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Tema 36: Crecimiento económico, estructuras y mentalidades sociales en la Europa del

siglo XVIII. Las transformaciones políticas en la España del siglo XVIII.

Tema 36
Crecimiento económico, estructuras y
mentalidades sociales en la Europa del siglo
XVIII. Las transformaciones políticas en la
España del siglo XVIII.
Rafael Montes Gutiérrez

Copyright © RAFAEL MONTES GUTIÉRREZ 2015


1 I.S.B.N. – 13 -978-84-616-5907-4
Tema 36: Crecimiento económico, estructuras y mentalidades sociales en la Europa del
siglo XVIII. Las transformaciones políticas en la España del siglo XVIII.

TEMA 36: Crecimiento económico, estructuras y mentalidades sociales en la Europa


del siglo XVIII. Las transformaciones políticas en la España del siglo XVIII.

Resumen. Europa experimentó a lo largo del siglo XVIII un conjunto de


transformaciones socioeconómicas que posibilitaron el paso de la Edad Moderna a la
Edad Contemporánea. En primer lugar, la población europea experimentó un
importante aumento —en parte debido a la mejora alimentaria—, y mientras tanto la
sociedad siguió manteniendo las características de una sociedad estamental que
definían al Antiguo Régimen. Los principales monarcas ilustrados de la centuria
promovieron un conjunto de reformas de carácter liberal, pero sin la participación del
pueblo en las decisiones políticas mediante el despotismo ilustrado. El crecimiento
económico europeo, y el enriquecimiento particular de la burguesía, hicieron que esta
clase social reclamara una mayor participación política, hecho que alcanza su
paroxismo en la Revolución Francesa de 1789. España vivió un importante cambio
político: el país pasó de ser un conglomerado de reinos para convertirse en un estado
centralizado, e internacionalmente participamos en un conjunto de pequeños
conflictos que mantuvieron el equilibrio europeo afirmado en Utrecht.

El desarrollo de este tema seguirá el siguiente esquema:

1. Estructuras y mentalidades sociales en la Europa del siglo XVIII


Evolución demográfica
La sociedad estamental
La sociedad del siglo XVIII en los países europeos
La evolución de la sociedad europea
Las mentalidades sociales
El despotismo ilustrado

2. Crecimiento económico
Las transformaciones en la agricultura
El desarrollo del comercio mundial
Inicios de la Revolución Industrial

3. Transformaciones políticas en la España del siglo XVIII

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siglo XVIII. Las transformaciones políticas en la España del siglo XVIII.

A nivel curricular los contenidos de este tema pueden ser trabajados en el


curso escolar 2015/16 en los niveles de 4º de ESO (Ciencias Sociales, Geografía e
Historia) y 2º de Bachillerato (Historia de España), tal y como establecen los
siguientes currículos autonómicos: (en este apartado cada opositor menciona la
legislación de la comunidad autónoma por la que se examina, pongo de ejemplo
Madrid)

- Para 4º de ESO el DECRETO 23/2007, de 10 de mayo.


- Para 2º de Bachillerato el DECRETO 67/2008, de 19 de junio.

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1. ESTRUCTURAS Y MENTALIDADES SOCIALES

EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA

El profesor de Historia Moderna Europea de la Universidad de Cambridge


Timothy C.W. Blanning estima la población europea pasa de unos 115 millones a
finales del siglo XVII a unos 187 millones en torno a 1789. Sin embargo, este
crecimiento demográfico no fue uniforme, no sólo porque en cada país tuviera un
comportamiento peculiar, sino porque podían darse diferencias significativas incluso
en sus distintas regiones. Mientras que Inglaterra creció un 133% o se alcanzaba un
138% en diversas regiones de Europa oriental (Rusia, Prusia, Hungría), en Francia sólo
lo hizo un 39% y en las Provincias Unidas un 8%. Francia rompe la barrera de los 22
millones y alcanza los 29 millones en 1800. El despegue demográfico español es
similar al francés, la población española pasó de 7,5 a 11 millones de habitantes a lo
largo de siglo; en nuestro caso la historiadora y profesora de la UNED María Dolores
Ramos Medina habla de un crecimiento "hacia adentro" como consecuencia de la
mejora de la economía y de la dieta del español. La Península Italiana muestra, en
conjunto, un comportamiento similar (de 13 a 18 millones, un 38%). Rusia pasa de 15
millones en tiempos de Pedro El Grande a casi 38 millones en 1795.

Aunque durante el siglo XVIII se mantuvieron las altas tasas de natalidad —en
general—, no hubo una evolución completamente uniforme. Abundan los países con
tendencia a su aumento en relación con un clima económico favorecedor del
matrimonio, como en Inglaterra, pero hubo casos de evolución contraria. En Francia,
concretamente, la tasa de natalidad —mantenida alta al principio del siglo—
descendió en 1789 debido a la Revolución. La mortalidad experimentó un ligero
descenso, si bien no del todo homogéneo ni simultáneo en los diversos países,
motivado sobre todo por la menor incidencia de las crisis demográficas y por la
atenuación de algunos de los componentes de la mortalidad ordinaria. La mayor
novedad en este sentido fue, sin lugar a dudas, la práctica desaparición de la peste,
que desde mediados del siglo XIV había sido uno de los mayores azotes de la
población europea. Por otro lado, no hubo una conflagración bélica en el siglo XVIII
comparable por sus efectos negativos a la Guerra de los Treinta Años; además, las
cosechas de los nuevos cultivos que se estaban difundiendo (patata, sobre todo)
contribuían a paliar las crisis de subsistencia. Es poco probable que la mejora de la
higiene tuviera incidencia sobre el descenso de la mortalidad, ya que la higiene
personal mantuvo en el siglo XVIII un bajo nivel, pero sí es destacable un aumento de
las preocupaciones higienistas en Francia, Inglaterra y España, donde se redactaron
planes urbanísticos que destacaban los beneficios de la pavimentación de las calles y
de la construcción de redes de alcantarillado. El inicio de la lucha contra la viruela

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constituye uno de los más importantes capítulos de la historia de la medicina en el


siglo XVIII, siendo el paso siguiente el descubrimiento de la vacuna por el médico
inglés Edward Jenner (1749-1823) en 1796. Sin embargo, los beneficiosos efectos de
este eficaz medio de lucha contra la viruela se proyectarán, como es lógico, sobre el
siglo XIX.

Las causas de esta evolución demográfica están aún discutidas. No hay que
sobrevalorar la relativa disminución de las guerras, ni las influencias de los progresos
en la medicina, que afectan sólo a una minoría. La climatología histórica sugiere una
mejora de las condiciones meteorológicas —subidas de la temperatura y menor
pluviosidad—, lo que podría explicar el crecimiento de los rendimientos cerealísticos
y la disminución de fiebres y otras epidemias. De manera general, para Bartolomé
Benassar, se puede decir que el europeo vive más porque se alimenta mejor. La
patata, que se cultivaba en Inglaterra y Alemania, y penetra en Francia por Alsacia, es
un alimento muy valioso en épocas de carestía de trigo, mientras que la Europa
meridional se beneficia de la expansión del maíz.

LA SOCIEDAD ESTAMENTAL

Historiadores como Alfredo Floristán, en su obra Historia Moderna Universal


(2002), han denominado como sociedad estamental al esquema triple de la división
social del Antiguo Régimen, formado por nobleza, clero y estado llano. La
diferenciación entre los dos primeros y el estado llano estaba en el privilegio y en la
riqueza, de hecho representaban el 3% de la población europea y eran dueños de
más del 80% de las tierras. Ahora bien, las diferencias socioeconómicas también eran
abismales en el seno del estado llano, cuya cúspide estaba representada por ricos
mercaderes, comerciantes, artesanos y miembros de profesiones liberales que se
habían visto privados de los mecanismos de ascenso social, mientras que el resto (en
los que también estaban incluidos muchos miembros del bajo clero) apenas poseían
más que la fuerza de sus brazos. A este dato hay que sumar la inmensa pérdida de la
calidad de vida de muchos miembros del estado llano al pasar a trabajar en el sistema
fabril (en especial, en Inglaterra). La vida de los campesinos generalmente era
miserable, de mala alimentación y moral deplorable, semejante a la vida del
proletario que trabajaba 16 horas diarias con un sueldo insuficiente hasta para su
propio mantenimiento vital. Esta situación de opresión provocó la cólera y
seguidamente las huelgas ante una escenario deplorable donde trabajaban niños por
menor salario, anulados intelectualmente y degradados a una fatal promiscuidad.

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En el campo destacan los siguientes grupos sociales: a) Grandes propietarios


no cultivadores, que eran la nobleza, el clero, y algunos burgueses que consideraban
la tierra como paso hacia el ennoblecimiento; todos ellos vivían de las rentas que
producían las tierras. A su lado aparecen los nuevos propietarios de latifundios
cultivados de forma capitalista, este último fue el único grupo social que se
enriqueció en el campo del siglo XVIII; b) Pequeños propietarios cultivadores, cuya
proporción disminuye al igual que sus ingresos. c) Arrendatarios y aparceros, su
número aumenta y su situación empeora, ya que se les exige cada vez mayores
rentas. d) Jornaleros campesinos, cuyo número fue aumentando y también los
problemas para conseguir trabajo. Estos dos últimos grupos serán los que nutran de
mano de obra barata la industria.

Dentro de los grupos sociales urbanos se va perfilando un grupo que ocupa el


estrato más elevado de la sociedad, cuya riqueza se basa en la propiedad de fábricas,
bancos y barcos: la alta burguesía. También encontramos ilustrados de profesiones
liberales, aunque no tan ricos: universitarios que ocupan un buen lugar como
científicos, abogados, médicos, músicos, etc. El grupo mayoritario lo constituyen
trabajadores manuales: maestros y oficiales en el sistema de producción gremial y
proletarios en los lugares con industria moderna. Estos últimos —llegados del
campo— trabajaban en unas condiciones muy duras; junto a ellos encontramos un
grupo reducido de técnicos con una formación profesional que les permite un nivel
de vida aceptable.

LA SOCIEDAD DEL SIGLO XVIII EN LOS PAÍSES EUROPEOS

Las clases privilegiadas recuperaron su categoría tradicional en Polonia y


Suecia, interviniendo en los designios del país. En Rusia obtuvieron una categoría
preeminente. En Prusia estuvieron vinculados a la oficialidad del ejército, al igual que
en Austria. En Inglaterra dominaban las Cámaras, empresas y tierras, eran los
landlords y la gentry. En Francia eran el Alto Clero (son abades, obispos y arzobispos
despreocupados de la vida religiosa de sus diócesis, que vivían lujosamente en París),
la nobleza de sangre (de cuatro generaciones), los nuevos nobles ennoblecidos por el
rey o los que compraban los títulos que garantizaban sus derechos señoriales
(exenciones fiscales y prerrogativas judiciales), la nobleza parlamentaria
(conservadora y galicana, defensora de sus intereses) y la nobleza administrativa
(formada por altos funcionarios, más activa y reformista).

Las clases campesinas y obreras vieron empeorar su situación en Oriente,


donde persiste la gleba y vivían miserablemente, pero mucho más en Turquía y en

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Rusia, donde la nobleza aumentó sus privilegios judiciales y administrativos: podían


mandar a los siervos a trabajo forzado o a Siberia, como lo demuestra la violenta
insurrección de Pugachev. Sin embargo, la situación no era mejor en Polonia, Prusia,
Austria y Hungría, donde el siervo era propiedad del señor —algo contrario al
pensamiento de Federico II, que poco pudo hacer—. Los principados alemanes eran
una zona de transición. En los Países Bajos predominaba el arrendatario libre. En
Italia había poca servidumbre. En la Península Ibérica predominaban los campesinos
libres arrendados. En Inglaterra desaparecieron los campesinos propietarios
convertidos en burgueses o proletarios debido a las enclousures, que caen en manos
de los landlords, para los que trabajan campesinos asalariados. En Francia había
campesinos libres, siervos — señores agravaron sus cargas— y arrendados, además
de pequeños propietarios.

La burguesía dirigió el capitalismo; muchos se ennoblecieron y se unieron a la


aristocracia. Entre ellos triunfaron las nuevas ideas ilustradas, usando las palabras
libertad e igualdad en beneficio propio. Se manifestó revolucionaria allí donde
formaba una clase poderosa: Norte de Italia, Holanda, Bélgica y Francia, mientras que
en Inglaterra ya lo habían conseguido.

LA EVOLUCIÓN DE LA SOCIEDAD EUROPEA

La evolución de la sociedad, tripartita desde el modo de producción feudal,


conoció un proceso de cierre absoluto a los mecanismos de ascenso entre
estamentos. El antiguo proceso de ennoblecimiento para acomodar a la burguesía en
los cuadros dirigentes se cerró progresivamente, pero no así el camino eclesiástico,
que siguió abierto para los miembros de todo grupo social y fomentado por la
fundación de nuevos cultos religiosos (anglicanismo y los diversos cultos
protestantes). Sin embargo, la paulatina pérdida del poder universal de la Iglesia
culminó en el siglo XVIII, cuando el triunfo de la Razón sobre la Fe privó a los
eclesiásticos de su antiguo poder, pero no de sus privilegios —al menos los de la
cúspide del organigrama de la Iglesia, que seguían estando exentos del pago de
impuestos—. Los gremios desaparecieron, combatidos por la burguesía al
presentarse como competencia, cayó el mercantilismo ante el fisiocratismo y
librecambismo, al igual que la corporación ante la individualidad. Las tensiones
producidas entre una economía anquilosada y una sociedad desigual y cerrada
tuvieron en Francia su primera piedra de toque, lo que se debió a la unión de una
burguesía despechada y un campesinado al que los privilegios nobiliarios condenaban
a la más cruel de las situaciones (la servidumbre). Todo ello confluyó en un cerco sin
piedad contra la aristocracia nobiliaria en medio de una sangrienta Revolución, la
francesa.

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LAS MENTALIDADES SOCIALES

Con el término Ilustración se designa a un amplio movimiento cultural que se


vivió en Europa en el siglo XVIII y que aportó las ideas de la etapa final del Antiguo
Régimen, al tiempo que sirvió de marco al inicio de la Edad Contemporánea. El siglo
de las luces aportó ideas y conceptos novedosos como Libertad, Progreso, y Hombre,
inventó el Optimismo y se colocó bajo la bandera del Utilitarismo. Sin embargo,
estuvo plagada de contradicciones: es evidente que la Ilustración no pretendía acabar
con el Antiguo Régimen, sólo mejorarlo, por ello no se puede considerar que fuera
revolucionaria. Sí llevaba el germen de la revolución, y por esta razón el papel de las
luces en los orígenes de la Revolución Francesa ha sido siempre aceptado, haciendo
verdad la máxima El sueño de la razón produce monstruos. Las ideas políticas de la
Ilustración defienden los intereses de la creciente burguesía, aunque Jean Touchard y
otros autores afirman que es un error pensar que desde el principio la Ilustración
estuvo unida a la burguesía; en principio fue algo elitista y por ello aristocrático,
siendo más tarde cuando se incorporó la burguesía. La Enciclopedia fue el vehículo de
difusión más eficaz del pensamiento ilustrado —aunque no el único—, otros
vehículos fueron las universidades, las academias, las sociedades económicas de
amigos del país y la prensa. La Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las
artes y los oficios fue obra de Diderot y D'Alambert —que recibieron oficialmente el
encargo—, pero fueron muchos los colaboradores como Forney y Rousseau, todos
ellos intentando recopilar la totalidad del conocimiento humano y ponerlo en páginas
escritas. El primer tomo apareció en 1751 y tras muchas vicisitudes la publicación fue
terminada en 1772. En la obra no faltan errores, incluso en relación con la cultura de
su tiempo, pero con todo, supuso una de las más radicales revoluciones en la historia
de la cultura.

EL DESPOTISMO ILUSTRADO

El despotismo ilustrado fue una práctica y teoría política que surgió como
consecuencia de la síntesis entre el absolutismo monárquico y la filosofía de la
Ilustración; el término fue acuñado por los historiadores alemanes del siglo XIX.
Existen en el despotismo ilustrado varios rasgos que pertenecen a la teoría de
Hobbes, como son negar el origen divino del poder y afirmar el origen contractual del
Estado. También encontramos características que pertenecen a Maquiavelo, como
que el monarca es el primer servidor del Estado y no al revés. Según el despotismo
ilustrado, la finalidad del Estado es conseguir la felicidad del pueblo, pero sin la
participación del pueblo en la política, algo que se resume en su célebre frase: Todo
para el pueblo pero sin el pueblo. El Estado debe promover la riqueza por medio de

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reformas que deberán llevar a cabo el rey y sus ministros ilustrados.


Cronológicamente el período del despotismo ilustrado va desde 1740, con el inicio
del reinado de Federico II de Prusia, hasta 1789, año en el que se produce el estallido
de la Revolución Francesa.

2. CRECIMIENTO ECONÓMICO

El crecimiento económico de Europa en el siglo XVIII se manifiesta en las


transformaciones de la agricultura, el desarrollo del comercio, el inicio de la
Revolución Industrial y la aparición de una nueva teoría y práctica económica. El
proceso de cambio se inició en Gran Bretaña a mediados del siglo XVII con el
gobierno de Cromwell, y se extendió en este país a lo largo del siglo XVIII; en los
demás países europeos se produjo de forma más tardía, a mediados del XVIII.

LAS TRANSFORMACIONES EN LA AGRICULTURA

Pese a que desde la época de los grandes descubrimientos el comercio había


sido una de las bases de la riqueza en Europa, la economía del siglo XVIII, el mundo
del Antiguo Régimen, seguía siendo predominantemente agrario. Los grandes
propietarios y las grandes extensiones agrarias —los latifundios— seguían siendo en
muchos países los sostenedores del régimen económico, anquilosados en métodos,
técnicas y productos procedentes de la Edad Media; además, el privilegio nobiliario y
eclesiástico continuaba en vigor, por lo que las cargas impositivas seguían recayendo
en el sector económico más desfavorecido: los campesinos. A ello se le unió la
existencia de graves períodos de carestía de alimentos de primera necesidad (pan y
leche, principalmente) durante el intervalo 1715-1785, pese a lo cual los impuestos —
aumentados para el mantenimiento de las diferentes guerras que los Estados
europeos sostenían en todas partes del globo— sufrieron un incremento
insoportable para los campesinos. El mundo agrario del Antiguo Régimen sufría las
atroces consecuencias de un mundo gobernado para ellos pero sin ellos, lo que
significaba la continuidad de los problemas heredados de épocas anteriores y la falta
de solución a las crisis, hambrunas y epidemias.

El modelo agrario feudal continuó siendo el dominante en la Europa del siglo


XVIII, estas eran sus características: baja productividad por hectárea; uso de un
utillaje rudimentario; nula inversión de capital en la agricultura; escaso empleo de
abonos de origen biológico; producción destinada al autoconsumo; cultivos de
carácter alimenticio, predominando los cereales como el trigo y la cebada. A lo largo
de la centuria este modelo agrario feudal entró en crisis debido al aumento de la

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población europea, que llevó a un aumento de los precios y a la necesidad de


aumentar la producción para abastecer a toda la población. Ante esta situación los
grandes latifundistas intentaron aumentar la cantidad que debían entregar los
campesinos y procuraron aumentar el tamaño de sus propiedades al beneficiarse del
aumento de los precios de los productos de origen agrícola; los campesinos
experimentaron graves problemas debido a las exigencias de sus señores y al hecho
de que el número de tierras era cada vez menor. Esta contraposición de intereses
culminó con la Revolución Francesa y terminó con la transformación del siervo en
campesino dueño de sus tierras, con lo que apareció un modelo de explotación
basado en pequeñas explotaciones suficientes para el mantenimiento del campesino
y su familia, que comercializaba un pequeño excedente. Sin embargo, esta
transformación agrícola no se vivió en Europa Oriental, donde el dominio del modelo
feudal era completo.

El modelo agrario capitalista apareció exclusivamente en Inglaterra. Se


caracterizaba por una alta productividad por hectárea, el empleo de técnicas
modernas como resultado de la aplicación de innovaciones agronómicas como las de
Jethro Tull, inversiones de capital ampliamente compensadas por los beneficios, el
abundante empleo de abonos biológicos, la comercialización de la producción y su
especialización regional, además de por cultivar productos de amplia demanda. Para
realizar este cambio en el modelo de producción hubo que expulsar a los campesinos
de sus tierras y crear grandes latifundios, fenómeno conocido como enclousures. La
causa que llevó a los enclousures fue el aumento del precio de los cereales (en parte
debido a las guerras coloniales), y consistía en acabar con el régimen de campo
abierto (openfield) y cercar las propiedades (bocage). El proceso concluyó en 1830
con el apoyo de varias leyes parlamentarias. Las consecuencias de este proceso
fueron enormes, las enclousures eran algo contra lo que no se podía competir y
provocaron la ruina de los pequeños campesinos, lo que dio lugar a la aparición de
una mano de obra barata sin la cual la Revolución Industrial jamás habría sido
posible, pues en las primeras fases de la industrialización se necesitaban grandes
cantidades de mano de obra; por otro lado, permitió la aparición de la nueva figura
social del empresario agrícola, que consideraba su explotación una fuente de
beneficios con lo que buscaba la máxima rentabilidad. Podemos resumir diciendo que
la Revolución Agrícola en Gran Bretaña contribuyó a la efectividad de la primera
Revolución Industrial de cuatro formas: 1. Alimentando a la creciente población,
sobre todo la urbana. 2. Aumentando el poder de compra de la población para la
adquisición de los productos de la industria británica. 3. Suministrando una parte
sustancial del capital requerido para financiar la industrialización. 4. Suministrando
mano de obra barata a la industria.

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EL DESARROLLO DEL COMERCIO MUNDIAL

La situación económica del resto de sectores sufría prácticamente los mismos


problemas que el sector agrario. Las leyes restrictivas sobre el comercio dictadas por
el proteccionismo de los gobiernos llevaron a la ruina a un gran número de
comerciantes. Aunque el poder adquisitivo de las grandes familias financieras y
mercantiles seguía siendo alto —en especial la burguesía urbana—, el pago de
impuestos gravaba hondamente los beneficios obtenidos en los negocios de un gran
número de comerciantes, mientras que veían cómo la aristocracia, recurriendo a
seculares privilegios de sus antepasados, tenía asegurada su manutención en las
cortes regias y la exención de impuestos.

Pese a esta situación, el siglo XVIII contempló un importante desarrollo del


comercio mundial; este hunde sus raíces en el siglo XVII, momento en el que Holanda
e Inglaterra desarrollaron un aparato económico complejo que se manifestaba con la
aparición de la Bolsa, de las primeras casas de cambio y del primer banco central
(Banco de Ámsterdam de 1609). En 1700 se mantenía esta estructura, y los países
occidentales eran conscientes de que el comercio se encontraba en América. Para
comerciar con el otro continente era necesario construir una poderosa flota, por este
motivo muchos historiadores —entre los que se encuentra John Lynch— insisten en
afirmar que antes de la Revolución Industrial existió una revolución comercial y
marítima. El comercio del siglo XVIII fue un medio de enriquecimiento nacional:
aumentó el volumen y la variedad de productos en el mercado y originó la
acumulación de capital con la que posteriormente pudo llevarse a cabo la Revolución
Industrial.

En Inglaterra, entre 1713-1763, el comercio se vio favorecido por la política


mercantilista iniciada por Cromwell, las conocidas Actas de Navegación tenían como
objetivo convertir a las colonias en abastecedoras de materias primas y en
consumidoras de las manufacturas inglesas. En Francia la política económica nacional
también era de corte mercantilista, que en este país recibió en nombre de
colbertismo en honor a Colbert, ministro del rey Luis XIV en el siglo XVII. En España el
mercantilismo fue algo más tardío; estuvo defendido por el Marqués de la Ensenada
y un conjunto de teóricos como Jerónimo Ustáriz. En líneas generales, a lo largo del
siglo XVIII los países europeos evolucionaron del mercantilismo al capitalismo, y a
finales de siglo muchos de ellos eran claros defensores del libre comercio, el mejor
ejemplo lo encontramos en Inglaterra. En España el librecambismo se manifestó a
través del Decreto de Libre Comercio de 1778.

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Las principales rutas comerciales de la centuria fueron: la ruta europea Norte-


Sur, que intercambiaba la producción agrícola mediterránea por productos
industriales y materias primas procedentes del norte europeo; la ruta europea Este-
Oeste, por la que Europa oriental vendía productos agrarios y materias primas y
compraba manufacturas y productos americanos y asiáticos en la Europa occidental;
la ruta del Extremo Oriente, que estaba en manos inglesas y ponía en contacto
Europa con China y la India; la ruta americana, siendo de todas la más productiva,
dibujaba un triángulo cuyos vértices eran Europa, Golfo de Guinea y las costas
americanas. Europa vendía manufacturas a los países del Golfo de Guinea a cambio
de esclavos negros, estos eran vendidos en las plantaciones americanas donde se
compraban tabaco, cacao, café, azúcar y algodón, que se transportaban de regreso a
Europa en las mismas embarcaciones.

INICIOS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

El modelo de producción industrial de la Europa del siglo XVIII —a excepción


de Inglaterra— es claramente continuador de las viejas formas de organización
industrial como el artesanado; este es un tipo de manufactura de origen medieval
que implica la intervención directa de la mano del hombre en proceso de fabricación,
y en el que las normas gremiales se encargaban del control de la producción y de los
precios de los productos. Al artesanado se añade el sistema inglés del putting out
system o “sistema de trabajo doméstico”: era realizado en el campo o en la ciudad
por gentes de nula preparación en sus domicilios, entonces el producto de su trabajo
era recogido por el comerciante que era dueño de la materia prima y a cambio les
pagaba un dinero según la cantidad producida. Otro modo antiguo de producción es
la manufactura, en ella el comerciante aporta la materia prima, el utillaje y el local, y
los obreros trabajaban a cambio de un jornal; la diferencia con la fábrica es que el
nivel tecnológico es muy bajo. Las Reales Fábricas en España constituyen un gran
ejemplo, tenían como finalidad producir artículos de lujo o de valor estratégico
(armamento y navíos).

La aparición de la fábrica moderna, y con ella de la Revolución Industrial, tuvo


lugar a mediados del siglo XVIII en Gran Bretaña, y supuso la incorporación de la
máquina al proceso de producción. Hasta este momento el hombre sólo había
utilizado herramientas; el instrumento se hace hábil cuando gracias a un movimiento
mecánico reproduce el trabajo humano, y el motor aparece cuando se consigue
transformar la energía de la naturaleza en movimiento. La unión de un instrumento
hábil y del motor señala la aparición de la máquina, sin duda el agente que ha
causado el mayor cambio en las condiciones de vida de la humanidad. El maquinismo
tenía como consecuencias el rápido crecimiento de la producción industrial, el

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descenso de los precios de los productos industriales, la reducción de la mano de


obra necesaria en la producción y, con ello, la reducción de los costes productivos.

Junto a la fábrica moderna varios hitos marcan el surgimiento de la Revolución


Industrial en Inglaterra a finales del siglo XVIII: a) La aplicación de nuevas fuentes de
energía y materias primas como la hulla y el carbón coque. b) La invención de la
máquina de vapor por Watt, a partir de las experiencias previas de Papin en el siglo
XVII y Newcomen en el XVIII. c) El papel de la industria algodonera que desplaza a la
lanera, con inventos como la hiladora jenny de Hargreaves y la frame de Arkwright,
ambas fusionadas en la mule de Crompton. d) El desarrollo de la siderurgia con la
técnica del pudelaje en la fundición del hierro.

3. LAS TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII

En opinión de Lynch, en su obra La España del siglo XVIII (1993), la España


preborbónica se asentaba en el concepto de Imperio como conglomerado de reinos:
cada uno de los reinos hispánicos tenía su estructura económica y política, su
legislación propia, sus lenguas y costumbres. Felipe V, que conocía la obra de Luis XIV
y las dificultades de sus intentos de centralización, se amparó en la rebelión de la
Corona de Aragón haciendo uso de "el justo derecho de conquista" para imponer los
Decretos de Nueva Planta; su objetivo era crear un Estado centralizado, fuerte y
unido, y para ello extendió al resto de los reinos españoles la organización castellana.
En 1707, tras la victoria obtenida en la Batalla de Almansa, Melchor de Macanaz
publicó el primer decreto que afectaba a Aragón y Valencia, y que iba a sentar las
bases de los restantes. El segundo Decreto apareció en 1716 para Cataluña,
nombrando a Patiño Superintendente de Cataluña. Las Baleares también se vieron
afectadas por la Nueva Planta, aunque de manera más leve, y sólo Navarra y las
Vascongadas conservaron sus fueros tradicionales. A nivel político desaparecieron las
Cortes de la antigua Corona de Aragón, que eran la garantía de autonomía frente al
poder central; Felipe V las integró en un único organismo llamado Cortes Generales
del Reino. A nivel judicial, se crean las Audiencias como órganos de administración de
justicia en derecho criminal y civil bajo la autoridad del Capitán General.

Administración central. El objetivo de Felipe V era sustituir el sistema


polisinodial por una administración centralizada. Jean Orry fue el ministro que llevó a
cabo las reformas, organizando un gabinete similar al de Francia —con un Intendente
General de Hacienda y varios secretarios—, de modo que las Secretarías recogieron
las funciones de los Consejos. En 1707 fueron suprimidos los Consejos de Flandes,
Italia y Aragón, mientras que consejos como el de Hacienda, Guerra, Estado,
Inquisición e Indias perdieron muchas de sus atribuciones. El único consejo

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robustecido fue el Consejo de Castilla, que quedó como una especie de Ministerio de
Interior. En 1705 la Secretaría fue dividida en dos y en 1714 se le añadieron dos más:
Estado, Guerra, Gracia y Justicia y Marina e Indias; en 1721 el Intendente General de
Hacienda pasó a convertirse en Secretario de Hacienda. Cada Secretaría estaba
dirigida por un ministro o secretario, elegido por el Rey. Con Carlos III el Ministerio de
Indias se subdividió en dos, con lo que se pasó a contar con siete ministerios:
«Estado», «Gracia y Justicia de España», «Marina», «Guerra», «Hacienda», «Gracia y
Justicia de Indias» y «Comercio y Navegación de Indias».

Administración territorial. Su reforma es parte de los Decretos de Nueva


Planta. Los virreinatos de Aragón, Valencia, Mallorca y Cataluña se convirtieron en
Capitanías Generales dirigidas por un Capitán General, que ejercía su autoridad en las
Audiencias. Para la administración provincial fueron creadas las Intendencias —y con
ellas la figura del Intendente—, institución de origen francés que llegó a España en
1718 quedando plenamente configuradas con las Ordenanzas de 1749. Tenían
funciones militares, hacendísticas, en materia de justicia, policía y obras públicas. El
Intendente era un puente entre el Consejo de Castilla y los poderes locales, eran
reclutados por el Rey a través de sus secretarios. La creación de las intendencias
contribuyó a la división administrativa de España en provincias, así pues, aparece la
primera división provincial moderna con 32 provincias, siendo cada una el ámbito de
una intendencia.

Administración local. Su reforma se realizó por medio de los Decretos de


Nueva Planta en Aragón y Cataluña, pero también alcanzó al País Vasco y Navarra. Se
intentó adaptar el sistema municipal de la Corona de Aragón —fundamentado en los
Consells— al sistema castellano basado en los Corregimientos; al frente de ellos
estaba el Corregidor —representante del poder real que presidía el Ayuntamiento—,
acompañado por otros funcionarios como los regidores, que sustituían a los
Consellers; los Alcaldes sustituyeron también a los Justicias. Si los municipios eran
grandes, el Rey elegía los cargos, pero si eran pequeños eran propuestos por el
Ayuntamiento. Carlos III dio un nuevo impulso a la reforma de la administración local,
que fue proyectada por Campomanes en 1766 y materializada mediante el Decreto
del 5 de Mayo, que preveía la presencia de representantes del pueblo elegidos por
todo el pueblo, cuatro en las grandes ciudades y dos en los municipios inferiores a
2.000 habitantes; la elección era indirecta y los cargos eran el de Diputado del Común
y Síndico Personero.

La Hacienda. En materia hacendística Felipe V pretendía dos objetivos:


contrarrestar el desigual pago con que Castilla y Aragón contribuían al Erario Público
y obtener mayores ingresos. Para ello, dentro de la reforma de la Nueva Planta,
estableció nuevos impuestos llamados el "catastro" en Cataluña, el "equivalente" en

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Valencia, la "contribución real" en Aragón y la "talla" en Mallorca; por estos


impuestos se pagaba anualmente una cantidad distribuida entre los contribuyentes a
partir de beneficios industriales, del comercio y del trabajo personal. Los resultados
de la reforma de la Hacienda con Felipe V fueron buenos, y el 10 octubre de 1749
Ensenada decidió dar un paso adelante y promulgó una Real Cédula que aprobaba el
Decreto de Única Contribución. Con él se pretendía reducir a una sola contribución
los impuestos personales y las llamadas rentas provinciales (alcabala, cientos y
millones), contribuyendo cada persona en proporción a sus recursos; con ella la
nobleza y el clero perdían su inmunidad fiscal. Para conocer los recursos de sus
habitantes puso en marcha el Catastro de la Corona de Castilla, que fue completado
en 1754, mismo año en el que creó el Departamento de Hacienda. Para apoyar la
reforma hacendística se creó una especie de banco estatal, llamado Real Giro, con
sede en Madrid, que se encargaba de hacer las transferencias fuera de España. Sin
embargo, una serie de protestas propiciaron la caída de Ensenada del poder y con él
paralizaron el proyecto de Única Contribución y el Real Giro. En 1760 las finanzas
locales quedaron subordinadas a las decisiones del Estado.

Reforma del ejército y de la armada. En 1704 el nuevo monarca inició la


reforma del ejército: se impuso el reclutamiento militar obligatorio para hombres
entre 18 y 30 años, se sustituyeron los Tercios por Regimientos al frente de los cuales
estaba un coronel; los coroneles eran elegidos por el Rey, mientras que los oficiales
se elegían entre los caballeros y aquellos que vivieran noblemente, y los sargentos
eran elegidos entre el pueblo llano. Hubo otra reforma en 1734 por la cual el
reclutamiento forzoso se haría sólo cuando el ejército no se cubriese con voluntarios.
En 1770 se implantaron las quintas reales. Carlos III también trató de modernizar el
ejército, y para ello tomó como modelo Prusia. Se enviaron oficiales para estudiar el
sistema militar prusiano de Federico el Grande. Fundó la Academia Militar de Ávila —
infantería, caballería e ingenieros—. La artillería contó con una Academia en Segovia
fundada en 1764. Felipe V, a través de Patiño, sentó las bases de la reforma de la
armada que cristalizaría con el Marqués de la Ensenada, el cual amplió los astilleros
en Cádiz, Ferrol y Cartagena, donde creó tres arsenales reales. Se tendió a copiar los
navíos franceses, grandes y rápidos. A partir de 1750 Jorge Juan impulsó el modelo
británico, sólido y con gran potencia de fuego. En 1760 España contaba con 47 barcos
y 21 fragatas, y a finales de siglo contábamos con más de 200 barcos. Era la segunda
armada más poderosa del mundo después de la británica.

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CONCLUSIÓN (recomiendo personalizarla)


El siglo XVIII contempló el final del Antiguo Régimen, que dará lugar al fin de la
Historia Moderna y el principio de la Historia Contemporánea. Este Antiguo Régimen
poseía las siguientes características: en lo social, el mantenimiento de una sociedad
estamental, cerrada y jerarquizada; en lo económico, una economía cerrada e
intervenida por el mercantilismo, cuyo motor era la agricultura; en lo político, el
mantenimiento del absolutismo monárquico; en lo cultural e ideológico, la existencia
de una cultura dirigida por la Iglesia y la unión indisoluble del Trono y el Altar. Sin
embargo, en el siglo XVIII hicieron su irrupción una serie de cambios: en lo social, el
ascenso de la burguesía que basaba su poder en la riqueza económica; en lo
económico, la puesta en marcha de la Revolución industrial y el triunfo del
capitalismo; en lo político, la revolución liberal burguesa; en lo ideológico y cultural,
la aparición de la Ilustración. Por otro lado, las transformaciones políticas de los
Borbones a lo largo de este siglo permitieron una cierta recuperación de los males
acontecidos durante la Guerra de Sucesión, aunque no por ello dejamos de ser un
estado satélite de Francia en política internacional. Estas reformas contribuyeron a
crear una imagen de nuestro país que perdura en la actualidad, la idea de Estado
centralizado, dividido en provincias, con una fiscalidad relativamente moderna.
BIBLIOGRAFÍA (recomiendo comentarla tal y como indico en mis "consejos de
estudio")
 FLORISTÁN, A. (Coord.) (2002): Historia Moderna Universal. Editorial Ariel,
Barcelona.
 RIBOT, L. (Coord.) (2006): Historia del Mundo Moderno. Editorial Actas,
Madrid.
 BENNASSAR, B., JACQUART, J., LEBRUN, F., DENIS, M., BLAYAU, N. (1994):
Historia moderna. Editorial Akal, Madrid.
 DUCHHARDT, H. (1992): La Época del Absolutismo. Editorial Alianza, Madrid.
 LUTZ, H. (1994): Reforma y contrarreforma. Editorial Alianza, Madrid.
 HINRICHS, E (2001): Introducción a la historia de la Edad Moderna Editorial
Akal, Madrid.
 ANES, G. (1994): El Siglo de las Luces. Historia de España vol. IV dir. por M.
ARTOLA. Alianza Editorial, Madrid.
 LYNCH, J. (1993): La España del siglo XVIII. Editorial Crítica, Barcelona.
 CASTILLA SOTO, J., RODRÍGUEZ GARCÍA, J. (2011): Historia Moderna de España
(1665-1808).Estudios Universitarios Ramón Areces, Madrid.
 MORAN. R; MAQUEDA C. (2012): Historia de la Administración en España.
Editorial Universitas, Madrid.
 BLANNING, T.C.W. (2002): El Siglo XVIII: 1688-1815. Editorial Crítica, Barcelona.

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ANEXO

SOCIEDAD ESTAMENTAL DEL SIGLO XVIII

RUTAS COMERCIALES SIGLO XVIII

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ESTRUCTURA ADMINISTRATIVA EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII

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