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La Invención Del Arte
La Invención Del Arte
LA REVOLUCIÓN
Si hasta antes del siglo XVIII, tanto músicos como pintores y escultores dependían de la
realeza, la iglesia y los aristócratas para su subsistencia, fue a partir de 1789 que el Estado
comenzó a subvencionar sus trabajos para ponerlos al servicio de los ideales
revolucionarios y con esto enaltecer la lucha. La burguesía fue otro elemento para
establecer la nueva dinámica del mercado del arte, donde la ausencia de un mecenazgo fijo
llevó a los artistas a trabajar en medio de la especulación y el tráfico de sus obras, donde la
mayoría de los estratos y clases de la sociedad estaban implicados. Fue en este contexto
que la figura del artista como genio independiente, en medio de la idea de su libertad
creativa.
Festivales Revolucionarios
Los líderes revolucionarios querían lograr erradicar las prácticas violentas como
cuando se exhiben cabezas ensangrentadas sobre mástiles o los violentos saqueos rurales
donde se colocaban carteles que decían “La deuda está saldada”.
En 1790 se lleva a cabo “La gran federación” en París, donde asistieron alrededor de
cinco mil soldados y la Guardia Nacional de Francia. Mientras tanto el mismo día se
celebraba distintos festivales en las provincias, como:
● Bézier - Baile para celebrar la cosecha del vino acompañados del ejército.
● Château-Porcien - La reina local de las chicas daba un discurso.
● Dénezé-sous-le-Lude - Una fogata en torno a un árbol.
En 1792 se celebraron dos festivales, uno liderado por el pintor David y otro por el
teórico de arte Quatremère de Quincy.
Tras la caída de Robespierre y el final del terror se produjo una reacción política,
social y artística. “El lujo surgió de las ruinas humeantes más atronadas que nunca. la
cultura de las bellas artes ha recuperado toda su lustre” Louis Sebastien Mercier.
La revolución y el museo
El conflicto entre el viejo sistema de arte y el nuevo sistema de las bellas artes tuvo un
dramático debate en torno a la creación de un museo nacional de arte en el palacio de
Louvre. Fue abierto en agosto de 1793 en una pequeña ala del palacio.
Fue durante el siglo XIII que la idea de bellas artes diferenciada de artesanía c omenzó a
ganar terreno y con ello, la idea del artista como una de las formas más elevadas de la
espiritualidad humana hacía frente a la figura del artesano, que poco a poco quedó
desplazado, incluso más con la llegada de la industrialización que supuso la revolución
industrial. Con este reino propio del que las bellas artes ya diferenciadas se fueron
reclamando, la Estética tuvo su lugar como una forma especial de contemplación que
superaba a cualquier otra experiencia que acaso la ciencia o la moral pudieran proveer. Las
bellas artes, en este transitar hacia su elevada diferenciación acabaron por agruparse en un
término que aludiera de la misma manera a esa superioridad de la que estaban hechas:
nació el concepto de Arte.
El poeta alemán, Heinrich Heine, ya hablaba del arte como un reino autónomo, en el que le
confería una importancia que iba más allá de toda condición mundana. Ya lo anuncia en uno
de sus textos donde él, ya exiliado en París, dice: “Todo lo pensable se está haciendo hoy en
Alemania por el arte, especialmente en Prusia. Los museos se iluminan con otros colores del
delicioso arte, las orquestas rugen, los bailarines dan los más encantadores saltitos de
entrechats, el público está encantado con las Noches Árabes de las novelas, y la crítica
teatral florece una vez más”.
Tal fue la separación y distanciamiento conceptual del Arte, que este desplazamiento
implicó un cambio igual de trascendente en su manera de instituirse. Así lo deja ver Ralph
Waldo Emerson en una de sus conferencias de 1836 donde se refiere al Arte como una
“parcela de la vida” paralela a la religión, la ciencia y la política.
De este cambio en las instituciones del Arte hizo gesto Franz Liszt en 1835 cuando propuso
la creación de un “museo” de las obras musicales en el Louvre, donde pudiera escucharse el
acervo musical que el Estado hubiese adquirido. A pesar de no concretarse esta idea de
Liszt, sí que tuvo su manera de expresarse en lo que la filósofa Lydia Goehr llama el “museo
imaginario de las obras musicales” que consiste en la aplicación del concepto de “obra” en
la elaboración de una colección histórica de los grandes músicos y sus creaciones, siempre
disponibles para su ejecución y el sustento de esta tradición. De la misma manera se
construyeron salas de concierto independientes y se conformaron orquestas sinfónicas
autónomas.
La música instrumental como nueva forma preferida para los apetitos estéticos del siglo XIII
tuvo un papel importante a la hora de comprender el sentido del Arte, pues luego de
separarse del contexto religioso y social, es decir, de su contexto útil, sufrió una
reivindicación en la que se estableció, para muchos artistas, como la manifestación más
“pura” del Arte.
La literatura, por otro lado, sufrió una transformación similar, pues fue en el mismo siglo
donde la “literatura de la imaginación” comenzó a separarse de la idea de “literatura en
general” ascendiendo de la misma manera que la música a un estatus particular y
diferenciado de cualquier otra actividad humana. La novela asimilada como forma de arte
tiene un papel importante en este período pues es en una inclinación hacia ella, que se hace
evidente el desuso de otras formas de la literatura en general como la prosa científica, el
sermón o la epístola.
Para las necesidades espirituales del siglo XIX, el Arte tenía un elevado potencial para suplir,
según Alfred de Vigny, la vetusta espiritualidad a través de la religión. En las cartas que
Gustave Flaubert envió a la poeta Louise Colet en 1853, esta idea se esgrime cuando le
escribe: “Amémonos mutuamente en el Arte del mismo modo que los místicos se amaban
en Dios”. Del lado de Inglaterra, Mathew Arnold hablaba de que la poesía bien podría
sustituir a la religión y filosofía, y en Norteamérica, el movimiento del trascendentalismo
canalizaba estos ideales a través de la literatura. No obstante, se trató de un proceso
gradual en el que autores como el mismo Flaubert o Baudelaire con Las flores del mal a ún
sufrieron persecución y censura por ser considerados como inmorales y ofender a la
religión.
Aunque pocos poetas o críticos defendieron la idea de la verdad trascendente del arte, hubo
un considerado sustento por parte de algunos filósofos idealistas, como el caso de F.W.J
Schelling que se refería al arte como una exteriorización del absoluto, o el de Hegel, que en
su definición de las tres formas del “espíritu absoluto” incluye al arte: “la tarea del Arte es
expresar las verdades más amplias del espíritu, desplegándolas sensiblemente”.
Durante esta reivindicación del arte como acceso directo a la espiritualidad, una disputa
entre la música y la poesía se dio para los teóricos románticos en tanto debatían sobre cuál
representaba la forma más pura del Arte. Por un lado, se encontraba Hegel apelando a la
poesía como la más próxima al espíritu que otros medios sensibles como el sonido, el color
o la piedra; Schopenhauer formó parte de los escritores que apelaron a la música, pues
encontraba en ella una expresión directa de la voluntad, aludiendo a su metafísica de la
voluntad. Por lo general, el argumento siempre encontrado para explicar la música como
una forma de supremacía frente a las demás formas artísticas era que ésta parecía la menos
mundana de todas las artes al estar desprovista de cualquier propósito que fuera más allá
de sus placeres intrínsecos. Esto refleja la idea de Walter Pater que decía: “Todo arte aspira
siempre a la condición de música”