpiendo mis penosos pensamientos,
Caden y Elise entran seguidos por Klaus. Todos mostrando una
enorme sonrisa, algo que me alivia demasiado. No es que con mis
padres sea distinto, sé que me adoran, pero del resto que me rodea
a veces tengo la impresión de que se trata más de respeto o
tolerancia por el apellido que me respalda, que por mí misma. No
resalto como lo haría cualquier vampiro, o el mismo Josiah. Cada
uno de ellos tiene fijadas sus obligaciones o rutinas y tal vez es por
eso que para todos soy solo la niña consentida a quien deben de
proteger y atender. Triste, pero cierto. Y lo peor… Esta es la primera
vez que reflexiono.
―Llegaste ―murmura Caden, atrapándome en un fuerte apretón
que separa mis pies del suelo. Me siento como una muñeca de
trapo entre sus brazos, sobre todo porque soy más pequeña y él no
parece hacer ningún esfuerzo. Sí que se ha vuelto fuerte.
―Ajá ―consigo responder aún presa de su agarre. Observo a los
demás, que no parecen extrañados de la exagerada muestra de
afecto por parte de mi primo. Sin embargo, noto el rostro contrariado
de Elise, que al percatarse de que la miro, rápidamente sonríe de
nuevo. Oh-oh. Me parece que aquí hay algo. Doy una mirada a
Caden, pero él es completamente ajeno. ¿Será posible…?
―¡¿Por qué me excluyen?! ―Y esa es la entrada de Airem, que
camina, con paso seguro, hasta nosotros, viendo con malestar a
Caden―. Se supone que me ibas a esperar ―lo acusa, pero él solo
se encoge de hombros, mostrando una pequeña sonrisa.
―Pensamos que no estabas ―responde Elise, mirando de nuevo
el brazo que Caden mantiene alrededor de mí. Es solo un atisbo de
inconformidad, pero ahora que lo he visto, no me pasa
desapercibido. Y de nuevo todos lucen ajenos.
―Siempre estoy ―gruñe a Caden, pero luego se relaja
sonriéndome―. Será bueno tenerte por aquí ―asegura elevando su
cabeza en mi dirección a manera de saludo. Ella tan… Airem.
Siempre he admirado que no se intimida ante nada y que no finge
ser quien no es. No es muy dada a las muestras de afecto, excepto
con su padre. A él lo adora. Y a todos los demás les dice lo que
piensa en su cara, aunque no sea del todo agradable. Ella y Josiah
serían cosa seria, ambos son bastante directos.
―Espero que todos puedan hacerla sentir como en casa ―pide
mi abuela, guiñándoles un ojo. Todos asienten, sin parecer forzados.
Creo que a esto era lo que se refería la tía Elina. Convivir con chicos
de mi edad y, especialmente, alguien que no me supera en sentidos
o no tiene que expresarse con palabras. Es bueno interactuar con
ellos y seguir sus bromas.
―¿Se quedará aquí? ―inquiere Caden, a lo que asienten ambos.
―Deberías quedarte con nosotros ―opina Airem cruzándose de
brazos―. Sería divertido.
―Ya está Caden con ustedes ―comenta el abuelo―. Además,
hemos preparado la habitación que era de Mai.
―Puedo mandarles a Caden…
―¡Oye! ―protesta él lanzándole una mirada que carece de
severidad y que solo la hace reír. Nada comparado con Josiah, ese
sí que sabe cómo intimidar―. Puedes cambiar de lugar, además
casi nunca estás.
―¡Shh! Yo vigilo el muro…
―Claro.
―Basta, chicos ―interviene mi abuela, sonriendo ante la
pequeña riña. No hay duda de que Caden le tiene mucho cariño a
Airem―. Pueden venir cuando quieran y ayudarme a hornear o
cocinar.
―¡Yo me apunto! ―dice Elise, ganándose una sonrisa
aprobatoria por parte de ella. Sí, es muy buena en eso.
―Yo puedo acercarles lo que necesiten ―ofrezco, siendo
consciente de que todos conocen mis carencias en la cocina―. Solo
eso. ―Mi afirmación los hace reír a todos.
―Yo tampoco soy bueno en la cocina ―expresa Airem sin
mostrar aflicción.
―Ella es mucho peor ―farfulla Klaus, ganándose un golpe de su
parte―. ¿Qué? Es la verdad.
―Dudo que eso te sume puntos.
―¡¿Qué?!
―Tú puedes ayudarme a curar a los animales ―sugiere Caden,
interrumpiéndolos.
―También puedes venir al invernadero conmigo.
―Yo apoyo eso. Siempre hay algo que hacer, y no corres peligro
―afirma Klaus, asintiendo a la opción de Elise.
Trabajar con las plantas era una de las opciones que había
contemplado, porque evidentemente no puedo estar sin hacer nada.
Y ser de ayuda resultaría muy bueno.
―Pues yo puedo llevarte fuera del muro, a la cascada.
―¡Airem! ―reprende Caden, negando con la cabeza.
―¿Qué? ―pregunta con expresión inocente―. No empieces,
Caden. No hay impuros, mucho menos repudiados y Lena ha dejado
claro que sabe defenderse. Podemos también practicar con la
espada.
―Eso me agrada ―coincido animada por la idea de poder
superar a alguno de ellos. No es que no me guste mucho pelear,
pero suelo rehuirlo porque soy consciente de que difícilmente podría
hacer algo con mi madre, Irina o incluso a Pen. Ellos son muy
rápidos y buenos. No tomes peleas que sabes perdidas.
―No debería corromperla ―protesta Caden pegándome a su
costado―. Prometí a la tía Gema y a Josiah que cuidaría de ti.
Le miro un poco contrariada. De mi madre no me extraña, pero
¿Josiah? Además, ¿de qué se supone que me tiene que proteger?
―No hace falta ―niego―. Como dijo Airem, no hay peligros
aquí.
―Ni fuera ―ella repite.
―Todos la cuidaremos. ―Sonrío a Klaus, que parece muy seguro
y encantado con la idea.
―Los impuros no son los únicos peligros por aquí, Airem es más
peligrosa.
―¡Caden! ―se queja ella―. Tú eres peor que yo.
―No olviden a los hermanos de Elise. De ellos sí debes cuidarte,
porque ni ella se salva.
―No me los recuerdes. Le dije a mi padre que les advirtiera que
no fueran tras de ti, pero… ―suspira con cansancio―. Con ellos
nunca se sabe, así que escucha a Caden y permite que cuidemos
de ti. No es exageración ni prohibición, puedes ir y venir, tomar la
tarea que prefieras o ninguna, pero deja que estemos cerca. ―Se
encoge de hombros―. Por las dudas.
―Bien dicho ―coincide mi abuela, dándole una palmadita en el
brazo―. Por ahora, dejemos que se instale y después podrán
discutir a dónde quieren llevarla.
―Yo la llevo ―se ofrece Klaus tomando mis cosas, comenzando
a subir las escaleras. Ella me indica que los siga, en tanto que
Caden y Airem continúan discutiendo. Mi abuelo me sonríe, divertido
por tenernos aquí. Creo que me divertiré y espero poder olvidarme
de algunas cosas, por muy complicado que parezca.
Yohan (2)

―¿Cuándo volveremos? ―susurro elevando la mirada,


permitiendo que la intensidad del sol bañe mi rostro y al mismo
tiempo como una forma de evadir la dura expresión que Randi me
dedica, por mi imprudente pregunta.
No debería ir de nuevo al tema, pero no he podido dejar de
pensar en esa chica.
―Demasiado pronto para saber ―responde con tono tosco,
adelantándose un par de pasos.
Difícil y complicado. Siempre ha sido así, no debería de
sorprenderme, pero sigue haciéndolo. Cuando habló de hacer el
viaje hasta el único asentamiento de humanos y vampiros que
queda o que se conoce, aparte de donde nos refugiamos, imaginé
que tendría un mejor propósito que solo mirar de lejos y regresar.
Pero ¿qué puedo saber yo? Randi rara vez comparte sus
pensamientos con alguien más.
Solía hacerlo con Sián, hasta que los impuros vinieron por él y
ninguno de nosotros pudo hacer algo para salvarlo. Sí, eso fue lo
que detonó su determinación de cobrar una vieja deuda con esos
seres.
―¿Demasiado pronto? ―repito, chasqueando la lengua―. Tres
años no parece ser poco tiempo, si me lo preguntas.
―No lo he hecho ―gruñe―, pero Aki tiene razón al decir que
eres demasiado impaciente.
Me encojo de hombros. Hay ciertas cosas de las que estoy
casando. Esperar es una de ellas.
―Puede, pero también se trata de que estamos volviendo con las
manos vacías. ―Enarca una ceja, mirando las dos presas que
llevamos a cuestas. Dos bestias que pretendían hacernos su cena y
que ahora servirán para un par de semanas, si sabemos
conservarlas y racionarlas. Miro al cielo y niego―. Eso no cuenta,
es algo que hemos tomado de paso.
―Tomar algo de ellos no es lo que deseo ―replica como si le
ofendiera el solo hecho de pensarlo.
―No estoy seguro ―mascullo, golpeando una piedrilla que sale
disparada varios metros delante de nosotros―. Dijiste que harías
algo con esa chica.
―Lo que no se refiere a tomar. No soy tan idiota para ir por ahí y
hacer que vengan detrás de nosotros.
―No tendría por qué ser así ―opino, luchando por sonar
desinteresado.
―¿Qué dices? ¿No has visto cómo la protegen? Si la raptáramos
no dudarían en seguirnos.
―Nunca sugerí eso. ―Me observa sin entender, pero mi idea
cada vez me resulta más atractiva―. Si ella viniera por voluntad
propia… ―dejo la frase sin terminar, atento a su reacción. Parece
considerarlo, pero aún no está convencido.
Ella parece inocente y aunque Randi no es despiadado,
considerándola un enemigo y como un medio para cobrar una
deuda, no lo pensaría para tomar su vida. Eso no me agrada. Por
alguna razón.
―No lo haría.
Yo no estaría tan seguro. No fue odio o temor lo que vi en sus
ojos. Además de la sorpresa, encontré cierta añoranza y melancolía.
Algo que me indica que ella no es del todo feliz en ese lugar. Podría
ser una vía de escape y la manera de evitar que perezca. Ella es
alguien inocente.
Entiendo las razones de Randi. Era solo un niño cuando aquello
ocurrió, pero por mucho que se niegue a ver las cosas, es una
realidad que ahora nuestra existencia es mucho mejor. Llevo aún las
cicatrices que aquellas pruebas dejaron grabadas en mi piel y ni
siquiera puedo imaginar cómo fue para los demás. Eso sin contar lo
que tuvieron que pasar ellas, incluyendo a mi madre. No existe
punto de comparación.
Él guarda resentimiento por todos los que murieron en sus manos
y ninguno de nosotros lo debate, porque a pesar de no compartir su
opinión, le estamos agradecidos por lo mucho que nos ha ayudado.
―¿Por qué no?
―Es uno de nosotros.
―¿Qué? ―Me detengo conmocionado por su afirmación, pero su
expresión se mantiene firme. No está mintiendo.
―Ella era una de los nuestros, pero… durante el ataque su
madre murió… ―Sacude la cabeza, como si le resultara abrumador
recordar―. Ellos la encontraron antes de que lo hiciéramos primero.
Ahora entiendo por qué nos sintió: me escuchó.
―Deberíamos…
―Traerla tampoco parece fiable. Deben de haberle contado su
versión.
―Tiene derecho a escuchar la nuestra, ¿no?
―No nos creería. Ha pasado mucho tiempo y han podido llenarle
la cabeza de ideas.
―Eso en caso de que le hubieran dicho… ―Randi sonríe de
lado, golpeando mi espalda con la palma de la mano.
―Eres astuto, Yohan. Me has dado una buena idea.
―¿En serio? ―murmuro incrédulo―. ¿Es posible que estés
considerando traerla? Si es una de los nuestros, sería lo justo.
―Es posible. Pero antes hay que volver y esperar un poco. Si ella
alertó a alguien de tu presencia, es mejor no correr riesgos. Sobre
todo si existe una oportunidad de ir con lo que sugieres.
Nada me gustaría más que eso.
―Claro.
―Ahora muévete, hay que volver antes de que caiga la noche.
Asiento, concentrándome en el sendero que se extiende frente a
nuestros pies. Queda bastante que recorrer, eso sin contar que hay
que estar alerta. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien se
atrevió a cruzar por estas tierras, hay demasiadas criaturas
observando, esperando. Pero al menos me alivia saber que no
tomaremos la vida de ella.
Armen (1)

Despido a los sirvientes que me acompañan y, sujetando el tomo,


abro la puerta. Observo su figura inmóvil frente al ventanal. Cierro
con extremo cuidado, aunque sé que ahora ya no funciona, como lo
hizo la primera vez que la vi. Ella me ha sentido. Aun así, no se
vuelve, permitiéndome acercarme.
―¿Preocupada? ―susurro en su oído, mis brazos rodeando su
cintura. Su cuerpo se relaja contra mi pecho, respondiendo a mi
toque, sus manos aferrándose a las mías.
―No puedo evitarlo ―responde con cierto pesar.
Deposito un beso sobre su pelo y sigo su mirada, que se
encuentra posada sobre el muro que rodea Jaim, la ciudad donde
está nuestra pequeña hija. Aunque demasiado pronto ha dejado de
ser nuestra pequeña, ahora está a un paso de convertirse en una
mujer. Es una etapa de la vida, pero es difícil hacerse a la idea.
Especialmente para ella que se ha desvivido por su cuidado.
―No hay nada de qué preocuparse. Ellos estarán al pendiente y
sabes que no permitirían que le pasara algo.
―Lo sé ―concuerda consciente de que incluso su padre acoge a
Lena como si fuera su verdadera nieta. Él, al igual que la mayoría de
nuestros cercanos, sabe sobre su origen y lo mantiene en secreto―.
He estado pensando… ―Gira el rostro, encontrando mi mirada―. Si
hemos hecho lo correcto al no contarle la verdad.
Se tensa, pero sacudo la cabeza, desechando su inquietud.
Fue algo que se debatió bastante. No solo porque algunos tenían
la idea de que ella llevaría la mala sangre de Alón o de quienes
estaban con él.
―Como bien dijiste, no tenía sentido ―aseguro recordado
algunos de los argumentos que se tomaron en aquel momento, para
optar por mantener eso fuera de su conocimiento―. Pocos saben lo
que ocurrió en aquel lugar, su madre murió y nadie de quienes la
conocieron lo dirían. ¿Habría tenido sentido abrumar a una niña con
ese tipo de revelaciones?
―No. Puede que la hubiéramos predispuesto, haciéndola
partícipe de que era parte del enemigo.
―Correcto. Pero ¿por qué te inquieta? ―pregunto
verdaderamente interesado. No es algo que se haya tocado en
mucho tiempo.
―No lo sé. Últimamente no he podido dejar de pensar en eso,
mucho menos después de que ha querido ir a Jaim.
―Sabes que eso ha sido porque necesita un escape. Las cosas
con Abiel no son fáciles.
―No me gusta que se sienta fuera de lugar y no poder hacer
nada por ella.
―Has hecho más que cualquier persona, eso no lo dudes. Pero
necesita comenzar a elegir por ella misma, Gema. Ha llegado el
tiempo de que tome el rumbo de su vida en sus manos.
―¿Y la dejaremos sola?
―Nunca. Observaremos y estaremos a la espera, para apoyarla
cuando lo necesite. Es ese el papel de los padres: criar, orientar y
dejar vivir.
Se gira completamente, sus brazos rodeando mi cuello.
―Siempre dije que serías el mejor padre. ―Acaricio su mejilla,
inclinándome hasta tocar sus labios.
―Es porque he tenido a la mejor compañera.
La mantengo entre mis brazos, tratando de aliviar sus
inquietudes. Nada me gustaría más que poder evitar las penas de
mi hija, pero incluso de ellas podrá aprender y ser fuerte.
Josiah (5)

Me muevo con sigilo entre los pequeños espacios en sombras que


existen en el muro, aproximándome al borde. Permanezco inmóvil
unos segundos, esperando que los guardias se den la vuelta y
alejen, antes de dar un paso al frente y saltar. El viento de la noche
golpea mi rostro, mientras me precipito. La altura es considerable,
pero no tengo problemas para enfrentarla. Con un par de giros en el
aire, consigo caer en cuclillas, sin alertarlos de mi presencia. Podría
usar las puertas, como lo haría cualquiera, no obstante prefiero que
sea de esta manera y mantenerme en anonimato. Por ahora.
Me incorporo, sacudiendo mis manos y doy una mirada a lo alto
del muro. Mis ojos escrutan con detenimiento, sin percibir
movimiento o algo que indique que me han escuchado. Los guardias
son buenos, por algo fueron elegidos para custodiar la ciudad, pero
con la práctica he aprendido a evadirlos, a pasar desapercibido. El
pensamiento amenaza con dibujar una sonrisa en mi cara, que
reservo momentáneamente.
―No debería estar aquí, joven.
Esbozo una sonrisa irónica, volviéndome directamente hacia él.
No resulta verdaderamente sorprendente verlo aquí, aunque no
esperaba que se mostrara ante mí, sin preocuparse porque alguien
pueda notarnos. He de reconocer que ha sido bastante cuidadoso y
discreto en sus pequeñas salidas nocturnas, hasta hoy.
―Lo mismo podría decir de ti, Abiel ―contesto cruzándome de
brazos de manera despreocupada, denotando seguridad. Sin
embargo, no parece intimidado ante mi actitud.
―Mi deber es la seguridad de la ciudad.
Elevo una ceja, curioso, pero él mantiene la expresión serena y
nada en su voz delata la pequeña mentira que intenta ocultar. Le
doy mérito, ciertamente siempre lo he respetado, aunque en estos
momentos no es mi persona favorita, como diría la misma Lena.
Lena. Pensar en ella me hace sentir molesto. No tenía por qué
abandonar la ciudad como si estuviera huyendo o hubiera hecho
algo malo. Sé que algo ocurrió entre los dos, a pesar de que tanto
ella, como Abiel y mi padre insistan en negarlo y actuar como si no
pasara nada. Entiendo la postura de ella, no quiere afectarlo ni
preocupar a sus padres. Tonta. Mi padre no desea intervenir, a
menos de que sea muy necesario. Su prudencia ante todo. En
cambio, a Abiel no puedo comprenderlo y tampoco quiero hacerlo.
Me he acostumbrado tanto a su presencia y compañía, lo mismo
que todos; es imposible no echarla de menos. Sobre todo porque
parece estar considerando prolongar su estadía en Jaim.
―Lo has dicho, la ciudad. No obstante, en este momento ambos
estamos fuera de ella. ―Me encojo de hombros. No importa si
notifica a mi padre, porque es seguro que él está al tanto de cada
uno de mis movimientos, en especial en lo referente a mis salidas
del muro y del motivo. Y por mucho que quiera, al hacerlo se estaría
delatando a sí mismo. A mí no tiene que rendirme cuentas, pero sí a
él. Aunque probablemente también eso lo sabe. Difícilmente algo
escapa a los agudos sentidos de mi padre.
―No debería salir sin escolta y menos de noche, es peligroso.
―Tú eres quien no debería perder el tiempo ―señalo hacia Jaim,
emprendiendo la marcha, dirigiéndome al punto de encuentro. Es la
primera vez que me pide verla de noche, no me inquieta, porque me
he asegurado de que no hay alguien afuera que implique peligro, ni
siquiera el mínimo. Y sin duda, ella también lo ha hecho. Imposible
que no lo hiciera, es tan precavida como impulsiva. Una de sus
tantas buenas cualidades.
Siento la mirada de Abiel sobre mi espalda, pero no su impulso
de seguirme o indagar a donde me dirijo. Supongo que no esperaba
que estuviera al tanto de lo que hace, sabe a lo que me refiero y
quizás eso mismo le impide intervenir en mis asuntos, como lo hago
con los suyos.
Vigilar Jaim cada noche, como si hiciera falta. Cuando, en
realidad, a quien desea cuidar es a ella.
Lo entiendo y al mismo tiempo no lo hago. Airem es la única chica
que me resulta incapaz de resistir, disfruto demasiado su compañía
y el modo en que me reta. Cada vez me resulta más difícil
mantenerme lejos de ella. Imagino que, para él, fue importante esa
humana que amó, pero… es innegable que Lena le importa. ¿De
qué otra manera explicaría que esté ahí prácticamente a todas
horas, con la mirada fija en las puertas de Jaim, como si esperara
verla en cualquier instante? Idiota. Sé por mi padre que ha estado
entrando algunas noches y que ha cuidado de la casa, pero eso no
significa que Lena esté enterada. Porque obviamente no lo quiere
de ese modo, eso sin duda terminaría por alentarla. Mala idea si
solo se siente responsable.
Agito la cabeza, dispuesto a olvidarme de ellos y me concentro en
la chica que espera por mí. La distancia se convierte en nada, así
que no tardo en visualizarla. Se encuentra cobijada debajo de un
árbol alto, tenuemente iluminada por la luz de la luna. Sus ojos
parecen brillar de un modo especial como siempre que me mira, sus
labios se curvan en una coqueta sonrisa y su mano se extiende en
mi dirección. Una clara invitación, sin titubeos, sin rodeos. Me da la
impresión de que indudablemente sabe lo que quiere.
―Tengo curiosidad ―admito aceptando de buena gana su mano.
Cálida y suave. Estudio su rostro, tumbándome a su lado sobre la
manta que ha extendido junto al tronco―. ¿Por qué de noche?
¿Crees que tus padres no se darán cuenta de tu pequeña salida?
Su cabeza descansa despreocupadamente sobre mi hombro,
dejando escapar un largo suspiro.
―Ellos suponen que estoy con Lena ―explica, sus dedos
jugando con los botones de mi camisa―. Y la noche es digna de
admirar ―murmura mirando el cielo completamente despejado, que
permite observar un puñado de estrellas y una brillante luna llena―.
Además, te he extrañado ―termina la frase entrelazando nuestros
dedos.
Desde luego que lo ha hecho, yo tampoco puedo negarlo. Estas
semanas que Lena ha estado en Jaim, no hemos podido quedar
como antes. Ha pasado bastante tiempo con ella y los demás, algo
que agradezco demasiado: conociendo a esa pequeña sé que de
otro modo se sentiría sola.
Después de que Caden se mudó, solo fuimos nosotros dos. A
menudo estaba pegada a mí, escuchando las explicaciones tediosas
y complicadas de los mayores, no por verdadero interés, sino para
no sentirse sola.
―Yo también ―respondo tomando su mano, llevándola a mi
boca, para besar con suavidad sus nudillos. El gesto le roba un
suspiro.
Levanta su rostro, mirándome con intensidad, pegándose más a
mí. Algo se agita en mi interior al entender lo que sus ojos expresan.
Pasión. La atracción que hay entre los dos es innegable, es
incontenible, algo que se vuelve cada vez más intensa.
Me inclino, tomando sus labios, despacio, disfrutando de su sabor
dulce, de su calor, antes de que demande más. Ella es exigente, es
absorbente en todos los sentidos y el hambre que despierta en mí
no tarda en responder. Pronto estoy sobre ella, mi lengua
escavando en las profundidades de su boca, mis manos acunando
su tibio cuerpo, rozando las delicadas curvas que demandan mi
atención.
―Josiah ―susurra parpadeando, sus dedos aferrando mi ropa.
De nuevo interpreto su intención sin que tenga que expresarlo en
voz alta. Hemos estado cerca de este punto sin retorno en más de
un par de ocasiones y no creo poder frenarme de nuevo. Mucho
menos sintiendo la firmeza de sus pequeños pezones a través de la
tela de su blusa. Otro signo inequívoco de su deseo.
―¿Sabes lo que pides? ―inquiero manteniendo el control, a
pesar de que es difícil resistirse a la rendición de su cuerpo.
Siempre la he visto como una chica dura, que no se sometería a
nadie y, sin embargo, ella confía en mí.
―Sí. Estoy en control de natalidad. ―Su voz está cargada de
sensualidad y afectada por ese intenso beso.
No soy ingenuo para no leer entrelíneas y comprender que esta
no se trata de otra simple salida. Esta noche y este lugar los ha
elegido para este momento.
―¿No me deseas? ―Sonrío inclinándome de nuevo sobre su
boca, depositando un beso antes de explorar su barbilla. Eso la
hace temblar y soltar un pequeño jadeo.
―Te deseo demasiado, Airem ―murmuro, mi boca arrastrándose
por su cuello, al tiempo que una de sus manos se enreda entre mi
pelo, atrayéndome más hacia ella. No hay retorno.
Tiro de su pierna, envolviéndola en mi cadera, permitiéndole
sentir mi excitación y también que hoy iremos más allá de los
simples roces y toques. Sus manos se aferran a mis hombros,
arañando mi ropa, impaciente por despojarme de ella.
Torturo otro poco su cuello, antes de alejarme, permitiéndole
sacarme la camisa y la suya también. No espero demasiado para
volver a poner mis labios sobre los suyos, apropiándome incluso de
los pequeños sonidos placenteros que emite mientras mis manos
exploran sus pechos. Quiero todo de ella.
Sus manos se mueven entre nuestros cuerpos, buscando
alcanzar la parte baja de mi estómago.
―Despacio ―ordeno, frenando su avance. Se resiste
ligeramente, antes de que mis dientes se arrastren sobre uno de sus
hermosos picos rosados. Se agita al sentir cómo succiono con
fuerza su carne y con la otra mano doy pequeños pellizcos,
prestándole atención a ambos.
―¡Josiah! ―gime retorciéndose.
Me deslizo con pereza premeditada por su cuerpo, besando su
plano y bronceado vientre, hasta alcanzar sus pantalones. Toco el
elástico de su ropa interior y hurgo hasta dar con su sexo. Busco su
rostro, me observa curiosa y evidentemente ansiosa, pero se
mantiene quieta.
Exploro su humedad, antes de despojarla por completo de su
ropa y disfrutar de la hermosa imagen que proyecta. Su pelo
extendido sobre la manta, las marcas de mis besos sobre su piel y
la pasión reflejada en su mirada.
Desecho mis propias ropas, antes de suspenderme sobre ella.
Acaricio su rostro y deposito pequeños besos en sus mejillas, antes
de encontrar su boca.
―¿Sabes que no podrás librarte de mí, después de esto? ―Una
sonrisa socarrona se dibuja en su rostro. No hemos hablado mucho
sobre el futuro, somos conscientes de que aún queda mucho por
vivir y aún más por asumir. Es decir, lo que todos esperan de
nosotros. Ella sabe que pronto estaré tomando el control de Cádiz y
con ello tendré muchas obligaciones. Las cuales involucrarán a la
persona que elija como mi mujer. Ella. Eso lo tengo claro.
―Esperemos que seas bueno ―ronronea envolviendo sus
piernas en mi cadera. La punta de mi pene se frota contra su
entrada, ella cierra los ojos y aspira.
Me mantengo quieto, hasta que sus ojos se encuentran con los
míos. Tomo la base de mi miembro y lentamente empujo entre sus
piernas. No hay palabras y, sin embargo, no hacen falta, no hay
nada que su mirada no sea capaz de expresar y yo me pierdo en
cada una de sus emociones. ¡Es mía!
Lena (13)

―Eres buena.
Le disparo una mirada incrédula, pero Caden sonríe frotando su
mano en mi cabeza, revolviéndome de nuevo el pelo. Un gesto que
parece disfrutar demasiado últimamente. Es tonto, pero me agrada.
―No si me comparo contigo. ―Él tiene un toque especial con los
animales, es como si le entendieran, como si conectaran.
Obviamente, yo no lo tengo. Así que no existe punto de
comparación.
―No uso mi habilidad con ellos ―niega incorporándose, mirando
de nuevo la pequeña cabra que permanece tumbada sobre un
puñado de pasto seco.
Ella es una de mis primeras pacientes. Una de sus patas se ha
lastimado en uno de los alambres del corral y la hemos inmovilizado,
para evitar que se rompa el hueso. Habría esperado que tratar con
ellos no fuera sencillo, pero no es tan malo como lo pensé.
―De todos modos, les gustas. ―Me encojo de hombros. El
tiempo parece transcurrir de prisa, he hecho más cosas de las que
nunca imaginé. En los últimos días he ayudado a Caden, sus tareas
que no son nada fáciles. Al igual que Josiah, asumen
responsabilidad que implica mucho de su tiempo y paciencia.
¡Mucha!
Josiah aún no asume el control por completo, a diferencia de
Caden, quien prácticamente dirige Jaim y parece gustarle.
Responde a cada necesidad o duda que las personas tienen y
nunca se niega a atenderlos. Ellos lo respetan, pero sobre todo le
aprecian. Eso es tan maravilloso. El señor Farah y Knut le ayudan,
pero él se encarga de la mayoría de cosas. Como un modo de
entrenamiento, supongo. La seguridad está en manos de Airem y lo
hace demasiado bien. No tiene miedo a nada y es muy buena en
combate.
Sujeta mis hombros, inclinándose hasta que su rostro queda a la
altura del mío. Sus ojos fijos en los míos.
―No tienes que compararte con nadie, Lena. ―No puedo evitar
mirarle, sorprendida, pero justamente acabo de hacerlo―. Con o sin
habilidades eres especial.
―No realmente ―murmuro restándole importancia―. Hasta
ahora no hay mucho que haga o que maneje como lo hacen todos
ustedes. Son muy buenos, pareciera no costarles trabajo. ―Por no
mencionar que al inicio me resultó complicado levantarme tan
temprano.
―Mentira. Eres buena curando y no digas que no como yo. Los
primeros animales de los que me hice cargo no fueron tan amables
y he recibido algunas mordidas y rasguños.
―¡¿De verdad?! ―Esos eran algunos de mis peores temores,
pero hasta ahora estoy intacta.
―Claro. Tu voz es tranquilizadora, así como tu presencia. No
todos tienen eso.
―Eso lo dices porque…
―Porque es la verdad, Lena. ―Sus manos abandonan mis
hombros, para sostener mis mejillas. Su nariz rozando la mía, un
gesto cariñoso―. No me gusta que te menosprecies.
―No…
―Lo haces y más de lo que incluso puedes darte cuenta. Aún es
pronto para rendirse y no encontrar algo que disfrutes.
―A veces me siento fuera de lugar ―admito, dando un
suspiro―. Todos tienen tareas y yo…
―A mis tíos les preocupas, pero si hablas con ellos estoy seguro
de que te dejarán ayudar en la clínica o hacer algo que te guste. No
tiene que ser necesariamente aquí, aunque, como verás, las manos
extras son más que bien recibidas.
Ladeo el rostro, mirándolo con atención.
―¿Desde cuándo te volviste bueno? ―Me mira confuso y
aprovecho para devolverle el gesto y sujetar su cara―. Siempre
eras quien me hacía llorar.
Resopla, dejando escapar una risilla.
―Era un niño, Lena. ―Se encoge de hombros―. Me gustaban
tus juguetes y ver los intentos de Josiah por protegerte. Siempre
decía que eras suya.
Reímos, recordando esos momentos.
―Lena… ―Ambos volvemos el rostro al escuchar la voz de Elise,
quien con los ojos muy abiertos nos mira desde la puerta del
establo. Evidentemente sorprendida por la postura tan cercana.
Me aparto, al notar la rigidez que muestra su figura y la inquietud
de sus ojos. No parece que sean imaginaciones mías, a ella le gusta
Caden.
―No sabía que estabas aquí, Caden ―murmura reponiéndose
de la sorpresa, esbozando una tímida sonrisa, sin mirarlo directo a
los ojos ni tampoco a mí.
Creo saber el porqué. Nuestra postura no debe de haber sido
muy buena o mejor dicho algo rara.
―Ya terminamos. Toda tuya ―indica empujándome hacia ella. Se
supone que paso algunas horas con Caden y otras con Elise. Hasta
ahora son pocos los momentos que he podido ir con Airem,
comparado con estos, desde luego nada de salidas de la ciudad.
―¿No vienes? ―pregunta mirándola esperanzado. Sí, ella
siempre quiere incluirle o estar cerca. ¿Por qué no lo noté antes?
―No, tengo algunas cosas que atender. Las veo en la cena.
La cena, prácticamente desde que llegué a la ciudad, todos
cenamos juntos en casa de mis abuelos. Ellos adoran tener la mesa
llena, incluso Klaus. A veces sus padres también nos acompañan.
Es divertido, sobre todo por las viejas anécdotas y los episodios
vergonzosos que el señor Knut parece disfrutar narrando.
―Sí ―asiente haciéndose a un lado para que salga. Doy una
mirada a ambos, percatándome de que él parece completamente
ajeno a ella. Eso no me gusta. Porque hay un par de chicas que no
pierden oportunidad para coquetear. Lo único bueno es que él
tampoco parece notar sus intentos. ¡Hombres! ¿Será que hay que
golpearlos con un letrero que tenga escritas nuestras intenciones?
¿O incluso ignorarían algo tan claro?
Sigo a Elise, quien se muestra incómoda, avanzando un par de
pasos por delante y mira a todos lados menos a mí.
―Es como mi hermano ―digo consiguiendo darle alcance.
―¿Qué? ―Me mira confusa, aunque veo cierto alivio.
―Caden es como un hermano ―digo―. No lo veo distinto. Así
que no tienes que preocuparte por mí.
―Yo…
―Te gusta ―susurro y sonrío ante su expresión confusa.
―Pero… No…
―Tranquila. No pasa nada. Somos amigas, ¿no?
―¿Tan obvia soy?
Me río y niego con la cabeza.
―Nadie como yo ―admito sintiendo un dejo de amargura. He
tratado de no pensar en él y lo consigo la mayor parte del tiempo,
cuando tengo que concentrarme en una tarea o cuando los escucho
charlar. También funciona cuando el cansancio me vence y termino
dormida apenas toco la almohada. Pero algunas otras veces es
inevitable―. Pero no. Dudo que él lo note.
Suspira pasándose la mano por el pelo.
―¿Puedes no decirle nada? ¡Por favor!
―Tranquila ―digo tomándola del brazo―. De hecho, estaba
pensando ayudarte.
―¡¿Qué?! ―Me mira alarmada y eso me hace reír con ganas. Sí
que algunos conocen mis andanzas―. No, no es necesario.
―Claro que sí. Caden es más despistado que Klaus con las
explicaciones de Airem o yo con las recetas de mi abuela. Si no
tienes un poco de ayuda, esto llevará años. No queremos eso,
¿verdad?
―Puede que no le interese.
―No le interesará si no lo sabe. Además, tú me agradas y creo
que son tal para cual.
―¿Por qué lo dices? ―Me encojo de hombros.
―Eres ordenada y buena con las personas. Serías la mujer
perfecta para el líder de la ciudad, ¿no crees? ―Eso parece
sorprenderla. ¡Elise! Ella aparentemente solo piensa en él como en
un chico cualquiera y eso es muy bueno. No va en busca de una
posición, sino de sus sentimientos.
―Lo que yo crea y él quiera es distinto.
―Uhm. No estoy de acuerdo, pero puedes estar tranquila, iremos
de poco en poco.
Creo que después de todo, esto será aún más emocionante.
Puede que yo no consiga a alguien, pero eso no significa que no
pueda ayudar a los demás.
Mai (3)

―Me gustaría saber qué pasa por tu mente.


A pesar de que no he sido usualmente silenciosa y he expresado
mis palabras en voz alta, Gema se muestra sorprendida cuando
toco su hombro. Me muevo hasta quedar por completo en su campo
de visión. De nuevo tiene esa expresión melancólica, que
últimamente encuentro en su cara. Es de imaginar que su mente
debe estar a varios metros de aquí.
Camino hasta uno de los sillones, sin dejar de mirarla, ella
también permanece en silencio, pero ha puesto su atención en mí.
―¿Y bien? ¿Me dirás qué es eso que te tiene tan absorta?
―pregunto con aire inocente, aunque puedo darme una idea.
―La echo de menos ―suspira mirando por la ventana. Imito su
gesto, permitiéndome disfrutar de la enorme frecuencia de sonidos
que mis oídos perciben.
Voces humanas en su mayoría, risas de niños, cosas siendo
cambiadas de sitio, algunos animales, muchas más. Desde esta
distancia es complicado identificar su voz, a pesar de que nuestros
sentidos son más sensibles.
―Hablé con Caden. Parece que se ha adaptado muy bien y que
disfruta de las actividades que hace con Kassia y los demás chicos.
Sé que probablemente no quieres que lo diga y que no es de ayuda,
pero ella está muy bien. No tienes nada de qué preocuparte, Gema.
Espero su negativa y que me dé una enorme cantidad de razones
para demostrarme que estoy equivocada, pero no lo hace.
―Lo sé ―admite dejando escapar otro suspiro―. Pero nunca se
ha ido por tanto tiempo y este lugar es demasiado tranquilo sin ella.
No puedo desmentirla, todos, incluso el mismo Edin lo hace. Y es
que ahora ni Gema muestra ánimos para entrenar, eso nos
mantenía entretenidos.
―Supongo que es lo que solía ser antes de que me convirtiera.
―Cómo olvidar cada que venía de visita y lo mucho que me parecía
deprimente este sitio. Todo el mundo se movía con cautela, ningún
sonido ni voz.
Y no es que haya cambiado demasiado. No se puede hacer
mucho con la decoración, los vampiros tienen un alto sentido de
apego por las cosas tradicionales. De ahí que algunos aún vistan
con viejos y elegantes atuendos en tonos oscuros. Elina e Irina son
la excepción, al igual que Gema y yo. Nuestras vestimentas son
más parecidas a las de los humanos, vestidos sencillos y en tonos
claros. Aunque la vestimenta de ellos sí continúe siendo
conservadora, lo que es lógico, son autoridades y de alguna manera
necesitan imponer su presencia. O eso me parece a mí.
―Sí.
―¿Sabes que no significa que se quedará para siempre?
―pregunto con cautela, no queriendo ser brusca. Pero es que a
todos, en especial a Armen, les preocupa la melancolía que muestra
desde que no está Lena.
Él hace su parte, sé que cuando están juntos ella se relaja, sonríe
y parece reconfortada, pero no siempre puede estar a su lado.
Además, como hermana e hija siempre se preocupó por nuestro
bienestar, ¿cómo podría no hacerlo por su hija? Lena pasó a ser
parte fundamental de su vida.
―Sé que podría preferir hacerlo. ―Sí, es el temor que tiene la
mayoría, incluida Elina. Todos suponen que al estar Abiel aquí, ella
se sentiría incómoda, es posible, pero si algo he visto en Lena, es
que no se intimida y que no huye.
Ella me recuerda tanto a mí, a lo que viví con Farah. Ciertamente,
aquello no fue algo tan real o verdadero como con Edin. Fue un
enamoramiento, algo más como cariño o agradecimiento y que
siempre le vi como mi opción. Eso mismo podría ser el caso de ella,
aunque no siempre funciona igual.
―Lena es muy inteligente y si lo hiciera sería porque es
realmente lo que quiere, porque siente que es lo correcto, lo que le
haría feliz. Y no es que no lo sea aquí, pero, para muestra, nosotras.
―Me mira sorprendida, pero continúo―: Dejamos a la mayoría de
los que amábamos y con quienes crecimos, por seguir a nuestros
corazones, por estar con quienes nos hacen felices. Y es algo de lo
que, con seguridad puedo decir, no me arrepiento.
―Tampoco lo hago.
―Como padres nada nos gustaría más que siempre estar ahí
para nuestros hijos, siempre mantenerlos seguros, pero es
imposible. En algún momento ellos tendrán que elegir por sí
mismos, deberán tomar su camino. Así es la vida. Si el futuro de
Lena está en Jaim, así será y eso no significa que no volverás a
verla.
―¿Sabes, Mai? ―pregunta con una pequeña sonrisa―.
Agradezco poder contar contigo, siempre sabes qué decir.
―No siempre ―admito con una mueca que nos hace reír a
ambas―. Edin me dijo que Josiah parece estar enamorado y, como
podrás imaginarte, estoy ansiosa por saber más.
―¿De verdad?
―Sí, pero me pidió que le dé tiempo. ¡Aunque es muy
emocionante! ¿Cómo olvidar ese primer amor? ¿No crees? ―Su
mirada responde a mi pregunta. Claro que ella siempre tendrá
presente a Armen.
Elise (4)

―¿Qué tal? ―pregunta con la mirada puesta sobre la pequeña


figura de masa. Reprimo una sonrisa ante su expresión concentrada
e infantil―. ¿Tan mal está? ―insiste frunciendo la frente.
―No está mal ―admito tomándola de su mano, para colocarla
sobre la bandeja. Podría decir que antes de este instante, tenía
cierto malestar con Lena, por armar esta pequeña trampa,
dejándome cocinando con Caden, pero lo vale―. Solo que aún nos
faltan otras veinte.
Ambos suspiramos al mismo tiempo y reímos ante nuestras caras
resignadas y llenas de restos de harina y comida. Y mejor ni ver el
resto del lugar.
―Entonces, mejor ponernos a ello ―murmura tomando otra
porción de amasado, antes de extenderlo con extremo cuidado
sobre la tablilla para colocarle el relleno.
―Sí.
No es que se trate de una ocasión especial o algo parecido, es
solo que esta noche han incluido a nuestros padres y no tengo idea
cómo es que Lena ha distribuido las tareas, de modo que Caden y
yo nos hemos quedado solos en casa de Kassia y Josef para
preparar unas empanadas de carne y verduras.
Este probablemente es uno de sus mejores intentos por darnos
tiempo juntos, ya que, en los anteriores, ya se tratase de mis
hermanos, Airem o Klaus, era imposible. En esa parte, Lena
también ha tenido que concederle momentos a Klaus, quien se
muestra cada vez más entusiasmado con ella. A Airem casi no la
hemos visto, pasa mucho tiempo en las guardias y quién sabe
dónde. Rara vez nos cuenta lo que hace, aunque últimamente está
muy feliz, disfrutando de entrenar con Lena y algunos otros chicos.
―Caden.
―Dime.
―¿Qué sabes sobre la salida que han organizado Josiah y Airem
con Lena? ―Tal como lo han prometido, por fin ha puesto un día
para salir del muro y explorar.
No aparta la vista de lo que sus manos trabajan y yo no puedo
desaprovechar para observar su rostro. Varonil y con aire inocente.
Tan igual y diferente de su hermano.
―No creo que sea peligroso.
―Pero tampoco te gusta ―deduzco por su tono de voz.
―No es que no me guste ―corrige con calma. Eso sí que tienen
en común ambos, rara vez pierden la compostura―. Sin embargo,
hasta ahora no hay persona que no haya deseado salir de los
muros, es algo casi instintivo, a pesar de que hace años que no hay
avistamientos de impuros.
―¿Temes que quieran hacerlo? ―No lo había visto de esa
manera, pero es verdad. Ninguno de nosotros tiene siquiera
pensado cruzar las puertas. Primero, porque no hay mucho que ver.
Con las guerras que ocurrieron, el mundo quedó demasiado
deteriorado, prácticamente en ruinas y ahora se trata más de
vegetación lo que poco a poco cubre los alrededores. Alguien dijo
que era la tierra retomando lo que era suyo, antes de que los
humanos la poblaran.
Algunos de nosotros salen, pero únicamente cuando hay que
transportar cosas o llevar sangre a Jaim, pero prácticamente ellos
se encargan de venir e ir, sin que tengamos que hacerlo.
―El problema no es que quieran hacerlo, porque pueden, no hay
algo que se los prohíba, pero no existe una garantía de que no haya
más impuros o repudiados y con ellos podría haber brotes de Virus
R.
―Creí que estaba erradicado y además todos tenemos la
vacuna.
Eso fue algo con lo que se luchó mucho en los primeros años.
Los científicos de Cádiz lograron inmunizarnos.
―Correcto. Pero ellos son salvajes y han existido ahí afuera
todos estos años. No se tiene la certeza de que no haya mutaciones
que puedan afectarnos. ―Se detiene y me mira―. Lo que no
deseamos es que se expongan. Para eso está la guardia: han sido
entrenados por si en algún momento es necesario.
―Entiendo.
―Por otro lado, estando Josiah con ellas, creo que están seguras
y será algo corto.
―¿No piensas ir?
―No, soy quien debe practicar el ejemplo y no despertar la
curiosidad de las personas. Además, como te he dicho, no hay
mucho que ver.
―Cierto. ―Olvidaba que siempre hay que anteponer los deberes.
―¿Quieres ir con ellos?
―Ah… No lo había pensado. ―Si tú fueras, desde luego que lo
haría.
―Coméntalo con Airem, aunque…
―¿Qué?
―Preferiría que no fueras ―susurra antes de apartar la vista y
centrarse de nuevo en la comida. Lo miro pasmada, sin estar segura
de saber interpretar su comentario. ¿Por qué no quiere que lo haga?
¿Es lo que pienso? Podría ser solo porque cree que algo malo
puede pasar; ¿eso significa que le importo? ¿O que piensa que soy
demasiado débil? No soy tan fuerte como Airem, pero teniendo a un
padre y dos hermanos terribles, sé bastante sobre espadas para
darles batalla.
Eso no se puede comparar, obviamente con la fuerza de un
fundador, pero creo que no estaría tan mal.
―Caden…
―¡Aquí están! ―¡Papá!―. Iba a preguntar cómo van, pero... veo
que… ¿bastante bien?
Su sonrisa socarrona y tono de voz me dicen que no se refiere
particularmente a la comida y eso me pone nerviosa. Lo que menos
quiero es que Caden confirme que mi familia no es normal y eso le
aleje. Nunca antes he pensado en eso, pero podría ser un factor. Él
conoce las mañas de mis hermanos y los líos en que se meten,
nunca ha sido su conejillo de indias, pero…
―No soy bueno con esto ―comenta afligido, más que por lo que
piense, que por lo que verdaderamente compete a mi padre.
―Yo creo que eso no importa. ¿Ya la probaste?
―Lo hizo Elise. ―Mi padre reprime una sonrisa y sacude la
cabeza, poniendo expresión adorable. ¡Es terrible! Está tomándole
el pelo y de paso a mí.
―Sigan con eso ―dice agitando la mano―. Y a ti, muchacho, te
hace falta la malicia de tu padre o tu hermano. ―Se va soltando una
risotada que me deja boquiabierta. ¿Qué conoce al padre de Caden
o a Josiah?
―¿Qué quiso decir? ―susurra desconcertado.
―Nada. Ya sabes que a veces dice cosas sin sentido ―aseguro
atropelladamente, desesperada por olvidar el asunto.
―¿Segura?
―¡Oh, sí! Claro que sí.
Lena (14)

Pongo las manos en la cadera e inclino la cabeza a un costado y


luego al otro, tratando de analizar esto de la mejor manera posible.
Como quiera que sea, esto se ve difícil.
―¿En serio crees que podemos hacer esto? ―Klaus me mira
preocupado, más serio de lo normal y eso no es de ayuda.
Lo creía antes de verlo de cerca o pensar con claridad. La madre
de la pequeña cabra no luce muy feliz con nosotros.
―Caden puede, nosotros también ―digo como si de verdad
estuviera convencida.
Con tal de que ese par se quedara solo un rato, hemos tomado
las tareas de él, pero mover los animales del pequeño cubículo al
corral de curaciones, no parece tan sencillo.
―Puedo llevar a la madre…
―Ni hablar ―interrumpe, mirándome ofendido―. Carga al
pequeño, yo lidiaré con la madre.
―¿Seguro? ―No es que Klaus sea débil, porque no lo es, pero
es un chico normal. Supongo que, si comparáramos fuerzas, sería
más fuerte que él.
Arremanga su camisa y me sonríe con seguridad. He de admitir
que es muy lindo, más que lindo, se ha portado muy bien conmigo
todos estos días. Y, sin embargo, no logra despertarme más que
cariño. Ni el par de veces que me ha llevado de noche al muro ha
conseguido que quiera probar el darle un beso.
―Por supuesto. Vamos. ―Se adelanta―. Porque aún nos falta
alimentarlos.
Cierto. Esto va para largo y a este paso, terminaremos justo antes
de la cena. Espero que abra la puerta, para moverse detrás de él.
Con cautela se acerca, tomando el lazo, se mueve colocando una
mano al frente, como para frenarla en caso de que se arroje sobre
él.
Ella gime y sus patas golpean el suelo. Debe pensar que
queremos separarlos o lastimar a su cría.
―Tranquila, está bien ―digo en voz alta, recordando las palabras
de Caden, sobre que puedo ayudar a calmarlos.
Ella me ignora concentrada en Klaus, quien ya no se muestra tan
seguro.
―Retrocede ―pide con voz ahogada, pero es tarde. Ella se lanza
sobre él, justo a tiempo logro apartarlo, pero me golpea haciendo
que caiga contra la pared y mi cabeza impacte algo duro. El golpe
me deja confusa y desorientada―. ¡No! ―el grito de Klaus me
alerta, haciéndome abrir los ojos y ver cómo la furiosa madre de
nuevo se dirige hacia mí. Intento moverme, pero un cuerpo se
interpone.
Todo parece detenerse y quedarse en silencio.
―Abiel… ―balbuceo poniéndome de pie.
―Lena…
Un segundo después Caden está a mi lado y al siguiente tiene a
la cabra en sus brazos y es empujado hacia la puerta.
―Sácala de aquí ―ordena con brusquedad, luego mira a Klaus,
quien se ha quedado pálido―. Lleva a su cría.
No sé si es la severidad de su voz o expresión de pocos amigos
lo que los convence, pero se van.
Dejo escapar un profundo suspiro, sin entender qué ha pasado.
Es decir, sé qué pasó, pero ha sido solo un segundo y todo se ha
vuelto un caos. Y lo peor: está aquí, delante de mí. No esperaba ver
a Abiel, y menos de esta forma.
―Estás sangrando ―susurra. Su tono es áspero, como si
estuviera enojado. Confundida levanto la mano y veo la sangre
cubrir mis dedos. No acierto a responder, porque no tengo idea de
dónde ha salido, no tengo dolor o puede que sea aún la adrenalina.
Acorta la distancia y sujeta mi mano, pero antes de que pueda
reaccionar, su boca esta sobre mi piel y su lengua borra el rastro
carmín. Mi corazón se acelera y él emite un pequeño gruñido, que
me hace temblar―. Lena.
Encuentro su mirada y veo cómo sus ojos han adquirido un tono
más intenso, pero no es eso lo que me deja sin respiración, es la
intensión, algo salvaje y primitivo.
Su brazo envuelve mi cintura, tirando de mí, hasta que nuestros
pechos se funden. Me olvido de todo y me concentro en sus ojos.
Me parece que todo ocurre demasiado lento, pero no hago nada
para detenerlo. Permito que su boca descienda sobre mis labios y
que su lengua busque la mía.
Lena (15)

No es posible que esto sea real, es decir, siempre he soñado que


sucede, lo he anhelado, sobre todo después de ese primer beso,
pero... Abiel no puede estar besándome de este modo, como si
estuviera desesperado, hambriento de mí, como si lo necesitara.
¿Acaso he perdido el sentido sin darme cuenta? ¿Aún estoy
soñando? ¿Es así?
Aspiro por la nariz impregnándome de su fragancia, en tanto que
mi boca se llena de su sabor, que he probado antes, pero que ahora
tiene cierto toque salado de mi sangre. Mi sangre. Ha sido tan
extraño.
Entonces rompe el beso, pero no se aleja. Me observa fijamente,
no sé si esperando a que me aparte o diga algo, en todo caso soy
incapaz de hacer cualquiera de las dos. Ni siquiera estoy segura de
si podría mantenerme en pie, si no fuera porque me aferro a él y
porque su cuerpo me presiona contra la pared de madera. Tampoco
tengo idea en qué momento ha pasado esto. Sus manos sostienen
mi rostro, acunando mis mejillas con demasiado cuidado. Sus ojos
parecen más profundos, más intensos. No emite palabra alguna, de
nuevo su boca toca mis labios, ahora es más suave. Aun así me
roba el aliento. El beso dura solo unos segundos, antes de que se
mueva a mi cuello.
¡Sí!
He imaginado tantas veces esto, que no puedo creer que sea
verdad. Gimo echando la cabeza hacia atrás, permitiendo que su
boca explore a su gusto mi piel. Sus dientes rastrillan ligeramente,
enviando una sensación increíble que se instala en mi estómago y
baja hasta mis piernas, haciéndome temblar. Tengo la impresión de
que sigo durmiendo o me he perdido en algún momento.
―Lena ―susurra, su aliento golpeando mi garganta.
Sus manos ahora están en mi espalda, sosteniéndome
firmemente. ¡Me gusta! Paso saliva ante el ronco sonido de voz, que
es más una especie de gruñido salvaje. Siento cómo sus labios se
abren y succionan, antes de permitir que su lengua humedezca mi
piel. ¡Oh, sí! Repite la acción, solo que ahora es un poco más duro.
Eso dejará marca, pero no importa, en lo único que puedo pensar es
en lo bien que se siente, en aferrarme a sus brazos y esperar a que
no se detenga...
Su boca desaparece antes de que su cuerpo se mueva,
dejándome confusa y necesitada de más.
―Diría que lamento interrumpir, pero en este caso no lo hago.
¡Oh, no!
Me tambaleo adormecida con su toque e incapaz de reaccionar
del todo. Abiel está delante de mí. Su brazo todavía me sostiene,
pero su cuerpo bloquea mi vista de quienes han interrumpiendo y
fueron testigos de lo que ha pasado. El señor Knut y Farah, quienes
nos miran no muy contentos. Creo que puedo hacerme una idea, no
ha sido una imagen demasiado inocente y el hecho de que soy un
manojo de hormonas alocadas, no ayuda.
Busco mi voz, pero lo único que sale de mi boca es un jadeo
extraño, que hace a Abiel tensarse a un más y aferrar mi cintura,
pegándome a su espalda.
Esto es confuso, su actitud es defensiva, como si los considerara
enemigos y no como si acabaran de encontrarnos en una situación
no muy cómoda.
―Necesitamos que nos acompañes, Abiel. ―El padre de Airem
parece preocupado a diferencia del señor Knut que mantiene una
sonrisa ladina, como si estuviera conteniendo una risa. Él es tan él,
tan Knut. Eso siempre dice Elise y tiene razón.
Abiel no se aparta ni responde, lo que parece inquietarlos. Yo
lucho por procesar todo. Desde que ha aparecido evitando que fuera
golpeada, siguiendo por su toque y ahora el hecho de que parecen
temerosos.
El movimiento detrás de ellos me hace desviar la mirada, para
encontrar a Neriah, el padre de Klaus, quien también luce alarmado.
Su presencia agita aún más a Abiel, quien se mantiene firme delante
de mí, como si necesitara protegerme.
―¿Necesitamos ayuda para que vengas con nosotros?
―inquiere Knut, descruzando los brazos y señalando a Neriah.
¿Ayuda? Es evidente que piensan que Neriah puede contenerlo,
y eso es absurdo. Es decir, no ha pasado nada malo, no tendrían
por qué actuar de este modo.
―No voy a dejarla sola ―declara, su voz volviendo a ser la
misma de siempre, a pesar de que se muestra intranquilo.
―Caden cuidará de Lena mientras hablamos ―asegura Farah―,
será solo un momento.
―No... ―Quiero negarme, pero Abiel me interrumpe.
―Bien, iré ―responde girándose hacia mí. Su mano acaricia mi
rostro, pero sus ojos se centran en mi cuello. Hay un atisbo de
malestar y ahora también se muestra preocupado―. No pasa nada,
necesito hablar con ellos.
―No puedes irte sin hablar conmigo ―exijo sosteniendo su
mano, antes de que retire su toque de mi cara. Asiente con un ligero
movimiento de cabeza y con poca disposición retrocede, hasta que
sale de la pequeña habitación, que ahora me parece demasiado
pequeña para tantas personas reunidas entorno.
―Quédate con Caden ―ordena el señor Farah, dándome una
extraña mirada.
Antes de que pueda preguntar por él, Caden aparece y se
mantiene junto a la pequeña puerta hasta que se han ido. Parece
indeciso, pero da un par de pasos y toca mi cuello. Siento algo
cálido recorrer mi piel y luego desaparecer tan rápido como llegó.
―¿Estás bien? ―pregunta tocando suavemente mi brazo. Él
también está preocupado, es menos bueno en eso de ocultar sus
emociones.
―¿Qué ha sido eso? ―murmuro desplomándome
completamente contra la pared―. ¿Por qué se lo han llevado? ―No
me gusta su actitud ni lo que parece. ¿No se supone que tendrían
que hablar también conmigo?
Caden frunce los labios, como si estuviera inseguro de hablar y
eso despierta mi inquietud.
―Él no hizo nada malo.
―No, no lo hizo ―dice relajándose un poco―. Solo quieren
hablar con él. Es todo.
―Pero... ―Sacude la cabeza y, tomándome de los hombros, me
conduce hacia la puerta.
―Vamos con la abuela, ahí puedes esperarlo.
Desde luego que quiero hacerlo, esto ha sido tan inesperado y
confuso. Aunque probablemente la peor parte es que todos ellos
hayan sido testigos, lo que significa que llegará a oídos de mis
padres. Me detengo de golpe. No estoy segura de que les guste. Mi
padre ha dejado claro que no le importaría, pero tanto él, como mi
madre saben de la pareja de tuvo Abiel y que se supone no puede
volver a enamorarse de nadie. Apenas estaba tratando de
asimilarlo, pero esto no ayuda en nada.
―Aún no termino con los animales.
―Klaus puede ocuparse ―asegura obligándome a retomar la
marcha―. Vamos.
―¿Seguro que está bien? ¿No debería estar con él? No me
obligó a hacer nada, Caden. Te lo aseguro. ―Esto es malo, ahora
que lo pienso, ellos podrían creer que estaba forzándome o algo
parecido. Quizás por eso se mostraban tan raros. ¡Oh, no! De nuevo
estaría metiéndolo en problemas―. Quiero ir.
Me detiene y suspira antes de mirarme compasivo.
―Ellos saben lo que hacen, por ahora es mejor que te quedes
conmigo.
―Pero creo que están exagerando. No pasó nada.
―Lena. ―Me mira con severidad, inclinándose ligeramente―.
Solo quieren asegurarse de que no es peligroso para ti.
―¡¿Qué?! ―¿Por qué pensarían algo así? ¿Peligroso? ¡Já!
Siempre he pensado que yo soy quien es peligrosa para él, pues
parece temerme. A pesar de que no lo demostró hoy.
―Quería morderte, Lena ―explica mostrando algo de desazón,
dejándome pasmada. ¡¿Morderme?!―. No la viste, pero dejó una
pequeña marca en tu cuello.
No tengo palabras que debatir, algo me indica que tiene razón. Lo
sentí, lo vi en sus ojos. No eran como normalmente suelen ser,
parecían más intensos, más salvajes.
Él aprovecha mi desconcierto y me conduce hacia la casa. Elise
nos mira sorprendida al vernos entrar, al mismo tiempo que parece
aliviada de comprobar que Caden está bien.
―He terminado ―explica tomando un par de recipientes y le
dirige una mirada a Caden, quien asiente―. Voy con mi madre,
vuelvo más tarde.
Me dedica una sonrisa incómoda y se va, dejándonos solos. Eso
seguro no le agrada mucho, he arruinado su momento a solas.
―Tú sabes lo que es él y cómo les afecta la sangre ―comienza a
decir, mirándome comprensivo―. No bebió, pero parece que tenía
la intensión y sabes que eso va contra las reglas.
¡La sangre! Fue por eso que parecía extraño.
Antes de que pueda formular una respuesta, lo siento. Me doy
vuelta tan rápido como soy capaz y voy directo hacia la puerta,
ignorando la protesta de Caden. No me sorprenden los susurros y la
conmoción de las personas que miran en su dirección.
¡Ha venido!
No esperaba que fuera tan rápido, aunque debí suponer que no
guardarían el secreto.
Mi padre, acompañado por el señor Danko y Haros, avanza por la
calle, captando toda la atención de los ciudadanos. Incluso algunos
han salido de sus casas para verlos. Sus pálidos y atractivos rostros
y atuendos oscuros, contrastan con el aspecto de las personas que
los miran anonadados. No es que no los hayan visto antes, pero es
un hecho que han sido muy pocas las veces que han venido a Jaim.
Especialmente los tres.
―Papá ―digo interponiéndome en su camino. Es difícil saber
qué piensa, rara vez cambia su expresión, al menos cuando hay
alguien más presente que no sea yo o mi madre. Me mira de pies a
cabeza, su mirada centrándose en mi cuello. Inconscientemente me
llevo la mano ahí, a pesar de que sé que no hay nada ahora, no
obstante, él parece saber qué pasó―. Él no ha hecho nada.
Los señores Danko y Haros enarcan una ceja, interrogantes,
como si no creyeran mi afirmación. Y es que aunque no haya
evidencia, sé que debo llevar aún el aroma, lo que indica que sin
duda deben saber que me besó.
―Nadie está en problemas ―responde el señor Danko―, solo
hemos venido para hablar.
Eso no se lo creen ni ellos mismos. No vendrían en grupo si se
trata solo de eso, podrían haberle pedido que fuera a Cádiz o
esperar que lo hiciera.
Me acerco a mi padre, tomando su mano y mirándole suplicante.
Sé que él me quiere y que siempre ha confiado en mi palabra, a
pesar de que no todo es tal como lo pinto.
―Promete que no le pasará nada.
Esboza una pequeña sonrisa y acaricia mi mejilla.
―Lo prometo. Por ahora, ve con Caden. Hablaremos más tarde.
Caden tira de mí y ellos siguen su camino hacia la casa de Farah.
Es solo a un par de metros, pero ninguno parece dispuesto a
permitir que hable con él.
Abiel (4)

Empuño con impotencia mis manos, al recordar lo que estuve a


punto de hacer. ¿Qué demonios pasó? Solo trataba de mantenerla a
salvo. En cuanto percibí que estaba en peligro, no lo pensé. Solo
quería curar su herida... el sabor de su sangre me hizo perder la
capacidad de razonar. ¡Maldición!
―Me pregunto cómo reaccionará Gema cuando se entere.
―Knut parece disfrutar demasiado esta situación, a pesar de que
finge severidad.
―La protegió. Y él solo ha probado su sangre, que provenía de
su herida. ―Farah parece menos dispuesto a juzgarme, más bien
luce preocupado.
―Porque logramos llegar a tiempo, pero sabes que esa no era su
única intensión. ―Me dirige una mirada burlona―. Me pregunto por
qué estos tipos pierden la cabeza con un poco de sangre.
―¿Podrían dejar de hablar como si no estuviera presente?
―gruño irritado ante su falta de tacto. Lo que menos necesito en
este momento es que me recuerden lo que hice. O pensé hacer.
No habría arrancado su vida, tengo esa certeza, jamás lo he
hecho. Pero eso no resta que la habría lastimado y posiblemente
aterrorizado. No me lo perdonaría.
―¿Quieres que te incluyamos? ―De nuevo Knut pretende
tomarme el pelo. Este híbrido no se toma nada en serio―. Dime
algo, ¿no crees que eres un poco viejo para ella?
―Mira quién lo dice ―protesto, haciendo referencia a los años
que le lleva a su mujer. Eso sin duda ayuda a que no se note
demasiado la diferencia en este momento. Él sigue luciendo como
un hombre de treinta, en su plenitud.
―Yo no tengo más de quinientos años. Así que soy más joven y
guapo también, pregúntale a mi esposita.
Farah sacude la cabeza, conteniendo una risa.
―Si le preguntas a Lena, dirá que él es más guapo.
―Por eso digo que le preguntemos a mi esposita.
Miro la puerta, justo antes de que se abra y ellos entren. Me
pongo de pie, inclinando la cabeza en señal de saludo. No esperaba
que vinieran los tres, aunque supongo que esto es algo serio.
Sé que no debería estar cerca de ella y que se supone que había
decidido hacerlo por mi propia voluntad, pero esto cambia todo.
―Lamento que tuvieran que venir. No era necesario.
―Creo que es mejor ―responde el señor Regan. No hay
reproche en su mirada, ni tampoco malestar. Sin duda es alguien
que tiene todo mi respeto, es alguien justo que siempre se guía por
los hechos. Eso me hace sentir culpable, porque no hay nada que
me absuelva.
―Pues sí, así Gema no se entera.
―Knut ―gruñe Farah, advirtiéndole con la mirada.
―Yo no he dicho nada. ―Levanta las manos y se encoge de
hombros. Aunque dudo que de verdad no esté dispuesto a
intervenir. Sí, él está disfrutando demasiado de esto.
―Tranquilo, Abiel ―el señor Edin me pide indicándome que me
acomode de nuevo en la silla―. No ha pasado nada que debamos
lamentar.
―Porque yo la salvé ―interviene de nuevo Knut―, él parecía
listo para devorarla y no me refiero solo a morderle el cuello...
―Creo que todos entendemos sin necesidad de que nos ilumines
―dice cortante, haciendo un gesto de agobio.
―Nunca fue mi intención lastimarla ―aseguro―. Trataba de
salvarla.
―Lo sabemos ―responde de nuevo él, en tanto que el señor
Armen se mantiene en silencio, observándome atento―. Es normal
que perdamos la cabeza cuando probamos sangre.
―Yo... ―Nunca me ha pasado. Y no se trata solo de que sea
directamente de un humano, porque antes de que hubiera sustituto
tenía que alimentarme como todos.
―¿Por qué lo hacen? ―pregunta Knut con curiosidad―. ¿Por
qué se vuelven locos? ¿Significa que deberíamos preocuparnos
cada vez que nos pinchemos un dedito?
―No se trata de cualquier sangre ―aclara Haros, luciendo
disgustado―. Es solo con la sangre de una mujer, y una en
particular.
¡Mierda!
Sé lo que están intentando dar a entender, pero no es posible.
Con ella nunca ocurrió, jamás pensé en probar su sangre, no lo
hice.
―No estamos diciendo que estés obligado a hacer nada ―aclara
el señor Edin, luciendo preocupado―, pero eres consciente de que
ahora ella tiene una idea muy distinta sobre ustedes.
―No queremos interferir, hemos respetado tu decisión de
mantener la distancia, pero es evidente que te sientes atraído por
ella.
―Es solo que no me he alimentado. ―Ha sido con poca
frecuencia y su sabor simplemente era único. Llenó todos mis
sentidos, despertando una necesidad que jamás he experimentado.
―Sí, eso dije yo con Mai. ―No hay ironía en sus palabras, se
trata más bien de una afirmación. Y entiendo que las situaciones
son altamente similares, pero...
―Y yo con Irina. ―Haros se encoge, mostrando una pequeña
sonrisa cargada de suficiencia. Lo he escuchado, ellos comenzaron
de ese modo, con intercambio de sexo y sangre.
―No entiendo ―murmura Knut―. ¿No es lo mismo con todas?
―No, ciertamente nos sentimos atraídos por la sangre en general
―explica el señor Regan―, pero es más fuerte cuando se trata de
la mujer que despierta sentimientos en nosotros.
―Esto se pone interesante. ―El rubio sonríe cruzando los
brazos, como si estuviera impaciente por seguir escuchando.
Comienza a resultar molesto.
―No estamos dando por hecho nada, es solo que depende de ti
seguir alejado de ella o intentar establecer un lazo. Somos
conscientes de tu historia, pero esto cambia las cosas.
―¿Estás sugiriendo que quieres que se coma a tu hija?
―pregunta, burlón―. ¿Crees que a Gema le gustará?
―Knut...
―Tu sarcasmo es demasiado desconsiderado ―murmura Haros,
sacudiendo la cabeza.
―Pero eso ha dicho, aunque no estoy criticando. Yo intento lo
mismo con mi hija, solo que ese muchacho es demasiado
despistado. ―El señor Danko gruñe―. ¿Qué? No puedes quejarte,
mi hija es tan hermosa como su madre.
―Estás saliéndote del punto ―señala Farah, moviéndose
incómodo.
―No, estamos hablando de los hijos. Y eso es lo que ha dado a
entender Armen. ¿Me equivoco?
―¿No sería mejor que me alejara por completo de ella?
―cuestiono captando la atención de todos―. Podría lastimarla.
―No lo harás y todos sabemos que Lena no lo permitirá.
Además, se trata de ver cómo funcionan las cosas. Eres alguien
importante y confiamos en ti, incluso Gema lo hace.
―No tienes que responder ahora, antes habla con ella. Ya no
está herida y ahora estás controlado, así que puedes ir.
Los miro indeciso, pero el señor Regan asiente. Me pongo de pie
y me dirijo hacia la puerta. No estoy seguro de que se supone diré,
pero no puedo huir, tampoco deseo hacerlo. Comienzo a creer que
nunca podría.
Danko (2)

―Tengo que confesar que esta es una de las conversaciones


más interesantes que he escuchado en mucho tiempo ―expone sin
molestarse en ocultar su diversión―. Me ha hecho el día.
―Imposible no estar de acuerdo con Abiel, este tipo sencillamente
es un idiota.
―Tienes suerte de que Abiel sea demasiado tranquilo y que se
encuentre lo suficientemente afectado como para ignorar tu
sarcasmo y no romperte la cara ―le hago saber, sacudiendo la
cabeza.
Es un hecho que esa niña lo afecta más de lo que esperaba.
Nunca pensé que perdería el control. Abiel es alguien que siempre
se ha encargado de cubrirme las espaldas, de hacerme ver con
claridad cuando he estado a nada de perder el rumbo, es alguien
que no se rompe fácilmente y que, sin embargo, en este momento
no tiene idea de qué debería hacer. A pesar de toda su renuencia, le
importa demasiado, probablemente está mucho más sorprendido
por su ataque que el resto de nosotros. Desde luego que me
preocupa, aunque saber que no soy el único que se vuelve loco con
la sangre de su mujer ayuda un poco a mi consciencia. Durante
algún tiempo temí ser capaz de lastimar de nuevo a Mai, después
de aquel día en que tomé su sangre sin pensar en las
consecuencias. El frenesí que desencadena el sabor anula toda
capacidad de razonar. No obstante, cuando te das cuenta de lo que
significa esa persona, protegerla es mucho más fuerte que toda esa
necesidad que te envuelve. En mi caso, la extrema confianza que
Mai depositó en mí, fue invaluable. Confío en que Lena haga lo
mismo con él y que esto pueda resolverse de la mejor manera.
Knut se encoge de hombros ante mi comentario, centrando de
nuevo la mirada en Armen, quien se ha mantenido sereno, a pesar
de estar muy preocupado por su hija. Apenas le hice saber que algo
pasaba con ella, no esperó a que terminara, antes de que nos
encontráramos cruzando las puertas de la ciudad. Obviamente,
descubrió los detalles a través de mi mente y eso pareció aliviarlo un
poco. Me alegra que escuchara mi consejo y decidiera no intervenir,
al menos por el momento, dándoles una oportunidad para ver cómo
resultan las cosas. Ahora todo está en manos de Abiel y también de
la propia Lena. Si se muestra tan decidida como antes de que
ocurriera ese pequeño malentendido con el beso, pronto tendremos
una nueva pareja y tanto Gema como Armen dejarán de estar
subiéndose por las paredes debido a su ausencia en la casa.
Si sus padres tenían una pequeña renuencia a que estuvieran
juntos, ya se tratara de la diferencia de edades o de la anterior
relación de él, desde que permanece aquí, parecen dispuestos a
pasarlo por alto todo. Ya que es evidente que ella regresaría solo
para estar con él. Además de asegurarse que no terminaría con
alguien de Jaim. Una pena que yo no pueda decir lo mismo, aunque
tal como Mai muchas veces lo ha dicho, lo más importante es su
felicidad, sin importar en manos de quién se encuentre.
Si Lena regresa haría felices a todos, incluida Elina, que la adora.
Y no solo porque su carácter tenga mucho parecido, puede que
también sea el hecho de que en cierto sentido sus historias
amorosas convergen. Ambos previamente enamorados de una
mujer humana. Realmente espero que no terminen de la misma
manera. Aunque la diferencia más notable es que Lucie está
muerta, de eso no hay duda.
―Pero, hablando en serio, ¿no les preocupa que quiera atacarla
de nuevo? Sabemos que Lena es fuerte, pero no olvidemos que
Abiel es el jefe de la guardia. ―Se rasca la barbilla, pensativo,
observando las expresiones de todos, deteniéndose en Farah.
Supongo que de nuevo esto le recuerda a lo ocurrido con Mai y
cuando se negaban a permitirle estar cerca de mí. Prácticamente
nadie lo menciona, es cosa pasada, cada uno tiene su pareja e hijos
y aunque no me gusta del todo entiendo que siempre habrá cierto
afecto, pero tengo la certeza de que solo se trata del tipo familiar.
Aunque siempre existe una excepción, Knut, por supuesto, que
parece disfrutar de traerlo a colación. Otra cosa por la que no me
agrada y por la que le ha quitado el puesto del tipo molesto a
Jensen. Anisa se encarga de mantenerlo ocupado, ya sea con
peleas o algo más.
―No hará nada ―refuto mirándole con malestar.
―Él parecía bastante dispuesto a…
―Knut ―la voz severa de Armen lo interrumpe, haciéndolo
callar―. Abiel nunca haría algo para lastimarla. Es verdad que
perdió el control, pero ahora que es consciente de lo que pudo
suceder, será más cuidadoso al respecto. ―Eso ni dudarlo, estaba
demasiado afligido. Otra cosa que demuestra cuánto le importa, a
pesar de que se niega a aceptarlo. ¿Por qué no puede simplemente
tomarla como su mujer y ya? No es tan complicado, sobre todo
porque ella parece dispuesta a aceptarlo―. Si yo considerara que
está en peligro, no permitiría que estuviera cerca.
Sonrío. Así es, Armen siempre tratando con los asuntos
incómodos, manteniendo su postura tranquila.
―Bueno… no creo que a Gema le guste. ―Pero qué persistente
es.
«No sé por qué tienes que soportarlo», gruño mentalmente a
Armen, pero no atiende mi comentario. Él siempre tan mesurado
con este par, aunque Farah se queda corto. He de admitir que
después de encontrar a esa híbrida cambió, supongo que como la
mayoría de quienes tenemos una pareja. Nuestras mujeres son
capaces de volverse el centro de nuestra existencia y obviamente
haríamos todo para complacerles. Incluso lidiar con ellos.
―Gema quiere que su hija regrese, pero, sobre todo, que sea
feliz ―respondo consiguiendo darle un respiro a mi pobre amigo. No
la lleva fácil, no solo porque se trata de su hija, sino porque conoce
demasiado bien la preocupación de su mujer en lo referente a
ella―. Entenderá.
Una enorme sonrisa inunda el rostro del rubio, que eleva y baja
las cejas de modo burlón. ¿Cómo diablos hace su mujer para
aguantarlo?
―O sea que no le piensan contar, ¿me equivoco?
―Está de más decir que no hay nada que Armen no le haría
saber a Gema ―asegura Uriel, mirándole con disgusto―. Pero tal
como Danko ha dicho, aquí no ha pasado nada que lamentar, no
hay por qué afligirla innecesariamente.
―Pero ¿y si por casualidad a alguien se le escapa decirle?
―Sencillo. En ese caso, te romperemos la cara por soplón
―responde encogiéndose de hombros, con una sonrisa fingida―.
Sentido común, rubiecito. ―Por mucho que odie admitirlo, es verdad
que hacía mucho no teníamos una conversación tan llena de cosas
sin sentido como esta. Tanto que había olvidado los piques que hay
entre este par.
Me recuerda demasiado a cuando llegaron por primera vez a
Cádiz. Es prácticamente igual, excepto que en esta ocasión Farah
no parece dispuesto a unirse a su pulla y, por otra parte, hace falta
un rostro familiar. Rafael.
―El punto no es decirle o no, eso solo le corresponde decidirlo a
Armen, lo importante es el bienestar de Lena ―comenta Farah,
ignorando la pequeña disputa de Knut y Uriel, que siguen
mirándose―. ¿Han pensado que puede querer volver a Cádiz?
―Es posible ―concede Armen, luciendo ligeramente
esperanzado. Puedo comprenderlo, separarte de un hijo no es cosa
sencilla. Mucho menos cuando no se tiene ese lazo sanguíneo que
te permite seguir todos sus movimientos y asegurarte de su
bienestar. Él sabe perfectamente que nadie permitiría que le
ocurriera algo malo, especialmente su hermano, pero no hay nada
como ser uno mismo quien se encarga de seguirle y tener la certeza
de su integridad―. Y eso no es problema, bastará con que nos
notifiquen y alguien vendrá a recogerla.
―Sí que vas en serio con eso de emparejarlos ―farfulla Knut―.
Pero ten cuidado, aunque no lo creas, no les gusta que
intervengamos, te lo digo por experiencia propia.
―Si eres tan sutil como ahora, no tengo duda de que tu hija debe
querer renegar de ti cada momento.
―Mi Elise me adora, aquí el problema es que tu hijo no se aplica.
―Se cruza de brazos, fingiéndose serio―. ¿Por qué no le das
algunos consejos? Lo haría yo, pero eso sí que puede hacerla
enojar y a mi esposita también. O puedes decirle a Josiah que lo
haga, a él sí que le has enseñado bastante bien.
―¿De nuevo con eso? ―gruñe Farah, luciendo incómodo, cosa
que lo hace reír con ganas―. Deberías dejar de espiarlos y mejor
cuidar a tus hijos.
―Coincido ―Uriel muestra una sonrisa irónica, disfrutando de
poder ponerlo en evidencia. Sí, esto es tan conocido―. La mayoría
de las quejas que escucho hasta Cádiz, tienen los nombres de tus
hijos.
―Son niños ―se encoge de hombros―, espera a que sean
mayores.
―Si son una décima parte como tú, alguien pedirá que los
expulsen de la ciudad y yo apoyaré la moción.
―No puedes, no perteneces aquí y mi yerno no lo permitiría. O
no le permitiría que vea a mi Elise.
―Me gustaría decir que no cuentes con que suceda ―digo
haciendo una mueca―, pero tu hija no tiene la culpa de que seas su
padre y a mi hijo parece importarle. ―Solo que tal como ha dicho,
es más cauteloso en ese sentido. A pesar de tener el mismo
aspecto que Josiah, su temperamento es más parecido al de Mai.
Cómo olvidar su timidez al inicio y cómo sus mejillas se
enrojecían―. Lo que sí te advierto, es que dejes de asediarlos, ellos
harán las cosas a su manera y en su momento.
―Mira quién lo dice, el que robó a Mai de Farah. ―Gruño
incorporándome, dispuesto a romperle la cara, pero Armen ha
adivinado mi reacción y se ha interpuesto. Lo mismo que Farah, solo
Uriel se limita a observar, como si estuviera deseando que lo haga.
―Cuida tus palabras ―digo arrastrando las palabras, en tanto
que miro con malestar a Armen, pero sacude la cabeza, negándose
a liberarme y dejarme al menos darle un pequeño escarmiento.
―Nadie se robó a nadie ―murmura dirigiéndole una mirada
severa a Knut― y esta conversación está fuera de lugar. Lo que
hagan nuestros hijos solo les corresponde a ellos y nosotros no
deberíamos de estar discutiendo al respecto.
―Armen tiene razón ―interviene Farah, empujando sobre el
banquillo al rubio que mantiene su expresión socarrona―. Nosotros
pasamos por ello y sabemos lo desagradable que es tener a todo el
mundo diciéndonos qué hacer.
―Déjenlo. No olviden que serán familia, no deberían pelear
―dice Uriel, sin ocultar una sonrisa. ¡Mierda! Familia con este par, a
Farah puedo tolerarlo pero a Knut…
Rompe a reír con ganas y eso parece disipar la tensión.
―Ha estado tomándonos el pelo ―farfulla Farah golpeándole el
brazo.
―Lo dicho. Qué conversación tan entretenida. Deberían
visitarnos más a menudo.
―Idiota ―decimos varios a la vez, pero eso solo lo hace reír aún
más.
Mantengo la expresión molesta, pero internamente sonrío.
¿Quién hubiera dicho que algún día estaríamos hablando sobre
nuestros hijos?
Lena (16)

Esto no me gusta, no me gusta.


Le dirijo otra mirada inquieta a Caden, no es la segunda o tercera,
he estado haciéndolo desde que regresamos a la casa, pero a pesar
de mi ansiedad, él se mantiene sereno, como siempre. Permanece
sentando en uno de los banquillos de la cocina, limitándose a
observar mi andar. Opina que todo está bien, que debería relajarme,
es imposible estar inmóvil. Ha dicho que no hay nada que temer y
aunque confío en mi padre, no saber qué ocurre me desespera.
―¿Por qué demoran tanto?
―En realidad, no hace tanto que volvimos. ―Lo miro molesta,
pero solo se encoge de hombros―. ¿No te preocupa nada de lo que
he dicho? ―De reojo le veo, sin detener mi andar.
―Justamente por eso quiero hablar con él. ―A pesar de no estar
segura de qué se supone que quiero escuchar. Es decir, primero
saber por qué me besó así, tan intenso. ¿No se supone que le
resulto desagradable? ¿Cómo llegó tan rápido y qué fue lo que le
dijeron?
Suspiro apoyándome en la pared.
Ambos volvemos el rostro al sentirlo acercarse a la puerta, un par
de segundos después entra. Abiel se detiene en el umbral, sus ojos
se posan en mí, como si fuéramos los únicos en la habitación. Hay
algo notable, ahora tienen ese tono rojizo normal y parece sereno.
―Estaré arriba ―expresa Caden moviéndose. Escucho sus
pasos al subir las escaleras, manteniendo la mirada en Abiel, y
luego el sonido de una puerta cerrándose, probablemente de mi
habitación.
Ninguno de los dos dice nada, solo nos miramos fijamente. No sé
qué debería decir, aunque sé que fui yo quien le pidió que no se
marchara sin que habláramos. Quizás únicamente por eso está
aquí. Me alegra saber que no le han hecho nada, aunque es
resistente, los golpes de otro vampiro demoran en desaparecer,
especialmente si se trata de un fundador. Suponiendo que mi padre
o el señor Danko lo hubieran castigado. Nunca he visto que lo
hagan con otros, porque ellos y especialmente él, son demasiado
correctos. Es un poco tonto pensar que podrían hacerlo, no han
actuado de ese modo, pero ellos son de temer cuando se lo
proponen. O eso he escuchado.
Abiel es el primero en moverse e inesperadamente se acerca,
abrazándome. ¿De nuevo estoy soñando? Permito que sus brazos
me rodeen, sin resistirme ni evitar responder, aferrándome a su
espalda. Entierro mi rostro en su pecho, disfrutando de la cercanía y
del instante, puede que no se repita. Parte de mi cabeza opina que
no debería hacerlo. La última vez que me dejé llevar, las cosas no
salieron como esperaba y así es como terminé aquí. No es que me
arrepienta, porque he disfrutado mucho ser útil y hablar con
personas que son como yo.
―Lamento haberte asustado ―murmura, sus labios sobre mi
pelo. Un gesto tan íntimo que me acelera el pulso.
Levanto insegura la mirada, temiendo encontrar su rostro, pero
frunciendo la frente ante su afirmación. No parece horrorizado ante
el contacto, ni como si quisiera huir o estuviera siendo obligado.
Pero es difícil estar segura con ellos, que casi nunca dejan ver su
sentir.
―Me sorprendiste ―admito, mis dedos jugando con su camisa―,
pero no tuve miedo.
―Porque no sabías lo que estaba pensando.
¡Oh, vaya! Tan directo.
―Entonces, ¿es verdad que querías morderme? ―Parece
avergonzado e intenta alejarse, pero no lo permito, me aferro a él y
eso parece persuadirlo―. Dime. ¿Querías mi sangre?
Suspira, cerrando los ojos un instante. Me tenso, esperando por
su reacción. Parece arrepentido y preocupado, nada como en
aquella ocasión. Eso ya es un pequeño alivio, eso y que no ha
dejado de sostenerme.
―Sí.
Bien. Escucharlo de otro no es igual y me toma un poco
desprevenida.
―¿Por qué? Tú nunca has hecho eso. ―Abre sus grandes ojos,
inclinándose ligeramente, haciéndome consciente de nuestras
diferencias de estatura―. ¿Fue por olerla? ¿Por la herida de mi
mano? ―Asiente con la cabeza.
―Cuando sentí que estabas en peligro, solo pensé en llegar a ti.
Pero cuando entré, el olor de tu sangre me golpeó y perdí el control.
―Entiendo.
―Solo quería curarte, pero… su sabor es maravilloso, Lena
―susurra sosteniéndome la mirada, atento a mi reacción. ¡Wow!
Sabor maravilloso. Es un poco extraño escuchar eso de tu sangre,
supongo que no importaría demasiado si viniera haciendo referencia
a otra cosa.
―Uhm. ¿Querías algo como dejarme sin una gota o solo probar
un poco? ―Mi intento de broma no le causa gracia. Olvidaba que es
el señor seriedad―. Abiel ―digo sujetando su rostro, obligándolo a
bajar otro poco, casi hasta que su nariz toca la mía―, sé lo que
quieres decir, no soy tonta, pero no ha pasado nada y no estarías
aquí si alguien pensara que estoy en peligro, ¿cierto?
Mi padre ya hubiera puesto al tanto a mi madre y ella estaría
aquí, palmándome de pies a cabeza antes de llevarme hasta Cádiz
y hacer que Koller me revisara también. Eso pasó cuando tenía diez
años y se me ocurrió saltar del balcón de un cuarto piso, imitando a
Josiah. Obviamente, terminé con algunas heridas. Un híbrido no es
tan duro, aunque tenga ciertas habilidades.
―Nunca te haría daño. ―Toma mi mano y observa mis dedos.
Fue un pequeño corte, de esos que sangran de manera exagerada,
pero que en realidad no son cosa seria.
―Lo sé ―contesto no tan segura como quisiera, temiendo que
lleguemos a la parte de “olvida el beso y volvamos a fingir que nada
pasó”―. ¿Puedo saber qué te dijo mi padre? ―Niega. Eso no me
sorprende―. Entonces, ¿qué sigue? Quiero decir…
Ahora es él quien suspira, apoyando su frente en la mía.
―No voy a mentirte, Lena. ―Lena. No he pasado por alto que
desde que llegó se refiere a mí por mi nombre y no por señorita, que
tanto odio―. Sigo creyendo que no es correcto.
―Ajá.
―Pero tampoco creo que pueda estar alejado de ti. Ya no.
Lena (17)

¡Oh, oh! Eso no lo esperaba. Parpadeo atónita, sin saber qué


responder. Es demasiado por asimilar. Él sonríe ligeramente de lado
y eso acaba conmigo, la poca cordura que me quedaba. Este
hombre es tan irresistible. ¡Quiero colgarme de su cuello y besarlo
hasta que me canse!
―¿Lo dices en serio? ―consigo decir, sintiéndome un poco fuera
de lugar. Los últimos acontecimientos me parecen irreales,
demasiado buenos para ser verdaderos.
―Sí ―susurra besando mi frente―, pero hay algo que tienes que
saber.
¡Oh, no! Creo saber lo que viene y no se puede evitar.
―Si es sobre la mujer que amaste ―me anticipo mirándole con
seriedad―, no hace falta, ya lo sé. ―Mi afirmación no parece
sorprenderle.
―¿También sabes que se supone que un vampiro ama solo una
vez? ―Mis labios forman una línea tensa, al tiempo que retrocedo
un par de pasos, rompiendo el abrazo. Más que por gusto, porque
necesito un respiro y ordenar mis ideas. No quiero arruinar el
momento. Pensé que esto no resultaría tan difícil, pero en cierta
forma lo es. No es que no comprenda que, debido a la diferencia de
edades, el lleva una larga lista de vivencias que ha experimentado
antes, pero a pesar de eso es incómodo.
―Sí, mi padre habló conmigo sobre eso ―explico sin saber qué
hacer con mis manos, que echan de menos su espalda; lo mismo
que parece ocurrirle a él, quien de mala gana las ha dejado caer a
sus costados―. No específicamente sobre ti, obviamente. ―Sí, esto
es difícil.
―No voy a mentirte. ―Tomo aliento, luchando por mantener la
expresión serena―. Aunque no debería ser, me gustas, me siento
atraído por ti.
―¿No crees que sea solo por la sangre?
―Es todo lo contrario, tu sangre me resulta tan atrayente por lo
que despiertas en mí.
Una sonrisa involuntaria se forma en mi cara, a pesar de que él
sigue tenso. No es sencillo, menos para alguien como él que
siempre deja ver poco de sí mismo.
―Creo que no necesito decir lo que siento por ti, ¿verdad? ―Soy
cero discreción. Lo único que me ha faltado es escribirlo en los
muros o paredes de la ciudad. Eso me hace sentir un poquito torpe,
pero a él no parece importarle.
―Ella forma parte de mi pasado y es algo que no se puede borrar
―dice con un atisbo de tristeza.
―Respeto eso, Abiel.
―A pesar de todo lo que mi juicio y consciencia dicen, quiero que
lo intentemos. ―Se rasca la cabeza, luciendo realmente perdido―.
Si tú quieres…
―¡Lo quiero! ―exclamo pareciendo un poco desesperada, así
que me aclaro la garganta―. Me refiero a que entiendo lo que
quieres decir, probar si funcionan las cosas.
―Puede que no lo hagan y quiero que lo tengas en mente, si
sientes que no es lo que deseas, que no lo quieres, puedes decirlo
ahora y yo respetaré…
―Abiel ―lo interrumpo frunciendo el ceño―. Entiendo lo que
implica. Como te dije, mi padre habló acerca de ustedes y sé un
poco de tu historia. Comprendo que tal vez nunca puedas quererme
de verdad, que podrías solo sentirte atraído, pero no lo sabremos si
no lo intentamos.
―No es algo que te merezcas, Lena. Siempre he pensado que
mereces a alguien que pueda darte su corazón por entero.
Alguien… ―Freno sus palabras, colocando mis dedos sobre sus
labios. Es noble y al mismo tiempo tonto su argumento. Porque a
pesar de saberlo y de tratar de poner distancia, mi cabeza siempre
ha estado con él. Dudo que consiga alejarme o que, como decían,
sea solo un capricho.
Soy joven y puede que no conozca demasiado del amor, pero lo
que siento por él es verdadero y fuerte. Ni Klaus y sus intentos ni
mirar a otros chicos ha conseguido que deje de pensarlo.
―Soy yo quien debe decidirlo, ¿no? Y yo te quiero a ti, Abiel.
―Sostiene mi mano, frotando la palma en su rostro.
―Quiero que te sientas cómoda en todo momento y que tengas
en mente que no haré nada que te haga sentir presionada. ―Lo
dice como si se tratara de una orden o un discurso célebre.
―De acuerdo. Iremos lento, puedo con eso. Pero… ¿al menos
me vas a besar? ―Sonríe y tirando de mi cuello, une nuestros
labios. Lento, cálido y gentil. En serio que podría hacer esto por
mucho, mucho tiempo.
De nuevo alguien se aclara la garganta, me alivia saber que
ahora solo se trata de Caden. Abiel rompe el beso, pero no luce
preocupado o arrepentido y eso es genial. No quiero volver a
experimentar la misma sensación de aquel momento en el que creí
que sufría.
―Han dicho que quieren llevar las cosas lento y eso me parece
un poco rápido ―murmura luciendo incómodo. Tengo la impresión
de que no está aquí por mera casualidad o voluntad propia, lo que
me recuerda que aún hay algunos fundadores ahí afuera, entre ellos
mi padre, que quizá quiere hablar conmigo.
Tal como si lo hubiera llamado, la puerta se abre y él entra, ahora
solo seguido por Farah. ¡Uf! Menos mal. No es que los demás no
me agraden, es solo que ellos son menos discretos. Y aunque mi
nivel de desvergüenza es alto, no puedo con sus miradas y
sonrisas.
Dudo un segundo antes de hacerle un gesto a Abiel, quien
asiente. Libera mi mano y me arrojo a los brazos de mi padre.
―Puedes volver a tus tareas o quizás quieras saludar a tu padre
antes de que se vayan.
Caden no lo piensa y sale en seguida.
―A tu madre le gustaría que la visites ―dice mi padre
dedicándome una pequeña sonrisa cómplice. ¡Lo adoro! Me pongo
de puntitas y beso su mejilla. Sí que le he echado de menos.
―Quizá muy pronto esté de vuelta ―aseguro mirando de reojo a
Abiel, que de nuevo ha vuelto a ser el hombre todo rudo y serio. ¡Me
encanta!
―¿No habrá problema, Farah? ―inquiere mirándolo―. Escuché
que te asignaron algunas tareas. No quisiera que las dejaras tiradas.
―No hay ningún problema ―responde él guiñándome―. Lena es
un refuerzo que siempre será bienvenido, cada que así lo decida,
pero que puede ausentarse sin problemas.
―No se preocupen por eso, ayudaré toda esta semana, como ya
estaba acordado ―digo mirando a Abiel, quien no parece tener
problemas con ello. Ha dicho que vayamos despacio, así que pienso
cumplir. Demostrarle que soy bastante madura para no dejarme
llevar por la emoción y los impulsos, a pesar de que estoy que salto
en un pie por dentro―. ¿Puedes saludarla de mi parte y decirle que
la quiero mucho? Y que estoy bien.
―Claro que sí, hija. Solo ten cuidado.
―Lo haré. ―En serio que adoro a mi padre. Él sabe lo que pasó
con el establo, pero no está presionando para que lo hable, me
conoce demasiado bien, como para no saber que no me gusta
entrar en detalles. Además, he aprendido que, con ellos, no hacen
falta demasiado las explicaciones. De alguna u otra manera se
enteran de todo.
Ahora que lo pienso, quizá por eso Caden está siendo precavido
con Elise. Sobre todo con el señor Knut detrás de ellos. Pobres. Por
el tiempo que me quede, intentaré ayudarles. Además, aún tenemos
una salida pendiente con Airem y Josiah. Espero por ella y supongo
que no hay problema.
Mi padre besa mi frente y acaricia mi cabeza antes de despedirse
y salir de casa. El señor Farah lo sigue y Abiel pretende lo mismo,
pero me adelanto y tiro de su brazo reteniéndolo.
―Solo un segundo ―pido antes de tirar de su camisa y plantar
mis labios en su cuello, imitando lo que hizo conmigo. Noto cómo se
pone rígido y emite un pequeño sonido parecido a un gruñido. Me
río aún contra su piel, comprobando cómo le afecto. Me gusta―.
Tenía un poco de curiosidad ―digo retrocediendo, dándole una
mirada inocente.
Sonríe sacudiendo la cabeza.
―Te veo pronto. ―Asiento sin querer presionar. Que haya
admitido que le gusto y que quiere que lo intentemos ya es un gran
avance. ¡Uno enorme! No es como ser novios, los vampiros no usan
mucho eso. Ellos simplemente nombran mujeres a sus parejas, pero
ya cuando están comprometidos a otro nivel... No hay algo previo.
No tengo problemas, siempre y cuando me deje probar un poco,
estoy más que feliz. ¡No lo puedo creer!
Salto, llevándome las manos a la boca, reprimiendo un gritillo.
¡Funcionará! Sé que lo hará. No te arrepentirás, Abiel.
Caden (3)

―Parece que ninguno está preocupado ―comento mirando a mi


padre, que agita la mano, restándole importancia.
―Sabes tan bien como nosotros, que Abiel no tiene malas
intenciones con ella.
―Uhm. ―Lo sé, puedo leer sus intenciones, pero no deja de
tenerme inquieto. Lena es como una hermana pequeña y nunca
dejará de preocuparme. Ni siquiera la dura de Airem lo haría.
―Se trata solo del interés que despierta una mujer en un hombre.
Y sabes que tu prima está de acuerdo con ello. No tienes nada de
qué preocuparte.
―Sí, lo sé.
―¿Qué me dices tú? ¿Hay alguien en mente? ―Sonrío
sacudiendo la cabeza. No desmintiendo su pregunta, sino
sorprendido de lo directo que es. Había olvidado esa parte de mi
padre. En eso se parece tanto a Josiah. Para ellos no existen
términos medios y siempre van al grano.
―La hay ―confirmo mirando cómo Uriel conversa con Neriah.
Afortunadamente, el señor Knut se ha marchado―. Ya lo sabes.
―Sonríe, apoyando su mano en mi hombro.
―¿Se trata de la misma niña que elegiste cuando apenas tenías
siete años? ―pregunta elevando una ceja―. Recuerdo que hiciste
llorar a Lena, cuando le quitaste su muñeca para regalársela a esa
niña.
―Lena tenía muchas otras, no la necesitaba. ―Me encojo de
hombros.
―Y entonces ¿por qué no has hecho nada en todo este tiempo?
―Porque es un poco pronto. Además, lo primero es cumplir con
los deberes.
―Eso no significa que debas dejarla fuera.
―No lo hago ―debato un poco a la defensiva―. Me he
asegurado de su bienestar.
―Pero no le has dejado ver tus intensiones.
―Sabes lo que pienso, padre. Hay un momento para ello, pero
pronto tendré que asumir por completo la responsabilidad de la
ciudad y necesito aprender a manejar todo. Son mi responsabilidad.
―Quizá sí te haga falta un poco de maldad ―comenta pensativo.
―¿Qué?
―Nada. ¿Cómo van las cosas? Sabes que, si requieren algo,
solo tienes que pedirlo.
―Lo sé, pero ¿qué sentido tendría si dependiéramos
completamente de Cádiz? ―Creo que a la mayoría le caería mal.
Los humanos perdieron parte de su independencia durante mucho
tiempo y ahora han comenzado a recuperarla, a sentir que tienen
algo por ellos mismos―. Quiero que la ciudad tenga un poco de
autonomía.
―¿Todavía les resulta difícil nuestra presencia?
―Claro que no, y no estoy diciendo que se pongan en contra.
Neriah ha ayudado mucho a que las personas se olviden un poco de
las razas. Él y los híbridos, todos tienen sus parejas en su mayoría
humanas. Descartando al par de parejas que son híbridos ambos.
―El par de mujeres que se encontraron, ¿cierto?
―Sí. Ellos se han acoplado demasiado bien, hay demasiada
integración. Les gusta ayudar en las tareas, justo los he asignado
para ayudar a reparar algunas zonas del muro. Estoy trabajando
para que, si lo desean, se incorporen a la guardia, de modo que
vean que confiamos en ellos. Airem se pondrá con eso.
―Serás un gran líder ―dice mirándome con orgullo. Sonrío,
siempre es agradable que tu padre te aliente―. Ya lo eres.
―He tenido los mejores ejemplos. No se puede esperar menos.
―Quizá, pero no te olvides que independientemente del deber
con la ciudad, hay alguien que esperará por ti, estés en la cúspide o
te encuentres en el fondo. Y es a quien debes otorgarle tu fidelidad.
―No lo olvido. Lo haré una vez que se nos hayan otorgado los
títulos. Entonces, podré ofrecerle seguridad.
―De acuerdo. ―Asiente mirando al señor Regan y Farah que
acaban de abandonar la casa. Observo cómo le toma unos
segundos a Abiel seguirles―. Me despido. Cuídate y cuídala.
―Lo haré.
―No me refiero a Lena, sino a tu niña.
Se aleja con una sonrisa. Mi padre es tan misterioso, pero
demasiado sabio. Pronto, pronto confirmaré sus sentimientos,
porque esa es otra de las cosas que me detiene, no puedo forzarla.
Farah (1)

―Entonces, ¿está todo listo? ―pregunto mirando la enorme pila


de registros colocados sobre la mesa, en donde se enlistan el
nombre de cada habitante activo de la ciudad y sus respectivas
tareas.
Caden asiente, manteniendo la misma expresión serena que
muestra cuando estamos cenando o simplemente tocando temas
triviales. ¡Joder! Si fuera yo, estaría alardeando de terminar la
coordinación de labores antes del tiempo esperado y sin necesitar
ayuda alguna. Habría sorprendido a Pen y a Knut. Pero no, él
simplemente se limita a cumplir con el deber, como si se tratara de
algo tan sencillo como freír un huevo o lavar un plato. No cabe duda
de que tiene madera de líder. El chico es una mezcla equilibrada de
la astucia de su padre y la bondad de su madre. Algo muy distinto a
ese hermano suyo. Definitivamente, me hubiera gustado que fuera
él, y no Josiah, el que estuviera detrás de mi hija, pero mierda, que
en eso solo ella decide.
―Sí, todo en orden ―explica con el mismo tono de voz―. Klaus
me entregó el orden para las rondas de los próximos meses, así que
sí, todo completado.
Hago una mueca al escuchar su declaración. Organizar las
rondas de la guardia debería ser tarea de Airem y no de Klaus. La
sonrisa que se dibuja tenuemente en su cara, indica que sabe lo que
estoy pensando.
―Es imposible que lo haga, ¿cierto?
―No, no lo es ―responde con amabilidad―, es solo que ella
prefiere la acción al papeleo.
De eso ni siquiera yo puedo culparla, en su momento lo sufrí,
pero es algo que se tiene que hacer, por mucho que resulte molesto.
―Hablaré con ella.
―No hace falta, señor. Klaus es bueno con eso y está más que
encantando de ayudar. El manejo de las armas no parece ser lo
suyo.
―Lo imagino, no entiendo por qué quiso hacer el cambio y dejar
el invernadero. ―Él sí parece conocer la respuesta, pero es
demasiado reservado para decirlo en voz alta. Otra de sus
cualidades que me agradan―. Y volviendo al tema de las rondas, es
su responsabilidad. No puede ignorarla, incluso el mismo Knut tuvo
que hacerlo.
Llevar un orden al inicio me pareció una pérdida de tiempo; sin
embargo, eso agiliza las tareas y evita que haya pérdidas de
temporada o confusiones. Todos asumimos un rol y eso nos permite
tener un periodo de descanso, por decirlo así, porque algunas cosas
no se pueden suspender por mucho que se intente.
―Airem es Airem ―se limita a decir, sin reproche ni malestar.
Siempre intentando cubrirle las espaldas, pero sin descuidar su
bienestar―. Además, como ha dicho, todo está listo.
―Mmm ―murmuro golpeando los dedos en la superficie de
madera―. Hay algo de lo que me querías hablar, ¿correcto?
―Asiente, cuadrando ligeramente los hombros, como siempre que
cree que necesita mi aprobación para proceder. Es muy considerado
de su parte, teniendo en cuenta que, en un par de meses, será él
quien tenga el mando y la última palabra.
El nombramiento será dado durante la celebración de la
fundación de las ciudades y la unificación de estas como una
comunidad. Aunque las fechas exactas no coinciden, por
conveniencia se eligió un día, que es de los pocos en los que las
puertas de Cádiz se abren para permitir la entrada de todo el
humano que desee asistir y convivir con sus pálidos vecinos.
¿Quién lo hubiera dicho? Vampiros y humanos cenando y bailando
en un mismo lugar. Eso ni pensarlo hace más de veinticinco años.
―Sí, es sobre la construcción de las nuevas viviendas. ―Sí, él
sabe tan bien como yo que habrá que organizarlo cuanto antes,
para evitar las prisas.
―Eso mismo he estado pensando. Es un hecho que, en un par
de años, nuestros jóvenes comenzarán a formar sus propias familias
y es importante poder asignarles un espacio propio. ―Me froto la
barbilla, pensativo. En veinte años, el amplio espacio libre del que
disponíamos después de la construcción de Jaim, ha disminuido
considerablemente. El número de bocas que alimentar ha
aumentado, no de modo alarmante, pero esas pequeñas bocas
ahora son adultas y tienen mayor necesidad de alimento, así que,
con ello, es indispensable ampliar los campos de cultivo, los
establos y graneros. Durante el invierno, es importante mantener un
equilibrio no solo con las semillas, también con el pasto de los
ganados.
―He estado analizando las opciones ―comenta tomando un
viejo mapa de la ciudad, que extiende sobre la madera. No me
sorprende ver que tiene incorporados los esquemas de los nuevos
edificios. No sé cómo lo hace, siempre va un paso adelante―.
Airem es buena con los dibujos ―explica respondiendo mi duda no
formulada.
Imposible no sentirme orgulloso de ella, pero trato de no
demostrarlo demasiado. Aunque eso no resta que se escabulla la
mayor parte del día, desde hace algún tiempo con más frecuencia. Y
prefiero mejor no pensar en qué hace o con quién. Es joven y quiere
experimentar y vivir, lo entiendo perfectamente, pero no es tan
divertido como cuando era yo quien trataba de romper la guardia de
su madre.
Mierda. Y los comentarios de Knut no ayudan. Ya quisiera verlo
seguirle la pista a Elise, lástima que sea tan tranquila y que sea él
quien parece el hijo y no el padre.
―¿Qué tienes en mente? ―digo, centrándome en el plano.
Su dedo va a la parte trasera de la ciudad, trazando dos
intersecciones.
―Podríamos ampliarla en esta parte. He estado consultando con
Airem qué hay detrás del muro y parece que una parte es fértil, que
podría servir para los cultivos; otra zona se puede utilizar para las
viviendas.
―¿Por qué elegir ese sentido? ―cuestiono poniéndolo a
prueba―. Se perdería la forma circular del muro, ¿no?
―Es verdad, pero resultaría mucho más complicado expandirlo
por entero. Además de que quedaría en sentido de la cascada,
ayudando a proveer el agua para el riego y para las necesidades
bajas. Hay que pensar a futuro.
―Está muy bien pensado, pero…
―Sé que se corre más riesgo, por tratarse de la zona más
alejada de la entrada, pero podemos comenzar a construir el muro
en la parte exterior y cuando esté prácticamente terminado,
derrumbar la porción requerida y sellar los huecos.
―Suena bien.
―También hablé con Neriah y está más que dispuesto a
cubrirnos. Sus sentidos son mejores y ayudarían a detectar
cualquier posible amenaza, además de que podríamos pedir ayuda
a la guardia de Cádiz.
―Estarían más que dispuestos. ―A pesar de que la guardia
sigue encargándose de la seguridad, no dudan en venir cuando hay
problemas. Armen siempre se ha mantenido al cuidado de los
humanos.
―No parece ser algo que le agrade. ¿Piensa que no les gustará
a las personas tenerlos por aquí?
―No es eso ―niego, sacudiendo la cabeza. Ellos ya no temen.
Les miran con interés, porque evidentemente no dejan de resultar
algo fuera de lo común, pero han aprendido que son más que
aliados, no importa lo diferentes que parezcan―, es solo que
siempre hemos dependido de ellos. Sería bueno encargarnos
nosotros mismos, ¿no crees?
―En ese caso, hay otra opción y por la que me inclino. ―Le miro
con curiosidad. Ahora es él quien me está probado. Astuto.
―Adelante.
―Podría coordinar a los híbridos, de ese modo habría menos
riesgo de que alguien resulte lastimado. Y yo estoy más que
dispuesto a participar.
―Sigues tratando de incluirlos ―afirmo. Se encoge de hombros.
―Ellos son parte de nosotros. La mayoría tiene una familia que
proteger, estarían más que dispuestos a asegurar su bienestar.
―Cierto. ―Me cruzo de brazos, estudiando nuevamente la parte
del muro que se derribaría para ampliar la ciudad―. Dime algo,
¿nunca te has preguntado por qué les ha tomado tanto tiempo
integrarse y sobre las reservas que se tenían antes?
Aunque el tema sigue siendo desconocido para la mayoría, creo
que deberían conocerlo a detalle. Ellos saben que hubo una guerra
y que ellos eran desconocidos que necesitaban un lugar. Por obvias
razones, no están enlazados los acontecimientos. Y tal vez sea algo
que deba comentar con Armen y Danko. Entiendo que lo hacen para
proteger a Lena, pero no es necesario tocar el punto.
―Sé que ese asunto compete a los mayores y que por alguna
buena razón lo mantienen en secreto, pero si no confiaran en ellos,
no les habrían permitido vivir aquí.
―Buen punto. Ahora dime algo.
―Sí, señor.
―¿Realmente no te interesa Airem? ―Sus ojos se abren un poco
más de lo normal y parece no ser capaz de emitir palabra. No lo
esperaba―. Puede ser impulsiva y rebelde, pero tienes que admitir
que es tan hermosa como su madre, ¿no? ―Carraspea un par de
veces, antes de contestar.
―Por supuesto, pero… la veo más como una hermana. ―Sonrío,
lenta y perezosamente.
―Solo estaba tomándote el pelo, muchacho ―digo dándole un
golpe en el brazo―. Supongo que estás enterado de que se ve con
tu hermano.
Suspira, luciendo culpable.
―Lamento no haberle dicho, pero es algo que no me
correspondía.
―Lo sé.
―Y si de algo sirve, ella es demasiado importante para Josiah,
puedo asegurarle que no le haría daño.
―En realidad, me preocupa más que se lo haga ella a él. ―Me
encojo de hombros y ambos reímos―. Mi hija es bastante dura, lo
sé y quizás es precisamente por eso que ha escogido al hermano
malo.
―¿Hermano malo? ―De nuevo elevo los hombros.
―Es una especie de paradoja. Se dice que cuando nacen
gemelos, uno es el bueno y el otro su contraparte, el malo. Aunque
en ustedes creo que no se aplica. Ciertamente tu hermano es de
carácter fuerte, pero tú simplemente eres contenido. Espera, eso ha
sonado mal…
―No importa, señor. ―Sonríe―. Quizá tiene razón.
―No lo creo. De cualquier modo, eres mi favorito y me hubiera
gustado que fueras tú, pero…
―No puedes mandar en las elecciones de tu hija, Farah.
―Ambos volvemos el rostro hacia la puerta, donde se encuentra mi
Johari―. Eso solo le corresponde a ella.
―No he dicho lo contrario. ―Entrecierra los ojos, mirándome de
modo sospechoso. Solo puedo sonreír como idiota, sigue siendo tan
hermosa y temeraria. La diferencia es que ahora no se molesta en
tratar de esconder sus muestras de afecto, mucho menos cuando
estamos en privado.
―Tengo que llevar esto a la oficina. Con permiso ―farfulla
Caden, saliendo rápidamente, entendiendo nuestro lenguaje
corporal.
―No vayas por ahí ―advierte apuntándome con el dedo―, aún
tengo cosas que hacer y tu hija puede volver en cualquier momento.
―Te aseguro que no lo hará. ―Da un paso atrás, pero yo avanzo
también.
―Creí que eso te preocupaba. Siempre te quejas de que la deje
salir.
―Ajá. Pero Caden puede encargarse de eso, además, tenemos
la casa para nosotros.
―¿Vas a ayudarme con mis labores? ―Se cruza de brazos, poco
a poco cediendo a la chispa de pasión que emiten nuestros cuerpos.
―Con todo lo que quieras, incluso quitarte la ropa.
―Sigues siendo un pervertido ―murmura, pero no aparta mis
manos de su pecho.
Lena (18)

―Entonces… ¿volverás? ―pregunta Elise mirándome con


preocupación. Tomo una de las prendas de ropa e imito lo que hace,
dándole la vuelta y doblándola de modo que se integra sin
problemas a la montaña que ha creado sobre el pequeño mueble de
su habitación.
Es una de esas pequeñas charlas que tenemos entre chicas,
ahora ha tocado en su casa, en su cuarto, donde termina de ordenar
la ropa de sus hermanos, mientras ellos posiblemente están
haciendo de las suyas. Me agradan. Aunque es un hecho que he
escapado de sus garras, posiblemente porque Caden y los demás
siempre les recuerdan que deben comportarse. Definitivamente, no
quisiera ser las otras personas, sus víctimas.
―Desde luego ―contesto tomando otra prenda―. Es solo una
visita, los he tenido muy abandonados y sé que mi madre está
inquieta.
―¿A ella o ese vampiro? ―inquiere Airem, sin contenerse. Elise
le mira con reproche, pero ella se encoge de hombros, dejándose
caer sobre la almohada―. ¿Qué? Se nota que no puedes esperar
por verlo. Y no mientas.
―Solo un poco. De todos modos, antes de volver, quiero que
salgamos del muro, como lo prometiste.
―Hecho. Eso no cambia. ¿Vendrás, Elise?
―Creo que no.
―¿Tienes miedo?
―No, solo… tengo cosas que hacer.
―Ajá. Seguro Caden te llenó la cabeza de ideas. Tal para cual.
¿Y esto? ―Miro la pequeña muñeca que sostiene Airem―. ¿No
eres un poco grande para jugar con ella?
―¡Oye! Es un regalo.
Uhm. Creo que la conozco. Estoy casi segura.
―¿Un regalo? ―pregunto tratando de recordar. Es pequeña,
cabellos pálidos perfectamente peinados en una trenza y un vestido
azul claro.
―Sí, de Caden ―admite ruborizándose. Intercambiamos una
mirada con Airem, que parece estar pasándola a lo grande. Yo no sé
qué pensar.
Era mi favorita, no solo porque era un regalo de la tía Elina, sino
porque ella decía que se parecía a mí. Era una niña y siempre
pensé que Caden la había roto o quemado solo por molestarme,
pero ¡oh, sorpresa!
―Ya veo por qué la cuidas tanto.
―¿Puedo verla? ―Airem la arroja y sin problemas la sostengo.
Observo la figura y, levantando su pálido pelo, miro detrás de su
cuello. Encontrando una “E”, que sustituye la “L”, que podría jurar
debería estar aquí.
―Deberías ser directa con él o nunca pasará nada ―comenta
Airem―. ¿O quieres que lo haga yo?
―¡No! ―niega horrorizada.
―Já. Debería. Solo me darías las gracias.
―Ni lo pienses, Airem. Déjalo.
―Ay, Elise. Solo te digo que puede llegar otra más lista que tú y
entonces…
―Puede que no le guste.
―Yo no diría eso ―murmuro devolviéndole la muñeca, que
sostiene contra su pecho.
―¿Por qué? ―Me encojo de hombros.
―A veces las acciones dicen más que las palabras. Y te
sorprendería. ―Quizá, después de todo, no necesite tanto de mi
ayuda. Si no fuera importante, Caden no me habría hecho llorar
durante una semana y ser castigado a causa de ello.

―¿Segura que no quieres que te acompañe? ―insiste Klaus,


mirando hacia la entrada de Cádiz. Le dedico una sonrisa incómoda.
De verdad que aprecio su atención, pero…
―Sí. Alguien me acompañará de regreso, no te preocupes.
―Suspira mirándome, resignado. Si vamos de tercos, yo gano―.
No demoraré ―aseguro poniéndome en marcha.
Aunque no regreso la mirada, sé que sigue ahí, inmóvil
observándome. Dudo mucho que no haya escuchado lo que pasó
con Abiel, de todos modos creo que pronto tendré que hablarlo.
Ahora menos que nunca me gustaría que albergara esperanzas.
Estoy a unos pasos cuando las puertas comienzan a abrirse,
dejando a la vista el interior de la ciudad y a un grupo de guardias.
En el centro de ellos, Abiel, con su porte sereno e impresionante.
Titubeo un instante, no segura de cómo debería actuar. Es la
primera vez que nos vemos después de esa declaración tan
impresionante. Pero su rostro no ayuda, no me dice mucho y por
desgracia, no puedo leer sus pensamientos. Ahora me encantaría
ser capaz de hacerlo.
―Señorita Lena ―saludan todos, menos él, que sigue
mirándome fijamente. Hay algo distinto en sus ojos, que me hace
sentir vacío en el estómago.
―Hola ―contesto con una sonrisa nerviosa. No les sorprende mi
respuesta, incluso algunos tratan de ocultar una sonrisilla―. He
venido a visitar a mi madre.
―Le acompaño ―dice Abiel, despejando el camino, señalando
con su brazo. Aún sin dar indicios. Bueno, no esperaba algo distinto.
Tengo la impresión de que está siendo cauteloso y que no quiere
perder el respeto de sus hombres.
Lo sigo en silencio, mirando su nuca, su pelo donde han estado
mis dedos y esa ancha espalda a la cual me he aferrado. Mis
pensamientos desde la última vez que lo vi, no son del todo
inocentes, pero no soy la culpable de ello. Es simplemente
irresistible.
Cruzamos la entrada de la residencia, siendo recibidas por un par
de sirvientas, que rápido despide con un movimiento de mano.
Esperaba que se limitara a dejarme en la puerta, pero no.
Caminamos por el pasillo, siendo los únicos. Sé que vamos a la sala
principal, pero no entiendo por qué nos hemos desviado.
Estoy tan sumida en mis pensamientos que, cuando se detiene
sin aviso, golpeo de lleno contra su pecho. No hay tiempo de una
disculpa, su boca cubre la mía y sus manos me envuelven. No me
resisto, porque he estado muriendo por hacer esto. Sus labios son
demandantes y pronto estoy jadeando, tirando de su ropa,
queriendo más que un roce de bocas.
―Hola ―digo cuando me da un pequeño espacio para tomar
aire. Sonríe, acariciando mi mejilla.
―Hola.
―¿Puedes repetir ese saludo? ―Emite una pequeña risilla, antes
de tomarme la palabra y apretujarme contra la pared.
Amo la sensación de su pecho contra el mío, de sus manos en mi
espalda…
―No quiero ser aguafiestas, pero si Gema ve eso, puede que les
amarre las manos.
Lo suelto de mala gana, mirando a mi tía Elina, que sonríe
claramente divertida, a un par de metros de donde estamos.
―¡Tía! ―jadeo sin ocultar mi agitación. Eso la hace reír.
―No me odien, pero es obvio que tu madre sabe que estas aquí,
así que ―se encoge de hombros―. Hagámosle un favor a Abiel,
para que no pierda la cabeza.
―Estaré esperando para llevarte de regreso ―susurra sujetando
mi mano, dándole un pequeño apretón―. Me retiro.
Se aleja con paso moderado, permitiéndonos mirarle.
―Es tan apuesto. ―Miro sorprendida a mi tía, que ríe con ganas
ante mi expresión―. No estoy diciendo algo que no sea evidente,
pero tranquila, que tengo a Alain y… ¡uff!
―¡Tía!
―Lo siento, me dejé llevar. Como sea. ―Acorta la distancia
dándome un fuerte abrazo―. Te he echado de menos.
―Yo también.
―No se nota. Es la primera vez que nos visitas, después de
varias semanas y mira que prometiste que lo harías.
―Lo siento…
―No pasa nada. Me alegro tanto de que las cosas con Abiel
estén funcionando.
―Ha dicho que lo intentará.
―Pues sí que piensa tomárselo en serio y eso es bueno, créeme.
Se puede pensar que son fríos, pero en la cama…
―¡Elina!
―¡Edi! ―El señor Danko la mira con reproche, pero ella pone
una de sus expresiones adorables―. ¿Qué? Solo le estaba dando
una descripción.
―Mejor que no lo hagas. Ven conmigo, permite que vaya con su
madre. Me da gusto verte, Lena.
―A mí también, señor. Anda, Elina.
―Te veo después, ¿verdad?
―Sí. ―Me da un beso y se aleja, refunfuñándole al señor Danko,
quien a pesar de querer mostrarse severo, me parece que se
divierte con sus comentarios.
Suspiro y, sin prisas, me encamino a la sala principal, donde se
encuentra. Espero que mi madre se tome con calma el asunto de
Abiel, porque algo es seguro: a esta hora todos en la ciudad deben
de saberlo. No es como en Jaim, que las personas se pierden de
muchas cosas.
Elina (3)

―Eres un gruñón, Edi ―refunfuño, mientras entramos en su


despacho. Él sacude la cabeza, mirándome inconforme―. No
estaba haciendo nada malo. ―Todavía.
―¿No? ―cuestiona irónico, haciéndome resoplar.
―No.
―Yo no diría eso, y si le preguntamos a Gema o a Armen, no
creo que estén de acuerdo contigo.
―¡Por favor! ―Me cruzo de brazos, mostrándole una expresión
inocente―. ¿Cómo puedes pensar mal de mí?
Niega, sin caer en mi encanto. Después de tantos años, es casi
imposible engañarlo y ni preguntar cómo es que siempre me sigue
la pista. Mi Edin es alguien que sabe cumplir sus promesas. Juró
que nunca se olvidaría de mí y no lo ha hecho, a pesar de que ahora
hay otras tres personitas que ocupan su tiempo, no importa que sea
solo para cortarme la diversión.
―No deberías meterle esas ideas en la cabeza. Aún es muy
joven.
―Edi, Edi. La juventud es donde se aprenden las cosas
divertidas, ¿lo olvidas? ―Sacude la cabeza―. Y tal como le dije,
ustedes los vampiros gruñones y fríos, tienen sus mañas, saben
volvernos locas sin que nosotras les tengamos que dar
instrucciones.
―Son ese tipo de comentarios los que no debes hacerle.
―Pero es la verdad. Abiel seguro que sabe cómo atender a una
mujer y solo quería darle unos consejos para que no la sorprenda.
―Abiel sabe que tiene que comportarse.
―Ustedes son tan malos. Deberían dejar que se diviertan.
―No olvides de quién hablamos.
―Nunca. Adoro a Lena, lo sabes.
―Entonces, deja que sea ella quien aprenda.
―Está bien, está bien. Pero ¡eres malo!
―Gema no vería lo bueno. No busques problemas.
―¿Sabes? ―pregunto mirándolo divertido―. Una pequeña pelea
no me vendría mal. Hace bastante que no practico.
―¿Quieres probar a Gema? ―inquiere escéptico.
―¿No crees que pueda con ella? ―digo dolida―. Mi control del
viento no ha cambiado y no me quedo muy atrás con la espada.
―No tienes remedio. ―Río, colgándome de su brazo, disfrutando
de esta pequeña charla sin sentido, como las que tanto solíamos
tener. Cuando solo éramos los dos.
―Siempre me has querido así.
―Lo hago. ―Satisfecha con su respuesta, apoyo mi cabeza en
su hombro.
En silencio contemplamos el horizonte, a través de los cristales
que cubren las ventanas. Yo rememorando el viejo mundo que
conocí, y que ahora solo es parte del anhelo de lo que me gustaría
que muchos hubieran podido disfrutar.
―Las ciudades en algunos años crecerán ―murmuro―,
¿volveremos al inicio?
―Espero que no. Tanto Josiah como Caden son sabios, podrán
guiarlos y hacer que se olviden de las diferencias que existen.
―Para ello tendríamos que dejar de ocultarnos detrás de muros.
―Quizás algún día sea posible.
―Quizás.
Lena (19)

―Viniste ―susurra, encontrándose de pie junto a la mesita del


centro. Su expresión es serena, pero sus ojos no mienten en cuanto
al alivio que siente al verme. Olvidándome un poco de los modales,
corro hasta ella y la abrazo con fuerza.
―Mamá ―murmuro aspirando el aroma de su pelo, que evoca
una lluvia de recuerdos infantiles, lo que me hace sentir como en
casa, porque a pesar de lo que todos puedan pensar, sobre su
carácter sobreprotector y estricto, conmigo siempre ha sido tolerante
y amorosa―. Lamento no haber venido antes ―admito
separándome ligeramente, para mirarla a los ojos, dedicándole un
gesto cargado de disculpa.
Ciertamente estas semanas me olvidé de ellos, aunque tenía la
certeza de que estaban bien, pues Caden siempre se mantiene en
comunicación con Josiah. Además de que Cádiz es el lugar más
seguro y ellos unos de los fundadores más fuertes.
―No pasa nada ―asegura, tirando de mi mano, para que la
acompañe hasta el sofá, donde nos instalamos―. Dime, ¿cómo
está tu abuelo? ¿Qué tal las cosas por allá? ―Respondo con una
risilla contenida.
―Bien, y el abuelo tan imparable como siempre. Tanto él como la
abuela siguen trabajando y ni pareciera que son mayores. A veces
cuidan de los hermanos de Elise y hasta nosotros alcanzamos una
reprimenda. ―Mi comentario la hace sonreír también.
―Siempre han sido así.
―Eso mismo dicen el tío Farah y el señor Knut. En especial de la
abuela. Siempre nos cuentan de cómo peleaba y lo buena que es
con la espada.
―Sin duda. ―Suspiro, tomando sus dos manos y girándome por
completo hacia ella.
―Hay algo que tengo que decirte.
―Te escucho.
No temo que se oponga, mi padre sin duda intercedería por mí,
pero puede que sí le sorprenda un poco. Hasta hace unas semanas,
el asunto de Abiel estaba completamente cerrado, tanto que ni
siquiera deseaba nombrarle. Aún me resulta increíble, pero ese
beso… me parece que todavía puedo ver estrellitas. Definitivamente
tengo que tener otro de esos a modo de despedida.
―Se trata de Abiel. ―No pierdo detalle de su cara y ojos,
esperando ver un signo de alarma o disgusto, pero se mantiene
tranquila. Hasta pareciera que estuviera hablando con mi padre,
porque definitivamente actuaría así. Eso parece una buena señal.
Permanece a la espera de que continúe, así que tomo aliento otra
vez y me preparo para terminar con lo que he venido a decirle―.
Hace unos días fue a Jaim y estuvimos hablando ―le hago saber,
omitiendo el motivo de su presencia y todo el alboroto que se armó.
Porque ver al gobernante sorprendió a todos. Además de que es
probable que mi padre ya le haya contado―. Por principio, entiendo
que, se supone, es imposible que me ame del mismo modo que lo
hace mi padre contigo o el tío Danko con la tía Mai, porque ha
tenido a alguien más, pero él ha dicho que está más que dispuesto a
intentarlo y ver hasta dónde llegan las cosas ―explico
atropelladamente―. Y con eso no quiero decir que nos
precipitaremos y actuaremos sin pensar, porque, aunque puede que
yo lo hiciera, él es bastante serio y dudo que me tome la palabra
para hacer una locura…
―Entiendo ―susurra dando una palmadita en mi mano.
―Me gusta mucho, mamá. Y aunque muchos piensan que se
trata de un capricho y que, por la edad, entre otras cosas, no
funcionará, yo quiero intentarlo.
Me mira fijamente, sus ojos delatando preocupación, pero sobre
todo cariño y comprensión. Su historia con mi padre fue mucho más
complicada y entiendo que ellos tuvieron que vencer demasiados
obstáculos.
―Supongo que has considerado los pros y contras, ¿verdad?
―pregunta, manteniendo el tono imparcial.
―Sí ―aseguro, dando un suspiro―. Puede que nunca se
enamore de mí y que al final terminemos por dejarlo, pero…
―Si no pruebas, no puedes saberlo ―termina por mí,
sorprendiéndome.
―¡Sí! Exacto.
―Entonces, no tengo nada que decir. Solo que, como bien has
explicado, lo tomes con calma y no te presiones. El amor es algo
maravilloso y nada me gustaría más que pudieras experimentarlo,
de la mejor de las formas.
―¡¿De verdad, mamá?! ¿No estás enojada? ―Ríe, sacudiendo
la cabeza.
―No, amor ―contesta acariciando mi mejilla―. Tal como acabo
de decirte, lo que un padre quiere para sus hijos es lo mejor,
especialmente verlos felices. Y tú, Lena, eres bastante madura y
racional, sé que sabrás descubrir lo que necesitas.
―¡Gracias, mamá! ―digo abrazándola con fuerza―. No sabes lo
que significan tus palabras.
―Supongo que ya has hablado con tu padre, ¿cierto?
―Sí y él también con Abiel.
―Era de esperarse. Ya conoces a tu padre. Tanto él como yo,
nos preocupamos por tu bienestar y queremos tener la certeza de
que Abiel lo entiende.
―No estará en problemas, ¿verdad? Quiero decir, lo que pase…
―Es cosa de ustedes. Comprensible.
―Él ha dicho que no quiere que esto cambie nada.
―Y no lo hará, te lo aseguro. Tengo que admitir que, aunque no
me guste del todo, lo entiendo.
―Ok.
―¿Cuándo te tendremos de regreso? ―Suspiro, relajándome.
―¿Dos semanas más? ―pruebo―. Quiero ayudar, en este
momento están planeando construir nuevas casas, Elise y yo nos
ofrecimos a ayudar con la comida. ¿Hay problema si me quedo un
poco más?
―Claro que no. Aunque también podrías ir de entrada por salida.
Pero es solo una sugerencia. ―Ambas sonreímos, ante la sutil
sugerencia.
―Yo también te he extrañado mucho, pero lo cierto es que lo
necesitaba ―confieso apenada.
―Lo sé. Y no dudes en decirme cuando necesites un poco de
espacio. Tiendo a ser demasiado absorbente, tu padre no me lo dice
directamente, pero…
―Amo que te preocupes por mí, en serio. Y te tomaré la palabra.
Una semana y me tendrás de vuelta, iré y volveré. ¿Qué te parece?

Cierro la puerta y me encamino despacio hacia la entrada, me he


despedido también de mi padre, quien ha llegado de último
momento. Cuánto les quiero, así que definitivamente le tomaré la
palabra a mi madre e iré de entrada por salida a Jaim.
Me detengo, mirándolo sin poder evitar ruborizarme y sonreír
como una boba. Imposible no hacerlo. Es demasiado atractivo y en
este momento… ¡es mío!
―¿Ha terminado su visita, señorita Lena? ―A pesar de que ha
utilizado su tono habitual, su mirada me dice que trata de tomarme
el pelo. El señor serio sabe algo de humor. Porque sin duda
recuerda que odio que me llame de ese modo y cuando llegué me
refirió únicamente por mi nombre.
Me acerco y antes de echarle los brazos al cuello, miro en ambos
sentidos del corredor, confirmando que no hay nadie a la vista.
Aunque eso no es garantía de que no se darán cuenta de cualquier
cosa que hagamos.
―Creo que debemos tener algunas palabras. ―Las esquinas de
su boca se elevan ligeramente, sin ceder a esa sonrisa que tan
pocas ocasiones se permite.
―Por supuesto.
Me estrecha, besando mi pelo y bajando por el lateral hasta mi
oído.
―Se supone que debo guardar las apariencias ―murmura,
depositando un beso en mi cuello―. Lena…
―No me gustan las apariencias ―gruño cogiendo su cara entre
mis manos, buscando su boca, que responde a mi beso. ¡Me gusta
esto! ¡Mucho!
Caden (4)

Contemplo los cimientos de lo que será la nueva extensión del


muro. Para llevar una semana trabajando en ello, es demasiado el
avance y eso sin duda es bueno. Parece que estará prácticamente
terminado antes del cambio de mando de la ciudad.
―Estos son los planos generales para la distribución de las
viviendas ―explico a quienes están a cargo, aprovechando que es
la hora del descanso y del almuerzo.
―¿Se tiene pensado poner características en particular?
―pregunta Zafih, uno de los híbridos mayores, pero tiene la fuerza
de alguien de veinte años.
―No había pensado en eso ―admito frotándome la barbilla―,
pero creo que eso dependerá de quien ocupe la vivienda.
―Creo que bastará con hacer los cimientos y lo básico,
¿correcto? ―interviene el señor Farah.
―Así es.
―¡Caden! ¡Tío Farah! ―Tanto yo como ellos, volvemos hacia
donde Lena y Elise se encuentran, acercándose a nosotros. Vienen
cargadas con canastas y recipientes de agua.
«Se parece tanto a su verdadera madre», el pensamiento que
percibo de Brad, otro de los híbridos, me paraliza. Le miro, pero él
ha desviado el rostro y finge interés en los planos. De nuevo dirijo mi
atención a ambas, que son completamente ajenas. Ninguna de ellas
puede escuchar los pensamientos, como lo hacen algunos híbridos.
Sé que no se refiere a Elise, porque ella es muy parecida a su
madre y eso solo deja a Lena. ¿Su verdadera madre?
―Trajimos la comida ―dice con entusiasmo, elevando la
canastilla―. ¿Vienen? ―pregunta en general. Algunos de los
hombres, así como ciertos híbridos, se acercan, también el señor
Farah y Neriah, quienes fungen como guardias.
Todos rodean la improvisada mesa que hemos establecido para
los platos, que han sido recogidos y apartados. Por primera vez noto
algo. Los híbridos tienen cierto recelo con ella. Y nada tiene que ver
con el hecho de que sean precavidos. Porque ambas llevan la
sangre mezclada, pero sus miradas curiosas o evaluativas se
centran en Lena.
―¿No comes? ―pregunta tirando de mi brazo―. Mira que Elise
se ha esforzado mucho ―murmura dedicándome una sonrisilla.
La sigo, aunque mi mente está en otra parte. ¿Será posible que
sea verdad lo que ha pensado Brad?

―Saldré por un rato.


―¿Quieres que vaya contigo? ―inquiere apoyando su espada en
el hombro.
―No es necesario.
―Uhm. ¿Por qué nadie quiere que le acompañe? ―Le dedico
una sonrisa forzada.
―Preferimos que nos cuides las espaldas. ―Eso parece ayudar
con su inquietud. No espero una réplica y cruzo las puertas,
encaminándome hacia Cádiz.
Los guardias no pierden tiempo ni tampoco consideran necesario
escoltarme hasta la entrada. Son pocas las veces que
recientemente he venido, pero no necesito ser anunciado o que
pregunten por los motivos que me traen hasta aquí. Tengo libre
acceso.
Me dirijo hacia una de las salitas principales, buscándola. Pero
antes de llegar, la puerta se abre y mi madre aparece con una
enorme sonrisa. Se mueve tan rápido, atrapándome.
―Hijo.
―Hola, madre. ¿Cómo te encuentras?
―Ahora que te veo, feliz. Estás tan guapo ―expresa tirando
ligeramente de mi mejilla. No hago otra cosa más que responder a
su gesto, depositando un beso en el dorso de su mano.
―A mí también me alegra verte.
―¿Te quedarás a comer? ―pregunta entusiasmada.
―Me encantaría. Pero, antes, me gustaría hablar con mi padre.
―Claro. Se encuentra en su despacho, con Josiah. Vamos.
Le ofrezco mi brazo y ella no duda en aceptarlo y comenzar a
caminar por el pasillo. Es tan hermosa, del mismo modo que la
recuerdo cuando tenía cinco años. Eso y la dulzura que sus ojos
expresan. Me recuerda tanto a Elise y no precisamente por sus
rasgos en general, sino por la inocencia que despide su persona.
Además de que siempre están dispuestas a dar todo por los demás,
olvidándose de sí mismas.
Empuja la puerta, sin esperar a llamar.
―¡Miren quién ha venido! ―exclama entusiasmada.
―Hijo. ―El rostro de mi padre se tensa ante mi expresión seria.
Parece que sabe el motivo de mi venida. Hace un gesto a Josiah
que rápido sale de la estancia, dedicándome una ligera inclinación a
modo de saludo―. Es mejor que vayamos a otra parte.
―¿Qué ocurre? ―pregunta preocupada mi madre.
―Nuestro hijo tiene algunas preguntas. Vamos. ―Ahora es él
quien la guía, y ella no deja de mirarnos alternadamente. No estoy
molesto, solo preocupado. Nunca he cuestionado su juicio, pero
esto es algo que implica a Lena y que podría volverse más que
incómodo o una molestia. Del mismo modo que no tenía idea, ella
tampoco.
Al ingresar a la pequeña cúpula, que en raras ocasiones se usa,
porque es más como una estancia de reposo, el señor Armen y Uriel
se encuentran presentes, así como Josiah. Mi madre se despide,
entendiendo que es un asunto serio y ahora me enfrento a sus
rostros inexpresivos. Es un tanto extraño ver mi imagen carente de
emoción. Ni siquiera Josiah me habló acerca de esto. Es algo que
sin duda me gustaría preguntarle, pero que, al notar la tensión de
todos, puedo comprender un poco.
―¿Es verdad que Lena no es su verdadera hija? ―mi pregunta
es directa, pero sin que suene como un auténtica exigencia.
―¿Cómo te has enterado? ―pregunta sin desmentirme y eso
solo me hace sentir más inquieto.
―No de la mejor manera, ciertamente.
―Es algo que se consideró no necesario dar a conocer. Para
nosotros, ella es nuestra hija, así que debe ser del mismo modo
para todos.
―Eso lo entiendo ―aseguro―, no tengo dudas de que es así. El
problema es…
―¿Cómo te enteraste? ―repite la pregunta mi padre, pareciendo
incómodo.
―Por los pensamientos de un híbrido. Uno de ellos hizo
referencia al hecho de que Lena cada vez más se parece a su
verdadera madre.
―¡Mierda! ―masculla Haros y aunque tanto mi padre como el
señor Armen no lo expresan, seguro que piensan del mismo modo.
―¿Solamente lo pensó? ―inquiere mi padre.
―Sí, cuando la vio hace un momento.
―¿Lo expresó abiertamente?
―No, sabes que suelo percibir los pensamientos que incluso
ellos no desean compartir y no es que estuviera espiando, pero la
referencia del nombre de ella me puso alerta.
―Afortunadamente no puede leer los pensamientos.
―De todos modos, quizá necesitamos hablar con ellos.
―No han hecho nada malo y dudo que lo hagan, ellos se
mantienen alejados de ella. Ni siquiera le dirigen la palabra. No se
ha percatado, pero lo hará en algún momento.
―Debes pedirle que regrese ―sugiere mi padre.
―Eso levantaría sospechas, además, ella está muy
entusiasmada ―opina Josiah.
―Dejarla sería riesgoso.
―¿Cuál es el verdadero problema? ―cuestiono, por tanta
evasiva a tocar el punto―. ¿Qué es lo que no nos han dicho?
―Su madre era una de las mujeres que vivía con Alón.
Alón. Quien convirtió a mi padre y quien nos traicionó, intentando
tomarnos cuando éramos unos niños. Esa parte sí que la
conocíamos.
―Ella fue de las únicas sobrevivientes, su madre murió, así que
nosotros la tomamos bajo nuestro cuidado.
―¿Saben quién es su padre?
―Lo ignoramos, pero no importa.
―Creo que no hay que precipitarnos ―interviene mi padre―.
Comprendo tu inquietud, Caden, te aseguro que Lena es importante
para todos y es justo por eso que decidimos no hacerle saber esa
verdad.
―Confesarlo la haría sentir insegura e inquieta. Es susceptible.
No queremos eso para ella ni que las preguntas surjan.
―Cuando ocurrió, pocas personas y fundadores estuvieron
enterados. No había necesidad y, en cuanto a esos híbridos, solo
será cuestión de recordarles quién les brindó una mano y cuáles
eran las condiciones.
―No han roto ninguna regla.
―No directamente, pero tienen que ser más cuidadosos. Nadie
tiene por qué saber lo ocurrido. Nadie.
―Nuestra intensión nunca ha sido dañarla ―explica el señor
Regan.
―Lo entiendo. Y sobre los híbridos, yo hablaré con ellos, son de
mi gente.
Danko (3)

―No pensé que llegaría a ocurrir esto ―admito, con la vista


puesta sobre la puerta, por la que hace solo unos minutos han
desaparecido mis hijos. Ya no son unos niños, aunque ciertamente
todavía son jóvenes; sin embargo, sus mentes están más que
preparadas. No hay duda de que están listos para asumir el lugar
que designé para ellos, apenas mis ojos se posaron sobre sus
pequeños rostros.
―Ninguno de nosotros lo hizo ―comenta Haros, apoyado
tranquilamente a un costado de la pequeña ventana, la única del
salón―. Odio decir esto, pero puede que en esta ocasión Gema
tenga razón. Deberían hablar con Lena, hacerle saber la verdad.
Mal comentario. Al más interesado, no le ha gustado nada.
―¿Con qué propósito? ―inquiere Armen, mostrándose un poco
a la defensiva. La idea de que su hija pueda repudiarlo lo tiene muy
inquieto. Porque en dado caso, sería admitir que, debido al conflicto
con Alón, su madre murió en aquella cueva y también lo hizo el
vampiro que la engendró, esperando que no se tratara del mismo
desgraciado que intentó arrebatarles la vida a mis hijos y a mi mujer.
Sin importar los motivos oscuros que su nacimiento tuvo, podría no
tomarlo de buena gana y eso es lo que nos ha frenado a todos.
Ser el producto de la obsesión de un demente, con el único
propósito de morir, no es la mejor explicación que se le pueda dar a
nadie, mucho menos a alguien como ella. Definitivamente y contra lo
esperado, porque todos pensamos que sería la primera en oponerse
a hacerle saber la verdad, Gema no tiene razón esta vez. Es mejor
que continúe ignorándolo.
―Sería remover la tierra húmeda, sin sentido ―murmuro
negando con la cabeza―. Los híbridos conocen las reglas, aunque
lo piensen, jamás lo darían. Ya lo comentó Caden, ellos no tienen
contacto con Lena y, en todo caso, podemos darles un pequeño
recordatorio. Si es necesario.
Esperemos que no sea el caso, no porque no se les pueda
controlar, sino sencillamente porque hasta el momento las cosas
han llevado un curso tranquilo, que ha permitido aumentar la
confianza entre vampiros y humanos. Dejando de lado la mezcla y
situando a los híbridos como parte de la sociedad. Pareciera que
incluso se han olvidado de las diferencias que existen. Aunque aún
es necesario seguir trabajando, esperando que, en un futuro no muy
lejano, sea posible vivir dentro del mismo espacio, sin que existan
conflictos. Ese era uno de los mayores sueños de Henryk.
―No creo que Caden haga algo como eso ―opina Haros,
haciendo una mueca―. En mi opinión, tu hijo es demasiado correcto
para intimidar a alguien.
Demasiado correcto. Eso no es algo que pueda considerar
negativo. La sensatez es algo que no todos tienen y que es más que
beneficiosa. Después de todo, hemos llegado hasta aquí debido a la
irresponsabilidad de muchos. No solo humanos, también vampiros.
Nuestra existencia llegó a ser más que buena en un tiempo, a pesar
de ser llevada paralelamente a la de los humanos, hasta que la
ambición se impuso y nos vimos enfrentados.
―Él haría cualquier cosa para proteger a Lena ―aseguro―, la
quiere como si fuera su propia hermana. Esa es la razón por la que
ha venido directamente a nosotros, a pesar de no tener la certeza
de obtener una respuesta de nuestra parte.
―Nadie ha dicho que no tenga derecho. Es suficientemente
racional para entender, lo mismo que Lena, ella tiene la edad
suficiente para comprender…
―No hay nada que lo garantice ―replico, más que consciente de
la intranquilidad de Armen―. Lena es especial ―digo con cautela,
expresando lo que más de alguna vez habrán percibido―, ¿nunca
te has preguntado cómo es vivir rodeada de vampiros que no
necesitan externar siempre sus pensamientos, que no se alimentan
del mismo modo, que son demasiado silenciosos y que siempre
escuchan lo que haces? A veces tengo la impresión de que se
siente fuera de lugar. ―Creo que nadie podría culparla. Con
excepción de algunos, somos demasiado viejos, experimentados y
conocemos muy bien nuestras habilidades, aprovechándolas al
máximo. Eso nos convierte prácticamente en sombras, en seres
silenciosos.
―Todos la amamos ―expresa luciendo incómodo, ante la
declaración de afecto por su parte.
―Y ella lo sabe, pero eso no evita el asunto. ―Miro a Armen,
quien asiente―. Es un hecho que este pequeño descanso,
conviviendo con los humanos, le ha servido mucho, como para que
tengamos que complicar las cosas.
―Solo digo que…
―Puede que más adelante ―interrumpe Armen, recuperando su
acostumbrada postura imperturbable―, por el momento su relación
con Abiel está siendo de ayuda. Creo que no es algo que sea
indispensable y que puede esperar.
―Quizá nunca se necesite decirle. Tal como hemos decidido
cuando fue traída a este lugar, ella es una de nosotros, no importa
su origen. ―Su padre.
―De acuerdo. ―Suspira Uriel, dejando su postura relajada―.
¿Le dirás a Gema lo que ha ocurrido? No creo que lo tome con tanta
calma.
Le dedico una mirada molesta, volviéndome completamente hacia
él.
―¿Estás tratando de crear problemas, Uriel? ―Su boca se estira
un poco, pero no sonríe del todo.
―No. ¿Por qué piensas eso? ―pregunta con aire inocente,
aunque sus ojos dicen otra cosa. Armen también lo observa con
atención, aunque no parece preocupado.
―Casi nunca estás del lado de Gema ―señalo mirándolo con
curiosidad. Se encoge de hombros.
―He de admitir que tal vez quiera algo de diversión. ¿Cuándo fue
la última vez que discutieron? Ni siquiera cuando Abiel besó a Lena
subieron las voces, cosa que yo esperaba, porque ella no parecía
muy contenta con la elección. No puedes culparme por querer verla
en acción.
―Eres demasiado retorcido ―mascullo―. ¿Sabes? Podría
contarle algunas cosas interesantes a Irina y ahí también
obtendríamos algo de diversión.
―Uh. ―Me mira divertido―. Ella sabe que es la única mujer que
me importa. Y que mantengo las distancias con todas.
―¿Por qué no has probado con Mai? ―inquiere Armen,
tomándome por sorpresa.
―¡Hey! He estado tratando de defenderte ―reprocho,
dedicándole una mirada molesta―. No deberías estar dándole
ideas.
―Tengo curiosidad.
―¿Verdad que es tentador? ―dice con una sonrisa burlona―.
No lo he intentado con Mai, porque nunca me creería y es
demasiado tranquila como para golpearlo. Además, él es más
empalagoso que tú y yo puede que incluso más que los rubios.
Sacudo la cabeza, no desmintiendo sus palabras. Mai no caería
en sus provocaciones y la mayoría sigue mirándome con reservas.
Eso asegura que es la única que puede llegar a mí.
Nuestras sonrisas desaparecen, de nuevo reflexionando sobre el
asunto que nos ha traído hasta esta sala que no permite que los
demás puedan escuchar.
―Por el momento es mejor que las cosas sigan como hasta
ahora. Lena ha dicho que regresará a Cádiz en unos días, así que
no es necesario precipitar las cosas. Lena es mi hija, no importa lo
que diga su sangre u otros piensen.
―Pediré a Neriah que mantenga la atención sobre ellos, solo
para estar seguros.
―Yo también hablaré con Farah.
Farah (2)

Su figura se materializa a poca distancia de donde me encuentro,


oculto entre las sombras de la noche. Sus ojos carmín brillan,
distinguiéndolo de subalternos.
―Gracias por ayudarme.
Asiento, contemplado por primera vez, el rostro tenso de mi
hermano. Para nadie es un secreto que Lena le importa demasiado,
no solo por el cariño de padre que siente por ella, sino también por
el amor que siente Gema. Si algo le ocurriera a esa chica, sería la
más afectada. Es algo que puedo entender de primera mano, tanto
Airem como Johari son mi vida y si algo les pasa…
―No es nada ―respondo alzando y bajando los hombros―.
Aunque Caden ya se había hecho cargo del asunto.
―Lo sé. Estuvo hoy en Cádiz. Sin embargo, aún eres quien se
encuentra a cargo de la ciudad. No quería provocar algún tipo de
roce.
―La mayoría sabe que es solo de nombre el cargo, ese
muchacho es quien se ocupa de prácticamente todo y difícilmente
existe algo que se le pase por alto.
―Tal como su padre.
―Eso mismo pienso yo.
―Hay algo más que te inquieta, ¿cierto? ―inquiere, su
semblante serio tomando el control de su rostro.
No es algo que esté de más hacerle saber, justo pensaba
pasarme a primera hora por la residencia, pero su presencia me ha
ahorrado tiempo.
―Sí. Quiero que te lo tomes con calma, no hay una seguridad…
―Habla.
―Johari sintió la presencia de un híbrido fuera de Jaim. ―No me
esperaba esa declaración esta tarde, vaya que me tomó por
sorpresa y más porque fue precisamente ella quien sugirió que se lo
hiciéramos saber a los demás. Mi mujer ha cambiado tanto, no es
que se haya vuelto dócil, porque mantiene ese carácter decidido y
terco que heredó su hija, pero ahora ve a las personas como parte
de su familia. Una familia que no le da la espalda ni la lastima. Poco
a poco se ha integrado y confiado en ellas. Ver esa chispa de
felicidad en sus ojos es algo que no deja de emocionarme y de
llenarme de amor. Porque cuando llegó aquí, reconocí el anhelo en
sus ojos fríos y resentidos.
―No se trata de algún residente, ¿correcto?
―Correcto. Lo que me lleva a pensar en ese par que se marchó.
―Ella no lo confirmó, porque al intentar verificarlo el olor se
desvaneció en el aire―. Podría ser solo una coincidencia o un error,
pero es mejor tenerlo en cuenta.
Se frota la barbilla, mirando hacia el muro.
―Danko piensa que no fueron los únicos que sobrevivieron.
―¿Piensa? ―Confirmar el número fue imposible, muchos
murieron en la batalla y de otros nunca se pudo recuperar sus
cuerpos.
―Tampoco tiene la certeza, pero cree que no se habrían
arriesgado a marcharse de haber estado solos y por la urgencia que
mostraban por irse, supone que alguien los esperaba.
―Es poco probable ―murmuro―. Según Johari, la razón para
marcharse con tanta urgencia, fue su orgullo herido y el odio mal
infundado que sembraron en ellos, prácticamente desde que
tomaron el primer aliento. Siendo los segundos al mando de ese
tipo, fueron envenenados mucho más que el resto.
―¿Qué tan cerca han llegado? ―pregunta luciendo tenso. No
necesito ser capaz de leer sus pensamientos para saber, porque
esto complica las cosas. Lena. Es poco probable que ellos conozcan
su existencia y mucho menos que quisieran contactarla, pero que
coincida con lo ocurrido con los híbridos, la pone alerta.
―Fue solo un leve reconocimiento, como si se encontrara a
millas. Sin embargo, quiso que te contara.
―¿Piensa que pueden estar planeando algo? ¿O que buscan
refugio?
―No. Yo lo sugerí, pero del mismo modo que declinaron nuestra
oferta, no aceptarían algo de nosotros.
―Es probable que estuvieran cazando, últimamente en las
cercanías hay más criaturas salvajes.
―Es posible. De todos modos, Airem se está encargando de
realizar recorridos alrededor de ambas ciudades y hasta el momento
no ha notado nada raro. Johari saldrá si vuelve a sentir algo.
―Gracias por decírmelo.
―No es nada. Y aunque sé que tal vez solo terminé
preocupándote, con el asunto de Lena, creo que es mejor no correr
riesgos.
―Así es.
―Lo que sí puedo asegurar es que nuestros híbridos no están
involucrados. Ellos ya se consideran parte de la ciudad y tienen
aprecio por las personas. He sondeado sus mentes, no hay
resentimiento ni nada que pueda considerarse peligroso. Menos aún
en los jóvenes, que son ajenos a lo ocurrido.
―Es bueno saberlo.
―Mantendré un ojo en ellos, de todos modos.
―Te lo agradecería. Lena se quedará un par de días más y
volverá a Cádiz.
―Algo de eso comentó en la cena. No te preocupes, tiene varios
ojos sobre ella y, además, no tengo que decirte que puede volver
cuando quiera.
―Estará haciéndolo. Dijo que ayudaría con la construcción de la
ampliación del muro.
―Cierto. Es una chica muy comedida y amable.
―Cuida de ella mientras se queda aquí.
―No tienes que pedirlo. Déjalo en mis manos.
Asintiendo, le toma un instante perderse en la oscuridad. No cabe
duda que tener a quien proteger nos cambia.
Elise (5)

Alisando la manta que cubre mi cama, miro por la ventana. La noche


es tranquila, el cielo despejado, aunque se percibe una ligera brisa
helada. Lo que me hace pensar si ese par de pillos habrá cerrado su
ventana. No hay indicios de tormenta, pero podrían enfermarse.
Siempre olvidan hacerlo siendo tan descuidados. No dudaría que
hoy también, a pesar de que les recordé en la cena.
Dando un suspiro y negando, abro la puerta, confirmando que no
hay luz debajo de su puerta, aunque no es así con mis padres. Pero
definitivamente, prefiero no saber qué hacen despiertos a esta hora.
Recorro la distancia hasta la habitación de mis hermanos y abro. Tal
como creí, las cortinas que cubren la ventana, se mecen con el
viento.
―Descuidados ―farfullo entrando con cautela. Me detengo un
instante, dando un vistazo fuera, notando que hay demasiadas luces
encendidas en las casas próximas, a pesar de ser demasiado tarde.
Qué extraño. Cierro la ventana, volviéndome para salir, pero
frenando al escuchar un quejido.
Miro la cama de Gavin, que gime y se mueve inquieto. Me acerco,
tocando su frente, que está cubierta de sudor, resultado de la
elevada temperatura. Palpo sus brazos y pecho, realmente está
demasiado caliente. Pero no es solo eso, sus manos están sobre su
estómago, como si le doliera y también se estremece.
―¿Qué sucede? ―Miro a mi padre, quien está en la puerta.
―Está enfermo. ―De un par de pasos llega hasta mí. Me aparto,
permitiendo que lo tome en brazos y se sienta sobre su cama.
Dándole un rápido vistazo, confirma mis palabras.
―Hay que llevarlo a la clínica, la temperatura es demasiado alta.
―Me duele ―se queja Gavin, pareciendo recobrar el
conocimiento, solo para comenzar a retorcerse violentamente en
sus brazos. Esto no es normal, no es una simple fiebre o malestar y
mi padre también parece percatarse.
―Avisa a tu madre ―ordena antes de salir corriendo.
Elise (6)

―¿Qué pasa? ―murmura Mael adormilado, pasándose la mano


por el rostro. Por instinto cruzo la habitación, acercándome a su
cama. De inmediato lo toco, dejando escapar un respiro de alivio al
asegurarme de que no tiene temperatura y que parece estar bien―.
¿Dónde ha llevado a Gavin, papá? ―Imposible que no lo sintiera
marchar o que se inquietara, siempre han sido unidos. Son uno
mismo cuando de travesuras se trata.
―A la clínica ―respondo acariciando su pelo―. Ponte algo
abrigador, tengo que buscar a mamá y avisarle.
―Pero… ―Tira de mi mano, reteniéndome cuando trato de
alejarme, pero sacudo la cabeza.
―Seguro que estará bien, no te preocupes. ―Me mira no
convencido, pero asiente, comenzando a bajar de la cama.
―Quiero ir.
―Lo esperaba.
Salgo rápidamente y avanzo por el pasillo, encontrándome con mi
madre en la puerta de su habitación.
―¿Qué ocurre? ―pregunta pasándose una mano por el pelo―.
¿A dónde ha ido tu padre?
―Gavin está enfermo, mamá ―digo tratando de sonar
moderada, pero eso no da resultado, su piel palidece y sus ojos se
agrandan, denotando desagrado y sorpresa.
―¡¿Enfermo?! ―pregunta retrocediendo. Sin prestar demasiada
atención, toma un abrigo y regresa poniéndoselo
apresuradamente―. ¿Lo ha llevado a la clínica?
―Sí, tenía mucha fiebre. ―Y mal aspecto, pienso sin expresarlo.
La temperatura, aunque podría parecer algo no alarmante, no es
común. Nosotros prácticamente nunca enfermamos, somos más
resistentes que las personas normales y eso se debe a la influencia
de la sangre de mi padre. Pero él como yo, ha sentido que no se
trataba de algo ordinario, por eso no ha dudado en llevarlo.
―Tengo que ir...
―Yo voy. ―Se detiene, dirigiendo la mirada hacia Mael, que en
ese momento aparece en la puerta de su cuarto. Puedo adivinar lo
que está pensando mi madre, pero necesito ir y saber qué ha
pasado. No podría estar tranquila, quizá sean un dolor de cabeza,
pero son mis hermanos y me importan demasiado―. Él también
quiere ir ―digo tomando de la mano a mi hermano, que se ha
acercado a nosotras.
Mi madre cierra los ojos un segundo y mueve la cabeza, pero
termina asintiendo.
―Está bien. Vamos.

Mi inquietud y la de mi madre se disparan a medida que nos


aproximamos. Esto es por demás extraño, no somos los únicos que
parecen estar teniendo problemas. Nos detenemos en la puerta del
pequeño edificio, que funge como clínica, observando el ir y venir de
las personas que llenan el lugar.
―¡Está allá! ―señala mi hermano, tirando de mi brazo. Mi madre
no duda, se abre paso hasta una de las camillas que se encuentran
a la derecha, junto a la pared.
Ahí se encuentra mi padre, sosteniendo la mano de Gavin, que
ahora tiene el rostro de un tono rojizo y respira agitadamente.
―¿Cómo está? ―pregunta mi madre llegando hasta él, tocando
su cabeza con ternura maternal.
―No lo sabemos. ―Señala con la cabeza hacia las otras
camas―. Varios pequeños han ingresado con los mismos síntomas.
Me estremezco. Está en lo cierto: en cada una de las camillas se
encuentra un pequeño, mayor o menor que Gavin, pero en todos los
casos se trata de infantes. Sus padres se mantienen a su lado,
luciendo tan preocupados como nosotros. Incluso mi padre que
siempre se muestra relajado, no puede ocultar la impotencia ante su
aspecto.
En uno de los espacios, veo al médico, quien examina al niño
inmóvil sobre la cama, al tiempo que parece cuestionar a sus padres
y hablar con una de las enfermeras. El resto de quienes ayudan en
la clínica, parecen estar acondicionando espacios. Por sus
expresiones, me doy cuenta de que no esperaban algo como esto. Y
no es para menos, los problemas médicos que se atienden son los
comunes, gripas, caídas o accidentes menores. Esto los supera.
Miro hacia la puerta en el preciso instante en el que Caden entra
con Diana, la hermana menor de Klaus, en brazos, seguido por él.
Ella también parece estar enferma.
¡Oh, Dios! ¿Qué está pasando?
―¿Le han revisado? ―murmura mi madre, afligida―. Hay que
hacer algo.
―Le han dado algo para el dolor ―responde mi padre―, pero ha
dicho que no puede aplicar un medicamento hasta saber
exactamente qué ocurre. Además, hay demasiados pacientes. Esto
no es normal.
Escucho las palabras de mi padre, pero mi atención sigue a
Caden, que deposita a Diana en una de las camillas que acaban de
instalar. Dice algo a Klaus y se acerca a donde nos encontramos.
Se detiene a mi lado, su postura rígida y su expresión llena de
inquietud e incertidumbre.
―Gavin ―susurra mirando a mi hermano, por su expresión
puedo darme cuenta de que se trata de lo mismo que tiene Diana.
Mi padre lo mira expectante, pero él sacude la cabeza―. Mis
habilidades no funcionan ―dice luciendo apenado―. Lo siento.
―Tranquilo, muchacho ―suspira mi padre forzando una sonrisa.
Es la primera vez que lo noto tan tenso, sé cuánto quiere a mis
hermanos, a pesar de ser terribles―. Hay que esperar al médico.
―He hablado con mi padre, enviará al médico de Cádiz, para
ayudar.
―Koller.
―Sí.
―Eso será bueno ―asiente mi padre―. Aunque yo no le quitaré
los ojos de encima. La última vez que lo hice, Anisa casi me golpea
porque se le ocurrió poner a dormir a Pen. Esos chupasangres son
terribles. ―Ninguno atendemos a su intento de disminuir la
inquietud, ni siquiera mi madre lo reprende.
Mael tira de mi mano, mirándome preocupado. Lo abrazo,
tratando de reconfortarlo, porque no tengo palabras que darle.
―¡Presten atención! ―La abuela se sitúa a mitad del lugar,
captando la atención de la mayoría de nosotros―. Somos
demasiados para estar aquí y eso no es bueno para los enfermos.
Comprendo su preocupación, pero es mejor si solo uno de los
padres se queda y los demás se van a descansar o esperan en sus
casas. ―Algunos murmullos de inconformidad se elevan, pero tiene
razón―. Les aseguro que en cuanto tengamos noticias, haré que
les avisen. Permitan que se les atiendan, que el médico haga su
trabajo.
Mis padres se miran fijamente, hasta que mi padre suspira y
asiente.
―Me quedaré mientras regresas. ―Mira a Mael y estira la mano,
tomando la suya―. Es mejor que vayas a dormir, hijo.
―Pero…
―Ya escuchaste a la abuela Kassia, es mejor que no estés aquí.
No queremos que te enfermes, si no, ¿quién cuidará a Gavin? ―Le
da una palmadita en el hombro―. Tu madre te llevará con el tío
Farah, sé bueno.
Es evidente su inconformidad, pero no replica. Esta es una de las
pocas veces que mi padre le da una orden seria, sabe que tiene que
atender.
―No tardo ―dice mi madre, haciendo un gesto a Mael, para que
se despida y vaya con ella. Es obvio que será quien se quede con
Gavin y él ayudará con lo que se necesite, además de saber que ha
provocado esto.
Solo espero que no sea lo que pienso y que todos se recuperen
cuanto antes. El padecer de un niño es de las peores cosas que un
padre puede experimentar. La impotencia de no ser capaz de aliviar
su dolor.
Caden (5)

―Quienes se queden ―de nuevo se eleva la voz de la abuela―,


tienen que usar mascarilla y ser pacientes para que los atiendan.
También… es bueno si alguno desea ayudar, necesitamos
voluntarios.
―¡Yo quiero ayudar! ―dice Elise sin dudar. Mi abuela asiente y le
pide que la siga, junto con otras seis personas. Hago una ligera
inclinación al señor Knut y voy detrás de quienes se han ofrecido
como voluntarios.
El centro médico nunca ha requerido un alto número de
ayudantes. Las medicinas vienen de Cádiz, así como las vacunas o
instrumentos clínicos, por lo que solo hay un médico, un par de
ayudantes y dos enfermeras. En este momento hay al menos veinte
niños que necesitan ser atendidos, eso supera por mucho la
capacidad. Lo que me hace reflexionar sobre nuestras necesidades.
―Pónganse una bata, guantes y mascarilla ―indica mi abuela,
luciendo firme, como si no fuera la primera vez que tiene que dar
órdenes o guiar―. Hay que tomar los signos vitales y tomar nota de
los síntomas que presentan. Todo. Cualquier cosa que sus padres
puedan decirles sobre qué comieron o si estuvieron expuestos a
algo que pudiera generar su condición. También es necesario
despejar el almacén para trasladar a quienes se han revisado ―dice
mirándome. Desde luego que tampoco hay camillas suficientes y
está tomando medidas en caso de que se presenten más enfermos.
Lo que realmente espero que no suceda.
―¿Puede tratarse del Virus R? ―susurra Elise, una vez que los
demás se han retirado y solo nos hemos quedado los tres. Mi
abuela coloca una mano en su hombro y sacude la cabeza.
―No lo creo, cariño ―responde, no pareciendo tan convencida,
pero evidentemente tratando de reconfortarla―. Los síntomas son
diferentes y por el momento solo está atacando a los pequeños.
―Sus ojos se encuentran con los míos―. Van a ayudar también,
¿verdad?
―Sí.
―Bien, ya sabes lo que tienes que hacer. Me serviría de mucho
alguien que nos ayude a moverlos, si es necesario. No tengo que
decirles que tengan cuidado, ¿cierto?
―No ―negamos al unísono y ella esboza una débil sonrisa y
sale.
―Se pondrá bien ―aseguro tomando la mano de Elise, que se
gira pegándose a mi costado.
―Lo sé ―murmura con una sonrisa tensa―. Será mejor darnos
prisa.
―Sí. ―La sigo, notando que más personas han llegado. Esto es
demasiado preocupante. Nunca antes hemos pasado por algo así y
es evidente que ha encendido las alarmas en todos.
Los mayores son quienes tienen más presentes los estragos que
ese virus provocó, nadie quiere pasar de nuevo por eso, pero es
algo que no podemos descartar.

Paso las siguientes dos horas moviendo cosas del almacén,


acondicionando camas y ayudando a trasladar a los pequeños.
Hasta el momento, son un total de treinta niños, entre los cinco y
doce años. El temor se ha acentuado en los rostros de sus padres:
no se trata de un caso aislado. Son pocas las variantes que
presentan, pero es claro que tiene que tratarse del mismo
padecimiento.
Sigo con la mirada a Elise, quien ofrece café a una madre que se
mantiene atenta a su pequeña hija.
Las voces callan, no necesito ver para saber la razón. Dejando de
lado mi labor, me giro, observando el motivo del inesperado silencio.
Un grupo de vampiros, vestidos de blanco, encabezados por un
hombre mayor, un fundador sin duda, están en la entrada. Sus ojos
conectan con los míos, leo el reconocimiento, aunque es la primera
vez que nos vemos, lo que asegura que se ha encontrado con
Josiah antes. Rápidamente me aproximo, consciente de que es lo
que espera.
―Soy Koller ―anuncia, manteniendo su postura firme.
―Lo esperábamos ―digo indicándole que puede entrar. El
médico de la ciudad viene a nuestro encuentro y sin perder tiempo
comienza a explicarle lo que ha visto en los niños hasta el momento.
Sus acompañantes no pierden el tiempo. Desplegando sobre el
mostrador sus cajas médicas, se distribuyen pasando por las
camas, mirando con atención a los pequeños y tomando nota. Los
padres, aunque tensos, se limitan a observar.
Permanezco cerca de ambos médicos, más que atento a sus
palabras, lo mismo que hace una joven pequeña, de cabellos
castaños y ojos carmín, que me mira con atención. Usa una
mascarilla, pero por su aspecto, no pareciera ser mayor que yo.
―Por el momento hay que monitorearlos ―indica Koller, su ceño
contraído, sus ojos escaneando el lugar―, darles algo para el dolor.
―¿Solo eso? ―cuestiono, consciente de que los padres esperan
una explicación.
―Tomaré muestra de alguno de ellos y haré las pruebas en
Cádiz. Antes de actuar, tenemos que descartar la infección. Así que
hay que restringir la entrada de personas y mantener a los niños lo
más lejos posible, ya que aparentemente son el grupo vulnerable.
¿Hay otros enfermos?
―Solo un par, por heridas menores.
―¿Es posible trasladarlos a otra parte? Hay que evitar
complicaciones de todo tipo.
―Ordenaré que lo hagan ―dice Fausto, el médico de la ciudad,
comenzando a dar instrucciones.
Koller se centra en mí y luego señala a la chica que se mantiene
a su lado.
―Ella es Kyla, mi asistente. Se quedará aquí con el resto de mis
ayudantes, pero será quien se comunique conmigo. ―Uno de sus
ayudantes regresa con un par de frascos, que le entrega y de nuevo
se aleja―. Llevaré estos a Cádiz. Cualquier cosa que necesite
saber, solo ponte en contacto con ella.
―Por supuesto. ―Se dirige a la puerta, donde se encuentra Abiel
acompañado de Lena, quien se despide y se acerca a mí. Acaricio
su brazo, señalándole dónde se encuentra Gavin, ella asiente y
sigue de largo.
Miro a la asistente de Koller, que conversa con sus compañeros,
al parecer dándoles instrucciones.

―¿Qué les han dado? ―inquiero entrando en la pequeña oficina,


donde se encuentra Kyla. Han pasado unos minutos, pero ahora
todos los niños han dejado de quejarse y se mantienen quietos,
aparentemente dormidos, aunque su aspecto sigue igual.
―Son sedantes ligeros ―responde saliendo detrás del
escritorio―, no alteran su organismo y les permitirán un poco de
descanso. El dolor parece insoportable. ―Se cruza de brazos,
apoyándose en el borde―. ¿No preguntarás si es todo lo que se
puede hacer por ellos?
―¿Debería? ―Se encoge de hombros. No es como la mayoría
de los vampiros, a pesar de la frialdad expresa en sus grandes ojos.
Tampoco es como la tía Elina o Irina.
―Sus padres lo hacen ―dice con una débil mueca―. Dar algo
erróneo, puede ser la diferencia entre la recuperación y el descenso,
no podemos cometer una falla.
―Lo sé. ―Su mirada carmín se centra totalmente en mí, al
tiempo que da un paso al frente.
―No eres como él. ―Josiah. Ella también lo conoce―. Y no me
refiero solo a lo físico ―susurra tocando mi brazo. Me mantengo
inmóvil, al no leer una amenaza―. ¿Es por el trabajo que realizas?
―Su mano se extiende por mi pecho, no tiene una intención insana,
puedo darme cuenta, es solo curiosidad lo que sus vivaces ojos
expresan.
―Caden… ―Miro a Elise, que se ha quedado inmóvil
mirándonos en la puerta. Claramente, malinterpretando la
situación―. Perdón. ―Da la vuelta y desaparece, antes de que
pueda decir algo.
―No sabía que tenías pareja. ―La débil voz de Kyla no pasa
desapercibida, pero confirma que Elise puede pensar algo
equivocado.
―Ahora lo sabes ―digo saliendo detrás de ella.
Yohan (3)

Golpeando de nuevo la pared, siento cómo el dolor se extiende por


mis nudillos, subiendo por todo mi brazo. He perdido la cuenta de
los impactos que he dado, ni siquiera he notado cuándo comencé a
sangrar, ni la marca que he dejado sobre la roca.
―Eso no soluciona nada ―musita con voz triste Ivy. Ha estado
observando mi frustración, pero parece que considera que tiene que
intervenir y eso me hace cesar de querer golpear otra vez.
Dando un profundo suspiro, retrocedo, hasta que mi espalda
choca con la pared y me dejo caer, en medio del túnel.
―¿Lo logrará? ―pregunto no seguro de desear conocer la
respuesta.
―Sí, es probable, ha sido bastante grave esta vez, pero se
salvará.
Esta vez.
Un claro indicio de que no será la última vez que uno de nosotros
tenga que exponer su vida para protegernos. Y es que, si se tratara
solo de permanecer dentro, lo haríamos, pero eso significa morir de
hambre. Cada vez tenemos que ir más lejos para cazar algo y
dentro de estas cuevas, es prácticamente imposible cultivar algo.
Aunque lo hiciéramos afuera, ellos se encargarían de destruirlos,
para obligarnos a salir.
Ivy avanza, dejándose caer a mi lado, abrazándose de mí.
―No quiero perder a nadie más ―dice muy bajito, temerosa de
admitir su miedo.
―No lo haremos ―prometo, intentando darle un poco de
confianza. Ella es joven, sabe pelear, pero no somos tan fuertes
como antes y esas cosas parecen estar aumentando de número―.
De alguna forma acabaremos con ellos. ―Es la única manera de
poder vivir sin temor.
Randi nos ha enseñado que no debemos ser débiles, pero es
imposible no ceder a la desesperación. Si no hacemos algo, no
sobreviviremos.
Danko (4)

―Únicamente los niños ―murmura Armen, su expresión ausente,


cargada de inquietud, lo mismo que el semblante de Haros y
supongo que el mío también. No hace falta mencionar a las mujeres
de la residencia.
En este momento, todo el mundo se encuentra invadido por la
preocupación e incertidumbre de no saber a qué nos enfrentamos.
Especialmente Gema y Mai, ya que por mucho que se quisiera
mantener en las sombras la situación, para no alarmarlas, fue
inevitable que se enteraran cuando me vi obligado a ponerme en
contacto con Koller y enviarlo a Jaim durante el amanecer. Al mismo
tiempo que tuve que poner al tanto a Armen. Ya que, aunque por el
momento tengo el control de la ciudad, Armen sigue siendo mi mano
derecha y dado todo lo que hemos pasado juntos para proteger
ambas ciudades y a nuestros seres amados, nadie cuestiona su
participación y autoridad. Del mismo modo que ocurre en Jaim con
Farah y Knut, quienes asumieron el puesto cuando Jensen fue
transformado y pasó a ser parte de Cádiz.
―No es un patrón usual o, al menos, no uno que se haya
observado antes ―comento con la mirada perdida, reflexivo sobre
los pocos detalles que Caden ha podido transmitirme mentalmente.
―Eso es cierto ―opina Uriel, golpeando su dedo sobre el borde
de su copa, ahora vacía. Lo que denota su ansiedad. A pesar de
insistir en que se retiraran a sus habitaciones, han preferido esperar
hasta tener alguna noticia.
―El problema es que no se trata de un solo caso.
Han trascurrido solo un par de horas desde que fuimos
informados, pronto el alba iluminará los muros, dando paso a un día
incierto. Todos somos conscientes de Koller y su gente trabajando,
pero mientras no tengamos la certeza de nada, no podemos estar
tranquilos.
―Cierto, pero anteriormente, el Virus R atacaba con mayor
frecuencia a los adultos y jóvenes. ¿Me equivoco?
―Eso es solo en parte verdadero. Eso podría deberse a que
parecían ser menos fuertes, a pesar de estar transformados y no
solo actuar como bestias, sino tener su fuerza, así que simplemente
eran blancos perfectos para quienes eliminaban a los repudiados.
Incluidos los humanos que se dedicaban a darles caza.
―Supongo.
Es más que comprensible su preocupación. Durante casi dos
décadas hemos estado seguros de que no había presencia del
virus, los últimos brotes fueron mucho antes de tener noticias de
Alón y, después de su muerte, se inmunizaron a los híbridos que
aceptaron quedarse en Jaim, con la finalidad de evitar posibles
contagios. Sin embargo, de comprobarse que es la causa, podría
cambiar todo. La desesperación y muerte nublaría el juicio de esos
padres y haría que las rivalidades surjan de nuevo. No es algo que
desee, creo que ninguno de nosotros, pero especialmente yo, no
cuando estoy a nada de ceder el control a mis hijos. No para
desentenderme de todo, sino porque ha sido demasiado tiempo,
aunque nunca fuera mi deseo, no obstante, se necesitaba alguien
que los guiara.
Un par de golpes anuncia su llegada. Los tres observamos entrar
en el despacho a Bail, acompañado por Reus y escoltados por
Abiel, quien me hace un pequeño gesto, señalando silenciosamente
si deseo que se quede, pero lo despido con un movimiento de
cabeza. No es necesaria su presencia.
Para ninguno de los presentes resulta sorprendente la
intervención del acompañante de Bail, a pesar de no ser del agrado
de Uriel y de las reservas que, aunque no expresa, mantiene Armen
sobre su persona.
Reus es uno de los consejeros que en su momento apoyó a
Nicola y cuestionó la habilidad de Uriel para manejar la guardia en
Jericó. Después del ataque de Jensen al muro y de su llegada aquí,
terminó estando del lado de Armen, pero hay cosas que no se
olvidan fácilmente. No obstante, la cordialidad es algo que siempre
se debe tener en mente, para evitar conflictos innecesarios.
―¿Alguna noticia? ―inquiere Bail, ocupando asiento en uno de
los enormes sillones de piel, extendiendo la invitación a Reus para
que lo acompañe.
Ambos son de los vampiros con mayor edad, al menos en cuanto
al aspecto: Armen y yo somos más viejos, quizás eso hace que
entre ambos haya buenos términos.
―Por el momento, ninguna ―respondo―. Koller está haciendo
exámenes aquí, mientras Kyla se encuentra en Jaim, supervisando
a los enfermos.
Kyla es la hija de sangre de Reus y el motivo de su presencia y
preocupación. Ella es una fundadora, de las únicas descendientes
de sangre pura que aún prevalece en su linaje. Trabaja con Koller,
una chica que vive prácticamente entre sombras, dentro de los
laboratorios. Fue una de las personas que contribuyeron al
desarrollo de la vacuna contra el Virus R.
―Lo sé. También hay cierta inquietud entre los miembros del
Consejo ―hace saber, su rostro pálido sin mostrar emoción alguna.
Otra cualidad que le asemeja a Bail, probablemente por eso fueron
elegidos para ser convertidos. El viejo Bail era alguien muy
pensante y que optaba por seleccionar humanos que no
representaran una amenaza para sus filas, a contraparte de Sergey
y el mismo Alón. A ellos les importaba más la fuerza o astucia que
podría tener, entre otras cosas.
―¿Porque su alimento puede correr riesgo? ―masculla Uriel con
malicia, lanzándole una mirada irónica, que no responde―.
Supongo que no has estado llenándoles la cabeza, ¿o sí?
―Uriel ―advierte Armen, pero él se encoge de hombros, sin
quitarle los ojos de encima a Reus. Lo dicho, no le agrada.
―Solo estoy haciéndoles saber algo que es un hecho ―contesta
sin caer en la provocación de Haros, ni parecer ofendido―. A todos
nos preocupa lo que ocurra con los humanos, porque, aunque no
nos afecta de manera directa, alteraría la tranquilidad entre ambas
ciudades. Y sí, aunque suena egoísta, somos conscientes de que si
ellos mueren, nosotros también lo haríamos a largo plazo. El
sustituto no puede fabricarse sin sangre, ya lo entendimos.
Su declaración tan directa no parece gustarle a Uriel ni a Armen,
pero Bail se apresura a intervenir, no queriendo un enfrentamiento.
―Las personas podrían creer que, de alguna manera, de nuevo
estamos implicados en todo esto, eso definitivamente alteraría el
orden.
―Por ahora es mejor no especular y esperar. Las cosas han
cambiado mucho y Koller ha tenido bastante tiempo para estudiar el
virus, hay que darle una oportunidad. Por el momento, se han
tomado medidas para evitar un mayor contagio y prevenir el pánico.
―Los humanos son demasiado susceptibles ―murmura Reus,
obteniendo ahora incluso de mi parte, una mirada molesta.
―Tú lo serías también, si la vida de Kyla estuviera comprometida
―gruño ante su falta de tacto―. Se trata de sus hijos, a nadie le
gustaría verlos morir. Ellos son completamente inocentes.
Parece querer replicar, pero Bail lo corta con un movimiento de
brazo y sacude la cabeza.
―No hemos venido para causar problemas. Queremos ayudar.
―Ayudan más no haciendo comentarios fuera de lugar ―farfulla
Uriel, sin ocultar su disgusto.
―Una vez que tengamos noticias, se hará partícipe al Consejo,
Reus ―afirma Armen―. Nunca hemos estado a favor de ocultar
cosas, pero tal como ha dicho Danko, hay que esperar.
Con la tensión palpable, permanecemos en silencio, cada uno de
nosotros sumido en sus pensamientos, probablemente
considerando las consecuencias si se confirma que se trata del
Virus R. Realmente espero que no sea el caso, he visto demasiada
muerte y sangre manchando mis manos.
Caden (6)

El golpe de Lena me toma por sorpresa, a pesar de que no ha sido


aplicado con suficiente fuerza para causarme daño. La miro
desconcertado, pero en lugar de responder, de nuevo su puño
golpea mi hombro, ahora con más intensidad.
―¿Qué le hiciste a Elise? ―pregunta molesta, cruzándose de
brazos, arrinconándome en la parte trasera del almacén de
suministros.
Noto la mirada de un par de personas, que, como nosotros,
también se han ofrecido como voluntarios y fingen seleccionar
nuevas sábanas y otras cosas.
Le indico que me siga fuera de la habitación y, aunque no parece
gustarle, lo hace. Los primeros rayos del sol iluminan el horizonte,
pero por primera vez en años, el sentimiento que se percibe es
desolación. Han trascurrido varias horas y continuamos sin saber
qué hacer. Los niños aún duermen bajo el afecto de los sedantes
que les han sido administrados. El número no ha aumentado mucho,
pero el temor de nuevos pacientes nos mantiene vigilantes. Sin
embargo, sé que esa no es la razón por la que Lena parece tan
enojada.
―¿Y bien? ―insiste mirándome acusadoramente―. ¿Qué le
hiciste?
Decir que nada es una mentira. El problema es que no ha
permitido que hable con ella, me ha evitado y huido de mí, apenas
intento acercarme.
―Ha malentendido una situación ―contesto, no queriendo
involucrar a esa fundadora, quien evidentemente no tiene ningún
interés en mí, es la primera vez que nos encontramos, en todo caso,
sería sobre Josiah. Cosa que tampoco es posible.
―Será mejor que arregles cualquier malentendido o lo que sea,
porque no me gusta verla así. Además, por si no lo has notado,
parece bastante agotada y no quiere descansar. ―Tira de mi
camisa, obligándome a inclinarme―. Tienes que hacer algo. O no te
perdonaré lo de mi muñeca.
―¿Qué?
―Ya sé qué hiciste con ella, Caden. Así que mejor habla con
Elise y no seas tan tonto. ―Da media vuelta y se aleja, dejándome
pasmado.
Sabe sobre su muñeca, pero no ha parecido tan molesta como
imaginé y obviamente tiene que ver con el cariño que siente por
Elise. Eso es bueno.
Rodeo el lugar, digiriéndome a la entrada de la clínica, donde
encuentro a algunos padres que han preferido esperar por noticias,
aunque la abuela les ha indicado que sería mejor que fueran a sus
casas a descansar un poco. Evidentemente, ninguno quiere hacerlo,
no sabiendo que sus hijos aún sufren. Saludo a algunos,
sintiéndome frustrado por no poder hacer nada. Sin embargo,
ninguno parece molesto, ellos entienden que esto es algo que nos
supera y que no esperábamos que ocurriera.
Cruzo la puerta, mis ojos buscándola de inmediato. Lena tiene
razón, aunque no pueda hablar con ella por el momento, sobre lo
ocurrido, es un hecho que tiene que tomarse un descanso. Ha sido
una noche bastante larga y agitada y, si esto se prolonga,
necesitaremos estar preparados. El cansancio comienza a notarse
en cada rostro, así como lo hace la preocupación.
Me acerco a ella, que está apoyada en el mostrador, sus ojos
sobre su hermano.
―¿Qué pasa? ―cuestiona cuando la tomo de los hombros,
obligándola a girar.
―Vamos ―indico sin darle oportunidad de detenerse.
―¿A dónde?
―A la cama.
―¡¿Qué?! ―exclama abruptamente, mirándome con los ojos muy
abiertos.
―No has dormido.
―No necesito dormir ―murmura intentando liberarse de mi
agarre, pero no consiguiéndolo―. Además…
―Tu padre se quedará con tu hermano.
―No…
―Tienes que descansar ―digo con firmeza, señalándole una de
las camas libres en otra de las secciones improvisadas, por si se
necesitaban más espacios.
―Caden… ―Hago que termine sentada en el borde y sin soltar
sus hombros me inclino sobre su rostro.
―No tiene sentido que te quedes despierta todo el día. Tu padre
estará agotado en algún momento y habrá que relevarlo.
―Cierto, pero…
―La abuela ha asignado a alguien para que se mantenga
vigilándolos. Los médicos y enfermeras se han dispuesto a tomar un
descanso también. Si surge algo los llamarán. Vamos.
―Está bien ―dice de mala gana, dejándose caer. Tiro de la
manta y cubro su cuerpo.
―Yo estaré al pendiente y te diré si algo ocurre.
―Gracias, Caden.
Observo su rostro, que lentamente se relaja. Sus párpados se
cierran, sus labios entreabiertos, su respiración pausada. Estaba tan
exhausta que no ha demorado nada en dormirse, a pesar de su
negativa.
Retiro con suavidad el pelo de su frente e, inclinándome, coloco
un beso ahí. Ella suspira y se inclina hacia mí. Dando una rápida
mirada alrededor, no percibo a nadie que mantenga la atención
sobre nosotros y la cortina nos da un poco de privacidad, así que,
subiendo en el pequeño espacio que queda libre, me acomodo a su
lado. Al instante se pega a mí, su rostro buscando el hueco de mi
cuello, su mano descansando sobre mi pecho. Mi adorada Elise;
pronto, pronto.
Kyla (1)

―¿Qué noticias tienes? ―inquiere el señor Danko, entrando en


la oficina de mi maestro, esta vez acompañado únicamente por el
señor Regan, a quien también dirijo una pequeña inclinación, una
muestra de respeto.
―Aparentemente, no se trata del Virus R…
―¿Aparentemente? ―repite, no pareciendo satisfecho. Mi
mentor se pasa el brazo por la frente y deja escapar un profundo
suspiro.
―Hice algunos comparativos, y requiero realizar más pruebas.
―Hazlo.
―Es lo que estaba por decirte. No he podido aislar el agente
patógeno, por lo que acabo de pedirle a Kyla que vuelva a Jaim y
recolecte el mayor número posible de muestras. No solo
sanguíneas, también de otro tipo.
―¿Qué tipo? ―gruñe, mirándole con recelo.
―Ninguno que atente contra su vida, son intestinales, no quieres
los detalles. Lo que puedo decirles por el momento, es que no es el
Virus R. ―Ellos parecen aliviados, pero antes de que se relajen por
completo, continúa―: No obstante, eso no significa que no sea algo
de cuidado.
―¿Qué quieres decir? ―Esta vez es el señor Regan quien
interviene. Ambos fundadores siempre me han intrigado, a primera
vista y dejando de lado sus expresiones que no denotan demasiado,
parecen serenos, pero son quienes han realizado algunas de las
más grandes hazañas que se han escuchado entre los nuestros.
Eso sin contar con sus extrañas y particulares habilidades.
―No es algo conocido, pero muestra cierta similitud en cuanto a
los síntomas, con un padecimiento del viejo mundo. ―Lo miran
intrigado―. El cólera.
―Maldición. Es demasiado contagiosa, podría matar a todos.
―Lo sé. Y por eso necesito que cuanto antes busquen las
posibles fuentes, esta enfermedad se trasmite por alimentos o agua
contaminada.
―Me pondré en contacto con Caden.
―Avisa que Kyla va en camino y que necesitará tomar muestras.
―Me da una rápida mirada y asiente.
Klaus (1)

―Ella es Kyla ―dice Caden, señalando a la pequeña chica


vestida de blanco, que acaba de cruzar la puerta de la ciudad y se
dirige hacia donde nos encontramos―. Es quien se encargará de
recolectar muestras de sangre para llevarlas a analizar a Cádiz.
¿Puedes acompañarla? ―pregunta, aunque no parece ser algo a lo
que tenga opción.
―Sí, sí, claro.
―Bien. ―Con esa palabra se va, dejándome bajo la intensa
mirada carmín y helada de Kyla, una fundadora.
―¿Vamos? ―Ella no parece dispuesta a perder tiempo, con
pasos rápidos se encamina hacia el centro médico. Lo que me hace
preguntarme… si conoce la ruta, ¿para qué me necesita? No es
como si alguien quisiera hacerle daño o estuviera tan loco para
meterse con ella. Al menos, yo no.
―Eh, sí ―balbuceo, echando a correr detrás de ella. Es tan bajita
y menuda, pero demasiado ágil, me cuesta seguirle el paso―. ¿No
eres muy joven para ser médico? ―Una lenta sonrisa se dibuja en
su pálido y delicado rostro. De verdad que no parece mayor que
Elise o Lena.
―Te sorprendería saber hace cuánto tiempo existo ―responde
sin disminuir la velocidad.
Existo. Una palabra curiosa, y aunque opto por dejarlo pasar me
cuesta mantenerme a su lado.
Al llegar al lugar, noto que ahora hay más niños que hace algunas
horas que he tenido que salir y tomar mi turno de guardia. Porque,
aunque preferiría estar con Diana, no es posible, Neriah se ha
quedado con ella toda la noche.
―¿Se pondrán bien? ―murmuro, acompañándola hasta la
pequeña estancia que funciona como consultorio.
―Estamos en ello, así que haremos todo lo que podamos. ―Su
atención se centra en la caja de metal que ha traído con ella y de la
cual toma algunos frascos y un par de guantes que comienza a
colocarse. La puerta se abre y dos subalternos, de los que han
venido con ella la primera vez, entran―. Necesitamos muestras
―se limita a decir. Ellos asienten y, tomando los objetos que les
tiende, se apresuran a salir.
―¿No quieres usar mascarilla? ―pregunto, cuando se dispone a
salir, llevando la caja con ella.
―El doctor Koller no piensa que se trate de un agente viral,
además, nosotros no adquirimos enfermedades infecciosas.
―Inmunes, claro ―murmuro sarcástico.
―Correcto.
―Pero…
―¿Puedes sostener esto? ―Empuja la caja contra mi estómago,
obligándome a tomarla, antes de que se estrelle en el piso.
―Sí…
―¿Y puedes mantener la boca cerrada? Sería útil que usaras
una mascarilla. No hay que descartar posibilidades.
―Gracias por preocuparte.
―En realidad, hago un favor a los médicos y a las muestras
también. Tus fluidos podrían contaminarlas y dar falsos positivos.
―¿Qué?
―Olvídalo.
¡Já! Qué graciosa. Me callo mi comentario y la sigo por todo el
lugar, guardando las muestras cuando las toma, lo mismo que con
sus ayudantes. Lo que hace que sea poco el tiempo que demoran.
―No me has dicho cuántos años tienes.
―No es de tu interés. ¿Podemos irnos? ―inquiere, aunque ya se
encuentra en la puerta, sin esperar a que responda o confirmar que
la sigo. Qué chica tan rara, bueno, vampiresa.
―No eres muy platicadora, ¿verdad?
―Hablas demasiado.
―¿Sabes dónde están los demás? ―susurro, porque Caden es
quien regularmente se ocupa de tratar con ellos. No lo vi a él ni
tampoco a Airem o a Neriah.
―Buscando el posible origen de la infección. Tiene que haber
algo que los relacione.
―Eso pienso. ¿Y por qué solo niños?
―Sus defensas son menos efectivas para algunos patógenos.
Eso y que la mayoría de los adultos estuvieron expuestos a un
mayor número de agentes, lo que podría haber desarrollado una
especie de inmunidad.
―No entiendo mucho de lo que dices.
―Entonces no hagas preguntas y camina.
Uno queriendo ser amable, pero bueno.
Gema (1)

―Se trata de una bacteria mutante, que es resistente a todos los


antibióticos de los que disponemos y desgraciadamente, como hace
demasiado tiempo que no se presentaba una infección de tal
magnitud, no contamos con la cantidad necesaria de principio activo
que se requiere para fabricar uno que sea efectivo.
Esa no es una buena noticia.
―¿Trimetroprim? ―inquiere Irina, su brazo apoyado sobre el
muslo de Uriel, que descansa sobre el costado del mueble en el que
se encuentran―. Recuerdo que era la familia de antibióticos más
utilizada.
―Es correcto ―asiente no pareciendo sorprendido por su
afirmación, sino animado―, desgraciadamente, parece ser
resistente. Lo mismo que ocurre con la Eritromicina y Azitromicina,
estamos apostando por la Ciprofloxacina, aunque habrá que realizar
algunas modificaciones en la estructura principal de la molécula,
esperando que resulte afectivo, ya que ninguno de sus derivados ha
dado positivo. Después procederemos con los ensayos, para
descartar efectos secundarios.
―Eso llevará mucho tiempo ―murmura Elina, pareciendo
horrorizada.
―Créanme cuando les digo que estamos trabajando lo más
rápido que podemos y sin descanso.
―¿Cuál es el problema? ―Danko le mira con seriedad, utilizando
su acostumbrado tono de mando, que le confiere un aspecto
intimidante. Cualquiera que no lo conociera o no lo haya visto tratar
a Mai, pensaría que no tiene sentimientos y pregunta solo por
compromiso. Cosa que no es correcta.
Debo aceptarlo, estaba muy equivocada con él, ha hecho mucho,
no solo por Mai y mis sobrinos, por todos nosotros, incluso ahora,
que ha pasado bastante tiempo en el que bien podría haberse
desentendido con las personas, sigue interesándose en la gente de
Jaim.
Siempre me intrigó saber por qué Armen le tenía tanto aprecio y
confianza, que no dudó en pedir su ayuda cuando Abdón y Darius
estaba detrás de nosotros y daba por hecho que lo haría, hasta que
lo escuché de su propia boca. No se trató solo de que lo ayudó
cuando recién fue convertido, sino principalmente, porque entendió
que era diferente a su creador y a muchos otros fundadores que
conoció en esa época. Edin Danko realmente quiso crear una
convivencia armoniosa entre humanos y vampiros, y no
simplemente imponerse, como se pensó en un inicio. A pesar de
que Alón ejercía control sobre él, en cierto modo, le temía y también
sabía que tenía la capacidad de manejar todo, permitiéndole una
existencia cómoda, aunque no le fue suficiente y con el tiempo su
ambición pudo más. Eso es lo que piensa Armen.
Alón tramó manipularlo, utilizando a Mai, sin saber que le daría
una razón para luchar y existir. El amor es el sentimiento más
poderoso, que incluso puede cambiar a un ser que se supone no
tiene alma ni es capaz de sentir.
―Sería bueno tener la fuente de infección ―murmura
titubeante―, pero…
―Hasta el momento no han encontrado algo que sea común en
todos ellos. No estuvieron en el mismo lugar y aparentemente no
ingirieron lo mismo ―explica Abiel con semblante sombrío. A todos
nos inquieta la situación, especialmente porque se trata de niños y
sus síntomas no son nada agradables. Aunque es un alivio saber
que no se trata de una variante del Virus R.
―Caden y Neriah siguen investigando ―responde Farah, quien
ha asistido a la reunión, puesto que Caden se mantiene ocupado y
Knut sigue al pendiente de su hijo, es Johari quien le acompaña en
esta ocasión, pero quien se limita a escuchar. Otro que se encuentra
ausente es Josiah, algo poco habitual, ya que se desea que se
involucre en todos los asuntos, pero que ni Armen o Danko han
cuestionado al respecto―. Incluso la chica que enviaron a tomar
muestras lo hace.
―Lo sé, he pedido a Kyla que se sume a la búsqueda ―explica
Koller, mirando a Reus, que a petición de Bail, se encuentra
presente―. Mientras más rápido podamos determinar el origen, es
mejor. No solo para evitar que pueda llegar a extenderse o haya
más contagios, también para cultivarla y poder estudiarla a fondo.
―¿Y qué pasa con los niños, entonces? ¿No deberían ser la
prioridad? ―pregunta Pen, sin ocultar su inquietud. Anisa
permanece de pie a su lado, al parecer hoy no están disgustados o
quizá solo comprende que es importante para él. Su relación es muy
peculiar, pero no tengo dudas de que son felices a su modo.
―Por ahora hemos logrado controlar la mayoría de los síntomas,
ya no con sedantes, sino empleando algunos fármacos que parecen
funcionar y que no son perjudiciales, aunque solo se están
atenuando, así que es necesario eliminar el agente infeccioso para
que puedan recuperarse por completo.
―Bien, Koller ―aprueba Danko―. Sigue con eso y cuento
contigo.
Dando una pequeña inclinación, sale seguido por Abiel, dejando
la sala sumida en el silencio. Cada uno analizando lo que ha dicho,
perdidos en nuestros pensamientos. Los míos son interrumpidos por
la suave caricia de Armen, que toca mi mejilla, tratando de
reconfortarme al darse cuenta de mi inquietud. Le dedico una
mirada, mi rostro buscando su toque. Amo sus muestras de afecto,
sin importarle la presencia de los demás, aunque supongo que ellos
se han acostumbrado también.
―Lena sigue en Jaim, quiere ayudar en lo más que pueda, pero
ha dicho que volverá esta noche y saldrá de nuevo por la mañana
―le hago saber, a pesar de que estoy segura de que sabe
perfectamente dónde se encuentra ella en todo momento.
―Entiendo. ―Tira ligeramente de mi muñeca, hasta que estoy de
pie envuelta en sus brazos. Estamos solos, el resto se ha marchado
silenciosamente. Armen estudia mi rostro, inclinándose hasta que su
boca toca mi frente y después encuentra mis labios―. Es tan
diligente como tú.
―Me gustaría ayudar, pero temo que en este momento solo
estorbaría.
―Lo sé, por ahora debemos esperar. ―Da un ligero toque en mis
labios―. No me gusta verte preocupada.
―Estoy bien ―aseguro abrazándome a su dorso―. Tú estás
conmigo, como siempre.
―Siempre.
Elise (7)

―Sigues preocupada ―escucho decir a Lena desde la mesa,


donde organiza la comida que ya se encuentra lista para empacar,
es para dar a las personas que permanecen en la clínica, cuidando
de sus enfermos.
Hoy es el segundo día, no han empeorado, eso es algo bueno, ya
que su semblante ha retomado color, pero aún no tenemos una cura
y eso mantiene en angustia a todos. A pesar de que no hay nuevos
infectados y que se ha descartado por completo que se trate del
Virus R. El cual convertía a una persona en una bestia sin
capacidad de razonar y con el único impulso de alimentarse. Fue
mucho antes de que naciera, pero por lo que he escuchado, se trata
de algo horrible.
―No ―respondo débilmente, sin girarme y mirarla. Ella suspira
ruidosamente, expresando su inconformidad ante mi negativa y
guarda silencio un momento.
―¿Por qué simplemente no le preguntas y sales de dudas? ―Lo
hace sonar tan fácil―. Te puedo asegurar que a Caden no le
interesa esa chica.
Quiero creer que tiene razón, pero temo estar equivocada. No
hay mucho que me haga especial al lado de ella, que incluso sabe
de medicina y enfermedades.
―Es bonita. ―Como si no fuera suficiente.
―No más que tú ―me sorprende que sea Airem quien conteste,
así que doy media vuelta, encontrándola apoyada en la pared, junto
a la entrada de la cocina―. Y tal como ha dicho Lena, no le
interesa. Si está con ella en estos momentos es porque así lo han
ordenado. Está ayudando a localizar lo que enfermó a todos.
―Eso y descartar que quede algo por ahí ―señala Lena,
cerrando una de las canastillas―. Por lo poco que he escuchado de
ella en Cádiz, es muy curiosa. ¿Y sabes? También ha mostrado
interés antes por Josiah… ―Airem gruñe, tomándonos por sorpresa
a las dos. No es un sonido muy amable y su expresión concuerda.
―Puedo asegurarte que no le ha puesto un dedo encima y que
no lo hará.
Lena sonríe divertida.
―¿Cómo puedes estar segura? ―Ella se encoge de hombros,
mostrando una sonrisa llena de orgullo. Me gustaría ser tan atrevida
como ella, pero no lo soy.
―Conozco a Josiah, no es alguien que guste de contacto de
extraños.
―Eso es cierto, salvo por sus padres, tú y yo ―dice señalando a
Airem―, no le gusta que lo toquen. Y con su cara de pocos amigos
que pone, no hay quién se atreva. Aunque…
―Ellos solo han coincidido un par de ocasiones en las que no
estuvieron solos. No le permitiría tocarle.
―No creo que le haya pedido permiso a Caden para tocarlo
―digo sin pensar, haciendo que me miren sorprendida. Sabían que
algo pasaba, pero lo que menos quise fue darles detalles.
―¡¿Lo tocó?! ―inquiere Lena, boquiabierta.
―No en el sentido que te estás imaginando, solo le puso una
mano en el pecho.
―¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! Le hubiera reclamado.
―Por eso no lo hice. ―Ella resopla y sacude la cabeza.
―¡Elise! Hay que cuidar lo que es nuestro.
―No es mío.
―Aún.
―Concuerdo. Aunque hay que tener en cuenta que él suele ser
más tolerante ―opina Airem.
―¿No crees que lo hiciera con Josiah?
―No.
―¿Cómo estás tan segura? ―cuestiona Lena, pareciendo
verdaderamente preocupada―. Esa chica puede ser una mano
suelta. Tendré que cuidar a Abiel.
―No lo ha hecho, créeme. Se lo he preguntado esta mañana y él
sabe que tengo manera de saber si me miente y también conoce
cuáles son mis condiciones de nuestra relación. Si me la hace se
arrepentirá.
―¡¿Estuvo aquí?! ―suelto antes de poder evitarlo.
―Sí, se encerraron un buen rato en su cuarto, aprovechando que
no estaban sus padres. Hasta tuve que llevarme a Mael, para que
no escuchara nada de lo que hacían ―se queja Lena.
―Exagerada. Solo pasó a saludarme.
―Sí, un saludo que duró casi una hora. No soy tan ingenua como
crees, Airem.
―Supongo que teniendo a alguien como Abiel no sería posible.
¿Ustedes…?
―Creo que no quiero saber y mejor cambiemos de tema ―niego,
incómoda con el rumbo que ha tomado la conversación.
―No sé por qué te apena, es lo que harás con Caden…
―¿Qué hará conmigo?
Las tres, sorprendidas, guardamos silencio, mirando a Caden
entrar. Su rostro muestra auténtica inocencia, aunque no estoy
segura de que sea así. Él tiene tan buen oído como nosotras.
―Pues…
―¡Hablar! ―exclama Lena, tomando del brazo a Airem, quien
estoy segura tiene una respuesta muy distinta y descriptiva. Ella no
se anda por las ramas―. Ustedes tienen mucho de qué hablar,
como yo con Airem. Vamos.
Contengo la respiración, mientras las veo salir, evitando mirarlo a
los ojos. Escucho la puerta y me tomo unos segundos, antes de
levantar el rostro y encontrar su mirada.
―Ya casi está listo todo ―balbuceo señalando la mesa, sin nada
mejor que se me venga a la mente. Él hace una mueca y da un
paso.
―Dudo que eso sea de lo que tenemos que hablar, Elise ―dice
pareciendo demasiado serio.
―Creo que no deberías escuchar todo lo que dicen ellas.
―Y yo creo que sí tenemos algo pendiente.
―Yo no.
―Elise. ―Sujeta mis brazos, impidiéndome retroceder o darme la
vuelta, así que no tengo más remedio que mirarlo a los ojos―. Sé
que debes estar pensando…
―No estoy pensando nada en este momento. Te lo juro.
―Sabes a lo que me refiero.
―Caden…
―Vi sus intenciones y no eran lo que podría parecer, puedo
asegurártelo.
―No tienes que explicármelo…
―Yo creo que sí. ―Se inclina hasta que nuestros rostros quedan
a la misma altura. Sus ojos miel me hacen perderme e
inconscientemente inclinarme un poco―. Si hay alguien a quien
quisiera sostener, eres tú.
Parpadeo cuando sus palabras penetran mi confusa mente, que
no logra recuperarse con su siguiente movimiento. Sus brazos tiran
ligeramente de mí, provocando que la pequeña distancia que nos
separa se convierta en nada. Su boca cubre la mía y yo me olvido
de cómo respirar.
Es un toque titubeante, sus ojos buscando una reacción, pero soy
incapaz incluso de sostenerme por mí misma. Veo una chispa de
diversión en su mirada ante mi repentina parálisis, aunque estoy
segura de que no luzco asustada, antes de cerrar los párpados y su
boca presiona más contra la mía. Obteniendo algo más que un
simple roce y que mis piernas definitivamente fallen.
Randi (1)

Mi atención está centrada en el filo de la vieja espada que sostengo


y a la cual intento darle el mayor cuidado posible. Verla me trae
viejos recuerdos que me hacen hervir la sangre. Estuvimos tan
cerca y en parte sé que nuestro fracaso es por ella. Quisiera
vengarme y cobrar su traición, pero tengo otros planes mejores.
Mi mano se detiene un instante, siendo consciente de la
presencia de Yohan, quien se aproxima. Sus pasos cautelosos,
aunque no con el propósito de tomarme por sorpresa. Aún le falta
entrenamiento, ninguno de ellos es lo que solíamos ser.
―¿Piensas salir de nuevo? ―Su pregunta no me extraña.
Últimamente parece tener demasiados intereses en este asunto y no
creo que sea casualidad.
―Sí.
―¿Has decidido qué harás? ―Me alegra que haya entendido
que esta vez no puede venir, tengo que hacerlo solo.
―Sí. Descuida, es posible que pronto tengas una posible pareja.
Sé que te gusta la chica.
―Yo…
―No pasa nada. Tal como dijiste, es una de nosotros y creo que
puede ser de ayuda.
Espero que sea así, aunque me conformo con saber que serán
miserables una vez que su adorada hija les vuelva la espalda y los
aborrezca.
Airem (2)

Los dedos de mis manos se pierden entre sus suaves cabellos,


atrayendo aún más su cabeza, desesperada por sentirlo. Amo la
forma en que su lengua lame mi piel, dibujando con precisión el
contorno de mis pezones, antes de succionarlos con fuerza y
hacerme caer contra la cabecera. Gimo alto cuando sus dientes
raspan, enviando sensaciones hasta la punta de mis pies.
¡Sí!
Distingo la satisfacción en sus ojos cuando nuestras miradas se
encuentran, su boca aún sobre mí, una de sus manos cubriendo mi
pecho libre, antes de darle la misma atención. Agito la cabeza,
perdida en el placer del momento, como siempre que me toca.
―Te quiero ―gruñe moviéndose despacio hasta que se coloca
entre mis muslos, abiertos para él. Elevo las caderas, dándole una
clara señal de lo preparada y ansiosa que estoy por sentirlo.
Sus labios caen sobre mi boca, callando los sonidos que emito y
no me molesto en reprimir, al tiempo que me penetra. Es lento, tan
preciso e increíblemente ajustado que me roba el aliento. Degusto
su lengua, probándome a mí misma, eso solo me excita aún más.
Sus manos van a mis caderas, una de ellas tomando una de las
mejillas de mi trasero, de modo que me sostiene como desea. Su
piel húmeda se funde con la mía.
Se hunde hasta la base, quedándose quieto. Al instante me agito
retorciéndome, más que inconforme. Él ríe, dándome un beso
rápido. Sabe que me mata cuando hace eso, me desespero porque
comience a moverse y me haga volar.
―¡Josiah! ―protesto intentando moverme, para sentir esa
anhelada fricción entre nuestros cuerpos, pero sin conseguirlo.
Presiona el suficiente peso para inmovilizarme sobre el colchón.
―Chica impaciente ―dice apretando mi carne, haciéndome
quejar y mirarle mal.
Estoy a nada de empujarle y buscar yo misma mi liberación, pero
sale y antes de que pueda protestar, entra de golpe, haciéndome
soltar un jadeo. Sus labios esbozan una sonrisa perversa, al tiempo
que repite la acción. Pierdo mis ganas de discutir y todo
pensamiento racional cuando su ritmo acelera, golpeando el lugar
correcto.

―Tienes un trasero increíble ―comento con tono divertido,


viéndolo caminar desnudo por mi habitación. Gruñe lanzándome
una mirada por encima del hombro, que pretende parecer
reprobatoria, pero que no le creo. Comienzo a conocer cada uno de
sus gestos, a pesar de que la mayoría del tiempo suele ser tan
contenido como su padre. He entendido que es solo en apariencia,
él es tan ardiente y fogoso.
―Un día de estos tu padre nos encontrará y seguro tendrá
mucho que decir al respecto.
Miro el techo, dejando escapar un suspiro. No estoy de acuerdo
con su afirmación, no soy tan descuidada como para que eso
ocurra. En estos momentos está en la parte más alejada de la
ciudad, justo donde se realiza la ampliación del muro y la
construcción de las nuevas viviendas. Y como si no fuera suficiente
distracción, mi madre le acompaña.
―No tiene nada que decir. ―Eso por otra parte―. No creas que
él y mi madre no hacen lo suyo.
―Uhm. Prefiero no entrar en ese tipo de detalles. Intento ignorar
la vida íntima de los míos. ―Se vuelve, terminando de abotonar su
camisa, su expresión ahora es más seria―. Mi madre quiere
invitarte a comer. ―No puedo evitar una mueca.
―¿No es un poco pronto para eso?
Entiendo que con el tipo de padres que tenemos, es
prácticamente imposible disponer de privacidad. No es como con los
humanos ordinarios.
―Yo no lo diría así ―susurra tirando de sus pantalones, hasta
que alcanzan su cintura―. Y tampoco es como si ya nos
estuviéramos mudando juntos. Ella… ―Sacude ligeramente la
cabeza―. Ella solo quiere conocerte un poco más.
Ruedo sobre mi estómago, todavía envuelta entre las mantas,
apoyando mi barbilla en la palma de mi mano.
―Puedo sugerir que invite a mi madre, pero la última reunión que
hubo no terminó nada bien.
Aunque me sorprendió y molestó un poco, no le guardo
resentimiento a Lena. Mi madre sabe cuidarse solita y dudo mucho
que mi padre permita que la lastimen.
―Sería algo pequeño, tomar el té o algo así. Se trata de
socializar un poco. ―Le miro sin creérmelo del todo. Con ellos nada
es sencillo, es algo que se aprende rápido―. Me lo aseguró.
Suspiro sonoramente.
Josiah se aproxima, hasta que sus dedos peinan mi pelo, que
debe ser un auténtico desastre después de ese excelente revolcón.
Menos mal que ahora no tengo que preocuparme por si tiene hojas
y palillos.
―Mi madre es la persona más compresiva que puedas imaginar.
Te gustará. Y me encargaré de que mi padre no se encuentre
presente, si eso te hace sentir mejor.
Tiro de su mano, llevándomela a los labios. Supongo que esto
tiene mucha importancia para él y aunque odio los formalismos y
todo ese tipo de cosas, no puedo negárselo. Josiah es demasiado
importante para mí, por muy dura y tranquila que pretenda
mostrarme con todo el mundo, respecto a nuestra relación.
―Sigo pensando que es un poco pronto para las presentaciones
formales. Apenas cumpliremos la mayoría de edad y los conozco
bastante, no creo que sea necesario.
―¿Debo considerar que tienes dudas? ―pregunta con tono
dolido, pero sin romper el contacto.
―No. Como te he dicho, sé lo que quiero y cómo lo quiero. ―Mi
afirmación le hace sonreír y eso rompe la tensión.
―¿Y cómo es eso?
―¿Detalles? ―Enarco una ceja, aliviada porque me permita
desviar el tema.
―No siento que vayamos de prisa, Airem. ―Adiós a mi alivio―.
Estar contigo comienza a ser demasiado natural. Para ellos
podemos ser muy jóvenes y quizá por eso tienen inquietud respecto
a qué tan intensa y formal es nuestra relación. Siempre les ha
gustado verlo por ellos mismos, pero yo no tengo dudas. Eres la
única mujer que me interesa y que quiero tener a mi lado siempre.
―Los vampiros viven más que los híbridos, ¿lo sabes?
―Lo sé, así como sé que los híbridos pueden convertirse en
fundadores.
―¿Crees que puedes hacerlo?
Parece reflexionar.
―Eso viene de quien opina que vamos demasiado rápido. ―Le
doy un golpe en el brazo, que no tiene efecto―. ¿Te preocupa ser
más vieja que yo?
―Lo digo en serio, Josiah. Aunque mi tiempo de vida sea más
largo y mi juventud más prolongada que la de una persona normal,
llegará un momento en el que seré mayor.
―Olvidas que no soy el único fundador.
―Si llegara a darse el caso, me gustaría que lo hicieras tú.
Sinceramente, no he pensado demasiado en eso. Knut y Dena no
parecen tener problemas, pero él es mayor que ella y creo que eso
nivela su aspecto. Sin embargo, nosotros prácticamente tenemos la
misma edad, sería notorio en algunos años.
―A mí también. Sin embargo, ni siquiera el médico tiene la
certeza de en qué momento mi crecimiento se detendrá y si mi
sangre cambiará aún más. Pero, como dijiste, aún tenemos bastante
tiempo para pensar en ello. Si necesitas más tiempo para tener una
pequeña conversación con mi madre, hablaré con ella.
―No lo tomes a mal, Josiah ―pido poniéndome de rodillas,
abrazándome a su cuello―. No soy demasiado dada a las
formalidades y preferiría que lo nuestro siguiera siendo solo de
nosotros. No quiero que estén implicados como con Lena, que
siguen cada uno de sus pasos. Eso es demasiado extraño e
incómodo. No tendríamos privacidad.
―Ellos saben lo que hacemos.
―Tonto. ―Sonríe―. Dame unos días. Además, pronto será tu
cumpleaños y, tal como prometí, estaré contigo toda la noche, así
que supongo que ahí nos veremos y podrá decirme todo lo que
quiera. Será un buen momento, sin que parezca forzado, ¿no
crees?
En esa celebración también le será otorgado el mando de Cádiz y
a Caden de Jaim. Eso aún me pone un poco de nervios, pero
sinceramente no pienso renunciar a él.
―De acuerdo. Pero hay algo que debes tener en mente…
―Lo tengo. Y de eso no tienes que preocuparte, iré a donde tú
vayas. Aunque temo que a mi padre le dará algo.
―Él siempre será bien recibido. Ya es parte de la familia y lo será
mucho más.
―Supongo que las reuniones se volverán más interesantes en un
par de años.
―Correcto. En un par de años ―asegura besándome en los
labios.
Farah (3)

Lanzo una mirada por encima de los cultivos, en dirección de las


casas, a pesar de no tener una buena vista de la mía. Ese chico
está otra vez aquí.
―Deja de ser un gruñón.
―Es mi hija…
―Y una mujer, Farah. ¿Te gustaría más que estuviera afuera,
expuesta a algún peligro?
―Si él permite que le ocurra algo, demostrará que no es digno de
ella.
Johari ríe, luciendo divertida y no puedo evitar mirarle molesto.
―No es divertido.
―Lo es. Nunca pensé que serías un padre tan celoso y
sobreprotector. Eso en cuanto al hecho de que Airem es capaz de
cuidar su propia espalda. Es mi hija, no puede ser de otro modo.
―Grr ―gruño no conforme con su réplica―. Sabes que no es
eso lo que me disgusta. Aún es demasiado joven, justamente por
eso prefería a Caden, es demasiado razonable.
―Lento, diría yo. ¿Qué? No me vengas con eso, tú no guardaste
tus manos para ti mismo cuando estuve contigo. No te hagas el
ofendido.
Abro y cierro la boca mirándole sorprendido. Es la primera vez
que saca eso a colación.
―Es distinto. Éramos lo suficiente mayores y nunca te lastimé…
―No me estoy quejando. ―Tira de mi cuello, acercando nuestros
rostros―. Eras molesto, pero estabas dispuesto a todo por
mantenerme a salvo. Eso es algo que nunca olvidaré. ―Afloja su
agarre, poniendo distancia y volviendo a parecer indiferente. Es
consciente de que tenemos compañía―. No es como si pensara
mudarse mañana.
―Antes decías que no se lo iba a pensar.
―Tu hija lo adora y él a ella. Airem es bastante terca y testadura,
si puede manejarla, significa que es el hombre correcto. Te lo digo
por experiencia.
Ante eso no tengo nada que decir. Doy una rápida mirada detrás
de nosotros, y todos parecen concentrados en sus deberes, así que
tiro de su brazo y robo un apasionado beso. Adoro a mi mujer.
Lena (20)

―¿Elise? ¡Elise! ―repito inútilmente un par de veces, antes de


lograr tener su atención. Parpadea despacio, y luego enfoca mis
ojos.
―¿Dijiste algo? ―Abro la boca, poniendo los ojos en el cielo.
―¿Dijiste algo? ―repito resoplando―. Acabo de darme cuenta
de que llevo más de una hora parloteando como loca, porque no me
has puesto atención. ―Luce arrepentida haciendo que me sienta un
poco culpable con mi reacción―. ¿Sigues preocupada por Gavin?
Han pasado dos semanas desde que algunos niños de la ciudad
enfermaron repentinamente, poniendo en alerta a todos, por un
posible brote del temido Virus R. Los médicos de Cádiz encontraron
la cura, pero el proceso de recuperación es lento. La mayoría de
ellos eran demasiado pequeños y se debilitaron con rapidez.
Afortunadamente, parece que ya lo lograron. No obstante,
comprendo la inquietud de Elise, se teme una posible recaída y
Gavin sigue en cama, aunque se espera que no por mucho tiempo,
eso sin duda es bueno para sus padres, que no han dejado de estar
al pendiente de él.
―No, él amaneció mucho mejor. Con ganas de jugar bromas.
―Supongo que eso es bueno.
―No creo que el señor Farah piense lo mismo. Te arrojó un globo
lleno de agua, pensando que se trataba de Mael.
―¿Qué dijeron tus padres?
―Mi papá se río y mi madre solo sacudió la cabeza, supongo que
prefiere verle haciendo de las suyas que inmóvil en la cama.
―Entendible. Pero, entonces, ¿qué te tiene tan preocupada?
―Nada. ¿Por qué lo preguntas?
―Últimamente estás siempre en las nubes. ¿Me he perdido de
algo? ―Su rostro se tiñe de rojo y no puedo evitar esbozar una
sonrisa, pero me guardo mis preguntas curiosas. Elise es
demasiado reservada, aunque tengo la esperanza de que su
reacción esté relacionada con Caden. Él también ha estado raro
últimamente―. Bueno, no tienes que contarme si no quieres…
―Caden me dio un beso ―dice llevándose las manos a las
mejillas.
Sonrío emocionada. ¡Ya decía yo!
―¿De verdad? ―Bien por Caden, parece que ha comenzado a
aplicarse.
―¡Sí!
―¿Y? ―pregunto queriendo saber más, porque seguro no fue
solo eso.
―¿Y qué? ―Me mira sin parecer comprenderme.
―¿Y qué más?
―Solo eso.
Trato de no mostrar un poco de decepción, aunque viniendo de
ellos, creo que un beso es algo bueno.
―Con lo que pasó no hemos tenido mucho tiempo a solas, pero
él me mira diferente.
―Le gustas, Elise. ¡Te lo dije!
―Eso creo, aunque…
―No, no, nada de echarse para atrás. Caden es como tú: se
toma las cosas con calma, así que un beso es un buen comienzo.
―¿Qué quieres decir? ¿Qué haces tú con Abiel? ―Dejo escapar
una risa nerviosa. Yo haría muchas cosas con él, pero no es tan fácil
de manejar. Los besos no son problema, ya no tengo que pensar
cómo ingeniármelas para conseguirlo, sin embargo, llegamos hasta
ahí.
―También nos besamos, obviamente. Lo que me recuerda que
hoy quiero sorprenderlo y regresar antes.
―¿Y eso?
―Ha estado ocupado con las guardias y los deberes que el tío
Danko le ordena, así que no lo he visto mucho, porque también he
estado aquí. Pero hoy es su día de descanso. ―Quiero sorprenderlo
en su dormitorio. No me ha invitado, pero tengo pensado cómo
escabullirme sin que me noten o bueno, llegar antes de que alguien
se dé cuenta.
―Entiendo.
―Por cierto, hablé con Airem. Quiere que retomemos lo de salir
del muro. Yo estoy más que dispuesta.
―Uhm.
―Tienes que venir ―suplico mirándola con esperanza, a pesar
de saber que es difícil convencerla.
―No lo creo.
―¿Porque Caden no irá con nosotros?
―No es eso.
―Claro que sí. Te conozco.
―La verdad es que él no quiere que vaya y también ahora mi
madre anda un poco cansada, quiero ocuparme de los deberes para
que se tome un respiro.
―Cierto. ―Asiento poniéndome de pie, lista para marcharme.
Muero por verlo―. Bueno, será para la próxima, ¿de acuerdo?
―Sí.
Salgo de la casa de mis abuelos, más que emocionada con la
idea de pasar un rato a solas con Abiel.

Ahora que todo el asunto de lo ocurrido en Jaim ha pasado, la


guardia se encuentra más relajada y hoy muchos están custodiando
la entrada. Por otro lado, mis idas y venidas a Jaim ya son casi una
rutina, así que no les extraña verme cruzar las puertas y dirigirme a
los dormitorios en lugar de a la residencia. Finjo no prestarle
atención a mi cambio de ruta, cuidando no resultar demasiado
sospechosa con los que encuentro en mi camino.
Son pocos y me dedican una ligera inclinación, sin cuestionar qué
hago aquí. Eso es bueno, aunque no pasará mucho para que mi
padre se entere. La puerta de Abiel es una de las más alejadas,
pero consigo llegar sin que nadie intente detenerme. Supongo que
la mayoría está tomándose un descanso o practicando.
Tomo una profunda respiración, antes de poner mi mano en la
manija y abrir con extremo cuidado la puerta. La estancia tiene su
aroma y está iluminada con un pálido foco en el centro. Es sencilla,
solo un pequeño mueble, un clóset, sus armas y la cama, donde se
encuentra.
Entro esforzándome por ser silenciosa y cierro, dejándonos a
solas. Una lenta sonrisa se extiende por mi cara, cuando doy un par
de pasos, sin que parezca reaccionar. Me acerco a la cama y me
siento en el borde; sus ojos no se abren ni da muestras de recuperar
la consciencia. Está tan quieto, parece estar profundamente
dormido. No es para menos, lleva días sin dormir, eso es seguro. Sé
que ellos tienen mayor resistencia y pueden hacerlo, pero no me
gusta cuando se exige demasiado.
Lo contemplo, luchando con la tentación de acariciar su rostro o
tocar su pecho. Luce despeinado. Es hermoso, podría estar toda la
noche mirándole.
Sus párpados se agitan y él emite un pequeño suspiro. Me
preparo para ser descubierta, conteniendo una risa.
―Lucie…
Es tan débil su voz, pero lo he entendido perfectamente y es
como recibir un duro golpe en el estómago. La sonrisa desaparece
de mi cara, sin estar segura de cómo reaccionar. Aunque en
realidad no hay mucho que deba entender.
Contengo la respiración, obligándome a ponerme de pie y
retroceder hasta alcanzar la puerta. Tengo que salir de aquí antes
de que despierte, no soy capaz de mirarlo en este momento.
Lena (21)

Solo cuando consigo encontrarme en el pasillo del edificio de la


guardia, permito que mis emociones tomen un poco el control. Mi
visión se nubla por las lágrimas que intento desesperadamente no
derramar.
Lucie. Jamás creí que una palabra podría hacer tanto daño, pero
esta no es una cualquiera, se trata del nombre de la mujer que Abiel
amó, con quien probablemente aún está soñando. No se necesita
demasiado para saber lo que eso significa; todavía no la olvida.
El murmullo de voces me hace levantar el rostro y ver a tres
guardias caminar en esta dirección. No parecen sorprendidos al
percatarse de mi presencia, aun así, no solo callan, también se
detienen mirándome expectantes. Se supone que no debería estar
aquí, lo sé. Sin embargo, sigo demasiado afectada como para
inventar una excusa convincente y no resultar sospechosa.
Vamos, Lena. Tú puedes.
Aspiro una bocanada de aire, aclarándome la garganta y sonrío,
esforzándome por parecer normal. Es complicado cuando lo único
que quiero es ponerme a llorar o gritar.
―Hola ―saludo sin hacer demasiado contacto visual ni esperar
una respuesta de su parte, concentrándome en pasar lo más rápido
posible a su lado, directamente hacia la puerta.
Siempre he sido buena para evadir las situaciones incómodas, no
obstante, en esta ocasión me resulta más difícil que nunca. A pesar
de ello me obligo a mantener mis pasos constantes y no echar a
correr. Lo que menos deseo en este instante es llamar la atención.
Todo en mí se encuentra demasiado agitado.
Después de lo que me resulta una eternidad, me detengo frente a
la puerta, permitiéndome cerrar un instante los ojos, tratando de
serenarme y antes de entrar en la residencia, donde sé de sobra es
imposible llegar a mi habitación sin encontrarme con alguien,
especialmente porque no es el horario que he acostumbrado para
volver en los últimos días y en ese aspecto no hay mucho que
pueda hacer, más de alguna persona preguntará el porqué. Es malo,
dudo ser capaz de atender sin romperme.
Nuevamente, tomo aliento y avanzo, esforzándome por localizar
dónde se encuentran, en un intento por evadirlos sin que parezca
sospechoso. Eso los alertaría. Mis pasos son tranquilos, aunque me
esfuerzo en abarcar tanto espacio como me es posible.
Reprimo un suspiro cuando cambio de dirección y la puerta de mi
cuarto aparece al final del pasillo. Bien. Estoy a nada de lograrlo…
Mi entusiasmo desaparece tan rápido como ha llegado, cuando del
otro extremo la veo venir.
Tal como pensé, es imposible pasar desapercibida.
―¡Lena! ―La tía Elina camina despreocupadamente hacia mí,
sonriendo. He estado a nada de conseguir llegar a mi recámara―.
Vuelves temprano.
Me siento tentada de contarle lo que ha pasado y dejar salir así
un poco de lo que en estos momentos revuelve mis entrañas, pero
eso es equivalente a hacerle saber a todos y, lo que sería peor,
darles la razón a lo que tanto temían que ocurriera.
―Sí. Fue un día pesado, estoy cansada. ―Flexiono mis
hombros, queriendo darle autenticidad a mis palabras―. Quiero
darme un baño y cenar.
Esto no es culpa de nadie, ni siquiera de Abiel, tal vez solo mía,
por insistir tanto a pesar de saber lo que podría esperar. Lo
entiendo, pero... Duele.
La frente de mi tía se contrae y por un instante creo que ha visto
dentro de mis mentiras, pero su gesto se limita a ser reprobatorio.
Ese que muy pocas veces hace y que va más con mi madre o mi
padre instruyéndome para ser una buena niña.
―Tienes que comer, señorita ―reprende falsamente agitando
uno de sus dedos―. Recuerda lo que dice tu madre…
―Comí temprano, solo es eso.
Me mira pensativa, pero asiente, pareciendo aliviada y volviendo
a poner esa sonrisa tan suya en su linda cara.
―Está bien. Te dejo para que descanses un poco, pediré que
traigan algo de comer y luego hablamos. Tengo algo que enseñarte,
te encantará.
Me limito a asentir con un movimiento de cabeza y espero hasta
que se aleja para entrar en mi habitación. Permanezco un momento
inmóvil junto a la puerta, no segura de qué debería hacer. Trago el
nudo que tengo atorado en la garganta y sonrío con amargura.
Soy una tonta.
Permito que las lágrimas resbalen por mis mejillas, de modo
silencioso, para evitar que alguien se percate de lo que ocurre. Otra
de las cosas negativas de estar rodeada por vampiros que tienen
oídos demasiado sensibles y que atenderían al primer sollozo que
escucharan. No ser capaz de expresar con libertad tus ganas de
llorar.
Hay demasiados sentimientos emergiendo, que disputan por
obtener el primer puesto. Una parte de mí sabía que tendría que
enfrentar este momento, él lo dijo, todos lo hicieron, y muchas
veces, pero di por sentado que podría tener su corazón sin
restricciones si me esforzaba. La realidad es que no lo hago y quizá
nunca lo haga, sin importar todo lo que intente.
Aunque no me guste, es un hecho que ella siempre estará en su
memoria, en su corazón, incluso en sus sueños. Saberlo duele.
Con paso vacilante, entro al baño, comenzando a desvestirme.
Una ducha no me ayudará, pero al menos el agua ocultará un poco
mis lágrimas, las cuales han ganado la batalla.
La pregunta es ahora qué haré…
Elina (4)

―Quédate quieto y no hagas ruido ―susurro antes de cerrar la


caja y darme la vuelta, justo en el momento que la puerta se abre y
Alain entra, mirándome sospechosamente. Esto será divertido.
―¿Puedo saber qué es lo que tramas? ―inquiere apoyándose
en la puerta.
Sonrío con aire inocente. Alain sacude la cabeza, mirándome
interrogante.
―Tengo un regalo de cumpleaños para ti ―le hago saber,
amando su expresión, mezcla de sorpresa e incredulidad.
Sé que es extraño, porque no somos muy dados a festejar,
después de cumplir un par de centenares, deja de ser divertido. Y si
a eso le sumamos que todo por aquí últimamente es demasiado
tranquilo, sin Lena riendo, Anisa refunfuñando o Gema preocupada,
he tenido que buscar algo nuevo que ocupe mi atención.
―Hace años que dejé de cumplirlos ―su respuesta casi arranca
una carcajada de mi pecho, pero logro contenerla. Es adorable
cuando lo tomo desprevenido. Edi tenía casi el mismo efecto cuando
lo conocí, bueno, él era más de arrugar la frente y buscar por sí
mismo, pero Alain siempre me sigue la corriente y yo amo eso y
muchas otras cosas más. Oh, sí.
―Cierto. No puedo negar que sigues tan guapo e irresistible,
pero… ―Elevo un dedo, recuperando mi intento de parecer
formal―. Nunca te he dado nada.
―Difiero. ―Avanza hasta que sus brazos me envuelven, sus ojos
ignorando el pequeño bulto que sobresale debajo de la cama―. No
solo me diste la oportunidad de continuar existiendo, también me
regalas tu compañía todos los días.
―Por cien años, ¿recuerdas? ―Su sonrisa crece aún más,
compartiendo ese pequeño acuerdo tonto que hicimos cuando me
dijo que me amaba y quería estar conmigo.
―Lo recuerdo. Y eso es gracias a que me diste tu sangre.
―Bueno, para empezar, debí prestar más atención y así nunca
habrías resultado herido...
―No vayas por ahí ―gruñe golpeando con la punta del dedo mi
nariz. Este es un tema que, las pocas ocasiones que ha sido tocado,
no logra quedarnos claro. Y aunque él no lo admita, yo debí
percatarme de esa cosa viniendo por él y evitar que le lastimara, de
esa manera no habría tenido que transformarlo―. Knut también
estaba ahí.
―Mis sentidos son mejores que los suyos y Armen me pidió que
los protegiera…
―Elina ―dice afianzando sus brazos sobre mis caderas―, no
tengo quejas al respecto. Quizá pudiera evitarse, pero eso no me
habría permitido estar aquí, sosteniéndote, mirándote.
―Mentira. Lo habrías logrado.
―Bueno, en todo caso, sería un viejo al que probablemente ni
mirarías.
―Es probable ―concuerdo trazando su barbilla―. Por otra parte,
no es solo mi compañía lo que tienes, me ofendes.
Ríe, echando la cabeza hacia atrás y yo me desvío ligeramente
mirando su garganta, plantando un sonoro beso sobre su piel.
―Alguien quiere portarse mal.
―Puede ser, aunque si soy sincera, mordería otra parte…
―Cuida lo que dices ―recuerda sutilmente, mordisqueando mi
boca―. Tu afirmación podría salir a relucir en la próxima reunión.
―Solo si nos metemos con Edi, Armen nunca cae en eso. Como
sea, te doy mi amor, por si no te has dado cuenta.
―Solo esperaba que lo confirmaras.
―Tonto.
―No me has dicho qué tienes en mente.
―Cierto ―me aparto, a pesar de su protesta y me inclino a un
lado de la cama―, te encantará. ―Levanto la caja y se la
entrego―. Ábrela.
No hay necesidad de que lo haga, una pequeña y peluda cabeza
emerge, soltando un pequeño ladrido.
―¿Un perro?
―Es un cachorro ―corrijo tomándolo en brazos. Su pequeña
lengua rosa busca mi cara para saborearla―. Míralo de este modo,
es como nuestro hijo.
―Uhm. ―Es una cosa diminuta y extremadamente peluda, así
como también bastante inquieta, no sé cómo ha logrado contenerse.
Alain se inclina estudiándolo con atención, pero aún sin tocarlo―.
¿No debería temernos? La última vez que fui a Jaim, un par de ellos
echaron a correr cuando me les acerqué. ―Se rasca la nuca,
pareciendo preocupado.
―Es bastante pequeño y, por lo que escuché, su madre murió.
Desde entonces, ha estado con la guardia, supongo que ha
entendido que no lo vemos como la cena o algo así. No somos
impuros.
―¿Qué ha dicho Danko? ―pregunta curioso, sus dedos
finalmente rascando las orejas del pequeño perrito.
―Que podemos quedarnos con él, siempre y cuando nos
encarguemos de educarlo y limpiemos si ocurren accidentes.
―Eleva una ceja, mirándome escéptico―. He tenido que insistir un
poquito.
―¿Y qué le has dicho?
―Que a Lena le encantaría tenerlo por aquí y como Armen quiere
lo mejor para su hija, ha dicho que sí.
―Él haría cualquier cosa por su hija.
―Y que lo digas.
―Lo mismo que Gema. ―Sonríe de modo nostálgico―. Ella ha
perdido mucho, así que sabe apreciar lo que tiene y cuidar de ello.
―Lo sé. Siempre he admirado su determinación, aunque
exagerara un poco respecto a Edi cuando se acercó a Mai.
―No puedes culparla. Ella no le conocía como tú.
―Supongo. ―Me encojo de hombros―. Entonces, ¿qué dices?
¿Te gusta? ―Lo toma y lo eleva, mirándolo curioso.
―Nuestro hijo ―murmura pensativo y eso me hace reír.
―Hay que cuidarlo y educarlo como uno ―digo inocentemente.
―¿Tiene nombre? ―Me llevo la mano a la boca, en un intento
fallido de reprimir una fuerte carcajada.
―Te encantará. Espera a que Uriel lo escuche, tendremos que
buscar un apodo para no confundirlos.
Josiah (5)

Me detengo debajo de uno de los árboles, al resguardo de su


sombra, dando un vistazo a los alrededores, comprobando una vez
más que no hay nada que pueda considerarse una amenaza para
ninguna de las dos.
Las escucho charlar alegremente a unos pasos de mí, instalando
una manta en el pasto. Está colocando alimentos humanos sobre
ella. Es un día soleado, bastante agradable para el picnic que tanto
hemos pospuesto. Finalmente, todos los niños de Jaim se
encuentran fuera de riesgo y la tranquilidad ha regresado a ambas
ciudades. Una rutina que me deja tiempo libre para un descanso.
―Ven aquí ―pide Airem señalando el sitio junto a ella.
Reprimo el impulso de agitar la cabeza y declinar su demanda, ya
que ahora no es de mi entero gusto la comida que han traído y no
tengo apetito; sin embargo, es un detalle que no deseo sacar a
relucir en este momento.
Sin protestar, me acomodo a su lado, aprovechando la cercanía
para rozar su muslo y ver su reacción. Me dedica una mirada
burlona con una pequeña promesa que me hace sonreír.
―¿Quieren tomar el postre antes? ―murmura Lena, fingiendo no
mirarnos―. Puedo ir a dar una vuelta.
―Es demasiado tentador, pero muero de hambre ―dice Airem
tomando uno de los bocadillos, pero manteniendo sus ojos fijos en
mí―. No tuve oportunidad de desayunar.
―Ajá. ―Lena niega, pero también toma uno de los pastelillos―.
Este lugar es impresionante ―comenta mirando detrás de nosotros,
donde se encuentra un pequeño lago y la cascada―. Para no ser
cuidado por nadie, se mantiene en perfectas condiciones.
―Escuché que antes era más pequeño ―señala Airem, dando
otra pequeña mordida, su lengua recogiendo los restos de sus
labios. Una visión bastante tentadora y ella disfruta de tenerme
siguiendo sus movimientos―. No había tantos árboles, plantas ni
animales.
―La naturaleza es sabia, o al menos eso suele decir Koller. La
ausencia de nosotros es justamente lo que le ha permitido
recuperarse y por esa razón se optó por establecer las ciudades lo
suficientemente lejanas para disminuir la interferencia.
La conversación sigue en la misma línea durante el resto de la
comida, ninguna de las dos haciendo notar mi falta de participación.
―¡Estoy llena! ―exclama Lena, estirándose perezosamente―.
Creo que ahora sí haré un pequeño paseo.
―No te alejes demasiado. ―Lena me lanza una mirada
disgustada por encima del hombro ante mi demanda, antes de
continuar caminando.
―No pasa nada ―murmura Airem, sus brazos rodeando mi
cuello y sus pechos presionándose contra el mío. Su gesto es un
intento por reclamar toda mi atención y sin duda la tiene―. No corre
peligro.
―Lo sé ―respondo rozando algunos mechones de su pelo, que
se han escapado de su coleta.
Sé que Lena está segura, no solo porque sabe cómo defenderse,
también porque en cuestión de segundos estaría con ella si me
percatara de que algo no anda bien, el problema es que
últimamente está muy rara. Ausente, esquiva y podría hasta jurar
que deprimida, aunque lo niegue.
Ha hecho hincapié en que las cosas con Abiel están bien, pero
pareciera estar evitándolo. Algo que la Lena de siempre no haría ni
por error.
Airem mordisquea mi cuello, logrando sacarme de mis
reflexiones.
―Eres demasiado sobreprotector y eso no nos gusta a las
mujeres.
Ladeo el rostro, estudiando su cara con detenimiento, provocando
que un ligero rubor cubra sus mejillas.
―¿Qué? ―masculla dándome una mirada molesta.
―Eres hermosa, Airem.
―Creí que habías dicho que debemos comportarnos ―gruñe
frotándose contra mi cuerpo, haciendo que responda al instante. No
se pierde la reacción y eso hace que ría.
―Eres una chica mala. ―Tiro de sus caderas, buscando su boca,
tomando uno de esos besos intensos que tanto le gustan. Se
estremece, su cuerpo excitándose―. Y no eres la única, pero...
―Creo que Lena es bastante discreta… ―comenta mirándome
hambrienta, por más que un simple beso. Centro mis sentidos,
buscando a mi prima, pero se encuentra lo suficientemente lejos
para que sus pasos sean un simple rumor. Bien.
Levanto a Airem, sus piernas enroscándose en mi cintura, antes
de reclamar de nuevo sus labios. Maniobro colocando su espalda
contra uno de los árboles para poder buscar debajo de su ropa y
satisfacer sus ansias.
―Amo tu lado salvaje ―me hace saber entre risas y jadeos, sus
dedos tirando de mi ropa.
―Yo te amo a ti. ―Sus ojos se agrandan un poco, pero su
sorpresa es superada con rapidez, antes de que su boca tome la
mía, dándome su respuesta de un modo tan suyo.
Lena (22)

Mis manos golpean algunas ramas secas y frescas también, las


cuales se tambalean, prácticamente cediendo a mi toque. Verlas
sucumbir a algo tan débil, me hace pensar en mis emociones y en lo
cobarde que soy. La más grande cobarde de Cádiz, esa soy yo. No
he sido capaz de confrontarlo, ni siquiera he querido mencionar mi
pequeña e inoportuna visita a sus habitaciones. Tengo miedo.
Abiel no es malo, todo lo opuesto, me doy cuenta de que no
quiere lastimarme. Ayer estuvimos juntos toda la tarde, hablando de
todo y nada al mismo tiempo, simplemente mirando la puesta del sol
hasta que cayó la noche. Me sostuvo contra su pecho, besando mis
sienes, mi pelo y un poco mi boca, pero hasta ahí. Fue atento y
dulce, ignorando mi vestido ligero y el escote, sus manos se
mantuvieron en mi cintura, sin subir o bajar. Sin dar indicios de algo
más.
Después de torturarme reflexionando sobre qué hacer, decidí no
rendirme, pero su actitud un tanto distante me hace titubear.
Y es que soy tan masoquista que no dejo de pensar en lo poco
que busca obtener de mí, cuando estoy segura de que con ella no
fueron simples besos o caricias. Eran amantes en toda la extensión
de la palabra. Mi lado racional dice que está tomando las cosas con
calma, que no quiere presionar y que cuando llegue el momento
avanzaremos. Sin embargo, mi lado cruel dice lo contrario, Abiel no
me desea y solo está siguiéndome la corriente, para no herir mis
sentimientos. Él me confunde demasiado y haber escuchado ese
nombre salir de sus labios, lo hace mucho peor.
Comprendo que soy joven e inexperta, pero no tanto para no
saber un poco sobre intimidad o querer experimentar algo más que
besos y sostener nuestras manos. Y es que tener a Airem y Josiah
próximos no ayuda. Son terribles.
Ignorando el hecho de que mis zapatos terminarán cubiertos de
polvo, doy un par de patadas, lanzando una lluvia de tierra delante
de mí. No conforme con ello, golpeo un par de piedras que salen
disparadas, aterrizando a varios metros de distancia. Esta es mi
manera de liberar un poco de frustración, porque me he esforzado
bastante para no mostrar lo que me inquieta.
Casi lo he conseguido con la ayuda de Urielcito o Uri, como se
llama la nueva mascota de Alain y de la tía Elina. Recordar cuando
lo llamó delante del señor Haros, usando su nombre, y su expresión
atónita, casi me hace sonreír. Él estuvo tan molesto, exigiendo que
lo cambiaran, pero a Irina le encantó y no pudo más que darse por
vencido. Supongo que al final seguirá siendo Uriel, ya prácticamente
todos lo nombran de ese modo.
Josiah es el único que ha notado que algo no va bien, me conoce
demasiado y me ha costado mucho desechar sus sospechas. Justo
por eso he tenido que aceptar esta salida, que ha perdido todo lo
atractivo que llegué a ver en algún momento. Pues la primera vez
que lo sugirieron, pensé en invitar a Abiel, a quien ni siquiera se lo
mencioné, no queriendo verlo.
Esa es otra cosa que me molesta de mí misma, no quiero verlo,
pero recordar e imaginar lo que llena sus sueños me hace sentir
celos y prefiero mantener un poco las distancias. Tonta.
Me impulso, saltando sobre un grupo de rocas, alcanzando la
cima y desciendo del otro lado, aumentando la distancia entre el par
de enamorados, que no podía esperar para ponerse las manos
encima. Estoy tan perdida en mis pensamientos que tardo en
percatarme de que me encuentro sola.
Sus ojos claros, tan parecidos a los de Caden, Airem o los míos,
me observan con detenimiento, pero sin rastro de sorpresa o temor.
Eso no es bueno.
Un escalofrió me recorre de pies a cabeza, mi instinto me pide dar
media vuelta y huir deprisa. Estoy a punto de hacerlo, pero…
«No temas, Lena». Su voz es clara y me paraliza al instante. ¿Por
qué…? ¿Por qué puedo escucharlo? ¿Por qué sabe mi nombre?
Una pequeña sonrisa aparece en su rostro, su cuerpo aún
inmóvil, sin dar muestras de querer atacarme o acercarse. Eso de
alguna manera me hace quedarme quieta, movida por la intriga.
«Es bueno verte de nuevo. Ahora eres una mujer».
Retrocedo un paso, odiando que pueda entrar en mi cabeza, más
que lista para gritar y llamar a Josiah. Es un extraño, sin importar
que se trate de un híbrido, porque esos ojos no los tiene cualquiera.
«Espera», pide inquieto, al leer mis intenciones. «¿No te gustaría
saber quiénes son tus verdaderos padres?». Su pregunta me hace
tambalear y dejo escapar un jadeo involuntario.
¿Qué acaba de decir?
«Tú eres como yo, no como ellos».
―¿Quién eres? ―digo luchando contra el pánico que crece
dentro de mí. Es imposible lo que están queriendo dar a entender,
pero por algún motivo necesito saber qué pretende.
«Soy parte de tu verdadera familia. Yo te vi llegar a este mundo,
Lena. ¿Sabes algo? A tu madre no le hubiera gustado que llamaras
de esa manera a otra persona que no es nada tuyo».
«Mientes». Su sonrisa se ensancha cuando, sin pretenderlo,
respondo mentalmente.
«Sabes que no lo hago. No solo Gema y Regan te han mentido,
al pretender ser quienes no son, todos los demás a quienes
consideras tus amigos lo han hecho. Eres la única que no conoce la
verdad. Dime, ¿no te gustaría saberla? ¿Saber quién eres en
realidad?».
Una ráfaga de viento helado golpea mi cuerpo haciéndome
temblar y trayendo el aroma de Abiel y algunos de la guardia. Eso
parece alertarlo y en cuestión de segundos se ha ido, dejándome
perpleja y totalmente confusa. ¿Mis verdaderos padres? No,
imposible. Eso no puede ser cierto.
―¡Lena! ―Las voces de Airem y Josiah llegan a mis oídos, solo
un instante antes de que sus cuerpos se detengan detrás de mí.
No están solos, tal como lo percibí, Abiel y tres guardias están
con ellos. Sus ojos buscando ansiosamente alrededor.
―¿Estás bien? ―pregunta Abiel, aún su mirada buscando al
extraño, a pesar de que no lo diga. Y eso es todavía más raro. Esa
sería la primera pregunta que yo haría. Aunque el olor es casi
imperceptible para mí, supongo que ellos no tienen problemas para
identificar el rastro de un híbrido.
No respondo, mirándolos con detenimiento, mientras las palabras
de ese desconocido se repiten en mi cabeza. ¿Quién soy en
realidad? Eso es algo que siempre he querido saber, así como
también encontrar el lugar al que pertenezco. No me gusta a dónde
van mis pensamientos.
―Lena. ―Su mano toca mi brazo, mirándome inquieto, pero yo
solo puedo sentir cierto malestar, no estoy segura del porqué, pero
lo hago. Se aclara la garganta, como si estuviera considerando sus
palabras―. ¿Viste algo?
Es curioso que pregunte algo y no a quién, cuando el ligero rastro
aún se percibe en el aire. No es lo único extraño, Josiah comparte
una mirada cómplice con Airem, quien parece sorprendida. Es poco
usual en ella.
―Creí escuchar algo ―murmuro sin saber por qué prefiero
callarme, tal vez es solo un impulso a la actitud esquiva que
muestran.
Abiel hace una seña a los guardias, quienes se alejan en
direcciones distintas, pero todas difieren al camino que ha tomado
ese híbrido.
―Será mejor volver a la ciudad ―comenta mirando a Airem y
Josiah, antes de mirarme de nuevo―. No deberían estar fuera
―sus palabras son un claro reproche, que sus ojos confirman.
―Es solo un paseo ―digo molesta con su actitud, liberándome
de su mano. Odio que me traten como si no fuera capaz de
entender las cosas, como si siguiera siendo una niña pequeña a la
que hay que mantener en la ignorancia. Eso siempre me ha hecho
sentir… como si no perteneciera a este lugar y me hace volver a
repetir las afirmaciones de ese desconocido.

―¿Estás segura de que no viste nada? ―Aparto la vista del libro


que sostengo, fingiendo leer, y miro a Josiah.
―¿Qué se supone que debería haber visto? ―Hace una mueca,
sin responder. Sé que sabe que se trató de un híbrido y también
supongo que dan por hecho que no lo vi.
Después de regresar de nuestro paseo arruinado, Josiah estuvo
hablando con mi padre y mi tío por un buen rato. No entiendo por
qué tanto misterio. ¿Acaso saben de la existencia de esos híbridos y
no quieren que se conozca? Y digo híbridos, porque ahora no tengo
dudas de que aquel muchacho que creí ver era real y no producto
de mi imaginación. Sobre todo por la actitud extraña que todos
adoptan. No me gusta. Eso sin contar todo lo que dijo ese extraño.
Parecía tan convencido, no solo sabía mi nombre, también el de mis
padres, eso no puede ser simple casualidad y me hace temer. No es
que esté dando crédito a sus palabras, porque… No, no, eso no
puede ser cierto.
―¿Lena? ―Enfoco el rostro de Josiah, un poco sobresaltada.
―¿Qué? ―Me niego a considerarlo, pero…
―¿Pasa algo malo? ―Eso debería preguntarlo yo.
―No, ¿por qué?
―Estás actuando rara. ―Mira quién lo dice. Me encojo de
hombros―. ¿Estás enojada con Abiel? ―Odio que nada se le
escape, aunque ahora que lo pienso, he sido yo la que se ha puesto
en evidencia. No debí reaccionar de esa forma y menos apartar a
Abiel tan bruscamente. Él también parecía sorprendido y optó por
mantener la distancia todo el trayecto de regreso. Eso me hace
sentir culpable.
―No precisamente.
―Sabes que puedes contar conmigo, decirme lo que sea que te
moleste.
Lo observo fijamente en silencio, por unos segundos. «Eres la
única que no conoce la verdad».
―¿Seguro?
―Por supuesto.
―Dime algo, ¿tú también me dirías todo? ¿Confías en mí? ―mi
cuestionamiento lo toma por sorpresa y confirma mis sospechas,
algo ocultan y definitivamente, tiene relación con ese híbrido.
Josiah (6)

Híbridos fuera de los muros. Si en algún momento llegué a tener


dudas sobre su mencionada existencia o que, en el peor de los
casos, siguieran existiendo después de tanto tiempo, eso ha
quedado aclarado. Los hay. No se trata de algo bueno y desde
luego que no parece gustarle a nadie de los presentes.
Definitivamente, se les ha informado, aunque por el momento solo a
los varones.
―¿Estás seguro? ―Confirmo con un movimiento de cabeza,
atento a la reacción de mi padre, que mantiene una expresión
serena, a pesar del recelo que percibo en sus ojos. No le agrada
escucharlo.
―El rastro era muy tenue cuando llegamos, pero no hay duda
―explica Abiel dando una mirada general―. Su aroma es diferente
al de una persona normal o al de un animal.
―Es como él ha dicho ―me limito a decir, prefiriendo conocer su
punto de vista. Ellos saben más del tema, incluso es posible que los
conozcan.
―Un híbrido ―escucho murmurar al señor Bail, que golpea
distraídamente su barbilla con uno de sus dedos. Él no deja ver
ninguna clase de sentimiento, es como una simple observación―.
Ha pasado bastante tiempo desde la última vez, de alguna manera
han logrado sobrevivir. Es sorprendente. ―Su comentario provoca
muecas de disgusto en el rostro del señor Haros y Jensen, como si
no les gustara su comentario; en tanto que los demás permanecen
inexpresivos.
―¿Lena lo vio? ―Enfoco los ojos del señor Armen, que parece
ligeramente ansioso desde que hemos regresado haciéndoles saber
lo que no solo Abiel percibió.
A nadie le ha gustado que la pista se encontrara tan próxima a
Lena. No han expresado un reproche hacia mi persona, por
permitirle hallarse fuera del muro, pero supongo que lo harán en
algún momento.
―No lo creo. ―Lena no es buena para mentir y no tendría
motivos para hacerlo―. Lo habría dicho de ser así.
―Pero debe haberlo sentido, ¿no? ―insiste sosteniéndome la
mirada, antes de apartarla y enfocarla en Abiel, quien pareciera
querer salir corriendo tras ella, a pesar de que mostró su negativa a
ser acompañada por él.
Todos guardan silencio, mostrándose visiblemente tensos ante la
posibilidad de un encuentro. Entiendo su preocupación, ella no debe
saber de la existencia de esos híbridos, eso implicaría hacerle saber
parte de su origen.
―Es poco probable, su sentido del olfato es menos sensible y
cuando le pregunté, solo dijo que creyó ver algo, pero que no estaba
segura de si se trataba de un animal salvaje. Además, ella ignora su
existencia ―puntualizo con cierto malestar, ante mantenerla en la
ignorancia.
No se trata de que sea la única, porque casi todos los habitantes
de Jaim ignoran tal hecho, sin embargo, al involucrarla, siento que
debería estar al tanto.
―Irina y Anisa han salido a recorrer los alrededores ―hace saber
el señor Haros, su malestar continuando visible.
―Tal vez es solo una coincidencia.
―No, Bail ―niega mi padre, con voz firme―. Ellos no tienen
ningún motivo para presentarse, hace más de quince años que se
marcharon por voluntad propia, en ese momento se les hizo saber
que no serían bienvenidos si decidían volver. No les importó, lo
hicieron y tienen que atenerse a las posibles repercusiones.
―Podría estar en problemas…
―No es asunto nuestro. ―Es la primera vez que me encuentro
ante tal severidad en su tono de voz y su actitud, pero no es de
sorprender, para el señor Regan, se trata de Lena y ella es lo más
importante, no solo para él, también para su mujer.
―Quédate con ella, Josiah. ―Intenta averiguar si ha visto algo
que haya pasado por alto, Lena confía en ti, me hace saber
mentalmente mi padre. Su sugerencia me resulta extraña, porque no
creo que ella esté ocultando nada, pero asiento de todos modos sin
replicar y salgo de su despacho, dirigiéndome a la biblioteca, donde
Lena espera.

«¿Confías en mí?»; una pregunta tan simple, que no debería


tener problemas para ser resuelta y que sin embargo no puedo
contestar con honestidad. No porque no confíe en ella, sino porque
debo mantener ciertas reservas por petición de los mayores. Lena
confía en mí y justamente por eso odio tener que ocultarle las cosas.
Observo su tranquilo rostro, que en estos momentos se encuentra
reclamado por el sueño. Siempre he tenido la necesidad de
protegerla y a pesar de que ahora es una mujer, sigo sintiendo ese
impulso, lo que me crea conflictos.
No he sido capaz de mirarle a los ojos, no queriendo admitir que
tengo oculto el asunto de los híbridos. Ella tampoco ha dicho nada
más, y no parece estar mintiendo. Al final se ha quedado dormida en
uno de los sillones, mientras yo fingía leer y respondía sus
preguntas de modo un poco esquivo.
Tampoco me ha pasado desapercibida esa tristeza en sus ojos y
que también ha evitado el tema de Abiel. Al parecer, no he
imaginado que están distanciados.
Como si lo hubiera invocado, se encuentra en la puerta. Me dirige
una ligera inclinación, antes de dar un paso dentro de la estancia; su
mirada en todo momento centrada en su figura inmóvil.
Instintivamente retrocedo, para evitar que malinterprete la escena,
ya que me he colocado a un lado, sentado sobre el mismo mueble
donde se encuentra.
Lena es como una pequeña hermana para mí, siempre le he visto
de ese modo, es natural tocarla o cuidar de ella, pero eso no parece
ser del agrado de Abiel, aunque se esfuerza en ocultarlo. Lo ha
percibido al descubrir mi proximidad, y cómo he acariciado su pelo.
No lo culpo, tampoco me gustaría que otro hombre tuviera sus
manos sobre mi Airem. Nadie debe tocar la mujer de otro, si no
desea que le ocurra lo mismo con la suya.
―Toda tuya ―digo incorporándome y retrocediendo un par de
pasos, colocando mis manos a mi espalda. He sido informado de
que él será quien la lleve a sus habitaciones, supongo que es cosa
del señor Armen o eso creo. Aunque tiene cierto toque de mi padre,
ya que es más permisible con las relaciones.
―Gracias ―susurra tomándola en brazos y dirigiéndose a la
puerta, sin volver la mirada.
Sacudo la cabeza, una pequeña sonrisa dibujándose en mi cara,
reflexionando sobre la posesividad que tienen algunos vampiros con
sus mujeres. Lo que me lleva a preguntarme si ella es consciente
del modo en que Abiel la mira cuando no se da cuenta, como en
este instante. Él no parece un hombre que no ha podido olvidar a su
amante, parece un hombre cuidado de su mujer.
Lena (23)

Por primera vez en mucho tiempo, me siento un poco molesta con la


actitud de Josiah y también de los demás, pero sobre todo con él.
¡Por favor, es Josiah! Estoy acostumbrada a que todos piensen que
no me doy cuenta de las cosas o que prefieran dar por hecho que
sigo siendo una niña, a la cual lo único que le interesa es ir tras el
tipo apuesto y rudo que no la voltea a ver. Quizás un poco, pero no
es del todo correcto, desde luego que me he percatado de que ha
evitado tocar el tema de posibles híbridos fuera de los muros.
Irritada, he optado por dejar el tema por la paz, aprovechado para
dormitar, disfrutando de la tranquilidad que se respira, ya que
últimamente me cuesta un poco conciliar el sueño y quizá por eso
me encuentro imaginando que sus brazos me sostienen.
Froto ligeramente mi nariz en su ropa, capturando su deliciosa
fragancia y también la tela áspera de su uniforme de guardia. Esto
parece demasiado real. Abiel llevándome en brazos, ¡todo un sueño!
Sin duda.
Sus pasos son lentos, silenciosos como todo buen vampiro lo
hace, pero puedo sentir sus muslos flexionándose debajo de mí y
cómo mi cuerpo se mueve. Sí, muy real. Siempre he querido saber
qué se siente ser sostenida por tu amado.
El sonido de una puerta siendo cerrada despeja la neblina del
sueño en que me encontraba sumida, dejándome más confusa. No
obstante, pese a mis ganas de querer confirmarlo o desmentirlo,
permanezco quieta, con los párpados cerrados.
No pueden estar traicionándome mis sentidos, lo conozco
demasiado bien como para no edificarlo.
Poniendo a trabajar mi nariz, reconozco mi habitación, es
inconfundible el perfume que uso o las flores que he colocado esta
mañana. Estamos en mi recámara y ¡no es un sueño! Pero… ¿cómo
es que ha conseguido que le permitan traerme? Ciertamente nos
han dado un poco más de libertad, sin embargo… Uno de sus
brazos me libera en tanto que el otro afianza su agarre, es solo una
cuestión de segundos y al siguiente me encuentro siendo
depositada entre las mantas. Su aliento acaricia mi mejilla, así que
no lo pienso dos veces. Abro mis ojos, al mismo tiempo que mis
brazos aprisionan su cuello y mi boca encuentra la suya.
Me sorprende tomarlo por sorpresa, pero su mirada no miente.
Experimenta un pequeño instante de titubeo, antes de que sus
labios se muevan sobre los míos. El suave roce solo me hace
desear más, ya que, con todo mi afán de mantener distancia,
también me he privado de sus besos. ¿En qué estaba pensando?
Mis dientes mordisquean torpemente su boca, eso parece alentarlo.
Dejando escapar un gruñido, su lengua encuentra la mía y la
intensidad del beso aumenta tan rápido, que de pronto todo su
cuerpo presiona el mío.
Su barba raspa, provocando cosas curiosas en mis partes íntimas
y en mi pecho. Este es el beso que tanto he querido, esta es la
reacción que he añorado y me parece tan extraño que sea
justamente en mi habitación, sobre mi cama. Pero ¡es fantástico!
―Lena ―escuchar mi nombre salir de su boca, que aún roza la
mía, hace que mis ojos se humedezcan y que deje escapar un
profundo suspiro, como si un enorme peso se levantara de mis
hombros. Un sollozo sacude mi cuerpo, captando su atención,
haciendo que se detenga. Abiel me mira alarmado―. ¿Qué ocurre?
―pregunta, acunando con extrema ternura mi cara.
Sacudo la cabeza, mi garganta cerrada por las emociones. Soy
un revoltijo: me hace pensar que no todo está perdido. Un beso
puede parecer tan poca cosa, pero sus ojos expresan demasiado,
eso y el hecho de que ha mencionado mi nombre. Nunca he sido tan
codiciosa y a pesar de que lo quiero solo para mí, no puedo
renunciar a él ni a su pasado.
―Pienso que es lindo despertar así ―confieso regalándole una
sonrisa débil, mezcla de alivio e inquietud. Su frente se contrae y,
apoyando sus manos a mis costados, comienza a apartarse―. ¡No!
―protesto cuando intenta levantarse―. No te vayas.
―No debería estar haciendo esto ―luce un poco culpable y eso
me hace sentir de nuevo muy mal, mis temores saliendo a flote―.
Me refiero a traicionar la confianza que tu padre deposita en mí al
permitirme estar aquí.
―¿Te ha dejado? ―Eso sí que me sorprende, daba por sentado
que era cosa de la tía Elina.
―Solo traerte y arroparte ―responde sus dedos jugando con los
mechones de mi pelo.
―Eso es lindo.
―Sí, pero he hecho más que eso.
―No tengo quejas. ―Mi comentario parece divertirlo, dejándome
ver ese lado tan relajado que adoro―. Uno más, ¿sí?
―Lena…
―¡Por favor! Uno pequeño.
Duda, pero se inclina de nuevo y mi lado malo se impone. Me
aferro a él, imprimiendo toda la intensidad que he contenido y,
aprendido de sus besos, sumerjo mi lengua dentro de su boca,
imitando lo que hace él. Gimo ruidosamente contorsionándome
debajo de su cuerpo, buscando no sé qué cosa. Un sonido ronco
brota de su pecho, que me dice todo lo que necesito, lo he tentado
lo suficiente para que me olvide de sus precauciones. Pronto somos
una extraña revoltura de manos y piernas que se mueven
frenéticamente.
―Eso no ha sido un pequeño beso ―jadea consiguiendo romper
el contacto.
―Wow ―suspiro―. Me gusta.
Sonríe, cautivando de nuevo mi corazón y haciéndome olvidar
todas las razones por las que no debería decir lo que estoy a punto
de declarar, lanzando lejos mis precauciones y el afán de no perder
la mente por él, aunque hace mucho que lo hice.
―Te quiero, Abiel ―susurro escondiendo mi cara en su cuello,
temiendo ver desconcierto, rechazo o algo más.
―Y yo a ti, pequeña ―contesta besando mi pelo y eso hace que
de nuevo me relaje, recuperando la confianza y determinación.
―¿Pequeña? ¡No soy pequeña! ―Mi hombre duro y serio de
siempre sonríe, antes de besarme de nuevo.
―Buenas noches, pequeña ―repite cubriendo mi cuerpo con la
sábana y sale tan rápido, que lo único que puedo hacer es dejar
escapar un chillido emocionado. No estoy segura de si aún sigo
soñando.
Tampoco deseo pensar en lo que ese desconocido ha dicho… sin
embargo, mi curiosidad sigue empujándome a saber la verdad, del
mismo modo que lo hace lo que siento por Abiel. Por esta noche,
solo pensaré en él y en esos besos tan intensos.
Armen (2)

―No creo que tengas nada de qué preocuparte ―escucho decir


a Danko, moviéndose hasta situarse a mi lado, frente al ventanal del
despacho principal―. Irina y Anisa no encontraron rastro alguno. Si
estuvieron aquí, se fueron hace bastante.
―Podrían ocultar su aroma. ―Su olor no es tan fuerte como el de
un vampiro, pero puede confundirse con el de un humano o un
animal si estos se encuentran en el mismo sitio o se relacionan.
―Parece que has olvidado que ya no tienen a quien se
encargaba de eso. Y sabes que Irina es una de las mejores
rastreadoras. ―Observo su cara queriendo comprobar sus palabras,
pero como siempre sucede cuando de él se trata, me encuentro con
una barrera y ninguno de sus pensamientos a la vista―. Entiendo tu
inquietud, pero… ―da un suspiro sacudiendo ligeramente la
cabeza, con la mirada puesta en el cristal―. Esa niña te ama y
durante estos casi dieciocho años, Gema y tú han sido unos
auténticos padres. Ninguna de sus acciones fue en contra de su
bienestar, ella tendrá que entender.
―A veces no resulta tan fácil entender los motivos de otros
―comento, recordando cuando tuve que confesar a Gema todo lo
que hacíamos en Jericó para mantener nuestra existencia y cómo
saberlo estuvo a nada de apartarla de mi lado.
―En ese caso ―murmura, una expresión burlona ocupando su
cara―, creo que puedes usar a Abiel. ―Ante su mención no puedo
evitar una mueca, que logra arrancarle una carcajada―. ¡Vaya! Y yo
que pensé que le estabas tomando cariño.
―Edin ―digo a modo de advertencia, pero su sonrisa no
desaparece.
―Por experiencia propia, puedo decirte que no es cómodo tener
a su familia sobre ti, pendiente de cada una de tus acciones,
creyendo que te aprovecharás. Tarde o temprano pasará, ya no es
una niña pequeña. Entiéndelo.
―Trato de tenerlo en mente, pero tienes que admitir que Abiel no
se ha comportado como lo prometió, lo viste.
―Ella está riéndose, se escuchaba feliz, no hizo nada que
hubiera que lamentar. Preocúpate por el hombre que la haga llorar y
no del que la haga reír. Abiel la adora, Armen y solo porque es
demasiado reservado, no significa que no esté entusiasmado y al
pendiente.
―Sin embargo…
―El pasado no se puede cambiar, doy fe de ello, pero el futuro
puede sorprendernos y te aseguro que hay grandes
probabilidades…
―¿De que la quiera? ―pregunto con aspereza, negándome a
llevar a mi hija por ese camino de desdicha que solo terminará por
envenenarla y amargar su vida, lo vi en Vasyl―. Lo que él siente
nunca podrá compararse a lo que tú, Haros, yo e incluso Alain
sienten por sus mujeres. Ellas son todo para nosotros, son parte de
nuestra existencia, nos complementan como ninguna otra podría.
Lena nunca podrá tener eso.
Golpea sus dedos en el borde del ventanal, aparentemente
reflexivo.
―No deberías perder la fe tan rápido…
―No lo hago, simplemente estoy exponiendo un hecho. Él no
podrá hacerla feliz completamente.
Nunca quise oponerme, al ver su emoción y la disposición de
Gema para ello, pero comienzo a cuestionarme si hice lo correcto.
Si las cosas llegaran a salir mal, Abiel no podría darle lo que ella
necesita, no podría comprenderla y darle consuelo. Eso es lo que
más temo.
―Entonces, ¿qué piensas hacer? ―cuestiona elevando una ceja,
su rostro una máscara cargada de severidad. Entiendo que su
vínculo con él le hace querer favorecerlo, pero no puedo compartir
su parecer―. A estas alturas, separarlos no es una opción que
debas permitirte analizar. Si llegaras a hacerlo solo la lastimarías
más y complicarías las cosas innecesariamente.
―No pienso hacer nada. ―Solo esperar, por mucho que no me
agrade.
―Deja que el tiempo hable, ellos parecen estar bien y te
garantizo que Abiel hará todo lo que pueda para hacerla feliz, está
esforzándose demasiado.
―Lo haces sonar como si fuera una obligación. ―Niego molesto
ante tal idea―. Tú entiendes lo que es amar y no es nada como
algo que requiera esfuerzo.
―No, pero no siempre suele ser sencillo. ¿Olvidas todas las
dificultades por las que pasaste?
―No, desde luego que no, pero todo fue con un claro propósito.
No puedo decir lo mismo de él.
―Entonces, te lo digo yo. A Abiel le importa Lena, más de lo que
pensamos.
―Sin embargo, si él llega a lastimarla, voy a arrancar su cabeza.
Te lo prometo.
Inesperadamente su postura se relaja y sonríe de lado, como si
mi amenaza le divirtiera. Y no debería.
―Había olvidado lo posesivo que eres, Armen. Memorable la
ocasión en que golpeaste a Irvin, solo por darle un pequeño golpe a
Gema.
―No fue un pequeño golpe y él sabía que no debía ni siquiera
tocarla.
―En ese caso, no debiste permitir que se expusiera, ¿no crees?
―Lo que creo, es que disfrutas esto.
―No como puedes imaginar ―admite sonriente―, tengo un par
de hijos y por eso intento mantenerme solo como espectador, por
muy complicado que resulte. Además, mi mujer siempre me lo
recuerda.
―Me gustaría hacer lo mismo que tú, pero…
―Te preocupas demasiado. El cariño verdadero se gana; lo que
tenga que ocurrir, pasará sin que ninguno de nosotros pueda
evitarlo. Simplemente hay que mantenerse alerta y saber actuar
sobre la marcha cuando llegue el momento.
Ambos guardamos silencio y volvemos el rostro hacia la puerta,
que tras unos instantes se abre, revelando el sonriente rostro de mi
hija.
―¡Hola! ―da su habitual saludo, entrando como una estampida
de alegría y energía―. Solo quería darte los buenos días y decirte
que te quiero ―dice antes de ponerse en puntas y depositar un
beso en mi mejilla―. Gracias ―susurra en mi oído antes de
apartarse―. No los interrumpo más. Hasta luego, señor. ―Mira a
Danko y se marcha.
―¿No te lo dije? Tu hija te quiere demasiado como para que un
pequeño secreto lo cambie. Yo diría que es casi imposible.
Ojalá esté en lo cierto. Ojalá.
Caden (7)

―¿Puedo saber qué estás tramando? ―susurro tomándola por


sorpresa, tan absorta ha estado en su labor, que no se ha percatado
de mi presencia y el salto que da lo confirma.
―¡Oye! Me asustaste ―se queja golpeando mi hombro, dejando
una mancha de harina en mi ropa―. Y no estoy tramando nada.
―¿Entonces? ―inquiero mirándola interrogante.
―Estoy aprendiendo a hornear galletas. ―Elevo una ceja,
esperando una explicación más detallada, que la hace soltar un
bufido y señalar la pequeña charola en la mesa―. Galletas, Caden.
¿Entiendes? Harina, huevo, mantequilla, que se hace masita y luego
lo pones en el horno.
―Sé cómo se hacen las galletas. Lo que no entiendo es cómo
alguien puede permitir que lo hagas.
―¡Oye! ―Esquivo su golpe, notando su disgusto. Lena es todo
un desastre, pero se ve tan infantil con el pelo ligeramente
despeinado y algunos rastros de polvo blanco en su cara. Parece la
misma niña con la que crecí.
―No seas malo con tu prima ―interrumpe la abuela, entrando en
la cocina―. Mira que se ha esforzado.
La miro dudoso.
―Solo para que lo sepas, ella me ha orientado en todo y han
quedado muy ricas, pero no te voy a dar.
―Claro que no ―concuerda mi abuela, tendiéndole una pequeña
canastilla que rápido llena con las piezas―. Ya tienen dueño.
―¿Abiel? ―aventuro, no necesitando demasiado para saber por
qué tiene esa expresión tan ansiosa―. ¿Planeas envenenarlo?
Lena me mira, dejando escapar un jadeo mitad sorpresa, mitad
malestar. Apenas consigo sofocar las ganas de reír.
―¡¿Por qué tienes tantas ganas de meterte conmigo hoy?!
―exclama mirándome acusadoramente―. ¡No te voy a dar!
―Ya lo dijiste.
―Pero ahora va en serio. No te daré ni una.
No es que realmente quiera hacerla enfadar, porque nada me
complace más que verla tan radiante y feliz; sin embargo, Josiah ha
expresado su preocupación por su inconstante estado de ánimo.
Recuerdo que cuando solía reñirla intencionalmente, eso siempre
cambiaba su humor. Además, el mal genio de Lena dura demasiado
poco.
Despeino su cabello, consiguiendo una protesta en forma de
chillido y varias quejas hacia la abuela, que nos mira con una
sonrisa discreta.
―No le hagas caso y mejor llévalas antes de que se enfríen.
―Los vampiros no comen… ―Su pequeño pie impacta en mi
espinilla, haciéndome doblarme instintivamente, para darle
dramatismo―. ¿Me pegaste?
―Te lo ganaste. ¡Malo! ―Se despide de la abuela con un beso y
se va, toda orgullosa y molesta. Espero hasta que el sonido de sus
pies desaparece y me río, la abuela uniéndose a mí.
―Pensé que el autor de las travesuras era Josiah.
―Para con Lena, siempre fui yo. ―Le guiño un ojo―. Solo
guarda el secreto, abuela, ya que para la ciudad tengo que ser el
chico responsable.
―Sé que la quieres y que no lo haces de mala fe ―asegura, su
brazo rodeando mi cintura, su cabeza descansado en mi pecho―, si
no fuera así, te habría jalado las orejas hace mucho.
―Lo sé.
―¿Quieres una galleta? ―La miro dudoso, haciéndola reír.
―Estas son diferentes ―asegura con una mirada divertida.
―Las hiciste tú.
―Sí y no. La masa la preparó Lena, pero las suyas tenían un
ingrediente distinto.
―¿Sustituto?
―Ajá. ¿Cómo lo has descubierto?
Por el ligero olor a sangre que percibí al entrar, pero me encojo
de hombros.
―Intuición. Esa chica haría cualquier cosa para complacerlo.
―No se trata solo de complacerlo y no te engañes pensando que
Lena es una chica superficial, he visto sus ojos y en ellos hay
verdadero amor. Como también en la mirada de cierta jovencita.
¿Alguna idea?
―Eso creo.
―¿Y entonces? ¿Qué esperas?
―Por ahora, espero asumir el mando de Jaim y asegurar el
bienestar de todos. Es mi prioridad. ―Para lo que he estado siendo
preparado tantos años.
―Eres un buen líder, demasiado responsable y desinteresado,
pero ella no esperará por siempre. Déjame decirte que hay varios
chicos poniendo sus esperanzas en alguien tan amable y bonita.
―Dame los nombres y yo me haré cargo ―digo
sorprendiéndome incluso a mí mismo, pretendía que sonara a
broma, pero mi voz ha salido con más dureza de lo que pretendía.
―¿Cómo es eso? ―pregunta mirándome preocupada, pero
sonrío aligerando mi declaración.
―Extendiendo sus horas de trabajo, por supuesto, eso no les
dejará tiempo para ver a mi Elise.
―Tuya. ¿Ella sabe que te tiene? ―Su frente se tensa ante mi
silencio―. ¿No? Entonces asegúrate de que lo sepa, no quiero
volver a ver un corazón roto por ser tan confiado y torpe.
―¿Por qué lo dices? ―pregunto confundido, obteniendo una
sonrisa melancólica y misteriosa.
―¡Ah, nada! Cosas que vemos los viejos.
―Descuida, lo haré a su tiempo.
―A veces, nuestro tiempo no coincide con el de los demás. No lo
olvides ―murmura empujando un pequeño plato con galletas―.
Deberías llevarle algunas.
Elina (5)

―¡Qué bonito es estar enamorada! ―exclamo, ganando miradas


reprobatorias por parte de Gema y Anisa, no así de Mai e Irina, que
esconden una sonrisa. Lena levanta la cabeza de su plato y nos
mira confundida, sus mejillas tiñéndose de un ligero color rosa―. No
nos has contado lo que pasó con Abiel.
Ella mira a Gema, que le da una mirada condescendiente.
―Nada malo, tía. Te lo aseguro.
―Qué lástima. Yo pensé…
―Elina ―reprende Gema, no conteniéndose más. Yo me
esfuerzo por no reír. Disfruto sacando a todo el mundo de quicio.
―¿Qué? Solo iba a decir…
―Podemos darnos una idea ―gruñe Anisa, mirándome con
disgusto.
―Bueno, ya que no quieren hablar de eso, estaba pensado que
deberías hacer algo para entretenernos.
―¿Qué sugieres? ―pregunta Mai, luciendo emocionada. Claro,
por aquí no hay mucho que ver, ni hacer y siempre se aprecia algo
que salga de la rutina.
―Puesto que nuestros hombres siempre andan ocupados, creo
que podríamos hacer una competencia.
Todas se miran entre ellas, sin darse una idea.
―Paso, tus ideas son muy malas ―murmura Anisa, luciendo
aburrida. Le doy una radiante e inocente sonrisa, que le hace
entrecerrar los ojos, con cierta sospecha.
―Esta es muy buena ―me incorporo sacudiendo mi vestido y
comienzo a caminar hacia la puerta de la sala―. Síganme y lo
verán.
Con renuencia, todas terminan entrando a una de las salas de
entrenamiento, eso me hace ganar algunas miradas emocionadas y
otras expresiones no tanto.
―¿Qué es esto? ―inquiere Lena, mirando todo el sitio, que en
lugar de ser un espacio despejado y con colchonetas para
combates, tiene complicados obstáculos de toda clase. Cuerdas,
redes, bloques de madera y roca, todos separados del piso. A
simple vista no parece tan complicado, pero no es la mejor parte de
esto.
―Es una pequeña competencia para poner a prueba nuestras
habilidades de equilibrio. ―Y combate.
―Vas a perder ―dice Anisa sonriendo con malicia.
Eso no me hace dejar de sonreír. Ciertamente no es mi fuerte,
pero cómo me divertiré.
―Ya veremos. Se trata de llegar hasta el otro extremo, pero…
―Levanto uno de mis dedos, haciendo énfasis―, antes de hacerlo,
tienen que asegurarse de ser la única que se mantenga en pie.
―Señalo el piso, que se encuentra cubierto por pinturas de varios
colores―. Quien caiga, queda eliminada.
―¿Hay reglas? ―pregunta Irina, más que emocionada,
flexionando sus brazos―. ¿Restricción?
―Ninguna. Pueden usar lo que quieran, escudos, espadas,
cuerdas, lo que prefieran.
―¿Cuál es el premio?
―Uno muy grande. Que les diré una vez que sepa quiénes
participan.
―Yo ―dice, sin dudar, Irina.
―Yo también. ―Desde luego que Gema no me fallaría.
―No hay nada que tengas que me interese ―gruñe Anisa.
―Quizás, pero ¿acaso no quieres ganar?
―Lo haré.
―¡Genial! ―Aplaudo emocionada―. ¿Lena? ¿Mai?
―No soy buena, pero… estoy dentro ―asiente Mai. Esta será la
primera vez que vea sus nuevas habilidades, espero que Edi no se
enoje cuando se entere, si es que no lo sabe.
―Yo también. ―Miro a Lena, más que complacida con su
participación.
―Perfecto. Ahora les diré el primero, no pueden retractarse,
¿entendido? Si lo hacen, estarán eliminadas automáticamente.
―Todas parecen conformes a la espera de mi anuncio.
―¿Interrumpo? ―Todas nos giramos para ver a Kyla, la hija de
Reus, que se encuentra debajo del marco de la entrada, mirándonos
con curiosidad.
―Llegas justo a tiempo ―aseguro indicándole que se acerque―.
Ella también participará, ¿verdad? ―La chica parece confundida―.
Te aseguro que quieres participar, ya que el premio será un beso de
todos nuestros hombres. Claro, si ganas.
Todos los ojos se centran en mí, ninguna de ellas parece tan
emocionada, como lo está Kyla, que de pronto parece más que
entusiasmada con la idea. ¡Esto será maravilloso!
Danko (5)

«Edi, creo que es mejor que vengas», la voz de Mai hace


desaparecer a las que me rodean y de inmediato me concentro solo
en ella. Lo primero que percibo es que no hay nada que indique
tensión o preocupación, se trata más de un toque de diversión y
cierta inquietud que definitivamente están relacionadas con Elina, ya
sospechaba que algo planeaba cuando la vi esta mañana antes de
salir y se mostró tan sonriente.
«Estoy en camino», le hago saber, complacido en parte con el
hecho de poder verla antes de tiempo y no esperar el par de horas
que estaba planeado.
―Caballeros ―interrumpo, captando su atención. Esta es una de
las tantas reuniones de cortesía que se celebran con el Consejo de
la ciudad, con los miembros que aún siguen activos, ya que después
de todos estos años algunos han optado por confiar en mis acciones
y dedicarse a sus asuntos―. Debo retirarme. Si surge alguna
inquietud, no duden en hacérmelo saber. Con su permiso.
Armen, Uriel y Jensen imitan mi acción y me siguen de inmediato,
en tanto que Josiah se escabulle claramente no dispuesto a volver a
la residencia y no necesito preguntar para saber a dónde se dirige y
quién le espera. No puedo reprenderlo, hasta el momento ha
cumplido con todos sus deberes, más que preparado para asumir el
cargo; además, yo sé lo que es perder la cabeza por una mujer, no
puedo culparle.
Sonrío, al recodar cuando era yo a quien no le importaba tener
que cruzar los muros, aunque fuera solo para verla dormir. Aún lo
hago, nunca podré tener suficiente de Mai.
―¿Qué ocurre? ―pregunta Haros, colocándose a mi costado,
dando una mirada alrededor, asegurándose de que nadie nos
escucha o presta atención―. ¿Problemas?
―Supongo. Se trata de Elina. ―Hace una ligera mueca. No
tengo nada más que agregar para que comprenda de qué va esto.
Creo que a todos nos preocupan más sus locuras, que el
avistamiento de impuros. Últimamente le ha dado por volver a hacer
de las suyas y con Lena siguiéndole, es imposible.
―Quien ha decidido incluir a nuestras mujeres ―informa Armen,
y su expresión relajada me hace saber que está al tanto de lo que
ocurre y también que no le preocupa demasiado lo que se trae entre
manos. Debería, con esa mujer nunca se sabe.
―Pareces muy confiado, Armen ―murmuro queriendo ponerlo a
prueba. Se encoge de hombros, mirando a Jensen, que arruga la
frente, claramente sin entender del todo lo que ocurre, tal como
Haros.
«¿Qué has hecho, Elina?».
Su risa llega a través de sus pensamientos, pero eso es todo lo
que consigo. No puedo estar seguro de que me agrade lo que
planeó, a pesar de que ni a Mai o Armen les preocupe. Ya veremos.
Elina (6)

Sonrío divertida con la pregunta mental de Edi y el hecho de que


ahora nuestros hombres piensan unirse.
―No creo que debas hacerlo ―Lena mira preocupada a Kyla,
quien se vuelve directamente hacia ella―. A ti no te gustan las
actividades físicas y ellas son más que expertas.
La chica le dedica una pequeña sonrisa, desde luego que no
estaba al tanto de esto, pero no ha dudado en seguirme la corriente.
Y es que ella es solo un ingrediente más para aumentar lo
interesante del asunto, porque como ha dicho Lena, Kyla no es
alguien que disfrute de confrontaciones.
―Será interesante ―responde, su figura tan pequeña y de
aspecto tan débil como la mía, pero con esa belleza sobrehumana
que nos caracteriza. Ignoro si tiene al menos un poco de habilidades
de defensa, pero eso no parece preocuparle, creo que estará bien.
Anisa es la única que podría golpearla, pero estoy segura de que ya
tiene un blanco en mente.
―Ella no tiene pareja ―señala Lena, con aire pensativa, no
luciendo tan consternada como lo hacen Gema o Anisa, a quienes
no parece gustarles en lo mínimo mi genial idea.
―Puede ser su padre o alguno de sus escoltas, son bastante
guapos.
―Estás loca ―la mirada furiosa de Anisa encuentra la mía. Me
encojo de hombros, disfrutando demasiado esto como para dejarlo
pasar.
―¿Tienes miedo? ¿Dónde está toda esa confianza que tanto
presumes? ―la provoco luciendo confiada―. Muchas veces dijiste
que podrías ponerme en mi lugar, si quisieras, pero supongo que no
estás tan segura…
Estira los brazos, moviendo la cabeza a los lados, su expresión
luciendo tensa pero determinada. No esperaba menos de su parte:
ama los retos.
―No vas a tocarlo ―advierte con un siseo dirigiéndose a los
vestidores. ¡Está dentro!
―Dijiste que no podemos negarnos, ¿verdad? ―Mai ladea la
cabeza, mirándome interrogante. Sonrío inocentemente y asiento.
―Ajá. Quien lo haga, automáticamente pierde.
―A cierto vampiro no le gustará, pero tan mal no suena ―dice
Irina desapareciendo por donde lo ha hecho Anisa. Sabía que no se
resistiría. Hace bastante que no tenemos algo como esto, que
implique arriesgarse.
―Supongo que no tenemos opción ―afirma Mai, mirando
alternativamente entre Gema y Lena. Esta última no luciendo tan
segura ahora que ha visto que todas parecen tomárselo en serio y
son más que conscientes de sus habilidades de lucha, pero desde
luego que está dispuesta a pelear por evitar que alguien toque a su
pareja.
No existe mejor incentivo para una mujer enamorada que
proteger los labios de su hombre. ¡Soy genial!
―Estás olvidándote de algo. ―Anisa regresa, vestida con un
traje de combate. Un conjunto oscuro que se adhiere a su cuerpo y
la protege de heridas; sus manos trabajan su cabellera,
envolviéndola en un apretado nudo en lo alto―. ¿Quién será el
juez? No confío en ti.
Como si lo hubiera invocado, Alain ingresa acercándose a mí.
―Alain, por supuesto. ―Él deja escapar un suspiro resignado,
sabe que haré lo que sea para mantener esa sensual boca a salvo,
pero que debo actuar de modo despreocupado―. Y para evitar
favoritismos, también tendremos público.
Doy un aplauso, llamando a algunos de la guardia que están en
descanso en este momento. Entran perfectamente ordenados
colocándose junto a la pared. Definitivamente Edi va a querer
matarme, no solo por jugar con su mujer, sino también por disponer
de sus hombres y del lugar, pero seguro se le pasará.
―¿Sabes lo que ha apostado? ―Anisa mira fijamente a mi
hombre, quien asiente con una sonrisa disimulada―. ¿Y no te
importa?
―Confío en ella.
―¡Por eso te quiero tanto! ―exclamo tomando su rostro y
dándole un beso en los labios.
―No vas a tocar a Pen ―advierte mirándome molesta―. Y tú no
deberías solaparla.
―Eso no puedes saberlo y, como Alain ha dicho, confía en mí.
¡Hora de prepararnos!
Alain (1)

«Eres terrible», digo viéndola dirigirse a los vestidores con una


enorme sonrisa, seguida por Gema, Mai, Lena y la otra chica. «Igual
me amas, no lo niegues». Sonrío, desde luego que lo hago.
―No parezcas tan feliz ―gruñe Anisa, dirigiéndome una mirada
molesta―. Voy a ganar.
Levanto las manos, en son de paz.
―No he dicho lo contrario.
―Déjalo tranquilo ―comenta Irina, quien, a unos metros de
nosotros, se dedica a realizar flexiones―. Mira que, si ganas,
podrás darle un beso, ¿no?
―No me interesa ―Anisa resopla, acercándose a donde
comienzan los obstáculos, los observa con detenimiento,
probablemente trazando la ruta más segura para cruzar. No es
demasiado complicada, el verdadero problema será enfrentar a las
demás y hacerlas caer.
―¿Qué es esto? ―Observo entrar a Armen, Pen, Haros y Danko,
este último mirando con reproche a los guardias y también a mí.
―Una competencia ―les hace saber Irina, dedicándole una
sonrisa a Uriel, que de pronto no parece tan tranquilo como cuando
llegó―. Es solo de chicas.
―Sí, apostando un beso de su hombre ―masculla Anisa,
cruzándose de brazos.
―No pongan esas caras ―Elina aparece―, es solo un pequeño
besito y no pueden intervenir o quedarían descalificadas. Así que
mejor les echan porras y confían en sus habilidades.
―¿Por qué no me sorprende que estés siguiéndole la corriente?
―murmura mirándome, sacudiendo la cabeza.
―Déjalo en paz, Edi, él es el juez y no debes molestarlo. ¿Listas,
chicas? Es hora de que defiendan el honor de sus maridos.
¡Siempre quise decir eso! ―Reprimo las ganas de reír ante sus
ocurrencias, porque soy consciente de que no todos comparten mi
sentir.
Todas se colocan en una línea, en el borde de los obstáculos, no
sin antes mirar a sus respectivas parejas, excepto Lena y Kyla.
«Deséame suerte y no te enojes conmigo si pierdo», pide
guiñándome un ojo.
«Nunca podría», aseguro.
―¡Comiencen! ―exclamo, al instante todas dejan de tocar el piso
y abordan el entarimado.
Algunas han optado por sostenerse de cuerdas, colgando como si
no tuvieran problemas, otras han preferido usar los pequeños tubos
y vigas, ya sea usando sus pies o manos. Se contemplan un
momento, antes de moverse.
Como esperaba, Anisa va directo sobre Elina, quien dando un
giro usando de apoyo una de las barras, la esquiva; aprovechando
el impulso golpea sus piernas, intentando desequilibrarla, pero sin
conseguirlo. Se recupera demasiado rápido, su puño buscando su
rostro, y tampoco logra impactar. Ambas son rápidas, aunque Anisa
sea más contundente en sus golpes; ella lo sabe por eso está
tratando de tocarla y hacerle perder el equilibrio. Afortunadamente,
Elina es demasiado escurridiza y astuta para leer sus movimientos.
No demasiado lejos de ellas, Gema e Irina se enfrentan. Ellas son
menos agresivas, pero no por ello menos impresionantes. Su
velocidad es mayor, así como su agilidad para evadirse y atacar.
Lena se mantiene expectante, ya que Mai ha ido por Kyla, quien a
pesar de que tiene a una oponente moderada, tiene problemas para
esquivar. Su brazo se enreda con unas cuerdas, cosa que Mai
aprovecha, pero falla, su rodilla golpea una de las vigas… Un
pequeño estruendo y el grito de la chica se escucha antes de que
termine bañada en pintura morada.
―Kyla está fuera ―anuncio, a pesar de que no sea necesario.
Todos la hemos visto caer.
―Lo siento ―murmura Mai, antes de desviar su atención hacia
Lena, que cambia de posición, preparándose.
Antes de que puedan moverse alguna de las dos, Irina cae,
llevándose consigo no solo a Gema, también a Mai, que las mira
con confusión.
―¡¿Qué demonios?! ―maldice Uriel, totalmente sorprendido.
Hasta el momento todos se mantenían en silencio, atentos.
―Lo hizo intencionalmente ―opina Danko, negando.
Las tres se arrastran hasta salir, son una mezcla de verde,
amarrillo y azul. Una visión bastante peculiar.
―Perdí ―dice Irina tocando a Uriel, quien hace una mueca, pero
no evita ser manchado de pintura.
Mai y Gema se acercan a sus parejas, volviendo a centrarse en
las tres figuras que permanecen aún.
―Eres una tramposa, ¿lo sabías? ―acusa Anisa.
―Lena no intervendrá, esto es entre tú y yo.
Anisa gruñe, arrojándose sobre Elina, dejando de lado toda
precaución o contención. Arranca cuerdas y barras que entorpecen
sus movimientos, en un intento de darle alcance, pero ella se
mantiene a distancia.
Anisa da un salto por encima de su cabeza y, sin que lo espere,
se mueve hasta quedar detrás de ella. ¡Mierda! Su pierna golpea su
cadera, pero antes de que pueda repetir el ataque, una ráfaga de
aire golpea el rostro de Anisa. Se tambalea, antes de ser arrastrada
hasta que su espalda golpea el suelo.
―¡Eso es trampa! ―grita apuntándola con el dedo. Elina se limita
a sonreír.
―El viento es parte de mí, no es trampa. ―Mira a Lena, quien se
mantiene alerta―. Golpéame ―pide. Ella duda, pero empuñando su
mano, golpea su pecho, sin oponer resistencia alguna, Elina se
precipita, cayendo de pie―. ¡Estoy fuera! ―Inclina ligeramente de
cabeza y Lena rápidamente se pone en movimiento, consiguiendo
llegar del otro lado.
―Lena es quien ha ganado ―expreso a pesar de la molestia de
Anisa y la diversión de Elina.
―Supongo que es mejor que hubieras ganado tú ―murmura
Anisa.
―La próxima vez deberían hacerlo ustedes…
―Ni lo pienses ―gruñe Uriel.
―No ―niega Armen.
―De ninguna manera ―Danko advierte. Ella se ríe, colgándose
de mi cuello. Por mucho que quieran mostrarse molestos, estoy
seguro de que todos disfrutaron un poco de ella.
―Entonces ―Lena se acerca a nosotros, luciendo insegura―,
¿debo besarlos a todos?
―Desde luego, cariño. Excepto a tu padre, a él puedes darle uno
en algún lugar permisible.
―Debería prohibirte organizar este tipo de cosas ―comenta
Danko.
―No pueden negarse, fue lo que acordamos.
―Lo primero es cambiarnos.
―¿Saben dónde está Abiel? ―Todos intercámbianos miradas.
―Está un poco ocupado, pero vendrá más tarde. Como ha dicho
tu madre, primero debemos limpiarnos y cambiarnos.
En medio de protestas y provocaciones por parte de Anisa e Irina,
se dirigen todas a los vestidores. Aunque se ha esforzado en crear
esta distracción, Lena parece haberse dado cuenta de que algo no
está bien con Abiel.
―¿No se lo han dicho? ―Uriel inquiere, mirando a Danko y a
Armen. Desde luego que no lo han hecho, ni siquiera Elina.
―No creo que sea conveniente.
―Ella querrá verlo y se dará cuenta.
―Depende de nosotros que no lo haga, además, es algo muy
personal.
Abiel (5)

Los últimos rayos del atardecer asoman detrás de la montaña,


iluminando la desgastada roca que hace algunas horas solo
sobresalía ligeramente entre las hierbas que la rodeaban. Parece
mentira que haya trascurrido tanto tiempo desde la última vez que
estuve aquí, más de veintitrés años para ser más precisos, fue
cuando estuvimos ambos, Irvin y yo, venerando su recuerdo,
cuando él admitió abiertamente lo que había ocurrido entre ellos.
Negar que estuve resentido desde ese momento, no es posible.
Ciertamente sigo estando un poco dolido, por el modo en que
traicionaron mi confianza y sobre todo mi cariño. Eran las personas
más queridas y apreciadas después de mi creador. Especialmente
ella: me enseñó que, a pesar de mi cambio, podía permitirme sentir,
desarrollar afecto por otros y ser alguien que solo seguía órdenes.
Siempre lo supe, aun cuando fingí ignorancia por temor a perderlos
y justamente por esa razón en muchas ocasiones estuve tentado a
dejarla libre, para que pudiera estar con él, sin embargo, no lo hice.
Nunca comprendí su forma de pensar y mucho menos de actuar,
decía amarme, pero cuando sus ojos se posaban sobre él,
expresaban el mismo sentimiento. Más de una vez cuestioné su
proceder, con la firme creencia de que era imposible amar a dos
personas distintas; no obstante, hoy puedo decir que mi opinión ha
cambiado drásticamente y ya no estoy tan seguro de que no sintiera
lo que juraba.
Como quiera que sea, continúo pensando si no le hubiera
gustado más estar aquí, a su lado, para que no estuviera sola. Por
desgracia, la muerte de Irvin fue totalmente inesperada y en ese
momento las cosas eran demasiado complicadas como para haber
trasladado su cuerpo hasta este lugar. Pero como solía decir, no
existen obstáculos cuando el corazón desea alcanzar al ser amado.
Así que supongo que están más cerca de lo que puedo imaginar.
Irvin era como un hermano, jamás habría sido capaz de alejarlo de
ella, porque sabía cuánto daño iba a causarle.
Arranco los restos de hierbas, despejando el pequeño espacio,
hasta que está completamente libre, dejando visible la tumba.
Amaba las montañas, la vista y el viento que caprichosamente
despeinaba su cabello. Jamás olvidaré todas esas veces que
dejamos la ciudad para cumplir sus deseos, sin importar la
reprimenda. Nunca temió: tenía la certeza de que siempre íbamos a
protegerla y así fue hasta el último día en que sus ojos se cerraron y
su corazón dejo de bombear.
Apoyo la rodilla en la tierra, mi mano sujetando el borde de la
improvisada lápida, donde aún se puede leer la leyenda que
grabamos a mano: Amada y recordada por la eternidad.
Siempre lo será, a pesar de todo, aunque su corazón era de
ambos, pero al mismo tiempo de ninguno.
―Estoy confundido, Lucie. Siempre he sido fiel a mis promesas,
siempre, y justo por eso es que no puedo estar tranquilo.
Especialmente en estas fechas, cuando tu vida se extinguió. En
aquel momento, no dudé en jurar que serías la única mujer a la que
amaría y que nunca te olvidaría, sin embargo, ahora está ella. Está
Lena.
Son tan opuestas. Lena es luz, alegría, inocencia y bondad, no
hay resentimiento en sus ojos, solo tristeza. La cual quisiera borrar,
pero entonces recuerdo sus palabras, su mirada suplicante y me
encuentro en un conflicto.
Las puntas de mis dedos recorren las letras, de nuevo,
recordando mi juramento y también todo lo que ella significó para
mí.
―Te amé, eso nada lo cambiará y, a pesar de todo, seguirás
teniendo un lugar especial, pero… es hora de liberarte. Tal vez sea
la última vez que te visite, espero lo entiendas.
Si quiero comprometerme de verdad con Lena, debo poner fin a
lo que una vez sentí por Lucie, aunque su recuerdo y presencia me
persigan.
Lena (24)

Miro impaciente a Azura, quien rehúye mis ojos y se muerde


nerviosamente el labio, debatiendo si debe responder mis
preguntas.
―Por favor ―suplico de nuevo, poniendo mi mejor expresión
esperanzada.
―No debería decir nada. Si alguien se entera…
―Aquí nadie escucha ―aseguro mirando alrededor de la
pequeña cúpula privada del tío Danko―. Por favor.
Suspira, dejando caer los hombros. ¡Sí! Todo el mundo ha fingido
ignorancia respecto a Abiel, restándole importancia a mis preguntas.
Algo ocurre y nadie lo quiere admitir.
―Está bien. Pero si alguien me pregunta…
―Tú nunca me dijiste nada. Lo sé. ―Eso parece convencerla, y
se acerca más, echando un vistazo de nuevo a la puerta.
―En estas fechas, siempre solía salir de la ciudad, pero dejó de
hacerle hace algunos años.
Eso explica por qué nunca lo noté, aunque como siempre estaba
en el muro o acompañando al señor Danko, podría haberlo hecho y
no darme cuenta.
―¿A dónde va?
―Ignoro el lugar preciso, pero sí sé el motivo, aunque… tal vez…
―Dilo ―presiono antes de que cambie de parecer.
―A la tumba de Lucie. ―Escuchar su nombre es como recibir un
baño de agua helada―. Es su aniversario luctuoso.
De todas las cosas que pasaron por mi mente, nunca estuvo esta.
Llegué a pensar que de nuevo intentaban poner distancia entre los
dos o que le había asignado una excursión peligrosa y temían que
me molestara, pero no, no era nada de eso.
―¿No se supone que las criptas se encuentran debajo de la
ciudad? ―balbuceo mirando la pequeña ventana que se encuentra
al fondo de la estancia, intentando no demostrar mi conmoción. Es
un poco tonto, no debería seguir afectándome, pero lo hace y no
puedo evitarlo.
―Sí, pero a petición de él y de Irvin ella fue sepultada fuera.
Aunque en ese tiempo, solo se depositaban los restos de los
fundadores o sus sirvientes más apreciados.
―Entiendo.
Las dos nos giramos al escuchar la puerta abrirse.
―¡Aquí están! ―la tía Elina mira fijamente a Azura, quien con
una inclinación sale rápidamente, dejándonos solas―. ¿Todo bien?
―inquiere caminando lentamente hacia mí. Sacudo la cabeza, aún
asimilando lo que acabo de descubrir.
El aniversario de su muerte.
Por eso él no está, por eso no me ha buscado desde ayer, por
eso se mostró tan ausente y distante los últimos días. Es un poco
frustrante: cuando creo que las cosas irán mejor, parece que
retrocedimos casi al punto de partida. Me he esforzado por no
presionar, por no resultar demasiado abrumadora o demostrar
cuánto quisiera que avanzáramos, pero no ha funcionado.
―¿Por qué no me lo has dicho? ―reprocho sin ocultar lo dolida
que me siento. Ella siempre ha intentado ayudar y ser sincera. De
mis padres puedo entenderlo, no quieren intervenir para bien o mal.
―Porque no cambia nada entre ustedes.
Desvío la vista, fingiendo que no me afecta. Han pasado tantos
años y él aún la recuerda, preserva las memorias que compartieron,
lo que dice mucho al respecto. No la ha olvidado, porque realmente
no lo desea. Comienzo a creer lo que todos dicen, solo pueden
amar una vez y para siempre.
Puedo entenderlo incluso aunque esa parte rebelde de mí muera
de celos y duela. No puedo simplemente pretender ocupar su lugar
y que desaparezca, para que sea solo mío.
―Lena…
―¿Debería cobrar mis premios? ―Le sonrío queriendo desviar el
tema y evitar derrumbarme. Tira de mi brazo, estrechándome contra
ella.
No me resisto, aunque no ayuda demasiado con mi control. Estoy
empezando a cansarme de aparentar que nada ocurre, cuando no
es así. Odio sentirme de ese modo.
―Él te quiere, te lo aseguro, pero…
―¿Puedo comenzar por Alain? ―interrumpo no cediendo al
drama―. Dijiste que sin importar dónde sea el beso, los pondré en
un apuro, ¿no?
Retrocede, asintiendo con un movimiento de cabeza, permitiendo
mi intento de cambiar el tema.
―¿Sabes? Tal vez debimos invitar a ese chico que muere por ti.
―¿Klaus?
―Sí, ese. Le habría encantado, ¿verdad? ―Aunque en un
momento pensé usarlo para darle celos a Abiel, lo aprecio
demasiado como para herirlo de esa manera, especialmente porque
yo conozco un poco sobre los sentimientos no correspondidos y las
falsas esperanzas.
―Se habría emocionado y hecho ilusiones, pero esa no es la
idea, ¿correcto? ―Sonríe―. Entonces, ¿esperamos hasta la cena o
lo hacemos ahora? ―Me mira fijamente. No me gusta la compasión
en sus ojos y la evidente lástima que siente por la situación.
―Creo que he cometido un error, pequeña. ―Su mano aferra la
mía―. Estás sufriendo y no deberías hacerlo. El primer amor debe
ser maravilloso, no doloroso.
―Los sentimientos no pueden controlarse.
―No, no pueden, pero… a veces es necesario sepultarlos, para
evitar dolores de cabeza.
Me encojo de hombros.
―Sabía que esto podría pasar y acepté correr el riesgo. Estoy
aprendiendo a lidiar con ello.
―No deberías, no es correcto ―dice muy seria―. En algún
tiempo estuve en tu lugar, aferrándome a algo que era un espejismo
y que me lastimaba. Y puedo darme cuenta de que lo estás
haciendo en este momento, enmascarando tu sentir bajo esa
sonrisa, ese es el peor error que puedes cometer. No importa lo que
digan los demás, llorar, gritar, no expresa tu falta de madurez, sacar
todo lo que sientes ayuda a liberar el alma.
―Tengo diecisiete años, en dos días cumpliré dieciocho, puedo
permitirme un par de años más de intentos. Antes de tomar una
decisión, ¿no crees? ―Hace una mueca―. Me gustaría decir que
tengo la certeza de que es una causa perdida, pero… a veces él me
mira de un modo que me hace olvidar cómo se respira; otras es
tierno, dulce y sobre todo protector. Sin dejar de lado esa sonrisa
que le hace lucir tan humano, tan guapo. Me hace sentir que vale la
pena.
―Eres muy inteligente, cariño ―susurra tocando mi mejilla―. Ya
veo por qué esos padres tuyos te han dejado llevar las cosas a tu
modo.
―Fingen hacerlo, pero sé que siempre están al pendiente, que se
preocupan. Esa es otra de las razones por las que me doy cuenta
de que si las cosas no funcionan tendré que hacer una retirada
limpia, sin mucho drama, por el bien de todos.
―Nadie te juzgaría y Edi se encargaría de que Abiel no pagara
los platos rotos, de eso debes tener la seguridad.
―Es bueno saberlo. Ahora será mejor volver con ellos, ya nos
ausentamos demasiado.
―Sí. Volvamos. ―Engancha su brazo al mío y me conduce por el
pasillo, hasta la sala principal, donde todos se encuentran
conversando en su mayoría sobre nuestra pequeña competencia.
Ya no me siento tan emocionada como antes, pero me esfuerzo
por no mostrarlo.
―Todos los preparativos están listos ―asegura Irina con una
enorme sonrisa―. La guardia estará en sus puestos, rolando turnos
para que ellos también puedan permitirse divertirse un poco. Es una
celebración que nadie debe perderse.
―Bien pensado ―concuerda mi tía Elina, rápidamente
integrándose en la plática.
―Desde luego. No siempre se cumplen dieciocho, ¿verdad? ―Mi
madre me mira y asiento, con una pequeña sonrisa. Ella siempre
buscando incluirme, aunque lo más importante es el hecho de que
Caden y Josiah asumirán el mando de ambas ciudades.
֍
Escabullirme de la sala no es cosa sencilla, especialmente
porque mi padre mantiene su atención en mí, pero lo he logrado.
Abrigada por las primeras sombras de la noche, camino por el muro,
mirando constantemente a la lejanía. Sé que no engaño a los
guardias, pero ninguno me presta atención, ni a mi fallido disfraz,
una capa oscura con capucha, e intentan mantener la mayor
distancia posible. Estoy segura de que pueden percibir mi corazón
delator y ante eso no puedo hacer nada.
Me acomodo en el borde mirando de nuevo el alrededor, hasta
que me aburro. Un pequeño movimiento capta mi atención, mi
corazón se acelera, pero tan pronto como lo hace se paraliza.
―Tú ―susurro viendo ese par de ojos miel, que brillan en la
oscuridad.
Josiah (7)

Mis dedos juegan con algunas hebras sueltas de su pelo, me gusta


hacerlo, es inigualablemente suave, además, tiene impregnado su
aroma, así que no me resisto a acercarlas a mi nariz y aspirar
profundamente. Su risa me hace abrir los ojos, encontrando fijos los
suyos en mí, evidentemente divertida por mi extraña acción y
disfrutando del momento que acabamos y continuamos
compartiendo. Este lugar en un inicio me parecía inadecuado, pero
no puedo discutir que resulta bastante relajante y desde luego
solitario. A pesar de toda la seguridad que existe entorno a las
ciudades, son pocos los que tienen libertad para dejar los muros.
―Algo te preocupa ―murmura Airem, su sonrisa completamente
extinta, sustituida por la inquietud―. ¿Es el impuro que acabo de
eliminar? ¿O sigues pensando que no debo arriesgarme de ese
modo? ―Se mueve entre mis brazos, apartando de mi alcance sus
cabellos, pero apoyando su barbilla sobre mi pecho, que permanece
desnudo, como el resto de nuestros cuerpos, únicamente ocultos
por mi abrigo y camisa―. ¡Por favor! Tú lo viste, soy mucho más
rápida que ellos, no podrían ni siquiera rozarme.
―No dudo de tus habilidades ―aseguro descartando su
inquietud. Suspira, la tensión desapareciendo de su cuerpo.
―Supongo que debes informar de su presencia, aunque ya no
sea una amenaza. ―Desde luego que lo he hecho, pero tal como lo
pensé, mi padre considera que no es algo que deba poner alerta a
los demás. Un solo impuro no es capaz de causar verdaderos
problemas, especialmente si se encuentra tan débil como el que ha
eliminado Airem.
―Es raro encontrar uno después de tanto tiempo ―expreso en
voz alta, mis manos sobre su espalda―. Demasiados años. ―Y esa
es la verdadera cuestión, ¿Dónde estaba hasta ahora? Raro.
Aunque tampoco es demasiado relevante.
―Es raro ―confirma reflexiva―, pero no demasiado
sorprendente como para que debas preocuparte. Esas cosas eran
cientos y por lo que sé, fue imposible tener la certeza de haberlos
exterminado a todos, ¿cierto? Por algo se mantienen los muros.
―Así es.
―Aunque… ¿Temes que podrían aprovechar las reparaciones de
Jaim? ¿Crees que es eso?
Sonrío, sacudiendo la cabeza. No hay manera de que lo
planearan, ellos son puro instinto.
―No. Y si fuera el caso, Caden podría ocuparse o en todo caso
Neriah y tú también, por supuesto ―me apresuro a mencionarla,
ante la mirada indignada que me dirige. Mi salvaje mujercita odia ser
dejada de lado. Debería saber que es imposible hacerlo,
especialmente cuando sus senos se presionan sobre mi pecho.
―Entonces, ¿qué es? ―insiste entrecerrando los ojos, de modo
acusador. De la misma manera que he comenzado a ver dentro de
ella, a esperar sus reacciones o argumentos, Airem es capaz de
hacerlo conmigo. Debería incomodarme ser tan transparente, pero
no es así. Durante todos estos años me he esforzado en mantener
la apariencia de alguien distante y severo, lo que resulta cansado en
algunas ocasiones; con Airem me permito todo lo que no podría
mostrar a otros―. ¿No piensas decirme?
Acaricio suavemente su rostro, mis dedos demorándose en el
contorno de sus labios, que aún lucen un poco hinchados, producto
de los besos que le he dado.
―Dime, ¿acaso debo preocuparme?
―No…
―Entonces, habla ―presiona su lado inflexible en todo su
apogeo, desde luego que tampoco le gusta no estar al tanto con lo
que sucede.
―Se trata de Lena.
―¿Qué pasa con ella?
―La he notado un poco rara, triste, pero sobre todo ausente.
―Su frente se contrae, evidenciando su desconcierto―. Desde el
día que estuvimos aquí lo ha estado, solo que ahora parece más
notable.
―¿Tiene problemas con Abiel?
Titubeo.
―No se le puede llamar problema, es una cuestión de la cual era
consciente cuando aceptó esa relación.
―¿No te gusta que estén juntos? ―parece confundida, incluso
un poco celosa. Esbozo una pequeña sonrisa ante su respuesta.
―No me agrada el modo en que la afecta ―declaro no queriendo
alimentar sus suposiciones―, sabes que la quiero como si fuera mi
hermana. Siempre la he visto de ese modo.
Asiente pensativa, sus dedos frotando distraídamente mi cuello.
―Lena es impredecible ―murmura―, pero es una buena chica.
Al igual que Elise, sería incapaz de hacer algo que pueda afectar a
los demás, algo que no podría asegurar de mi parte. ―Las
comisuras de su boca se elevan, mostrando una sonrisa traviesa―.
Eres mío, Josiah y aunque aprecio sinceramente a Lena, en lo que
respecta a Abiel, es cosa que solo les corresponde a ellos.
Me muevo, aprisionándola debajo de mí, antes de tomar de
nuevo esos labios provocadores y confirmar sus palabras de la
mejor manera posible.
Elise (8)

Este tiene que ser uno de los momentos más bochornosos de mi


vida, si creí que mi padre gritando que nos diéramos un beso
encabezaría la lista, estaba completamente equivocada. Ni siquiera
el hecho de que mis hermanos se encuentren ausentes alivia lo
incómodo, mi padre es capaz de actuar igual o peor que ellos.
―Adelante ―interviene mi madre, tirando del brazo de mi padre,
obligándolo a apartarse de la puerta y caminar hacia la mesa,
aunque mantiene esa enorme sonrisa burlona, la misma que ha
tenido desde que le dije que Caden venía a cenar, porque quería
hablar con ambos―. Estás en tu casa…
―No deberías decirle eso, esposita ―interrumpe―. Aunque me
cae bien, tiene que construir su propia casa, mi Elise se merece eso
y más.
―¡Papá! ―me quejo lanzándole una mirada, esperando que se
apiade y se comporte. Prometió que lo haría, pero comienzo a tener
serias dudas―. Solo somos novios.
―Pero se van a casar.
―Por supuesto, señor.
―¡¿Qué?! ―Lo miro sorprendida, pero él solo da un ligero
apretón a mi mano, manteniéndola firmemente entre la suya.
―Cuando llegue el momento, son aún jóvenes ―señala mi
madre, dándole un codazo a mi padre, que solo le sonríe y sujeta de
la cintura, estrellándola contra su costado, como siempre.
―Claro que sí, esposita.
―¿Por qué no cenamos mejor? ―sugiero esperando que eso
mantenga quieto a mi padre, aunque no puedo esperar demasiado.
Mi madre me hace una seña para que le ayude a servir, en tanto
que mi padre y Caden permanecen en la mesa. Sus voces son
demasiado bajas, pero puedo percibir algunas frases como aún soy
muy joven para ser abuelo y si la haces llorar, tú llorarás el doble.
Aunque mi padre es exasperante la mayoría del tiempo y su charla
no es la mejor, no puedo negar que es incomparable, se preocupa
demasiado por mí, de manera auténtica.
―No temas ―susurra mi madre, entregándome la olla del
estofado―. Es de esperarse que Caden conozca algo de tu padre,
después de tantos años.
―Sí, pero creo que está disfrutando demasiado de esto. ―Mi
madre me dedica una enorme sonrisa.
―No todos los días el novio de su única hija viene a cenar.
Entiéndelo.
Apresuro mis pasos, queriendo comprobar que Caden no ha
huido por la ventana ante la presión que mi padre puede provocar,
pero para mi alivio sigue aquí. Al sentirme, me mira, sonriendo
ligeramente.
―No vayas a dejar caer la cena, hija ―se burla mi padre, al notar
cómo me afecta Caden. Entrecierro los ojos, mirándole molesta, eso
solo lo hace reír con ganas. ¡Mi padre es imposible!

―Por favor, ignora a mi padre ―ruego con gesto abatido, en el


momento en que estamos lo suficientemente retirados de la puerta
de la casa, como para que nos escuche.
―No te preocupes ―dice sujetando mis hombros, girándome de
frente a él―. No fue tan malo como pensé.
―¡¿No?! ―exclamo completamente incrédula―. Eres muy
considerado, pero lo conozco demasiado y no creas que no escuché
lo que te dijo.
―¿En serio? ―Eleva una ceja, conteniendo una sonrisa.
―Sí, él no conoce la sutileza.
―¿Y qué opinas de que debería robarte más besos? ―No me da
oportunidad de responder o reponerme de la sorpresa, se inclina,
presionando su boca sobre la mía―. ¿Debería? ―susurra antes de
darme un beso de verdad.
Abiel (6)

Para cuando los muros de Cádiz se encuentran a mi vista, la noche


ha caído por completo, los sonidos que la acompañan rompen el
silencio y a medida que me aproximo, lo hacen también algunas
voces, en su mayoría provenientes de Jaim.
He demorado mucho más de lo esperado, pero a diferencia de
cualquier otra visita, mi mente, como mi cuerpo, se sienten
inexplicablemente ligeros, como si un peso invisible se hubiera
retirado o desaparecido en alguna parte del camino de regreso. Tal
vez ahora que he decidido cerrar esa parte de mi vida, puedo
permitirme poner toda mi concentración en Lena y es justo en ella
en quien me encuentro pensando, cuando alcanzo las puertas.
Jin y Vince parecen sorprendidos, cosa que no debería ser, ya
que ambos estaban al tanto de mi salida.
―¿Alguna novedad? ―inquiero cuando me uno a ellos, en el
borde del muro. Intercambian una mirada y se encogen de hombros.
―Esta noche es tan tranquila como todas las otras ―responde
Jin―. Excepto por una pequeña chica que ha estado buscándote
desde hace rato.
Lena.
―¿Saben dónde está? ―Vince sacude la cabeza antes de
alejarse para acercarse a Jezz y ponerse a jugar cartas.
―Estuvo recorriendo la parte posterior un buen rato, luego salió.
Creímos que estaba contigo, por eso no informamos a su padre…
Le doy la espalda, escrutando los alrededores, al mismo tiempo
que aspiro con fuerza intentando capturar su esencia.
―Se encuentra en esa dirección ―la voz de Derix me hace
mirarlo, no sin antes seguir hacia donde apunta su brazo―. Está
sola, por si te lo preguntabas.
No contesto, avanzo un par de pasos alcanzando el borde, antes
de saltar. El golpe es bastante fuerte, pero no pierdo tiempo, me
pongo en marcha, confirmando las palabras de Derix; puedo percibir
su olor y también la silueta de su figura pequeña envuelta en una
capa negra…
Me tenso, frenando de golpe mis pasos, al captar un ligero rastro.
Híbrido. Mi abrupta pausa la ha alertado de mi presencia, se gira
encontrando mi mirada.
Algo no va bien y no tiene que ver directamente con el hecho de
que no parece sorprendida al verme o que no ha sonreído como
siempre, hay un velo inusual en sus ojos. Tampoco se trata del
ligero rastro de humedad o a la manera en que su cuerpo parece
estar en guardia, cosa que nunca antes hizo.
―Lena…
―Salí a caminar ―corta mis palabras, su voz carente de
emociones, lo mismo que su rostro.
Doy un par de pasos, de nuevo reconociendo el rastro de ese
híbrido. Eso no es bueno.
―¿Viste algo inusual? ―intento sonar lo más casual posible, ante
la imposibilidad de rebelar lo que no tengo permitido. No estoy a
favor, pero definitivamente, apoyo el hecho de mantener su
seguridad a cualquier precio.
Sus labios forman una pequeña mueca.
―Tu pregunta es un tanto peculiar.
―Me refiero a…
―Antes me gustaría saber ―dice sin esperar mi confirmación―.
¿Hay algo que debas decirme? ―la cuestión parece tan inofensiva,
pero sé que no lo es. Lo sabe, de alguna manera se ha enterado de
dónde estaba y eso la ha herido―. ¿No? ―Suspira, su cuerpo
volviéndose completamente hacia mí―. Bien, yo tampoco tengo
nada que decir.
―Lena. ―Retengo su mano, preocupado por el hecho de que de
nueva cuenta ese maldito híbrido ha estado rondando y demasiado
cerca de ella―. Es importante. Debes decirme si viste algo…
Sonríe, pero de un modo que nunca la he visto hacerlo, carece de
emociones positivas, es toda frialdad e ironía.
―Te sorprenderían todas las cosas que he descubierto... ―Y sin
más, se aleja. Estoy tentado de ir detrás de ella, pero tengo la
certeza de que solo estaría empeorando las cosas. Mientras no
tenga la seguridad de que ha visto o descubierto la existencia de
esos híbridos, no puedo exponer ese hecho.
Además, definitivamente está molesta conmigo. ¿Qué demonios
ha pasado? ¿Por qué está actuando de ese modo?
Caden (8)

―Dime, ¿cómo te sientes? ―De reojo veo a Klaus, quien me


observa atento, una enorme sonrisa divertida llena su cara, dándole
un aspecto infantil que choca con la ligera barba que comienza a
poblar su rostro―. A partir de mañana serás el nuevo gobernante de
Jaim. ¡Rayos! ―Da un golpe en el suelo con la punta del zapato―.
Seré tu segundo…
―En realidad, no. ―Airem asciende las escaleras que llevan
hasta lo alto del muro, dando un par de saltos, hasta que se
encuentra delante de él, mirándole desafiante―. Esa persona voy a
ser yo.
―¿Tú? ―pregunta incrédulo, pero sin retroceder ante la postura
de ella.
―Ajá ―asiente dándome un rápido vistazo, como si esperara
que me atreviera a negarlo―. Soy la más calificada para asegurarse
de mantener protegida la ciudad, mientras que Caden se ocupa de
coordinar todas las labores. Supongo que tú puedes encargarte del
mantenimiento en general.
―Pero… ―Eso no parece gustarle a Klaus, que ahora espera
que la desmienta. Debí suponer que esto pasaría: siempre han sido
ellos, pero por el momento no he querido designar tareas que
contengan rangos, justo para evitar disputas. El poder es algo que
tiene que manejarse con cautela y no dar pie a resentimientos,
siempre lo ha dicho mi padre.
―Ambos se están anticipando ―digo antes de que continúen con
su alegato sin mucho sentido―. Tanto el señor Farah, como Knut,
seguirán colaborando, así que por ahora nada cambiará.
Airem me mira, entrecerrando los ojos, no conforme.
―Porque tú lo quieres así ―afirma volviéndose hacia mí―, pero
estoy segura de que ambos estarían encantados de cederte el
control y poder así permitirse descansar. Han manejado este lugar
hace ya casi treinta años, si contamos desde que comenzó a
construirse.
―Y esa es la razón por la que no hay nadie mejor que ellos para
encargarse de su funcionamiento.
―Por favor, Caden, eres demasiado modesto, todos somos
conscientes de tus habilidades, de que tienes lo que se necesita. Si
quieres puedes preguntarles a ellos y lo verás. ―Asiente para sí
misma, su postura relajándose ahora que la conversación se centra
en mí―. Por cierto, ¿es verdad que Elise y tú ya son novios?
―Contengo una sonrisa ante su declaración, no deseando hacer
alarde del hecho, pero más que encantando. Por fin Elise es mi
chica y desde luego que me esperaba que se supiera rápido, lo que
me parece muy bien. Con cada día que pasa ella se vuelve más
bella, despertando inevitablemente el interés de algunos otros
hombres. Ya entiendo el comentario de mi abuela, sobre actuar a
tiempo y no lamentarlo.
―¡Sí! ―confirma con entusiasmo Klaus, anticipándose―. Ya
hasta fue a cenar con sus suegros...
―¡Klaus! ―lo reprendo, no sintiendo necesidad de dar ese tipo
de detalles.
―Es la verdad.
―Vaya ―ríe Airem, mirándome con interés―. Ya era hora, y no
pongas esa cara, ella siempre ha estado enamorada de ti y tú ni
cuenta te dabas.
―Eso crees tú, pero me consta que aquí mi amigo, siempre la ha
querido y seguido de cerca. ¿Por qué crees que me puso con ella
en el invernadero? Para cuidar sus intereses, obviamente.
Hago una mueca. Klaus es más inteligente de lo que parece,
nunca esperé que se diera cuenta de mis intenciones.
―¿De verdad? ―Ella suelta una risilla, elevando una ceja―.
¿Quién lo diría, Caden?
―Hablas demasiado, Klaus. ―Sacudo la cabeza, ignorando el
comentario de Airem―. Mejor deberías terminar tu práctica.
―Ya lo hice, pregúntale a Airem.
―Sí, lo hizo. Y tengo que decir que eres demasiado lento, estoy
cansada de patearte el trasero, Klaus.
Él la mira ofendido, pero ella solo se encoge, disfrutando de
señalar que lo supera como a la mayoría de los hombres que
forman la guardia de Jaim. No puede evitarlo, Airem siempre es la
mejor.
―Eres demasiado cruel, eso es lo que pasa ―se queja Klaus―.
No me das ni un minuto de descanso antes de comenzar a querer
golpearme de nuevo.
―¿Ves por qué no puedes quedar a cargo de la guardia?
―pregunta cruzándose de brazos―. ¿Sabes? Temo que venga un
repudiado y te caigas de espaldas o salgas huyendo.
―Lo dicho, eres la más cruel.
―No lo soy ―sacude la cabeza, cambiando su expresión seria
por una de sus sonrisas malvadas―. Y para que veas que digo la
verdad, mañana puedes quedarte a cargo.
―¡¿De verdad?! ―exclama emocionado. Qué ingenuo.
―Ajá. ―Su sonrisa se acentúa más ante el despiste de mi amigo.
Es terrible.
―Espera… pero mañana es la fiesta, ¿no? ―Me mira, buscando
una respuesta que hace desaparecer su entusiasmo. Porque ha
captado su intención.
―Correcto. Por lo que no puedo quedarme, así que te cedo el
lugar.
―Eso no es justo, yo también quiero ir.
―¿Para ver a tu noviecita?
―¿Qué? ―parpadea confundido.
―¿Qué novia?
―La que tiene en Cádiz ―no duda en responder Airem.
―¿A eso fuiste esta mañana? ―pregunto sin poder evitarlo,
siempre me cuenta sus asuntos, pero esto no lo esperaba―. ¿Estás
viendo a alguien de Cádiz?
―No, no…
―Ah, ¿no? ―insiste Airem, disfrutando de verlo en apuros―. No
es la primera vez que vas y cuando ella estuvo aquí, no te le
separaste ni un segundo, estabas detrás todo el tiempo.
―¿Kyla? ―digo totalmente sorprendido. Ella es un poco o muy
particular, no la puedo imaginar con Klaus. Es reservado,
difícilmente diría no a una petición y ella no es de las que pide las
cosas antes de tomarlas.
―Lo de acompañarla fue un encargo de Caden ―argumenta
señalándome―. Y lo de hoy y hace unos días, fue orden del médico
de la clínica: tenía que llevar unas muestras de sangre de los niños
que estuvieron enfermos para asegurar que no hubiera recaídas y
también para traer algunas vacunas nuevas. Solo eso.
―Pero te gusta, ¿no? ―Sonríe sarcástica―. Dime, ¿ya olvidaste
a Lena?
―Iré a practicar. Hoy no se puede hablar con ustedes ―farfulla
alejándose a toda prisa.
El tema le afecta un poco aún, a pesar de que se ha dado por
vencido, después de saber que su relación era un hecho.
―Eres mala ―reprendo en voz baja, asegurándome de que mi
comentario está fuera del alcance de él.
―Si le preguntamos a Josiah, te aseguro que dirá todo lo
contrario.
―No necesito saber eso.
―Ja, já ―me golpea el brazo―. Eres único, Caden. Hablaba de
habilidades en combate. ¿Te contó sobre el impuro?
―Sí.
―¿Y? ¿No dirás nada? ―Me mira expectante, pero solo sacude
la cabeza―. Pensé que me gritarías o algo así.
―Como has dicho, sabes lo que haces. ―Eso y que estoy
seguro de que Josiah no se quedaría tan tranquilo si ella estuviera
en peligro.
―Desde luego. ―Ladea la cabeza, su frente contrayéndose a
medida que me examina―. No me digas que tú también estás
preocupado por Lena. ―Chasquea la lengua―. Lo estás, cosa que
no debería ser. Por si ninguno de los dos se ha dado cuenta, ella es
bastante grande y puede cuidar de sí misma. No los necesita
husmeando detrás todo el tiempo. ¿Se les ha pasado por la cabeza
que quizás es justo eso lo que le ocurre? Puede ser que se siente
abrumada con toda la atención que recibe. ¿Sabes? He escuchado
que hacían lo mismo con tu madre… Creo que los Regan tienen
problemas con dejar crecer a las personas y eso es malo. Ella es
como tú y yo, es rápida y más resistente que un humano.
―A veces me cuesta creer que solías ser una niña tierna y
llorona.
―No lloraba.
―Todos los niños pequeños lo hacen. Pregúntale a tu padre.
―Me doy la vuelta, ignorando su expresión molesta―. Te quedas a
cargo por el resto del día hasta que Klaus te reemplace, así que no
te escabullas a ninguna parte, estaré entrenando con él y algunos
otros.
―En ese caso debería ser yo quien lo haga, tú eres demasiado
blando para patear sus traseros. Si sigues así, nunca van a estar
listos.
―Ya veo por qué te tienen miedo ―farfullo consciente de que
todavía puede escucharme.
―¡Blandengues! Ese es el problema.
Cuando actúa de ese modo, me recuerda tanto a su madre, al
menos solía ser así, excepto con ella y con el señor Farah. Lo que
me hace reflexionar sobre la debilidad que se tiene con los seres
amados. Mejor dicho, lo importantes que son.
֍
Klaus se deja caer de espaldas, aspirando con fuerza e
intentando recuperar el aliento. Desde luego que no es débil, lo que
sí es un hecho: le hace falta condición y más práctica.
―¿Tengo esperanzas? ―murmura pasándose el brazo por la
frente―. Ya sé que nunca podré igualarlos, pero…
―No siempre tiene que ver con la sangre ―aseguro ofreciéndole
la mano, ayudándole a incorporarse―. También hay que tener
voluntad y tú la tienes. Ya deberías saber que Airem gusta de
meterse contigo…
―Y con los demás.
―Porque quiere motivarlos.
―Es muy mala con eso.
―No lo tomes a mal. Ya la conoces.
―Lo sé ―asiente sacudiéndose el polvo―. Por lo pronto, iré a
tomar un buen baño y por algo de comer antes de volver a la
entrada, muero de hambre
―Ve, ella se quedará.
―Eso temo. ―Se encoge de hombros―. Tú deberías ir al
invernadero; oí que cierta chica estará sola hoy, puede que quieras
hacerle algo de compañía.
―Aún no me has contado sobre Kyla.
―Porque no hay nada que contar ―susurra dando un suspiro―.
Solo he hablado dos veces con ella y no han sido cosas
importantes. Creo que la desespero y lo más importante, no es
como Lena.
―Ya llegará la indicada ―afirmo sujetando su hombro.
―Supongo, aunque por ahora prefiero no pensar mucho en eso.
Dejando atrás a Klaus, me encamino hacia los invernaderos,
tratando de no prestar demasiada atención a las miradas curiosas o
grandes sonrisas que encuentro a mi paso. Es de esperarse,
aunque me resulta algo incómodo. La gente está emocionada con la
idea de visitar Cádiz, como pocas ocasiones puede hacerse. Cada
aniversario de la fundación de las ciudades, los festejos suelen
hacerse de modo separado, pero este año es especial. La mayoría
ha confirmado su asistencia, así que Jaim prácticamente se quedará
vacía mañana por la noche.
Al inicio me preocupaba lo que pensaran las personas o que no
estuvieran de acuerdo en que ocupara el mando, ya que hasta el
momento no hubo un líder particular, excepto por el señor Jensen,
quien, tras ser convertido, cedió el control a Farah y Knut, pero ellos
asumieron roles iguales, sin tener más poder uno que el otro.
Ambos dicen que no hay problemas con que sea nombrado, pues
todos lo esperaban desde que Josiah y yo nacimos.
Aparto todos mis pensamientos, al encontrarme delante de la
puerta, que sin demora empujo.
―Hola ―saluda sin levantar el rostro ni apartar la atención de su
labor, así que guardo silencio y eso parece obligarla a mirar―.
¡Caden! ―Su sonrisa es tímida, sus mejillas pintadas de un ligero
tono rosa que le da un aspecto tierno, adorable.
―Hola. ¿Necesitas ayuda?
―No mucha, pero siempre se agradece ―responde indicándome
que me acerque. Lo hago, pero manteniendo cierta distancia, no
queriendo abrumarla―. ¿Qué tal el día?
―Tranquilo, como siempre. ¿Qué me dices tú?
―Igual. Espero que mis hermanos no hayan hecho de las suyas.
―No que haya escuchado, supongo que es una buena señal.
Suspira, mirándome con aflicción.
―Eso espero, aunque con ellos nunca se sabe ―admite―. Creo
que es peor cuando todo es calma, es cuando se preparan para
algo mucho peor.
―Los adoras.
―Sí ―responde sin dudar―, pero no se los digas o pensarán
que pueden salirse con la suya.
―Prometo que no lo haré. ¿Y bien? ¿Qué necesitas que haga?
―Voy a plantar nuevas hortalizas, así que necesito hacer un poco
de espacio. ¿Podrías ayudarme con esas y colocarlas por ahí?
―indica volviéndose toda concentrada en su trabajo.
―Por supuesto.
―Gracias.
Me desplazo, tomando un par de plantas, no perdiéndola de vista,
pero al mismo tiempo asegurándome que no estropeo las que
encuentro a mi paso.
―¿Has estado sola todo el día?
―Sí, pero solo porque la abuela tuvo que ayudar en la clínica.
―Necesitas alguien que te ayude, es demasiado trabajo.
―No realmente. Antes estaba Klaus, pero ahora está en la
guardia, creo que le gusta mas, aunque siempre se queje. Y como
es temporada baja, solo cultivamos algunas para, cuando llegue el
tiempo, trasferir los brotes que corresponden a la tierra.
―Sigue siendo mucho trabajo.
―No pasa nada. Entiendo que con la ampliación del muro y las
nuevas viviendas hay pocos disponibles.
―Eso casi está terminado. ―Mentalmente analizo las
opciones―. De todos modos buscaré alguien que esté disponible,
mi abuela tampoco debería mover cosas pesadas.
―Descuida, eso lo hago yo.
―Ni tú tampoco.
―No soy tan débil. ―La miro fijamente, mis manos sosteniendo
la pequeña planta.
―Nunca lo he pensado.
―Aunque tampoco soy como Airem.
―Lo sé. ―Dejo en el suelo mi carga y me acerco lentamente a
ella, quien se tensa, pero no se mueve―. Sé exactamente cómo
eres, y justo por eso me gustas. Siempre servicial, amas a tu familia,
amas a los animales y las plantas.
Me detengo frente a ella, mis dedos levantando suavemente su
barbilla, haciendo que me mire a los ojos.
―Eres la chica más bonita, Elise.
―No… ―Silencio sus palabras, posando mis labios sobre los
suyos. Esta vez presionando un poco más, buscando algo más que
un simple roce.
Sus manos se fijan en mi camisa, su boca cediendo a mi
demanda. Prolongo el beso todo lo posible, hasta que un tenue
suspiro escapa de su pecho, solo entonces me retiro un poco,
permitiéndole recobrar el aliento.
―Siempre quise hacer esto ―susurra apoyándose en mí. Le
devuelvo la sonrisa, envolviéndola con mis brazos, y entierro mi
nariz en su pelo, que tiene olor a muchas plantas y a ella misma.
―¿Besarme? ―bromeo besando su frente.
―No, abrazarte.
―Nunca me dijiste. ―Mis palabras la hacen reír y frotar su cara
en mi pecho. Me gusta tanto la forma en que poco a poco pierde la
timidez y se relaja ante mi tacto.
―¿Qué habrías dicho si te lo hubiera pedido? ―Finjo pensarlo.
―Habría abierto los brazos.
―¿De verdad?
―Sí, no puedo negarte nada, Elise.
―No deberías decirme eso, ¿sabes que podría usarlo contra ti?
―murmura tratando de sonar misteriosa, pero sus ojos la delatan,
antes de que una risa brote desechando su intento.
―Haré lo que quieras, siempre y cuando te haga sonreír.
―Eso me gusta más. ―Asiento antes de inclinarme de nuevo y
robarle otro largo beso.

Recorro la ciudad, dirigiéndome a la entrada, queriendo


asegurarme de que no hay problemas antes de tomar mi turno.
Mañana será un día bastante largo, por lo que me resultará
imposible estar de guardia y a pesar de la inconformidad del señor
Farah y Knut, creo que es justo que hoy tome mi rol.
Estoy lo suficiente cerca para conseguir un vistazo de la figura
que se pierde cuando las puertas se cierran.
Es extraño…
―¿Esa era Lena? ―es lo primero que digo cuando asciendo
hasta el borde.
―Sí, tenía algo de prisa ―responde distraídamente Klaus,
jugando con el mango de su espada, sin mirarme. Debe tener
bastante prisa, para ni siquiera detenerse a saludarme―. Por cierto,
quería preguntarte algo.
―Dime ―murmuro aún extrañado. Siempre Josiah me avisa
cuando ella viene, no porque no pueda hacerlo, sino porque todos
se preocupan por su seguridad y, lo más extraño, es que me ha
parecido que no tenía escolta, eso y me dio la impresión de que me
evitó intencionalmente.
―¿Puedo tomar prestados dos caballos mañana en la noche?
―Sí, pero…
―Voy a ir a dar un paseo con alguien. ―Sonrío recordando los
comentarios de Airem. Supongo que, si está viendo a alguien y si es
Kyla, no hay problema con que salgan de la ciudad.
―Entiendo. Solo lleva tu espada y, si tienes problemas, llama a la
guardia.
―Sí, gracias. Entonces, ya que estás aquí, me voy ―dice
moviéndose hacia las escaleras, bajando con rapidez. Otro que
tiene urgencia por irse.
―Claro, descansa. ―Agita el brazo en respuesta sin volverse.
Sacudo la cabeza, observando las puertas de Cádiz, detrás de
las cuales Lena ha desaparecido. Ella está bien, a pesar de su
actitud. Solo espero que este presentimiento de que algo malo
ocurrirá sea equivocado.
Lena (25)

―¡Te ves hermosa!


En silencio contemplo mi imagen en el espejo, sintiéndome como
una extraña, a pesar de las palabras de mi tía y la sonrisa de mi
madre, que parece estar de acuerdo con su comentario. No siento la
emoción que solía experimentar al pensar en el atuendo que
llevaría. Hace algunas semanas que comenzaron los preparativos
para la fiesta de cumpleaños y la celebración del nombramiento de
Josiah y Caden.
Desde aquella noche me encuentro insensibilizada, limitándome a
contemplar todo lo que me rodea sin participar. Es más de lo que
soy capaz después de la conversación con esa persona, de la
compresión de tantas cosas, pero en particular de una de ellas, la
más importante de todas. Mi existencia ha sido una total mentira y lo
que ha dicho ese hombre me ha hecho reflexionar al respecto,
haciéndome consciente de detalles que deberían haberme resultado
obvios, pero que encontrándome envuelta en esa burbuja
sobreprotectora que crearon para mí, decidí ignorar, buscando
simplemente ser amada, tener su atención.
Tonta. Ingenua. Idiota.
Hay demasiadas palabras con las cuales podría definirme. ¿Por
qué nunca me di cuenta antes? ¿Por qué no hice esas preguntas?
―¿Hija? ―Su voz me trae de regreso a mi habitación, mirando a
través del cristal los ojos de una de las personas que más he amado
y respetado desde que tengo uso de razón y que, sin embargo, en
este momento me resulta complicado sostener la mirada.
Duele.
Han hecho tanto por mí, me han dado infinidad de muestras de
cariño y, aun así, hay una verdad innegable, que no puedo ignorar
por más tiempo. Pensar en ello me confunde, me hace encontrarme
en un dilema. Es imposible no amarlos, son los mejores padres, no
puedo borrar el afecto que les tengo, como tampoco pasar por alto
cada una de sus muestras de amor, pero entonces, ¿por qué
mentir?, ¿cuál es la verdad?
Odio la duda que ha sido sembrada en mi cabeza, pero sobre
todo en mi corazón. Antes solo tenía que preocuparme por cosas
tan simples, ni siquiera lo que ocurre con Abiel puede compararse,
aunque incluso él ha pasado a segundo plano.
¿De verdad asesinaron a mi madre? ¿Me aceptaron como suya
solo por remordimiento o siempre fue esa su intención?
Sinceramente, no sé qué pensar, no sé qué debería creer. Los
conozco demasiado o al menos eso me gustaría, como quiera que
sea, no son malos, mucho menos crueles, he visto la bondad, la
compasión para con los demás, no obstante, su silencio y ese
secretismo hacen surgir la incertidumbre. Si no fuera por él, ¿me lo
habrían contado alguna vez?
―¿Qué pasa, cariño? ―Nuevamente encuentro su mirada un
instante, antes de bajar el rostro y enfocarme en el precioso vestido
que uso, atendiendo a mi propia pregunta.
No. No lo habrían hecho.
Me obligo a parpadear, alejando las ganas de llorar, de explotar,
de gritar y exigir respuestas. No puedo, no todavía.
―Nada, estoy algo nerviosa ―miento, luchando contra el
sentimiento de culpabilidad que me resulta tan desconocido y
desagradable, pero es mejor que me acostumbre, esta es solo la
primera mentira de la lista que tendré que usar, si consigo confirmar
todo lo que me ha dicho.
―¿Segura? Has estado muy callada. ―Era elegir entre el
silencio o romperme. Es tan grande la cantidad de emociones que
chocan dentro de mí. Es como abrir los ojos una mañana y no saber
quién eres realmente, no conocer a ninguna de las personas con las
que convives, no tener un lugar al qué pertenecer.
―Eso y tampoco has reclamado tu premio ―señala mi tía, su
mirada escrutando con detenimiento mi cara. Ella sabe que algo no
va bien, pero me he negado a hablarle al respecto, ya que desde
luego que debe estar al tanto de toda la verdad. También ha callado.
Lo que me hace cuestionar: ¿hay alguien que no lo haya hecho?―.
Tienes que tomar esos besos.
―¡Elina!
―¿Qué? ―pregunta inocentemente, mirándola―. Deberías ser
la menos preocupada de todas, Gema. Armen es su padre, ella
solamente le daría un beso afectuoso, cosa que no puedo decir de
los demás. Podría tener un beso de Uriel o Pen…
―Deja de meterle esas ideas en la cabeza.
―Aunque, ahora que lo pienso, podrías hacerlo durante la fiesta
y sorprenderlos a todos. ¿Te imaginas la cara de Anisa? ―Deja
escapar una risilla, sus ojos iluminándose―. Sigo pensando que
debimos invitar a Johari y a Airem, se habrían puesto rojas del
coraje.
―No cambias ―suspira mi madre, más que acostumbrada a sus
ideas, que en otro momento me habrían contagiado, pero que ahora
no llegan a penetrar mis pensamientos. Los que están
completamente centrados en las palabras que han cambiado todo lo
que soy o creí ser…
―Tú.
Es el mismo híbrido que vi aquel día, cuando salí con Airem y
Josiah. Me mira fijamente, no se mueve, ni tampoco luce
sorprendido, es como si hubiera estado esperando por mí. Creo que
exactamente de eso se trata.
―No deberías estar aquí ―le hago saber irguiendo los hombros,
demostrándole que bastaría una señal para que los guardias se
percataran de su presencia y le dieran alcance fácilmente, no sería
rival para ellos.
«Es mejor si no te expresas en voz alta», me hace saber
mentalmente, provocándome una extraña sensación. Esto es algo
que tan comúnmente hacen en la residencia, alrededor de mi
persona, pero que nunca soy capaz de seguir, excepto cuando estoy
con Josiah y Caden. Pero a diferencia del esfuerzo que tengo que
hacer para captar sus pensamientos, su toque es sutil, tan fluido y
natural que me desconcierta.
Le observo expectante, movida por mi curiosidad y su evidente
atrevimiento. Mantiene la distancia, oculto entre las sombras de la
noche, pero lo suficiente cercano para poder conectar su mirada con
la mía. Él no tiene miedo o al menos no lo demuestra, cosa que me
inquieta.
«Deberías marcharte, no eres de su agrado», reitero
comprobando de reojo a los guardias. De los tres que se encuentran
próximos, solo uno de ellos mantiene la mirada constantemente
sobre mí, pero desde su posición, supongo que no puede darse
cuenta de su presencia.
Estoy tentada a probar si actuarían del mismo modo que lo
hicieron aquella vez que recogieron su rastro, porque a pesar de no
expresarlo, sé que era eso lo que buscaban.
Lo que me lleva a una pregunta más grande: ¿por qué mantener
en secreto su existencia? No serían los únicos híbridos en las
ciudades, incluyéndome.
«Dime, ¿no te gustaría saber por qué no soy de su agrado?».
«Eres un desconocido, podrías representar una amenaza»,
contesto a pesar de saber que no es del todo verdad. Un híbrido no
es rival para un fundador y por el momento solo he visto a dos de
ellos.
«No soy tu enemigo, Lena, es todo lo contrario».
Entrecierro los ojos, negando casi de modo imperceptible,
consciente de que tengo guardia sobre mi espalda.
«Permite que lo dude, pero tu comportamiento no es normal.
¿Por qué solo te muestras ante mí? ¿Qué pretendes?».
Su boca forma una mueca de disgusto al tiempo que responde.
«Eres tú a quien busco y tal como señalaste, soy considerado una
amenaza». Su declaración me sorprende un poco y me pone alerta.
No soy tan ingenua para no pensar que podría arrojarse sobre mí,
pero está equivocado si cree que puede tomarme con la guardia
baja. Empuño las manos, manteniéndolas a mis costados, lista para
defenderme de ser necesario.
«¿Cuál es la razón?».
«Soy el único que está dispuesto a decirte la verdad, amenazo
con destruir sus mentiras».
«¿De nuevo con eso?». Retrocedo un par de pasos, no dispuesta
a escuchar sus calumnias, porque eso son, inventos.
«¿Lo crees?». La confianza que trasmiten sus palabras me hace
tambalearme. «Entonces, ¿por qué no los has confrontado? Te di
pistas, bastantes diría yo. ¿Por qué no has indagado? ¿Estás
segura de que conoces a quienes dicen ser tus padres?».
«Detente», gruño al recuperarme, sintiéndome molesta. «¿Por
qué debería creerte? No te conozco».
«Pero yo sí lo hago. Me bastó una mirada para saber quién era tu
madre y descubrir su engaño, eres su viva imagen, no tengo dudas
de quién eres realmente».
Paso saliva, reteniendo un estremecimiento.
«Eso dices, pero no hay ninguna prueba».
«De nuevo te equivocas. Las hay, tienes una tía y un primo, ¿no
te gustaría conocerlos? Ellos son tus parientes verdaderos, llevan tu
sangre».
«¡Basta! ¿Por qué haces esto? ¿Qué quieres? No creo en tu
buena voluntad…».
«Entiendo que sea difícil, pero piensa sobre esto. ¿Quienes se
suponen te aman, te mentirían? ¿Crearían una historia falsa sobre
tu origen? No eres tonta, Lena, tu madre es una fundadora, ¿cómo
explicas eso?». No puedo debatirlo, pero me niego a creerlo. «Ellos
no son tan perfectos y nobles como quieren hacerte creer. Nadie
que hubiera permitido la muerte de tantos inocentes lo sería, no los
has visto derramar sangre sin misericordia. Ellos prácticamente
acabaron con los míos, con mi pueblo, dejándote sola, robándote el
derecho de conocerlos. Piensa por ti, abre los ojos y date cuenta de
que te han mentido todo el tiempo».
«No… tú…». No puedo replicar sus argumentos, a pesar de que
no debería tener problemas para hacerlo, pero es como si todo lo
que me he negado a ver, lo que he bloqueado, de pronto golpeara
mi cabeza, haciéndome dar cuenta de pequeños detalles que no
encajaban.
«Ellos nunca te lo dirán, Lena. ¿Quieres saber por qué? Porque
no confían en ti. ¿No deberías tener el derecho de conocer tus
orígenes?».
«Suficiente», pido luchando por respirar, por no evidenciar mi
estado. Esa pequeña voz que siempre ha estado presente,
haciéndome notar que no parezco pertenecer a esa residencia,
ahora ha cobrado volumen.
«Si quieres saber quién eres en realidad, ven conmigo. Afuera
existe otra realidad, una que ha sido ocultada especialmente de ti, y
por un motivo, forma parte de tu pasado, de lo que eres y de lo que
ellos no quieren que sepas».
«Debe de haber un motivo importante», argumento débilmente,
mi convicción prácticamente desapareciendo. Esto no puede ser…
«¿Realmente lo crees? Tu madre nunca fue una cobarde y ella
murió protegiéndote, deberías al menos honrar su memoria y
reconocerla como se merece, en lugar de llamar a otra mujer como
tal».
«¿Qué quieres de mí?», cuestiono directamente, dejando de
evadir el propósito de su presencia.
«Ven conmigo. Conoce a quienes somos como tú, date cuenta de
la verdad por ti misma».
«¿Qué te hace pensar que iré contigo? Aunque estuvieras
diciendo la verdad, no te conozco, no confío en ti». He sido tan
idiota para que todos me engañen por años y se burlen en mi cara,
pero eso se acabó. No más.
«Quieres respuestas y yo puedo y estoy dispuesto a dártelas, sin
pedir nada a cambio. Necesitas tiempo, así que te lo concederé,
estaré aquí la noche que celebrarán la fiesta, entonces podrás venir
conmigo».
«No deberías dar todo por hecho», expreso, a pesar de saber de
antemano la respuesta.
No hay respuesta. En un parpadeo se ha marchado, dejando solo
una ligera ráfaga de viento helado que golpea mi rostro y un sabor
amargo en mi boca. No soy una Regan, nunca lo he sido. ¿Qué
clase de broma es esta?
―¿Cariño? ―El toque de mi madre me sobresalta, al instante
apartándome de ella y mirándola con recelo. Es una reacción que no
puedo evitar, es instintivo.
―¿Qué pasa?
―Eso mismo te pregunto, te has quedado pensativa.
Dirijo la mirada hacia mi tía Elina, quien parece igual de
preocupada.
―Lo siento. Estoy cansada y no he dormido bien.
Lucho para no alejarme cuando mi madre toca mi frente, la suya
contraída, un gesto de inquietud que solía ver mucho cuando era
niña y que revuelve mis entrañas.
―¿Segura? Tal vez deberíamos llamar a Koller.
―¡No! ―niego dando un paso atrás―. No es necesario, es
solo… solo que ese día del mes se aproxima.
Ambas intercambian una mirada, relajándose visiblemente al
instante.
―Debiste decirnos, nosotros abrumándote con el vestido y
posiblemente solo quieres descansar.
―No pasa nada, estoy bien. Solo tengo que tomar una siesta y
me sentiré mejor.
―Entonces, retiremos ese hermoso vestido para que puedas
dormir un poco.
Con su ayuda estoy fuera de la prenda en cuestión de segundos
y sola un par de minutos después. Me han observado con cuidado
mientras me tumbaba en la cama y me preparaba para dormitar,
probablemente queriendo comprobar mis palabras, sin conseguir
nada que alimente sus sospechas. Estoy convirtiéndome en una
experta en fingir, pienso con amargura saliendo de la cama para
buscar un atuendo más ligero. Hay una visita que debo hacer antes
de tomar una decisión.
Gema (2)

―No me gusta verla así ―murmuro aún con la mirada en la


puerta de su habitación. Sé que algo ocurre, a pesar de sus intentos
por mostrarse entera. La conozco y sé que no está bien. No me
gusta la tristeza que veo en su mirada, no me gusta sentirla tan
distante, como si inconscientemente estuviera tratando de alejarse
de mí.
―Lo sé, a mí tampoco, pero creo que es mejor no presionarla.
―Lo sé y justamente es eso lo que me impide preguntar―. Ella
siempre ha sido de las que habla cuando considera que es el
momento. Tal vez es solo ese malestar que tienen las chicas y
estamos haciéndonos ideas raras.
―Ojalá fuera solo eso.
―Ya verás que sí. ―Me dedica una sonrisa alentadora, que no
despeja mi preocupación.
―Tampoco ha visto a Abiel. ―Esperaba que él pudiera ayudar,
pero ella también lo evita a toda costa y por eso Armen le ha pedido
que no venga a la residencia o lo haga con menor frecuencia.
―Supongo que se siente dolida por ocultarle sobre su incursión.
―Debimos contarle.
―Estoy en desacuerdo. ―La miro sorprendida, ella solo se
encoge de hombros y sonríe―. ¿Qué? Aunque no me guste verla
así, es algo que solo podía hacer él, así que debíamos respetarlo.
―Pero…
―Algunos asuntos del corazón es mejor resolverlos en la
soledad.
―Sí…
―Dejemos el tema por la paz. Mejor vamos a ver nuestros
vestidos, porque faltan algunos ajustes y debemos estar
impecables.
―Es lo que menos me preocupa.
―Vamos, Gema. Anímate, Lena necesita vernos alegres y sé que
te preocupa. A mí también aun cuando no lo demuestro, pero ella es
más fuerte de lo que pensamos. Además, adora las fiestas y ya
sabíamos que tenía ansias hasta contagiar.
―Puede ser.
―Ya lo verás. Será muy interesante.
―Espero que no estés planeando algo.
―¡Oye! No siempre tengo en mente fechorías. ―La miro dudosa
y eso solo la hace reír―. Esta vez no. Lo prometo.
Dejo que me lleve con ella, a pesar de que mi instinto pide que
me quede con Lena, que averigüe qué ocurre. Puede que no lleve
mi sangre, pero es mi hija, es mi niña y sé cuándo algo es más que
un simple malestar.
Randi (2)

―No me gusta lo que estás planeando.


Sonrío sin mirar a Yohan. Él y sus buenos sentimientos. No ha
dejado de protestar, como si eso pudiera cambiar algo. Le falta
demasiado para liderar al grupo, a pesar de que es quien debería
hacerlo. Soy consciente de que no siempre estaré con ellos y que
debo pensar a futuro, si es que lo tenemos. Al paso que vamos, ya
no estoy tan seguro. Esa es una de las razones que me han
impulsado a tomar riesgos y traerla aquí.
―Debería. ¿No querías a la chica? Si todo sale bien, la tendrás.
Me lanza una mirada molesta, que me hace reír.
―No es lo único que buscas, Randi. Ambos los sabemos.
La sonrisa se me borra y me doy la vuelta, encarándolo. Odio
cuando usa ese tono y mirada, como si estuviera viendo a través de
mí.
―Preocúpate por sacarla de ahí ―gruño prácticamente sobre su
cara―, lo demás no es asunto tuyo.
―Pero…
―Lo hemos hablado, no voy a repetirme. Cumple con tu tarea,
así de simple.
―Estás cometiendo un error. ¿Qué pasa si las cosas no salen
como quieres? ¿Eres consciente de que eso solo hará que vengan
detrás de nosotros…?
―Como quiera que sea, ellos vendrán detrás de nosotros tarde o
temprano, eso no debe sorprenderte. Solo se trata de ganar algo de
tiempo.
Eso y tomar un poco de venganza. Por fin, después de tanto
tiempo, volveremos a vernos las caras, Johari. Tenemos una deuda
que pienso saldar.
―Randi…
―Ni una palabra más. No falles.
Lena (26)

Escabullirme de la residencia no es cosa sencilla, no solo porque


estamos a unas horas de la fiesta, sino porque tengo la atención de
todos sobre mí, incluidos Anisa y Pen, quienes inesperadamente
parecen haberse olvidado de sus acostumbradas peleas y se
muestran tranquilos, tan pendientes de mis acciones como el resto.
Incluso Josiah ha preferido quedarse en lugar de estar con Airem o
encerrarse en el estudio con su padre. Supongo que intuyen que
algo pasa, ya que por mucho que me esfuerce en parecer normal,
simplemente es imposible que no perciban mi distanciamiento y
ausencia; no obstante, a nadie le resulta demasiado extraña mi
salida para visitar a los abuelos ni tampoco el hecho de negarme a
tener escolta, argumentando que será algo rápido y que siempre
están los guardias que custodian las puertas. Además, se supone
que no hay peligro que deba temer. Se supone.
―¡Lena! ―El evidente entusiasmo de Klaus al verme es
refrescante y aligera un poco mis inquietudes.
―Hola ―respondo atendiendo su gesto, consciente de que él es
completamente ajeno a lo que ocurre. Dudo que él, Elise e incluso
Airem estén al tanto de mi origen. Caden también podría hacerlo,
aunque prefiero no correr riesgos.
―No te esperábamos.
―Me imagino que no. ¿Estarás de turno un buen rato?
―Sí, hasta el anochecer, que es cuando Caden vendrá a
sustituirme. ―No contaba con eso―. Ya lo conoces, debería estar
descansando, preparándose para mañana en la noche, pero no
quiere dejar de lado sus deberes o que los demás piensen que ha
comenzado a tomarse privilegios. No creo que alguien piense así,
pero es demasiado prudente.
―Muy propio de él ―susurro observando pensativamente la
ciudad, que a esta hora del día se encuentra rodeada de un
ambiente tranquilo―. Espérame, necesito pedirte algo.
―Eh… claro, lo que quieras.
―Gracias. ―Le dedico una sonrisa, antes de ponerme en
marcha―. No demoraré.
―No hay problema. Te espero.
Me apresuro tratando de no mostrar mi urgencia, cruzando las
calles concurridas en su mayoría por niños o adultos volviendo de
sus labores, y al mismo tiempo asegurándome de evadir tanto a
Caden como a Elise, pero especialmente, al señor Farah. Es el
único que podría descubrir lo que ocurre y frustrar mis planes.
Llegar a la casa de mis abuelos no es problema, tampoco
asegurarme de que no hay nadie más con él. Observo la fachada,
tomando una gran bocanada de aire, antes de acercarme y entrar.
―Abuelo. ―Él aparta la mirada del viejo aparato que se
encuentra sobre la mesa al escucharme. Parece un poco
sorprendido de verme, pero tras recuperarse con un gesto me indica
que me acerque.
Lo hago, no queriendo prologar la visita.
―No te esperábamos, cariño ―dice señalando la silla ubicada
del otro lado del pequeño mueble, justo frente a él―. Tu abuela aún
no regresa.
Lo sé y es justamente por eso que he venido a esta hora. En
parte también porque la atención de todos en la residencia se
encontraba un poco dispersa con los preparativos y el entusiasmo
de la tía Elina.
―Está bien, quería hablar contigo. ―Eso sí que le sorprende,
dejándole sin palabras. Las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos
y boca lo denotan, pero asiente con un movimiento de cabeza,
dejando de lado las herramientas y concediéndome toda su
atención.
Esta es una de las pocas veces que charlamos sin la presencia
de alguien más, pero era necesario, especialmente con lo que tengo
en mente.
―Claro. ¿Qué pasa? ―inquiere relajado, no sospechando nada.
Me gustaría creer que él no lo sabe, pero es poco probable.
―No es nada malo ―afirmo, tomando su mano. Él siempre ha
sido alguien reservado, pero no una mala persona ni tampoco me ha
rechazado, aunque en ocasiones he visto cierta cautela en su
mirada. Como en este momento, que observa detenidamente
nuestras manos.
Erróneamente no presté demasiada atención a sus reacciones,
pero es un hecho que no es muy fanático de los habitantes de Cádiz
y es justamente eso lo que me hace pensar que podría obtener
respuestas de él.
―No me digas que tú también vienes a tratar de convencerme
para ir a Cádiz ―murmura dejando escapar un bufido―. No te
ofendas, hija, pero… prefiero quedarme. Le he dicho a tu abuela
que vaya, que no se preocupe por mí, soy demasiado viejo para ese
tipo de cosas, pero sigue diciendo que no quiere dejarme solo. No
es como si algo me fuera a pasar por quedarme solo unas horas…
―¿Por qué no quieres ir? ―pregunto directamente, atenta a sus
gestos, sin estar segura qué debería esperar. Aleja su mano,
desviando también la mirada. Finjo no notarlo y aguardo una
respuesta. Lo que creí: no se trata de la edad o de mi equívoca
percepción.
Toma un profundo suspiro, antes de encontrar de nuevo mis ojos.
―¿Tienes miedo? ―susurro―. Puedo asegurarte que nadie te
haría daño. La celebración ha sido pensada para todos, sin alguna
distinción.
―Lo sé ―responde titubeante, dejando ver la falta de seguridad
de su declaración. No sé mucho al respecto, pero no soy ciega para
no darme cuenta que él, como algunas de las personas mayores de
Jaim, guardan cierto recelo con los vampiros.
No es de extrañar o demasiado raro. Conozco la historia, esa que
cuentan sobre el conflicto que se vivió durante muchos años,
cuando los fundadores regían todo, sin importarles demasiado el
bienestar de los humanos que debían luchar por sobrevivir a los
ataques de impuros y repudiados. Sé cómo mis padres desafiaron
las leyes y cómo, con la ayuda del señor Danko, se estableció una
especie de igualdad para ambas razas, después de la caída de las
otras dos ciudades que se habían establecido. Sin embargo, existen
muchos espacios en blanco de los que equivocadamente nunca
antes me pregunté, ya que mi existencia forma parte de uno de ellos
y necesito saberlo.
Podría haber recurrido a la tía Elina como otras veces lo he
hecho, pero ya una vez cometió un desliz, siendo reprendida por mi
padre y el señor Danko. Además, en este momento se encuentra
cautelosa, no funcionaría. Estoy contando con que puedo obtener
algo del abuelo. Es una de mis pocas opciones, la principal diría yo.
―¿Es por la abuela Helena? ―presiono sintiéndome al instante
un poco culpable con el dolor que cruza por su rostro, pero que se
va tan rápido cuando es consciente de que ha bajado la guardia. Sí,
tal como me ha parecido, el abuelo es un hombre que parece
guardar muchos secretos.
―Es complicado ―dice escuetamente dejando escapar un débil
suspiro. Alcanzo de nuevo su mano, lamentando tener que hacer
esto, pero necesitando desesperadamente las respuestas. Estoy a
punto de hacer algo que podría cambiar mi vida para siempre, no
quiero equivocarme, sin embargo, no puedo detenerme en este
punto.
―Ellos no te gustan, ¿verdad?
―Lena…
―Tranquilo. ―Le sonrío, tratando de mostrarme serena―. No
estoy juzgando, te entiendo. Conozco a varias personas a las que
no les gustan, pero eso no quiere decir que los odian o que harían
algo para lastimarlos.
―Eso se acabó ―asegura, su expresión tornándose severa. Sus
dedos atienden mi toque, su mirada sosteniendo la mía―. Crecí
viendo de lo que eran capaces, siendo testigo de su crueldad sobre
inocentes, incapaz de hacer algo para ayudarlos. Era otro tiempo,
otras circunstancias ―se apresura a aclarar, atento a mi reacción,
que mantengo neutra, no queriendo incomodarlo y evitar que
continúe―. No los odio, pero no es sencillo olvidar ni tampoco
ignorar los instintos que tras tantos años se han quedado
arraigados. No es fácil. Supongo que es lo que pasa con esas
personas que mencionas, ellos tampoco han podido olvidar. Tu
abuela Kassia siempre dice que es cuestión de tiempo, y creo que
en parte tiene razón, ya sea que nos acostumbremos y dejemos de
verles como enemigos o… que nuestra vida llegue a su final.
―Falta demasiado para eso ―digo sinceramente, no queriendo
que les ocurra nada, pero teniendo presente que ellos, al ser
personas ordinarias, en algún momento dejarán de estar con
nosotros. No me gusta ni siquiera pensarlo.
Alguna vez cuando era niña, inocentemente pregunté por qué no
simplemente se convertía a todos para evitar sus muertes, fue mi
padre quien dijo algo que nunca olvidaré. Si todas las personas
cambiaran, no habría corazones latiendo, risas espontáneas, llantos
infantiles, no se igualaría la sensibilidad y entonces muchas cosas
dejarían de tener sentido, si todos fuéramos vampiros. La vida es
algo maravilloso que debe preservarse.
―No tanto, soy viejo. Pero ¿eso era lo que querías decirme?
―No ―sacudo la cabeza, cambiando mi postura sobre el
asiento―, es sobre mis padres. Me gustaría saber algunas cosas.
Pero antes dime algo, tú no querías que mi madre y mi tía se
convirtieran, ¿verdad?
No se suele hablar demasiado del pasado, salvo de eventos
importantes como las batallas por las ciudades y la protección de las
personas; sin embargo, he aprendido bastante de las pequeñas
indiscreciones que suelen tener. Una de ellas, la ruptura en la
relación entre mi madre y el abuelo.
―Las quiero ―dice con firmeza, haciendo surgir una pequeña
sonrisa en mi cara―, son mis hijas a pesar de todo. Aunque no
negaré que en un tiempo me resultó difícil aceptarlo. Vi demasiadas
cosas como para no temer por ellas, pensé que las perdería, que
serían como los monstruos que tanto daño hicieron a los que amé.
Afortunadamente no fue así, siguen siendo casi las mismas.
―Excepto por su piel y ojos. ―Mis palabras parecen relajarlo y
dibujar una ligera sonrisa en su expresión.
―Sí. Es difícil acostumbrarse, pero después de tantos años…
―¿Cuántos? ―pregunto conteniendo la respiración. Parpadea un
par de veces, antes de responder.
―Casi veinticinco. Tu madre tenía tu edad cuando cambió, fue
demasiado inesperado.
Veinticinco años. Lógicamente ella no me dio a luz, pero tampoco
puedo ser producto de una inseminación como me han hecho creer.
―¿Qué fue lo más difícil de aceptar? ―hablo débilmente, mi
mente abrumada.
―Que ambas eran demasiado jóvenes para perder su vida,
aunque… ahora que lo pienso, ¿quién no lo era? En un mundo
como el nuestro, tenías que madurar con rapidez y aprender a
sobrevivir. No podías darte el lujo de pensarte demasiado las cosas,
mucho menos ser débil.
―Las circunstancias han cambiado mucho ―apunto mirando
alrededor, aunque me refiero más que a la forma de vida que
llevamos ahora.
―Lo han hecho ―confirma dando una palmadita en mi mano―.
Nunca se los dije, pero más que cambiar, odié su sacrificio y no ser
capaz de evitarles sufrir. Tanto tu madre y tu tía, creyeron que mis
acciones se trataban solo de mi egoísmo, pero no fue así, prometí a
su madre que cuidaría de ellas, que las protegería con mi vida, sin
embargo, no lo hice. Al final, tomaron las cosas en sus manos y
dieron su vida por mí. Debes pensar que soy un viejo tonto, pero me
avergüenza el hecho.
―No digas eso, abuelo. Hiciste lo que podías…
―Casi nada.
―Ellas no te culpan, nunca lo han hecho, te aman, como tú
también lo haces. Te lo puedo asegurar y tampoco te reprocharían
nada de lo que han hecho para conseguir el bienestar de todos.
Ambas decidieron cambiar por amor, para estar con la persona
amada, lo que haya ocurrido en el proceso, no cambia su elección.
Mi madre me lo ha dicho muchas veces.
Me mira fijamente, con una sonrisa nostálgica.
―Te pareces tanto a tu madre, eres tan noble como ella, a pesar
de…
Asiento pasando el pequeño nudo en mi garganta. Su semblante
palidece al percatarse de lo que ha estado a punto de decir.
―No ser su hija ―termino por él, aliviada de estar sentada.
―No…
―Tranquilo. Sé que no soy su hija biológica ―miento, mi mano
libre por debajo de la mesa, aferrándose con fuerza a mi vestido. No
debería estar tan sorprendida, una parte me decía que ese hombre
no mentía, pero quise creer que era así.
―¿Te lo han dicho?
―Sí ―de nuevo miento obligándome a sonreír, aunque lo único
que quiero es marcharme y ser capaz de llorar―. Lo que no me
dijeron fue quiénes eran mis padres. ¿Lo sabes?
―Nadie lo sabe. Tú estabas sola y habrías muerto si no te
hubieran encontrado. Me alegro que te hayan aceptado como su
hija.
Me obligo a sonreír, es lo único que puedo hacer, y no tengo
palabras. Me limito a escucharlo divagar de otros temas, mi abuela,
Elise, la ciudad en general; en tanto que mi mente ha terminado de
decidirse. No hay marcha atrás, es algo que tengo que hacer, que
necesito, sin importar el resultado.

No he obtenido mucho, pero sí la confirmación a las palabras de


aquel extraño que aseguró saber mi origen. Y debe ser así, soy hija
de una de las híbridas con las que se enfrentaron. Mi abuelo tiene
razón en algo: no importan las circunstancias, me acogieron y me
criaron como suya, sin embargo, he de hacerlo. Por mí, porque lo
necesito.
Toco el bolsillo de mi abrigo, confirmando que aún llevo la
pequeña nota que he escrito antes de venir, por si acaso.
Voy directo hacia el muro, donde Klaus, al verme acercar, sonríe
y comienza a descender las escaleras. Odio tener que involucrarlo,
pero es al único al que puedo recurrir.
―No has tardado… ―dice pero lo interrumpo, no queriendo
perder el tiempo.
―Necesito tu ayuda, Klaus ―digo antes de detenerme delante de
él. Tiendo la nota, que no duda en tomar―. No la veas hasta que
estés a solas, en tu casa ―pido sujetando su mano―. Tampoco le
digas nada a Caden de mi presencia.
―Pero…
―Toma prestado un caballo y di que saldrás a dar una vuelta. Te
veo mañana, los detalles están dentro.
Me tenso al sentir a Caden aproximarse, así que indico que oculte
la nota y retrocedo un paso.
―Por favor, confío en ti ―susurro indicándole que abra las
puertas.
Aún luciendo confundido ante mi extraña actitud, acata mi
petición y acciona la palanca que abre, permitiéndome salir antes de
que Caden llegue. Él también sabría que algo tramo, por eso no
puedo darle la cara en este momento. Y tampoco porque me cuesta
demasiado no derrumbarme, mi vida ha cambiado en unas cuantas
horas. Todo lo que he creído y que amado es un simple borrón y una
dolorosa espina en mi pecho. ¿Por qué no lo dijeron? ¿Por qué no
confiaron en mí? Eso es lo que más duele: la mentira.

Desde lo alto de uno de los balcones de la residencia, observo la


plaza central de Cádiz. Hoy no es un espacio vacío y deprimente
como suele serlo; esta noche hay luces de muchos colores
iluminándola y personas dándole vida con sus risas. Es algo digno
de contemplar: vampiros y humanos conviven, mezclándose como si
fueran una misma raza. Prácticamente todo Jaim se encuentra aquí.
Y, sin embargo, yo estoy simplemente limitándome a observar,
pendiente de la hora.
―Lena.
Mi cuerpo entero se tensa al escuchar su voz. Abiel. Había
logrado evadirlo por un buen rato, pero como era de esperarse,
alguien se las ha arreglado para hacerlo llegar hasta mí.
Despacio me giro, enfrentándolo. Decir que no he pensado en él
y en nuestra última conversación es mentira, porque aún con todo lo
que llena mi cabeza, es capaz de abrirse paso y abrumarme.
―No deberías estar aquí.
Simplemente lo miro, admirando lo bien que luce en su traje de
guardia, no el habitual, sino el que parece estar reservado para
ocasiones especiales. Se ve tan apuesto que siento ganas de
arrojarme a sus brazos y expresarle todo lo que siento. No lo hago,
porque si algo podría hacerme cambiar de parecer, sería él.
―Estoy tomando un respiro ―murmuro queriendo parecer
despreocupada.
―Me has evitado. ―No puedo evitar una mueca.
―No, es solo que di por hecho que no tenías nada que decir.
―Mi respuesta parece tomarle por sorpresa y me alegro ante el
desconcierto que refleja su cara. He ido demasiadas veces detrás
de él, sin importarme lo que piensen los demás o lo patética que
pueda parecer…
―No quise abrumarte. Era algo de lo que debía ocuparme.
―No tienes que darme explicaciones.
―Lena…
―Sé franco conmigo. ―No sé por qué hago esto, no debería,
parece que realmente me gusta sufrir―. ¿Realmente hay una
posibilidad de que lo nuestro funcione?
―Pensé que eso había quedado claro. Te lo dije, quiero
intentarlo…
―¿Sigues amándola? ―Su silencio es contundente. Sonrío
luchando contra las ganas de llorar y sintiéndome orgullosa de cómo
he aprendido a ocultar mis emociones. Algo bueno tiene que salir de
vivir con tantas personas que mantienen sus caras inexpresivas la
mayor parte del tiempo―. Debo volver ―declaro tomando el bajo de
mi vestido, para poder caminar.
―Te lo dije antes, no puedo cambiar las cosas, ella siempre
formará parte de mi pasado.
―Lo sé y no lo reprocho, es solo que ahora seré demasiado
egoísta para conformarme con eso. Quiero alguien para el que yo
sea la única, la única a la que mencione en sueños… ―mi voz se
desvanece, antes de que las emociones me traicionen―. Y me has
dejado claro que tú no eres ese hombre.
―Lo siento. Si no soy el hombre que necesitas, entonces voy a
dejarte ir…
―Bien.
Obligo a mis pies a moverme, sin que parezca que estoy
escapando. No hacen faltan argumentos ni excusas. Papá estaba
en lo cierto, él amó de verdad a una mujer, una humana y es por eso
que no puede responder como quisiera y tampoco lo hará. Tonta.
Ahora entiendo por qué todo el mundo se preocupaba, por qué
todos me miraban con lástima cuando notaban mi interés. Ellos
sabían que no existía una posibilidad. Nunca ha existido.
Consigo llegar a mi habitación sin toparme con nadie ni derramar
una lágrima. Me apoyo en la puerta, observando el vaivén de las
cortinas. Cierro los ojos y me obligo a intentar encontrar su voz. No
estoy segura de por qué lo hago, pero no es tiempo para dudar…
«Estoy en camino», le hago saber, segura de que puede
escucharme y que ha estado esperando esto.
Sinceramente no tengo nada que perder. Todos han mentido y
Abiel nunca será capaz de responder a mis sentimientos. Estoy tan
confundida, pero sobre todo dolida. Mi vida ha sido un engaño,
donde todos han conocido lo que pasa, todos menos yo.
«Estoy en los límites del valle. Date prisa, debes llegar antes de
media noche».
«Ahí estaré».
Avanzo hacia el tocador, tomando el traje de la guardia que he
mantenido oculto. Bajo los tirantes del vestido y lo coloco lo más
rápido que puedo, sabiendo que en cualquier momento puede entrar
alguien. Tomo un par de mudas que meto dentro de una vieja bolsa
y me acerco a la ventana. Todo el mundo está fuera, en el patio
principal, completamente distraído por la música y las risas. Los
guardias también se encuentran presentes y los pocos que se han
quedado de turno en el muro no me sentirán si salgo por la parte
trasera como lo hice la vez pasada. Ahora solo espero que Klaus
haya cumplido con su parte y lleve el caballo hasta donde le pedí.
Empujo la ventana, disfrutando de la brisa nocturna que golpea
mi rostro. Bien, llegó la hora.
Gema (3)

La escena delante de mí es hermosa, es lo que alguna vez soñé


poder contemplar cuando era una niña, y es una realidad después
de tantos años. El temor, odio y resentimiento que se encontraban
en las miradas de las personas, incluida la mía, ahora no es más
que curiosidad o asombro por quienes son diferentes de ellos.
Sorprendentemente, la mayoría de los fundadores se han mostrado
dispuestos a convivir con los habitantes de Jaim, especialmente con
los más jóvenes, que son quienes parecen más fascinados. Por
lógica han estado menos en contacto. Veo cómo Bail permite que
una pequeña niña tire de su ropa, obligándolo a inclinarse hasta
quedar a su altura, le susurra algo que la hace reír y correr hasta
llegar a los pies de su madre, que también está sonriendo, no con el
temor o malestar de pensar que puede estar en peligro, más bien
siendo condescendiente con la curiosidad de su pequeña hija.
Verlas tan sonrientes me hace recordar a mi Lena. No la he visto
prácticamente en toda la noche. Inesperadamente se ha mantenido
apartada de todos, algo no muy propio de ella, que siempre ha sido
toda alegría e inquietud y quien, hasta hace algunas semanas,
parecía encantada con la idea de ver a humanos y vampiros
conviviendo juntos.
―¿Qué ocurre? ―Armen me abraza por la espalda, su boca
alcanzando mi oído, intentando tener un poco de privacidad y siendo
consciente de los agudos sentidos que nos rodean.
Aún con todos los sonidos a nuestro alrededor, lo escucho con
claridad; mirando por encima de mi hombro, encuentro sus ojos y
veo en ellos mi rostro ensombrecido por la inquietud y preocupación.
Luzco tensa y nada entusiasmada, como debería estarlo.
―Nada ―miento esbozando una débil sonrisa, a pesar de saber
que él puede deducir mi estado de ánimo sin esfuerzo alguno. Me
conoce demasiado bien, lo ha hecho desde el primer día que nos
vimos y todos estos años que hemos estado juntos nos han hecho
ser prácticamente uno, eso y que esa conexión que existía entre
ambos creciera aún más.
Sus manos frotan suavemente mis brazos, ascendiendo hasta
alcanzar mis hombros, donde masajean amablemente.
―No te preocupes ―su voz tiene un efecto tranquilizador, que,
sumado a su suave toque, hace que me rinda a él y me apoye en su
firme pecho.
―Lo intento.
Suspira liberando mis hombros, para envolverme en un firme
abrazo, pasando sus brazos por mi pecho, gesto que me compacta
más contra su cuerpo. Cierro los ojos, disfrutando de mi refugio
personal, él, Armen, mi creador y pareja para la eternidad.
―No está sola, Elina se ha encargado de reunirla con Abiel.
―Abro los ojos, observándolo un poco sorprendida. Debí suponer
que tramaba algo, cuando prácticamente me arrastró fuera de la
residencia, insistiendo en que Lena necesitaba espacio y que ya se
reuniría con nosotras cuando lo creyera oportuno.
Dirijo una mirada a la enorme fachada del edificio, donde se
encuentran o al menos eso espero. Es complicado seguir su
presencia con todas las personas reunidas, con los olores de
comida y las fragancias propias de cada individuo que llenan el
ambiente y saturan nuestros sensibles sentidos; sin embargo,
Armen no parece tener el mismo problema y desde luego que
Danko tampoco, con quien siempre se encuentra en contacto.
―¿Crees que eso ayude? ―inquiero expresando realmente mi
preocupación. Mi pequeña hija ha estado tan distante últimamente,
no es la misma. Veo una enorme tristeza en sus ojos, algo que no
logra ocultar con esa sonrisa que se esfuerza tanto en mostrar
cuando se percata de que la observamos.
A todos nos preocupa, incluso a Danko, que parece estar
acostumbrado a verla correr por los pasillos, a escucharla reír o
hablar sin parar.
―Esperemos que sea así ―dice antes de depositar un beso en
mi mejilla.
―¿Y si no es así? ―Me aferro a sus manos, en busca de apoyo.
Siempre he temido por quienes amo, costándome demasiado
desentenderme, a pesar de que de alguna manera ahora cada uno
de ellos tiene a alguien que los protege, Mai tiene a Danko, mi padre
tiene a Kassia y también a Farah; probablemente por ello Lena sea
la mayor de mis preocupaciones en este momento y a quien aún
puedo permitirme seguir cuidando―. No me gusta verla así, Armen.
―Lo sé. ―Frota su mejilla contra la mía―. Pero debemos
esperar. De algo puedes estar segura, Abiel se comportará y le
importa demasiado.
―Lo mismo ha dicho Elina, pero…
―Si no resultan las cosas, estaremos ahí para ella. Como
siempre lo hemos hecho, es nuestra hija.
Asiento, confiando en sus palabras, teniendo presente el gran
amor que siente por ella, pero sobre todo su sabiduría. Él es mucho
mejor que yo en lo que se refiere a su bienestar, sin tener que
intervenir en su preferencia. Mi instinto simplemente me grita que
debería abrazarla, protegerla y mantenerla a mi lado. Por desgracia,
no se trata de algo físico, son sus sentimientos los que se
encuentran alterados y en eso, aunque lo desee, no puedo mandar.
Aprendí la lección con Mai cuando quise separarla de Danko, eso
habría sido un terrible error, así que no pienso equivocarme de
nuevo, aunque eso no me haga sentir demasiado tranquila.
―Tienes razón.
―Hay que darle un poco de tiempo, es una buena chica. Es
nuestra niña.
―Sí. ―Nuestra. Lo es sin importar nada.
Johari (2)

¿Por qué está aquí? Esa es la cuestión. ¿Por qué precisamente


esta noche? ¿Es tan estúpido que no se da cuenta de su error?
Seguro, se suponía que nunca debía volver y en el instante que
ellos confirmen su presencia, irán detrás de él. ¡Idiota! Siempre
pensé que era uno, pero ahora no deja lugar a dudas. Diría que
lamento lo que le espera, pero si algo ocurre, será porque se lo ha
buscado. Tuvo la oportunidad de quedarse y optó por tomar el
camino difícil… A menos que haya cambiado de parecer, cosa que
veo complicada. No es de los que ceden o cambian de parecer.
«Encuéntrame en la entrada, necesito hablar contigo».
Con paso decidido me dirijo a la entrada de Jaim, aprovechando
que todos se hallan inmersos en la celebración, demasiado
distraídos para percatarse de mi ausencia. No he querido alertar a
Farah tampoco, porque necesito enfrentar esto yo sola.
Definitivamente no le gustaría saber que estoy haciendo esto, sin
embargo, antes que nada tengo que descubrir sus intenciones y si
pretende algo saldrá mal parado, Randi no es rival para mí. Nunca
lo fue y no lo será ahora, a pesar de que haya dejado ciertas
costumbres.
Me detengo de golpe, al notar la ausencia del vigilante. Se
supone que esta noche solo se quedaría una persona custodiando
la entrada de la ciudad, para controlar la entrada y salida de
personas, ya que la mayoría se encuentran en Cádiz, eso y también
no queriendo correr ninguna clase de riesgo. Lo cual obviamente
parece no haber funcionado.
Me acerco más, comprobando que las puertas están abiertas,
ligeramente entrecerradas, pero sin los candados. Mi pulso se
dispara al percibir su rastro, que se pierde justamente detrás del
muro. ¡Maldición! Ha entrado, eso explica por qué no hay rastro del
guardia. Doy un paso, pero freno cuando ambas puertas se abren
de golpe, revelando la figura del que alguna vez fue un compañero
de misiones.
Me cuesta reconocerlo: su aspecto está demasiado deteriorado,
lo mismo que sus ropas. Es mucho peor que cuando nos
encontrábamos en el nido, debajo de la montaña, viviendo y
durmiendo sobre piedras y humedad. Hay un ligero olor a metal y
tierra que lo acompañan, supongo que por eso no lo han identificado
aún.
Siempre tan astuto.
―Has tardado ―habla moviéndose lentamente, cruzando la
entrada.
Doy una rápida mirada a la ciudad, pero todo parece en su sitio.
¿Qué hacía dentro si no ha atacado? No me gusta esto.
―¿Qué demonios has hecho, Randi? ―pregunto evitando hacer
referencia al hombre que no logro ver por ninguna parte. Espero que
haya abandonado su puesto y no otra cosa.
―Nada. Esperar.
Resoplo.
No le creo, él no es tan inocente como quiere aparentar.
Entrecierro los ojos, acercándome con cautela, pero sin percibir olor
a sangre en sus manos.
―¿Qué pretendes? ¿Acaso quieres perder la cabeza?
―cuestiono, moviendo despacio mi brazo derecho, intentando
alcanzar la daga que siempre llevo en mi espalda oculta entre mis
ropas y, por alguna razón, esta noche no quise abandonar. Si ha
logrado entrar, nada bueno pudo sucederle al guardia.
―¿Por qué no me sorprende tu actitud tan fría, Johari? ―Pone
una mueca burlona, pero sin hacer ningún intento por coger su
espada, que se encuentra atada a su cintura―. ¿O debería decir
traidora? Después de todo, eso eres, ¿no?
Consigo coger el mango del arma y aferrarla con fuerza, más que
lista para un ataque.
―¿Traidora? ―le devuelvo la ironía, dejando de afectar su
acusación. Durante mucho tiempo creí ser la responsable, pero
Farah estaba en lo cierto, mi única culpa fue nunca tener el valor
para abandonar o luchar por los inocentes. Sin embargo, Randi no
lo es, él mejor que nadie conocía los planes del maldito de Alón y
eso lo hace tan culpable como él―. Te recuerdo que no fui yo quien
ocultó las cosas y las torció a su gusto, haciéndonos quedar como
los malos. Estas personas fueron tan víctimas como nosotros.
―¡Vaya! Eso sí que me sorprende y confunde, siempre fuiste
demasiado egoísta para preocuparte por los demás. Ni quisiera te
importó cuando nos echaron como si fuéramos basura… ¿Y ahora
me dices que te preocupa lo que les pase a esos humanos?
―Jamás podrías entenderlo.
―No me interesa.
―Sigues siendo el mismo idiota. No importa que ahora no haya
nadie que vigile tu espalda, que analice cada uno de tus pasos o
dicte hasta el más insignificante de tus decisiones: no has dejado de
ser un idiota. Él nos usó, no le importamos, nunca lo hicimos. Solo
quería utilizarnos…
―Eso no cambia nada ―interrumpe con brusquedad, dejando de
lado su expresión indiferente―. Nos traicionaste.
―No, fue él quien lo hizo.
―¡Te uniste al enemigo!
―Nunca hubo otro enemigo más que él. ¡Abre los ojos de una
buena vez…!
Es un débil sonido el que me alerta, moviéndome un instante
antes de que su brazo golpe mi cabeza. Xean. Ha aprovechado mi
descuido para atacarme, ni siquiera me he percatado de su
presencia. No hay palabras, ambos arremeten contra mí, no
dándome otra opción que desgarrar mi vestido al sacar la daga e
intentar defenderme.
―Dos contra una. ¡Malditos cobardes! ―siseo furiosa,
respondiendo y esquivando sus ataques. Ambos sonríen burlones,
acelerando sus movimientos, cosa que me sorprende demasiado.
Su aspecto no es el mejor, pero parece que han tomado bastante en
serio eso de entrenar y de venir a por mí. Algo que por desgracia yo
he dejado de hacer años atrás y que el dolor que recorre mi brazo
comprueba.
Doy un salto, retrocediendo para evitar que sus extremidades
impacten, obligándole a frenar su asalto.
―Tú no fuiste leal, no tenemos por qué serlo ―me hace saber
Xean.
―Eres un idiota también, Xean. Lamento haber sentido tu falsa
muerte. ―Eso parece divertirle.
―Lo imagino ―farfulla irónico, moviéndose para alcanzar mi
espalda―. Déjame decirte que solo hago lo que creo correcto. Nos
dejaste, así que ahora eres el enemigo, es simple.
Dirijo una mirada hacia el muro de Cádiz, pero no hay ningún
guardia a la vista, parece que se han olvidado de sus deberes y se
han sumergido demasiado en la fiesta. ¡Demonios!
―¿Esperando refuerzos? ―Miro a Randi, que está disfrutando
demasiado esto, pero no tiene idea―. Eso nunca fue propio de ti.
―Vete al infierno. ―Ataco, esperando tomar algo de ventaja,
pero consiguiendo un fuerte golpe en un costado, que me hace caer
al suelo. Torpemente ruedo, evitando los pies de Randi, que no me
da tregua.
―Has perdido tu toque. Te has vuelto débil.
Horrorizada, miro detrás de ambos; al percibir su olor, al menos
cinco impuros se dirigen directamente hacia la entrada de Jaim. ¡No!
Inútilmente trato de detenerlos, pero mi control no funciona,
lógicamente cuando dejé de beber sangre y tuve a mi hija perdí mi
habilidad como tanto lo temía. Lo acepté, pues no lo necesitaba,
hasta hoy…
―¡No te distraigas!
Me muevo por instinto, queriendo alcanzar la puerta y evitar una
tragedia, pero Xean ha adivinado mis intenciones y me bloquea. Por
cosa de nada logro esquivarlo y tomar de un brazo a uno de los
impuros, haciéndolo retroceder.
Mi acción es estúpida y lo pago caro. El impuro empuja sus
garras directo en mi garganta, inclino el cuerpo hacia atrás, no lo
suficientemente rápido para esquivarlo, ya que el dolor me hace
jadear. Lo ignoro consiguiendo cortar el cuello del maldito…
―¡Muere! ―la voz despectiva de Randi me hace volver el rostro,
para ver a escasos centímetros el filo de la espada de Xean. ¡No
puedo ser!
Antes de que me alcance, una figura se interpone, haciéndome
caer de espalda y salvándome.
―¡No! ―Un grito ahogado escapa de mis labios, no es debido al
dolor, ni a la sorpresa, es por el sonido lastimero que escapa del
cuerpo que ha recibido el impacto por mí―. ¡Farah!
Se tambalea, aferrando el brazo de Xean, que lo mira confundido
y sorprendido.
―Detén a esos malditos… ―Su voz queda cubierta por los gritos
de pánico y gruñidos que proceden del interior de la ciudad.
¡Los impuros!
―¡Ve! ―ordena, lanzando a Xean un par de metros y
enfrentándose a Randi.
No quiero dejarlo, pero dentro no hay nadie que pueda hacerles
frente. Corro hacia la ciudad, alcanzando a ver algunas personas
correr desesperadas. Se trata de los pocos habitantes que se han
quedado. En su mayoría personas mayores, que son presa fácil.
Obligo a mis pies a moverse y me estremezco cuando a mi paso
confirmo dos cuerpos inmóviles. Las primeras víctimas de esos
malditos. ¡Miserables! Pero sobre todo ese maldito de Randi,
¿Cómo consiguió traerlos hasta aquí?
Alcanzo al primero de ellos, un par de metros más adelante. No
tengo piedad. Golpeo su pecho, ganando unos segundos, que
aprovecho para conseguir arrancar con mis manos su cabeza y
corazón, no sin antes romperle el cuello.
He perdido mi daga, así que esto es con base en impulso y
desesperación. Los gritos continúan escuchándose, así que me
obligo a moverme con rapidez, solo para encontrar el cuerpo de un
impuro y a Neriah desgarrando el pecho de otro de ellos.
He estado tan inmersa en la pelea y en conseguir detenerlo, que
no me percaté de que él se encontraba aquí.
―Quedan dos todavía. ―Asiente saliendo detrás de uno de ellos,
en tanto que hago lo propio.
Salto por encima de uno de los techos, para ver cómo el impuro
está a punto de alcanzar a una mujer. Sujeto su pierna, estrellándolo
contra un muro.
―¡Corre! ―Ella no necesita que lo repita, sale despavorida―.
Hasta aquí llegaste, maldito.
Su respuesta es un gruñido y un intento desesperado por llegar a
mi garganta. Perforo su pecho, arrancándole el corazón. Se
desploma a mis pies, dejando un desagradable rastro de sangre
sobre mi ropa.
Me giro al escuchar unos pasos y el sonido de algo siendo
arrastrado. Se trata de Neriah que tira de los cuerpos de dos
impuros.
―Hay que limpiar ―murmura señalando al cuerpo del suelo.
―Todo tuyo ―asiento apartándome―. ¿Qué hacías aquí?
―Diana estaba cansada y quería irse a la cama ―explica
cogiendo el pie del impuro―. Voy a incinerarlos.
―Iré por el resto.
―Mejor ve con Farah. Yo me encargo.
―Gracias. ―Da un ligero asentimiento con la cabeza y se aleja.
Me encamino hacia la entrada, asegurando a los que encuentro a
mi paso que todo está bien y que vuelvan dentro de sus casas. Es
complicado, todos parecen aterrados, y no es para menos. Esto
nunca debió ocurrir.
―¿Estás bien? ―Me reúno con Farah a mitad del camino,
observo su camisa desgarrada y las manchas de sangre en su cara.
―Sí, es solo un rasguño. ―Me abrazo a su cintura, no
importándome la sangre que mancha su ropa o que no estamos
solos.
Por un instante temí lo peor, al verlo interponerse y recibir el
ataque.
―Lo siento tanto.
―Estoy bien ―repite sin rastro de reproche o malestar.
―Yo…
―Tranquila, lo bueno es que estás bien.
―Sé que debí avisarte, pero pensé que tramaba algo y que era
mejor averiguarlo por mi cuenta. Nunca imaginé que sería algo
como esto.
―Ni yo.
―Hay que avisarles a los demás…
―Ya lo saben, pero evidentemente no desean alarmar a nadie,
así que han bloqueado las puertas de la ciudad, pero enviarán a
algunos guardias en cuanto puedan. Tenemos que hacer lo mismo y
limpiar. Por el momento nos han dejado bloqueados totalmente.
―Neriah se está encargando de eso.
―¿Qué hacía aquí?
―Vino a traer a su hija y fue cuando los escuchó. Yo también me
sorprendí.
―Fue bueno que estuviera. ¿Cuántas bajas? ―pregunta
sombríamente.
―He contado diez.
―Mierda. Hay que sumar al guardia.
―Hubieran sido más si no estuviera en Cádiz.
―Lo sé. Lo que no entiendo es qué pretendía.
―Vengarse de mí ―admito con una mueca. Pensar que, por mí,
han muerto esas personas es difícil.
―Eso me quedó claro, pero temo que no es lo único.
―No ―concuerdo muy a mi pesar. Dudo mucho que esto haya
sido todo―. Randi nunca juega limpio. La prueba son esas
personas que han muerto.
―Sigo pensando que algo se nos escapa.
―¿Qué más podría ser? ―pregunto, aliviada de saber que Airem
se encuentra segura en Cádiz.
―No tengo idea, pero es mejor no confiarnos.
―Por ahora lo primero es curarte y verificar si hay heridos o
sobrevivientes.
Sin que tengamos que decirlo, algunos de los pocos hombres que
hay en la ciudad comienzan a correr la voz de que todo ha vuelto a
la calma, al mismo tiempo que preguntan si hay heridos y
cuantifican los daños. Entre ellos se encuentran algunos híbridos
que optaron por quedarse.
֍
Evito hacer comentarios respecto a la herida que tiene en el
pecho y la cual ha tenido que ser suturada. El médico ha dicho que
estará bien, ya que es alguien bastante resistente, pero también le
ha pedido que se modere. Eso no le ha gustado, pero no tiene
opciones. Acaricio su brazo, mirando por la ventana, aún
reflexionando sobre las verdaderas intenciones de Randi. Lo que ha
ocurrido me resulta tan familiar, como cuando incendiamos los
invernaderos para crear una distracción.
El cuerpo de Farah se tensa bajo mi toque, pero no es porque le
haya lastimado.
―¿Qué pasa? ―inquiero mirándolo inquieta.
―Lena ha desaparecido.
―¿Qué? Pero… ―Me indica que espere, cierra los ojos como si
estuviera concentrándose y entonces su cara pierde color. Maldice
entre dientes, mirando hacia la puerta―. Se la llevaron ―afirmo sin
saber por qué tengo la certeza.
―Eso creen.
―Habla con ella ―digo recordando que él puede entrar en su
mente.
―Lo he intentado, pero…
―¿Qué? ―Sacude la cabeza, sentándose.
―Ella sabe sobre sus padres y… no sé qué ha pasado, pero no
puedo llegar a ella, es como… como si hubiera bloqueado mis
pensamientos. ―Se lleva la mano a la frente, casi
desvaneciéndose, la sangre brotando de su nariz.
―Farah… ―Logro sujetarlo, mirándole con preocupación.
―Estoy bien.
―No, no lo estás. Vamos. Tienes que tumbarte.
―Pero…
―Neriah puede ocuparse y también los guardias.
―Eso lo sé, pero hay que encontrarla.
―Si esa niña hubiera querido que la encontraras, lo hubieras
podido hacer. Cosa que no ha ocurrido.
―¿Quieres decir…?
―Ni Randi ni tampoco Xean pueden hacer lo que has dicho y a
menos que hayan conseguido otro fundador, significa que quien te
ha bloqueado ha sido ella. Lo cual resuelve la duda sobre quién es
su padre.
Todo ha encajado perfectamente, no hay duda.
―¿Ese vampiro que podía ocultar su rastro?
―Apuéstalo. La habilidad no es la misma, pero llegué a escuchar
que ocurría algo así con sus descendientes. Variables de
cualidades.
―Armen estará como loco y ni siquiera deseo imaginar a Gema.
Tenemos…
―No ―apoyo la mano en su pecho, obligándolo a retroceder―.
Tú no tienes nada que hacer, solo descansar. Es demasiado tarde
para ir tras ellos, además, no podemos arriesgarnos a otro ataque.
No tienen otra opción que esperar.
―Mierda.
Él sabe que tengo razón y apuesto que ellos también. Esto
complica todo. ¿Por qué demonios ha hecho esto esa niña? Mejor
dicho, ¿cómo ha conseguido engañarla ese maldito? La creí más
inteligente. Todo podría ser una trampa para atraernos y
emboscarnos, espero que no hagan una tontería y vayan detrás de
ella. Sería el peor error.
Lena (27)

Esta noche no es como ninguna otra, los sonidos habituales han


quedado ocultos por todas las voces, las risas y la música, todo lo
que ocurre en la plaza central. Sin embargo, me ayudan a
escabullirme al amparo de las sombras que me permiten dejar la
ciudad sin ser percibida.
Me alejo del muro con paso firme, determinada a ir con ellos,
descubrir quién soy y qué hay más allá del horizonte que cada
mañana contemplo. Nunca antes me cuestioné ese anhelo
inconsciente que sentía, ese sentimiento de extrañeza o de falta de
pertenencia al lugar, pero creo que ahora tiene un poco de sentido.
Disminuyo mi andar al ver a Klaus, que se encuentra en el lugar
acordado, pero no con un caballo como le pedí, sino dos. Me mira
fijamente al percatarse de mi presencia, recorriendo a detalle mi
figura. Veo una chispa de admiración y algo más que prefiero
ignorar.
―Nunca te había visto con el traje ―explica torpemente
frotándose la nuca.
―Es incómodo montar con un vestido ―respondo comprobando
las asas de mi bolso, que se encuentra en mi espalda, antes de
tomar las riendas de su mano y subir en el animal, que no se
inmuta.
―Tiene sentido. ¿Y entonces, a dónde vamos? ―Le dirijo una
rápida mirada, negando con la cabeza.
―Vuelve ―susurro, apretando los tobillos en los costados de mi
transporte, poniéndolo en movimiento. No miro detrás de mí,
únicamente concentrada en llegar al punto de encuentro. Puedo
sentir su presencia dentro de mi mente y recoger el débil rastro de
su persona, como si acabara de pasar por este lugar. Cosa que es
poco probable, ya que está esperando por mí, no tendría por qué
acercarse tanto a la ciudad. No lo ha hecho antes.
Mantengo el ritmo del trote, no queriendo llamar demasiado la
atención. Si alguien llega a percibir los cascos del caballo, de
inmediato pensaría que se trata de Klaus, espero que haya dicho a
Caden sobre montar, eso sin duda reduce las probabilidades de que
se percaten de que soy yo. Alcanzo lo alto, pasando rápido más allá
de la colina, antes de frenar y dar un rápido vistazo. Desde aquí las
luces de Cádiz son simples puntos.
Mi corazón palpita con fuerza y mi voluntad flaquea. Cierro los
ojos, aferrando con fuerza las riendas del caballo, antes de indicarle
que continúe. Esta vez, acelero su tropel poniendo aún más
distancia con todas esas personas que he conocido desde que soy
consciente. Sus rostros y miradas desfilan en mi cabeza,
recordándome todo lo que han hecho por mí, todo lo que estoy
poniendo en riesgo por mi imprudente curiosidad. Quizá no me
admitan de nuevo, quizá no me quieran más, y a pesar de eso, no
doy marcha atrás, sigo mi camino acercándome a lo desconocido
que al mismo tiempo debe ser mi linaje.
Lena (28)

Me concentro en el camino, el cual ha dejado de ser un sendero


definido, volviéndose un terreno irregular y difícil de recorrer. Me
alegro de aceptar esas salidas con Airem y Caden, sin duda ayudan.
Sin embargo, es el instinto del caballo el que se encarga de evadir
los obstáculos y no tropezar; en cuestión de minutos estoy más allá
de las colinas que conducen al valle donde se localizan ambas
ciudades. Ahora están completamente fuera de mi vista, ocultas tras
rocas y enormes porciones de tierra.
No hay marcha atrás.
Me resulta demasiado deprimente pensarlo, así que sacudo la
cabeza, alejando las dudas y centrándome en el camino.
Afortunadamente mi vista se ha ajustado a la oscuridad que confiere
la noche, eso y que mis ojos son mejores que los de una persona
normal, lo que me permite visualizar sin problemas. Avanzo
escudriñando mi entorno, especialmente lo que me espera. Estoy a
nada del punto acordado, de acuerdo con las indicaciones:
ciertamente nunca antes he estado en este lugar. La distancia crece,
pero no veo nada, cosa que me inquieta. ¿Estoy tomando el rumbo
correcto? No quiero pensar que soy tan torpe como para errar. Mis
temores se desvanecen cuando vislumbro una solitaria figura a un
costado de las rocas, más adelante.
Aspiro frunciendo el ceño. La esencia que percibo me confunde y
de inmediato disminuyo el ritmo. No se trata de ese hombre con el
que hablé y quedé de encontrarme aquí. Se trata de alguien más.
Con cautela y mirando alrededor me acerco. El hombre es más alto
y, por su postura, puedo asegurar que también más joven. Sus ojos
parecen brillar con el pálido reflejo de la luna, confirmando que se
trata de un híbrido, tiene ese característico color miel; el viento
revuelve su cabello un poco largo, dándole un aspecto salvaje, muy
propio del ambiente desierto en el que nos encontramos.
―Te has retrasado ―murmura, su voz completamente falta de
reproche o malestar. No lo conozco, pero él no parece alarmado con
mi presencia, es como si hubiera estado esperando por mí. Eso me
inquieta, especialmente porque soy incapaz de ver su rostro desde
donde me encuentro.
Es tonto de mi parte pensar que no tiene amigos, pero me resulta
un poco raro, ya que aseguró que estaría esperando por mí.
―¿Quién eres? ―inquiero deteniéndome a un par de metros de
distancia―. ¿Dónde está él? ―Inútilmente me he dado cuenta de
que ni siquiera conozco su identidad y eso me pone en desventaja.
Despacio se aparta del muro en el que se apoyaba y desenfunda
su espada, adoptando una postura de combate. Su movimiento es
tan fluido y rápido, que confirma mi primera impresión: es un híbrido.
Su maniobra me hace tensarme y prepararme para un posible
ataque, no obstante, su atención está centrada a mis espaldas.
―Te han seguido ―expresa con voz tensa, mostrando una
mirada severa que aumenta mi inquietud. Pero son sus palabras las
que provocan que un escalofrío recorra mi espalda. Si me han
seguido, es porque han descubierto mi ausencia. Eso es malo,
podría tratarse de cualquiera, incluso de… mi padre.
¡No es posible!
Rápidamente doy vuelta al caballo, conteniendo la respiración,
esperando no ver a mi padre o a Abiel, aunque no sé por qué pienso
en este último. Para mi alivio, no se trata de ninguno de los dos. Me
relajo tan pronto identifico al jinete. ¡Klaus! Nunca antes me ha
alegrado tanto verlo, aunque no debería estar aquí.
Su caballo aparece detrás de una pequeña saliente que ha usado
como escondite, frena al darse cuenta de que tanto el desconocido
como yo lo contemplamos, descubriendo su presencia.
―Es solo él ―señala el chico detrás de mí. Asiento con un ligero
movimiento de cabeza, tanto para confirmar sus palabras, como
para indicar a Klaus que se acerque.
―Le conozco, no pasa nada ―aseguro, queriendo evitar un
posible ataque, aunque supongo que lo ha deducido, pues escucho
cómo vuelve a guardar en la funda su arma.
Klaus titubea, antes de retomar la marcha y aproximarse con
cautela, su atención en mi espalda, claramente sorprendido por su
presencia.
―¿Qué haces aquí? ―hablo lo más bajo posible, mirándolo con
nerviosismo. Ese hombre advirtió que nadie debía saber de mi
partida y esperaba que Klaus me diera algo de tiempo antes de
decirle a Caden o a los demás que me había ayudado a marcharme.
Deseaba evitar que pensaran que algo me había ocurrido y por ello
opté por acudir a él. No ha funcionado.
―¿De verdad creíste que iba a dejarte ir sola? ―cuestiona
situándose a mi costado, su pierna golpeando una de las dos bolsas
que lleva sujetas a los costados de su montura, de las cuales no me
había percatado antes, por la prisa que tenía―. No entiendo qué
ocurre, ni tampoco quién es él ―murmura señalando al desconocido
que se mantiene quieto en su lugar, todavía oculto en las
sombras―, pero iré contigo.
―Tienes que volver… ―comienzo a decir, pero me interrumpe.
―Ni lo pienses, Lena ―advierte negando―. Voy a donde vayas.
O no vas.
Lo miro, boquiabierta ante su actitud decidida. No es que tenga
una mala opinión, es solo que él nunca ha sido muy arriesgado o
intrépido. Me cuesta verlo siguiéndome sin cuestionar mi jucio.
―Deberías escucharla. El camino es peligroso y tú eres un
humano ―escucho al chico detrás de nosotros.
―¡Oye! ―protesta Klaus, mostrando su espada―. Soy un
guardia y déjame decirte que haces sonar como un insulto el hecho
de que no sea como ustedes. Porque eres un híbrido, ¿cierto?
Puedo ver la sonrisa del chico, que parece divertido con la réplica
de Klaus, que no muestra temor. No contaba con esto y no sé qué
hacer.
―No fue un insulto y tampoco me importa si vienes o no, pero
debemos ponernos en movimiento antes de que alguien más se dé
cuenta. El tiempo apremia.
Me sorprende su actitud despreocupada y el ofrecimiento de que
Klaus venga conmigo. Me desconcierta que se muestre tan
amigable, ya que el otro hombre a pesar de que intentaba parecer
amable, tenía algo que me dejaba mucho que pensar, no parecía
tan sincero.
―¿Dónde está él? ―pregunto, tensa.
No me gusta esto, especialmente porque ahora Klaus está
involucrado, así que debo ser más cautelosa. Mi seguridad no me
importaba demasiado, siempre y cuando pueda encontrar las
respuestas, pero no deseo que alguien más salga lastimado y es
justamente por eso que no dije a nadie lo que pretendía hacer. Ellos
no sabrán qué ha pasado, aunque no puedo evitar que se
preocupen, confío en que no irán detrás de nosotros. Al menos no
antes de que pueda indagar un poco sobre quién se supone que soy
y lo que han mantenido oculto.
―No te preocupes, Randi nos alcanzará. ―Se mueve, dejando a
la vista su rostro. No puedo evitar la sorpresa. Se trata del mismo
chico que vi y quien creí que había sido un espejismo, pero no, es
real y me mira con una ligera sonrisa―. Deprisa, vamos.
Comienza a correr, perdiéndose de vista en segundos. ¡Wow! Es
veloz, pienso sin reponerme de volver a verlo. En aquel momento
me preguntó quién era, parece que ahora lo sabe. Ya entiendo por
qué no se mostró extrañado.
Klaus silba, rascándose la cabeza, luciendo tan admirado como
supongo que lo hago yo.
―Es veloz. ―Pensamos igual, pero eso no es importante ahora.
Tengo que convencerle de alguna manera de que regrese.
―Kla…
―No, Lena. Te lo dije en serio, cuentas conmigo. ―Agita las
riendas de su caballo, haciéndolo avanzar, no dándome otra
alternativa que seguirlo. Realmente espero que esto no se salga de
control, no me perdonaría si algo malo le ocurriera. ¡Rayos!―. Será
mejor darnos prisa, ¡antes de perder al chico salvaje! ―grita
emprendiendo la marcha a galope.
«Mejor que no me llame así, o lo llamaré por algo más
desagradable que humano». Su toque es gentil, está cargado de
diversión y calidez, eso me sorprende. «Por cierto, soy Yohan».
«Soy Lena», simplemente atino a responder. «Lo sé». A pesar de
que no debería, me sorprende que conozca mi nombre. Esto es tan
extraño.
Veo su figura, varios metros delante de nosotros y a Klaus
intentando darle alcance, así que no pierdo tiempo, pongo en
marcha el caballo, no queriendo rezagarme demasiado.
֍

Ninguno de los dos tenemos problema para darle alcance,


aunque continúa manteniéndose a cierta distancia, volviendo de vez
en cuando la mirada, confirmando que lo seguimos y guiándonos. El
lugar parece una especie de bosque muerto, la mayoría de la
vegetación no tiene vida, son ramas secas y troncos caídos los
obstáculos que debemos esquivar, los cuales Yohan se encarga de
despejar sin parecer esforzarse mucho, eso definitivamente aligera
el trayecto. Observo constantemente a Klaus, quien
sorpresivamente se mantiene callado, al pendiente del entorno y de
nuestro desconocido guía. Raro, él siempre tiene algo que decir.
De pronto el chico se detiene, devolviéndose hasta donde nos
encontramos y situándose entre ambas monturas, la mirada fija de
nuevo detrás de nosotros.
Compruebo lo que ha llamado su atención, dos sombras rápidas
se aproximan. Uno de ellos es esa persona, la otra no creo haberla
visto antes, pero parece acompañarle.
Se detienen mirando fijamente a Klaus, que a su vez lo parece
evaluar.
―Está con ella ―expresa en voz alta Yohan, aunque supongo
que ya le ha explicado mentalmente. Han permanecido unos
segundos simplemente mirándose unos a otros.
Los ojos del otro hombre se posan sobre mí, recorriéndome de
pies a cabeza y asintiendo como si aprobara algo. Es incómodo.
«Lena». Me sobresalto al escuchar su voz, es casi un susurro
ahogado, pero puedo percibirlo.
«¿Señor Farah?», pregunto sorprendida. Esta es la primera vez
que se comunica conmigo, a pesar de que es capaz de hacerlo.
«¿Dónde estás?», hay urgencia en su tono y me desconcierta
saberlo, a pesar de que no puedo ver su rostro o gestos.
Le dirijo una mirada molesta a Klaus, pero él frunce el ceño, como
si no entendiera.
―¿Qué? ―balbucea desconcertado. He creído que ha sido él
quien ha dicho a alguien sobre mi partida, pero parece que no.
―Bloquéalo ―la voz brusca de Randi me hace verlo―. Están
intentando contactar contigo, ¿no? ―¿Cómo lo sabe?―. Rompe el
contacto, bloquea tu mente.
―No sé cómo hacerlo ―admito incómoda.
―Todos podemos hacerlo, simplemente imagina que creas un
bloque de piedra o cierran una puerta ―explica el otro hombre.
―Inténtalo.
Farah (4)

«¿Qué ha pasado?». Desde luego que él sería el primero en darse


cuenta. «Atacaron la ciudad», respondo manteniéndome quieto,
mientras el médico termina de comprobar mis heridas. No se
compara el dolor con el resentimiento y malestar que me provoca
saber que ese par ha logrado escapar, después de causar tantas
muertes. «Bloquea las puertas, que nadie entre ni salga».
«Hecho».
«Enviaré a alguien en cuanto sea posible». Lógicamente es mejor
no correr riesgos y alterar a las personas. No cuando se encuentran
en la ciudad. «No hay problema, Neriah se está ocupando de todo.
He tenido un poco de problemas». «¿Estás herido?». «Un rasguño
y, de todos modos, Johari está conmigo». «Bien. ¿Sabes algo de
Lena?». La pregunta me desconcierta, pero antes de que pueda
responder, continúa: «Ha dejado la ciudad».
¡Mierda!
―¿Qué pasa? ―Miro a Johari, quien se ha percatado de mi
reacción.
―Lena ha desaparecido.
«¿Eres capaz de localizarla? Caden y Josiah lo han intentado,
pero debe estar demasiado lejos para que puedan lograrlo. Es tu
especialidad, puedes hacerlo mejor que ellos». Es un poco extraño
que lo diga, pero está en lo correcto. «Lena», pruebo comprobando
las sospechas de Danko. Me resulta un tanto difícil llegar a ella, es
como si se encontrara a bastante distancia.
«Solo dime algo», la voz de Danko me distrae. «¿Fueron los
híbridos los que atacaron?».
«Los mismos», confirmo con una mueca, al captar a dónde quiere
llegar. Son los únicos que podrían tener algún interés en ella y eso
es realmente jodido. «¿Señor Farah?». Ignoro el contacto de
Danko, centrándome en ella. «¿Dónde estás?», espero, pero
aunque sigue ahí, no atiende. «Lena, responde. Dime ¿dónde
estás?». «Lo siento», me inquieto al percibir la tensión en su
respuesta. «Tengo que irme…».«¡No! Escucha…».
«Necesito encontrar las respuestas que no encontraré con
ustedes. Lo siento. Tengo que saber quién soy». Abruptamente se
rompe la conexión. Pruebo de nuevo solo para encontrarme con
alguna especie de bloque mental que me golpea con fuerza.
―Farah… ―Johari sujeta mi brazo, mirando alarmada la sangre
que brota de mi nariz. ¡Maldición! Pruebo de nuevo, pero es inútil,
no puedo alcanzarla. Observo la sangre que mancha mis manos.
¿Qué diablos ha sido eso?
Armen (3)

Me lleva unos minutos darme cuenta de que algo ocurre. La postura


de los guardias y el repentino aumento en el número que se ubica
alrededor del lugar, cuando deberían estar participando en la
celebración, confirman mis sospechas. Observo a Gema, quien
habla con Mai y un par de mujeres humanas. Ellas parecen
totalmente ajenas a la situación, pero no así Elina, que tiene una
expresión mezcla de angustia y nerviosismo, y mira fijamente a
Danko, que también parece molesto y sacude casi
imperceptiblemente la cabeza. Sus dos hijos se encuentran con
ellos, al igual que Uriel y ninguno de ellos parece tampoco estar
bien.
«¿Qué ocurre?», inquiero permitiendo que todos ellos perciban
mis pensamientos. Me observan al mismo tiempo, mientras me
acerco a donde se encuentran, la inquietud es evidente en sus
miradas, a pesar de intentar no demostrarla en sus expresiones.
«Atacaron Jaim». Oculto mi reacción e instintivamente compruebo la
presencia del resto, pero sobre todo de Farah, que obviamente no
se encuentra aquí. Lo he visto salir detrás de su mujer, no hace
mucho tiempo. «¿Has enviado guardias?», pregunto no dudando de
su buen juicio. «No aún, están asegurando el muro y revisando los
alrededores, queremos evitar un ataque mayor», explica no
pareciendo satisfecho con las medidas tomadas, pero sin duda
consciente de que es lo mejor. Por ahora no podemos exponer a
todas estas personas. «Ese no es el problema…».
«Elina», reprende mirándola con malestar. Ella lo ignora, tirando
de mi brazo. Sus ojos tienen un brillo cristalino, indicio de lágrimas.
―Lena… ―El simple susurro de su nombre me hace buscar su
presencia, pero…
―¿Dónde está? ―cuestiono alarmado al comprobar que no está
en la residencia, donde su madre la dejó. «Ese es el problema,
señor», expresa Caden. «Lena no está en la ciudad». «Ni tampoco
en Jaim, ya lo he confirmado con Farah».
¡¿Qué?!
―Será mejor ir al salón ―ordena Danko, adelantándose―. Trae
a tu mujer. He llamado al resto.
Ninguno duda en seguirle, a pesar de que ellos son los anfitriones
y no debería abandonar el lugar.
Busco con la mirada a Gema, descubriendo que ella me observa
fijamente. No tengo que indicarle que vaya, Mai la sujeta del brazo
haciéndola avanzar. «Farah». Detecto cierta preocupación. «Lo
lamento». Una disculpa no es lo que esperaba como respuesta,
pero me hace temer. Cierro los ojos, intentando no perder la calma.
Entramos en el primer salón, uno pequeño. Gema cruza la puerta,
pareciendo un fantasma, y se acerca a mí, olvidándose de su
hermana, la angustia reflejada en sus ojos. Quisiera disipar su
preocupación, pero no puedo hacerlo. «Intenta alcanzarla», pido
mirando a la mujer que amo y a la que estoy a punto de causar un
gran dolor. Prometí que las protegería a ambas.
―¿Qué ocurre? ¿Dónde está Lena? ―cuestiona Gema al ver
que todos menos ella nos hemos reunido.
«Lo intenté, pero…».
―No está en la ciudad ―Elina es quien responde, su voz
trasmitiendo angustia―. La busqué por todas partes, pero no está.
―¿Fue a Jaim? ―pregunta titubeante.
«Alguien o algo bloqueó mis pensamientos. Fue como chocar
contra un muro, me ha costado bastante responder y no me
encuentro muy bien. Lo siento. Lo único que puedo decirle, es que
parece no tener miedo».
Me tenso ante su afirmación, aferrando el frágil cuerpo de Gema,
que también parece entender lo que ocurre.
―Abiel y un par de guardias irán.
«¿Estás seguro?», cuestiono. Lena nunca ha dejado la ciudad, no
más allá del valle y menos por sí sola. la única explicación lógica
que encuentro es que se la han llevado.
―¿Qué es exactamente lo que ocurre? ―cuestiona Anisa―.
¿Por qué han bloqueado las salidas? ¿Qué está pasando?
―¿Qué? ―Gema me mira, pero sacudo la cabeza, siendo
incapaz por primera vez de responder sus dudas. Mi mente no
puede encontrarla, la angustia crece dentro de mí, el temor y la
incertidumbre de no saber dónde está―. ¿Qué pasa?
―Atacaron Jaim ―responde Danko, su expresión severa
acostumbrada, luciendo un toque de inquietud.
«¿Farah?», insisto ante su titubeo.
―¿Hay heridos?
―Algunos muertos ―admite con una mueca.
―¿Lena? ¿Ella está bien?
«No ha sido obligada, Armen». Hace una pausa, como si
estuviera calculando sus siguientes palabras. «Ha dicho que
necesitaba hacerlo. Eso es lo que ha dicho».
―¿Quieres decirlo de una vez? ―presiona Elina, ante el titubeo
de Danko. Algo poco habitual, lo que no augura nada bueno.
―Como he dicho ―recalca, mirando molesto a Elina―, atacaron
Jaim. Usaron impuros para atacar, en tanto que Johari y Farah se
enfrentaban a un par… de híbridos.
«Lo sabe, ella sabe la verdad y creo que por eso ha aceptado irse
con ellos». Un pequeño jadeo sale de los labios de Gema. Sostengo
su cuerpo cuando parece que está a punto de caer, al mismo tiempo
buscando un poco de apoyo. Ella sabe lo que significa su presencia,
el mayor de sus temores y saber que Lena está allá afuera empeora
las cosas.
―Y tal como están pensándolo, se trata de Randi y los otros
híbridos que dejamos ir hace algunos años. ―Desde luego, no
podrían ser otros.
―Tenemos que ir por ella ―decide Gema, intentando liberarse de
mi agarre, pero la retengo―. Armen…
―Tampoco está en Jaim ―confieso odiando la expresión que
llena su cara―. Hablé con Farah, no está ahí.
―Pero…
―Creemos que el ataque fue solo una distracción ―asegura
Danko―. Para permitir que se la llevaran.
Gema se tambalea, mirándolo horrorizada.
―¡Tienen a mi hija! Hay que hacer algo, tenemos… tenemos que
ir detrás de ellos. Podemos alcanzarlos…
―Gema ―digo. Todos la miran afligidos ante su reacción.
―¿Qué esperan? ―cuestiona señalándolo y ajena a sus
expresiones―. ¡Hay que ir!
―¡Gema!
―¿No me escuchan? Tenemos que buscarla, ella… ella…
―Gema. ―La aprisiono entre mis brazos, obligándola a
encontrar mis ojos, el dolor que veo en ellos me desgarra.
―¿Qué haces, Armen? Debemos…
―Tu hija ha ido por voluntad propia ―la declaración de Danko la
rompe, las lágrimas resbalando por sus mejillas―. Además, no
podemos hacer nada hasta comprobar que no hay más amenazas…
―¡No! ―grita mirándolo furiosa―. Mientes, ella…
―Ella lo sabe ―admito con pesar―. Ha dicho que necesitaba ir.
―Gime tirando de mi ropa, antes de hundir el rostro en mi pecho.
―Es nuestra ―solloza, su cuerpo estremeciéndose―. Es nuestra
pequeña… ―Levanta el rostro mirándome suplicante―. ¡Por favor!
¡Por favor, Armen! Tenemos que encontrarla, es mi hija…
―Lo haremos. Te lo juro, pero antes debemos permitir que lo
haga. Ella necesita las respuestas que no fuimos capaces de darle
―mis palabras la hacen derrumbarse. La tomo en brazos,
abandonando la estancia, dirigiéndome a nuestra habitación. Su
llanto es un murmullo en medio de los sonidos procedentes del
exterior―. Se lo debemos. Es su derecho.
―¿Y si la lastiman? ―susurra sin separar el rostro de mi pecho.
―Si fuera ese su objetivo, no la habrían llevado con ellos.
―Podrían hacerla cambiar, ella… podría no querernos más.
Entro en la habitación, sentándome en el borde de la cama, aún
con ella en brazos. Beso su pelo, abrazándola con fuerza.
―Es nuestra Lena, es más fuerte de lo que pensamos y lo más
importante, ella ama a su madre. No la mujer que la trajo al mundo y
dio la vida por ella, sino aquella que le dio todo el amor y cuidado,
que solo una verdadera madre puede dar. Tú eres su madre, Gema,
eso nada ni nadie puede cambiarlo. Confía en ella.
―Pero…
―Iremos. Al amanecer iremos.
Abiel (7)

No hay tiempo para formalismos o esperar una oportunidad de salir


pasando desapercibido, salto del muro, atrapando en la caída el
rastro de impuros que el viento traslada. ¿Cómo es que de pronto
aparece un grupo de ellos? Resulta desconcertante, pero no importa
en este momento. Los localizo de inmediato: se encuentran cerca de
la entrada principal, pero no lo suficiente para alcanzarla antes de
que consiga llegar al primero de ellos. Emite un gruñido furioso,
moviéndose directamente hacia mí, dejando al descubierto sus
largos colmillos, dando a su rostro un aspecto mucho más
desagradable, el cual no me amedrenta. Elevo el brazo sujetando
con fuerza mi espada, no dispuesto a perder el tiempo. Un corte
certero, sin contemplaciones ni remordimientos, hace rodar su
cabeza, su cuerpo desplomarse con un golpe seco delante de mis
pies. Una amenaza menos, pienso girándome. Desde luego que su
debilidad y desesperación por obtener algo de alimento lo convierten
en un fácil oponente. Sacudo la sangre que escurre de la cuchilla
mirando alrededor, dirigiéndome al siguiente objetivo, que tras
segundos tiene el mismo final. Tenaces, pero demasiado débiles
para implicar un verdadero rival.
―Controlado ―afirma Rolan aproximándose a donde me
encuentro. Hace un sonido de repudio, al tiempo que golpea una de
las dos cabezas cercenadas, alejándola de nuestra posición.
―¿Cuántos eran? ―pregunto confirmando que tanto Coval,
como Faze y Haider han acabado con sus oponentes, sin mayores
contratiempos y manteniéndose intactos. Un subalterno entrenado
no es contrincante para un impuro.
―Caídos siete. Han huido algunos ―acepta con una mueca.
―¿Cuántos? ―repito analizando el número de posibles
amenazas. Desde luego que son fáciles de eliminar, pero si alguien
llegara a verlos, se correría la voz con rapidez y alteraría a todos.
Evitarlo es la prioridad.
―Quizás un par más, pero no queda ninguno que implique un
peligro para la ciudad.
―Deberíamos ir tras ellos ―opina Coval, echándose la espada al
hombro.
―Voto por eso ―apoya Haider, pasando la mano por su corto
cabello rizado, como si tratara de componer su aspecto. Faze
simplemente se encoge de hombros, con su característica actitud
indiferente y tranquila.
―La orden es alejarlos de las puertas e ir a Jaim. ―Miro
sorprendido a Rolan ante su afirmación, lo mismo que hace el resto
de la guardia. El señor Danko no se ha puesto en comunicación
conmigo, simplemente emitió la orden de resguardar la ciudad y
eliminar las amenazas, esperando nuevas indicaciones.
―Fue lo que dijo ―justifica al darse cuenta de mi desconcierto.
Algo no va bien.
Aspiro profundo, al tiempo que agudizo mis sentidos, tratando de
confirmar que no hay más amenazas y diluir mi presentimiento; sin
embargo, no es lo que obtengo. Percibo no solo el desagradable
aroma de los repudiados, también el débil pero característico rastro
de híbridos y, lo que resulta más alarmante, el aroma a sangre
humana.
¡Maldición!
No espero por Rolan o los demás, ni tampoco doy explicaciones,
me dirijo directo hacia Jaim.
Josiah (8)

Todos guardan silencio al ver al señor Regan abandonar la estancia


con la tía Gema, quien luce destrozada con los aparentes
acontecimientos, que ninguno de nosotros esperaba. Lena parece
haberse marchado con esos sujetos y, al mismo tiempo, dejando
tras su partida un importante grupo de personas fallecidas. No
entiendo lo que ocurre y me resulta tan desconcertante como al
resto.
Salgo de mi aturdimiento al sentir cómo la mano de Airem se
libera de la mía, cuando se dirige a la puerta.
―Airem ―la llamo alcanzándola en el pasillo, mirándola
confundido.
―Debo saber cómo están mis padres.
Cierto. Me olvidé de que ellos fueron quienes se enfrentaron a los
intrusos.
―Han bloqueado la ciudad ―le recuerdo, reteniendo su brazo,
no deseando que se exponga al peligro. Aún a sabiendas de que no
es débil y que bien podría hacer frente, no me gusta la idea.
―No importa ―niega liberándose de mi agarre, dirigiéndose a la
puerta.
Caden quien se encuentra en la puerta, mirándonos, sacude la
cabeza, señalando a Elise, que se abraza a sí misma, su rostro
refleja la incertidumbre y pesar ante las desagradables noticias que
hemos recibido, no solo de las personas que han muerto, también la
inminente marcha de Lena.
Lena. Tendrá que oírme en cuanto la vea. ¿Por qué ha tenido que
actuar de ese modo tan imprudente y estúpido? ¿No se da cuenta
del daño que provoca a sus padres, especialmente a su madre? No
es un comportamiento propio, porque a pesar de todo piensa antes
de actuar, sin embargo, no es lo que parece en este momento.
―Voy con ella, quédate ―digo a Caden, antes de ir tras Airem, a
quien encuentro dirigiéndose al muro.
Desde luego que no piensa esperar para salir como se debe. La
sigo tratando de aparentar normalidad y confirmando que las
personas parecen totalmente ajenas a lo que ocurre, no así algunos
de los fundadores más antiguos, quienes sin duda se han percatado
de la tensión. También algunos guardias que me miran inquietos,
pero simplemente me limito a dirigirles miradas tranquilizadoras, sin
detenerme o comunicarme mentalmente. Por ahora es mi padre
quien ha optado por ocuparse de todo. Desde luego que ni Caden o
yo esperábamos que la primera noche que asumiéramos el mando
de las ciudades tendríamos que enfrentar una situación como esta.
Peor aún, en el caso de Jaim, donde hay decesos que lamentar y
notificar a los familiares.
Camino un par de metros por el borde del muro, esperando
despistar a quienes han seguido mi trayecto, antes de saltar y seguir
a Airem, quien sin problemas cruza la corta distancia que separa
Cádiz y Jaim. Lo único que la frena, son las puertas que se
encuentran cerradas, desde luego que entrar no resulta tan fácil,
con la altura considerable y el diseño complemente carente de
apoyos que podrían facilitar el ascenso. Algo que parece estar
poniéndola de nervios y que me hace confirmar que lo que sea que
haya ocurrido, no fue simple casualidad. Alguien tuvo que facilitarles
el acceso y contra todo lo que puede parecer, tengo la certeza de
que no ha sido Lena quien ha provocado esto. Ella nunca habría
consentido algo tan atroz.
―¡Abran la maldita puerta! ―grita de nuevo Airem, golpeando
levemente el puño, consciente de que lo menos recomendable es
dañarla, alternando miradas hacia lo alto, donde parece no haber
nadie quien atienda.
Permanezco detrás de ella, contactando con Neriah, quien
afortunadamente se encuentra dentro. Le hago saber de nuestra
presencia y la necesidad de su ayuda.
―¡¿Dónde demonios están?! ―farfulla moviéndose
ansiosamente, mirándome de reojo, sin contener su temperamento.
Un par de segundos más tarde, un ligero sonido antecede al
desistir de las puertas.
―Ya era hora ―murmura entrando con rapidez. Doy una mirada
alrededor, antes de ingresar.
Airem no se encuentra a la vista, solo Neriah, quien acciona el
mecanismo que vuelve a cerrar la entrada.
De un salto se encuentra a mi lado.
―Gracias.
―Lamento la demora, es solo… ―deja la frase sin terminar,
señalando la ciudad.
Es estremecedora la visión. La muerte se percibe, así como la
tensión que sigue a un ataque. Avanzo con paso lento, observando
a algunos guardias y humanos que se mueven, tratando de borrar
los rastros de lo que ha sido una masacre despiadada. Eran simples
personas, incapaces de defenderse, aun cuando se trataba de
impuros.
―No tuvieron oportunidad de escapar ―expresa Neriah, su
semblante habitualmente apático, dejando ver tristeza e impotencia.
Él, quien ha convivido los últimos años con estas personas, desde
luego que tiene que sentirse afectado.
―¿Sobrevivientes? ―inquiero en voz baja.
―Un par. ―Me detengo mirándolo fijamente―. Han sido llevados
a la clínica y Haider se encuentra vigilándolos. Por el momento, no
se sabe si han sido afectados, ambos permanecen inconscientes.
―En cuanto sea posible hay que llevarlos a Cadiz, que Kyla se
encargue de ellos.
―¿Kyla?
―Si han sido infectados con su ponzoña, no hay alternativa, hay
que transformarles antes de que pierdan el juicio.
―Creí que eso no era posible ―dice verdaderamente
sorprendido.
―Y no lo es, solamente ella puede hacerlo, pero debe hacerse en
las primeras horas y es algo que no debes repetir. No se desea dar
falsas esperanzas o hacerles temer por convertir a esos seres.
―Entendido, señor.
Retomamos la marcha, observando los rostros temerosos y
llorosos de los pocos habitantes que esta noche habían decidido
permanecer aquí. Qué ironía.
―¿Mis abuelos?
―Seguros. No llegaron tan lejos, Johari ayudó a frenarlos.
―Los híbridos escaparon, ¿cierto?
―Sí, eran dos y Farah estaba herido…
―¿Qué tan grave es? ―pregunto auténticamente preocupado,
no solo por su bienestar, sino también por Airem.
―Ha dicho que no demasiado, pero ya fue atendido.
―¿Los cuerpos?
―Están en la clínica, a la espera de que los familiares de algunos
de ellos regresen. Se está pensando en una ceremonia múltiple.
―Asiento ligeramente con la cabeza.
―Ordena que recorran toda la ciudad y los muros. Hay que
asegurar que no haya más amenazas y que alguien se encargue de
notificar a las familias de los fallecidos apenas vuelvan.
―Sí.
―También… ―Veo cómo Abiel se aproxima a nosotros. Su rostro
no tiene buen aspecto. Se ha enterado.
Se detiene a escasa distancia de mí, mirándome agitado.
―¿Dónde está Lena?
―Ve ―indico a Neriah, quien rápidamente se aleja, sin mirar
atrás. Centro mi atención de nuevo en Abiel, teniendo dos impulsos
opuestos para su persona. El primero de ellos, sintiendo lástima por
su angustia. El segundo, recriminando la parte de responsabilidad
que debe asumir en esto.
―Está en Cádiz, ¿cierto? ―repite menos contenido que antes.
―Sabes que no es así ―consigo decir tranquilamente,
disfrutando levemente de su reacción―. ¿Qué ha ocurrido entre
ustedes esta noche? ―cuestiono con dureza, acusándolo
directamente. Es una idea que ha estado rondando mi cabeza
desde que la tía Elina descubrió su ausencia, misteriosamente justo
después de que se supone que él fue en su búsqueda. Luce
horrorizado ante mi pregunta―. Sea lo que sea que hayas dicho, es
probable que la motivara a ir a quién sabe dónde con un par de
desconocidos…
―No…
―No es a mí a quien debes explicar, ni tampoco soy quien debe
reprocharte o romperte la cara. El hecho es que ella se fue.
Su mandíbula se contrae y sin decir nada pasa de mí. Casi puedo
adivinar sus pensamientos.
―De nada sirve que vayas, las ciudades están bloqueadas por el
momento.
―Iré a buscarla. ―Me muevo, alcanzando su brazo, deteniéndolo
de golpe.
―El señor Regan ha ordenado esperar, al menos hasta el
amanecer. De nada sirve que vayamos… ―Se aleja de mí, negando
desesperado.
―Imposible, él no…
―Lo ha hecho. Así que no hagas nada imprudente.
―No entiendo ―murmura consternado―. ¿Simplemente piensan
sentarse a esperar? ¡Lena corre peligro! Se la han tenido que llevar.
―No. ―Miro a Farah, que se mantiene a unos pasos detrás de
nosotros, todavía luciendo una venda en el pecho y en un brazo―.
Te lo dije, ha pedido que no la sigamos. Y Josiah dice la verdad:
Armen ha ordenado que la dejemos.
―Si no has sido capaz de mantenerla a tu lado, no quieras
bloquear su camino. ―Me contempla atónito, ante la veracidad de
mis palabras y el sentido que tienen. Admito que él ha puesto
mucho de su parte, pero desde luego no lo suficiente. Y no es que
eso lo haga culpable, pero sí lo libera de la responsabilidad de ir tras
ella.
―Hay que esperar, Abiel ―finalmente suspira Farah, dando un
golpe en su espalda―. Si nos apresuramos, podrían solo complicar
las cosas. Piensa en esto, si hubieran querido lastimarla, lo habrían
hecho en el momento o nos hubieran dejado una advertencia, pero
no es el caso.
―Ellos la necesitan o al menos es mi deducción ―opina
Johari―. Han creado toda esta distracción, así que deben tener algo
en mente.
Abiel no luce convencido, pero al menos no parece estar a punto
de saltar al precipicio, solo por ir tras ella. Aunque eso no evita que
se marche.
Abiel (8)

La frustración se acumula dentro de mi pecho, no solo por ser


incapaz de liberarla, sino porque al mismo tiempo, aumenta con
cada una de las palabras que escucho. ¿Qué pasa con todos?
¿Acaso ha dejado de importarles? No entiendo su actitud.
―¡No pueden hablar en serio! ―exclamo agitado, golpeando los
puños sobre la madera, dejando un par de marcas que no pasan
desapercibidas para el señor Danko, que se limita a enarcar una
ceja.
―Las personas están asustadas, temerosas de un nuevo ataque,
no podemos dejar sola la ciudad en este momento.
―Con todo respeto, señor, no hace falta mandar a toda la
guardia, puedo ir solo…
―No ―niega rotundamente, mirándome con severidad―. Por
alguna razón que se les escapa a todos, menos a mí y supongo a
Armen, él no considera que sea prudente que vayas. Por otro lado,
esperaremos hasta los funerales y a que se calmen un poco las
cosas. Prácticamente nadie sabe sobre la ausencia de Lena y
preferimos que siga así, no queremos levantar falsos rumores. En
Cádiz se cree que está quedándose en Jaim y viceversa.
―Pero…
―Además, aún no se ha decidido quién irá. Desde luego que
Gema no, ella podría terminar con todas las cabezas que encuentre
a su paso, sin preocuparse por indagar qué ha sucedido, algo que
podría poner en peligro a la chica.
―Pero…
―Sé que te preocupas y contrario a lo que piensan, te importa,
pero si algo llega a ocurrirle, será solamente responsabilidad suya.
Y eso es algo que incluso su padre ha asumido, así que no nos
corresponde cuestionar sus decisiones.
―Señor…
―Hay que esperar, Abiel. Es una orden. ―Señala la puerta―.
Ahora, si haces el favor de salir, tengo que hablar con Mai.
―Usted ama a la señora Mai, usted entiende lo que es no saber
si se encuentra bien la mujer que se ama…
―Abiel ―sacude la cabeza―. No es a mí ni a nadie de la
residencia a quien deberías decirle, sino a Lena. Si cruzas esa
puerta prometo asegurarme de que lo hagas.
No dudo, abro la puerta, encontrándome de frente con la señora
Mai. Le dirijo una pequeña inclinación antes de salir.
―Señora.
―Hola ―saluda con una débil sonrisa.
―Abiel ―me detengo al escucharlo llamarme, me vuelvo,
encontrándome con su expresión seria―. No importan cuántas
negativas salgan de sus labios, el que tiene la última palabra
siempre será su corazón. ―Sus ojos se desvían hacia su mujer,
quien luce sorprendida―. No hay un rival y aun cuando lo haya, si lo
que sientes es real, demuéstralo, no solo con palabras. Ahora vete.
Asiento moviéndome por el corredor. Voy a encontrarte, Lena.
Aún no hay nada escrito.
Lena (29)

«Tengo que saber quién soy». Es una verdad absoluta, a pesar de lo


que implica. Cierro los ojos, conteniendo el aliento, ante la gravedad
de lo que acabo de hacer. Imposible mentirle, ellos lo sabrían tarde
o temprano y aunque no tengo justificación alguna, ir es algo que
necesito, aun cuando tengo en mente que debo asumir las posibles
consecuencias de mi imprudencia, eso no significa que no los ame o
sea una malagradecida, no. Porque sin importar lo que pase o todo
lo que este hombre ha dicho, mis sentimientos por ellos no cambian,
pero hay una verdad que debo conocer por mí misma. Es como si
algo me empujara, como si fuera parte de mi destino. Toda mi vida
he estado protegida, cobijada al amparo de mis padres y siendo
tratada como una cosa frágil que es incapaz de una simple
sacudida, no me quejo o reprocho, pero quiero hacerlo yo sola por
primera vez. Especialmente porque esto podría ayudarme a
encontrar esa parte que siempre he sentido que me hace falta.
―¡Vaya! ¿Qué rayos ha sido eso? Incluso yo lo sentí ―escucho
decir, pero no presto atención ni tampoco abro los ojos, reflexiva
sobre lo que implica que el señor Farah esté al tanto de lo que he
hecho. Mis padres lo sabrán y aunque lo lamento profundamente, no
puedo dar marcha atrás. Esto es algo que he pensado demasiado.
―Tiene que ser más que un simple bloqueo. No cabe duda: eres
su hija.
Lo miro con brusquedad, ante su segura afirmación.
―¿De verdad sabes quién es mi padre? ―Lo observo dudosa.
Hasta el momento, solamente había mencionado o afirmado saber
quién era mi madre y jurado que me parecía a ella.
Asiente con un movimiento de cabeza, pareciendo más que
complacido con lo que aparentemente es un descubrimiento. No
solo para él, no entiendo muy bien qué ha pasado, aunque supongo
que él ha tenido que ver en el hecho de poder bloquear la voz del
señor Farah.
―Ya no tengo dudas. Eres tan especial como tu padre, Lena.
Keith no era un tipo ordinario y tú tampoco. ―Quiero preguntarle a
qué se refiere, pero el otro híbrido hace el sonido de un silbido,
antes de soltar una carcajada.
―¿Keith? ¡Já! ¿Quién lo hubiera dicho? ―ríe mirándome con
interés. Es extraño. Tiene que ser un poco mayor que Yohan, se
encuentra en forma, alto y tiene aspecto rudo.
―Incluso él estaría sorprendido. Aunque no es prioridad ahora
―hace una pausa señalando hacia el frente―, hay que movernos.
―No vendrán ―murmuro consciente de lo que significa la
declaración que he hecho al señor Farah y de la cual podría
arrepentirme; sin embargo, aunque no me fío del todo de estas
personas, me aseguraré de que Klaus esté a salvo en todo instante.
De alguna manera, todo ese entrenamiento recibido y también la
asistencia a prácticas deberán servir de algo.
―No es de ellos de quienes debemos preocuparnos ―hace una
mueca, echando un vistazo en derredor―. Hay impuros
siguiéndonos.
―¡¿Impuros?! ―cuestiona Klaus mostrándose inquieto y al
mismo tiempo emocionado. Encontrar uno de ellos y poner a prueba
nuestras habilidades es algo que siempre solíamos hacer con
Airem. Son muy raros los que se han visto rondando las ciudades y
siempre eliminados por la guardia. Imagino que ella estaría feliz de
estar aquí y saberlo, definitivamente.
―Como lo oyes. Así que hay que darnos prisa, no podemos
detenernos hasta que salga el sol, eso los frenará.
―¿No se supone que mueren si se exponen a la luz solar? Ellos
no tienen bloqueador… ―Se calla al darse cuenta de lo que está
haciéndoles saber y de la mirada que le envío. Desconozco si ellos
tienen esa información, pero es mejor no profundizar en nada
referente a las personas de Cádiz y mucho menos de Jaim.
―No, no lo usan como los vampiros de Cádiz ―explica
tranquilamente, no tomándole importancia al repentino silencio de
Klaus, que luce abochornado, dirigiéndome una sonrisa a manera
de disculpa―. Sin embargo, eso no quiere decir que los perderemos
tan fácil, puede ser que estén desesperados, pero no son idiotas.
Buscarán algún lugar dónde refugiarse y al atardecer seguirán
nuestro rastro. Son demasiado tenaces cuando de alimento se trata.
―Y eso somos nosotros, especialmente tú ―le hace saber con
cierto deleite―. Prefieren la sangre de los humanos. ―Klaus pasa
saliva, sin poder ocultar su temor. Eso le divierte aún más―. Por
cierto, Randi, esos caballos pueden retrasarnos, debemos llegar con
luz de día o será un verdadero problema entrar.
―Si es el caso, esperaremos ―interviene Yohan, a lo que Randi
asiente para disgusto del otro hombre, a quien no parece agradarle
Klaus.
―En marcha.
Intercambio una rápida mirada con Klaus, quien de nuevo señala
su espada, asegurándome que la tiene a la mano y que no debo
preocuparme por él. Eso ni pensarlo. No puedo estar de acuerdo,
esto no está saliendo como esperaba.
Sin decir nada, todos comenzamos a movernos. Me sobresalto
cuando el otro hombre se acerca a mi montura con una pequeña
bolsa.
―¿Te importa? ―pregunta señalándola―. Son algunas
provisiones.
Evidentemente es solo un pretexto, no parecía tener problemas
para llevarla hasta hace un momento y Yohan no deja de mirarle,
como si quisiera asegurarse de que no pretende algo más. Lo
pensado, si debo confiar en alguien, sería en ese chico. Al menos
eso creo.
Sacudo la cabeza, disminuyendo el paso del caballo, permitiendo
que lo ate. Xean o al menos creo que así se llama, sonríe de modo
exagerado antes de apartarse y quedarse en la parte trasera del
pequeño contingente que formamos los cinco, delante va Yohan con
Randi, al centro Klaus y yo.
Bien, esto ha comenzado.
֍

―Me duele el trasero ―se queja Klaus mirándome de reojo. No


puedo estar más de acuerdo con él, hemos cabalgado toda la
madrugada y es casi medio día. Según lo dicho, un par de impuros
estuvieron a nada de darnos alcance casi al amanecer, así que no
han querido esperar o tomar un pequeño descanso. Y para alguien
que no acostumbra a montar con frecuencia, estamos no pasándola
tan bien como se desearía.
Sinceramente no lo entiendo, es decir, hace demasiado tiempo
que nadie en Cádiz o Jaim ha visto impuros e incluso se llegó a
pensar que de alguna manera habían dejado de existir, pero su
manera de actuar me hace suponer que no es así. Los tres,
especialmente Randi, parecen ansiosos, no dejando de mirar detrás
y en todas direcciones, como si esperara que de pronto fueran a
aparecer muchos de ellos y echársenos encima. Para mí, sería poco
probable, no lucen tan fuertes o atemorizantes. No obstante, ¿qué
puedo saber yo, si es la primera vez que me enfrentaría a uno?
Además, tampoco soy tan fuerte como un fundador.
―Y aún nos quedan un par de días más de camino ―le hace
saber Xean con cierto gozo. He confirmado que el tercer híbrido con
quien viajamos se llama así y también que parece muy interesado
en mí. No soy tan despistada como para no darme cuenta del modo
en que me mira. Incómodo, por fortuna no ha intentado nada,
aunque tampoco tengo interés. Sin importar lo que le he dicho a
Abiel, él no sería un candidato.
―¡¿En serio?! ―pregunta Klaus, completamente horrorizado.
―Sí, así que mejor te pones cómodo.
―Como si pudiera ―farfulla moviéndose sobre la montura. Lo
que me preocupa es la condición de los caballos, ellos también han
comenzado a resentir el viaje. Tampoco han comido ni bebido nada
y si continuamos así, pronto no podrán seguir su ritmo, que resulta
bastante sorprendente. Nunca lo he intentado, pero me gustaría
saber si puedo hacer lo mismo que ellos. Randi aseguró que era
como él, debería ser capaz.
―Debemos tomar un descanso ―sugiere Yohan mirándolo
comprensivo, pero Randi comienza a negar, descartando la idea,
moviendo la cabeza.
―Imposible. Hay que llegar cuanto antes.
―Los caballos nos están retrasando. ―Le dirijo una mirada
molesta a Xean, pero él solo se encoge de hombros―. Lo siento,
linda, pero es la verdad. Si fuéramos a pie, iríamos más rápido y
haríamos menos tiempo. Hemos estado frenándonos.
―Él es humano ―Yohan interviene―, no puede seguir nuestro
ritmo.
―Una pena, aunque tal vez ayude a darnos algo de ventaja si
sacia un poco la sed de nuestros amigos.
―¡¿Qué?! ―jadea Klaus, mirándolos con nerviosismo.
―Solo está bromeando. ―Yohan niega, reprobando el mal
comentario de Xean.
Hasta el momento, sigo pensando que el único en quien podría
confiar sería Yohan. Randi es demasiado frío, calculador; mientras
que Xean parece disfrutar con hacer pasar mal rato a los demás y
aunque lo dice a manera de broma, me da la impresión de que no
dudaría en hacerlo si fuera el caso. Definitivamente, no es de mi
agrado.
―Xean tiene razón, tenemos que dejar los caballos. ―Klaus
asiente con una expresión estoica, aunque es consciente de que
estaría en desventaja y que le costará seguirnos. ¡Rayos!
―Serían de ayuda… ―comienza a decir Yohan, pero Randi lo
interrumpe.
―Lo sé, pero dejan un rastro fácil de seguir y no olvides que
debemos despistarlos.
―¿Qué sugieres? ―Me limito a observar su intercambio de
opiniones, sin saber qué podría decir para hacerlos desistir.
―Pronto llegaremos a uno de los ríos, podemos caminar un poco
a lo largo y dejarlos ir en la dirección contraria a la cual nos
dirigimos.
―Eso los confundiría, pero supongo que ellos deben recordar de
su existencia ―murmura Xean sin rastro de ironía o sarcasmo,
pareciendo totalmente centrado.
―Es posible, pero una vez que estemos dentro, no podrán
tocarnos y esa es la prioridad.
―No te olvides de los impuros.
―Ellos seguirán siendo una molestia y por eso tampoco debemos
perder el tiempo. ―Randi me mira y luego a Klaus―. Tendrá que
intentar seguirnos, los caballos se quedan.
―Bien ―responde Klaus, muy seguro.

Después de su rápido debate, continuamos avanzando por un


buen rato más con los caballos. Nadie dice nada, solo supongo nos
guían a donde se encuentra el río, el cual aparece a la vista casi al
atardecer.
Nos internamos en el agua y nos movemos siguiendo el cauce,
para ocultar nuestro rastro y despistar. Evidentemente, no se trata
de los impuros, sino de quien podría venir de Cadiz o Jaim. Suspiro
mirando el horizonte. Me habría gustado asegurarme de que nadie
viniera detrás de nosotros, lo que menos deseo es ponerlos en una
difícil situación; sin embargo, de alguna manera tengo la certeza de
que no me habrían permitido hacer esto y en parte espero que mi
inesperada partida los haga no intentarlo.
―¿De verdad vamos a abandonarlos? ―susurra Klaus,
acariciando el lomo de su caballo, que aprovecha para dar sorbos
cada que tiene la oportunidad. Sí, están tan agotados y hambrientos
como me siento yo.
―Eso me temo. ―Me muerdo los labios para no replicar. No
estoy en posición de exigir, aunque pensar en lo que puede
ocurrirles no me gusta―. Si seguimos en ellos estarán más
cansados de lo que ya lo están y terminarán retrasándonos más.
―Por eso lo han decidido.
―Supongo.
―¡Ahí! ―Miro hacia donde Randi señala, un par de árboles
cercanos a la orilla―. Pararemos ahí un momento, para comer algo
antes de continuar.
―Qué bien ―ironiza Klaus, suspirando. Le sonrío ligeramente,
encogiéndome de hombros.
―Lo siento. ―Niega, dándome una palmada en el brazo.
―Ya te lo dije, puedes contar conmigo.
―Gracias.
Para cuando nos sentamos alrededor de una pequeña fogata, las
sombras de la noche han caído, la brisa helada del agua nos
envuelve, obligándonos a estar lo más cercanos posible al fuego.
Ellos han cazado algún tipo de animal que han asado y del que
tanto Klaus como yo hemos preferido no preguntar.
Aprovecho para observarlos, aunque se han esforzado en no
mostrarlo, lucen tan agotados como nosotros y puede que un poco
más. No conversan demasiado ni dan detalles, lo único que sí nos
hacen saber, es que los planes siguen siendo los mismos,
continuamos a pie y tras solo un momento de descanso, para
compensar el ritmo que tengamos que llevar para no dejar atrás a
Klaus. Así que esta noche tampoco dormiremos.
―Tranquila ―dice Randi al percatarse de mi suspiro―. Todo esto
vale la pena. Como te dije, no solo sabrás la verdad, también verás
algunos rostros que te sorprenderán.
Me limito a asentir ligeramente, sin estar segura de qué decir. La
verdad. Me pregunto si vale la pena.
―Eres de los nuestros, es un hecho que siempre debiste estar
con nosotros.
Klaus me observa sorprendido, desde luego que él ignora la
mayoría de las cosas, aunque supongo que a estas alturas ha
deducido en gran parte de qué va esto.
―Bien ―Randi se incorpora sacudiéndose las manos―. Hora de
movernos.
Tomamos todo lo que podemos llevar de los caballos y luego
Yohan y Xean se encargan de dejarlos libres.
―¿Sabes que podría comérselos algún impuro desesperado?
―Miro de reojo a Klaus, quien se encoge ante la expresión molesta
que le dirijo. No es que me agrade demasiado hacerlo, pero quizá
sea lo mejor―. Solo…
―Entendí la idea.
―Andando ―ordena comenzando a internarse entre los árboles.
―¿No vamos a esperarlos?
―Ellos nos alcanzarán.
Asiento poniéndome en marcha. Aunque he sugerido que quizás
debería intentar volver, nada ha hecho desistir a Klaus y en este
punto del trayecto, creo que es mejor seguir. Estamos a solo un día
de llegar a donde se supone, y no solo encontraré parte de mi
origen, también a quienes llevan de verdad mi sangre. ¿Cómo
serán? ¿Me arrepentiré?
Lena (30)

Deprimente. Es como puedo definir el panorama. No hay nada, solo


tierra, rocas, algunos matorrales secos, ni siquiera animales
salvajes. Nada. Hemos dejado atrás la zona boscosa y llegado a lo
que parece ser prácticamente desierto.
―¿Seguro que vamos en la dirección correcta? ―murmura Klaus
tan extrañado como yo.
―Lo es ―confirma Yohan, colocándose a la par de nosotros, tras
dejar a Randi al frente.
―Pero… No parece que lleguemos a ninguna parte.
Él suspira, una expresión de añoranza y malestar mostrándose
en su cara.
―No siempre ha sido así ―explica señalando el vacío terreno.
―Me cuesta creerlo. ―Klaus sacude la cabeza.
―Fue obra de ellos, de los impuros. ―Él parece hablar en serio,
su ceño fruncido acentuándose más―. Como no podían cazarnos,
comenzaron a devastar los alrededores, exterminando no solo a los
animales, que eran nuestra principal fuente de alimento, también la
vegetación. ―Se frota la nuca, dejando escapar un suspiro―. Al no
haber plantas o árboles, tampoco hay agua y eso nos obliga a ir
cada vez más lejos para conseguir alimento.
―Se los dije ―interviene Xean, sonando molesto―, son unos
malditos astutos capaces de todo con tal de tener nuestro cuello.
―Extienden el perímetro para que no puedan regresar antes de
que el sol se oculte y así poder tener una oportunidad para
atraparlos ―razono en voz alta.
―Justamente eso.
―Y el lugar a donde vamos, ¿es habitable? ―inquiere Klaus, sin
ocultar su preocupación.
―Lo es, hasta el momento no han conseguido entrar por mucho
que lo intenten; ya que, si ellos son inteligentes, nosotros somos
más, así que dudo que lo consigan. Por lo único que debes
preocuparte, es que logremos llegar, el resto no es problema.
―¿Qué tanto hablan? ―cuestiona Randi, con mala cara―.
¡Muévanse!
Yohan asiente con una sonrisa tensa, antes de volver la atención
a Randi, quien definitivamente es su líder y no únicamente de este
pequeño grupo. Me pregunto, ¿cuántos son? ¿Hay niños? Tengo
demasiadas interrogantes, que por el momento deben esperar, tal
como ha pedido.
Continuamos el trayecto en silencio, rodeados por una extraña
quietud que resulta perturbadora. Observo preocupada a Klaus,
quien a pesar de sus esfuerzos por mantearse a la par y de
mostrarse relajado cada vez que se percata de mi mirada, comienza
a lucir cansado. Nadie ha dicho nada al respecto, pero es evidente
que ellos han tenido que disminuir el ritmo de su marcha para no
dejarle atrás. No es fácil, hemos descansado solo un par de horas,
eso antes del amanecer y el sol hace mucho que despuntó; además,
solo tuvimos un rápido bocado, lógicamente no es suficiente, incluso
yo me siento hambrienta y deseosa de poder dormir un poco. Algo
que por el momento es impensable. Ellos tienen buena resistencia,
pero también han comenzado a demostrar signos de agotamiento.
Y como si no fuera suficiente, el cielo luce cada vez más oscuro,
poco a poco enormes nubes negras y vientos helados han ido
rodeándonos a medida que avanzamos en medio del paraje árido.
Sin duda es mejor que el calor, al menos para mí, pero eso no
parece gustarles tanto a ellos, que con sutileza presionan cada que
pueden, instándonos para que aumentemos la velocidad de
nuestros pasos.
―Esto es malo ―comenta Xean, cuando una ligera cortina de
pequeñas gotas se precipita sobre nuestras cabezas. Lluvia. Que
contrasta notablemente con el paisaje, pero sin duda resultaría
benéfico.
―Una tormenta ―confirma Yohan, señalando el oscuro
horizonte, justo hacia donde nos dirigimos.
¡Vaya! Eso parece bastante malo. Se pueden apreciar algunos
relámpagos y casi no se distingue nada.
―Lo que nos faltaba ―ironiza Xean, echando por tierra mi
impresión de que una lluvia ayudaría a hacer crecer la vegetación.
Randi ignora sus comentarios, limitándose a continuar
moviéndose, pero pendiente de los alrededores. Se muestra
demasiado tenso, ya no tan seguro como al inicio, prácticamente.
No ha dicho nada, únicamente para hacernos notar lo retrasados
que vamos o que aumentemos la marcha.
Contengo un suspiro. Sinceramente, comienzo a cuestionar mis
acciones, mi gran imprudencia, tanto como casi puedo adivinar que
lo hacen ellos. ¿Por qué arriesgarse tanto por mí? Así que la
cuestión es, ¿lo vale? No lo creo. Es un trayecto bastante largo,
agotador y preocupante, a juzgar por la tensión en sus hombros y su
constante vigilancia. Demasiado peligroso por todo lo que han dicho.
Impuros. Anteriormente, cuando existían las tres ciudades,
previas a la construcción de Jaim, eran la peor amenaza para las
personas que vivían en las inmediaciones. Se supone que durante
las batallas que se libraron muchos fueron exterminados; sin
embargo, los pocos que quedaban contrario a lo esperado, de
pronto desaparecieron y hace años que no se sabía de ellos.
Ocasionalmente se avistaba uno en los alrededores de Cádiz, pero
no era una verdadera amenaza, no solo porque ahora los humanos
también habitan dentro de los muros, sino porque la guardia fue
reforzada y encargada para eliminar todo lo que implicara riesgo.
Algo que no se aplicaba del todo en aquella época.
Hasta ahora, ignoro dónde es que ellos habitan, no han dicho
gran cosa, como si estuvieran siendo precavidos, aunque por su
aspecto es evidente que no tiene comparación con Cádiz o Jaim, y
quizá sea ese el motivo por el que los impuros los ven como presas
fáciles. No es una vida sencilla, verse obligados a salir para buscar
alimentos y enfrentarlos.
―No se arriesgarían, ¿o sí? ―balbucea Klaus, leyendo entre
líneas lo que intentan dar a entender.
Si cae una fuerte tormenta, en la cual hay prácticamente una total
ausencia de sol, los impuros podrían retomar su persecución,
intentando darnos alcance. Nos hemos mantenido en movimiento
debido a ellos y aunque desconozco cuántos son, claramente no
desean arriesgarse a un enfrentamiento. Eso es un poco extraño:
siempre he escuchado que no son rivales para un híbrido, aunque
no tengo problema con evitarlos, especialmente teniendo en cuenta
que Klaus nos acompaña y que, por lo dicho, sería el blanco de su
ataque.
―Están locos, nunca des nada por hecho. ―Xean hace una
mueca―. Te sorprenderían las cosas que pueden llegar a hacer. No
hace mucho, uno de ellos atacó en pleno día, no duró demasiado
bajo el sol, pero lo intentó. Así que una tormenta no los detendrá, al
contrario, los alentará a arriesgarse.
―¿Falta demasiado para llegar a… donde sea que nos
dirijamos? ―Klaus le mira preocupado.
―Si tenemos suerte, llegaremos antes de que caiga la noche.
―Yohan se muestra optimista, aunque también se mantiene alerta,
muy al pendiente de Klaus. Ese chico cada instante que pasa me
cae mejor, no parece ser una mala persona y es bastante amable.
―No falta mucho ―dice animado, pero tanto Klaus como Xean
niegan.
―De mañana.
―¡¿Qué?! ¿Falta tanto?
Eso no lo esperaba yo tampoco.
―Iríamos más rápido sin ti.
Klaus se sobresalta ante la afirmación de Xean, que parece
decirlo con malicia.
―No voy a dejarlo ―advierto, mirando a Xean, quien ríe ante mi
estallido.
―Tranquila, linda, nadie ha sugerido eso. ―Mantengo mi
expresión molesta, pero él solo sonríe. Se pasa la mano por el
rostro, apartando algunos cabellos, que ahora están cubiertos de
lluvia―. Agradecería el agua en otro momento, pero no ahora
―murmura permitiendo que algunas gotas caigan dentro de su
boca.
La lluvia ha comenzado a aumentar de intensidad, lo mismo que
el viento que azota nuestros cuerpos. Esto es muy malo, tal como
ha dicho Xean, nos retrasará todavía más.
―Debemos darnos prisa ―Randi me mira de reojo, al tiempo que
prácticamente echa a correr, olvidándose de igualar el paso de
Klaus o el mío. ¡Rayos!
―Dámela ―pido a Klaus la bolsa que lleva a cuestas después de
tener que dejar los caballos. Ya no me parece tan buena idea haber
traído tantas cosas y él parece opinar lo mismo.
Se detiene mirándome sorprendido y ofendido. Es la segunda vez
que hago la petición, ya que no ha querido ceder. Pero es evidente
que necesita más ligereza para no resentir tanto la marcha.
―Ni lo pienses. No voy a dejar que lleves las cosas ―repite
sacudiendo la cabeza.
―No es momento para hacerte el caballero ―murmuro tirando de
ella, pero la retiene.
―Lena… ―suspira―. Por favor, ¿qué clase de hombre crees
que soy? Yo puedo.
―Sé que eres Klaus y que puedes, no estoy recriminando nada,
pero hay que movernos más rápido y eso pesa bastante.
―¿Me estás diciendo debilucho? ―Niego de inmediato, no
queriendo hacerlo sentir menos, pero consciente de que es
necesario para que pueda moverse con mayor libertad. No quiero
dejarle atrás.
―No, no, solo digo que es mi turno, llevas también mis cosas. Es
lo justo. ―Duda un momento, pero finalmente la dejar ir, dando un
suspiro y sacudiendo la cabeza.
―Solo…
―Ya te lo dije, no es momento para preocuparte por si soy una
chica o soy más pequeña que tú. Hay que darnos prisa.
―¡Muévanse! ―como si hubiera esperado el momento, Randi
nos grita, desde una distancia considerable por delante de
nosotros―. No se rezaguen.
―Mejor que lo escuches y no pierdas el tiempo ―farfulla Xean,
dejándose caer sobre el suelo, mirándonos tranquilamente.
―¿Y tú? ¿No vienes?
―Sí, pero antes voy a tomarme un pequeño descanso. ―Se
tumba de espaldas, colocando los brazos detrás de su cabeza y
cruzando los tobillos―. Te invitaría a unirte a mí ―me mira
sonriente―, pero debes seguir.
―¿Y por qué tú puedes descansar y nosotros no? ―reclama
Klaus.
―No le hagan caso, él tiene algo que hacer ―asegura Yohan―.
Vamos.
Xean ríe, incorporándose con rapidez, antes de comenzar a
caminar en la dirección opuesta.
―¿A dónde va? ―inquiero desconcertada. ¿Qué se supone que
debe hacer? ¿No debemos darnos prisa?
―Esta tormenta nos complicará las cosas, así que esperará para
ver qué tanta ventaja tenemos, antes de darnos alcance.
―¿Cómo pueden estar seguros de que nos siguen?
―Créeme, lo hacen. No hay demasiado alimento por aquí, así
que son bastante obstinados a la hora de dejar escapar a su
alimento. Y ese somos nosotros.
―Creí que no tenían cerebro, me refiero a… ―Klaus dice, lo que
hace sonreír a Yohan.
―No creas todo lo que escuches. Son demasiado irracionales
para preocuparse por la vida de otros, pero muy astutos y, sobre
todo, están desesperados.
―¿Son muchos? ―continúa Klaus disfrutando de la facilidad de
charla que muestra Yohan.
―Ni idea de cuántos quedan, pero sí los bastantes para ser una
molestia. ―Hace una pausa para mirar alrededor―. Veinte, más o
menos son los que nos han llegado a rodear. Podemos hacer frente
hasta a diez de ellos, pero… hay que evitarse problemas.
―Apoyo eso ―concuerda Klaus, mirándome inquieto. Asiento,
mostrándome serena, aunque todo el asunto de los impuros me
tiene más que preocupada. No tengo idea de a qué nos enfrentamos
y desde luego que la teoría no se compara con la práctica. Sujeto
con fuerza la empuñadura de mi espada, deseando no tener que
usarla o hacerlo bien si fuera el caso.
Abiel (9)

Con paso firme y postura recta, ingreso en la sala principal de la


residencia, consciente de que muchas de las miradas se posan
sobre mi persona, pero luchando por no sentirme incómodo. Aunque
nadie lo expresa en voz alta, sé que algunos consideran que soy
responsable por su partida, tanto así que yo mismo lo creo cierto. Si
en ese instante hubiera insistido en lugar de no presionarla, quizá
seguiría aquí. A salvo y segura. Tonto. Quise darle la opción de
elegir, respetar sus deseos, a pesar de los propios, a pesar de lo
que siento por ella, pero de nuevo me equivoqué.
No lo repetiré otra vez.
Lena es mía: en el fondo sé que ella así lo desea y así lo quiero
yo. Y tal como el señor Edin lo ha afirmado, le haré ver que nada ha
acabado, todo lo contrario, apenas comienza. Mi pasado se quedará
donde corresponde, mi presente y futuro serán grabados con su
nombre, como debería haber sido desde el principio.
―Estamos todos ―anuncia el señor Edin, tras cerrarse las
puertas―. Creo que es momento de exponer el plan.
―Ya era hora. No entiendo por qué hemos tenido que esperar
casi tres días para hacer algo.
―No discutas, Elina. Era necesario, como te he explicado antes.
―Ella pone mala cara, cruzándose de brazos―. Bien, tras
conversar largamente con Armen, hemos elegido quiénes irán en
busca de Lena y Klaus.
―¡¿Klaus?! ―inquiere Elina sorprendida. Con todo lo sucedido y
la confusión que provocaron las muertes, se demoró en percatarse
de su ausencia, pero Neriah confirmó su desaparición.
―Así es. El chico ha desaparecido, no se encontraba entre las
víctimas, así que debemos suponer que se encuentra con ella o
siguiendo su pista.
―Además de que faltan dos caballos de Jaim, es posible que él
le ayudara ―comenta Caden, no pareciendo contento.
―Por lo que podemos deducir que no se trata solo de Lena,
también de él.
Klaus. No puedo decir que me agrade la idea de ellos juntos, pero
es mejor que saberla sola con esos híbridos. Especialmente con su
líder, debí eliminarlo cuando tuve la oportunidad, en lugar de
dejarlos marcharse.
―La idea es que salgan esta noche.
—Esperamos demasiado ―recrimina Gema, claramente
inconforme.
―Te lo dije, Edin ―masculla Elina, pero él la ignora.
―Hay razones para creerlo conveniente, Gema y antes de que te
molestes conmigo, era necesario esperar para cubrir su ausencia y
no levantar sospechas. Hasta ahora nadie, aparte de los
fundadores, sabe que ha desaparecido, si llegara a darse el caso,
podrían acusarla de traición y no queremos que eso ocurra.
En realidad, no se trata solo de eso. Tanto el señor Edin, como
Regan, quieren darle algo de tiempo para que encuentre lo que está
buscando.
Observo a la señora Gema; luce más pálida que de costumbre,
sus ojos cansados y tan ansiosa. Incluso a mí me sorprende que no
protestara antes porque se decidiera esperar, en lugar de seguirlos.
Comprendo sus razones, pero no las comparto de ninguna manera.
―¿Son conscientes de que pueden perder su rastro?
―recrimina―. Podrían no encontrarlos.
―No te preocupes por eso, irán los mejores rastreadores,
además, hay pocas opciones. Aunque no lo creas, en estas horas,
no he estado sentado perdiendo el tiempo, hemos estado
analizando las posibles rutas que pudieron tomar. Tenemos una idea
de adónde se dirigen.
―Espero que estés en lo cierto.
El señor Armen la abraza, manteniéndose en silencio.
―Tranquila, Gema ―susurra Elina―. Edin casi nunca se
equivoca. Y a todos, incluso a él, nos importa Lena.
―Si hubieran querido herirla, lo habrían hecho sin necesidad de
llevársela. Pero no parece ser lo que están buscando, ella debe de
estar bien.
―Irina y Anisa irán ―anuncia Armen, evitando mirar a la señora
Gema.
―Josiah y Airem, así como Abiel. Solo ellos cinco.
―No…
―Gema.
―No puedes pedirme eso, Armen ―le mira suplicante, alzando la
voz―. No puedo quedarme sentada sin saber qué ha pasado con mi
hija. ¿Sabes todo lo que cruza por mi mente cada segundo que
trascurre y que ella sigue allí afuera? ¡Podríamos perderla!
―No, no lo haremos.
―Entonces déjame ir.
―No.
―Pero…
―Un grupo grande llamará la atención y levantará sospechas
―asegura el señor Edin, evitando su réplica.
―Yo voy.
―Gema, escúchame ―pide sujetándola por los hombros,
girándole de frente a él―. Si va uno de nosotros, podríamos
presionarla. Ella estará dolida…
―Sería demasiado malagradecida si lo hace.
―¡Anisa!
―Discúlpame, pero es la verdad. No es una niña pequeña, ella
sabe lo que hace o no estaría actuando así.
―No ―Armen abraza con fuerza a Gema, quien mira furiosa a
Anisa.
―Estoy tratando de ser clara, no es tu culpa y haces mal
sintiéndote culpable por haberle ahorrado una pena mayor. Quienes
quiera que hayan sido sus padres, no pueden ser mejor que
ustedes.
―Eres un poco injusta ―Irina sacude la cabeza, queriendo
calmar los ánimos―. Se sintió herida al descubrir que todos le
mentimos. ¿Cómo te hubieras sentido si todo el mundo conociera tu
vida, menos tú? Además, es demasiado joven y desconocemos lo
que ese hombre le dijo para hacerle dudar y marcharse.
―Estás siendo demasiado condescendiente y justo por eso ha
actuado de ese modo.
―Creo que Anisa tampoco debe ir. ―Elina la mira con disgusto,
pero manteniendo la calma―. Puedo hacerlo yo…
―Iré yo ―insiste la señora Gema, negándose a ceder.
Aunque comprenda su desesperación, concuerdo con la opinión
del señor Armen y Edin. En su estado, no sería bueno que vaya.
―Gema…
―Lo haré yo. ―Johari entra seguida por su hija y Farah―.
Conozco a Randi y tengo un par de cosas que decirle.
―Tampoco creo que sea buena idea ―Bail opina mirándole
comprensivo―. Estamos intentado evitar un conflicto y tener el
mejor resultado con Lena, si van en busca de pelea…
―Yo sé mi cuento.
―¡Oigan! Esto no es una democracia y, mientras más tiempo
discutamos, dejamos menos para quienes deben alistarse. No voy a
tolerar que continúen divagando.
―No eres tú quien está al mando e iré yo.
Danko suspira, señalando con el brazo a Josiah, quien se aparta
de la pared donde hasta el momento se encontraba apoyado,
limitándose a observar.
―Bien, entonces él lo dirá.
―Irina, Haros, Abiel, Neriah y yo, somos los únicos que iremos
―expresa tranquilamente, ignorando las miradas molestas que le
dirigen―. Una vez que traigamos de regreso a Lena y a Klaus,
podrá arreglar todo lo que desee con esa persona ―dice mirando a
Johari―, por el momento ellos son prioridad.
―Lo conozco mejor que nadie, sé cómo piensa y lo que puede
tramar.
―Ella tiene un punto y puesto que él fue el que la convenció, creo
que…
―No des ideas, Elina. Tal como ha dicho Josiah, su bienestar es
prioridad.
―Sean razonables, yo puedo…
―Nadie duda de tus conocimientos, pero Farah aún necesita de
tus cuidados. Y ahora, quienes irán prepárense para marchar esta
noche; el resto vuelvan a sus actividades.
No demasiado conformes y con algunas quejas, la mayoría se
retira, incluido el señor Edin. La mano de la señora Gema en mi
brazo me toma por sorpresa. La miro expectante, esperando un
reclamo de su parte.
―Tráela de regreso ―susurra con voz temblorosa―. Es una
buena chica…
―Lo sé y le juro que haré todo lo que pueda y más para
conseguirlo. ―Asiente con una tensa sonrisa.
―No olvides que te quiere ―dice antes de dirigirse a la puerta,
donde su marido la espera. Los observo hasta que se marchan.
Llegó la hora. Espera un poco, Lena.
Yohan (4)

Intento mantener mis ojos apartados de su rostro, repitiéndome


constantemente que debo concentrarme en el camino que aún
tenemos que recorrer, pero es imposible. Lena no es como imaginé
que sería y no en el mal sentido. Es agradable, amable y valiente,
además de ser muy hermosa. Al inicio, creí que ese chico que se
negó a dejarle venir sola era su novio. Afortunadamente ahora me
doy cuenta de que no lo mira de un modo especial, se trata más de
fraternidad o compañerismo, como la que existe entre Ivy y yo. Eso
es bueno. Si ella se queda con nosotros… podría ser mi única
oportunidad de tener a alguien y no verme obligado a esperar o
quedarme solo. El pensamiento me hace sonreír
involuntariamente…
«Concéntrate», recrimina mentalmente Randi, al darse cuenta de
que de nuevo la observo. Me encojo de hombros, a lo que él
responde resoplando antes de apartar los ojos. Sé que no debería
distraerme, pero incluso Xean parece deslumbrado con ella y no lo
culpo, más allá de que no hay demasiado que ver por aquí, resulta
algo digno de apreciar.
Hemos estado en movimiento toda la noche y parte de la
mañana, sin importar la lluvia torrencial que cae sobre nosotros y
que parece no estar dispuesta a darnos tregua. Este inesperado
temporal no nos ayuda demasiado, aunque por el momento Xean ha
comprobado que esas cosas siguen lo suficiente lejos como para ir
a un paso moderado. A Randi eso no lo tranquiliza y francamente a
mí tampoco. No es usual que esos malditos no hagan otro intento al
menos de persecución, algo traman y no puede ser nada bueno.
Muevo mis brazos, buscando sacudir un poco la humedad y al
mismo tiempo mantener el calor. Estamos empapados y sobre todo
agotados, aunque ninguno lo exprese, ni siquiera el chico. Me tiene
sorprendido: para ser un humano es bastante tenaz, solo espero
que cuando tengamos que enfrentar a los impuros, continúe
siéndolo, lo necesitará.
―Falta poco ―le aseguro, después de recorrer otro largo tramo
de camino. El alivio que se extiende por su cara no tiene igual y eso
me hace sonreír―. Lo sé, pronto podrás secarte y descansar, que
buena falta nos hace.
―Eso espero ―asiente más que conforme.
Miro a Lena, quien me contempla con una expresión curiosa, que
me hace sentir nervioso y apartar rápidamente la mirada. He notado
sus ojos constantemente siguiéndome, lo mismo que a Randi y
Xean. Aunque acepto venir, luce desconfiada y cautelosa, algo por
lo que no puedo culparla. Tiene sentido, prácticamente somos unos
extraños. Ella no lo sabe, no obstante, no tiene nada que temer e
independientemente de lo que tenga en mente Randi, los demás no
permitiríamos que le sucediera nada malo, en especial Grisel e Ivy,
con quienes comparte parentesco o al menos eso parece hasta el
momento. Yo no recuerdo a Julie y muy poco a Bizzard, sus padres,
pero no se puede negar que comparte cierto parecido con Gisel,
quien sería su tía, al ser media hermana de su madre. Sea como
sea, ella es uno de los nuestros.
El sonido de cascos acercándose a todo galope me pone alerta,
me tenso, girándome al tiempo que empuño la espada, preparado
para repeler un posible ataque; sin embargo, se trata de Xean, quien
se acerca sobre uno de los caballos que habíamos abandonado.
Qué raro.
Todos se detienen, esperando por él, quien agita desesperado
uno de los brazos y mueve negativamente la cabeza. Su expresión
no presagia nada bueno y el grito que nos alcanza menos.
―¡Impuros! ¡Ya vienen! ¡No se detengan!
―Mierda ―maldice Randi en voz alta, antes de darnos una
rápida mirada y señalar al frente―. ¡Muévanse! ¡Ahora! ―ordena
sin ocultar su inquietud. Él es quien más veces se ha enfrentado a
ellos, ha perdido a varios de los nuestros cuando intentaban
conseguir alimento y a pesar de su recio carácter, siempre se ha
preocupado por mantenernos a salvo. Justo como en este momento.
Nadie titubea ante su demanda, retomamos la marcha a toda
prisa, ignorando el lodo que se adhiere a nuestros pies y ropa, la
mojada que parece pesar mucho más que hace un rato, sumado al
frío que nos golpea con el agua que nos empapa.
―¿Qué tan cerca están? ―inquiere Randi, a la vez que Xean se
pone a la par―. ¿Podemos evadirlos? ―Su vista se fija en la
pequeña pendiente que aún se muestra distante de donde nos
encontramos.
Puedo leer sus pensamientos. Si conseguimos pasar la
pendiente, estaremos a nada de alcanzar el refugio. El problema es
que no tendremos ayuda. Becker, Nolan y Abbas están heridos tras
nuestra última salida, Ondee, Cesia e Ivy son demasiado jóvenes
para salir. En lugar de cubrirnos terminarían corriendo más peligro.
No hay opción, tendremos que hacerlo solos.
―Demasiado ―confirma, intercambiando una mirada conmigo.
Esa es la señal, nos superan en número, estamos jodidos.
―¿Y el caballo? ―pregunto, curioso, tratando de aligerar un
poco la tensión―. ¿Dónde lo encontraste?
―Cerca, parece estar siguiéndonos, así que no quise dejarlo. De
algo puede servir.
―Te arriesgaste demasiado.
―¿Y el otro? ―pregunta Klaus. Xean hace una mueca, moviendo
negativamente la cabeza.
―No quieres saberlo.
Lo más probable es que los impuros lo usaran como alimento.
Suelen hacerlo cuando no pueden con nosotros. Eso también nos
ha perjudicado demasiado: al acabar con los animales, nos quitan la
comida.
―Deja que él lo use ―indica Randi a Xean―, tenemos que
poner tanta distancia como podamos y prepararnos para el comité
de bienvenida.
―¿Más impuros? ―Lena nos mira, inquieta, intuyo que más por
el bienestar de su amigo que por el propio, no puede ocultarlo. A
pesar de tener la capacidad de seguir nuestro paso, se ha
mantenido a la par de Klaus, seguramente no queriendo que le
dejemos atrás. No lo haríamos, no importa la burla de Xean o la
indiferencia de Randi, sabemos lo que es perder a alguien a manos
de esos malditos y no le deseamos eso a nadie, sobre todo a
alguien que no puede hacerles frente.
―Eso puedes apostarlo ―contesta Xean, entregándole las
riendas a Klaus, quien mira dudoso a Lena, pero ella de inmediato
descarta la idea, entregándole la bolsa que llevaba y comenzando a
trotar, para no darle oportunidad de replicar. Astuta.
Los cuatro flanqueamos al animal, que, aunque un poco cansado,
no se da por vencido y a todo galope nos permite avanzar más de lo
esperado. Sin necesidad de expresarlo en voz alta, sabemos que
debemos protegerles, el chico y el caballo son nuestro punto débil y
será sobre lo que irán esos miserables.
A cada paso que damos pareciera que la lluvia empeora, se ha
vuelto demasiado intensa, tanto que resulta difícil distinguir el
terreno por delante. Es como si incluso el clima jugara en nuestra
contra. Lena se encarga de guiar el caballo, con la ayuda de Xean,
en tanto que Randi y yo vigilamos, no queriendo ser sorprendidos.
―¡Escuchen! ―exclama Randi, haciéndose oír por encima de los
truenos y lluvia―. Una vez que pasemos la cima, hay que cruzar a
toda velocidad el valle. No importa qué, no se detengan. Sigan de
frente hasta llegar a las ruinas de la ciudad, hay que rodearlas para
alcanzar el pie de la montaña.
Lena mira a Klaus, quien asiente con un movimiento de cabeza.
―¡Están casi sobre nosotros! ―nos hace saber Xean, mirando
sobre su hombro. No imito su acción, pero no hace falta, puedo
percibirlos y escuchar sus desagradables sonidos. Su manera de
hacernos saber lo que nos espera.
―¡No se separen y traten de evadirlos! ¡Tenemos que llegar!
―¿Por qué mejor no les cortamos la cabeza? ―cuestiona
malhumorado Xean, volviendo a echar un vistazo.
―No por el momento, están intentando desgastarnos, es mejor
alcanzar el valle antes de hacerles frente. ―Y asegurarnos de que
ellos están a salvo. Leo entre líneas el pensamiento de Randi.
Concuerdo.
―Prepárense, están sobre nosotros.
¡Maldición! No era así como debía ser, pero no hay forma de
evitarlo.
Lena (31)

Empuño con fuerza mi espada, preparándome para luchar, esta vez


no se trata de un entrenamiento, sino de proteger a Klaus. El sonido
que emiten los impuros es escalofriante, igual que la tensión que se
percibe. El agua sigue cayendo furiosamente, no sabemos en qué
momento se precipitarán y la incertidumbre es desesperante.
Aspiro con fuerza, recordando las palabras que mi madre muchas
ocasiones me ha dicho. Deja que tu instinto te guíe, percibe más allá
de la vista, escucha, siente cómo se mueve tu enemigo y entonces
ataca. Cuatro impuros se acercan, rodeándonos, uno de ellos
colocándose a mi derecha. Es horrible. Sus colmillos son mucho
más grandes y deformes que los de cualquier fundador que haya
visto, su rostro más pálido y los ojos casi negros; parecieran carecer
de vida y tener demasiada maldad. Desvío la mirada de su cara,
cuando sus manos se crispan, haciéndome partícipe de las largas
garras, que un instante después se lanzan contra mí. No dudo y
repelo su ataque, haciéndolo tambalearse, pero no desiste de tratar
de alcanzarme. Escucho maldecir a Xean y los demás también
hacen lo propio. Es difícil mantenerse en movimiento y atacar, si tan
solo…
―¡No te detengas! ―grita Yohan al adivinar mis intenciones.
Obedezco, aunque eso implica concentrarme tanto en esquivar
sus golpes, como en avanzar a la par y mantenerme cubriendo el
costado del caballo, que comienza a resentir la carrera, lo veo por la
forma en que pequeñas nubes de vapor salen de sus fosas y cómo
poco a poco sus zancadas son menos largas. ¡Resiste! ¡Por favor!,
suplico mentalmente.
Los impuros son demasiado insistentes, aunque por alguna razón
me da la impresión de que solo intentan distraernos o agotarnos
como ha dicho Randi. No atacan a matar, solo lanzan ataques al
azar como si quisieran desgastarnos. Lo están consiguiendo.
¡Vamos, vamos!
Esquivo otro de sus golpes, lo que me hace estrellar contra el
caballo. Por fortuna Klaus consigue alejarlo a tiempo, logrando que
no pierda el ritmo y siga cuesta arriba. Bien. Todos se acercan más
al caballo, uso el mango de la espada, para golpear al impuro y
hacerlo caer, lo que me da un respiro, tan necesario. Es difícil
respirar, no solo por la lluvia, sino por el esfuerzo. Casi hemos
logrado cruzar, casi…
―¡Cuidado!
Dos impuros saltan sobre Klaus. Él consigue golpear a uno, pero
el otro va directo a su cabeza. El caballo intenta frenarse, el
movimiento termina arrojándolo al suelo. Xean sujeta al animal,
antes de que salga disparado. Intento alcanzar a Klaus, pero el
impuro que ha estado sobre mí, que ha aprovechado mi descuido
para volver, me golpea un costado, haciéndome caer. Logro
aferrarme a una pequeña saliente para no caer, pero termino un
poco lejos de ellos. ¡No! ¡No! Contengo el aliento, mientras todo
parece ralentizarse. Impotente, observo cómo sus garras cortan su
carne, haciendo brotar la sangre que rápidamente empapa su ropa.
¡Yohan! Me incorporo, ignorando la orden de Randi y ataco
certeramente a la criatura, que emite un chillido horrible cuando la
hoja de la espada perfora su pecho. No me detengo a contemplarlo
o confirmar si ha dejado de moverse, me dirijo hacia el frente,
pasando a Xean y alcanzando a Klaus, justo a antes de que los
colmillos de un impuro toquen su brazo.
―¡Maldito! ―escucho decir a Yohan, intentado repelerlo, pero
con el brazo herido le resulta difícil. Randi evita que lo muerdan,
pero dos más aparecen. Estamos rodeamos y ni Xean que lucha por
calmar al caballo ni Yohan pueden defenderse. ¡Instinto! ¡Instinto!
Me muevo todo lo rápido que puedo y corto la cabeza de uno de los
impuros, antes de que Randi haga lo propio con el suyo. Se acabó
del plan, hay que terminar con ellos o lo harán con nosotros.
Como si nuestro ataque les ahuyentara, todos retroceden, pero
no se marchan, puedo percibirlos rondándonos, estudiando por
dónde harán su próximo ataque.
―¿Puedes moverte? ―Randi mira de reojo a Klaus, quien se
incorpora rápidamente. Luce asustado, pero se compone asintiendo
con determinación―. Tienes que tomar la delantera, llévatelo
―señala a Yohan, que aferra las heridas, intentando contener la
sangre. No solo ha sido un brazo, parte de su hombro y pecho
también han sido afectados.
―Puedo pelear...
―No, no puedes, así que obedece. Llévalos al valle, Xean y yo
les cubriremos las espaldas. ¡Vamos! No hay tiempo que perder.
―Sube ―ordena Xean, tirando de su brazo sano, empujándolo
sobre el caballo―. Vamos, chico, muévete. Esas cosas no
esperarán por siempre.
―No me dirás que tienen lealtad, ¿verdad?
―Qué va. Están reorganizándose o esperando a que sanen sus
heridas, antes de volver.
―¿Qué? ―balbucea Klaus, confuso, lo mismo que yo, pero lo
entiendo. Del mismo modo que un fundador puede regenerarse,
ellos lo hacen, solo espero que no a la misma velocidad.
―Vayan sobre sus cuellos o pechos, no podemos perder más
tiempo. Ivy está en la puerta, les abrirá la entrada. Tienen que
hacerlo rápido y bloquear de nuevo.
―¿Qué hay de ustedes? ―Yohan los mira preocupado, aunque
ni Randi o Xean lo parezcan.
Klaus sube detrás de Yohan, que lucha por no mostrar lo
adolorido que se encuentra, pero que poco a poco luce más pálido,
la sangre no dejando de brotar. Busco en la bolsa, encontrando un
pequeño pañuelo que anudo a su brazo.
―Una vez que entren, podrán cubrirnos, así que mejor mueve tu
trasero y ponlos a salvo. ―Me mira―. Ve con ellos.
―Yo puedo…
―Tú los cubrirás. No van a dejarlos ir tan fácil. Irán por el animal,
así que ten cuidado, no dejen que se acerquen o no llegarán.
―Entendido.
―Hazlo. ¡Ya! ¡Ya!
Sin decir nada, Xean golpea el caballo, haciendo que salga a todo
galope. Doy una mirada, viendo cómo tanto él como Randi adoptan
una postura de batalla, dándonos la espalda.
―¡Lena!
Sigo la voz de Klaus y voy tras ellos, rogando mentalmente para
que todos consigan llegar a salvo. No los conozco, pero no les
deseo ningún mal y pensar que esto es mi culpa, hace que sea
imposible no sentirme mal.
La colina es un poco empinada, rocas y arena, que con la lluvia
forman fango, pero el caballo la recorre sin mayores problemas,
aunque no tan rápido como hasta hace poco. Me mantengo detrás
de ellos, haciendo un esfuerzo por no frenar o volver la mirada, a
pesar de los horribles sonidos que llegan desde lo alto. El valle es
extenso, pero nuevamente desierto, algunas rocas y matorrales.
―Prepárate ―murmura Yohan, señalando al frente. Se
encuentran bastantes metros alejados, pero los distingo. Al menos
cinco impuros entre lo que claramente parecen las ruinas de una
ciudad, tal como lo han dicho.
Aspiro profundo, elevando la espada, pasando el caballo y voy
directo a ellos. No puedo titubear, sus vidas dependen de mí. Dos
impuros se lanzan, sus bocas abiertas, esperando tomar algo de mi
sangre…
Josiah (9)

―Como en los viejos tiempos ―murmura Irina, estirándose


tranquilamente. La observo con disimulo, no es la primera vez que la
veo usar uno de los trajes de la guardia, pero sí mostrar tanta
emoción a pesar de saber que puede que tengamos que hacerles
frente no solo a impuros, especialmente a esos híbridos.
Estiro mis dedos, terminando de colocarme los guantes. Está
todo listo. Apenas sea medianoche, saldremos de la ciudad. Aún
con toda la intranquilidad que se siente en la residencia, confío en
que podamos traerlos de regreso.
―No olvides lo que te he dicho. ―Irina sonríe de modo
totalmente inocente, cosa que la hace resoplar y negar―. No te
expongas demasiado. Lo digo en serio.
―Tranquilo, señor Haros. Sé que usted me cubrirá las espaldas.
―Le guiña el ojo, a lo que él mira al cielo, sacudiendo con fuerza la
cabeza, no pareciendo verdaderamente preocupado. Ellos son de
los mejores, han estado en muchas batallas, especialmente ella, sin
importar que su pequeño y frágil aspecto indique otra cosa, por eso
mi padre la ha elegido para ir.
―Estamos listos ―anuncia Abiel, colocándose a mi lado. Neriah
también asiente con expresión solemne.
―Recuerden, el objetivo es traerlos de regreso, con el menor
número de bajas.
―¿Eso incluye a los impuros? ―pregunta Irina ajustando su
arma.
―No, pueden cortar tantas cabezas de ellos como deseen.
―¡Perfecto! Hace mucho que no tengo un poco de acción.
―¿Y cómo llamarías a eso que sueles hacer con Anisa y
Jensen?
―Eso es solo práctica, pero esto es distinto.
―¿Sabemos el destino? ―Neriah me mira inquisitivo,
interrumpiendo el intercambio entre Irina y Uriel.
―Erbil. ―Mi afirmación les toma por sorpresa, pero asienten
antes de ponernos en marcha, hacia la entrada de la ciudad. El par
de guardias abre sin demoras, dejando al descubierto la figura de
Knut, quien espera tranquilamente apoyando a un costado.
Uriel me mira interrogante. No se suponía que iría, pero por su
aspecto, diría que es lo que pretende. Doy un paso al frente,
reduciendo la distancia y la necesidad de subir la voz, lo que menos
deseamos es delatar nuestra partida.
―Señor… ―comienzo a decir, pero me interrumpe.
―Yo he estado en Erbil, muchacho. Conozco el camino bastante
bien, como para no tener problemas en caso de no encontrar su
rastro y también puedo ser de ayuda; además, necesito algo de
acción.
―¿Tu esposita sabe que quieres ir? ―Haros sonríe burlón.
―Sí, esta vez sí me dio permiso.
Analizo mentalmente las opciones, no quise arriesgar a Airem y
desde luego que puede que Elise no esté muy de acuerdo en la
participación de su padre, sin embargo, espero que no tengamos
demasiados problemas. Además, si él conoce el camino,
llegaríamos en menos tiempo. Podría ser ventajoso llevarlo.
―¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar?
―Siete días a caballo, pero tomando en cuenta que no llevamos,
puede que en tres días.
―Los que nos llevan de ventaja ―señala Abiel, demostrando lo
mucho que le ha disgustado tener que esperar tanto.
―Sí, pero ellos llevan caballos, eso los retrasará un poco. La ruta
que conozco no es demasiado complicada, así que podemos darles
alcance antes de que lleguen. De acuerdo con Johari y Farah, solo
había dos híbridos...
―Eran tres ―asegura Abiel―. El rastro que recogí en las afueras
era de tres híbridos distintos.
―Tres ―repite Knut.
―Pueden ser más, no sabemos su número exacto.
―Se dejó libre a un par de ellos, pero como bien dice, puede que
hayan sido más.
―Debemos tener cuidado.
―Hay que impedir que lleguen a la ciudad o lo que quede de ella,
de ese modo reduciremos la probabilidad de un enfrentamiento.
Somos más que ellos y tenemos dos fundadores con nosotros, no
se resistirán demasiado.
―Tus observaciones tan precisas ―murmura Haros.
―¿Qué? ¿No adiviné lo de darles vitaminas y tener un ejército de
híbridos? Tienes que darme algo de crédito.
―De acuerdo. Solo que no se te suba a la cabeza ni tampoco la
pierdas.
―En marcha ―ordeno antes de que continúen. Abiel toma la
delantera del grupo, moviéndose con agilidad, aprovechando las
sombras de la noche, a pesar de no necesitarlas. La velocidad que
llevamos hace que el entorno no sea más que un borrón, que va
quedándose atrás. Son tan silenciosos, incluso el señor Knut, vaya
que tengo que aprender de ellos, tal como mi padre aseguró, este
viaje puede resultar muy ilustrativo.

―¿Por qué elegir Erbil? ―escucho decir al señor Knut, quien se


inclina sobre la improvisada fogata que hemos hecho, echando un
puño de ramas secas, antes de poner al fuego algunos trozos de
carne que ha traído―. Según recuerdo, prácticamente no quedó
nada.
―Era un lugar resistente, es posible que acondicionaran algunas
habitaciones.
―Lo dudo ―sacude la cabeza, dejándose caer en una piedra,
que funge como asiento―. La guerra fue bastante dura, tuvimos que
romper sus muros y penetrar su fortaleza.
―Erbil era prácticamente una fortaleza, estaba construida para
resistir. Abdón era uno de los mejores estrategas.
―Quizá, pero no resistió. Sin contar que, cuando nos
marchamos, se derrumbaron algunas de las viviendas que
quedaban en pie, justamente para evitar que algunos de ellos
regresaran.
Este es nuestro primer descanso desde la noche anterior y será
relativamente corto, aunque la mayoría no requerimos alimento, él sí
lo hace, por lo que todos estuvieron de acuerdo en tomar un respiro.
Hemos recorrido un buen trayecto, pero aún estamos a dos días de
distancia de lo que se supone es el lugar donde se han asentado. Lo
que significa que han pasado cuatro días desde que Lena se
marchó. Abiel intenta mostrarse sereno, pero es el más impaciente.
El resto ha actuado con cautela, comprobando los alrededores,
como tenía entendido que hace unos momentos lo hacían Irina y
Haros. Cosa que dudo, por las expresiones y aspecto de ambos,
aunque no soy quién para inmiscuirme.
―Quizá sea mejor que estén allí ―murmura Neriah―. Algunos
de esos impuros no eran normales.
―Esas cosas no son normales ―asegura Uriel, con una
mueca―. Son una plaga.
―No me refiero a eso ―insiste―. Había dos más afuera, ellos no
atacaron. Cuando quise seguirlos, se marcharon.
―Eso no puede ser ―Irina niega, apoyándose en el muslo de
Uriel―. No son racionales, no huirían a pesar de saber que no
tienen oportunidad.
―Neriah tiene razón ―interviene Abiel―. Nosotros seguimos a
algunos y Coval aseguró que en cuanto vieron caer a los otros,
desaparecieron.
―Ellos no tienen instinto de supervivencia ―reitera Irina―, o
alguien los manipula o no tratamos con simples impuros.
―Eso no es posible.
―¿Cómo podemos saberlo? ―Knut da un mordisco a su comida
antes de señalar a Abiel―. Tú lo viste, si el loco de Alón creó
híbridos dotados, ¿quién dice que no hay otro por ahí que use a
esas cosas?
―¿Y cómo lo haría? Salvo por Darius, nadie más podía
manejarlos a su antojo.
―La sangre ―susurro, haciendo que todos me miren―. Por lo
que he escuchado, esos híbridos eran distintos porque se les
alimentaba con sangre…
―Esas cosas no habían comido en un buen tiempo. Imposible.
―No del todo ―Uriel parece pensativo, sus ojos clavados en el
fuego―. Si ellos bebieron de los híbridos, no sabemos lo que eso
podría tener como consecuencia. Así que debemos ser más
cautelosos.
―Eso no tienes ni qué decirlo, tenemos bastante gente
esperando por nosotros.
Klaus (2)

Jodidos. Estamos completamente jodidos. Eso es lo único que


puedo pensar mientras el caballo baja a toda velocidad la colina, el
agua de la tormenta nublando ligeramente mi visión, en tanto que
los gritos y chillidos que emiten los impuros se hacen escuchar por
encima del sonido de mi propio corazón frenético. ¿De dónde han
salido tantas de esas cosas? Es una locura. Parecen venir de todas
direcciones y son verdaderamente horripilantes. Tomar la delantera
no ha servido de mucho, hay más esperando por nosotros. ¿Y se
supone que Lena tiene que enfrentarse a todos mientras nos
limitamos a huir? Odio la idea, pero muy a mi pesar no soy tan
rápido, ni fuerte y desgraciadamente, Yohan no está en condiciones
de pelear, por mucho que se esfuerce en aparentarse tranquilo, la
sangre no deja de brotar de sus heridas y luce cada vez más pálido.
¡Maldición! Es en este preciso momento en el que lamento no
escuchar todas las quejas y exigencias de Airem cuando
entrenábamos. Soy más una carga que una ayuda, como se supone
pretendía ser al principio de este viaje.
―Tenemos que hacer algo ―murmura Yohan, haciendo un
intento por bajar del caballo, al ver el número de impuros que
esperan por ella―, no podemos dejarla sola. ―Tiene razón, pero no
lo libero, sino todo lo contrario; golpeo con los talones los costados
del caballo, obligándole a acelerar e ignorando sus palabras―.
¿Qué demonios haces? Tenemos que ayudarla.
―No podemos ―niego ignorando su afán por liberarse―, ella ha
dicho que debemos seguir.
―Son demasiados…
No tiene que decirlo, lo veo con mis propios ojos, están
rodeándola, contradictoriamente a todo lo que han dicho, esas
cosas son más astutas de lo que parecen.
―Ninguno de los dos seríamos de ayuda ―admito de mala gana.
―Algo podemos hacer ―insiste, haciéndome dudar.
―¡Cuidado! ―Su grito apenas es oportuno. Agitando el brazo,
consigo apartar el impuro que nos acechaba―. ¡Sigan! ―grita ella,
mirándome molesta al percatarse de que he detenido el caballo―.
¡Klaus! ¿Qué esperas? ―cuestiona, indicando un pequeño espacio
entre lo que fue en algún momento una puerta.
Aún con toda la impotencia que me provoca dejarla, tiro de las
riendas del caballo, al mismo tiempo que uso de nuevo los talones
para hacerlo ponerse en movimiento, esta vez sin mirar atrás. Lena
los ha alejado a propósito, desviando toda la atención, dándonos la
oportunidad de escapar, ya que Yohan ha asegurado que es mejor
atravesar las ruinas que rodearlas como ha dicho Randi.
―No podrá ―vuelve a repetir Yohan, negándose a que la
dejemos.
Para mi sorpresa y alivio, Lena es más ágil de lo que pensaba:
aprovecha los pequeños muros y escombros para evadirlos e
intentar tomarlos desprevenidos, pero tal como estos híbridos han
dicho, son muy rápidos y no se dan por vencidos. Además de que
pareciera que saben lo que hacen.
―Son demasiados…
―Es buena ―afirmo concentrándome en guiar al animal entre las
rocas y viejas maderas―. Estás demasiado débil y yo soy lento
―confieso de mala gana―, es mejor avanzar, eso evitará que no
esté preocupada por nosotros y se concentre en patear sus
traseros.
Siento cómo se tensa y su mano se cierra sobre la mía, que aún
sostiene la espada. Lo miro confuso, pero entonces lo oigo.
―Prepárate, no van a dejarnos ir tan fácilmente.
Como una especie de confirmación a su advertencia, dos impuros
se acercan por los costados, sus gruñidos delatándolos o quizás es
justo eso lo que pretenden: asustarnos.
―Lo imaginé ―murmuro, negándome a intimidarme, menos al
pensar en lo que hace Lena por nosotros―. Sujeta las riendas,
intentaré golpearlos si nos atacan.
―Lo harán, prepárate. Intenta desestabilizarlos, no podemos
enfrentarlos sin que lastimen al caballo.
―De acuerdo.
El primer impuro salta por la derecha. Sus garras arañan mi ropa,
desestabilizándome, pero Yohan no tiene problemas para
aprovechar su acercamiento. Extiende el brazo, pretendiendo
cortarlo con la espada. No lo consigue, pero sí logra alejarlo. El
segundo no espera, gruñe antes de atacar.
―Agáchate.
Apenas consigo esquivar sus garras y mantenerme sobre el lomo
del caballo.
―Creo que me cortó el pelo ―grito cuando veo caer sobre el
hombro de Yohan un pequeño mechón.
―Eso es lo de menos, concéntrate. ¡Aquí viene de nuevo!
Persistentes, no puedo definirlos mejor. Voy a tener pesadillas si
logramos salir de esta, aunque lo mejor es que lo hagamos. Mi
madre no estará muy contenta y tampoco Neriah o Diana.
Ivy (1)

―Ten un poco de confianza en ti ―repito en voz alta las


palabras, liberando suavemente el aire que retenía, al tiempo que
fijo la mirada en uno de mis objetivos. Son malditamente rápidos y
ruidosos, además de feos. Anticiparme es la clave. Yohan siempre lo
dice y es lo que tengo que hacer.
Estudio sus desesperados movimientos por darles alcance, no es
una vista agradable. Aspiro de nuevo, luchando por ignorar el olor
(que incluso desde esta distancia puedo distinguir entre la peste de
esas cosas y la humedad de la tormenta) y el color de la sangre que
mancha su ropa; así como la expresión de angustia de ese pobre
chico, quien no parece estar pasándola nada bien.
Podría reírme de su miedo, pero no es la mejor idea en este
momento. No solo su vida depende de nosotros, también la de
Yohan, no sé qué tan grave es su herida, pero el solo hecho de
saberlo lastimado me angustia.
―¿Ivy? ―pregunta Cesia, queriendo confirmar mi orden. Es tan
raro estar al mando, pero eso solo me hace consciente de lo poco
capaces de hacerles frente que somos.
―Espera ―susurro entrecerrando los ojos, mis dedos
tensándose sobre la cuerda. Veo al segundo impuro listo para
atacar, sus garras pasando a escasa distancia de la cabeza del
chico. No habrá otro intento, van por todo―. ¡Ahora!
Una lluvia de flechas sale disparada hacia ellos, ningún riesgo de
dar a los nuestros. Somos jóvenes e inexpertos en combate, pero
buenos en cuanto a puntearía se refiere. Y lo compruebo cuando
veo cómo mi flecha da en el blanco: el impuro que ha estado a nada
de derribar al animal, ahora es solo un saco inmóvil en el fango. La
flecha no lo matará, no desde esta distancia, pero lo retrasará lo
suficiente para que puedan alcanzar la entrada.
―¿Todo listo? ―Vinc asiente, sosteniendo un arco, en caso de
que algún impuro intente colarse―. Preparados, están aquí.
―Lo tengo ―responde Ondee, su mano en la palanca.
―Cesia ―digo haciéndole volver la atención a su arco. Hay por
lo menos cuatro impuros más acercándose, debemos disparar de
nuevo para darles oportunidad de entrar―. ¡Ahora! ―Una nueva
lluvia de flechas se precipita, justo cuando la roca que bloquea la
puerta de la entrada es removida y con una ráfaga de aire helado,
ambos jinetes ingresan seguidos de un caballo que parece resistirse
a la idea de internarse en la cueva.
―¡Apártalo! ―protesta Ondee, con algo de pánico en su voz. El
espacio es demasiado reducido y Yohan no puede moverse con
normalidad.
―Sigue disparando ―indico a Cesia antes de saltar desde el
pequeño borde en el que me encuentro. Elevo el arco, disparando
justo al rostro del impuro que pretendía colarse―. Vinc, ayuda a
Yohan.
Él es pequeño, pero como todo híbrido es demasiado fuerte para
un niño de solo ocho años. Tira de Yohan sin problemas,
apartándolo del chico, que torpemente consigue persuadir al animal
de avanzar, dándole a Ondee el espacio justo para cerrar de nuevo.
Un golpe se escucha, dando una pequeña sacudida, pero por
mucho que traten, no pueden penetrar. La enorme roca que cubre la
entrada, confundiéndola con la montaña, está respaldada por una
gran puerta de metal, lo suficiente resistente para que una de esas
espadas especiales cortavampiros no pueda penetrarla. Quien
construyó este lugar sabía lo que hacía, cosa que sin duda
agradecemos.
Miro el par de ojos que me mira, sorprendido y no muy contento.
―Es bueno tenerte de regreso.
―Vinc no debería estar aquí ―protesta Yohan, sacudiendo la
cabeza. Me encojo de hombros, no dispuesta a desacreditar el
mérito de Vinc, que ha tenido que vencer su miedo para estar aquí,
consciente de que no es la cosa más segura.
―Estamos escasos de gente. Por ahora, deja que te lleve abajo,
necesitas atención.
―Ellos están en problemas.
―¡No por mucho! ―grita Cesia―. Becker, Nolan y Abbas están
de regreso.
De nuevo la expresión de Yohan se tensa. Oh, no. Se supone que
no habría salidas durante su ausencia, ya que Randi y él son
quienes coordinan eso.
―Larga historia. Ve abajo.
―Y llévate a ese animal de aquí ―resopla Ondee.
Mis ojos se encuentran con los de ese chico, que es un verdadero
desastre.
―Supongo que no es el mejor recibimiento, pero bienvenido a
Erbil. ―Parece reconocer el nombre―. O lo que queda de ella.
―Como quiera que sea, tienen que moverse ―insiste Ondee.
―Vayan. Hay que recibir a los demás. ―Yohan me mira dudoso,
pero le dedico una pequeña sonrisa―. Confía en mí.
Débilmente asiente, antes de dejarse llevar por Vinc. Dejo salir un
pequeño suspiro, teniendo en mente que afuera todavía está más
de la mitad del grupo que esperábamos.
―¿Listos?
Lena (32)

Intento no gritar e ignorar el dolor que recorre mi rostro, pero cuando


sus garras cortan a través de la tela del traje, sobre mi brazo
izquierdo no puedo detener un pequeño quejido y tambalearme
ligeramente. Como si se burlaran de mí, abren sus bocas, dejando
escapar un espantoso chillido que lastima mis oídos, pero que no
me intimida. Retrocedo un par de pasos, cubriéndome detrás de un
bloque, que con su ataque termina de derrumbarse. No puedo
seguir con esto, si no hago algo, pronto no habrá más obstáculos
dónde cubrirme y me alcanzarán. La desesperación hace mella en
mi determinación, la humedad que me cala hasta los huesos no
ayuda demasiado.
Esquivo a uno y dos, pero el tercero logra conectar un golpe en
mi espalda, empujándome con fuerza, haciéndome caer sobre el
suelo. Me obligo a levantarme, justo a tiempo para evitar que otros
dos impuros me tomen. Jadeo en busca de aire, ahogándome con el
agua que me empapa. A ciegas muevo mi espada, consiguiendo dar
en uno de ellos, pero hay cuatro más, que me asedian no
dispuestos a esperar su turno. Aprovecho mi tamaño para
inclinarme y deslizarme por en medio de sus piernas, cortándolas en
el proceso. Ignoro su agonizante o furioso rugido, no estoy segura,
enfocándome en el siguiente atacante. Este es más precavido;
esquiva la filosa hoja que iba directo a su cuello y se aparta
permitiendo que otro de ellos venga por mí.
Piensa en tus padres, piensa en Josiah, piensa en Caden, ¿Qué
harán si no regreso?, me digo a mí misma, no dispuesta a darme
por vencida. Piensa en Abiel.
Con un grito arremeto contra uno de ellos, una cabeza rodando,
su sangre salpicando mi cara. Paso por alto el nuevo ardor que se
enciende en mi cara, cuando unas garras consiguen tocarme,
agitando la hoja para enterrarla en el pecho de otro impuro. Con un
desagradable siseo, sus ojos pierden todo rastro de actividad y cae.
¡Bien, uno menos! Tiro de la espada, demorando una fracción de
segundo en extraerla, lo que les permite atacarme. Anticipo su
acción, me echo a un lado y esquivo al par que pretendía
aprovechar que estaba inmovilizada.
Dos impuros más aparecen, gruñen y entonces todos se mueven
al mismo tiempo. Mi pequeña ventaja de nuevo se ha reducido.
Planto con fuerza los pies en el inestable terreno, preparándome
para su ataque. Uso la espada y mis brazos para golpearlos y
mantenerlos alejados, intentando buscar un pequeño espacio para
cortar sus cabezas o perforar sus pechos, cualquiera que sea…
Un golpe conecta en mi mandíbula, haciéndome ver luces de
colores y tambalearme. No pierde tiempo, un par de brazos me
sujeta con fuerza. Miro al impuro delante de mí; se inclina acercando
su horrible cara a mí, abre la boca mostrándome sus filosos
colmillos. Me resisto, no dispuesta a rendirme…
La sangre brota de su pecho, al mismo tiempo que una espada
emerge. Un rostro desconocido me sonríe.
―Nada mal, niña ―murmura antes de centrarse en otro de los
impuros.
Saliendo de mi aturdimiento, forcejeo, liberándome de mis
atacantes. Golpeo el rostro de uno, antes de cortar su cabeza.
Inesperadamente no estoy sola, me acompañan tres híbridos que
han acabado con los impuros que me rodeaban.
―¡A la entrada!
Randi aparece, corriendo a toda prisa. Miro detrás de él: un
enorme grupo de impuros se acerca a toda velocidad.
―¡Vamos! ―Xean tira de mí, guiándome detrás del otro par de
desconocidos. Ambos me miran de reojo. Debo ser un desastre,
aunque eso es lo último que me preocupa. Esto es irreal.
Doy un vistazo a Randi y Xean, no tienen mejor aspecto que yo.
Hay grandes heridas en sus brazos y la parte delantera de su ropa
tiene rastros de sangre.
Sin entender, veo cómo vamos directamente hacia el pie de la
montaña, donde no veo otra cosa que rocas. Un par de impuros nos
reciben, pero los tres desconocidos acaban con ellos fácilmente.
―¡Entren! ―grita el mismo hombre que me ha salvado.
De nuevo, Xean toma mi brazo y me conduce hacia la abertura
que aparece entre las rocas.
―¡Disparen!
Una lluvia de flechas cae a nuestras espaldas, retrasando a los
impuros más próximos y dándonos oportunidad a todos de entrar. La
ligera oscuridad me absorbe cuando, con un golpe, se cierra una
pesada puerta, dejando fuera a los impuros y sus horribles chillidos.
Miro el espacio rocoso, iluminado por un par de antorchas y al par
de chicos que se acercan.
―Llegaron. ―Una chica bajita, de cabellos ondulados, sonríe a
Randi.
―Bien hecho, Ivy ―asiente él, tocando su cabeza, antes de mirar
a los otros hombres―. Ustedes no estaban afuera esperándonos,
¿Qué hacían? ―cuestiona mirándonos con severidad.
―Randi…
―Ellos saben las reglas, Xean. No intervengas.
Uno de ellos hace una mueca. Los tres son altos, un poco
robustos. Dos de ellos tienen melenas rubias, lo mismo que barbas
abundantes. El tercero, quien me ha salvado, tiene el cabello
oscuro. Sus ojos son claros, señal inequívoca de que son híbridos,
además de su velocidad y fuerza.
―No salimos porque quisiéramos perder la cabeza.
―Abbas ―advierte el hombre de cabello oscuro―. Se terminaron
los alimentos ―dice con una mueca―. Teníamos que hacerlo, no
estábamos seguros de cuándo volverían.
Randi parece frustrado, con ganas de gritarles, pero el brazo de
la chica parece calmarlo.
―Lo importante es que todos han vuelto. ―Otra chica que no
había visto antes, salta desde un pequeño borde y cae a un lado de
él.
―Hay que curarlos. Los demás nos esperan. ―Ivy tira de Randi,
quien no convencido les hace señas para que avancen por el túnel,
incluida ella.
Miro la puerta, donde los golpes siguen escuchándose.
―Tranquila ―Xean sonríe―. No pueden entrar.
―¿Seguro? ―Se encoge de hombros.
―Hasta ahora no lo han logrado y, si lo hicieran, tenemos más
trucos. Anda, hay alguien que espera por ti.
Quiero preguntar, pero se va antes de que pueda hacerlo. Miro a
Randi, quien me observa atento.
―¿Vas a contarme todo?
―Ven y velo por ti misma.
Aspiro siguiéndolo. A medida que recorremos el túnel, empiezo a
entender a qué se refería Xean. Atravesamos por lo menos cuatro
puertas más, tan resistentes como la de la entrada, además de que
hay distintos pasadizos, una manera ingeniosa de despistarlos si
llegaran a conseguir entrar.
―¿Han traspasado alguna vez? ―No puedo evitar preguntar.
―Al inicio los atraíamos hasta aquí para matarlos, pero no fue lo
más inteligente. Parecía como si aprendieran las rutas de alguna
manera. Se supone que no tienen capacidad para comunicarse
entre ellos, pero los viste, no son simples animales como deberían.
―Sí. ―Por no decir que son rápidos, además de resistentes.
―De alguna manera se han adaptado ―se detiene mirándome
de reojo―. Como lo hicimos nosotros.
―¿Hay otras entradas?
―Tenemos bloqueadas todas las posibles entradas y trampas por
si quieren intentarlo.
Eso no me convence, pero no soy quién para juzgarlos.
―¿Esta ciudad era…?
―Erbil. Fue abandonada hace muchos años, antes de que
viniéramos. Las ruinas que viste son lo que queda. Esos malditos se
encargaron de destruir lo que quedaba de la ciudad. Esta era la
mejor opción, hasta el momento los hemos mantenido fuera.
Puedo adivinar lo que no dice en voz alta, no lo harán por
siempre. Ese pensamiento es inquietante, pero guardo silencio.
Finalmente, tras recorrer otro largo tramo de túneles, que parecen
un laberinto, empuja una puerta, dejando al descubierto una enorme
caverna. En el centro hay un pequeño estanque de agua, formado
por las gotas que caen desde lo alto, aparentemente está conectada
al pico de la montaña, donde se puede observar una reja. Doy un
rápido vistazo alrededor, donde se encuentra el resto de quienes
nos recibieron y algunos otros desconocidos.
Randi se aparta, haciéndome un gesto para que avance. Titubeo,
antes de encontrar a Klaus, justo a un lado de Yohan, quien ahora
luce unas improvisadas vendas en el hombro y pecho. Él también
me indica que entre.
Avanzo despacio, mirando discretamente el pequeño grupo de
personas, porque no todos son híbridos, hay pocos, pero puedo
distinguir algunos humanos. Sin embargo, no es algo que hubiera
esperado. Aunque debo admitir que es más de lo que se podría
imaginar. Viven ocultándose de los impuros que les han quitado su
alimento y eso explica el porqué de sus aspectos tan frágiles.
Delgados en su mayoría, especialmente el de los niños.
Mi atención se concentra en una mujer, que con las manos en el
rostro tiembla, antes de dar un par de pasos al frente, en mi
dirección. Ivy, la chica que estaba en la entrada, está a su lado.
―¡Eres idéntica a tu madre! ―exclama llegando hasta donde me
encuentro―. Tienes su pelo, su nariz… ―Un sollozo interrumpe sus
palabras.
―Tranquila, mamá. ―La chica tira de ella, al notar mi
desconcierto. Ellas deben de ser de quienes habló Randi, quienes
comparten mi sangre, quienes conocieron a la mujer que me dio la
vida.
Pero no te crio y te dio amor.
Guardo silencio, porque no sé exactamente qué debería decir.
Pero verla llorar, y la conmoción que su cara muestra, no puede
estar fingiendo.
Me muevo incómoda. Todos me miran como si esperaran que
hiciera algo por ellos, pero no tengo idea. Soy alguien que ha
escapado, de sus padres y su hogar, como una criminal, ¿qué
podría ofrecerles?
―Vuelvan a sus ocupaciones, ya hablaremos más tarde.
―Renuentes ante las palabras de Randi, poco a poco el grupo se
dispersa.
Son seis hombres adultos, incluido Yohan. Ocho mujeres, sin
contar a Ivy y a la otra chica que no deben ser mayores que yo. Seis
pequeños, incluido un bebé. Veintidós personas. Más de la mitad
incapaz de enfrentar a esas cosas. Creo entender la desesperación
e inquietud de esos hombres, el resto depende de ellos.
―Vengan, tienen que cambiarse de ropa.
Ivy nos indica que la sigamos. Miro a Randi, quien asiente, su
rostro dejando ver la fatiga.
―Todos necesitamos dormir un poco. Vayan.
No replico, yo también comienzo a sentir el agotamiento.
Atravesamos el espacio, internándonos en otro pequeño túnel:
hay improvisadas puertas de madera y metal. Señala una de ellas,
deteniéndose.
―Aquí pueden quedarse. Dentro he puesto ropa y también algo
para sus heridas.
―Gracias. ―Sonríe antes de darse la vuelta.
―Espera.
―¿Qué? ―pregunta mirando a Klaus, quien le ofrece su mochila.
Ni siquiera me acordaba de ella.
―Hay algo de comida dentro ―luce inseguro y apenado, puedo
entender la sensación―. Pueden usarla, si quieres.
Su rostro se ilumina y, tomándola, asiente.
―Gracias. Iré a compartirlo.
Sale tan emocionada que me hace sentir un pequeño nudo en la
garganta.
―¿Y bien? ¿Ahora qué hacemos?
Hago una mueca.
―No tengo idea ―admito apoyándome en la pared.
―Bueno... cambiarnos, supongo que sería un buen principio.
Después algo saldrá. Muero de sueño, creo que eso sería lo
segundo. ―Asiento―. Y también curar tus heridas.
―No es nada ―digo tocando mi cara. Seguro eso dejará una
marca, pero no quiero pensar en ello. Después de estar a nada de
morir, unas cuantas heridas no son gran cosa―. Sanaré rápido.
―Cierto. ―Suspira mirando sus manos.
―Lo siento.
―¿Por qué? ―inquiere ceñudo, mirándome sin resentimientos, lo
que aumenta mi culpabilidad.
―¿Por qué? ―ironizo sacudiendo la cabeza―. Casi morimos.
―No exageres.
―Klaus…
―De acuerdo, puede que un poco, pero estamos enteros, que es
más de lo que esperaba. Si me preguntas…
Nunca dejaré de admirar su positivismo. No sé qué habría hecho
sin él.
―Gracias por venir.
Sonríe, tocando mi hombro sano, por fortuna.
―Para eso estamos los amigos. Me cambiaré afuera, háblame
cuando termines. Eso tiene mala pinta ―señala mi brazo―. No
demores.
―Ajá.
Suspiro, mirando el pequeño espacio. La cama es una
improvisación de tablas y mantas desgastadas. ¿Hace cuánto que
estas personas no salen de aquí? ¿Cuánto más pueden resistir en
estas condiciones?
Elina (7)

―Lo sé, lo sé. Yo también la extraño ―aseguro, mis dedos


deslizándose a través de las suaves hebras que cubren su diminuta
figura.
Sentado a mis pies, Uri gimotea en voz baja, como si incluso él
percibiera la tensión bajo la cual se encuentra la mayoría de quienes
habitamos en esta residencia. Nadie está de buen humor, ni siquiera
yo y eso ya es mucho decir. Tomarles el pelo no resulta divertido.
Lo cierto es que no hay mucho que hacer, simplemente esperar y
esperar, cosa que no es sencilla, especialmente para la pobre de
Gema. Sin duda alguna, ella es la más afectada con todo lo que
ocurre y ni hablar de Armen, quien a pesar de su afán por mostrarse
tranquilo, no puede evitar denotar su preocupación. Suspiro. Cada
cabeza es un mundo, pero en estos momentos, hay un nombre que
abarca la mayoría de nuestros pensamientos. Lena.
―No me gusta verte así ―susurra Alain, acariciando mi cabeza.
Levanto el rostro, encontrándome con su tierna mirada, su expresión
reflejando sus palabras.
De nuevo dejo escapar un suspiro, antes de colocar mi mano
sobre la suya y esbozar un intento de sonrisa.
―Creo que Urielito extraña a su tocayo ―digo a manera de
broma, aunque no consigue del todo su propósito. Inclinándose para
darle un toque al cachorro, Alain termina inclinado delante de mí, su
rostro a la altura del mío.
―Parece que no es el único que extraña a alguien.
Imposible ocultar mis estados de ánimo, aunque no es como si
quisiera hacerlo de todos modos. Alain no me juzga, al contrario,
simplemente me comprende.
Me apoyo en su pecho, permitiendo que sus brazos me rodeen,
un pequeño confort que jamás dejaría pasar, por muy complicadas
que sean las circunstancias. Sin importar que en algún momento
llegué a creer que Rafael era el amor de mi vida o mejor dicho, para
la eternidad, Alain lo supera por mucho.
―No puedo evitarlo ―admito mirando la cabeza de Uri, que nos
observa atentamente, como si no quisiera quedar excluido de la
conversación o de las muestras de afecto. Es un cotilla, como su
dueña, eso no se puede negar. Ni tampoco los trucos que le he
enseñado para invadir instantes privados.
―Estará bien ―afirma besando mi pelo―. Tú lo has dicho: Lena
es más fuerte de lo que todos pensamos.
―No tengo duda de eso, es solo... ―dejo que mi voz se apague,
antes de expresar mi verdadera inquietud―. Nunca le mentí y
prometí que siempre sería sincera con ella, pero...
―Era un secreto que no te pertenecía y tampoco podíamos
esperar que lastimara a alguien. Ninguno de nosotros deseábamos
que ocurrieran de esta manera las cosas.
―Pero lo hizo, lo hicimos, la lastimamos, aunque no fuera esa
nuestra intención. ―Lo miro, impotente, imaginando todas las ideas
que cruzaron la mente de mi pobre niña para que tuviera que tomar
esa decisión. Ella que nunca fue más allá de los límites de las
ciudades, que no deseaba participar en combates o verse
involucrada en disputas―. Yo mejor que nadie sé lo que es ser
excluida, vivir en las sombras y ni siquiera por eso pensé lo que
podría pasar si se enteraba.
―Te aseguro que nadie imaginó lo que ocurriría, no puedes
sentirte responsable. No tú.
Besa mi frente, robándome un pequeño suspiro. Me permito
cobijarme con su ternura y amor.
―No sé qué haría sin ti. ―Sus labios aún posados sobre mi
frente, dibujan una pequeña sonrisa que inevitablemente me
contagia.
―Ella volverá, ya lo verás. Y entonces, tendremos que pensar en
darle unas vacaciones a Uri para que podamos tener un momento
privado.
Lo miro, sabiendo que bromea, pero adorando su intento por
distraerme y animarme.
Por ahora, lo único que puedo desear es que lo que ha dicho se
haga realidad y que regrese. Ojalá que así sea. Aunque la
verdadera cuestión es si volverán las cosas a ser como antes.
Lena (33)

Duele. Es el primer pensamiento que cruza mi mente, mientras


lucho por recobrar la consciencia y comienzo a moverme.
Parpadeo un par de veces antes de conseguir abrir por completo
los ojos y enfocar el desconocido techo rocoso ubicado sobre mi
cabeza. Arrugo la frente, confusa con el dolor que tortura todo mi
cuerpo y también con la estancia rústica que me rodea. Mi mente
adormecida no demora en recordar lo que ha pasado en las últimas
horas y no sé en dónde exactamente me encuentro. El interior de
una enorme montaña, en las entrañas de lo que alguna vez fueron
ciudades sobrevivientes a la Tercera Guerra Mundial: Erbil.
Me estiro dificultosamente, confirmando que incluso los dedos
más pequeños de mis pies se resienten ante la idea de ponerse en
movimiento. Una locura. Ladeando ligeramente el rostro, descubro
que la cama junto a la mía se encuentra vacía, es donde se supone
que debería estar Klaus. ¿Adónde se ha ido?
Hago a un lado la manta y me siento con rapidez, lamentando al
instante la maniobra tan brusca, pero no dispuesta a ignorar la
ausencia de mi compañero de habitación y aventura. Elevo el brazo,
tratando de ordenar mi cabello y de paso darle un momento a mi
cuerpo para que deje de oponerse a funcionar, justo cuando la
puerta se abre.
―Hola. ―Para mi completo desconcierto, no es Klaus quien
ingresa en la pequeña estancia sin esperar autorización de mi parte.
Yohan me mira sonriente, ajeno a mi inquietud o desconcierto. Se
ve muy fresco, como si no hubiéramos hecho un largo viaje y
hubiéramos sido atacados, aunque si lo veo con atención, puedo
notar que debajo de la ropa aún lleva la venda que cubre parte de
su pecho. Ya decía que no podía estar tan repuesto. Lo que me
hace preguntarme qué hora es o hace cuánto tiempo que el sol ha
salido. Difícil saber estando bajo tierra. Esto es un poco extraño.
―Hola, ¿sabes dónde está Klaus?
Su sonrisa crece todavía más, dando un ligero asentimiento.
―Con Ivy y Cesia. Le están dando un pequeño recorrido por el
lugar. Pensaron esperar por ti, pero no quisieron molestarte y,
además, debes estar aún adolorida.
Preferiría ignorar las heridas que tengo y que probablemente
tardarán un par de días en sanar. Nunca he tenido problemas con
eso, pero en esta ocasión no se trata de simples rasguños o
cortadas.
―Me encuentro mejor de lo que probablemente luzco. ―Desde
luego que esa es una mentira, pero nunca me ha gustado quejarme
y por ahora tiene prioridad encontrar a Klaus; además de saber más
sobre estas personas y, en especial, sobre quienes me dieron la
vida. Creo que debí decirle que esperara antes de socializar o lo que
sea que esté haciendo en este momento. Aunque no esperaba que
fuera tan confiado.
Me esfuerzo en no demostrar mi preocupación, no es que crea
que miente, probablemente Yohan sería en quien más confiaría si
tuviera que hacerlo. Aunque ninguna de las otras personas parecía
demasiado peligrosa, no a simple vista. El recuerdo de su
deteriorado aspecto y la esperanza que sus miradas reflejaban me
provocan una mueca. Definitivamente, alguien que está tan
desesperado como para poner su vida en riesgo por un poco de
alimento, no podría ser tan desalmado, ¿o sí?
―Tranquila, Lena ―susurra adentrándose más en el pequeño
espacio que por el momento funge como nuestra habitación―. No
tienes nada de qué preocuparte, nadie le haría daño a tu amigo ni
tampoco a ti.
Empujo la manta sobre mis piernas disimuladamente, al ser
consciente de mi vestimenta y de cómo se ha elevado al sentarme.
Mi traje de combate ha sido sustituido por un vestido hecho de
pieles, las cuales no quiero analizar demasiado. Se sobrevive con lo
que se tiene al alcance. Eso siempre solía decir la tía Elina cuando
me contaba sobre su anterior vida como humana.
―Lo sé, es solo que...
―No pasa nada, es normal que te sientas desconfiada, pero
créeme, no somos peligrosos. ―Asiento sin saber qué contestar―.
¿Puedo? ―pregunta elevando un pequeño recipiente―. Es un poco
de ungüento para tus heridas, también traje algunas vendas limpias
―explica mostrándolas.
―Estoy bien ―aseguro rápidamente, sacudiendo la mano―.
Klaus me ayudó con eso anoche.
―Lo sé, pero es necesario cambiarlos y esto te ayudará a sanar
más rápido ―afirma acomodándose a mi lado―. Somos más
resistentes, pero no invencibles.
Hay una nota de tristeza y dolor en su voz que me toma por
sorpresa, ¿a cuántas personas han perdido?
Me encojo un poco cuando sus dedos acarician suavemente mi
mejilla, esa es una de las partes que más daño recibió durante
nuestra desesperada llegada o escape. Mi cara y mi brazo izquierdo
son los más resentidos, el resto de mi cuerpo está solo magullado,
debo suponer que es debido a la falta de práctica en combate o
actividad física.
―Puedo hacerlo sola ―balbuceo, mirando discretamente su
rostro. Está un poco pálido, círculos negros debajo de sus ojos, sin
duda resultado de los días que no hemos podido descansar
debidamente. Ahora que veo las condiciones en que viven, puedo
entender que se debe no solo a la falta de sol bajo la que se
encuentran, sino también a la escasez de alimento.
Lo que me hace pensar de nuevo en los impuros. No imaginé que
fueran tan peligrosos o insistentes. Pero ¿qué puedo saber yo?
―Es mejor cuando alguien te ayuda ―dice en voz baja,
colocando otro poco de sustancia en mi herida―. Además, un rostro
como el tuyo no debería tener cicatrices.
Ni siquiera había pensado en eso, aunque después de lo vivido,
no es algo por lo que me preocupe demasiado.
Sin protestar más, permito que atienda mi cara, ignorando la
ligera brisa que sus labios entreabiertos arrojan sobre mi piel. Raro,
nunca antes había sido consciente de lo atractivo que puede resultar
alguien como él, supongo que eso en parte tiene que ver con cierta
fijación por un vampiro en particular.
―¿Alguna otra herida? ―inquiere inspeccionando con la mirada
mi cuello, cosa que me hace sentir nerviosa―. Vi tu brazo, y tenía
mal aspecto. ―Me alejo un poco, negando nuevamente.
―Estoy bien, en serio ―repito dándole una sonrisa tensa, no
dispuesta a que se salga con la suya, ni tampoco a mostrarme
demasiado grosera.
―Te estoy incomodando, ¿cierto? ―Se incorpora con rapidez,
apoyándose en la pared del fondo, como si quisiera demostrar que
está dispuesto a darme espacio―. Lo siento, no era mi intención,
solo quiero asegurarme de que estás bien.
―No, no, está bien, es que... tendría que quitarme la ropa y
pues... ―balbuceo torpemente, sintiendo mi rostro cambiar de
color―. Gracias, pero creo que Klaus puede ayudarme cuando
vuelva... No es nada personal, es solo un poco raro.
Suspira, pareciendo resignado.
―No me conoces, lo sé. Aunque, tal como dijo Randi, de alguna
manera siento que lo hago, que eres uno de nosotros.
Me deja sin palabras. No esperaba tanta familiaridad, mucho
menos lágrimas, como las que derramó la mujer de la noche
pasada.
―Yo...
―Lena, tienes que ver... ―Klaus se detiene en la entrada, sus
ojos pasan de mí a Yohan, mirándonos con sospecha, al darse
cuenta de que estamos solos.
―¿Terminó el recorrido por el lugar? ―Yohan no parece
sorprendido con su llegada, ni tampoco molesto. Él es demasiado
natural y amigable, lo ha sido desde que lo encontramos y creo que
es justo por eso que Klaus no se siente incómodo.
―Sí, quería ver si Lena había despertado y preguntado dónde
estaba.
―Justo ha hecho eso. ―Se aparta de la roca, sacudiendo sus
manos―. Casi es hora de comer, así que no tarden. Deben estar
hambrientos.
―Y que lo digas. ―Klaus se aparta, dejándole salir, espera un
momento antes de dar un vistazo fuera y cierra la puerta―. ¿Y
Abiel? ―Lo miro confundida. ¿A qué viene esa pregunta? ¿Y por
qué detecto cierta molestia en su tono?
―No sé ―siento al instante una punzada recorrer mi brazo, pero
la ignoro―. ¿Por qué me preguntas?
―Ese chico está interesado en ti.
―¿Qué? ―Finjo ignorancia al tiempo que me pongo de pie,
aunque no soy tan despistada como para no darme cuenta de la
forma en que me mira y su claro interés.
Klaus suspira, mirando el techo.
―No tengo nada en contra de ese chico, es más, me agrada,
pero seamos sinceros, no has superado a Abiel.
Abro la boca mirándolo, incrédula.
―Todo el mundo sabe que estás enamorada de él.
¡Wow! Parece que es el día de los contundentes, aunque
sinceramente no me siento con ánimos para ir por ese camino. No
quiero pensar en Abiel, no por el momento.
―No entiendo a qué viene esta extraña conversación. No estaba
haciendo nada.
―Pero podrías querer hacerlo.
―¡Oye! ―Golpeo su brazo, mirándole indignada, a lo que
simplemente sonríe.
―Estoy intentando cuidarte.
―Eso puedo entenderlo, pero de verdad que no hace falta. Él
solo... vino para saber cómo estaba y preguntar por mis heridas.
―Oh...
Hago una mueca. No es como si pudiera mandar en mis
sentimientos y ordenarles que dejen de existir, de modo que pueda
ser indiferente a la mención de Abiel. No puedo.
―¿Necesitas ayuda? ―pregunta mirando el frasco que ha dejado
Yohan a un lado de mi cama, sobre una piedra con forma de
rectángulo.
―No. ―Muevo mis hombros, aliviada de no sentir demasiado
dolor―. Mejor hay que ir.
Sus hombros caen ligeramente, su expresión preocupada.
―Ellos no están bien, Lena.
―¿Qué quieres decir? ―cuestiono, a pesar de hacerme una
idea.
―No tienen mucho que comer y... Parecen enfermos. Una de las
niñas más pequeñas, y el bebé, tiene un color un tanto extraño.
Desde luego que él también se ha percatado.
Busco mis zapatos, confirmando que aún siguen empapados. Los
observo debatiéndome entre usarlos o arriesgarme a ir descalza.
―Aquí. ―Klaus me ofrece unas improvisadas sandalias,
similares a las que usa―. Ivy me trajo un par.
Lo observo ceñudamente.
―No deberías haber ido sin mí.
―¡Vamos, Lena! Si realmente pensaras que son peligrosos, no
habrías venido aquí.
―Lo sé, de todos modos...
―El único en quien no confío es ese llamado Randi, Xean
disfruta de burlarse de mí, pero no es mal tipo. Ivy y Cesia
concuerdan con mi impresión.
―No deberías ir por ahí preguntado ese tipo de cosas.
―No lo hice, fui discreto. Solo quería saber qué tan mala era la
situación.
―¿Y a qué conclusión llegaste?
―Que necesitan ayuda. Urgentemente. Si no los matan esas
cosas, morirán de hambre o por alguna enfermedad.
Doy una mirada alrededor. Estar bajo la tierra debe tener algo que
ver, la falta de viento y sol, por desgracia no sé demasiado al
respecto. Necesito saber si hay alguna forma de ayudarlos.
―Bien, vamos.
―Espera. No menciones lo que he dicho, es decir...
―Entiendo lo que quieres decir. Desde luego que no pensaba ir y
preguntar. Hay que ser moderados. ―Le dirijo una mirada
significativa.
―De acuerdo.
Randi (3)

―¿Y ahora qué sigue? ―Eneth se inclina un poco al frente,


mirándome con una expresión ceñuda―. No la has traído por simple
casualidad, ¿o sí?
Bufo, esta vieja me conoce mejor que nadie.
―Puede ser de ayuda. ―Da una sacudida de cabeza, nada
conforme con mis pobres palabras; sin embargo, nunca he tenido
que darle explicaciones a nadie, mucho menos a ella―. Alejarla es
suficiente castigo. Les hará sentir un poco de todo lo que nos
hicieron.
Sus ojos me taladran.
―¿Se trata de eso? ¿Simple venganza?
―¿Simple venganza? ―espeto enojado ante su manera de
expresarse―. Esto es nada comparado con lo que nos hicieron.
―La venganza no mejorará las cosas.
―¿Qué?
―Nos estamos muriendo, ¿no lo ves? ―Contraigo los dedos,
formando solidos puños, odiando su declaración y la frustración que
me provoca. Desde luego conozco nuestra situación―. Podrías...
No. Niego evitando que termine la frase. Eso no pasará.
―Abandonamos ese lugar hace mucho tiempo, no puedes estar
sugiriendo que volvamos con la cola entre las patas.
―El orgullo no nos alimenta ni tampoco nos fortalece. Ha pasado
demasiado tiempo como para seguir con eso, deberías dejarlo.
¿Dejarlo? ¿Después de luchar todos estos años para
mantenernos en pie? ¡Imposible!
―¡¿Y qué puedes saber tú?! ―cuestiono furioso. ¿De verdad
está admitiendo que prefiere servirles a esos malditos que nos
quitaron todo? ¿Acaso también desea entregarles nuestra libertad?
―No fuiste el único que estuvo ahí ―contesta con una
exasperante calma.
―No, no fui el único, pero sí fui quien vio morir decapitados y
mutilados a muchos de los nuestros. ―Las imágenes se repiten
cada día, permitiéndome no olvidar por qué debía traer a esa chica.
Sé perfectamente que nos encontramos en una enorme desventaja,
que no podríamos hacer gran cosa si quisiéramos ir directamente en
su contra, por mucho que me gustaría hacerles pagar, no podemos
y es justamente por eso que quitándoles algo que ellos quieren les
haré pagar. Será peor que si me presentara derrumbando esos
enormes muros que los protegen de un peligro que lentamente nos
consume a nosotros―. Si volvemos, estaríamos peor que antes.
―Dudoso. Especialmente si puedes tener a esa niña de tu parte.
Ella podría interceder por nosotros, no somos un peligro...
Emito una carcajada irónica, moviéndome de un lado a otro,
antes de mirarla de nuevo.
―Los años te han hecho demasiado blanda.
―Estás en lo cierto, soy débil, como todos lo estamos más cada
día que pasa y es por eso que deberías plantearte esta pregunta:
¿vale la pena seguir aquí?
Le doy la espalda, abandonando la pequeña caverna y
dirigiéndome a la sala principal. No necesito sus sermones. Vi de
primera mano lo que esos malditos son capaces de hacer, pueden
intentar derrumbar la montaña como lo hacen los impuros. Mientras
ella esté aquí, no hay nada que puedan hacer. Usaré eso en mi
favor, torturándolos con lo que más quieren.

A pesar de conseguir evitarla durante gran parte del día,


asegurándome de que todas las posibles entradas estaban
cubiertas y administrando las reservas, sabía que en algún
momento tendría que cumplir mi promesa y hablar con ella. Las
palabras de Eneth han continuado dando vueltas en mi cabeza,
molestándome.
―¿Qué opinas? ―susurro mirando cómo todos se ubican
alrededor de una improvisada fogata, los más pequeños disfrutando
de las viejas anécdotas que suelen contar los mayores.
Reprimo un suspiro, al pensar en cuántos éramos cuando
llegamos a este lugar, cuántos ya no están y peor aún, pensar en lo
que pasará con esos niños si las cosas continúan como hasta
ahora.
¿Rendirme?
―El lugar es impresionante y por lo visto resistente.
La miro de reojo, notando que hay demasiado que no expresa.
―Sígueme.
La llevo a una zona apartada, donde corre un río subterráneo que
nos abastece y sirve de baño, aunque últimamente con menor
intensidad. Espero que el temporal que en este momento aún
golpea afuera ayude con eso. Podemos esperar un poco por
comida, pero el agua es indispensable.
―Es impresionante ―murmura mirando alrededor de la pequeña
gruta.
―Probablemente no creerás todo lo que diré ―anticipo tras un
corto silencio. Debo reconocer que es paciente, tanto así que no ha
presionado por las respuestas que tanto ha buscado.
Esta chica era solo un medio para buscar un poco de venganza,
pero gratamente ha demostrado ser hábil y útil. Tres de los hombres
no están en su mejor estado, a pesar de que se esforzaron y
salieron solos, pero con ella podemos tener más oportunidades para
conseguir algunas presas sin ser blanco fácil de esos miserables
impuros.
Ella se encoge de hombros, aunque muestra inquietud.
―He venido buscando respuestas, debo escucharlas antes de
juzgarlas.
―Supongo. ―Hago una pausa, apoyándome en el muro, con la
vista perdida en la superficie del agua―. Tu madre te llamaba Julie.
Era híbrida. Su padre fue Alón. ―Noto un ligero estremecimiento,
aunque su expresión permanece imperturbable, no así su mirada.
―Da un largo suspiro, asintiendo para que continúe―. Ella
protegiéndote, tratando de escapar de...
―Tengo entendido que fue ese fundador quien atacó las
ciudades.
―Tu abuelo ―aclaro ignorando el disgusto que no puedo
ocultar―. Él buscaba recuperar lo que era suyo. Fue uno de los que
construyeron Cádiz.
Oculto una sonrisa, al comprobar que es tan poco lo que ella
conoce al respecto. Qué ingenuos. Han querido borrar el pasado,
dejándome el camino libre para afirmar lo que desee.
―Aseguraste que ellos me robaron y que asesinaron a mis
padres. ¿Cómo puedes estar tan seguro?
Ladeo el rostro, reflexionando sobre qué sería lo mejor para decir.
Alón siempre fue especialista en eso, sabía qué decir y hacer para
usar a las personas. ¿Vale la pena seguir aquí?
¡Maldición! Sigue molestándome esa estúpida conversación.
―Te cuento hechos, yo estuve ahí. Los superábamos en
números, pero eran rápidos, más experimentados y debes conocer
sus habilidades especiales. No fuimos rivales, en poco tiempo
sucumbimos. Sabíamos lo que pasaría cuando llegaran a nuestro
refugio, por eso muchos no esperaron y huyeron, sin conseguirlo. Tu
madre fue una de ellas, murió protegiéndote y a pesar de eso, te
tomaron de sus brazos, dejándola abandonada.
Ella toma aliento, pareciendo afectada, pero desviando el rostro,
negándose a mostrar sus lágrimas. Lo dicho, es demasiado
vulnerable.
―Salvaron mi vida.
―Tomando la de muchos otros. ―Definitivamente ella ignora
cómo fue que murieron los niños y las mujeres.
―Solamente has hablado de ella, ¿Qué hay de mi padre?
Espero hasta que me mira.
―Él murió antes del enfrentamiento, su nombre era Keith y, como
dije, no era del todo ordinario.
Frunce la frente, mostrándose confundida, es justo lo que
esperaba.
―Dijiste que...
―Esa mujer que se hace llamar tu madre, fue quien le quitó la
vida. ―Su rostro palidece, sus ojos se cristalizan―. Si él hubiera
estado con vida, probablemente hubiera salvado a tu madre.
―No... ―gime llevándose la mano a la boca.
―No te miento, si no fuera por ellos, tú habrías estado con
nosotros, con tus verdaderos padres.
Los pasos apresurados rompen el silencio. Me doy vuelta, para
ver a Cesia acercándose a toda prisa.
―¿Qué pasa?
Jadea deteniéndose, mirando a la chica que continúa inmóvil,
antes de mirarme.
―Alguien viene.
―¿Esos malditos impuros? ―Sacude la cabeza.
―Fundadores.
―¡¿Qué?! ―Su afirmación parece hacer reaccionar a esa chica.
Esos malditos han venido, han tardado menos de lo que esperaba.
―Se acercan a toda prisa. Los impuros también los han visto y se
preparan para rodearlos.
―Llévame ―pide tirando de Cesia, ella mira antes de acceder.
No tiene caso negarme, no es tonta para no entender que se trata
de sus amigos. Las sigo sin esperar, una pequeña sonrisa en mi
cara. Han llegado demasiado tarde, ahora ella conoce la verdad y lo
que es mejor, puede que esos malditos impuros me ayuden a
librarme de algunos de ellos.
Yohan me alcanza, mirándome interrogante. Sacudo la cabeza
ante la pregunta que su expresión refleja. No, no vamos a
ayudarlos, solo observamos. Veamos si son tan buenos como
presumen.
Abiel (10)

―¿Saben? No sé si debería sentirme halagado o sentirme mal.


No estoy seguro de si se preocupan por mí o es porque ustedes
creen que soy el más débil del grupo ―murmura Knut, asegurando
una vez más las mochilas a su espalda, sin dejar de avanzar detrás
de nosotros.
―Toma la que más te guste ―Uriel lo mira de reojo, disfrutando
su molestia―. Tú no estabas asignado para venir con nosotros, así
que no tienes opciones.
Tras discutirlo, estuvimos de acuerdo en que alguien debía cuidar
de las provisiones con las que hemos viajado, de manera que los
demás podamos hacer frente a lo que posiblemente nos espera.
Aunque la lluvia ha diluido en su mayoría los rastros de sangre y
lucha, es fácil reconocer el olor de impuros y muerte. No hay
cuerpos a la vista, es poco común, pero no hay duda de que han ido
detrás de ellos.
―Di lo que quieras, pero sin mí hubieran tardado más en llegar.
Soy un excelente guía, deberías darme las gracias.
No hemos tenido contratiempos, aunque lo inquietante es la
panorámica, lo desierto que lucen los alrededores, algo que
aumenta mientras nos acercamos a Erbil o lo que queda de ella.
Erbil fue la segunda ciudad fundada tras la última guerra;
abandonada cuando la gente de Abdón se volvió en contra de
Armen y se alió con Darius. En ese momento y para evitar otros
posibles ataques, se optó por trasladar a Cádiz los pocos humanos
y vampiros que quedaban, ya que se contemplaba la construcción
de Jaim, donde se instalaría también a las personas de Jericó.
―¿Estás seguro de que este es el camino? ―pregunto tomando
la delantera, estudiando con detenimiento la pendiente que nos
separa del valle donde se supone debería encontrarse la ciudad.
No tener una idea concreta de la situación, no es algo que me
agrade, especialmente cuando se trata de ella. Nuestra última
conversación sigue molestándome, debí darme cuenta que no
estaba bien, pero estúpidamente creí que era lo mejor. Eso era lo
que más quería, pero ya no lo hago. Sea como sea, nada me
detendrá hasta que pueda llevarla de regreso, con sus padres, en la
seguridad de los muros de Cádiz. No importa si ha decidido alejarse
de mí, su imprudencia ha cambiado todo, haré lo que sea para
convencerla.
―Sí, y aunque hace bastantes años de eso, tengo muy buena
memoria ―se rasca la cabeza de modo exagerado―, no entiendo
qué ha pasado. Este lugar era bastante seco antes, pero no a este
punto. De eso no pueden culparme.
Desde luego que no a este grado. Las ubicaciones para las
ciudades fueron establecidas, no solo por la distancia de las zonas
donde se detonaron explosivos más peligrosos y nocivos, sino
también porque contaban con lo necesario para que se pudiera
desarrollar la vida humana sin problemas. Este sitio solía ser rico en
animales de caza y hortalizas, además de contar con suministros
subterráneos de agua.
―El tiempo y los impuros ―opina Irina dando un vistazo
alrededor―. Sin nadie que lo habitara, todo comenzó a morir.
Aunque con temporales como este ―dice mirando al cielo, que aún
luce algunas nubes negras―, debería estar rebosante.
―Sin plantas no hay animales ―concuerda Knut.
―Si es que los había. ―Uriel sacude la cabeza―. Si esas cosas
no tienen alimento suficiente, tomarán lo que haya a la mano. Lo
cual podría explicar por qué no hemos visto a una sola criatura en
prácticamente todo el trayecto.
Cierto. Todos pensamos lo mismo, deben de ser un número
considerable para presionar de ese modo al grupo de híbridos al
que acompaña Lena. No era tanta su urgencia por llegar, como se
creyó en un inicio, sino escapar de lo que podría interceptarlos. Las
huellas de cascos de caballos eran tan distinguibles gracias a la
humedad del suelo, que pudimos saber que llevaban demasiada
prisa.
―No hay que confiarnos, ellos podían estar esperándonos.
―Josiah se muestra cauteloso, pero más que listo para cualquier
cosa que pueda ocurrir. Es un alivio saber que no debemos cuidarlo,
es bastante capaz y él mismo lo ha dicho, debo poner todo mi
empeño en Lena.
―Eso ni dudarlo, podría ser justo lo que esperan de nosotros.
―Recuerden, la prioridad es tomar a ambos y salir de ahí lo más
rápido que podamos. Debemos volver antes de que las condiciones
empeoren.
―¿Creen que sean muchos? ―Knut se frota la barbilla
pensativamente―. Nunca se pudo saber con exactitud el número de
los que escaparon tras la explosión.
―¿Temes a los híbridos?
―No, me da más miedo Anisa, pero no se lo digas… No lo harás,
¿verdad?
―Yo me preocuparía más por esas cosas que por ellos ―declaro
aspirando de nuevo, cortando de manera sutil su charla.
―Esas cosas no tienen a Lena y a Klaus, no son nuestro
objetivo. ―Uriel desde luego que prefiere no tener complicaciones,
le preocupa demasiado la seguridad de Irina. A pesar de saber que
ella es de las mejores y que no tendría problemas para hacerles
frente. Ha estado en demasiadas batallas, incluso con fundadores
de clase baja, que la superaban.
Ella me mira, como adivinando mis pensamientos, pero no
discute el punto de su pareja.
―Cierto. ¿Qué me dices, Neriah? ―Knut golpea el hombro de
él―. ¿No prefieres cargar unas pocas cosas y dejarme la acción?
Te conviene.
―No ―responde tranquilamente.
―¡Oye! Podrías aprovechar para encontrar a Klaus y tirarle de la
oreja por portarse mal…
―No.
―Rayos, no eres fácil de convencer. Ni modo, lo intenté. Así que
gracias a todos por cuidar de mí, yo también los quiero. ―Lo
miramos extrañados, pero él sonríe―. Ustedes pueden.
―Prepárense ―murmura Josiah, cuando estamos a unos pasos
de alcanzar la cima.
La lluvia ha menguado un poco en las últimas horas, ahora todo
es humedad, lo que dificulta el avance. Especialmente al tratar de
no llamar la atención.
Apenas hemos recorrido un par de metros cuando los olfateo.
―Impuros ―alerto, al mismo tiempo que Irina asiente.
―Hay que darnos prisa, se están acercando.
―Sí y, ¿adónde se supone que vamos a ir? ¿Ya vieron eso?
―Knut señala hacia el valle, donde no hay más que ruinas―. No
creo que sean tan pequeños como para no verlos o que vivan
debajo de las piedras.
La conmoción me golpea un instante, lo mismo que al resto que
intercambia miradas de confusión, antes de recordar que Erbil era
más que muros y viviendas. Tenía algo más que la distinguía.
―La montaña ―señalo la imponente extensión frente a
nosotros―. Abdón mandó construir una especie de caverna para
protegerse de ataques. Deben de estar allí.
―¿No tenían muros? ―pregunta sorprendido Josiah.
Sacudo la cabeza.
―Sus únicas barreras eran bloques de piedras desde donde los
avistaban.
―Disfrutaban la caza ―comenta Uriel con cierto disgusto.
―Y otros que parecen disfrutarlo también son los impuros que
nos están rodeando ―murmura Knut dando un paso al frente―.
Muy hermosas sus anécdotas, pero si no nos movemos, seremos su
alimento.
―¿Y ahora quién les tiene miedo? ―se mofa Uriel.
―Mejor aquí corrió que aquí quedó, ¿no? ―tras decirlo corre en
dirección de las ruinas. No necesitamos decirlo, todos comenzamos
a movernos.
Tal como ha señalado Knut, los impuros se acercan desde
distintas direcciones, algunos han venido desde lo alto, como si
pretendieran evitar que diéramos marcha atrás. Algo que es
imposible, no sin Lena.
Resulta desconcertante verlos tan organizados y no simplemente
desesperados por conseguir alimento como de costumbre. Para el
momento en que alcanzamos las primeras zonas de escombros, nos
han caído encima.
―¿Decías algo? ―pregunta Knut mirando a Uriel. Desde luego
que él deseaba evitar un enfrentamiento, pero si queremos llegar a
la entrada, debemos hacerles frente. Inteligentemente han
bloqueado con un mayor número de ellos el camino que lleva a las
faldas de la montaña.
―Sí, que podemos ofrecerte como bocadillo, mientras
escapamos y nos hacemos un favor a nosotros mismos.
―¡¿Qué?! ¿Y quién se supone que cuidará de mi esposita…?
―Suficiente ―interviene Irina, retrocediendo un par de pasos.
Siguen sus movimientos pero no avanzan.
Desenvaino la espada, lo que les pone alerta. Hay demasiado
entendimiento en sus ojos, algo que prácticamente había olvidado
desde la última vez que vi a uno. A diferencia de nosotros, un
impuro con el paso del tiempo pierde la capacidad de razonar y se
vuelve puro instinto. Especialmente sin alimentarse bien, cosa que
no parece ser el caso.
Mi maniobra los hace desistir de mantenerse solamente
observándonos, son una enorme masa de gruñidos y garras,
superándonos por mucho. Nos replegamos, colocándonos de
espaldas, incluso Knut ha tomado su arma, consciente de que no
podrá limitarse a esperar. Sin embargo, de nuevo actúan de modo
inesperado, sus ataques son alternados, al frente y retrocediendo
antes de que podamos responder, están buscando romper el grupo
o astutamente buscando desesperarnos. Ninguno cae y nos
mantenemos juntos.
―¿Por qué no atacan de verdad? ―susurra Knut―. ¿Qué se
supone que esperan?
¡Mierda!
―No es qué, es a quién. ―«Somos una distracción para hacerlos
salir, los quieren a ellos», les hago saber antes de arrojarme de
nuevo sobre los impuros.
Todos mis sentidos se ponen en alerta al pensar que Lena podría
aparecer en cualquier momento. Desde luego que se percatarán de
su ataque.
No lo pienso demasiado, voy en busca de ellos, sin importarme el
riesgo. Irina y Neriah me siguen, más que acostumbrados a formar
equipo conmigo y seguir mi ritmo.
«Tenemos que llegar a la entrada».
«Podemos distraerlos», sugiere Irina dándome una ligera
inclinación antes de pasar por mi costado y tomarla contra un par de
ellos. Logra cercenar al primero de ellos, pero el segundo retrocede
escapando del filo de su espada.
Un par de bloques de piedra impacta contra ellos, dejándome el
camino libre. Le dirijo una rápida inclinación a Josiah, quien asiente.
«Recuerda no usar demasiado tu poder», digo antes de continuar.
Avanzo un par de metros, antes de que cinco más me cierren el
paso. ¿De dónde salen tantos? Tres atacan al mismo tiempo, en
tanto que el resto parece estudiar mis movimientos. Golpeo con
fuerza, superando su velocidad, a pesar de la desventaja numérica.
Pero son demasiado insistentes para dejarse alcanzar… Un
momento. Eso es justo lo que hacen, por eso atacan en grupo,
están intentando predecir lo que haremos y al mismo tiempo
retrasarnos. Elimino al primero de ellos, pero eso solo sirve para que
otro alcance a rozar mi espalda.
¡Miserables! No les importa perder a algunos, siempre y cuando
puedan hacerme daño. Increíble.
Me agacho, esquivando sus garras, golpeándolo con la
empuñadura e intentando al mismo tiempo alcanzar en el pecho a
otro. Lo consigo, así como también logran darme un golpe en el
brazo.
―¡Hay que hacer algo! ―grita Knut, por encima de los sonidos
de lucha.
―En eso estoy de acuerdo contigo ―la voz de Uriel se escucha
antes de que las llamas se dispersen sobre ellos.
Gritos horribles salen de sus bocas cuando el fuego los alcanza,
antes de convertirse en cenizas. Eso los hace retroceder. Josiah
aprovecha para intentar aprisionarlos entre las rocas.
―¡Suficiente! ―Miro hacia Irina, quien sostiene a Uriel. Ha
perdido el color del rostro y respira con dificultad.
―Estoy bien ―asegura él, intentando mantenerse.
Doy una mirada a Josiah, quien tiene mejor semblante. Sus
habilidades son inigualables, pero lo desgastan con demasiada
facilidad, sin embargo, ha servido para ahuyentarlos. Al menos por
el momento.
―Se han ido ―anuncia Knut―. Eso estuvo cerca.
―Hay que movernos…
―¡Abiel!
Me doy la vuelta al escucharla. Lena corre entre los escombros,
seguida por Klaus. El alivio que se extiende por mi pecho al verla es
infinito.
Recorro la distancia y la estrecho con fuerza entre mis brazos.
Puedo sentir la tensión de su cuerpo y su desconcierto, pero eso no
me frena. Apartándome ligeramente, tomo su rostro entre mis
manos y la beso. Poniendo en ese toque todos y cada uno de los
sentimientos que, sin proponerlo, ni desearlo, ha despertado. La
amo. Lena es la mujer que amo, mi verdadero amor y eso es justo lo
que pienso demostrarle.
Lena (34)

¡Han venido! Mi corazón se acelera. Están aquí y esas cosas


también. Mi estómago se revuelve con inquietud, al pensar a lo que
están a punto de enfrentarse. Impuros.
Contrariamente a lo que espero ver, tras correr hasta la entrada,
las puertas siguen selladas, los mismos niños que nos recibieron
están presentes, mirando alternadamente entre Randi y yo.
―¿Qué esperan? ―mi voz trasmite mi ansiedad―. Tenemos…
―No. Nadie saldrá.
Dirijo toda mi atención hacia él.
―¿Qué quieres decir? ―cuestiono inútilmente, a pesar de haber
entendido muy bien lo que ha dicho, pero no creyéndolo. No puede
hablar en serio.
Recordar por lo que hemos pasado hace que se me erice la piel,
no quiero ni imaginar lo que ocurrirá si no los ayudamos.
―Lo siento, pero no podemos arriesgarnos.
―Lo entiendo, pero… ―Sacude la cabeza, interrumpiendo mis
palabras.
―Esa puerta no se abrirá. ―La tranquilidad con que lo expresa
me pone alerta. Entiendo sus reservas, pero no estoy de acuerdo.
―Están rodeados ―murmura una de las niñas mirándome
angustiada―. Son demasiados…
―Cesia, guarda silencio. ―Ella se estremece bajando el rostro.
―Lo escuchaste, necesitan ayuda. ―Klaus se muestra tan
preocupado como lo estoy yo.
―Lo dudo, sé perfectamente de lo que ellos son capaces. ¿Qué
tanta dificultad puede implicar algunos impuros? ―niega―. No,
definitivamente no necesitan nuestra ayuda.
―Pero…
―La seguridad de ellos es mi prioridad ―señala alrededor― y
debes tener en mente que no estamos en buenos términos. ¿Quién
asegura que no se volverán en nuestra contra una vez que crucen
esas puertas? ―sus argumentos parecen hacer mermar las réplicas
de quienes hasta hace unos segundos estaban más que dispuestos
a ayudarlos.
Miro a Klaus, quien sacude ligeramente la cabeza. Desde luego
que no le gusta nada lo que pasa y que al igual que yo, quiere hacer
más que mirar la entrada.
―Te doy mi palabra ―declaro llevándome la mano al pecho―.
Ellos no harán nada que deba preocuparte, no lastimarán a nadie.
Su rostro se contrae, no le gusta mi insistencia, pero antes de que
pueda replicar, Yohan da un paso al frente.
―Ni siquiera cincuenta de nosotros en nuestro mejor momento
podríamos hacerles frente, Randi. Son demasiados y están muy
bien organizados.
―¿Estás cuestionando mi autoridad? ―inquiere mirándole
molesto.
―Nadie lo hace ―me sorprende ver intervenir a Xean―. Pero
ellos tienen razón, no saldrán con vida si han venido todas esas
cosas.
―Tú menos que nadie debería querer ayudarlos, ¿sabes lo que
pasará si ha venido?
No entiendo a qué se refiere, pero Xean simplemente se encoge
de hombros.
―Supongo que tiene derecho a patearme el trasero si lo desea.
―Tenemos que hacer algo, están rodeados. He dejado de verlos.
No podrán…
―Ivy tiene razón ―Yohan me mira y luego a Randi―, si no
quieres hacerlo tú, lo haremos nosotros. ―Me entrega una cuchilla
antes de mirar al chico más cercano a la puerta―. ¡Abran!
―Yohan…
Con un sonido metálico la luz penetra dentro del reducido
espacio, no pierdo tiempo, corro seguida por Klaus y Yohan, así
como por un par de híbridos, Xean entre ellos. No me molesto en
ver si Randi finalmente ha cedido y viene. Lo único que puedo
pensar es en ayudarlos.
―¡Cuidado! ―Yohan golpea un impuro que aparentemente
estaba esperando por nosotros. Su visión es perturbadora, pero me
recupero con rapidez, siguiendo adelante, para ver a más impuros
acercándose.
Desde luego que vendrían.
Golpeo al primero en el brazo. Ha esquivado la cuchilla que
pretendía hundir en su pecho, pero no me doy por vencida. Los
sonidos de la batalla llegan de todas direcciones, pero sobre todo
desde las ruinas de la ciudad.
Tengo problemas para acabar con mi oponente, especialmente
cuando golpea mi brazo herido, que me recuerda que debo tener
cuidado. La cuchilla corta su garganta, pero eso no lo detiene.
Tomando impulso, impacto sobre su pecho y con un grito
escalofriante se derrumba.
Nunca podría acostumbrarme a esto, pienso sacudiendo la
sangre que salpica parte de mi brazo.
―¡Cúbranlos! ―grita Yohan refiriéndose a Klaus y a mí, al ver
que avanzamos, pero no hay necesidad, los pocos impuros que
pretendían atacarnos sorpresivamente, dan media vuelta y se
marchan tan rápido como han aparecido.
―¡Los ha quemado! ―Ivy balbucea, atónita, señalando al señor
Haros, que se apoya en Irina. Me sorprende un poco ver que Josiah
y también el señor Knut han venido.
Para mi alivio, todos los impuros han dado marcha atrás y los seis
se mantienen en pie.
Mis pies comienzan a moverse antes de darme cuenta, ignorando
los comentarios de Xean y Yohan sobre tener cuidado. Quiero
comprobar que están bien. Cuando distingo su espalda, mi corazón
se acelera. Instintivamente sabía que él estaba aquí, pero verlo…
―¡Abiel! ―exclamo con una mezcla de emociones, olvidándome
de que he sido yo quien se ha marchado y no él.
Nuestros ojos se encuentran. Se mueve tan rápido que en un
segundo me hallo entre sus brazos. Me toma completamente por
sorpresa su reacción, pero no lo rechazo. No podría hacerlo aunque
quisiera. Es bueno saber que se encuentra bien… Cuando creo que
me liberará y me preparo para retroceder, sus manos cubren mis
mejillas y antes de procesar lo que pasa, su boca se encuentra
sobre la mía. Me olvido de respirar, no es una simple caricia o un
beso rápido y suave. Sus labios no piden permiso ni esperan una
respuesta, tampoco lo hace su lengua que separa mi boca,
sumergiéndose hasta encontrarse con la mía. Gimo audiblemente
cuando el beso se vuelve más intenso. ¿Quién dijo que los vampiros
solo saben morder?
El latido de mi corazón se acelera, mi cuerpo se siente tan débil y
caliente. Me aferro a sus brazos, su mano apretando la parte baja
de mi espalda, pegándome a su cuerpo. ¡Sí! Respondo, imitando
sus movimientos, queriendo prolongarlo...
―¡Oigan! ―escucho carraspear a alguien, pero eso no persuade
a Abiel, que parece estar tan sumergido en el beso, como yo lo
hago―. Hay niños presentes.
―¡No somos niños! ―protesta alguien, que me parece es Vinc,
aunque mi cabeza en este instante es un revoltijo incapaz de pensar
con claridad. Ni siquiera cuando Abiel se detiene a mirarme con
tanta intensidad, como si expresara con la mirada lo que desearía
hacerme...
―No podemos quedarnos afuera, tenemos que entrar ―el
comentario de Xean me hace recordar dónde nos encontramos y lo
que ha ocurrido justo antes de que Yohan ordenara que se abrieran
las puertas.
―Ellos no van a entrar. ―No me sorprende la declaración de
Randi, así que me preparo para debatir, pero Abiel tira de mi cintura,
colocándome detrás de él. Su postura es firme, lo que le hace
parecer más intimidante.
¿Cómo puedo resistirme cuando es tan guapo y actúa de ese
modo?
Klaus, que aún se encuentra junto a Ivy y Cesia, me mira
inquieto, debatiéndose entre caminar hasta nosotros o limitarse a
esperar la resolución.
―Déjate de tonterías, Randi y permíteles entrar. ―Eneth, una de
las mujeres mayores, nos observa desde la entrada―. No tardarán
en volver. Especialmente, ahora que se han dado cuenta de que el
alimento se ha duplicado.
―No…
Eleva una mano, haciéndolo callar.
―Sea lo que sea que se tenga que hablar, se puede hacer
dentro. Si deseas atacarlos, ¿no sería mejor que lo hicieras ahora
que no están tan dañados por los impuros?
―Esa señora me cae bien ―murmura el señor Knut, provocando
que Eneth se ría y lo mire.
―Te podría sorprender lo que esta señora puede hacer,
muchacho. Así que entren de una buena vez. ¡Todos!
Para su sorpresa, Randi la sigue. Miro a Yohan, que tiene una
rara expresión, pero que asiente.
―Pueden entrar, solo recuerden que hay niños y mujeres
inocentes. ―La advertencia es clara, pero tengo la certeza de que
sería lo último que harían. A pesar de que hay muchas cosas que no
entiendo, tengo claro la rivalidad existente.
―No somos asesinos y no hemos venido buscando un
enfrentamiento ―asegura Josiah con una mirada solemne. «Tú y yo
tenemos que conversar», me hace saber mentalmente, no sonando
demasiado feliz. ¡Rayos! Casi me olvidé de las circunstancias,
aunque no puede culparme después de ese beso.
―Entonces, adelante. Ivy, Cesia, asegúrense de cerrar.
―Entendido.
Lentamente, todos ingresan, Xean y Yohan custodiando la
entrada. Abiel me mantiene pegada a él, con su atención en ellos.
Randi y Eneth han desaparecido por el túnel y Vinc nos conduce,
el resto cierra la comitiva. La atmósfera es tensa, pero tengo la
esperanza de que cuando se den cuenta de lo mismo que Klaus y
yo, concuerden conmigo y me ayuden con lo que tengo en mente.
―Es bueno saber que están bien ―susurra Irina, dándome una
mirada curiosa. Le dedico una débil sonrisa, sintiéndome culpable
ante lo que han tenido que pasar por mí.
―Tus padres no están muy felices por tu decisión de convertirte
en una rebelde el día que cumplías la mayoría de edad ―comenta
el señor Knut, negando con la mano―. ¿Qué es eso de escapar con
un grupo de desconocidos? Se habrían escandalizado menos si
hubiera sido con Abiel.
―Olvidé lo molesto que podías ser ―gruñe el señor Haros,
sacudiendo la cabeza―. Debimos dejar que te comieran.
―No le hagas caso ―Irina interviene―, estarán más que felices
de saber que estás bien. Porque volverás, ¿cierto?
La mano de Abiel se tensa alrededor de mi cintura, lo que me
hace levantar el rostro y mirarlo.
―¿No es un poco pronto para hablar de marcharse? ―Xean mira
con una sonrisa coqueta a Irina―. Chicas tan lindas como tú, son
más que bien recibidas…
―Ni siquiera la mires.
Xean retrocede ante la clara amenaza, antes de que Knut le
golpee el hombro y suelte una carcajada.
―Llegas tarde, amigo.
―No he dicho nada. ―Él se adelanta, queriendo escapar de la
mirada del señor Haros que parece dispuesto a golpearlo. Irina le
sonríe, tirando de su brazo y él gruñe de nuevo. Sin duda están
compartiendo algo que nos perdemos el resto.
Tal como con nosotros, todos nos esperan. Las miradas llenas de
curiosidad recorren a los recién llegados. No hay hostilidad ni temor,
una vez más compruebo que estas personas necesitan ayuda. El
llanto del bebé es lo único que rompe el silencio.
―Síganme ―ordena bruscamente Randi, dándose cuenta de que
el lugar no es propio para una conversación tensa, como presiento
que será.
Entramos en una pequeña caverna, evidentemente los niños se
han quedado, únicamente los seis hombres y Eneth se encuentran
presentes.
―Hemos venido por ella ―comienza diciendo Uriel. Randi eleva
una ceja, mirándole burlón.
―Por si aún no se han percatado, no la trajimos en contra de su
voluntad…
―¡Hombres! ―Eneth suspira―. Dejen de querer mostrar su
hombría, que a nadie impresiona. Si solo han venido por la chica, no
veo ningún problema. Pueden marcharse cuando deseen, pero yo
recomendaría que antes se tomen un descanso. Tendrán que
enfrentarse a lo mismo que los ha recibido.
―¡Eneth! ―Ella no se inmuta ante la furia de Randi.
―Ha sido demasiado tiempo, Randi y en este momento hay
asuntos más importantes que atender, como para que discutas por
algo que no fue directamente asunto nuestro.
―Tú no entiendes…
―¡Él que no entiende eres tú! Siren está muriendo, ese bebé no
sobrevivirá sin su madre. Gia y Fairyn están enfermos y Dayna está
próxima a dar a luz. Una mujer en lactancia debe estar bien
alimentada…
―¡Cállate! No es algo que debas estar diciendo en este
momento.
―¿Por qué no? Has sido tú quien organizó todo esto, sin
consultarnos. Ninguno de nosotros quiere comenzar una guerra con
ellos ―dice señalándonos―. Solo queremos vivir tranquilos.
―Eso no…
―¿Alguna vez te has detenido a pensar? ¿Le has preguntado a
alguno de nosotros? No y es justo por eso que Nore y los demás
han muerto. Deja de insistir en una venganza sin sentido y fuera de
tiempo, ¿quieres hacer algo? Ve por nosotros, que estamos
padeciendo lentamente.
―¿Qué ocurre con el bebé? ―pregunta Irina.
Eneth da un suspiro, como si intentara calmar su temperamento.
A pesar de ser una mujer mayor, sigue teniendo una fortaleza
increíble. Me recuerda a la abuela Kassia.
―Su madre murió hace unos días, es demasiado pequeño y no
tenemos mucho que darle de comer. Como verán, hay muy poco
que podamos conseguir por aquí.
―¿Puedo verlo? ―pide esperanzada―. Sé un poco de
padecimientos, quizá pueda ayudar.
―No…
―Sígueme, jovencita. Y tú, Randi, dales un lugar dónde
descansar a estos jóvenes.
Irina y Uriel siguen a Eneth, lo mismo que Nolan, quien es la
pareja de Dayna. Randi sale sin molestarse en mirarnos,
obviamente nada contento con lo que ha ocurrido.
―Yo les daré un lugar para quedarse ―se ofrece Xean―. Tal
como ha dicho la vieja, si quieres volver allá afuera pronto,
necesitan descansar.
―Aquí tengo algunas cosas que pueden servirles ―ofrece el
señor Knut. Xean sonríe.
―¿Tienen por costumbre regalar sus alimentos? ―pregunta
mirando a Klaus que hace una mueca.
―Es lo mínimo que podemos hacer.
―No realmente, necesito a alguien que me ayude con el fuego,
esta lluvia ha hecho el lugar más frío.
―Puedo ayudar ―se ofrece Neriah, hablando por primera vez.
―También alguien que me ayude con un par de presas para la
cena.
―No soy bueno cocinando, pero sí puedo ayudar a cortar un
poco de carne. ―Xean asiente a Knut.
Josiah aprovecha que casi todos se han marchado para
acercarse y darme su intento de mirada reprobatoria. Si no hubiera
crecido con él, probablemente estaría muerta de preocupación. Eso
y que Abiel sigue a mi lado.
―Tenemos una charla pendiente…
―Eso tendrá que esperar ―interrumpe Abiel―. Hay algunas
cosas que debemos decirnos. ¿Tienes una habitación donde
podamos hablar? ―Confirmo con un movimiento de cabeza―.
Vamos.
Abiel en modo demandante no es algo a lo que esté
acostumbrada, pero tampoco protesto.
―Será mejor que no tarden demasiado ―advierte Josiah, cuando
nos alejamos.
―No puedo prometer nada. ―Miro boquiabierta a Abiel,
negándome a pensar algo erróneo―. Guíame.
Camino consciente del peso de su mano en mi cintura y la
tensión en su cuerpo. Bueno, seguro que él no es el único que tiene
algunas cosas que decir. Si cree que después de ese beso lo
seguiré como corderito, puede que no me conozca muy bien.
Irina (2)

«Mantente alerta». Descarto la advertencia de Uriel. Me basta con


ver los rostros de estas personas para darme cuenta de que no son
ninguna amenaza. Hay demasiados niños como para que se
arriesgaran y, sin embargo, lo han hecho dejándonos entrar.
Desesperación, es la única cosa que puede explicarlo.
―Su madre fue incapaz de sobreponerse al parto y murió hace
unos días. Nuestros cuerpos están demasiado débiles y eso ha
provocado muchos embarazos interrumpiros. ―Da un suspiro―. Ya
no es como antes.
Los pequeños dedos del niño se aferran al mío, su llanto es débil
mientras lo alimento con uno de los suplementos traídos para Lena
y Klaus. Este pequeño necesita fórmula, pero esto puede ayudar,
especialmente porque su sabor es un poco dulce y rico en
nutrientes.
Miro a Uriel, quien, apoyado en un muro, finge mantenerse al
margen de la conversación, pero que tal como yo, está tan
horrorizado con la vida que ellos llevan. Si puede llamarse de ese
modo.
―El ambiente no es el mejor para ninguno de ustedes,
especialmente no para niños ―explico sin reproches―. Este lugar
tiene una alta presencia de algunos metales que pueden ser
nocivos, además de la falta de sol y alimento.
―Lo sé. Durante años he tratado he hacerle entender que
necesitábamos buscar una salida. Por desgracia su alma fue
envenenada mucho más que la nuestra y, después de que su mujer
muriera al dar a luz, él perdió el sentido de la razón.
―¿Los ha obligado…?
―No ―me dedica una débil sonrisa al entender mi pregunta―,
las parejas que ves, son por elección propia. Tardamos un poco en
aceptarlo, vivíamos solo para engendrar hijos que nos eran
arrebatados, todas temían pasar por lo mismo, así que se negaban
a seguir el mismo camino. Pero poco a poco nos dimos cuenta de
que era la única forma de mantenernos, dando una nueva
generación. Por desgracia, no mucho tiempo después aparecieron
ellos y se llevaron la vida de muchos de nosotros en los primeros
ataques, no los esperábamos. Varios de los niños que ves no tienen
padres, murieron buscando alimentarlos o a causa de la debilidad.
―Podrían venir con nosotros ―la sugerencia es espontánea.
Espero la reprimenda de Uriel, pero esta no llega. Levanto la vista
para ver su rostro. No hay reproche. Incluso él, que estaba en contra
de ellos, no puede ser indiferente.
―Él…
―Todos ―interrumpe Uriel―. Todos serán aceptados si así lo
desean.
Le dedico una sonrisa.
―No será fácil ―una de las jóvenes nos hace saber, frunciendo
el ceño―. Ellos siempre están ahí ―agita el brazo―, nunca se van.
―En ese caso, tendremos que buscar una distracción y la
manera de llevarlos.
―Hay un caballo. ―Klaus parece emocionado.
―Aunque primero deberíamos preguntarles a todos.
―Lo harán. ―La chica afirma―. Todos queremos ver el sol sin
tener miedo.
―Bien, en ese caso hay que ponernos en marcha. Saldremos
mañana a primera hora, eso evitará que se reorganicen. Debemos
tomar toda la ventaja que podamos.
«Eres un gran hombre, Haros», le hago saber mentalmente, con
una promesa.
―Aunque antes me gustaría intentar algo. ―Se acerca hasta
nosotros, inclinándose sobre el bebé, que lo mira con curiosidad―.
Él está muy débil, el viaje será largo.
Entiendo a lo que se refiere.
―¿Qué sugieres? ―pregunta la mujer, con cierta sospecha en
los ojos.
―Puedo darle mi sangre.
―¡¿Qué?! ―la chica lo mira asustada, negando, pero la mujer
sonríe.
―Esperaba que lo dijeras, eres un fundador, tu sangre puede
darle una oportunidad.
―Yo puedo compartir mi sangre con algunos niños. ―Josiah
sugiere.
―A Randi no le gustará esto ―hace una mueca la chica.
―Él tendrá que callarse y elegir. Hace dieciocho años no tuvimos
alternativa, pero ahora la tenemos.
Asiento a Uriel, quien, pinchando su pulgar, impregna los labios
del pequeño, que hace una mueca, pero que la bebe tras un
instante. Sus pálidas mejillas recuperan el color después de unos
momentos. «Podría ser nuestro», el pensamiento no parece
molestarle, simplemente me mira en silencio, pero sé que ahora es
compartido. «Antes debemos mantenerlos a salvo». «Lo haremos».
Lena (35)

Cruzándome de brazos, lo observo cerrar la puerta antes de girarse


hacia mí. Sus ojos sostienen mi mirada, veo una intensidad y
determinación que no encontraba en ellos antes. Algo ha cambiado.
Eso hace menguar un poco mi valor. Tomo una aspiración antes de
hablar, pero su expresión me roba las palabras.
―Estás herida ―el reproche en su voz es indudable. Se lleva el
pulgar a los labios y antes de darme cuenta lo que pretende, frota un
poco de su sangre en mi mejilla.
―¿Qué…? ―Me deja atónita.
―Eso te ayudará a sanar más rápido. ―Con la mirada recorre la
curva de mi cuello haciéndome sentir expuesta, como si su caricia
fuera algo físico―. ¿Hay otras heridas? ―Su voz ha cambiado, así
como la postura, pareciera estar molesto, muy molesto. Algo que en
Abiel no es común: siempre tiene el control de sus emociones, del
mismo modo que las sonrisas son raras, los gruñidos o gritos no se
hacen presentes por muy mala que sea la situación.
¿Qué le ha pasado? ¿Por qué me parece un poco distinto?
Obviamente sigue tan atractivo como siempre, pero…
―No es nada ―tardo un poco en reaccionar a su pregunta, pero
agito la mano restándole importancia. No le gusta mi respuesta y la
contracción de su frente lo dice. Intento retroceder, pero sujeta mi
brazo. No es brusco, pero sigo un poco afectada por su beso.
De nada ha servido querer convencerse de que podría pasar de
él y fingir que no me importaba.
―Huelo sangre, Lena, no me mientas.
El aire abandona mis pulmones cuando tira del vestido, haciendo
quedar expuesto mi hombro y algo más en el proceso. Boqueo
varias veces. Estoy tan sorprendida, que le dejo tocar mi brazo y
esparcir más de su sangre en la herida. No soy capaz de protestar,
ya que no solo experimento el efecto, veo cómo comienza a
cicatrizar. He escuchado sobre esto y aunque no sano como un
humano normal, no se iguala a un vampiro, sin importar que sea un
subalterno.
―Esto es un poco raro ―balbuceo rompiendo el incómodo
silencio que nos rodea, pero me arrepiento cuando nuestras miradas
se vuelven a encontrar y el deseo que reflejan sus ojos golpea mis
entrañas―. Lo sé, ahora vas a regañarme por venir aquí y no
decirles nada, por ponerme en peligro y todo eso, ¿verdad? ―digo
tratando de fingir no darme cuenta.
―Durante mucho tiempo, creí que ella era la mujer que amaba
―su respuesta me confunde, pero me obligo a no cambiar mi
expresión―. Hice todo lo que pensé que la haría feliz, habría estado
dispuesto a dar mi vida por ella, pero me equivoqué y ahora lo
entiendo.
No me gusta esta parte, donde su ex sale a colación, ni saber lo
importante que fue para él. Pude hacerme una idea cuando lo
escuché llamarla en sueños y cuando mintió para visitar su tumba.
Egoístamente busqué que me quisiera, ignorando sus sentimientos
y eso solo me llevó a darme contra la pared. No lo culpo, por mucho
que me gustaría. Sin embargo, del mismo modo que no mando en
mi corazón, no puedo gobernar sobre el suyo.
―Abiel…
―Escúchame ―interrumpe sacudiendo la cabeza―. Me aferré a
un sentimiento que no era del todo real y lastimé a dos personas
que eran importantes para mí. La última noche que hablamos,
pensé que darte la opción de elegir era lo mejor para ti, así que
simplemente di un paso atrás. A pesar de que en ese momento
sabía que lo que sentía por ti, no era simplemente cariño o
atracción. ―Da un paso al frente, contradiciendo su explicación―.
Ese es otro de mis errores. No puedo dar marcha atrás. Eres mía,
Lena.
―No ―niego apoyando la mano en su pecho, queriendo evitar
que se acerque―. Dijiste que…
―Estaba equivocado, Lena. He estado equivocado todo este
tiempo. Me aferré a la culpabilidad, a mi orgullo. Sabía que ella
amaba a Irvin, pero no estuve dispuesto a perder y por eso los hice
infelices a ambos.
―No puedes culparte. Ella debió ser sincera contigo e Irvin. Si
realmente era tu amigo, también tenía que decirte.
―Nunca lo habría hecho.
―¿Por qué no? Sin importar que fueran amigos, si realmente la
amaba, debió intentar razonar contigo.
―Le salvé la vida. Él juró que algún día me devolvería el favor y
cuando tuvo la oportunidad de tenerla, retrocedió por esa deuda.
―¿Y cómo puedes estar seguro de que soy yo y no ella?
―Por muchas señales, sin embargo, no me importa lo que todo el
mundo diga o crea al respecto ―toma mi mano y, aprovechando
que está sobre su pecho, la mueve hasta donde debería estar su
corazón―. Tengo la certeza y no pienso dejarte ir.
―¿No es un poco tarde? ―pruebo mirándole molesta―. Me has
hecho llorar más de una vez y sentir como una niña malcriada que
solo te quiere como un capricho.
―Me disculpo por ello, no volverá a pasar.
―¡Te dije que te quería, Abiel!
―Y yo te digo que te amo, Lena.
―¿Qué? ―Aparto mi mano de su agarre y retrocedo―. Oye,
estás asustándome.
―No debes hacerlo, lastimarte es lo último que pretendo. Una
vez dijiste que habías hecho tu elección y que nada te haría
cambiar.
―Sí y tú dijiste que no me presionarías y que esperarías por si
cambiaba de parecer.
Sonríe de lado, acelerando mi corazón. ¿Qué le han hecho a mi
vampiro serio y obstinado?
―Ahora soy yo quien ha hecho su elección. Y esa eres tú.
Sus brazos me rodean y su boca toma la mía. Me paralizo, no
segura de cómo reaccionar. Su beso es tan intenso, tan
determinado, que no me da oportunidad de resistirme. Los
pequeños toques de su boca convencen a la mía de darle la
bienvenida y, tras un par de segundos, mi poca resistencia
desaparece. Él se da cuenta en el instante de que me rindo. Con un
pequeño gruñido me empuja contra el muro. Este es el beso que he
deseado tanto, con ese que he soñado y del que he escuchado
hablar, uno que no te da un respiro, uno que no te deja pensar.
Se aparta ligeramente y me mira a los ojos.
―¿Estás segura de esto? ―Mi corazón da otro salto, al entender
el sentido de su pregunta. ¿Será posible?―. Esta es tu última
oportunidad para cambiar de opinión, no habrá vuelta atrás.
―Eso es lo he querido los últimos dos años…
Mis palabras son interrumpidas por sus labios. Se mueve,
llevándome con él, sin dejar de besarme. Mi espalda toca el suelo,
el peso de su cuerpo se ajusta sobre el mío. Siento como si una
corriente recorriera cada parte de mí, hasta concentrarse entre mis
piernas.
El beso ha pasado de intenso a algo urgente. Sus manos tocan el
bajo del vestido y lentamente lo eleva. Gimoteo cuando sus dedos
llegan al mismo lugar que en este instante parece tener vida propia,
que lo necesita.
―Shh ―susurra besando mi cuello, lamiendo, probando mi piel.
Estoy tan perdida en todas las sensaciones que sus manos me
provocan, que casi no me doy cuenta cuando me despoja de la
ropa, dejándome únicamente en mis prendas interiores.
Gruñe dándome una larga mirada, antes de inclinarse sobre mis
pechos. Instintivamente separo las piernas, envolviéndolas en sus
caderas. Empuja al frente, frotándose contra mi sexo. Es una
barrera pequeña la que nos separa, una sensación increíble que me
hace jadear.
―¡Abiel! ―Mis dedos se clavan en su espalda, que aún está
cubierta por el traje.
En medio de mi urgencia, busco el cierre, pero cuando uno de
sus dedos toca mi sensible carne y se sumerge, mi cuerpo
convulsiona, mi cabeza cae hacia atrás y mis pulmones quedan sin
aire.
―No te contengas, amor. ―Besa mi garganta, su dedo continúa
trabajando en mi centro. Mi cabeza da vueltas, mi cuerpo hace su
voluntad.
―Tu… ropa ―jadeo. Una ligera sonrisa tira de las comisuras de
su boca, antes de apartarse y con fluidez despojarse de ella.
Aspiro con fuerza. Su cuerpo no es voluminoso, pero tampoco
carente de músculos, los necesarios para secarme la boca y
hacerme desear arrastrar mi lengua por cada parte.
Da un pequeño golpe en mi rodilla e indicándome que separe mis
piernas, lo hago. Se posiciona entre ellas y, apoyándose en uno de
sus brazos, me observa.
―Me gusta el rubor que cubre tus mejillas ―susurra tranzando
con la punta de sus dedos mi cara―. Eres tan bella, Lena.
Me ruborizo aún más y el impulso de ocultarme salta, pero
descansa otro poco de su peso, impidiéndome escapar de sus ojos.
―Iré despacio, hasta que te acostumbres a mí. ―Asiento
pasando saliva, dándole una rápida mirada a su parte masculina.
Como si adivinara mis pensamientos, me toca de nuevo,
estimulándome. Su boca saquea la mía, creando una perfecta
distracción. Lo siento frotarse contra mi entrada y empujar un poco,
pero retrocediendo. El deseo crece rápidamente en mí, empujo las
caderas buscándolo con desespero.
Él gruñe antes de empujar de nuevo. Me pongo rígida, ante la
primera punzada de dolor.
―Relájate ―le escucho decir, antes de que su boca vaya a mi
cuello, al mismo tiempo que sus dedos juegan con mis pezones.
Jadeo ruidosamente cuando da otro pequeño empuje. Protesto
sintiendo dolor. Él retrocede, sus dedos lo sustituyen, su boca se
vuelve más insistente. La bruma de pasión me envuelve tanto que
no lo siento hasta que penetra mi piel. Su mordisco provoca una
sensación maravillosa, que va directo a mi sexo.
―Eres mía, Lena. Mi mujer, mi amor.
Abiel empuja lentamente, el dolor reemplazado por gozo; es tan
increíble, que mis caderas buscan la fricción, el roce de nuestros
cuerpos. Mordisqueo su hombro, para no gritar sin control, el
orgasmo, que ahora soy capaz de identificar, lentamente se
construye con cada empuje, con cada vaivén que nos une, que nos
convierte en uno solo.
―Te amo ―expresa en voz alta mis propios sentimientos, antes
de perder mi mente y que mi cuerpo se estremezca. ¡Soy suya!
Elise (9)

Suspiro, mi mirada fija en la superficie de madera sobre mi cabeza.


―No deberías preocuparte tanto ―escucho decir a Caden, quien
distraídamente juega con un mechón de mi pelo. Levanto
ligeramente el rostro, encontrando su mirada, es tan serena que
mitiga un poco mi intranquilidad―. Ellos estarán bien ―asegura,
sus dedos ahora tocando mi mejilla.
Me gustaría estar confiada, pero es difícil cuando no tenemos
idea de qué ocurre y cuándo volverán.
―Lo sé, pero…
―Piensas demasiado, Eli ―murmura con cariño, arrastrando la
punta de su dedo por mi nariz, provocándome cosquillas; me hacen
cerrar los ojos y relajarme, sin poder evitarlo―. Tienen a Abiel e
Irina, que son los mejores rastreadores y combatientes; además,
Josiah también está con ellos y sabes que él se asegurará de traerla
de vuelta.
Dicho de esa manera, creo que estoy siendo un poco tonta.
Asiento, girando un poco mi posición, tumbada a su lado, para
apoyarme contra su costado y poner mi barbilla sobre su pecho.
Trato de disimular una sonrisa al contemplar su rostro, bronceado
por las horas que pasa bajo el sol, que poco a poco gana un
aspecto maduro y mucho más varonil. Ambos hermanos son muy
apuestos, pero Caden tiene una calidez y ternura que lo hacen ser
especial y único. Para mí, tenerlo de este modo tan íntimo, hace que
disfrute de la calma y la brisa fresca que entra a través de la
ventana del granero.
Nos miramos en silencio, no es incómodo como podía resultar a
veces antes de confesar nuestros sentimientos. Su mano se coloca
detrás de mi cuello y tira suevamente, al mismo tiempo que se
inclina, hasta que nuestras bocas se encuentran. Es un beso tierno,
que me hace suspirar y derretirme en sus brazos. Cada día confirmo
que es el correcto y saber que corresponde mis sentimientos
aumenta los míos por él.
Profundiza lentamente, aumentando la temperatura de mi cuerpo
y el correr de mi ya acelerado corazón. Se mueve, suspendiendo su
cuerpo sobre él mío, mis manos buscan su pelo y disfruto de
enredarlas entre las hebras rubias. Lo escucho emitir un gruñido,
antes de separar nuestros labios y mirarme.
―Tendremos compañía ―anticipa antes de que las risas tan
conocidas lleguen desde la parte de abajo del granero.
¡Mis hermanos!
―¡Le vamos a decir a mi papá que te estabas besuqueando con
Caden!
―¡Sí, le vamos a decir!
Caden reprime una risa, apartándose, antes de ayudarme a
incorporarme y sacudir algunas ramas de mi cabello.
―No estamos haciendo nada malo ―responde Caden,
asomándose junto a la escalera, donde segundos después emerge
la primera cabeza. Gavin me examina de pies a cabeza,
entrecerrando los ojos.
―Sospechoso.
―Deja a tu hermana tranquila ―pide Caden tomándolo del brazo,
haciéndolo subir, antes de saltar llevándolo con él.
Gavin ríe ante la caída, que me toma por sorpresa, aunque no es
gran cosa para él. Aprovecha la distracción para guiñarme el ojo y,
bromeando, les hace dejar el tema por la paz. Sacudo la cabeza,
mirando cómo a pesar de ser un par de diablillos, le tienen respeto.
Y supongo que nada tiene que ver con el hecho de que ahora es
quien dirige el lugar. Caden no impone, él comprende y ayuda, lo
que le vale el cariño de todos.
Me abrazo a mí misma, deseando que pronto regresen y
podamos volver a la normalidad, porque sea como quiera que hayan
pasado las cosas, Lena merece tener lo que Airem y yo tenemos.
―Ustedes dos deberían estar durmiendo ―los reprende Caden,
a lo que solo ríen.
―Sin Elise, no podemos.
―Sí, claro ―murmuro sacudiendo la cabeza. Me miran con
expresiones angelicales. Ellos también extrañan a nuestro padre―.
Vamos, mañana los haré madrugar.
―¡No!
Caden sonríe ayudándome a bajar, aprovechando para darme un
beso en la mejilla.
―A casa, escuchen a su hermana.
Con todo y sus protestas, obedecen saliendo del granero y
dándole la oportunidad a Caden de despedirse con otro beso. Ahora
en los labios.
―Buenas noches.
―Buenas noches ―contesto con una sonrisa.
―¡¿Ya están besándose otra vez?!
―¡Puaj! ¿Por qué les gusta hacer eso?
―Yo no sé, pero no besaré a una niña nunca.
―Recuerda decirles eso en unos años.
―Lo haré.
Josiah (10)

―¿Están seguros de esto? ―inquiere Abiel con calma, mirando a


quienes nos encontramos lo suficientemente alejados del resto que
habita el lugar, para conversar en privado.
Tanto el señor Haros como Klaus han expresado lo que se acordó
hace unos momentos: abandonar la montaña a primera hora del día,
llevando a todos con nosotros. Desde luego que él tiene ciertas
reservas, especialmente si se ha percatado del interés que ese
chico llamado Yohan parecía mostrar por Lena. Supongo que en su
posición no estaría tan contento, pero no se trata de eso nada más.
Llevarlos con nosotros no es algo sencillo, ya que, aunque no
somos del todo ordinarios, el largo camino y el ritmo al que lo hemos
recorrido, han desgastado un poco nuestras fuerzas, pero entiendo
el punto de no demorar. Los impuros no esperarán que salgamos
tan pronto o puede que sí. Los que enfrentamos no eran ordinarios,
parecían razonar, más allá de la necesidad de sangre que se
supone los caracteriza. Presentaban una organización casi perfecta
a la hora de enfrentarnos y, si lo que ellos suponen es cierto, se
mantienen bebiendo de sus propios compañeros caídos. Algo
desagradable, pero para quien no posee alimento, es una manera
eficaz de mantenerse en condiciones de atacar. Inteligente.
―No hay opciones ―contesta Haros, sosteniéndole la mirada. Su
resolución es particular. Irina parece haberse encariñado con el
pequeño y si quieren que sobreviva, tiene que ser atendido cuanto
antes.
―¿Son conscientes de que sus vidas estarán en nuestras
manos?
―La única vida de la que me preocuparía sería la tuya. ―Knut
golpea la espalda de Abiel, mirándole con una sonrisa burlona―.
Por si lo has olvidado, cuando Danko mordió a Mai, casi lo mata.
Imagina qué te hará cuando descubra que no solo mordiste a su
hija…
Abiel hace una mueca, apartando su mano, mirándole molesto.
Desde luego que debería saber que la mayoría de nosotros
escuchamos lo que hicieron, aunque no todos tenemos el sentido
común para fingir que no fue así.
―Por favor ―interrumpe Haros, ocultando una risa, con una
fingida tos―. Hay que pensar en una estrategia para nuestra
partida. Desgraciadamente, no disponemos de mucho, así que
tenemos que organizarnos muy bien.
―¿Crees que él los dejará ir así de fácil? ―Neriah cuestiona con
esa expresión tan serena propia de él. Siempre suele ser apático o
eso creí, porque se preocupa demasiado por Klaus, a pesar de no
llevar su sangre. No comprendo cómo las personas estuvieron tan
ciegas para creer que eran muy diferentes de ellos. Quizá si lo
hubieran comprendido antes, se habrían evitado muchas pérdidas.
No existen diferencias cuando de amar se trata. Por eso es que
no he golpeado a Abiel por no tratar como se debe a Lena y
exponerla. Aunque no suele ser tan contenido, tengo la certeza de
ser discreto.
―Hemos pensado en ello ―contesto inclinándome ligeramente al
frente, disminuyendo el tono de mi voz. Usaríamos la mente para
comunicarnos, pero Klaus estaría fuera de la conversación―. Uno
de nosotros tendrá que vigilarlo.
―Nada garantiza que vendrán de buena gana.
―Lo harán. Están muriendo aquí, casi todos están enfermos.
Este lugar es una tumba, hay demasiados metales tóxicos que no
solo se respiran. Irina comprobó su fuente de agua y ahí lo confirmó.
No tienes opciones.
―Entonces, no se hable más. Tendremos casa llena, aunque
antes hay que enfrentarnos a esas cosas y evitar quedar en el
intento.
―Siempre tan positivo.
―Soy realista. Por cierto, ¿puedo tener el caballo? ―Me froto la
frente, intentando ignorar su sarcasmo―. ¿Qué? ―pregunta ante
las miradas que le dirigen el resto―. Yo también me canso.
―Dijiste que no querías cuidar las cosas, así que te pondremos
al final, como señuelo. ¿Qué dices?
―Eso no le gustaría a mi esposita.
«Neriah, ¿puedes encargarte de vigilar a Randi?», pide Haros
mentalmente, optando por dejar fuera a Knut. «Sí, señor. ¿Algo en
particular que desee que confirme?». «No, solo asegúrate que no
planee algo que nos tome por sorpresa». «No hay problema».
«Insisto en que estamos corriendo un gran riesgo, especialmente si
el temporal empeora». «Podríamos esperar o volver por ellos», Abiel
dice reflexivo. «El tiempo que demoremos, podría hacer la diferencia
para algunos. Hay una mujer por dar a luz, no resistirá en estas
condiciones. Créeme, Abiel, soy el primero en darme cuenta de que
nos estamos arriesgando demasiado, pero no hay opciones».
«Además, Lena no los abandonaría», le hago saber, mirándolos a
los ojos. Asiente, convencido por ese simple hecho. Un hombre
realmente enamorado, haría todo por la mujer que ama.
―¡Oigan!, ¿por qué me excluyen? ―cuestiona Knut, fingiéndose
molesto. Pobre de Caden, tendrá bastante que enfrentar con un
suegro como él.
Irina (3)

Observo su pequeño rostro, así como los rastros de lágrimas que


quisiera borrar o, mejor dicho, evitar que se formaran.
―Se quedó dormido. ―Miro a la chica, una de las mayores y aun
así muy joven para afrontar esta difícil condición. No debe pasar de
los quince y, sin embargo, se ocupa de los niños, en su mayoría,
porque todas las mujeres los cuidan como si fueran propios.
Supongo que se debe a lo que esa mujer explicó, los ven como
su futuro, su esperanza.
―Sí ―confirmo mirando el rostro tranquilo del bebé, que se
durmió tras agotarse con el llanto derramado y encontrándose
también saciado, por primera vez desde que vio este mundo. El
pensamiento forma un nudo en mi garganta. Es tan pequeño y a la
vez tan fuerte, ha resistido sin su madre y continúa aferrándose a
esta vida. Un luchador.
―Le gustas ―susurra ella, inclinándose junto a la pared. Le
sonrío, un poco confortada por sus palabras―. Suele ser bastante
exigente y no cualquiera lo hace dejar de llorar.
Me gustaría aclararle que es posiblemente porque estaba
hambriento, pero lo reservo. Puedo darme cuenta en su mirada, que
es consciente de la situación en que se encuentran.
―¿Cómo es ese lugar? ―La miro, leyendo la inquietud en su
rostro―. Al que se supone que iremos.
―Te gustará. ―Podría darle muchas razones válidas, entre las
más importantes, el hecho de que podrán caminar debajo del sol sin
preocuparse, alimentarse con una amplia variedad, pero sería cruel
de mi parte.
―Randi no está muy contento.
―¿Lo sabe? ―Asiente.
―Es nuestro líder, no hay nada que no le contemos.
―Cierto.
―Pero todos queremos ir ―se apresura a decir, como si temiera
que malinterpretara sus palabras.
―¿Él vendrá?
―Sí, le importamos demasiado como para que sea orgulloso.
―Doy una pequeña inclinación en señal de entendimiento, aunque
difiera―. No es malo, solo… ha tenido una vida difícil.
―¿Lo sabes?
―Los mayores nos han contado algunas cosas. Y es difícil no
escuchar.
―No siempre es verdad todo lo que nos dicen ―comento sin
profundizar más, pero ella sonríe.
―No los odiamos, ni les querríamos hacer daño. No somos
malos, créeme, solo queremos vivir.
Estiro la mano, tocando su cabeza.
―Eres una buena chica, Ivy.
―Mi madre me decía eso… antes de…
―Ella estaría orgullosa, especialmente porque quieres lo mejor
para todos.
―¿Lo crees?
―Estoy segura. Y ahora, ve a dormir un poco. No hay mucho
tiempo para descansar.
―De acuerdo. Si llora…
―Ve tranquila. Puedo cuidarlo si despierta. Aunque no lo
parezca, soy buena con los niños.
Asiente antes de marcharse, no sin darle otra mirada al pequeño.
Una vida difícil puede convertir a alguien tan joven en un alma
mayor y sabia. O en alguien retorcido. Me alegra confirmar que en
este caso es lo primero. Estos niños son nobles, a pesar de las
adversidades a las cuales se han visto expuestos. Bien, Lena,
nunca dejaré de agradecerte por venir, por traernos hasta aquí.
Abiel (11)

―¿Todo listo? ―pregunta Haros.


Asiento, mirando a la pequeña niña que dará la señal en cuanto
los primeros rayos del sol despunten.
La lluvia ha cesado por completo, lo que nos favorece
momentáneamente. Estaremos divididos en tres grupos, el primero
acompañará a las mujeres y niños, Lena e Irina las protegerán. El
caballo llevará a la mujer embarazada, quien sostendrá al bebé y
todos lo seguirán a pie. En el segundo grupo irán Klaus, Knut,
Josiah y dos de los híbridos. Y en el tercero, Haros, Neriah y yo,
acompañados por Randi y los tres híbridos varones restantes.
Seremos quienes repelan su ataque, mientras los demás se
asegurarán de que no alcancen a los primeros.
―¡Listo! ¡El sol acaba de despuntar! ―grita la pequeña. Todos
intercambiamos miradas, la tensión es palpable.
―¡Abran las puertas! ―ordena Randi, su espalda empuñada,
como el resto de los combatientes.
―En marcha ―anuncia Uriel, en cuanto las puertas se abren.
Lena me mira, luciendo preocupada. Beso sus labios, antes de
soltar su mano, indicándole que vaya. Sabe que no voy a fallarle, se
lo he prometido, llevaremos a todos a Cádiz y haré lo que
corresponde. Será mi mujer delante de todos.
―Vayamos ―dice Neriah.
―Hagamos lo que mejor sabemos ―miro a Knut―. Pateemos
traseros impuros.
Eso haré. No acabo de encontrarla solo para perderla.
Yohan (5)

―¿Realmente confías en ellos? ―Xean me observa con fijeza,


pendiente de mi reacción, como lo ha hecho desde que ellos
llegaron y les dimos acceso a la montaña.
Puedo darme cuenta del conflicto que enfrenta en estos
momentos, uno demasiado similar al mío. Mañana al amanecer nos
marcharemos. Después de dieciocho años dejaremos este lugar y
volveremos a donde prácticamente dio inicio todo esto. Desde luego
que Randi no está de acuerdo, pero no hay mucho que pueda hacer,
la mayoría han decidido y quieren ir.
Me encojo de hombros, apoyándome en el muro, sentado sobre
mi camastro. En realidad, no hay mucho que pensar a la hora de
decidir, he visto esas ciudades a lo lejos, son más de lo que
podríamos habernos imaginado. En ellas hay seguridad, abundante
comida y, sobre todo, tienen libertad para salir durante el día. Algo
impensable para los menores. Aunque casi ninguno de nosotros lo
tuvo tras nacer, desde luego que deseamos que los más pequeños
puedan disfrutarlo. Además, la principal razón es que estamos
muriendo, poco a poco hemos ido cayendo e incluso Randi, que se
encuentra sumido en su terquedad, se ha dado cuenta. Puede que
no le guste deberles nada a quienes considera responsables de
nuestro destino, pero el compromiso que asumió con cada uno de
nosotros el día que Alón murió, es más grande que su orgullo.
―Eneth está de acuerdo.
―Esa vieja alborotadora ―murmura con una risa contenida―.
Supongo que sus huesos agradecerían un poco de sol. ―A pesar
de su esfuerzo por mostrarse indiferente, teme como lo hacemos los
demás. Prácticamente al aceptar, estamos a su merced, ya que no
implicamos peligro alguno, no pondríamos en peligro a los niños y
eso nos deja en desventaja, no es algo que le guste.
―Dayna está próxima a dar a luz y desde luego que Nolan teme
por su vida ―explico en voz baja―. No puedes culparlos.
Bufa, mirándome disgustado.
―No lo hago, es solo… ¡Demonios! Podrían tomarnos como
esclavos y no podríamos hacer nada. ¿Eres consciente?
―Es una posibilidad ―no miento―, pero es mejor que verlos
morir. El bebé no vivirá demasiado si no hacemos algo y el destino
del hijo de Nolan no será muy diferente si ella no lo logra.
Maldice, luciendo más frustrado.
―No aspiro a ser tratado como a su igual ―dice después de
unos segundos en silencio―, pero supongo que nos odian del
mismo modo que lo hace Randi.
―Si lo hicieran, no se arriesgarían por nosotros ―señalo mirando
mis manos, pensativamente, esperando no estar equivocado―.
Bien podrían marcharse y aprovechar la ventaja, pero están
pensando en nosotros.
―O usándonos como carnada.
Lo miro.
―No somos inútiles y al menos por mi parte haré todo lo que sea
necesario para asegurarme de que estén a salvo.
―Lo sé ―masculla sacudiendo la cabeza―, solo odio estar en
desventaja.
―¿Eso o ver a Johari? ―Me dedica una sonrisa burlona.
―Me matará cuando me vea.
―Te advertí que no hicieras todo lo que dijera Randi.
―¡Oye! Ella iba por mi cabeza y el tipo ese apareció de la nada,
no es culpa mía. Aunque no creo que muriera… ¿lo crees? ―Me
encojo de hombros.
―No tengo idea, no estuve ahí.
―¡Maldición! Da miedo.
―Puedes preocuparte por ella después…
―Lo sé, lo sé. Puedes estar tranquilo; hay mucho en juego, no irá
con Randi.
―Confío en ti, Xean.
―Lo sé. Solo te pido que cuando Johari quiera matarme, digas
algo a mi favor.
―Cuenta con ello. ―No tengo la certeza de que ocurra, pero me
aseguraré que llegue y tenga una mejor oportunidad de la que
nosotros tuvimos.
Lena (36)

Sus brazos me envuelven en un cálido y reconfortante abrazo, al


amparo de las llamas de la fogata junto a la cual nos encontramos.
Ha sido una tarde bastante ajetreada, planes han sido expuestos y
preparativos puestos en marcha, en algunas horas enfilaremos
hacia Cádiz. Hay cierta inquietud en mi pecho, especialmente tras
escuchar lo que pretenden. Abiel y algunos otros serán la carnada,
cubriendo nuestras espaldas y dándonos una oportunidad de huir.
Sé que son fuertes y mil veces más experimentados que yo, pero
recordar la furia de esas cosas me hace estremecer.
Sus labios rozan mis sienes, depositando suaves besos que me
hacen suspirar. No hemos tenido mucho tiempo a solas después de
lo ocurrido, pero él no teme demostrar afecto por mí, ni siquiera ante
las miradas de Josiah. Él ha dicho que esperemos a que volvamos,
pero ni Abiel ni yo queremos hacerlo. Es difícil apartar mis manos de
él y negarme a su toque. Incluso aunque la situación no es fácil, lo
que lo convierte en un alivio.
―Todo irá bien ―susurra queriendo tranquilizarme. Sabe que
esto me preocupa más de lo que aparento.
Y yo sé que no es fácil, pero la sola idea de que pueda resultar
herido me horroriza. Lo amo demasiado.
―Deberías dormir un poco. Será un regreso difícil.
―Quiero quedarme contigo.
Se mueve hasta quedar sentado en el suelo, acunándome entre
sus piernas.
―Entonces, duerme. Velaré tu sueño.
La dulzura de sus palabras me hace sonreír.
―Te amo ―murmuro, a pesar de estar segura de que puede
verlo en mis ojos. Siento cómo sonríe antes de besarme de nuevo.

֍
Las horas me parecen segundos y antes de darme cuenta, nos
encontramos alineados frente a la puerta, a la espera de que los
primeros rayos de sol aparezcan y que podamos salir. La lluvia se
ha ido, pero según Xean, no durará demasiado. El tiempo no está
en nuestro favor y no hay marcha atrás.
―¡Vamos!
Abiel me da un beso rápido y me indica que vaya con las mujeres
y niños. Neriah y Yohan asienten, confirmando que es seguro
movernos. Dayna, la chica que está embarazada, va sobre el
caballo, con el pequeño en brazos. Cesia, Ivy y Vinc flanquean el
grupo, Irina al frente y yo detrás de ellos.
―Vamos demasiado lento ―escucho decir el señor Haros.
La pendiente es bastante pesada y los niños no son tan rápidos.
―Debemos sacarlos del valle cuanto antes. Mientras más lejos
estemos de ellos, mejor.
―El sol…
―Tendremos que descansar en algún momento y eso les dará
oportunidad de aventajarnos.
Puedo sentir la tensión, desde luego que chocan y era lo que
tanto temía.
―Podemos llevarlos ―sugiera el señor Knut, como si nada―. A
los niños, claro, de ese modo las mujeres pueden avanzar con más
rapidez. Josiah tiene razón, pasando la colina, será más fácil el
avance.
―Hagámoslo.
Hay cierta sorpresa, pero nadie protesta cuando los niños son
tomados y llevados con una velocidad y facilidad sobre la colina.
Cerca de la mitad del día, hemos dejado atrás el valle y nos
movemos a buena velocidad, o eso creo hasta ver las expresiones
tensas de los hombres, que continúan en la parte trasera del grupo.
Se turnan para adelantarse y quedar regados y ver si hay algún
inconveniente. No lo hay hasta ahora, pero sé que temen a que
caiga la noche. Sin embargo, la determinación en sus rostros, de los
niños y mujeres, es grande. Eso basta para asegurarme de que esto
es lo correcto.
El día se convierte en noche, pero nuestros pasos no se detienen,
el cansancio se muestra en sus caras, pero nadie protesta. Irina se
encarga de repartir los pocos alimentos disponibles, a quienes
considera los necesitan. También ha cuidado del bebé, que parece
disfrutar de la compañía del señor Haros. Me sorprendió verlo
alimentándolo con su sangre, pero eso parece ser lo que le ha
ayudado a tener un mejor aspecto.
―No comiste ―Abiel se acerca a mí, sus ojos escrutando las
sombras que nos rodean. La mayoría tiene buena visión, por lo que
se ha optado por viajar sin antorchas, no queriendo hacer visible
nuestra ubicación.
―Estoy bien ―aseguro tomando su mano. Él me besa el dorso.
―Lo lograremos ―susurra antes de tirar de mí, contra su
costado. Es un abrazo rápido, antes de volver a su posición.
Suspiro, tras descubrir a Ivy mirándome con una ligera sonrisa.
―Tu pareja ―dice a manera de afirmación, que confirmo
asintiendo―. Ojalá pueda tener una algún día ―comenta antes de
que sus ojos se posen en Klaus, que se encuentra a unos pasos
detrás.
Sonrío, un poco sorprendida.
―Lo harás.
Danko (6)

―Señor ―Coval hace una ligera inclinación―. ¿Me mandó


llamar?
―Ellos están viniendo ―anuncio mirando a Caden, que se
encuentra de pie junto a mi escritorio. Es imposible a esta distancia
comunicarse, pero él y Josiah no tienen ese problema. Ha
asegurado que está en camino y que necesitan ayuda―. Reúne a
algunos guardias, que estén listos para salir en cualquier momento.
―Entendido.
Espero hasta que se marcha, antes de mirar a mi hijo.
―Es mejor esperar a que sea de noche.
―Lo sé ―concuerdo con su petición. Ellos estarán cerca hasta
mañana por la noche y Josiah ha pedido que les encontremos antes
de que anochezca. No viene solo y necesita ayuda. Esa niña parece
no dejar de sorprendernos.
―¿No le dirás al señor Armen?
―Él ya lo sabe, pero está ocupándose de su mujer.
―La señora Gema es bastante hábil.
―Sí, pero no es racional cuando se trata de su hija y prefiero que
estén todos a salvo, antes de que el caos se desate.
―Kyla irá contigo, en caso de que la necesiten.
―Yo puedo ocuparme de los heridos.
―Puedes, pero tampoco quiero que te excedas. Y tus habilidades
no funcionan con los vampiros.
―Estarán bien.
―No está de más ser precavido. Ahora es mejor que vayas a
despedirte de tu madre y a tomar lo que necesites. ―Me incorporo,
apoyando una mano en su hombro―. Tráelos de regreso.
―Lo haré.

֍
Contemplo el horizonte, por donde hace unos minutos
desaparecieron. Aceptar que mis hijos son lo suficientemente
maduros para gobernar, no se compara con aceptar que pueden
ocuparse por sí mismos. Sin embargo, es algo necesario. Siempre
estaré presente, pero hay cosas que se deben permitir experimentar
por ellos mismos.
Cierro los ojos, sintiendo sus manos recorrer mis hombros,
deteniéndose sobre mi pecho. Mi amada Mai.
Toco sus manos, sintiendo su pecho contra mi espalda.
―Estarán bien ―dice intentando confortarme. Sonrío, ella
siempre ha sido más fuerte que yo.
―Tengo la certeza, es solo que no soy de los que les gusta
esperar.
―Lo sé, pero es su turno, como dijiste.
―Decirlo es fácil, no tanto como verlo.
Ríe, haciéndome volverme hacia ella. Es tan hermosa, nunca me
canso de admirar su rostro y esa sonrisa que tanto amo.
―A veces vuelves a ser el mismo gruñón de siempre.
Tiro de su cintura, antes de tocar sus labios.
―Intento no serlo cuando se trata de ti. ―Frota su cara contra la
mía, de modo juguetón.
―No te preocupes. Todo saldrá bien.
―No es por ellos que temo, sino por los otros. No confío.
―Debemos darles una oportunidad. Es quizás ese momento de
cambiar los errores del pasado y tratar de sanar viejas heridas.
La beso de nuevo.
―Solo tú puedes ver lo positivo en cualquier parte, pero tienes
razón, siempre la tienes y por eso nunca dejaré de agradecer poder
tenerte conmigo.
―Siempre, amor, siempre.
Lena (37)

Es la segunda noche desde que abandonamos la montaña,


finalmente hemos tomado un pequeño descanso. La mayoría está
demasiado débil para soportar la marcha tan apresurada a la que
viajamos. Tal como hicimos con Randi, se espera que hagamos solo
tres días de trayecto, ya que eso reduce un posible ataque por parte
de los impuros, algo que no parece probable. Están acercándose
con rapidez.
Noto la inquietud y la alerta en cada uno de los hombres, ninguno
ha bajado la guardia, a pesar de la tensión existente. Se ha hecho
una fogata, alrededor de la que nos encontramos con los niños y
mujeres. Hay cuatro más que ayudan a iluminar los alrededores,
justamente por si alguno de los impuros nos alcanzara.
Las cosas no pintan bien, los pocos alimentos se han agotado, la
desesperación es fácil de leer en sus miradas, a pesar de su
resistencia y determinación. Irina y el señor Haros han salido a
cazar esta noche, ignorando la mirada que les dirigió el señor Knut
cuando se ofrecieron. No entendí su comentario y tampoco lo
aclaró, se limitó a decir que le recordaba viejos tiempos.
―Deberías descansar un poco ―susurro mirando a Abiel, quien
se mantiene de pie junto a una de las fogatas. Sacude la cabeza, sin
dejar de mirar las sombras que rodean nuestro improvisado
campamento.
―Estoy bien ―dice mirándome de reojo, antes de acariciar mi
mejilla con sus nudillos―. Podemos aguantar bastante sin dormir,
no te preocupes.
―No descansaste cuando llegaron y no lo has hecho todavía.
Tira de mí, pegándome a su pecho.
―He estado en situaciones más complicadas y pasado mucho
más tiempo sin dormir o alimentarme.
¡Mierda!
Lo miro horrorizada, dándome cuenta de que ninguno se ha
alimentado desde ayer. Los suministros tuvieron que agotarse,
cuando los repartieron entre los demás.
―No voy a morder a nadie ―aclara descifrando mi reacción.
Doy una rápida mirada alrededor, estamos bastante lejos del
resto y nadie parece prestarnos atención.
―Deberías ―digo dándole una mirada significativa. Sus ojos van
una fracción de segundo a mi cuello, antes de comenzar a sacudir la
cabeza―. Los subalternos no pueden pasar mucho tiempo sin
beber ―repito lo que alguna vez comentó la tía Elina―. Podrías…
―No.
―Por favor, no soy yo quien va a pelear. Y no mientas, sé que
están más cerca de lo que parece. Necesitarás estar fuerte para
enfrentarlos.
―¿Y debilitarte a ti? Tampoco has comido.
―Eres más rápido y fuerte que yo. Si tú estás bien, tenemos más
posibilidades.
Titubea un momento, antes de inclinarse y besarme, lento,
saboreando el roce de nuestros labios. Suspiro, cuando su boca se
aparta y desciende por mi cuello.
―No me he duchado ―admito apenada, pero me sorprende
riendo.
―No tienes idea ―aspira.
Su nariz frota ligeramente mi piel, antes de sentir la presión de
sus labios y el ligero dolor de sus colmillos. ¡Oh! Me derrito. La
intensidad es demasiada, tanto que nubla mis sentidos, un gemido
se me escapa sin darme cuenta. Él me sostiene sin problemas,
bebiendo. Es placentero y muy, muy erótico.
Su lengua lame, enviando una descarga por todo mi cuerpo, que
me pone la piel de gallina.
―Lo siento por eso ―musita besando suavemente mi barbilla―.
Intenté hacerlo placentero.
―Lo hiciste ―jadeo abriendo lentamente los ojos. Hay una
pequeña sonrisa en su boca y sus ojos tienen ese tono intenso,
parecieran tener brillo―. Lo hiciste ―repito suspirando,
apoyándome totalmente contra él―. ¿Fue suficiente?
―Sí.
―Bien ―digo aclarándome la garganta. ¡Uf! Me siento mareada,
pero no en el mal sentido, es todo lo contrario.
―Ahora, tienes que descansar. Solo tenemos unas horas antes
de ponernos en marcha.
―Saldremos antes del amanecer, ¿cierto?
―Es necesario. Estamos dejando la parte desierta atrás, así que
tendrán más oportunidad de resguardarse durante el día y
seguirnos.
―¿Eso es lo que los detiene?
―Lo suponemos. ―Besa mis mejillas, antes de tirar del cuello de
su abrigo, que llevo puesto y cerrarlo―. Ve junto al fuego, con los
demás.
―Sabes que prefiero estar contigo.
―Estás más segura ahí. ―Hago una mueca―. ¿Por favor?
Necesitas descansar.
―Está bien ―refunfuño, poniéndome de puntitas para alcanzar
sus labios. Me ayuda inclinándose, tomando mi boca con exigencia,
como se lo pido. Es fácil perderse con sus besos y sus manos
sosteniéndome. Mi cuerpo responde a él, incluso en el peor
momento.
Josiah (11)

―Deja de torturarte ―aconsejo manteniendo bajo mi tono de voz.


El chico me mira mal, antes de volver a poner sus ojos en la
pareja que solo se limita a hablar.
―¿No es un poco mayor para ella? ―Le dedico una sonrisa
irónica.
―Eso es lo último que le preocupa ―me encuentro diciendo. No
es un mal tipo y lo más importante, su interés por Lena parece
genuino. Una pena que llegara demasiado tarde. Es un hecho que
ella no tiene ojos para nadie más. Y bien o mal, Abiel parece
decidido a no dejarla.
―Además, ¿cómo fue que permitió que viniera sola?
―Eso no me corresponde decirlo a mí ni a ti juzgarlo.
Suspira, finalmente rindiéndose cuando los ve abrazarse.
―Ella lo ha querido hace mucho ―explico―, no cambió a pesar
de los obstáculos y su negativa. No pierdas el tiempo.
―¿Por qué me dices eso?
―Porque sigues mirándola como si esperaras que cambiara de
parecer de un momento a otro. No lo hará. ―No solo porque es
obstinada, sino porque parece ser la mujer correcta para él―. Hay
relaciones que no están destinadas a ser, por mucho que
quisiéramos lo contrario y es importante aprender a dar marcha
atrás.
―No estoy haciendo nada…
―Solo quiero evitar que lo hagas. ―Me encojo de hombros―. La
quiero mucho y, créeme, nunca la he visto tan feliz como ahora. Me
caes bien, pero haría todo para asegurar su felicidad.
―¿Es una amenaza?
―No, es un consejo.
Me da la espalda y a ellos también.
Un relámpago me hace desviar la atención de él, parece que el
tiempo no estará a nuestro favor.
―¿Crees que lo logremos? ―dice con la mirada fija en el cielo.
―Lo haremos.
―No importa lo que pase, solo te pido que los protejas. ―Frunzo
el ceño.
―Nadie morirá, no si puedo evitarlo.
―No puedes saberlo.
―Confía en mí ―digo muy seguro, reservando el hecho de que
tendremos compañía. Sigo sin confiarme de ese híbrido y es mejor
tomar precauciones―. Serás de más ayuda estando con vida, así
que no te des por vencido antes de tiempo.
―No me has visto todavía.
―No, pero ahora no están solos.
Me observa pensativo, pero no replica. La confianza es algo que
demora en ganarse, no lo culpo.
Lena (38)

Me despierto con el sonido de gritos, miro alrededor encontrando


que no soy la única que los ha escuchado e interrumpido su sueño.
Varios niños se abrazan a las mujeres, mirando detrás de mí.
―Lena ―Irina me entrega una espada, quedándose junto a mí.
―¿Qué pasa? ―pregunto mirando más allá del resplandor de las
fogatas, pero antes de que responda los percibo. Impuros.
―¡Recojan todo! ―ordena el señor Haros, acercándose―.
Tenemos que ponernos en marcha apenas vuelvan.
―Pero…
―Si lo hacemos, seremos cazados ―replica una de las
mujeres―. No podemos.
Él niega.
―Quedarnos sería peor. Arriba, todos deben estar listos.
Irina y yo ayudamos a los niños a recoger sus pocas pertenencias
y las mantas sobre las cuales pretendían dormir. Con incertidumbre
miramos la oscuridad, donde ellos se han perdido. Solo el señor
Uriel, Klaus y uno de los híbridos se encuentran junto a las fogatas.
Me parece una eternidad, hasta que el silencio de la noche
retorna. Poco después de que los sonidos de lucha se desvanecen,
todos regresan, armas en mano, pero intactos. Es un alivio.
Abiel intercambia una mirada, pero mantiene la distancia.
―Tenemos que movernos, ese solo fue un pequeño grupo.
―¿Pequeño? ―inquiere el señor Knut―. Yo vi muchos.
―Suficiente, hay que ponernos en marcha.
―Los niños están cansados.
―Podemos hacerlo ―replica Vinc elevando la barbilla.
Ellos intercambian miradas, antes de asentir y partir.
La formación no se altera, las mujeres y niños vamos a la
delantera. Nuestro paso no es rápido, pero cada uno es
fundamental, porque nos acerca a Cádiz.
La mañana llega, pero también el mal tiempo. Un cielo nublado
aumenta la probabilidad de que ellos nos ataquen y eso hace crecer
el temor. El cansancio comienza a pasarnos factura y nos hace
lentos.
―No llegaremos antes del anochecer ―murmura Randi sin
ocultar su malestar.
―Entonces, tendremos que enfrentarlos y darles oportunidad de
seguir. No falta demasiado…
No hay advertencia, su olor impregna el aire. Vuelvo el rostro,
solo para confirmarlo, encontrando una enorme mancha oscura
moviéndose hacia nosotros.
El pánico cierra mi garganta, pero no algunas otras, que expresan
lo que no soy capaz.
―¡Corran!
Tiro del brazo de Ivy y Vinc, rogando mentalmente porque ellos
estén bien.
Abiel (12)

―Espero que estén listos ―dice Knut manteniéndose quieto.


―Cuida tu espalda, no quiero recriminaciones ―el señor Haros lo
mira, burlón.
―Sí, sí, solo debo preocuparme por no morir.
―Exacto.
―Hay que separarnos ―digo mirando cómo la distancia se
acorta, no así la del resto del grupo. Tenemos que detenerlos, no
permitir que lleguen a ellos.
―No ―Randi niega―. Hay que…
―Si nos quedamos juntos, nos acorralarán. Irán detrás de ellos.
―Entonces hay que dividirnos. ―Todos asienten de modo
silencioso, dispersándose.
―Pase lo que pase, no los dejen llegar.
―Eso no tienes que pedirlo, muchacho. Son la prioridad.
Crudo. Violento. En enfrentamiento no se hace esperar, es feroz,
ninguno titubea cuando de rasgar gargantas y perforar pechos se
trata. Tenemos en mente protegerlos a cualquier precio. Pero ellos
no son presas fáciles, no esperan, se arrojan en grupos sobre
nosotros, obligándonos a retroceder o buscar compañía.
Mi espalda ha terminado contra la de ese chico, Yohan. Es bueno,
pero tal como lo intuíamos, están demasiado débiles y les falta
habilidad para hacerles frente. Lo que explica por qué han reducido
tanto sus números, dejando solo mujeres y niños.
Muevo mi brazo con rapidez, alcanzando alguna parte de ellos,
pero retroceden a tiempo para no sucumbir. Están tratando de
hacernos caer en la desesperación, de agotarnos. Las primeras
gotas de lluvia caen, el cielo se ha oscurecido, como si incluso el
clima estuviera de su parte.
―¡No! ―gruño cuando uno de ellos va directo contra la cabeza
del híbrido. Lo empujo justo a tiempo, para evitar que lo muerda,
pero eso no lo libra de que dos más se arrojen contra su cuerpo
tumbado. ¡Maldición!
―¡Arriba, chico! ―Knut los intercepta antes de que lo toquen, y
tirando de él lo pone en pie―. La hora de la siesta aún no llega,
creo que para ellos es la hora de la comida.
Yohan me dirige un asentimiento, antes de moverse. Sí, esto solo
ha comenzado.
Lena (39)

No vamos a lograrlo. Es lo que varios han expresado y lo que quizás


algunos otros piensan, mientras hacemos un intento desesperado
por huir. Están agotados, pero no se rinden. Miro alrededor, algunas
rocas, pocos árboles, nada que pueda servir de refugio.
―Necesitamos un escondite ―sugiero a Irina. Ella titubea, antes
de volver la mirada a la batalla.
Me estremezco cuando confirmo que sus figuras ahora son
invisibles ante la masa de impuros que les rodea. ¡Oh, no!
―Tratemos de avanzar más. Llévalos ―señala a Dayna y al
bebé. Asiento tirando de las riendas del caballo, desde luego que
ellos son prioridad.
Los ojos grandes y asustados de Dayna, indican el temor que
experimenta, su mano se aferra a su abultado vientre. Siento tanta
pena por ellos, no es por esto que los hemos traído. No hay tiempo
para lamentarse o dudar.
Corro, llevando conmigo el caballo, que no pone reparos,
pareciera intuir el peligro. Busco desesperadamente un posible
refugio, pero no lo hay. Irina guía al resto, su atención
constantemente se dirige hacia atrás, como si comprobara a todos,
como si quisiera estar ahí intentándolo, pero sé que sería peor.
Confía en ellos. Nuestra tarea es cuidarlos.
Sigo el camino, algo que no ayuda demasiado, ya que está
completamente despejado, sin embargo, internarse en los árboles
podría ser un error.
Los primeros impuros no tardan en aparecer. Gimo ante el
pensamiento de lo que significa. Algo les ha ocurrido, sujeto con
fuerzas las cuerdas, reprimiendo las ganas de comunicarme con
ellos. Podría distraerlos. No, no debo. Y la indicación es que no lo
haga. Estamos a ciegas.
―¡Ahí! ―indico el pie de una formación rocosa―. Contra las
rocas. ¡Corran!
―Olviden las cosas, solo avancen ―ordena Irina, mirándome
antes de detenerse y darnos la espalda.
¡Dios! ¡Dios!
Siento que el corazón se me saldrá del pecho, miro con
impotencia cómo se dirigen hacia ella. Irina está lista para hacerles
frente, es rápida y certera, pero su número comienza a aumentar.
Ella sola no podrá.
―Tenemos que hacer algo ―gruñe Klaus.
―Lo sé.
―¡Quédense con ellos! ―exclama al intuir nuestras intenciones.
―Pero…
―¡Es una orden, Lena! ―grita cortando de tajo la cabeza del
impuro y dirigiendo su ataque al siguiente.
Tiro de la funda, tomando mi espada y colocándome delante del
grupo. Bien, no es lo que deseo, pero sí lo que debo hacer.
Miro a mi lado; Ivy, Cesia y un par de pequeños elevan sus arcos
e improvisadas espadas. Siento un nudo en la garganta ante la
determinación de sus rostros. No hay temor, ellos están dispuestos
a anteponer sus vidas por el resto. Aquí una demostración más de
que no son malas personas, de que lo único que desean es vivir.
En la lejanía veo aproximarse más. Lo quiera o no, tendrá ayuda.
Un par de mujeres los imita, cubriendo a los mayores y a Dayna que
esté con los más pequeños.
―Odio no ser tan rápido como ellos ―murmura Klaus, luciendo
disgustado tras verse obligado a venir con nosotras y dejarlos.
Puedo entender su sentir, quisiera saber qué ocurre, saber que
están bien y no esperar.
―Eres bueno ―responde Ivy, mirándolo con una sonrisa.
―Para ser un humano, lo que no sirve de mucho.
El rostro de ella decae, ante las implicaciones que da a entender.
Él parece darse cuenta de su desliz, ya que incluso ella muestra
valentía en estos momentos.
―Saldremos de esta, ya verás ―asegura mirándome, antes de
volver sus ojos a ella―. Jaim es hermoso y Cádiz no está nada mal
―bromea.
―Klaus, ¿puedes prometerme algo?
―Lo que quieras ―dice sin dudar.
―Si vivimos…
―Lo haremos.
―¿Serás mi pareja? ―Eso lo toma por sorpresa, parpadea un
par de veces antes de mover la cabeza.
―Lo prometo.
El rostro de Ivy se ilumina y vuelve su rostro hacia los impuros.
―Acabemos con ellos.
Veo a Irina caer al ser golpeada por dos impuros, un grito escapa
de mi boca, y doy un paso al frente, no dispuesta a esperar más,
pero una sombra cae sobre nosotros. Me giro, lista para enfrentarla,
pero su mano aparta sin problemas mi espada.
―No soy el enemigo ―una chica de cabeza castaña, que usa el
traje de la guardia, me sonríe―. Los refuerzos llegaron.
Me toma un segundo darme cuenta de que no es la única.
―¿Estás herida? ―Miro a Anisa, que me da un rápido repaso
antes de asentir y alejarse, sin esperar mi respuesta―. ¡Muévete,
Mihan!
―Quédate con ellos ―susurra antes de ir detrás del resto―.
¡Deja algo para mí, Anisa!
―¡Eres lenta! ―La chica ríe como si le entusiasmara la batalla.
El alivio que siento es tan grande, que las lágrimas llenan mis
ojos.
¡No nos abandonaron!
―¿Son sus amigos? ―pregunta en voz baja Cesia.
―Lo son ―confirma Klaus, visiblemente aliviado.
Mihan (1)

Ha pasado tanto tiempo desde que estuve en una pelea real, una en
la que se luchaba por mantenerse con vida. Impuros, las criaturas
que más odio y las que cambiaron mi vida. Hoy tengo la oportunidad
de cortar algunos de ellos, por nada del mundo la dejaría pasar. Él lo
sabe y justamente por eso me ha permitido venir, a pesar de que
sigue viéndome como a alguien que debe ser protegida. Lo amo y lo
recompensaré cuando estemos de regreso.
―Ten cuidado, Jensen ―dice Anisa, mirando a Pen, que le dirige
una mirada molesta antes de avanzar.
―Yo lo cuido ―Alain le sonríe, antes de ir tras Pen―. Como en
los viejos tiempos.
Ellos me hacen sonreír, su camaradería no ha dejado de existir
como la primera vez que los vi en Jericó.
Evito mirar a Anisa, porque sé que, aunque no quiera mostrarlo,
le importa demasiado. Tanto que insistía en que se quedara, pero
desde luego que él, siendo de los más recientes en convertirse,
quería participar. ¡Rayos! Todos queríamos, hace mucho que no
tenemos acción.
Golpeo la nariz de un impuro, consiguiendo que gruña y luzca
más molesto. En algún momento de mi vida, me habría parecido
aterrador y hubiera salido corriendo, pero no en este. Con un corte
limpio, cerceno su cabeza, antes de perforar su pecho y empujar su
cuerpo.
―Te has vuelto lenta ―gruñe Anisa, tomando la mano de Irina,
que le sonríe.
―Ya era hora de que llegaras.
Anisa resopla, negando.
―¿Puedes seguir? ―Irina examina el corte en su brazo y se
encoge de hombros.
―Es solo un rasguño, me tomó por sorpresa.
―Eso pasa por dejar de entrenar.
―Entonces tienes que ponerme el ejemplo. ―Anisa enarca una
ceja.
―Lamento interrumpir ―digo pasando de ellas―. Tenemos
algunos sujetos que salvar, por allá.
―Cierto. Vamos.
Asiento, echando a correr a donde verdaderamente se desarrolla
la batalla.
Yohan (6)

―¡Cuidado! ―grita alguien apartándome del camino de uno de


los impuros. Observo al vampiro, alguien a quien no había visto
antes. Han llegado más de ellos.
El desconocido que me ha salvado sacude la cabeza, mirando la
sangre que cubre mi ropa. Las heridas sufridas anteriormente no
han sanado y el nuevo golpe de las garras de los impuros las ha
reabierto por completo.
―Tal vez deberías retroceder ―comenta cubriéndome,
impidiendo que los impuros me alcancen. Con una facilidad increíble
logra cortar a un par de impuros, como si no hiciera ningún esfuerzo.
Sacudo la cabeza ante sus palabras. Duele, pero no puedo
darme por vencido.
―Llegan a tiempo.
―A la orden, señor ―responde antes de comenzar a luchar.
―No pasa nada si te retiras, serás de más ayuda si sigues con
vida ―dice el fundador llamado Haros, repitiendo las mismas
palabras que dijo el otro chico.
―Puedo continuar. ―No necesito pensarlo y desde luego que no
daría marcha atrás.
―¿Seguro? Aquí viene la segunda ronda ―comenta el híbrido
con una sonrisa irónica―. Esto es tan divertido, parece una plaga.
Levanto la mirada para ver a otro grupo de impuros acercándose.
Lo suponía. Han hecho la misma estrategia que cuando nos
atacaban en el valle. Sacrifican algunos para poder debilitarnos y
luego ataca el resto.
―¿De dónde han salido tantos?
―¿Y me lo preguntas a mí? ―El híbrido se encoge de hombros,
sacudiendo su espada.
―Tú siempre tienes una idea brillante, ¿no?
―¿Una fábrica de impuros?
―Eres un idiota, Knut.
―Ya me lo habías dicho.
Ignoro sus comentarios, buscando con la mirada a los demás del
grupo, sintiendo un poco de alivio al comprobar que las mujeres y
niños no están a la vista. Encuentro a Xean; tiene algunas heridas
en el rostro, pero se mantiene en pie sin problemas. Abbas y Becker
se encuentran un poco más alejados, peleando con un par de
impuros, dos de los recién llegados aparentemente están cubriendo
sus espaldas. Bien. Busco a Randi, pero no lo veo entre la masa de
cuerpos…
―¡Concéntrate o márchate! ―demanda el fundador al tener que
bloquear de nuevo el ataque de un impuro. ¡Maldición! Estoy muy
por debajo de ellos, supongo que ahora Randi ha terminado de
comprobar que no somos rivales. Eso en caso de que siguiera
rehusándose a aceptar su ayuda. Cambiar no es fácil,
especialmente cuando lo único que te han dicho desde que naces
es que ellos son tus enemigos.
―Me quedo ―aseguro irguiéndome e ignorando el dolor que
recorre mi brazo. Puedo hacer esto, tengo que poder.
―Necio ―farfulla avanzando, para cerrarle el avance a los
impuros.
¡Cierto! Tenemos que darles oportunidad a los demás de escapar,
de alcanzar la ciudad. Los impuros saben que están a punto de
perder su alimento y, por eso mismo, no parecen dispuestos a
dejarnos marchar tan fácil.
Golpeo a un impuro, ignorando sus gruñidos o la mirada de odio
que me dirige. Esta no es solo su lucha, también es nuestra. Xean
me mira y asiente, antes de moverse hacia otro de ellos. Hago lo
propio, concentrándome en acabar con mi oponente e ignorando el
malestar.
Anisa (3)

―¡Te dije que no eran ordinarios! ―grita Irina, pateando la


cabeza de un impuro y asestando un codazo en el estómago de
otro. Miserables.
―Ya lo veo ―siseo molesta, teniendo dificultades para
deshacerme de las tres basuras que me rodean.
―Deja de cuidarlo ―escucho decir a Mihan, cuando doy una
mirada a Pen, asegurándome de que está bien. Gruño, pero eso la
hace reír―. Es bueno.
―Mejor que tú cuando te conocí, sin duda.
Ella hace una mueca, pero su rodilla golpea la espalda de un
impuro, derribándolo antes de perforarlo con la espalda y moverse,
a tiempo para escapar de otro de ellos.
―¿Siempre serás una perra conmigo?
―Pregúntale a Irina ―gruño quebrando las piernas de un impuro,
ganando un par de segundos, que me permiten eliminar a otro.
―Siempre, eso no te debe sorprender. ―Irina ríe saltando como
si nada, para cortar la cabeza del impuro. No lo consigue―. ¡Mierda!
―Tómate las cosas en serio, Irina.
―Lo hago ―protesta retrocediendo para poner su espalda contra
la mía―. ¿Por qué no actúan como normalmente?
―Porque no son ordinarios ―murmuro sacudiendo la cabeza,
esperando que ataquen. Nos observan detenidamente, esperando
quién sabe qué cosa.
«No importa qué cosa esperen, hay que acabar con ellos», me
hace saber mentalmente. «No tienes que decírmelo».
Lena (40)

Observo cómo se alejan, deseando ir tras ellas. Aunque han venido


con algunos guardias, los impuros siguen superándoles en número.
No dudo de sus habilidades, sé que son mucho mejores que yo,
pero saber que no solo Abiel, sino personas que he conocido toda
mi vida, se encuentran ahí, arriesgándose por nosotros, me impide
volver el rostro y fingir que todo está bien. Porque no será así hasta
que estemos dentro de los muros.
Qué irónico. Muchas veces pensé que eso frenaba nuestra
libertad, pero solo ellos saben por qué razón la construyeron, solo
ellos conocieron los horrores antes de que la paz reinara en Cádiz.
―Ellas son fuertes ―susurra Klaus, posando su mano en mi
hombro. Asiento sin saber qué decirle, aún embargada por alivio―.
Nuestro deber es protegerlas.
―Lo sé.
―¡Lena! ―Me giro al escuchar mi nombre, para ver acercarse a
Caden en compañía de Kyla y dos guardias.
¡Vaya! No los esperaba.
―¿Estás bien? ―pregunta bajando de su caballo, tomando mis
hombros―. Nos tenías muy preocupados. ¿Hay algún herido?
―pregunta mirando al resto del grupo.
Kyla desciende con elegancia de su montura, centrándose en
ellos.
―Ellos están bien, pero no han comido nada ―responde
Klaus―. Están agotados, no hemos descansado. ¿Deberíamos
movernos? Hay que llevarlos a Cádiz ―sugiere mirando los cuerpos
de impuros que se encuentran a unos metros de nosotros. No es
una vista muy bonita, pero tengo la certeza de que esos pequeños
han visto cosas peores y, sin embargo, siguen manteniéndose
firmes.
La mirada de Caden se pierde un instante, antes de asentir.
―Hay que sacarlos de aquí. Acompáñenlos ―indica al par de
guardias y a Kyla, que se ha mantenido quieta, pero que no deja de
escrutarlos, sin ocultar su curiosidad. Me extraña que no estuviera
sobre ellos, aunque supongo que siente su recelo.
―Yo me quedo ―dice levantando el pequeño maletín que trae
con ella―. Podría haber heridos. Recibirán la atención que
necesitan, el señor Koller los espera en la entrada de Cádiz.
―Puedo ocuparme…
―Me quedo. ―Caden y ella intercambian una mirada, él no
parece conforme, pero no discute. Me mira, pero yo también niego.
No pienso irme, no podría.
No puedo ignorar que esto es mi culpa, mi responsabilidad y si
hay algo que pueda hacer para ayudar, por muy mínimo que sea, lo
haré.
Caden, que me conoce mejor que nadie, no se molesta en
discutir.
―Ve con ellos, Klaus ―indico, preparándome para unirme a la
lucha. Gracias a la sangre de Abiel, mis heridas han sanado y
aunque un poco hambrienta, estoy en condiciones de pelear.
―Lena… ―Niego mirando a Klaus.
―Por favor ―susurro―, ellos confían en ti. Además, has visto
que puedo pelear. ―Y Abiel sigue ahí, no voy a irme.
―Está bien ―murmura resignado―. No teman, son de fiar y allá
estarán todos a salvo.
―¿Y los demás? ―pregunta una de las mujeres.
―Ellos irán ―responde con firmeza Caden―. Todos.
―Muévanse ―ordena Eneth―. Somos más de ayuda si no
estamos aquí. Cuídense ―dice mirándonos.
Espero hasta que comienzan a alejarse, antes de apartarme de
Caden y Kyla y regresar por donde hemos venido, pasando por
cuerpos de los impuros. Con cada paso que doy, los sonidos de la
lucha se vuelven más claros.
Mis pies titubean cuando la escena surge frente a mis ojos. Esto
es mucho peor que lo que vivimos cuando llegamos a Erbil, es tan
sangrienta y desesperada.
―Vuelve con Kyla ―aconseja Caden, sujetando mi brazo. No hay
reproche en sus palabras, solo la inquietud ante mi reacción.
―Son demasiados ―digo negando con la cabeza.
¿De dónde han salido tantos?
Un momento… observo detenidamente lo que ocurre, no es que
su número aumente, es que no disminuye. Se mueven antes de que
sus espadas los alcancen, atacan cuando les dan la espalda y eso
les está afectando. Los están agotando.
Anisa y el resto de los recién llegados han ayudado, pero siguen
estando superados por ellos.
―Es como si supieran lo que hará el otro ―escucho decir a Kyla,
su expresión tan confusa como la que debo tener en este
momento―. Mírenlos, no se interponen entre ellos mismos, es como
si se pusieran de acuerdo para atacar. Los impuros que he visto
antes no actuaban así, eran capaces de ir contra ellos mismos para
llegar a su presa.
Vuelvo mi mirada a la batalla, comprobando lo que ha dicho. Los
impuros no tienen errores, atacan como si estuvieran sincronizados.
Tal como lo ha dicho.
Me muerdo el labio, pensando que algo se me escapa.
―Se están comunicando mentalmente ―me sorprende la
afirmación de Caden―, es así como lo hacen. Se comunican entre
ellos, por eso no se interponen.
Como lo hacen los demás. El señor Haros ordenó no distraernos
comunicándonos, lo que es un error.
―Hay que hacer algo ―digo dando un paso al frente, pero el
agarre de Caden me detiene―. Tenemos que ayudarles.
―Josiah no quiere que vayas.
―¿Qué? Tenemos que hacer algo.
―No, Lena. Iré, pero tú no.
―Pero…
―Si pudiéramos evitar que se comuniquen ―farfulla Kyla, con
aire ausente―. ¿Cómo lo hacen?
Si se pudiera evitar…
Cierro los ojos, intentando captar sus pensamientos. Es un
impulso, una corazonada. Doy un paso al frente, ignorando la
protesta de Caden, fijando mis ojos en uno de ellos. El más próximo,
que lucha con Alain. Recuerdo las palabras de Randi, dijo que se
podían bloquear los pensamientos, creando una especie de muro.
Un muro. Eso es, debo crear un muro. Lo hago. No pasa nada. Por
favor, por favor. Cierro los ojos, intentando de nuevo. Miro
centrándome en él. El impuro que estaba a punto de golpear a Alain
en la espalda, se tambalea, llevándose las manos a la cabeza,
soltando un grito horrible.
¡Funcionó!
No lo puedo creer. Funciona.
Ellos no son fundadores y se han alimentado de sangre de
híbridos, así que puedo llegar a ellos mentalmente. Eso es.
Cambio de enfoque a otro de ellos e imito lo que hice con el
primero. Funciona, dándole oportunidad a Neriah de perforar su
pecho y eliminarlo. ¡Bien!
―¿Qué haces, Lena? ―pregunta Caden, mirándome
sorprendido. Se ha dado cuenta.
―No lo sé ―admito mirando a otro impuro.
―Sigue haciéndolo ―dice esperanzado―. Kyla, quédate con ella
―ordena empuñando su espada y se va.
Pongo mi atención en otro impuro y repito lo que hice antes.
Funciona, pero no es suficiente, no puedo estar en varios lugares a
la vez. No es suficiente.
Si pudiera alcanzar a varios de ellos...
Danko (7)

«Debimos enviar más guardias», comenta Armen, mirando el lugar


por donde en cualquier momento aparecerán. «Mis hijos están con
ella, no permitirían que le pasara nada».
Armen guarda silencio, sus ojos posándose sobre Gema. Ha
permanecido junto a la puerta desde que le avisamos que estarían
llegando. Creí que saldría, pero parece que él la ha convencido de
que es mejor esperar.
Aparentemente, temen por lo que dirá esa chica, aunque no
deberían. No importa lo que le hayan dicho ni todo lo que ha
pasado, ella los quiere. Sin embargo, necesitaba pasar por esto
para valorarlo. O eso espero.
Mai consuela a su hermana, se he mantenido a su lado casi todo
el tiempo. Nunca dejará de sorprenderme su fortaleza, ya que a
pesar de que nuestros hijos se han marchado, confía en ellos tanto
como en mí. Mejor compañera no pude encontrar y aún sigo
sintiéndome afortunado cada día que la observo a mi lado.
Mi atención se desvía de ellas, al ver llegar a Farah y Johari
desde la entrada de Jaim.
―Jaim ha sido asegurada ―explica el hermano de sangre de
Armen, anticipando nuestra protesta por su presencia.
Desde luego que se teme que no puedan contenerlos o que
algunos impuros lleguen hasta aquí. Esas cosas parecen ser lo
suficiente inteligentes como para escabullirse, pero no cuentan con
que somos más y mejores que ellos, no importa lo particulares que
sean. Miro a lo alto del muro, donde prácticamente toda la guardia
está preparada, por si llegara a darse el caso.
―Deberían haberme dejado ir ―farfulla Johari con malestar.
―Están siendo recibidos, no son considerados enemigos
―explico con tranquilidad, ignorando la mirada que me dirige.
―Algunos de ellos no deben estar aquí. Y te lo digo yo, que los
conozco mejor que nadie. Si lo haces, estarías cometiendo un grave
error.
―Johari…
―No ―gruñe haciendo callar a Farah―. Dales una oportunidad y
tendrás sangre derramada. Sí, sé que probablemente me
cuestionas, porque fue precisamente lo que hicieron conmigo, me
aceptaron sin más, pero mi lealtad estaba aquí ―da un vistazo a
Farah, antes de mirarme de nuevo― y la suya no.
―Nada va a pasar ―asegura Armen―. Nos ocuparemos de
ellos. Ya lo hemos considerado.
―Sin embargo, no puedes matar a nadie ―digo con severidad―.
Golpéalos, si eso te hace sentir mejor, pero como has dicho, el
propósito es evitar que se derrame más sangre inocente. Gema
tampoco hará nada ―expreso mirándola de reojo. Conociendo su
temperamento, todo el mundo teme su reacción.
―Aquí viene ―anuncia Armen, girándose hacia el horizonte. Un
caballo encabeza el grupo sobre el cual viaja una mujer con un bebé
en brazos. Le siguen varias mujeres y niños, no mayores de quince
años. Detrás de ellos hay un par de guardias y Klaus, el hijo
adoptivo de Neriah.
Bien, lo han conseguido.
―Prepárense ―ordeno en voz alta, haciendo que Koller y sus
ayudantes den un paso al frente, listos para atenderlos.
Parecen titubear, deteniéndose a un par de metros, sus ojos muy
abiertos, admirando asombrados el lugar y a nosotros, que no
somos como ellos.
―Adelante ―dice Mai, mostrándoles una enorme sonrisa―,
bienvenidos.
Una de las chicas, que tiene tomado de la mano a uno de los
niños, se adelanta. Klaus asiente, siguiéndole. Poco a poco todos se
encuentran en el umbral de la ciudad. Ninguno de ellos muestra
desagrado y eso ayuda a que la tensión entre los sirvientes y
guardias se disipe.
―Llévenlos a la residencia principal, dispongan de habitaciones y
atiéndanlos ―digo consiente de la mirada suplicante de Mai y su
sentido protector.
«Iré con ellos», dice guiándolos. Gema parece indecisa, pero
finalmente cede y la acompaña.
Ahora falta el resto y esperar que no haya problemas.
Abiel (13)

Los dos impuros frente a mí, pronto se convierten en cuatro, me


resulta imposible dar un golpe certero, se interponen entre ellos,
evitando mis ataques. Ignoro el golpe en la espalda y bloqueo los
golpes de dos de ellos, el cuarto salta, queriendo alcanzar mi rostro.
Me inclino lo suficiente para que se estrelle contra su propio
compañero y ese pequeño descuido, me permite sacarme de
encima al otro par. Pero es inútil, un segundo después está de
nuevo sobre mí.
¡Maldición!
Uno de ellos emite un chillido horrible, antes de llevarse las
manos a la cabeza y caer.
«Golpéalo», susurra una voz, dentro de mi cabeza. Lo hago por
instinto, consiguiendo perforar su pecho y al mismo tiempo corto el
brazo de otro de ellos. No tengo tiempo para tirar de la espada, así
que uso mis brazos para devolver los golpes de los tres que siguen
estando contra mí. «Esto se está prologando demasiado», me hace
saber Anisa con disgusto, también sufriendo contra las bestias. Nos
superan y eso hace difícil vencerlos, especialmente cuando parecen
estar adiestrados y bien organizados.
«Hay que hacer algo», Mihan arroja un par sobre su cabeza y tira
del cuello de otro que ha estado a nada de morder a Alain. «Casi me
olvido: son un verdadero fastidio». «Algunos están intentando
escapar, van tras el resto del grupo», nos hace saber Josiah. «Voy a
quemarlos, retrocedan».
Esperamos su señal, antes de alejarnos. Algunos quedan
reducidos a cenizas, pero como ha usado sus habilidades en la
batalla anterior y en esta ha tenido que luchar, eso lo ha dejado
débil. Uriel se tambalea, antes de que Irina se encuentre a su lado,
cubriendo su espalda. Los impuros se desplazan sobre él, sabiendo
que es demasiado peligroso y que podría acabarlos.
Un bloque de tierra emerge, protegiéndolo, antes de que Mihan y
Pen se interpongan, haciendo frente al grupo de impuros.
―¡Lena! ―Giro a tiempo, para ver cómo dos de esas cosas se
dirigen directamente hacia ella. Una se detiene, lanzando un alarido,
antes de que su cabeza explote, pero el otro la alcanzará.
Me muevo, pero antes de poder llegar, Kyla se interpone, usa sus
manos en un intento de detenerlo, pero es evidente que de lucha no
sabe nada. Sus garras rasgan su brazo y cae a un lado.
Lena grita, pero el segundo atacante termina en el suelo, su
cabeza deshecha. Miro atónito a Lena, como lo hacen Caden y
Anisa, que se encuentran más próximos.
Ella me mira, sacudiendo la cabeza.
―No tengo idea ―murmura adelantándose para ayudar a Kyla,
que levanta un poco el brazo para observar el daño.
―Es solo un rasguño.
―No hagas eso de nuevo y menos sin una espada.
―Pero no sé usarlas.
«No estuvo mal, pero ahora la ven como a una amenaza», me
hace saber Anisa, permitiéndome percatarme cómo otros impuros
van en su dirección. Mierda.
―Retrocedan ―ordeno dándoles la espalda, elevando mi
espada.
Tanto Anisa como uno de los híbridos se colocan a mis costados.
―¡Van a la ciudad! ―masculla el chico mirando ansiosamente a
los impuros. Anisa hace una mueca, desde luego que nos damos
cuenta, pero contamos con que puedan llegar a tiempo a Cádiz,
donde el resto de la guardia sin duda se encargará.
―¿Dónde está tu amigo?
―Fue tras ellos.
Intercambiamos una mirada, no me gusta saber que Randi ha ido
a Cádiz, aunque no sería tan tonto para creer que podría hacer algo
y salirse con la suya.
―¿Puedes hacerlo de nuevo? ―Anisa mira de reojo a Lena, que
luce pálida, pero se mantiene firme. Cada vez la admiro más, es
muy tenaz y valiente.
―Lo intentaré.
―Piensa en ellos como una colmena, un conjunto, concéntrate
en que todos están conectados. Llega a uno y tocarás a todos.
Los primeros están sobre nosotros.
―Quédate atrás ―ordeno a Xean, pero él sacude la cabeza.
―Ni hablar. Nosotros tampoco nos rendimos.
Doy una mirada a Lena, antes de moverme enfrentando a los
impuros. Golpeo con todas mis fuerzas, rompiendo sus
extremidades e impactando todo lo que alcanzo, ganando unos
segundos, ya que su especialidad parece atacarnos en grupo y
agotarnos. No permitiré que pasen, nadie tocará a Lena.
Un nuevo grupo de impuros se convierte en cenizas. Un instante
después Uriel prácticamente cae. Irina lo mira con preocupación,
pero él niega, pidiéndole que se una a la pelea.
―¡A tu derecha! ―grita Lena, haciéndome reaccionar. Consigo
evitar las garras del impuro, antes de que caiga al suelo,
retorciéndose. Miro a Lena, todavía sorprendido por lo que sea que
está haciendo.
―¿Te importaría echarme una mano? ―gruñe Knut empujando a
dos impuros, para poder golpear en la cara a un tercero.
―¿Piensas que es un combate cuerpo a cuerpo? No es un
maldito entrenamiento ―sisea Anisa.
―¡Oye! Se llevaron mi espada…
―Estúpido.
―Pen, tu mujer me está diciendo cosas…
―¡Cállate! ―grita enterrando un cuchillo en la garganta de un
impuro, antes de perforar su pecho.
«¿Deberíamos pedir refuerzos?», la pregunta de Mihan parece
disgustar a la mayoría, pero cuando un grito de dolor nos hace
saber que alguien ha sido herido, las cosas cambian.
Danko (8)

―Ese maldito ―gruñe Johari, dando un paso antes de que Farah


retenga su brazo y la haga detenerse.
―Cálmate.
―No, no pueden permitir que viva aquí.
Randi se detiene, mirándonos con fijeza, sus ojos son fríos y su
expresión vacía me recuerda tanto Alón.
―Sé que desearías tener mi cabeza.
Johari sonríe de modo siniestro.
―No tienes idea de cuánto te odio ―escupe empuñando sus
manos―. Siempre fuiste su mano derecha, hiciste tantas crueldades
como él, que no me extrañaría que ellos te odiaran tanto como lo
hago yo.
―Lamento decepcionarte, porque no es así.
―Están ciegos, entonces. Nada bueno podría venir de ti.
―Pagué lo que hice ―expresa, aún sin mostrar alguna
emoción―. Mi mujer e hijo murieron, padeciendo hambre y miseria
en aquel lugar.
―Sigues culpándonos ―afirmo con calma. Ellos pensaban que
esta ciudad les pertenecía, la querían a cualquier costo, sin tener en
cuenta todo lo que su crear hizo para destruirla y cómo los usó para
sus fines. Porque realmente no le importaban, al final, todos nos
convertiríamos en sus marionetas, en su alimento y diversión.
―Lo hago y, por eso mismo, deberían escucharla y no permitirme
estar con ustedes. No nos engañemos, no me quedaría tan
tranquilo. Hace dieciocho años decliné su oferta y volvería a hacerlo,
si fuera el caso.
―Eres…
―No puedo cambiar lo que soy ni ustedes tampoco. Lo único que
me motivó a venir, fue la promesa que les hice a ellos y la confianza
que depositaron en mí. ―Me mira―. ¿Puedo contar con que
estarán bien?
―No tienes que preguntarlo.
―Bien. ―Arroja su espada a mis pies, sacudiendo sus manos―.
Acaba conmigo, puedes decir que intenté matarte o que lo hicieron
los impuros. No importa.
No puedo evitar una expresión de incredulidad ante su
sugerencia.
―No ―niego automáticamente. No caeré en su juego, sin
importar lo que pretenda.
―Si no lo haces, tendrás problemas. Ellos harían todo por mí y tu
tranquila ciudad estaría en conflicto. Debes hacerlo, por ellos, por ti,
por mí.
―Tú no mereces nada.
―Joha…
―Algunos impuros vienen hacia acá, podría dejar que ellos lo
hagan, pero… no lo deseo. Son lo más bajo, incluso para mí.
―No lo haré. No voy a mancharme las manos, si eres tan
cobarde como para rendirte, sin intentarlo, no voy a ayudarte en eso
―digo dándome media vuelta.
Los gritos de los impuros se escuchan, seguidos por la orden de
alerta de la guardia. Me encamino hacia la puerta, que comienza a
abrirse, pero el sonido de su cuerpo en movimiento me hace
detenerme. Alerta, esperando su ataque.
―Idiota ―musita Johari, su mano sosteniendo el arma de Randi,
que ahora perfora su pecho. Ha intentado atacarme por la espalda y
ella no ha dudado en detenerlo.
Observo la escena, fijando mis ojos en la sonrisa amarga de su
rostro, que lentamente pierde el color. Lo ha hecho a propósito,
consciente de que ella actuaría.
―Mantén a todos a salvo, dales una oportunidad ―pide
sujetando el mango de la espada, al mismo tiempo que retrocede.
Ella lo deja ir, su expresión dando paso a la compresión y al horror.
―Mentiría si dijera que me arrepiento ―dice con voz afectada,
Farah acercándose―. Concuerdo en que estaremos mejor sin ti.
―Lo sé. Solo no dejes que esas cosas me tengan… ―Un hilillo
de sangre brota de su boca, antes de caer. Cuatro guardias se
acercan, ignoran lo que ocurre y van al encuentro de los impuros.
―Deberíamos quemarlo ―murmura Johari, mirando el cuerpo
inerte de Randi.
―Se hará lo que ha pedido, aunque no sé qué diremos ―susurro
pensativo, sintiendo un poco de pena por él. Su alma y voluntad
fueron tan corrompidos, sumado a la perdida de las personas que
amaba. No tenía suficiente para vivir o para intentarlo.
―Lo dicho, murió intentando protegerlos.
―¿Y hacerlo quedar como un salvador? No lo creo.
―Es lo mínimo que se merece, después de traerlos y darles una
oportunidad ―comento, pidiendo a los guardias que lo lleven
dentro―. Por el momento es mejor esperar a que regresen los
demás.
Miro más allá de la colina, percibiendo la inquietud de mis hijos.
«Vayan», ordeno a un grupo de guardias, que no dudan.
―Regresen a Jaim, pronto estarán todos de vuelta.
Lena (41)

Todos hacen su mejor esfuerzo, luchando por desconocidos, por


nosotros, por mí. ¿Cómo pude siquiera permitirme dudar de ellos,
de que les importaba? Quizá no comparto su sangre, pero eso no
los hace extraños. Observo cómo los impuros se repliegan,
comprobando que son más inteligentes de lo que podría pensarse y
no solo eso: tienen una precisión escalofriante. Aumentan la
ferocidad de sus acometidas, ya no parecen estar simplemente
intentando desgastarlos, ahora van por sus vidas. Sus garras y
colmillos tienen sus cuellos y pechos como blancos, pero alcanzan
otras partes de sus cuerpos, tiñendo el suelo de carmín. Están
desesperados, frenéticos.
Ellos son buenos, guardias y fundadores que se han enfrentado a
otras situaciones dramáticas. El problema es que estamos
superados en números.
Veo cómo Abiel ayuda a Xean, que tras un ataque ha sido
derribado, para mi sorpresa lo mismo hace Anisa, quien patea a uno
de los impuros, evitando que le alcance, para luego entregarle su
espada. Ella no parece muy animada por salvarle, pero lo hace sin
titubear. Los tres retroceden, queriendo protegerme al percatarse de
que algunos impuros vienen hacia mí.
Mi pequeño experimento ha dado resultados, por desgracia, ellos
no quieren probar qué tanta ayuda puedo ofrecerles. Soy uno de sus
objetivos.
―Son horripilantes ―murmura Kyla, que se encuentra a mi lado.
Su herida ha resultado ser solo un rasguño y siendo una fundadora,
no tiene problemas para sanar, pero es un hecho que no sabe nada
sobre defensa.
Tengo que hacer algo.
Aspiro profundo, luchando por concentrarme, mientras los
sonidos de la sangrienta lucha penetran en mis oídos. Es crudo,
aterrador, pero… soy parte y quienes amo, también lo han sido en
algún momento de sus vidas. Todos nos enfrentamos a algo que
tememos, pero depende de nuestra voluntad no darnos por
vencidos. Puede que no siempre se consiga ganar, lo más
importante es no dejar de intentarlo.
Fijo mis ojos en el panorama, recorriendo el lugar por donde
muchos han caído, por fortuna ninguno de los nuestros, aunque eso
puede cambiar en cualquier momento, están siendo atacados en
todas direcciones. Libero lentamente el aire contenido, centrándome
en los impuros. Tengo que visualizarlos como uno mismo y
proyectar ese enorme muro dentro de sus mentes. Romper su
conexión y destruirles. No entiendo cómo funciona o si puedo
hacerlo, pero eso no me detendrá.
Empuño mis manos, preparándome, justo cuando escucho el
grito de dolor de alguien y la orden furiosa de Caden, desde alguna
parte entre el mar de cuerpos moviéndose a una velocidad que un
humano normal seguiría con dificultad. Puedo distinguir a uno de los
guardias, que se abre paso con dificultad y luego desaparece. ¡No
puede ser! Hay alguien herido.
―No ―la demanda de Kyla me hace darme cuenta de que estoy
a nada de correr―. No puedes.
―¡Lena! ―grita Anisa, su espada alcanzando el brazo de un
impuro, que grita e intenta cortar su rostro con su otra mano―.
¡Concéntrate!
Tiene razón.
Mi corazón se acelera, mirando uno de ellos, que intenta alcanzar
a Abiel. Puedo hacerlo. Tras unos segundos de tratar, su cabeza
explota de un modo exagerado, antes de que caiga el cuerpo al
suelo.
Mi pequeño triunfo queda en segundo plano, cuando enormes
llamas emergen desde las manos del señor Haros, consiguiendo
envolver algunos impuros desprevenidos que no son capaces de
apartarse lo suficientemente rápido, convirtiéndose en cenizas.
Increíble. Tras el impresionante ataque, él termina en el suelo,
luciendo extremadamente pálido y débil. Los impuros no esperan
para arrojarse contra él, que es protegido por Irina, quien no se
aparta de su lado. Josiah impulsa bloques de tierra hacia ellos, pero
solo los retrasa. Se mueven desesperadamente, obviamente los
impuros lo consideran una amenaza mucho más grande que yo.
Así que debo aprovecharlo…
La pausa me permite abatir a algunos cuantos, aunque no es tan
sencillo. Mi cabeza parece estar a punto de estallar y mi vista se
nubla. Tal como ocurre con el señor Haros, cada vez que lo hago,
toma algo de mi fuerza. Y por desgracia no estoy en el mejor
momento.
Eso no me detiene y después de lo que me parece una eternidad,
mi esfuerzo se ve recompensado, cuando tres de ellos caen al
suelo.
―Sigue así ―gruñe Anisa, sin dejar de pelear.
Los impuros ahora se dividen en tres grupos, el mayor centrado
en la mayoría de nosotros, los otros dos, sobre el señor Haros e
intentando alcanzarme a mí.
―Tenemos ayuda ―anuncia Kyla, instantes previos a que otros
guardias se sumen a la lucha y cuando reconozco la presencia de
mi padre, mis lágrimas nublan mis ojos. Ha venido.
―Papá… ―digo cuando se detiene delante de mí.
―Hija ―susurra mirándome de pies a cabeza, estudiando mi
aspecto y mi condición. En estos momentos me alegra que Abiel
haya curado mis heridas y que no me haya visto en esa condición―.
Estás bien. ―Asiento con la cabeza, tras lo cual presiona mi rostro
en su pecho, dándome un rápido abrazo―. Quédate atrás.
―Pero…
―Deja que tu padre se ocupe de esto ―dice la determinación
grabada en su cara.
No replico, porque ciertamente, lo mejor que puedo hacer es
tratar de ayudar desde aquí y no ser una carga.
Girando, se acerca a donde se encuentran Anisa, Abiel, Xean,
ahora también el señor Danko y mi tío Farah. Silenciosamente
intercambian miradas, comunicándose mentalmente. Unos
segundos después, veo cómo los guardias se apartan de los
impuros, justo cuando mi padre y el señor Danko elevan sus manos,
como por arte de magia la tierra se eleva y sorpresivamente,
también los impuros se convierten en nada.
El aliento se atora en mi pecho, ante la visión impresionante.
―Increíble. Ahora entiendo por qué son los fundadores más
temidos y respetados. Los más poderosos ―musita Kyla sin ocultar
su admiración. Había escuchado sobre sus habilidades, son algo
que siempre se especula, pero nunca las presencié antes.
La batalla sigue en algunas otras partes, pero ahora el número de
impuros es mucho menor. Irina traslada al señor Haros a donde nos
encontramos y Josiah se une a Abiel y a nuestros padres, formando
una especie de cerco protector.
Caden se acerca, llevando a alguien con él. Yohan. La sangre
cubre su pecho, su rostro es de un tono cenizo. Uno de los otros
híbridos los sigue, evitando que los impuros los alcancen. Tanto
Josiah como Abiel van a su encuentro, eliminando a esas cosas.
―Creo que es suficiente, ellos se harán cargo de lo demás
―escucho decir al señor Danko, dejando caer sus manos―.
Simplemente hemos nivelado las cosas.
Su rostro tiene un poco de palidez, más inusual, pero no como el
señor Haros, que continúa luciendo mal. Kyla se ha acercado y
murmura algo, pero él niega, antes de que Irina se incline sobre él y
lo alimente. Wow.
Desvío la mirada, centrándome en Yohan.
―Lo han mordido ―informa Caden, dejándolo en el piso. Me
acerco, mirándolo con preocupación.
―A un lado ―Kyla se inclina sobre él, mirando su herida y
mordida―. Ayuden al resto, yo me ocupo de él.
―N… ―De inmediato su compañero niega, pero ella con
tranquilidad lo interrumpe.
―Soy su mejor apuesta.
―No puedes convertirlo ―argumenta Xean, que también se ha
aproximado, mirándola con cierto rechazo.
―¿Sabes que una mordedura de impuro es irreversible?
―cuestiona ella, con voz mecánica―. Soy su mejor oportunidad
―repite haciendo un gesto con la mano―. Solo… eliminen a esas
cosas y denme un poco de espacio.
Ambos híbridos dudan, pero cuando Yohan asiente, se alejan
volviendo a donde ahora de nuevo, los guardias y demás, se
enfrentan a los impuros que quedan. Algunos de ellos han
comenzado la huida, pero tanto mi padre como el señor Danko,
parecen resueltos a no dejarlos ir, dando órdenes de cazarlos. Hasta
terminar con el último de ellos.
―Escúchame ―vuelvo mi mirada a Yohan y Kyla, que continúan
un intercambio de miradas y palabras en voz baja―. No hay
opciones.
Él me observa con un gesto abatido. Tiene tan mal aspecto, su
rostro tiene varios rasguños y golpes, su ropa es prácticamente roja
y está hecha jirones.
―Cuídalos.
―Yohan…
―Shh ―interrumpe Kyla, sacudiendo la cabeza―. Es pronto
para darse por vencido ―murmura pareciendo aburrida―. Si
quieres vivir, beberás mi sangre ―anuncia antes de llevar su
muñeca a su propia boca y hacer un pequeño corte.
Tanto Yohan como yo, le miraros incrédulos. ¿Qué?
―No ―niega él, retrocediendo ligeramente.
Ella emite un sonido de disgusto.
―No te transformarás. No voy a morderte, solo a darte un poco
de mi sangre. Parece que estamos a tiempo ―asegura empujando
la mano sobre su boca. Él parece inseguro, pero ella no cede―.
Mientras dudas, la ponzoña está recorriendo tu cuerpo, actuando
para cambiarte. No hay mucho tiempo ni otra oportunidad. Si no lo
haces, terminaré por tener que convertirte en uno de nosotros o en
el peor de los casos, serás uno de los impuros. Tú elig… ―No
termina la frase, Yohan tira de su mano, llevándola a su boca.
Retrocedo un par de pasos, dándoles intimidad y confiando en
que ella sabe lo que hace. Levanto la mirada, encontrándome con
mi padre.
―Está por terminar ―expresa aproximándose a mí, su mano
posándose en mi mejilla. Hay tanto que decir, pero el
arrepentimiento y la vergüenza me hacen titubear―. Hay alguien
que espera por ti.
Le dedico una sonrisa débil. Mi madre. Desde luego que espera,
de otro modo estaría aquí.
―Lo siento.
Sacude la cabeza, su expresión carente de reproche o malestar.
Mi padre, el mejor de todos, no hay dudas.
―Yo…
―Entiendo que debimos decirlo en su momento, eso habría
evitado muchas cosas, pero por otro lado, has ayudado a quienes lo
necesitaban. No puedo estar molesto por eso.
―Pero…
―También debí decirte algo que una persona me dijo hace
mucho tiempo.
―¿Qué cosa?
―La sangre no hace una familia, los lazos afectivos sí. No
importa que no lleves nuestra sangre, sigues siendo nuestra hija.
Aunque no te des cuenta, eres idéntica a tu madre.
Mis ojos se llenan de lágrimas, antes de verme arrastrada a sus
brazos, donde permanezco hasta que los últimos chillidos de los
impuros se desvanecen, dejando un silencio que promete
demasiadas cosas.
Elina (8)

―Estás mareándome ―gruño mirando cómo Gema va de un


lado a otro, ni siquiera Mai ha sido capaz de ponerla en paz.
Al igual que ellas, estoy preocupada, imposible no estarlo, esa
chica es casi como si fuera mi hija también. La he visto crecer, hasta
convertirse en una mujer. Y tanto como su madre, temo lo que le
espera después de este viaje.
―Todos están siendo atendidos ―nos hace saber Azura,
asomándose en la puerta―. La mayoría solo está deshidratada y
necesita comer y descansar.
―Es bueno saberlo ―asiente Mai, tras lo cual Azura se retira―.
¿Vieron las expresiones de esos pequeños? ―dice sin malicia―.
Estaban tan impresionados, como si nunca hubieran conocido algo
igual.
―Posiblemente no ―reflexiono mirando la puerta―. Son
demasiado jóvenes para haber visto una ciudad de verdad.
Todos somos conscientes de que es incluso un milagro que
estuvieran con vida después de tantos años. ¿Quién lo hubiera
pensado? Edin y Armen esperaban que, tras experimentar la vida
fuera de los muros, volvieran, pero nunca lo hicieron.
―Están aquí ―murmura Gema, su rostro revelando tanta
incertidumbre, que incluso siento pena por ella. Si yo quiero a Lena,
Gema daría su propia vida por ella y quizás ese sea el principal
motivo por el que Armen prefirió que se quedara aquí. No porque
dudara de su capacidad, sino de su control emocional.
Todas permanecemos quietas, esperando que crucen la puerta.
Sus pasos se distinguen entre el silencioso andar de los vampiros.
Solo los pasos de Farah y Johari son perceptibles.
Ella es la primera en aparecer. Luce cansada, tan cansada que
incluso pareciera su rostro más delgado y su ropa está arrugada y
manchada. Quiero ir a su encuentro, pero espero, hasta que Gema
da un par de pasos vacilantes, antes de que Lena como una niña
pequeña corra a sus brazos y se fundan en un abrazo que nos
conmueve a todos.
―Te quiero, mamá ―dice Lena. Definitivamente, el mejor saludo
que ha podido darle a la mujer que ha esperado tanto por su
regreso.
Miro a Edin, quien ya tiene entre sus brazos a Mai. Busco a Alain,
frunciendo el ceño cuando no lo veo.
«Estaba ayudando a trasladar a sus habitaciones a Haros y,
supongo, aprovechó para ir a cambiarse», me hace saber Edin,
antes de que inquiera. «¿Está...?», comienzo a decir, con inquietud.
«No. Está bien, tiene un buen compañero cubriendo su espalda».
Me gustaría ir con él, pero espero hasta que es mi turno para
estrechar entre mis brazos a Lena.
―Las aventuras se acabaron, señorita ―digo fingiendo
severidad.
―Lo sé, tía.
―Bien, porque la próxima vez, invítame. Escuché que había
híbridos muy guapos…
―¡Elina! ―reprenden Gema y Armen al mismo tiempo. No puedo
evitar reírme y tomarles el pelo.
―¿Qué? La niña tiene que ver la mercancía.
―No hables de ese modo ―amonesta Edin, mirándome
reprobatoriamente.
―Pero…
―En realidad ―interrumpe Lena―. No hay nadie más. ―Se
encoge de hombros, mirando a Abiel, quien mantiene un poco la
distancia, hasta que ella lo mira.
Entonces, da unos pasos, mirando a Armen y a Gema.
―Señor, quizá no es el momento, pero me gustaría pedir su
autorización para cortejar a su hija.
―¿Cortejar? ¿Qué es esto? Estamos en el siglo… ¿Qué siglo
es? ―Nadie contesta―. Eso no hace falta, me refiero a que ustedes
ya…
―¡Tía!
―¡Elina! ―protestan varias voces. Pongo los ojos en blanco,
para nadie es un secreto que este par ya pasó a la siguiente fase.
Lo que sí es sorpresa, es que Gema no haya montado una escena y
cortado la cabeza de Abiel. Aunque, tal como los demás, es obvio
que él es una de las razones por las que, a pesar de su estado,
Lena parece tan radiante.
―Dejaremos el tema para después, por ahora deben descansar.
Y con eso empieza otra ronda de tomadas de pelo, antes de que
Alain intervenga para arrastrarme hasta nuestras habitaciones y
mostrarme lo que una buena batalla puede provocar en un hombre.
Lena (42)

Cierro los ojos, hundiendo el rostro en su pecho, amando poder


respirar su aroma y tenerlo a mi lado, en mi cama. Habría sido
impensable en cualquier otro momento, pero no ahora. Aunque
debo agradecerle enormemente a mi tía Elina y a sus nada sutiles
indirectas. Ella puede ser muy persuasiva y yo he aprendido
bastante del chantaje emocional.
Lo miro anhelante, a lo que sus labios forman una tensa línea.
―Prometí comportarme.
Oh, sí que lo ha hecho y nada me haría más feliz que verlo ceder.
―Un beso no rompe la promesa.
Su pulgar acaricia mi boca, hay una chispa de deseo en sus ojos.
―Un beso no es suficiente.
Intento no sonreír triunfante, pero es imposible. Mi gesto le
contagia, y negando ligeramente me abraza con fuerza.
―Ven aquí.
Lo dicho, un beso no basta. Mis manos se mueven debajo de su
camisa, amando el tacto de su piel, el contraste de nuestras
temperaturas y cómo le afecta mi toque.
―Lena…
―Solo un poco más.
Pronto me encuentro jadeando, mi cuerpo envuelto en una
necesidad primitiva. Le deseo demasiado, mucho más que antes de
nuestro primer encuentro.
―Tenemos que encontrar una manera ―murmuro adivinando sus
pensamientos. Estamos rodeados de oídos demasiado sensibles y
él no rompería tan fácil su palabra. Lo malo de salir con un tipo
bueno y chapado a la antigua―. Podemos ir a Jaim…
―O puedo hablar con tus padres.
―¿De nuevo?
―Eso no fue hablar de verdad.
―¿Qué? ¿Exactamente de qué quieres hablar con mi padre?
―pregunto sin ocultar mi interés.
―Te quiero por entero, Lena y quiero que ellos lo sepan.
―Lo saben.
―Me refiero a algo más serio. Sé que eres joven y es pronto para
considerarlo…
―Sí quiero.
―No he dicho...
―Eres demasiado recto y franco como para contenerte. Quieres
que formemos más que una pareja, ¿no?
―Sí.
―Vaya.
―No deberías lucir tan emocionada.
―No es eso. Es que tengo la impresión de que sigues dudando.
―No quiero que te arrepientas.
―Digas lo que digas, ni los años ni nada harán que mis
sentimientos por ti cambien, ya deberías saberlo. Un vampiro ama
de por vida y por mis venas corre un poco de su sangre. ¿No puedo
tener algo de ello?
―Puedes.
―Entonces no hay nada que pensar. Seré tu mujer, cuando lo
digas. Podría ser ahora mismo. Aunque sinceramente, estoy muy
cansada.
Mis palabras le roban una tenue sonrisa.
―Definitivamente, no será ahora. Pero sí a corto plazo.
―Bien, porque no podré esperar mucho más ―admito
sonrojándome, ante el recuerdo de tus besos y toque.
―¿Segura?
―Completamente.
Y con esa declaración, sello mi destino, uno que perseguí durante
muchos años, en los que varias ocasiones estuve tentada a
rendirme, pero que afortunadamente, no lo hice. Amo a este
vampiro serio y poco expresivo, con un alto sentido de lealtad,
aunque a veces no se necesitan las palabras para hacer saber lo
que se siente por el ser amado.
Yohan (7)

Las últimas horas han sido una serie de altibajos, es como trepar
una montaña y volver a subirla una y otra vez. Randi está muerto,
murió protegiendo a los demás. O eso es lo que han dicho. Cierro
los ojos, permitiendo que el ahogamiento reclame mi consciencia y
cuerpo. No puedo pensar demasiado, creí que moriría o, peor, que
terminaría como una de esas cosas.
―¿Cómo te sientes? ―Me obligo a abrir los ojos y mirar a Xean,
que, cojeando un poco, se acerca a mi cama. Nos han instalado en
una amplia habitación. Desde luego que todos tenemos heridas,
algunas más graves que otras y debido a nuestra débil condición, no
estamos sanando tan rápido como deberíamos.
―Sobreviviré.
Me mira con curiosidad.
―¿Y la sangre? ―murmura mirando alrededor, comprobado que
no haya alguien cerca―. ¿Te sientes raro?
―Como siempre, quizá más cansado.
Ciertamente, después de estar a punto de morir, lo que esa chica
hizo fue increíble y extraño. Aún percibo el sabor de su sangre en mi
lengua. Había escuchado sobre lo que puede hacer la sangre de un
fundador, pero verlo y experimentarlo es muy distinto. Mis heridas
prácticamente han desaparecido, estoy débil y cansado, todos lo
estamos, pero no pareciera que fui herido y mordido. O que estuve a
nada de morir.
Él asiente pensativo.
―¿Qué haremos? ―inquiere, la incertidumbre reflejada en su
cara. Desde luego que la noticia de la muerte de Randi a todos nos
tiene desconcertados. No debía manejar las cosas por su cuenta,
tenía que esperar por ayuda. Estaba débil, herido. Fue un suicidio lo
que hizo.
―Lo que él quería.
―Pero…
―Nos trajo aquí por una razón. Tenemos que hacer que valga la
pena.
―Lo sé, pero… Todo es raro.
―Sabes cómo era, nunca daba explicaciones y nadie le podía
hacer cambiar de parecer, ni siquiera Eneth.
―Sí, pero… Sabe mal, que después de todo su esfuerzo, no
pueda disfrutarlo.
―Las cosas pasan por algo ―la suave voz de la médica nos
interrumpe―. Y ciertamente, carecería de sentido todas las cosas y
muertes que experimentaron, si no saben aprovechar esta
oportunidad.
―Uhm ―Xean la mira con desconfianza. Desde luego que
piensa lo mismo que yo, no ha dejado de estar sobre mí desde que
llegamos a este lugar―. ¿Necesitas algo?
Ella lo mira y luego a mí.
―Eso debería preguntarlo yo, pero me he asegurado de que
tengan lo necesario. Así que no.
―¿Qué pasa con el espacio? ¿Podemos tener un poco de
privacidad? ―Ella no se inmuta ante la clara indirecta.
―Él es mi responsabilidad, así que por esta noche me quedaré a
su lado. ―Eso nos sorprende, pero no explica más―. Y tú deberías
volver a tu cama y descansar. Por cierto, Dayna me pidió informarte
que su hijo ha nacido.
―¿Qué?
―Su parto se adelantó, pero tanto el niño como ella se encuentra
en perfecto estado. El doctor Koller se está haciendo cargo de ellos.
Le hemos colocado algunas vacunas necesarias y lo mismo
haremos con ustedes. Es indispensable comprobar su condición
antes de que interactúen con las personas de Jaim.
Intercambiamos miradas con Xean. Suponíamos que ordenarían
nuestra ubicación, entre otras cosas, pero suena un poco extraño.
Antes éramos los que velábamos por los demás, les proveíamos
alimentos.
―No tienen nada que temer, se espera que con ellos se
encuentren más cómodos, pero pueden quedarse en Cádiz, si lo
prefieren.
―Pensé que solo los vampiros podían vivir aquí.
Ella se encoge de hombros.
―Por el momento, su bienestar es lo primero. Aunque eso no me
corresponde a mí, después hablarán con el señor Danko o Regan.
Son de confianza.
Hay un intercambio de palabras, antes de que Xean finalmente se
retire a su cama y ella se acomode en la silla junto a mí. Sus ojos
tienen ese tono rojo intenso, su tez pálida la hace distinguir como
uno de ellos. Luce demasiado seria, correcta.
―Sé sincera ―digo enfrentándola―. ¿Por qué sigues aquí?
―Es mi trabajo.
―No se trata de eso.
Una de las comisuras de su boca se eleva, es un gesto tan
pequeño, pero lo noto.
―Me resultas interesante ―expresa sin más―. Tengo cierta
inclinación por los híbridos.
―No tengo idea de qué significa eso.
―Estoy segura que lo haces, pero descuida. No suelo morder
contra voluntad o sin autorización. ―Agita la mano, antes de
inclinarse sobre el borde de la camilla―. Por el momento, estoy
monitoreando tu progreso. He hecho esto con humanos, pero no
tengo idea de cómo reaccionarás a mi sangre.
―Gracias ―digo al ser consciente de que no he dicho lo
debido―. No solo por salvarme, por todo.
―Es un gusto y te aseguro que todos están disfrutando, hace
mucho no teníamos verdaderos pacientes que necesitaran de
nuestras habilidades. ―Asiento sin saber qué más decir―. Lamento
lo de Lena. Ella estaba destinada a él, mucho antes de que la
conocieras.
―Yo…
―Descuida. Estoy aquí.
Cierro los ojos, descolocado ante su actitud tan directa. No
necesita decir nada, me alegro por Lena y, sobre todo, ahora tengo
muchas otras cosas en qué enfocarme. Sin Randi, parte de la
responsabilidad recae en mí, especialmente el cuidado de los niños.
Alain (2)

―¡Un bebé! ―exclama con emoción, moviéndose de un lado a


otro―. Haros tendrá un bebé…
La miro reflexivo, por mucho que quiera ocultar su anhelo,
supongo que, tras ver a esos chicos, ha deseado tener un hijo.
―Podríamos hablar con Koller ―ofrezco, permaneciendo sobre
la cama―. Él dijo que haría un intento…
Ella sacude la mano, deteniéndose.
―Me gusta la idea, aunque no es del todo segura. ―Se
mordisquea el labio, antes de trepar a la cama y sentarse sobre mis
piernas―. Lo que estaba pensando ―deja en el aire la frase,
mirándome con atención.
―¿Qué has pensado?
―Esos chicos no tienen a nadie. ―La miro interrogante―. Sí, sé
que son grandes, pero necesitan a alguien que cuide de ellos, que
les dé cariño.
Mis manos sujetan sus muslos, que ante su posición han
quedado descubiertos.
―¿Tienes a alguien en mente? ―Su rostro se ilumina. Se inclina
para besarme antes de contestar.
―Las chicas, Ivy y Cesia.
―Ellas ―es lo único que puedo decir.
―Sí, parecen muy unidas, así que no tengo problemas con cuidar
de ambas. Hay mucha ropa bonita y cosas que puedo darles.
―Eh…
―Maquillaje y ya sabes, cosas de chicas.
―Creo que antes tendríamos que hablar con ellas. Quizá
prefieran quedarse con los suyos.
―Sí, sí, sé que es una opción. Armen lo dijo cuando le comenté.
―¿Le contaste?
―Quería saber si era factible antes de decirte.
―¿Y qué pasa con Uri? ―Su sonrisa crece.
―Ellas lo adoran. Piensa en esto ―murmura apoyando sus
manos en mi pecho―, tendríamos dos hijas lindas, una mascota y
muchos tíos gruñones por ahí para darnos lata.
No puedo evitarlo, sonrío, amando a esta impulsiva y alocada
mujer, que nunca deja de sorprenderme. Y por quien muero por ver
en su papel de madre, si con Lena fue como una, no puedo imaginar
cómo protegerá a esas niñas. Serán su vida y lo que falta para
completar su felicidad.
―Hagámoslo.
Celebra con un gritillo y con otra ronda de besos, que pronto me
hacen estar sobre ella, mi boca recorriendo su cuello, mis manos en
todos lados, mi nombre en sus labios. Estoy tan dentro de ella,
como ella en mi alma. Elina me dio no solo una oportunidad aquel
día, me dio la oportunidad de amarla y eso es algo que nunca dejaré
de agradecer. Vivo por ella, para hacerla feliz.
Airem (3)

Con el viento nocturno golpeando nuestros rostros y agitando


algunos mechones de mi pelo, observamos, desde lo alto de uno de
los tantos balcones que tiene la residencia Danko, Cádiz. Qué vista
desde aquí, luce impresionante e inusualmente tranquila. Algo que
podría engañar a muchos, ya que la llegada de los extraños ha
inquietado a los conservadores vampiros, pero desde luego nadie
les llevaría la contraria a los señores del lugar. Interesante y curioso.
―¿Y ahora? ―inquiero mirando a Josiah. Él se toma un instante,
antes de girar el rostro y encontrar mi mirada―. ¿Qué sigue?
―pregunto con auténtico interés.
―Protegerles ―su voz es firme, con ese toquecito ronco que
suele erizarme la piel y volverme loca, solo que este es uno de esos
momentos serios que suele mostrar con más frecuencia en las
últimas semanas.
Se ve cansado y no es para menos después de lo que he
escuchado y visto en mis padres, pero a pesar de todo eso, ha
querido encontrarse conmigo. Y yo necesitaba asegurarme de que
estaba bien, sin importar que sea uno de los más fuertes.
―Ahora ellos forman parte de nosotros.
―Muchos no estarán de acuerdo ―señalo lo obvio.
Se escoge de hombros, volviendo su atención a los múltiples
edificios que forman el lugar. Cádiz fue la tercera ciudad fundada
tras la Tercera Guerra y la única que prevaleció después del
enfrentamiento entre humanos y vampiros. Aquí residen los
vampiros fundadores y los subalternos, que en su mayoría se
dedican a tareas de mantenimiento o servicio y, desde luego, la
guardia. Conozco a pocos, suelen ser más reservados o
simplemente mirar a distancia.
―Muchos sabían que con mi llegada vendrían cambios, este será
el primero de ellos.
Sonrío de lado ante la desapasionada afirmación, que esconde
demasiado. Desde luego que nadie tendría el valor de enfrentarlo,
no con todos los que lo respaldan y lo que implicaría. Además,
tienen conocimiento de que él no posee ideas de aprovechar su
posición y no son tontos para perder los privilegios de los que
disfrutan.
―Y existe otro que te implica a ti. ―Enarco una ceja, mirándole
interrogante. Su mano toma la mía, tirando un poco, acercándome a
él―. Te necesitaré a mi lado.
Me toma por sorpresa y no lo puedo. Miro nuestras manos y su
expresión seria, determinada, como todo un fundador que es y el
vampiro con más poder en este momento.
Retiro mi mano y él me deja ir, su expresión inalterable, como si
esperara esto.
―No puedo dejar Jaim ―declaro con voz firme―, te lo dije.
Jaim es mi vida, siempre he querido protegerla y justamente
cuando Caden me ha ofrecido estar al frente de los guardias… Doy
un paso atrás, sin saber qué decir.
―Yo…
―Lo entiendo ―dice tranquilamente, dejando caer su mano
sobre la barandilla―. Es pronto.
Sacudo la cabeza.
―Quizá siempre sea pronto ―admito experimentando
confusión―. No quiero mudarme.
―Puedes ir y venir…
―¿Solo calentar tu cama? ―inquiero con cierto malestar―. ¿Es
eso lo que sugieres?
―Te ofrezco todo, pero estoy tratando de darte opciones.
―Josiah…
―Sabes lo que siento por ti, Airem. No es simplemente pasar el
tiempo o intimar o placer. Si fuera el caso, tendría a cualquiera.
―Y supongo que lo harás si no accedo a tu petición. ―Me mira
con disgusto.
―Una pena que tengas tan mala opinión de mí.
Me paso la mano por el rostro y niego. Estoy diciendo cosas que
realmente no quiero soltar.
―Sabes que no es así. Es solo… Me has tomado por sorpresa.
He visto toda mi vida ahí, en Jaim y aunque me importes, siento que
aquí no podría ser yo misma ―admito evitando mirarlo, mi vista
pasando más allá de los muros, viendo en la lejanía las pequeñas
luces de Jaim. Mi hogar―. Siempre he estado determinada a velar
por ellos.
No solo mis padres, mis amigos, mis conocidos.
―Puedes hacerlo estando aquí ―murmura con calma―. Sabes
que las decisiones tomadas desde Cádiz, siempre afectan a Jaim.
Además, si todo resulta, en un futuro no muy lejano, no habrá Cádiz
y Jaim, sino una misma ciudad.
Sí, eso es lo que todos desean, pero es complicado.
―No hay prisa ―finalmente dice ante mi silencio―. Por el
momento, tenemos que ajustarnos a los cambios y ver cómo
marcha todo.
―Te amo ―confieso mirándolo a los ojos―, pero no puedo
renunciar a lo que soy y lo que quiero.
―No esperaría eso de ti. ―Se mueve, tomando mi barbilla, antes
de depositar un suave beso en mis labios―. No serías Airem si no
defendieras lo que amas. ―Rodeo su cintura, aspirando su
aroma―. Hay tiempo y sabes que eres la única mujer para mí.
―Podría…
―El tiempo lo dirá. Por ahora me es suficiente saber que estoy
en tu corazón ―susurra mostrando un atisbo de sonrisa, que le
vuelve aún más atractivo.
Maldición. Podría nunca estar lista, aunque… por ahora es mejor
darnos un poco de tiempo.
Mai (4)

Las risas llenan los pasillos de la residencia, una sonrisa se dibuja


en mi rostro, esto me recuerda tanto a Jaim. Es curioso cómo
algunos pequeños parecen iluminar el lugar y cambiar el ánimo de
todos. Ellos están llenos de energía y de ganas de experimentar
todo, no se les puede culpar, nadie lo hace, todo lo contrario,
parecen dispuestos a hacer todo para complacerles.
―Esos pequeños no dejarán dormir a Siren ―escucho gruñir a
Haros, antes de que atraviese el corredor, en compañía de Edin.
―¿Tan pronto quejándote? Viene lo mejor.
―No es una queja, pero aún está recuperándose.
―Puedes llevarlo a la cúpula, ahí nadie interrumpirá su sueño.
―Disimulo una sonrisa. Esa habitación aislada, donde tuvimos
algunos de nuestros primeros encuentros. Y donde también
solíamos llevar a Josiah y Caden cuando eran bebés.
Qué rápido pasa el tiempo, ahora ambos son gobernantes de las
ciudades. Y pronto formarán su propia familia. Definitivamente, solía
estar equivocada, no necesitaba llenarme de hijos para ser feliz,
sino encontrar a la persona correcta y dar amor a mis pequeños.
―¿En qué piensas? ―inquiere Edin, abrazándome.
―En lo distinto que parece el lugar. ―Su frente se contrae
ligeramente, antes de sacudir la cabeza.
―No me lo recuerdes. Soy el primero en notar que ahora hay
movimiento y ruido.
―¿No te molesta?
―Algunos cambios son buenos.
Asiento, volviéndome para abrazarlo.
―Pronto ―digo apoyando mi mejilla en su pecho.
―Sí, pronto dejarán de existir muros. Quizá no pase mucho
tiempo antes de que volvamos a ser una sola sociedad.
―Me gustaría verlo.
Deposita un beso en mi pelo.
―Lo verás, te lo prometo. Llegará el día en que no existirán
clases, solo individuos viviendo en armonía.
Asiento, cerrando los ojos, escuchando los pequeños pies correr
y al mismo tiempo, el corazón del vampiro que más amo. Esto no es
el final, es el principio de algo mejor, algo que todos hemos
deseado, hace mucho, mucho tiempo.
Epílogo

Con extrema ternura besó sus párpados, robándole un profundo


suspiro. Sonrió, pasando las puntas de sus dedos por su mejilla.
Cada vez era más complicado detenerse y consumir la pasión que
le embargaba, pero quería hacer las cosas bien. Además, lo que
menos necesitaban eran más inquietudes, al menos por el
momento.
Elise abrió los ojos y lo miró, tan afectada como suponía que se
encontraba él. Ella era simplemente hermosa e inocente.
―¿Crees que Lena estará bien? ―susurró, aligerando la tensión
y devolviéndole un poco de control. Sí, aunque ella lo deseara del
mismo modo, prefería llevar las cosas con moderación, y en alguna
parte estaban sus hermanos y su padre.
―Seguro ―respondió reflexionando el actuar de su prima. Las
últimas semanas sus visitas a Jaim se habían aumentado y no era la
única que de pronto parecía tener tantos asuntos en la ciudad.
Contuvo una sonrisa, podía entender un poco de qué iba todo.
Con una casa llena de vampiros, sería difícil ocultar su intimidad.
Josiah no había comentado nada, pero era otro que solía tener
salidas en compañía de Airem.
Frunció el ceño. Lena no sería la única que pronto se
comprometiera, su hermano gemelo estaba tan enamorado como
ella y el tema de unirse a Airem ya había sido tocado en un par de
ocasiones.
Las cosas parecían ir con demasiada premura, pero ¿qué podía
saber él? Afortunadamente, gozaba de la autorización de los padres
de Elise y ella era tan moderada que las pequeñas sesiones de
besos y caricias bastaban, por el momento.
Habían trascurrido casi dos meses desde que los híbridos
llegaran a Cádiz y se exterminara a los impuros que trataban de
darles caza. Despegó los ojos de su amada y observó por la
ventana del viejo granero en dirección de Cádiz. Algunos híbridos
aún estaban instalados en la residencia de su padre, otros se
habían mudado a Jaim y parecían estar llevando las cosas con
mucha normalidad. No era de sorprender, eran buenas personas,
había visto sus pensamientos, el asombro de la vida tan pacifica
había hecho que sus ojos se llenaran de lágrimas. No solo por la
añoranza, sino por el recuerdo de quienes no pudieron conseguir un
vistazo.
Su integración había causado sorpresa tanto a vampiros como a
humanos, pero él lo veía como algo positivo. El señor Haros e Irina
ahora tenían un hijo a quien no dejaban solo en ningún instante. Lo
mismo ocurría con su tía Elina y Alain: habían adoptado a un par de
chicas, que se habían enamorado de su mascota. Algunos otros
niños optaron por permanecer con las pocas parejas que conocían.
Las risillas se escucharon cerca y la mujer debajo de él soltó un
profundo suspiro.
―Nos encontraron ―le hizo saber, a pesar de que sabía que ella
estaba enterada.
Rodó, ayudándole a sentarse y acomodar los botones de su
vestido.
―Ahora son peores ―suspiró resignada, pero a pesar de su
intento por lucir cansancio, encontró cariño en sus ojos. Ella amaba
a sus hermanos, que ahora eran tres. Ya que uno de los niños había
sido acogido por el señor Knut.
Al parecer habían conectado, ya que él era tan intrépido y
actuaba como un hombrecito.
―¿Están haciendo cosas sucias otra vez? ―preguntó el mayor
de los chicos, mientras el otro par trataba de contener sus risas.
Con fluidez y sin prisas se incorporó, ofreciéndole la mano.
Entonces, ambos pudieron vislumbrarlos, encontrándolos en la
entrada.
Agradecimientos

Agradecimientos especiales a Maty y las chicas del grupo de lectura, por apoyar siempre
mis locuras. También a Liz, por el maravilloso trabajo con Descendientes y ahora con
Linaje.
Sobre la autora

Isela Reyes es una autora mexicana, originaria del estado de Michoacán, que incursionó en
la novedosa plataforma de lectura y escritura: Wattpad, donde ha creado un sinfín de
amistades y en cuyo perfil se encuentran más de veinte historias de su pluma. Su libro, La
Donante (precuela de Descendientes), el primero de una saga vampírica y paranormal, fue
publicado bajo el sello de la Editorial Coral, contando con un número de seguidoras fieles
que esperan más historias de su mano.
Pueden encontrarla en cualquiera de sus redes sociales, con el mismo nombre.

You might also like