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Marcelo Birmajer El ttinel de los pajaros muertos ALEAGUARA™ JUVENIL SERTE ROJA I EL CUMPLEANOS Acilio Dentolini cumplia doce afios, y por primera vez festejaria con sus compafieros de escuela. Habia llegado al colegio Piane un afio después que ‘eb resto de sus compafieros, en segunds grado. El pa- dre de Atilio asesoraba a empresas de distintas partes “del mundo en asumtos de negocios. Atilio, aunque na- cido en Buenos Alres, habla pasado los primeros afios _ desu infancia en Paris, mientras su padre viajaba de una punta a otra del planeta. Regresé a Buenos Aires a los siete afios, con su madre, luego de que sus padres se ci- vorciaran. Pero muy pronto ia madre, para ganarse la vi- da, comenz6 a trabajar como imeérprete, y recorria el mundo, cumpliendo con su tarea en congresos, conven- ciones y conferencias. Atilio quedé al cuidado de un tia - muda, aparentemente prima de su madre. O conocida. O'tal vez simplemence era una sefiora muda a la que la madre le habia pagado para que lo cuidara. No era la situacién ideal para entrar a un nuevo colegio, en segundo grado. En realidad, no era la situa- cién ideal en ningdm caso. Atilio pronunciaba muy mal MARCELO BIRMATER el castellano, con un dejo francés, que causaba la sorna de los compafieros menos agradables. El acento fran- cés, para los chicos malos del aula -dos, para ser mas precisos: Tenia y Bacone-, representaba debilidad y co- bardia. ¥ la convivencia con una tia muda no aceleré el cambio de acento. La madre pasaba a visitarlo dos o tres veces por afio. El padre, con suerte, una vez cada dos afios. Atilio y su tla muda -la tia Nera- vivian en un de- partamento de dos ambientes, en el cuarto piso, en ple- no barrio de Once. Especificamente sobre la calle Tu- cumdn, a tres cuadras del colegio, sobre la calle Tucumadn también. A la vuelta del colegio, sobre la calle Uriburu, habia una casa abandonada, Hn esa ca- sa habia vivido una mujer que confeccionaba ropa, con su marido camionero. No habian tenido hijes, pero compartian la casa con una docena de mani- quies, que la costurera uti bar sus vestides. El camionero solfa abandonar la ciudad rumbo a la costa atlantica para abastecer de comestibles a dis- tintos colegios e institutos de esa zona dei sur de la pro- vincia de Buenos Aires. Un dia no regres. Primero la gente del barrio pensé en um accidente. Pero pasaban los dias y no habia noticias. Algiin camién habia cho- cado por algiin lado, pero no era el del marido de la costurera, como todos llamaban a Ratil. A los quince dias encontraron el camién abando- nado, intacto, con las puertas abiertas, en un baldio del Once. Como un caballo que, habiendo perdido a su duefio, hubiera regresado solo al hogat. zaba para presentar y pro- EL TUNEL DE LOS PAJAROS MUERTOS Gladis, la costurera, parecié ser la primera en adli- vinar que Ratil ya no volveria, y no porque hhubtera su- © ftido un accidente ni porque se lo hubieran lievado los : extraterrestres -como solian hacer con los camioneros ssoladas— ni porque porterios, de noche, por las rutas io hubieran asesinado por una deuda de juego o para robarle, sino porque la habia abandonado. Al mes, Gladis confesé a algunos clientes que ati, algunas veces, la habia amenazade con marcha » ig 3 se yno volver nunca mas. Con el tiempo, lentamente, el camionero fue olvidade. La cara de Gladis no volvié a ser la misma; sus clientes decian que, de pasar tanto tiempo con maniquies, y ya sin nadie con quien hablar pot las noches, su boca habia cerrinado por imitar la extrafia expresiOn de sus muifiecas tamafio natural. Pe- ro seguia confeccionando una ropa estupenda y ofte- ciendo el mejor precio. Incluso comenzé a confeccio- nat y reparar ropa para hombres, le que munca habia hecho antes de ser abandonada. Las vecinas lo toma- ron por un buen signo: el deseo de conocer a un nuevo galan. Pero dos afios mds tarde, en una investigacién azuzada por la hermana de Radl, Carola, se descubrié que Giadis habia envenenado al marido. Todos los martes, cuando Ratil se marchaba, Gladis lo despedia con un beso y una vianda: algin sandwich, algtin refresco. Aquel martes, el beso y la vianca lo acom- pafiarfan al otro mundo. La propia Gladis habia segui- do, de incégnico, a su marido. Nadie sabia siquiera que supiera manejar. Habia aprendico, tan en secteto como habia preparado todo, simplemente para llevar a cabo 9 SVEARCELO BIRMAJER sti plan. Habia observado como su marido se detenia a comer y cémo luego se echaba en el asiento trasero del camién a hacer la siesta, de la que nunca despertaria. Sino hubiera habido una hermana interesada en saber ja verdad, lo més probable es que nunca habrian des- cubierto ala costurera asesina. camionero le llamé la atencién que ana ién de Radl. Ni que un rato poco habrian en- Aningtin ra al cay mujer se subi mas tarde el camién arrancara. Tat contrado nunca el cuerpo, de no sev por la porfia de Carola, En eso Gladis habia sido especialmente habil: Raul recibia a los clientes embalsamado, su cabeza cu- bierta por una mascara de papel maché, con tin simpa- tico sombrero de tango ladeado sobre la frente, tan ele- gante como cualquiera de los otros maniquies. Pero era el Gnico varén. A veces lucia un traje de alpaca; o. Cuando la policia des- otras, un saquito para el otot cubrié el cuerpo, Gladis sélo atina a decir: —Era la Gnica manera de que se quedara en casa. Se la [levaron esposada. La casa permanecié vacia: no se alquilé ni se ven- dié. Tampoco la destruyeron, De Gladis nunca mas nadie volvié a saber. Alguna vez escucharon que suftié un ataque de otra reclusa en la cdrcel, que Je habfan arrancado un diente a mano... Otros dudaban de que hubiese sobrevivido a ia triful- ca. Salvo para matar al marido, era una mujer bastante fragil. Para cuando Atilio egé al segundo grado del cole- gio Piane, la casa de la calle Uriburu Tlevaba diez afios abandonada. Una tarde de julio de aquel segundo grado, 10 EL TUNEL DE LOS PAJAROS MUERTOS dando ya habia llegacto el frio a Buenos Aires y oscurecia rempfano, Tenia y Bacone desafiaron a Atilio, que era tievo”, a visitar la casa abandonada, a la salida del colegio. Atilio tenia orden cle su tia Ge regresar directa- mente del colegio a su casa, sin desviarse ni una de las ties culadras. Tenia y Bacone lo acusaron de cobarce. : ‘ero Acilio era en realidad el unico que regresaba cami- “pando solo del colegio a casa a los siete amos. Indepencientemente de si Tenia y Bacone efectiva- mente visitaron la casa abandonaca aquella tarde, des- de entonces se burlaron de Aulio. Lo llamaban cobarde. Remedaban su acento fran- cés. Los demas compafieros no se sumaban a las bur- las, pero tampoco lo defendian, En su primer cumplea- Bos, Auilio se sentia tan alejado de todos que decidid no hacer ninguna fiesta. Su tia se la ofrecié, pero basté con que Atilio no respondiera para cerrar el didlogo. Atilio podia ser mas mudo que su tia cuando se lo pro- ponia. Se hizo costumbre que Atilic no celebrara su cum- pleafios, y campoco era invitado a los de sus compafie- tos. En sexto grado, Tenia y Bacone se olvidaron incla- so de burlarse de 1. Pero en séptimo grado fue la gran sorpresa: Acilio ibaa festejar su cumpleafios. jE] primer cumpleafios de Atilio! Repartié las tarjetas: unas tarjetas infantiles, con un payasito multicolor, que decian: “TE INVITO A MI ~ FIESTITA”. Aalgunos de los chicos les causé gracia y otras lo tomaron como una ironia cool. Sélo Tenia y Bacone il MARCELO BIRMAJER. consideraron, sin decirlo en publico, que se trataba de las tarjetas de un tarado que nunca habia crecido. Pero ellos no recibieron las suas. Era légico, Atilio, no los invitaba. Nia ellos les interesaba. Sin embargo, un de- talle vino a modificar este cesinterés. En realidad, era algo mas que un detalle. ©, en todo caso, eva un detalle muy significative. Ningiin chico del aula habia visicade nunca el de- partamento de Atilio, pero, por supuesto, después de pasar seis afios con él, sabian perfectamente que vivia en un edificio, a cres cuadras del colegio, sobre la calle Tucaman. No obsrante, la tarjeta indicaba como direc- cién la calle Uriburu. En la primera impresién, los alumnos no le dieron mayor importancia a este dato, pensando que tal vez se tratara de un nuevo salén de fiestas. Pero al salir del colegio, aquel mismo dfa y en dias sucesivos, compro- baron que ne habia ningGn nuevo salén de estas so- bre la calle Uriburu. Curiosamente, tardaron dos dias en comprobar que el salén de fiestas 0, pata decir toda la verdad, el lugar donde se celebraria el cumpleatfios, no eta sino la casa abandonada. Hubiera bastado con chequear la numeracion de la calle Uriburu impresa en Ja tarjeta con la numeracién de la casa para comprobarlo, Pero ningtin compafiero po- dria haber imaginado que se celebrara un cuunpleafios en la casa abandonada. Por otra patie, la chapa con la nume- tacién de la casa estaba completamente corroida por el oxido. Las ventanas estaban rotas. Las paredes, peor que descascaradas: como si estuvieran enfermas de una enfer- medad que, en un hombre, seria sarna o lepra. BL TUNEL DE LOS PALAROS MUERTOS “Se suponfa que la casa sélo estaba habitada por cas Y murciélagos. Hn cualquier caso, nadie habia nuiado alli desde que Gladis la abandonara, esposada, mas de quince afios arr As. _ Sify que se 10 pregur blaba; aclaré en un recreo: ~La casa est4 en orden. La preparé especialme para mi fiesta. Bs mi Gltimo cumpleafies come alumno del colegio, y nunca festejé ninguno. ee jes parece tina idea sensacional hacerlo en la casa a la que munca , Atilio, que sunca ha- : Ainguno de nosotros se animé a entrar? La respuesta de codo el alumnado fue un grito de adimiracién. Incluso hubo aplausos. También comen- “tatios de aprobacién. El “nuevo” Atilio era del agrado de todos. Hsta declaracién de Atilio, y la consiguiente aclamacion, ocurrié el jueves, y el festejo era el sdbado. -Sélo dos compafieros permanecieron silentes, los dos noinvitados. De hecho, ni siquiera alzaron la voz para “recordar, o fingir recordar, que ellos si se hablan atrevi- do'a ingresar a la casa, en segundo grado. Pero, en el siguiente recreo, Tenia se permitié dudar: —2Y cémo saben que los dejaran entrar? Le contesté Susana, la nifia mas bonita del aula: —Dice Atilio que su tia ha preparado todo. incluso el permiso de entrada. ~Y yo le creo —agregé Luisa, la mds simpatica. Atilio se habia vuelto, en una semana, el varén mas popular. Tenia y Bacone no lo pudieron suffit. Pero, como ya no tenian elementos para burlarse -Acilio, por esas - fechas, incluso hablaba sin acento francés~, cambiaron 13 MARCELO BIRMAJER de acticud, y tommaron el camino inverso, por el que suelen opcar los bravucones cuando se sienten perdi- dos: la stiplica. Primero buscaron a algtin compafiero que les hiciera de “correo” y sugiriera a Aciio que los ine vitara. Pero ninguno acepts. Tenia le propuso a Bacone que sus padres hablaran con la tia muda —que supo- nian no era sorda~ para pedir clemencia: no f que invitara a todo el aula menos a ellos dos. Hl padre de Bacone, a regafiadientes, aceptd, pero ni el jueves por la tarde ni durante el viernes pudo encontrar a la Ha Ne- ra. Cada tanto se la vela por la calle, en la verduleria o en la carnicesfa. Pero aquellos dos dias, ni noticias. Parecia que, ademas de muda, se hhubiera vaelro invisible. No te- nian el teléfono de Atilio y, aunque lo tuvieran, no po- dian esperar que la tia atendiera el reléfono. De modo que, llegado el sabado, los dos bravucones ala hora sefialada, emperifollados como acdos y perfurnacos, a se apersonal el resto de los alumnos, engor hablar personalmente con el pleafiero. —Queremos pedirte perdén —dijo Bacone. —En segundo grado fuimos muy tontos —siguid Tenia. —Y en tercero no aprendimos nada ~—se disculpé Bacone. —Hn cuarto, no sabiamos cémo parar —explicé Tenia. —Y en quinto no sé qué nos pasé —murmuré Bacone. —;Pero en sexto no te molestamos mas! ~—grité Tenia. ~Y hoy venimos a suplicarte que nos perdones y nos permitas ser, por primera vez, tus amigos —-recupe- r6 la calma Bacone. 14 LOS PAJAROS MUERTOS ~Perdén —corearon ambos al unisono. Atilio, por toda respuesta, les abrid la puerta y ontis. - Bacone miré a Tenia y, por un momento, incluso legaron a creerse sus pedidos de disculpa. Todos los demas alumnos ya estaban dentro de la casa. Atilio con un gesto de la mano, invité a p a Tenia ya Ba- cone; cerré la puerta tras ellos. Desapar La casa, por fuera, era tan ligubre como siempre. Pero era se habia esrnerado. ida ono, la tia por dentro parecia un salén especialmente disefiado para un cumpleafios. Atilio habia mantenide el tono “de cumpleafios infantil, y ya todos, incluyendo Tenia y Bacone, lo consideraban un gesto “retro” moderno mas que una desubicacién. La gigantesca mesa preparada en el medic del salén ptincipal fucia platos con papas fritas, chizitos, conitos salados, y vasos de gaseosa con dibujos de perros y osos de las peliculas infanciles. También habia gorritos en punta, silbates con serpentina y matracas. Las patedes, atin despintadas, rancias y himedas, estaban adornadas en lo alto con guirnaldas de papel crepé. Habia una in- coherencia wn poco tétrica entre los elementos del curn- pleafios y la casa gris y achacosa. Pero los alummos esta~ ban demasiado emocionados por festejar un cumpleafios alli adentro como para reparar en esa combinacién. Mu- “chos habian tenido que discutiz con sus padres para que los dejaran concurrir, Incluso a una de las chicas se lo habian prohibido. Pero de todos modos alli estaba: lue- go de mentir alos padres que el cumpleafios finalmente se haria en una pista de patinaje sobre hielo. 15 Marcelo BIrMAIBR Los presentes se consideraban increiblemente aforrunados. De aquel cumpleafios se hablaria duran- te afios, aun cuando dejaran de verse. Se lo contarfana sus niecos. Después de codo, era el aleimo afio que pa- sarian jintos. Atilio se comportaba como el perfecto anfitrién. Saludaba a uno, le servia gaseosa a otro, le indicaba a un cercero dénde estaba el bafio. No habia adalios, Ni siquiera la tia Nera. El propio Atilio se aparecié con el pastel de chocolate y la dejé en el medio de la mesa. Todos aplaucieron. —Silencio, por favor —pidid Atilio. Y se paré arri- ba de una silla—. Pueden comenzar a comer el pastel —anuncid, Habia cuchillos, cucharitas y servilletas, de modo ién. Los cuchillos teniar que cada cual se eligié su por el logo del osite Winnie Pool; las servi estampadas con Barbi, y las cucharicas eran la silueta de Cruella De Vil. —Sélo una cosa mas —agregdé Atilio, cuando todos estuvieron con las bocas llenas—: como estamos en la casa de la envenenadora, es légico que al menos un tro- zo de pastel esté envenenado. La suerte es loca: al que le toca, le roca. Un silencio desconocido inundé la vieja casa abandonada. De pronto, del primero al ultimo de los alumnos repararon en el contraste entre las chuche- rias infantiles del cumpleafios y la casa donde vivia la costurera que habia asesinado a su marido. Los peda- zos de pastel quedaron stibitamente detenidos en sus bocas, que dejaron de segregar saliva, como si alguien los etas estaban 16 IMEL DE LOS PAJAROS MUERTOS abiera detenido en el tiempo con el botén de pausa. Los rae cenian ya el pastel descendiendo por la garganta, lo egurgicaron y lo escuipieron discretamente en la serville- a, haciendo lnego un bollo que dejaron caer bajo la mesa. © Atilio estallé en una carcajada. La sorpresa superd neluso la provocada por el comentario, puesto que -qvanca nadie antes lo habia escuchade reir. —jEva una bromal —geité Atilio, como wu conta- "dor de chistes que se ovacionara a si mismo. Y¥ ya no cabia dada de que aquella era la mejor fies- ta de los siete afios que habian compartido, con esa ‘broma macabra espectacular, que los habia dejado pa- lidos y temblorosos. Ahora disfrutaban mas el pastel, que de por si estaba exquisito. /. -Lo que en ningtin cumpleafios puede faltar —si- guid con las presentaciones Atilio— es un mago. Yen el medio del salén, como corporizado por las palabras del cumpleamero, aparecié un extrafic mago, tiznado el rostro de negro, con una galera, capa y levita _de show. —Les presento a Baltasar —completé Atilio. Los cumpleafios habian dejado de contar con ma- gos desde cuarco grado, y al verlo aparecer una réfaga de inelancolia sacudié los corazones de los invitados. Era cierto que marchaban hacia la adolescencia, pero atin no dejaban de ser mifios y, antes de entregarse de lleno a las — discotecas y la vida nocturna, gpor qué no despedirse de _ Tanifiez en toda regla, con un mago, un pastel, papas fri- tas? ;Con un cumpleatios de verdad! Ei mago sonrié ampliamente. Los dientes relucie- ron en el rostro tiznado de negro, pero no eran blancos 17 MARCELO BiRMAJER sino amarillencos, relucian al modo de un tubo fuo- iescente, de noche, en la sala de espera de un hospital. ¥ en el medio de la dentacdara, vistosamente, habia un cuadracio vacio. —jHey! —grité Tenia, envalentonado por la broma macabra que se habia permitide Atilio—. Este mago no debe de ser muy poderoso: jno logré hacer aparecer el diente que le falta! Nadie se rio del chiste. Tenia habia perdido todos sus puntos. Pero Atilio le contested, con un tono ele- gante y contenido: —Lo lamento, Tenia. El mago es realmente muy eficaz. Pero sélo lo contraté para que haga desaparecer cosas, no para que Jas haga aparecer. Se hizo una brevisima pausa, y ei mismo Atilio grite: —j Que comience la funcién! —Voy a necesitar un voluntario —-dijo el mago. ¥ se quité la capa. La voz del mago quedé flotando en el aire de la ca- sa abandonada. Nadie se atrevid a contestar. Bra una voz marchita y a la vez firme. Como una planta seca que sin embargo permanece de pie cuando todas las demas, mucho mds saludables, han caido. Una planta que se hubiera acostumbrado a vivir sin agua y hubiera cambiado la belleza y la fragilidad por la amargura y la supervivencia. Bacone levanté fa mano. El mago se apresuto 3 a aceptar al voluntario, Los alumnos estaban tan fas nados, incluso atemorizados, por el mago, que no fue- ron capaces de dlistinguir si Bacone levantaba la mano pata presentarse como voluntario o por algtin otro 18 EL TUNEL DE LOS PAJAROS MUERTOS motivo. Pero... gpor qué otro motivo podria levantar la mano? gPara qué? :Qué casualidad podria reunir el gesto de levantar la mano cuando el mago pedia un voluntario, con un motivo que no fuera exactamente ese? Habria hecho falta ver a Bacone levarse la otra mano a la barriga para suponer otra cosa. Habria sido necesario que alguien, alguien que no fuera Atilio, al ode Bacone una mueca de menos, descifrara en el ro. dolor, un rictus; para intuir, adivinar, sospechar, que esa mano levantada era en realidad un pedido de ayu- da, motivado, quiza, por un dolor feroz, como una ré- faga de espinas, en el estémago. Pero todas las miraclas estaban clavacias en el rostro tizmado de negro del ma- go, tiznado como el de un nifio mal maquillado ha- ciendo de moreno en un acto escolar. Si fuera posible ver un sonido, podriamos decir que los ojos de los alumnos se habian quedado colga- dos de la voz del mago, una voz que parecia haber per- manecido enterrada durante siglos y emergia con una potencia aterradera, en un volumen que, sin ser alto, no era de este mundo. El diente que le faltaba entre medio de la dentacura amarilla: una cerradura que de- jaba ver una noche interminable. No habia terminado de levantar la mano Bacone cuando el mago lo cubrié con su capa. Y, en cuanto la retiré, Bacone faltaba. Todos aplaudieron. El mago, a modo de reverencia, dejé la capa sobre la mesa. —Antes de que aparezca Bacone --dijo el mago—, necesito otro voluntario. 19 “oa MARCELO BIRMAJER A nadie se le ocurrid preguntar c6mo conocia el apellido del compafiero, ¢C6mo podia saber el mago que se apellidaba Bacone el voluntario? Bueno, tal vez era un mago de los de antes, de los que también son prestidigizadores, escapistas y adivinos... Retiré la capa de la mesa y, bajo la capa, aparecié un atatid. El mago lo abrié y dijo: ~sQuién se anima a que lo corte en dos? ~—jEs tu tial —grité Tenia. Bacone no aparecia. —-¢Quién? —dijo Auilio, impostando sorpresa en la voz. Tenia no habia quitado ni por un segundo la m vada de la cara del mago. Aun ada, y con la galera, algo habia desarado en Tenia la intuicién. Quiza la voz, tan estrambética. O un gesto. No se podia saber, Pero algo dentro de él lo habia hecho gritar aquel ab- surdo. imposible —dijo con toda tranquilidad. Atilio—. Mi tla es muda. Y, acdemds, se fue a visitar a unos pa- rientes. Vuelve recién el lunes. —éQué? 2Te dejd solo? —lo desafié Tenia. —Ab —respondié Atilio—. Estar solo es algo que aprendi en segundo grado. Creo que es lo tinico que pue- do decir que aprendi a la perfeccion. Bacon seguia sin aparecer. ~Yo acepto ser el voluntaric con una condicién —porhé Tenia, Tanto el mago como Atilio hicieron el hospitala- rio gesto de invitarlo a hablar. ~Después del truco, que el mago se limpie la cara y se quite la galera. 20 BL TUNEL DE LOS PAJAROS MUBRTOS —¢¥ eso para qué? —replicé cou calma Atilio. —Simplemence quiero que se sepa que es tu tia, y que no es mada, —Le puedo as - que no soy la tia de este sefior, —Ese es mi trato —se empacé Tenia. Ei mago y el cumpleafiero aceptarom con wn asen- gurar —dijo el mago con su voz ras- timiento de cabeza. Tenia se subié convencido atatid. Estaba preparado para que la cabeza y los pies quedatan por fuera ~Menos mal —fue lo ultimo que dijo Tenia—, porque soy claustrofébico. e algiin lado aparecié un hacha, y el mago corté el atatid al medio. De un lacio quedaron Jos pies, y del otro la cabeza, como siempre en estos trucos. Pero el stibivo cambio de color del rostro de Tenia, de rosado a un amarillo pdlido, un poco mds aguado que el color de los dientes del mago, no era algo habitual de ver, ni a mesa y entré al em estos trucos ni en ninguna otra citcunstancia. éChorreaba algo bajo el ataid? No pudieron discernir- lo: se corté la luz. Estar a oscuras en aquella casa no era lo mismo que jugar al cuarto oscuro en la propia. Una de las chi- cas pegé un alarido. Los varones intentaban contener- se, y buscar la salida, o una rendija por donde se cola- ta luz. Pero, en cuanto comenzaron a oler humo, se sumaron al alarido femenino. Estaban chocandose en- tre ellos cuando asomé Ia primera Hamarada. Venfa de! fondo, del salén de costura, donde la policia habia en- contrado el maniqui de Raul. 21 MarceLo Birm. Se abrié la puerta de entrada, Los chicos escapa- cer. Tam- ron en estampicda. Bacone segitia sin apare bién faltaba Tenia. Al dia siguiente, la casa no era sino una extendida superficie de cenizas, con pedazos de cernento como ruinas, aqui y alla, Enel Once numca mas se supo del mago ni de Arilio. Ni de la tia Nera. Tampoco de Te Con los afios, comenzaron a tejerse hipstesis. Una aseveraba que Nera y Atilio habian conspirado juntos. Ctra sugeria que el mago no era Nera, sino Gladis, la cos- turera asesina, ¢Bn qué se basaba esta versién? En la pe- fa sobrevivido, Gladis habia ni de Bacone, lea en prisién, a perdido un diente. Siernpre segtin esta versién, la tia que Nera habia concurrido al presidio, y se las habla arre- glado para intercambiar identidades con Gladis, quien habia salido libre para ejecutar la venganza de A mientras Nera ocupaba su lugar en la ceida, disfrazada qulén sabe cOmo o con qué engafio. Igual que habia logrado envenenar a su marido, y lo habia seguido, sabiendo en qué momento se detendria a comer; también hab{a sabido manipular a Tenia para que aceptara encerrarse en el atatid. Y, por supuesto, envene- nar convenientemente a Bacone con la racién exacta. Una tercera versién proponia que Gladis y Nera eran la misma persona. Que la eficiente costurera con- fecciond un nueva modelo de su rostro y, sintiéndose impune, habia vuelto al barrio de su caida, con la tini- ca precaucién de ocultar su voz. A ser nuevamente el ama de casa del hogar del veneno. La anfitriona de la casa de la muerte. Ho; 22 UNEL DE LOS PAJAROS MUEP Para la policia, y solo se traté de um incendio. Posiblemenre Tenia y Bacone hubieran muerto en ese siniestro. Una casa. ala gente sensaca del barrio, abandonada hacia mas de quince afies, con las instala- ciones elgetricas en mal esvaco, sin matafuegos, no era el lugar adecuado para festejar un curnpleafios. 23 rf ELINSTITUTO Si bien nunca nadie mas supo de Atilio Dentolini por el barrio de Once, aparecié por el instituro Baldesa log o tres afios después. El insticuco Baldesarre estaba lejos de cualquier la- Casi en otra dimension. No se trataba de una distan- geografica, Se alzaba en la localidad de Garro: mas cet- ca de fa Capital Federal que, por ejemplo, Mar de las Patipas. Pero, mientras que Mar de las Pampas era un se- ecto destino turistico, nadie mas que los docentes, no docetites y alunos conocian Garro y el instituto. Elmar no llegaba a Garro. Hacia una extrafia finta y ontinuaba bordeando los centros turisticos. Como casi _ todas las personas normales, esquivaba la localidad. Garro era una ciudad costera seca. ¥ lo que en las tras ciudades tenia su encanto ~el clima frio de la noche, el paisaje agreste, el viento-, en Garro resalta- a el Animo depresivo de ia ciudad. De haber llegado el mar, posiblemente el insticuro no habria prospera- do. Eran una institucién y un edificio que se alimen- aban de depresién. En una ciudad algo mas viva, con 25 MARCELO BIRMAJER imds movimiento, o mds conocida, se habria derrumba- do. Para cerrat el cuadro, a una calle de tierra del insticu- rsiones clausurado. La calle de to yacia un parque de dive tierra, de dos metros de ancho y cinco kilémetros de lar- go, era una frontera sin vallas, que separaba el insticato del parque de diversiones. El institato tenia doscientos afios cle vida, y habia visto surgir y perecer al parque. Hl parque se habia cons- cruido en 19SS, y comenzd con sdlo dos juegos mecdr cos: una gigantesca montafia rusa y las sombrillas verti- ginosas; arnbas atracciones rodeadas de varios puestos de kermés: tiro al blanco, voltear mufiecos a pelotazos, Wenarle de agua la panza al payaso de gama, dardos con- tra globos y cerbatanas que debian impactar en ciervos de metal que se deslizaban por una cinta corrediza. En 1960 se ineorporé el iaberinto de cristal, y aiio tras afio as tazas giratorias, el fueron sumandose otros artifich tren fantasma, el Conga y el Mazterhorn. Nadie sabia de donde venian los clientes. Pero, los que llegaban, iban exclusivamente al parque: jamds inter- cambiaban una palabra con los alummnos o profesores del instituto. Como sila calle de tierra separara dos mundos incomunicables. El resto de la ciudad estaba vacia y desierca. Hasta el instituto sélo Negaba un camién; incidentalmente, du- rance decenas de afios, conducido por Rail, el marido de Gladis. Y, cuando Ratil murid, cada mes llegaba otro ca- mionero, siempre andénimo, sin interés en darse a cono- cer ni conocer a nadie. HI parque habfa sido un reftesco para los alurmnos, aunque no les permitian usarlo. Sélo hubieran podido tL TUNEL DE LOS PAIAROS MUERTOS probar los juegos los domingos, acompafiados de stis pa- a. Pero lamentablemente dtes, dutante el horario de vi ‘el parque cerraba los domingos. De modo que el refresco era solo para la vista: los alumanos del Baldesarre f ~ chando come nifios de localidades desconocidas monta- podian solazarse viendo y escu- ban en las sombrillas vertiginosas, hacian girar las tazas 9 soltaban alaridos en la montafia rusa. También llega- ban a sus ofdos las leyendas del parque: por ejemplo, la del nific que se habia perdido en el laberinto de cristal yal que nunca mas habjan encontrado. Aun insatisfac- torio, al menos era algo mas para ver que no fuera la lontananza y esa mezcla que no era ni Herra ni arena y se metia por los ofdes y las fosas nasales. Clazo que un parque de diversiones a dos metros de distancia era una tentacion dificil de soslayar. Tal vez, de no haber roto las reglas, el parque habsia durado otros tantos afios, y los alumnos hab ontinuado entrete- niéndose en los reereos, espiando y escuchando como sh a se divertian los demds. Pero, una noche cualquiera, Lucas, uno de los dos gemelos Baden, atravesé la franja de tierra que, sin ningtin impedimento fisico, separaba la diversion de la obligacién. Pagé los boletos y visitd las muy distintas atracciones del parque. El tltirmo cliver- timento fueron las sombrillas vertiginosas. Fue el ulti- mo divertimento de su vida, La sombrilla se despren- dio de su eje y chocé contra una de las columnas de luz. El parque fie inmediatamente clausurado, El director del instituto Baldesarre nunca habia so- portado el parque enfrente. Le molestaban los gritos y las escenas de los jévenes juganido, fuente de distraccién 27 MARCELO BIRMAJER para sus alummos, y el permariente foco de tentacién que el parque represencaba, Lo que las malas lenguas sugerian era que el propio Mario Lezpe, el director, ha- bia aflojade una de las sombrillas vertiginosas, con la ilusion de que aquello acabara de una vez por todas, tras tantos afies de continua molestia. Después de to- do, podia argumentar Mario Lezpe, el instituto habia llegado primero, por més de un siglo, a aguel y no. Pero si realmente se habia tratado de un plan demen- cial de Lezpe, nunca imaging que la victima seria un alumno del Baldesarre. Vale decir, que matatia a unos de sus chicos, Bl parque cerr6, pero junto con el parque se marché también Lezpe, responsable, como director del colegio, de? alumno que habia failecido. (No obstance, antes de marcharse, Lezpe advirtié a los alumnos: “Yo me voy, pe- ro al menos les ha quedado claro lo que ocurre cuando se desobedecen las zeglas”). De algtin modo, el triunfo fue del parque: porque, mientras Lezpe debié marcharse de Gatro, y de la docen- cia, por el resto de su vida (que no fue mucho mas larga), el parque, aunque desactivado, permanecié en su sitio. Desierto e inanimade, pero en ef misino sitio. Los jue- gos, apagados, persistian, Cuando el viento arreciaba, podia escucharse el chirriar de una de las sombtillas, siempre el mismo chirrido desafinado e irritante, como de un pajaro moribundo, como invitando a algtin otro incauto a que la montara. Con el correr de los aitos, muchos de los internos que habian visto el parque en funcionamiento egresaron y.se fueron para siempre. Y los nuevos que ingresaban, si 28 SLDE LOS PATAROS MUERT OS ba Ja versién de la muerce de Baden en bien a todos lle: la sombrilla vertiginosa, no hubieran apostado su dia de visita a que el parque habia funcionado alguna vez. Si bien am cursaban en el Baldesarre los muchachos de la. edad de Baden y su gemelo Matias; ellos no hacian el me- nor esfuerzo por desmenti la idea de que tal vez el par- an muchos que bubiera nacido abandonado, como cre de los chicos que alli vivian. Un anciano, que tenia prohibida la entrada, cada tanto se aparecia a engrasar una sombrilla, pero los guardias del Balclesarre lo echaban a gritos y, cuando hacia falta, a piedrazos. Se decia que era el antiguo cui- dador de las sombrillas funescas. Los alumnos tenian prohibide hablarle. ¥ en lo referente al parque, aun sin saber si alguna vez habia funcionado, preferian no vio- lar Jas reglas, Los alurnnos del Baldesarre eran internes, o interna- dos. Vale decir que vivian en el instituro, en pabellones compartidos, en cuartos de a cinco, de a cuatro, o en ha- bitaciones individuales, segtin las jerarquias, el compor- tamiento o las notas. Se Hlamaban a si mismos “Huérfa- nos con padres”. Porque, si bien aquello ne era un orfanato, habitaban alli porque los padres habian queti- do sacarselos de encima. El clima, la desolacién, el color de Garro, acompafiaban esta conviccién. Casi siempre hacia {rio y soplaba agresivamente el viento. Y, cuando hacia calor, era un calor desesperante, como estar dentro de un borne, pero que no cambiaba el color gris metali- co, opaco, sin brillo, que atenazaba la vida de los internos desde que amanecia hasta que oscurecia. Era un ambien- te que invitaba a no saber si se estaba vivo o muerto, en la MARCELO BIRMAJER Tierra o el Infierno, y donde muchas veces se dejaban sin tesolver los misterios més acuciantes, por falta de enet- gia, por falta de interés, porque si. Por ejemplo, el ingreso de Atilio Dentolini. Ni los del curso de Baden recordaban si habia legado antes o después de la clausura del parque. Corrid como por un teléfone descompuesto la noticia de que Dentolon: tenia al menos dieciséis afios. Y, sin embargo, lo deja- ron en primer afio como si tuviera rece. Al afio si- guiente continuaba en primer afio y su apariencia no habia cambiado. Tanto los de primer afio como los de los afios subsiguientes sabian que de primero a se- gundo comenzaba a crecer la barba; el cuerpo, por poco que fuera, se desarrollaba; se ensanchaban las espaldas, aparecian granos en la frente y en la cara. Pero Dentolini permanecia exactamente igual al dia en que habia llegado, y no pasaba de primero a se- gundo. Beak, de tercer afi, propuso que, por moti- yos que ignoraban, Dentolini no cumplia afios. Por cizcunstancies desconocicdas, a los trece afios habia dejado de crecer. El propio Atilio] metiera em sus cosas, y Beak, que era creativo pero no molesto ni esttipido, atendié la recomendacion. recomendé que se 30 iu UN MUERTGO INQUIETO Lucas Baden, el gemelo que viold las reglas y entré al parque de diversiones, murié a los trece afios. Los pa- dres simplemente enviaron un telegrama, pidiendo a las autoridades del colegio que lo enterraran del modo mas discreto posible. El entierro fue a las seis de la ma~ fiana. No tenia amigos y Matias, su hermano gemelo, se quedé dormido. De modo que el Unico asistente a su io, el portero, enticrro fue su enterrador, el viejo Torib mecanice y ordenanza general del Instituto Baldesarre. Solo una placa de bronce, empotrada en el suelo, sobre la parcela de tierra donde habia sido enterrado, justo en el Limite entre el instituto y el parque clausurado, recordaba que alguna vez habia existido Lucas Baden, Aunque el parque estaba clausurado, sus juegos va- cios no dejaban de ser una poderosa atraccién para los alumnos; pero la placa de Lucas Baden, muerto ert la sombiilla vertiginosa, era la mejor advertencia, mucho més poderosa que un alambrado, para aquellos que qui- sieran violar las reglas. Habia alumnos que caminaban, tres kilémetros para alejarse io suficiente de la placa 31 | MARCELO BirMaer “del muerto, para atravesar los dos metros y medio de ancho sin tener que pisar cl nombre del rebelde fracasa- do. Pero, por donde quiera que un alumno quisiera cruzar del instituto al parque clausurado, allf aparecia la plac Tal vez por temor, o por hastio, alguien se en- cargé de hacer desaparecer la placa. Aparenternente, Matias Baden fue el primero en intentar cruzar la fron- tera entre el insticuto y el parque, en cuanto desapare- cié la placa de su gemelo muerto. Pero los compatie- ros de habitacién -los tres restantes, luego de la muerte de Lucas- lo encontraron esa misma noche. Yemblaba y lloraba sin lagrimas. —Me agarrs el ple —-decia con sollozos secos, en- trecortados—, Cuando tracé de pasar, me agarré el pie. Durante varios meses basté ese testimonio para que, aun sin placa, nadie se atreviera a cruzar. Todo el mundo sabla que, en algtin punto, a lo largo de esa fron- tera de cinco kilémetros de largo por dos metros y me- dio de ancho, yacia enterrado el cuerpo de Lucas Baden. De todos modos legé el dia en que un grupo de internos, con animos de sentirse audaces, fue a consul- tara Atilio Dentolini sobre como atravesar la frontera entre el Baldesarre y el parque. Atilic Dencolini, el alumno que ao cumplia afios, se habia transformado en una celebridad. Pasaba los recreos solo, bajo el sol, sin jugar ni conversar con sus compafieros de division, ni con los de las divisiones ma- yores. Siempre compartia el primer afio con una oleada de alumnos nuevos, y conocia como compafieros a la mayoria de los alumnos de los cursos mayores, puesto 32 BL DE LOS PAJAROS MUERTOS que todos los afios repetia primer afio. Niel director ai los profesores lo incomodaban al respecto. La version era que Lezpe, antes del terrible desenlace de Lucas Baden y la sombrilla vertiginosa, habia intentado es- cribir una carta alos padres de Dentolini, donde quie- ra que estuvieran, para manifestarles su preocupacién por las continuas repeticiones de Atilio. Pero el dia anterior a que enviara ia carta suce- did el accid dé en el cajén del escritorio de Lezpe. Apenas Lezpe fue expulsaclo de su puesto, Enrico Fineo, el pr de geografia, asumié interinamente la d Baldesarre. Fineo tard6 una semana en encontrar le carta escri- tay nunca enviada por Lezpe, ya que el dia en que abrié por primera vez el cajén sallé de este una rata que le mordié la mano. Nunca antes se habia escuchado de la ncia de ratas en y punca mds se vol. re en el que murié Baden. La carta que- ex. lesarr vid a escuchar después. Fineo maté a la rata a pisotones y sélo después, con la suela de los zapatos sucia de esa pulpa roja y gri- sdcea, descubrié que el animal se habia quedado con uno de sus dedos entre los dientes. Desde entonces, los alumnos murmuraban: “Fineo sin un dedo”. El cajon fue retirado por Marita, la sefiora de la apieza, pulcramente limpiado, sin quitar ni agregar nada de lo que contenia, y devuelto al escritorio. De todos modos, Fineo no se animé a abrirlo hasta una i Ly semana mas tarde. 33 MARCELO BIRMAER. En cuanto logré sobreponerse al miedo, revisé el ca- jon de su predecesor y encontré el sobre con la direcci6n de la calle Tucumdn, listo para ser enviacio a los padres de Dentolini. Seguramente por la accion de la rata, el so- bre aparecia mordisqueado y sucio. Fineo intenté abrirlo con un abrecartas, pero el deco falrante y el vendaje se lo hicieron dificil, Hl resultaco fue que rompié el papel con el mensaje escrito por Lezpe. Lo pegd, aunque no se tet- minaba de entender, e intenté reproducirio para enviar- lo, Pero no le resultaba ficil Las palabras que descifraba por la mafiana de una manera cambiaban por la tarde. Decidié no copiar la carta textualmente, sino su conteni- do: informar a los padres de Dentolini que hacia afios que este no pasaba de primer afio. La tarde del dia en que terminé la carta y se la en- treg6 a Toribio para que la Hevara al correo de Mar del Plata, Fineo se volvié loco. Primero dio una clase de geo- grafia donde explicé que existia otra mitad de la Tierra, que nadie habia descubierto, a la que él pertenecia, yen donde estaba su dedo, Anuncié que irfa a reumirse con sudedo. Luego intenté morderse el dedo que no cenia, y acabé arrastréndose por el suelo, entre los alumnos, buscando el dedo entre los pupitres, mientras echaba espuma por la boca. Debieron Llevarselo al Manicomio de Mar Serena, a unos cuarenta minutos de distancia. Toribio envié la carta de todos modos, pero la detuvie- ron en el correo: en el interior del sobre, de modo inex- plicable, aparecié el dedo tieso y desangrado, como un pan rancio. La carta nunca legé a destino, Paraddjicamente, el hecho de que Dentolini repi- Gera todos los afios primer afio no lo convertia en el 34 BL TUNEL DE LOS PAJAROS MUE muchacho tonto del insticuto, sino, por el contrario, en. el poseedor ce un extrafio prestigio de sablo. Atilio Dencolini no crecia, pero parecia mirar el mundo con la precisi6n de un viejo que nunca hubiera nacido y que poreso mismo nunca iba a morir. Si bien ningtin compafiero sabia su edad, s bian que Denrolini era la persona mas indicada para pedirle consejo con respecto a fronteras, reglas, ver- dades y mentiras del Instituto Baldesarre. Algunos lo jlamaban Ei Inmortal. Orros, El Derenido. Nadie le Habia, por supuesto, muchachos Sa- decia “repetidor”. contos en el Baldesarre, como en todas partes. Pero ninguno tan tonto como para llamar a Dentolini re- petidor. El grupo de alumnos de quinto afio, Covagliato, Peraza y Gerban, liderados por Esteban Macciole, fue a consultar a Dentolini con respecto a cémo eludir el fantasma de Lucas Baclen: querian escaparse del instituto de noche y colarse en el parque clausurado. Covagliato, Peraza y Gerban compartian habitacién con el gemelo sobreviviente, Matias Baden. —No Io hagan —fue la primera respuesta de Atilio. El resto del grupo se resigné a obedecer esta pri- mera sugerencia; pero Macciole, obsesionado con el parque, preferia motir 0 volverse loco antes que pa- sar las noches en el instituto, anhelando los juegos oxidados y la oscuridad misteriosa del otro lado de la frontera, a apenas dos metros y medio. ~Mi padre me envia todos los domingos una ca- ja de chocolates franceses. Te los entregaré a partir del préximo domingo, sin tocarlos, si me aconsejas ua am MARCELO BIRMAJER “acerca de cémo escaparme del instituto y entrar al parque. Dicen que fue la primera vez en afios que la exe sion de Dentolini cambid. Paso de esa extrafa mueca placida y detenida con la que comaba sol a solas en el pacio del institute, 4 wna esp cle de cara de avidez 0 co- dicia; en cualquier caso, pasd, de ser la cara de un alum- no sin edad, a ser la cara de un nino interesado por un saber regalo de cumpleafies. Incluso los que dice no saben si su cara cambié porque por primera vez en afios le ofrecian un regalo (ni siquiera el dia desu Gnico cumpleafios escolar los companeros le Hevaron. regalos), por vegalos que venian de un padre (y Dentolini hacia afios que no sabfa nada del suyo), porque venian de sy los chocolates le po- Francia, o porque eran chocolas dian. Lo del chocolate posiblemente no fuera, porque du- rante afios acumulé las cajas intactas, sin probar aunque muchos hoy adultos, que pasaron por el Baldes- arte, incluso ancianos, contindan aseverando que a Den- tolini lo desquiciaban los chocolates. Luego de su muco cambio de expresién, Dentolini acepté el trato. —Hay que deshacerse del muerto —sentencis. —No te entiendo —reconocié Macciole. —El fantasma de Lucas Baden impide que los alum- nos del Baldesarre pasen del instituco al parque —dic- taminé Dentolini. — “er, sin pensarlo, le i percibié que esta resistencia involunta- vocaba, y sin g Dento ria de preceptores y profesores podia arruinar su pian. Para que este funcionara, hacia falta que el propio Ma- tias se llamara a si mismo Lucas, Mientras los precepto- res y profesores le recordaran su verdadero nombre, Ma- tias tendria de dénde agarrarse. La verdad puede ser can contagiosa como la mentira. Basta con que alguien la repita por suficiente cantidad de tiempo. Dentolini sabia que debfa dar ias puntadas finales a su plan antes de que se convirtiera en uma batalla. El mismo impulso que habia llevado al noventa por cien- 48 ROS MUBRTOS Lucas podia suftir un “o sio, hacia la verdad. flujo y revertir en el sentido cones Dentolini era un buen luchador, y para dar el no- caut, pata dar el dleimo golpe, siernpre hay que comar distancia. Luego de tres buenos golpes, el boxeador de- vse del rival, escudrifiar sus flancos débiles, y itorio, Si precende dar el cuarto ala misma distancia, en los rnisma energia, lo mds proba’ es que el rival no caiga, que se reponga, e incluso que triunfe. De modo que Dentolini, en esa instancia, no insistié con el nombre. Aconsejé a los complotados en otra direccién, La mafiar Dentolini, Matias amanecié con el pelo cortade igual que su gemelo Lucas, El escaso resultado que le habia ero lo disuadié de una a siguiente de este nuevo comsejo de dado su primera charla con Tai segunda. Nurica encontré las tijeras ni a los culpables. > fa & oa 2 S = po a 3 5 > 5 ye 2 m. 3 Ninguno de sus compati . Sélo se dijo, frene al espejo, que bastaba con que el pe- lo volviera a crecer. Si seguia repitiémdose a si misr que era Matias, el pelo crecerla antes de que lo volvie- ran loco, quienes quiera que fuesen los cuipables. Lo mismo se dijo cuando descubrié, unas matianas mas tarde, que el piyama que lo abrigaba no era el que se habia puesto para ira dormir, sino el que, hasta donde él sabia, habian utilizado para abrigar el cuerpo de Lu- cas bajo tierra. Y que las medias, las camisetas, el blazer y los pantalones de sus cajones y su armario ya no eran los que habia utilizado hasta el dia anterior, sino que era la ropa de Lucas. Hasta ten{an su olor. 49 : 7 : : : Marceio Birmajee Sélo cuando lo vio resignado al corte de pelo y ala ropa de su hermano gemelo, Dentolini decidi que ya hab{a comado la distancia necesaria, y que debia dar el tiltime golpe. Entonces escribio una carta, Las corres- pondencias estaban permitidas uma vez por semana, exchuisivamente dirigidas a los padres. La mayoria de esos sobres enviaclos por los alumnos del Baidesarre vol- vian rechazados: cambié de domicilio, no aceptd el pa- go del franqueo, no quiso recibirlo, etcétera, Como a los sucesivos directores del Baldesarre ies parecia una crueldad arrojar esas cartas a la basuta y que fueran incineradas con el resto de los desperdicios, y como los alumnos no sentian el menor interés en guardar sus propias cartas rechazadas, se habia forma- do una especie de cantera de sobres de correo, en el ex- tremo del instituto que no daba al parque. Precepto- res, profesores y alumnos llamaban a ese sitio “La Isla de la Cartas Rechazadas”. Era un inmenso bloque blanco, de apariencia papel maché, pero dure como una piedra, en ei que anidaban unas horribles golon- drinas salvajes. No se sabia si por el efecto de vi tre esos papeles, o porque venian de alguna verdadera isla téxica, esas golondrinas eran especialmente agresi- vas, y daban miedo. El mito era que los efluvios de rechazo que emana- ban las cartas las volvian locas. De hecho, cacla cierta cantidad. de afios, las golondrinas se morian en masa contra los sobres. Caia como una lluvia de golondrinas muertas, y a ellas se sumaban teros, gorriones, palomas. Sélo cada tantos afios, pero durante un mes entero, “La Isla de las Cartas Rechazadas” se transformaba en un. ce- 50 WEL DE LOS PAJAROS MUERTOS , los gu menterio de pajaros. En esos cas del Baldesarre, y con ellos Toribio, y auxiliares enviados por el Ministerio de Educacién ~porque los del Baldesarre po daban abasto- se encargaban de limpiar la cantera de los cadaveres de pdjaros. Y, una vez que habian quitado hasta la dleima pluma muerta, volvian alli las golondri- nites, como si fieran vido a nadie nas locas, soltando chillidos incleme! mas fuerces y mas malas, por haber so sabia qué. No importaba qué escribiera en su carta un alum- no del Baldesarre, en tanto en la portada del sobre f- gurara la direccién de los padres cal como en el regis- tro del instituto. Pero Dentolini sabia muy bien c6mo incluic un segundo sobre dentro del primero, y como clerta tla, tal vez sordomuda, se li primer sobre a la basura y a enviar el segundo al desti- no indicado. La carta de Dentolini hizo un viaje para- déjico: viajé hasta la Capital Federal, a mas de seiscien- ros kilémetros de Garro, para regresar, sin el primer sobre, a una lecalidad mucho mas cercana. Su destino final: el Frenopdtico Da Silva, mas conocido como el “Manicomio de Mar Serena”. Dentolini no tenfa el menor imterés en ser escritor, y mucho menos de ficcidn. Pero era un excelente redactor itarfa a arrojat el de mentiras. Lo que Dentolini escribié al director del Prenopa- ico Da Silva, con todos los floripondios y sutilezas de una carta diplomatica, fue una invitacion, firmada por trescientos cincuenta alumnos del Baldesarre, para que el profesor Fineo visitara el insticuto el primer do- mingo posible. st MARCELO BIRMAJER Los que vieron al dia siguiente a Dentolini con su mano derecha como muerta creyeron que se habia lastimado, como él mismo argumenté, jugando al handball. Desconocian que se habia pasado la noche fal- rmas, entre ellas muchas correspondiences a regunitaban qué le tar sificando fi jos norabres de los alumnos que le habia pasado. Habia incluido adem Ss inven- ot} tadas, e incluso dos que pertenecian a perso, €8, pe- ro que aunca habian pasado por el instituto, como los dos desafortunados asistentes al cumpleatios de la casa de la calle Uriburu que se habian prestado despreveni- icipar de viejos trucos de magia. dan wn we Vv LA ISLA DE LAS CARTAS RECHAZADAS Muchos afios después de los sucesos que protagonizé en el bartio de Once y en el Instituto Baldesarre, se ontinué hablande de Dentolini, Los narradores de sus hazafias sé dividen entre quienes clic en que su fuga cel Baldesarre estuvo motivada por el deseo de dar un cierre perfecto al plan de convertir a Matias eri Lucas; y quienes porfiaban que la verdacera motivacion de Dentolini era cambiar de situacién: ya hacia afios que tenia rrece, que cursaba el mismo curso y que vivia en el mismo instita- to, en la misma ciudad desolada junto a un parque siem- pre clausurado. Y quienes sostienen que su impulso cen- tral fue dar una puntada final al plan, argumentan que tener siempre la misma, edad ¥ pertenecer al mismo cur sono era para Dentolini fuente de aburrimiento o har- tazgo, sino, por el conitrario, el origen de su satisfac- cién de ser Unico. Esa sensacién de satisfaccién, de calma inhumana, era la que se posaba en su rostro, a la tarde en el patio, tomando sol, luego de haber lefdo la carta de respuesta Marcio BirmMaar del encargado de Relaciones Pablicas del Frenopatico Da Silva, mas conocido como ei Manicomio de Mar Se- rena. Don josé Micle, también doctor, se disculpaba por haber demorado la respuesta, y se di culpaba doble- mente porno poder dar una respuesta positiva. La caa- sa de la demora habia sido la evaluacién del profes loco, Entico Fineo, quien continuaba intentando ras- case los granos de la frente con el dedo que le faltaba y donde lo ctor, asegurando que existia otra mitadi de la Vie aguardaban su dedo y un nuevo puesto de di Segtin Micle, Fineo voivia a padecer acné juvenil y an stls peores momentos supuraba. Por mas que, apa- rentemente, se tascaba esos nuevos granos con el dedo que no tenia; de algtin modo, los enfermeros no sabian como, aparecia con la frente lastimada por haberse ras- cado con garras (lo que era imposible, ya que se comia las ufias hasta la raiz). “Bl tinico dedo del que no me puedo morder la ufia es este”, decia Fir meros, mostrando el hueco de su dedo faltante. “Por eso me rasco con la tinica ufia larga que me queda”. Es- ca y otras desconcertantes anécdotas contaba el sefior Micle para explicar a Denvolini y a los trescieritos cin- cuenta alummnos que tan amablemente habian requeri- do la presencia del profesor que, iamentablemente, se- ria imposible dejarlo partir, ya que no se encontraba en las minimas condiciones de cordura necesarias. Pero, ya fuera por sus deseos de cambiar de circuns- tancias © por cerrar redondamente el plan de convenci- miento de Matias, todos los narradores coinciden en que Dentolini se guardé la carta de Micle en el bolsillo del pantalon gris del uniforme del Baldesarre y se dejé ilu- 34 EL TOWEL DE LOS PAJAROS MUBRTOS minar por el sol, con esa mueca calrna que era lo mas pa- ¢Por qué sonrefa cuando recido que tenia a una sonr le decian que no permitirian la visica de Fineo, cuya fina- lidad wiltima era el plan secrevo de Dentolini para que- brar los restos de conciencia de Matias Baden? Porque la idea que se le habia ocurride para superar este inconve- niente era mucho mejor, en su opiniGn, que le sencilla visita permitida de Fineo al instituto En los recreos posteriores, Dentolini se acercé pe- ligrosamente a la Isla de las Cartas Rechazadas. No era un sitio que los alummos visitaran, ni siquiera pa- ra disfrutar del riesgo. Pero Dentolini no era un alum- no mas. gDénde mectian los cadaveres de los pdjaros que cada tantos afios venfan a morir en bandadas, ca- yendo como frutas podridas, entre esas cartas recha- zadas? Definitivamente ao los quemaban, como al resto dela basura, porque lo hubieran olido. Dentolini se pre- acian con los pajaros muertos, en parte saba, y en patte porque queria disimular guntaba qué h: porque le int inchuso ante si mismo: si alguien lo estaba observando con un telescopio, no podria deducir ni por un movi- miento de Ja cara que su visita a aquel limite estaba rela- cionada con un plan de fuga. Cualquier alurnmo hubiera pensaco que la zona més permeable para huir del insti- tuto era el limite con el parque, pero todos sabian que nadie nunca habia logrado traspasarlo, excepto un alumno, que habia muerto. Dentolini, en cambio, sabia que muchas veces las fronteras eran simbdlicas. Traspasar um muro que na- die vigila puede ser mucho més sencillo que atravesar un metro de tierra vigilado. Una Frontera relacionada 55 i iL MARCELO BIRMAJER con la muerte y el misterio se elevaba, aunque no ha- biera alambracos, en los cos metros y medio que sepa- co: el director, los profesores as en esa aban el parque del instil y los alumnos ter fan sus miradas y expecta 4. Todos descartaban Ja Isla de las Cartas frania de tier Rechazadas como punto de riosas, los pajaros muertos y los papeles estancac ra Dentolini las go- escape: las golondrinas fa- eran suficiente seguridad. Pero jondrinas no eran mds que pdjaros: por mucho que graznavan y revolotearan como ventiladores salidos de sii eje, nunca habian picoteado a ninguna persona. Los pajaros muertos no eran mas que eso. Las pesadillas del resto de los alumnos no estaban poblacas por leones hambrientos ni perros rabiosos, sino por esos pajaros enfermos que caian todos juntos, muertos, en el cementerio de cartas. Dentolini no pa- decia de pesadillas de ningén tipo. Y las cartas recha- zadas... l nunca le habla enviaco ninguna a sus pa domuda cumplian dees. Las que le enviaba a su tia sor prolijamente con su funcion. De hecho, hasta el res- ponsable de Relaciones Piiblicas del Manicomio de Mar Serena fe habia respondido. Asi fue que enitoli- ni visit6 a Macciole una noche y le sugirié acompa- fiarlo para dar el ultimo apreton al nudo alrededor del cueilo de Matias Bacien. —¢Para qué necesitamos al profesor loco? —pre- gunt6 Macciole. —Casi todos los alumnos del instituto lo Haman Lu- cas —respondié Dentolini—. Pero mientras los precepto- res, los profesores y el director continuen Hamdndolo Matias, no caeraé. Ahora que ya lo tenemos vestido y BL TUNEL DE LOS AROS MUBRTOS con el pelo como el gemelo, necesitamos el Ultimo gol- pe: que us profesor lo Ilame Lucas. ué Fineo le va a decir Lucas? Y po —Dice que su dedo estd en ia otra mitad de la nente sin légica Dentoli- Tierra —tespondié aparenten ni. Que lo esperan alli para ser director. Macciole lo esperé en silencio. Todavia no en- cendia. Dentolini cerré su discurso sin demasiadas acla- raciones, pero con firmeza: —Una vez que lo traigamos aqui, yo le puedo ha- cer decir cualquier cosa. Macciole ya habia avanzado demasiado como para echarse atras. Pero no podia dejar de pensar en el casti- go por intento de faga. La huida al par. no se consideraba una fuga integra, y por lo tanto no pesaba el mismo castigo, aunque el Unico alumno que lo habia conseguido yacia enterrado en su Frontera. Para los sucesivos directores, fugarse al parque habia sido una transgresién menos grave, porque se suponia que el alumno regresaba esa misma noche. Ademas, la enorme tentacién de algan modo hacta je era otra cosa: midis comprensible la falta. En cambio, si algtin alumno faltaba a dormir o se alejaba mas allé de la circunferencia del parque, el castigo era la expulsion. Y la partida del Baldesarre, para un alumno del que los padres no se quisieran ha- cet cargo, significaba el traslado al Reformatorio Sin Nombre. El reformatorio, como es natural, tenfa un nombre, pero los alumnos lo ignoraban. Sélo habia sido trasladado un tal Nodia. Después de dos aftos, re- S7 MARCELO BIRMAJER gresé al Baldesarre. Se trataba de un verdadero bravu- con: molestaba a otros alurnnos, y también a los profe- sores. Se habia trenzado a trompada limpia con un preceptor, y le habia faleaclo el respeto al director. Pero por nada de eso lo habian expulsado. Lo expulsaron por escapar del Baldesarre por el muro del fondo. Bra una pared de siete metros de alto, y nunca nadie supo cémo habia logrado traspasarla. Algunos sospechaban, por ur. charco de barro, que lo habia hecho con una escalera de hielo. Otros, que utilizé una ventosa, come una mosca, Y un grupo minoritario deducia que habia encontrado el secreto para destejer la materia como se destejia un suéter. Como sea, lo atraparon a su regreso, al dia si- guiente. Y al otro dia lo enviaron al Reformatorio Sin Nombre. No se sirpo cual era el tratamiento ni las condi- ciones de vida en el reformatorio, pero lo que aterrorizé a los alumnos del Baldesarre fue que Nodia, como se lla- ruto come maba el crénsfuga, fue reacmicido en el ins un alumno ejemplar. Tenia diez en tocas las materias, simpatizaba con los preceptores, y un detalle: ofrecia per- manentemente lustrarles los zapatos a sus compafieros. Al principio vatios aceptaron, pero Dentolini, con una extrafia piedad, que le era desconocida en cualquier otro caso, prohibié usar a Nodia como luscraboras. La transformacién de Nodia asusté a los alumnos mucho mds que cuaiquier desventura que hubiera podi- do contar. Algo tenfan claro: cualquiera fuera el placer que deparara una fuga, nunca seria mayor que elterrora padecer ese castigo. De modo que sencillamente no lo intentaban. Excepto Dentolini. Todos le tenemos mie- do a algo, seguramente Dentolini también, pero nunca 58 DE LOS PAJAROS MUERTOS habia descubierto a qué. Macciole no tenia opcién, Ya se habia comprometido con Dentolini y le resuleaba im- posible decizle que no. gPara qué necesitaba Dentolini a Macciole en su aventura? Por la apariencia. Dentolini continuaba pa- reciendo un chico de trece se presentaba solo a las autoridades del manicomio, incluso ante el profesor, probablemente ni siquiera le il ie. Macciole, en cambio, estaba en cuareo afio y tenia barba, bigoces, hombros anchos e incluso algunas ca- nas. Podia pasar por un adulso. Entre los dos, con la LOS. evaran el apun- energia de Dentolini y la apariencia de Macciole, su- maban la criatura necesaria, Dentolini no deseaba gastar esferzos en trepar un muro de siete metros ni en construir un tiinel, ya fuera por debajo del muro o de las cartas rechazadas. En cambio, imaginaba que, si las aves muertas no enter eran quemadas en algtin lado, debian ce estar das. Debia haber un ttinel, un gigantesco depésito, ra, de aves muertas. Si no velan pasar al ca- bajo tle. mién que se lievaba a esas aves muertas, ni velan cular los cadaveres de aqui para alld, entonces debian de estar enterradas justo debajo de la cantera de car- tas rechazadas, Bran cantas, y desde hacia tanto tiem- po, que esa gigantesca fosa debia de ser un vinel que salia del institute. Hi plan de fuga de Dentolini, en caso de encontrar el cementerio avicola subterraneo, consistia en llegar al Manicomio de Mar Serena, conveticer o secuestrar a Fineo, y regresar con el profesor loco al Baldesarre an- tes de que clareara el dia. 59 MARCELO BIRMAJER —2Y entonces? —preganté temblando Macciole, sin poder creer que estaba contemplando esa idea. ~-Una vez que lo tengamos en el instieuto, puedes despreocuparce —desestim6 Dentolini. Mabia prepara~ do rigtirosamenre todo aquello que pudiera ser con- trolado. En primer loga Artes Plasticas, con cera y esmalres, con fio talisman que le seria, esperaba, de enorme utilidad. También habia cartografiado y cronometrado tigurosa- mente las distancias y los tiempos: el Frenopdtico Da Sil- va se hallaba a cuarenta minutos del Instituto Balde-sa- tre, por la ruta, Denrolini habia dividido el tempo del siguiente modo: salida a las once de la noche, cuando tomando elementos de la c struyé un peque- obligatoriamente los alumnos debfan estar en sus cuar tos, luego del Gleimo vistazo de los preceptores. Tenian quince minutos para encontrar el ttimel de los pdjaros. Sino lo encontraban en quince minutos, se suspendia la operacién y se pasaba para otra noche. Conraban con quince minutos para conseguir un camién que les diera el aventon; de lo contrario, regresaban al institu- co. Una vez que llegaran al frenopatico, ya no habria vuelta atras: era todo o nada. Si los atrapaban, esta- ban perdidos. Si no conseguian un camién de regre- so, estaban perdidos. Sus opciones serian el mismo fre- nopatico o el Reformatorio Sin Nombre. La vispera de la huida, Macciole no pudo comer. Dentolini se limité a su vaso de agua y su pan con queso blanco de todas las noches. Por tinica vez, Dentolini le oftecié a su amigo uno de los chocolates. Pero Maccio- le no fue capaz de levarselo a la boca. 60 SL TUNEL S PAIAROS MUBRTOS Aunque Dentolini no lo forzaba, Macciole siguidé a Dentolini hasra la cantera como si lo Uevara a la rastra, como tirado por una correa. Los papeles relumbraban en la noche, con un brillo encerado y burlén, No se veian las eserellas, ni la luna, ni qué habia cerras de la cantera: les solo las cartas rechazadas, una sobre otra, imposi de distinguir, formando un amasijo que se elevaba has- ta el cielo, y de una punta a otra de la Tierra. No eva exactamenite papel ni cemento, ni cotalmente real ni de hecho con las cartas no co- otro mundo: era un mur spondidas enviadas por los hijos a los padres. De noche, las golondrinas rabiosas resultaban re mucho mas amenazantes. Pero, para decie [a verdad, cuando una se acercé demasiade a Dentolini y este la durmié de un pufieta- zo y terminé de liquidarla pisandola contra el piso de tierra, Macciole se tranquilizé. Por una de esas casuali dades, como las que permitieron el descubrimiento de América o de la penicilina, al pisar ala golondrina contra el piso de tierta Dentolini descubrié el sector blando de la isla, El pie se le hundié mecio metro. Cuando lo sacé, una ponzofia le rodeaba las zapatillas y la bocamanga del pantalon. No se sabfa qué materiai era ese. Pero, cuando Dentolini se iluminé el pie con una pequefia linterna, Macciole lo vio primero: —jEs un pico! —grité con un chillido agudo, sefia- lande una saliente amarilla verdosa en la masa infor- me de detritus. Dentolini, enterado, asintid. Pis6 mas fuerte, en un didmetro de algo mas de un metro, y la tierra siguié cediendo. Saco la pala que Hle- 61 MarceLo BinMalbk vaba a la espalda, cavé con facilidad, y muy pronto la tierra se abrié bajo ambos. Vamos —dijo Dentolini. Macciole lo siguié temblande. Hra un tdnel mezcla de teri y cuerpos de aves muertas. En la argamasa no se distingufan los huesos de la carne, los cadaveres que Hevaban tal vez un siglo allf abajo, de los de aves que habian muerto reciente- roenie. Cada tanto se vela un pequefio ojo, o una ga adosado ala pared, como una acusaciOn. Parecia que la pared miraba o queria rasgufiar a los intrusos. La pequertia linterna de Dentolini iluminaba a un metro de distancia. El suelo era viscoso, y emitia ruidos extrafios en algunas pisadas. A veces, también, otra pi- sada hacia ascender a la superficie un chorro de vapor purulento, como un géiser hediondo, Dentolini mira- ba fascinado hacia todos lados; Macciole, sélo hacia delante y al medio. Aparecié algo que venia en direccién co Macciole retrocedié y sintié nauseas. No vomitd, pero no podia avanzar. Se trataba de una paloma, muy en- ferma, con cara de mujer anciana, con bultos grises en la cabeza y el cuerpo. La paloma se acercaba a ellos, co- mo pidiéndoles algo. Detras de la paloma aparecié un buitre, también con una cara sernejance a la de un an- ciano, y bultos de color rojizo sangre. ~No puedo —dijo Macciole—. Tengo que salir de traria, y aca. —Los puedo pisar, si quieres —propuso Dentolini. ~jNo! —grité Macciole. Dentolini, por una vez, se apiadé de él, DE LOS PAJAROS MUBRTOS —Es todo una cuestion de actitud —dijo Dentoli- nic. Estos pajares no muerden, ni nos van a lastimar de ningtin modo. Las cosas que mas miedo dan son las mds inofensivas: squé puede hacerte una cucara- cha? Los murciélagos son completamente amigables, ¥ si domesticaramos a las ratas, te aseguro que habria menos accidentes que con los perros, que cada tanto se comen algin chico. 3 ¥ acd qué hay? Un buiere y una paloma enfermos... Pobrecitos... Y diche esto, tomé al buicre y a la paloma por el pescuezo, cada uno con una mano, caminé en direc- cién a Macciole, y los dejé detras de él, invitandolo a seguir. Macciole lo siguié y, aunque por el camino apare- cieron otras palomas ¥ torcazas ignalmente enfermas ¥y mialolientes, y las paredes dejaron ver patas y alas, ya no se detuvo. No porque hubiera dejado de sentir miedo de los animales, muertos y vivos, sino porque mas miedo le daba Dentolini. En algin momento llegaron, H) tanel terminaba en una pared dura de tlerra marron. Dentolini sospe- chaba que los pajatos muertos eran sumergidos bajo la Cetra y empujados, por algiin tipo de vehiculo o sistema subterraneo, hasta una salida cercana a la ruta. Los ca- daveres que no quedaban adosados a las paredes, y sa- lian dei otro lado, debian de ser recogidos por un ca- mion y utilizados para quién sabe qué, o atrojados en algtin vercedero para ser quemados con el resto de la ba- sura. La salida del tinel debia de estar direccamente abierta, o al menos ser tan blanda como la entrada, La cabeza de Dentolini funcionaba como un reloj: sabia 63

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