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Las obras filosóficas de Lucio Anneo SÉNECA (ca. 4 a.C.-65 d.C.)


han ejercido un duradero influjo sobre la cultura occidental y
contienen una formulación significativa de las ideas del estoicismo
maduro. SOBRE LA FELICIDAD -De vita beata- plantea algunas
cuestiones centrales de la ética antigua: la relación del placer con la
virtud y con la felicidad, el ideal humano, la figura del sabio, la
significación del concepto de naturaleza aplicado al hombre, la
justificación de las riquezas, los supuestos religiosos de la ética,
etcétera.
Lucio Anneo Séneca

SOBRE LA FELICIDAD
De vita beata

ePUB v1.0
Antares 11.03.12
Lucio Anneo Séneca (Latín: Lucius Annæus Seneca), llamado Séneca
el Joven (4 a. C. – 65) fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus
obras de carácter moralista. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue Cuestor, Pretor,
Senador del Imperio Romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón,
además de Ministro, tutor y consejero del emperador Nerón. Séneca destacó tanto como
pensador e intelectual, así como político.
Consumado orador, fue una figura predominante de la política romana durante la era
imperial, como uno de los senadores más admirados, influyentes y respetados, siendo foco
de múltiples enemistades y benefactores, a causa de este extraordinario prestigio. De
tendencias moralistas, Séneca ha pasado a la historia como el máximo representante del
estoicismo romano, en una etapa tan turbulenta, amoral y anti ética como lo fue la plena
decadencia imperial, de la etapa que vivió, estoicismo y moralismo que al final, lo llevaron
a acabar con su propia vida.
La verdadera felicidad no consiste en tenerlo todo, sino en no desear nada.
Lucio Anneo Séneca
Capítulo 1

La opinión común y el acierto

Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felices, pero al ir a


descubrir lo que hace feliz la vida, van a tientas, y no es fácil conseguir la
felicidad en la vida, ya que se aleja uno tanto más de ella cuanto más
afanosamente se la busque, si ha errado el camino, si éste lleva en sentido
contrario, la misma velocidad aumenta la distancia. Hay que determinar,
pues, primero lo que apetecemos; luego se ha de considerar por dónde
podemos avanzar hacia ello más rápidamente, y veremos por el camino,
siempre que sea el bueno, cuánto se adelanta cada día y cuánto nos
acercamos a aquéllo que nos impulsa un deseo natural. Mientras erremos de
acá para allá sin seguir a otro guía que los rumores y los clamores
discordantes que nos llaman hacia distintos lugares, se consumirá entre
errores nuestra corta vida, aunque trabajemos día y noche para mejorar
nuestro espíritu. Hay que decidir, pues, a dónde nos dirijamos y por dónde,
no sin ayuda de algún hombre experto que haya explorado el camino por
donde avanzamos, ya que aquí la situación no es la misma que en los demás
viajes; en éstos hay algún sendero, y los habitantes a quienes se pregunta no
permiten extraviarse; pero aquí el camino más frecuentado y más famoso es
el que más engaña. Nada importa, pues, más que no seguir, como ovejas, el
rebaño de los que nos preceden, yendo así, no a donde hay que ir, sino a
donde se va. Y ciertamente nada nos envuelve en mayores males que
acomodarnos al rumor, persuadidos de que lo mejor es lo admitido por el
asentimiento de muchos, tener por buenos los ejemplos numerosos y no
vivir racionalmente, sino por imitación. De ahí esa aglomeración tan grande
de personas que se precipitan unas sobre otras. Lo que ocurre en una gran
catástrofe colectiva, cuando la gente misma se aplasta, nadie cae sin
arrastrar a otro y los primeros son la perdición de los que siguen, puedes
verlo suceder en toda vida; nadie yerra sólo por su cuenta, sino que es causa
y autor del error ajeno. Es dañoso, pues, apegarse a los que van delante; y
como todos prefieren creer que juzgar, nunca se juzga acerca de la vida,
siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano.
Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos
de la masa. Pero ahora la gente se enfrenta con la razón, en defensa de su
mal. Y sucede lo mismo que en los comicios, en los cuales los mismos que
han nombrado a los pretores, se admiran de que hayan sido nombrados,
cuando ha mudado el inconstante favor; aprobamos y condenamos las
mismas cosas; éste es el resultado de todo juicio que se falla por el voto de
la mayoría.
Capítulo 2

Razón y opinión

Cuando se trata de la vida feliz, no es propio que me respondas, según la


costumbre de la separación de los votos: “Esta parte parece ser la mayor”;
pues por eso mismo es la peor. No marchan tan bien los asuntos humanos,
que las cosas mejores agraden a los más; la prueba de lo peor es la
muchedumbre. Busquemos qué es lo mejor, no lo más acostumbrado, y lo
que nos ponga en posesión de una felicidad eterna, no lo que apruebe el
vulgo, pésimo intérprete de la verdad. Y llamo vulgo tanto a los que visten
clámide como a los que llevan coronas; pues no miro el color de los
vestidos con que se adornan los cuerpos; no me fío de los ojos para conocer
al hombre; tengo una luz mejor y más cierta para discernir lo verdadero y lo
falso; el bien del espíritu, el espíritu lo ha de hallar. Si éste tuviera alguna
vez ocasión de respirar y de entrar en sí mismo, ¡oh! Cómo se torturaría,
confesaría la verdad y diría: “Todo lo que he hecho hasta ahora, preferiría
que no hubiera sido hecho; cuando pienso en todo lo que he dicho, envidio
a los mudos; cuanto he deseado, lo juzgo maldición de mis enemigos; todo
lo que he temido, ¡justos dioses!, cuánto mejor fue que lo que he deseado.
Me he enemistado con muchos y del odio he vuelto a la amistad (si es que
hay alguna amistad entre los malos): aún no soy amigo de mí mismo. He
hecho los mayores esfuerzos por salir de la multitud y hacerme notar por
alguna cualidad: ¿qué he hecho sino ofrecerme como un blanco y mostrar a
la malevolencia dónde podía morderme?. ¿Ves a ésos que elogian la
elocuencia, que escoltan a la riqueza, que adulan al favor, que ensalzan el
poder? Todos son enemigos o, lo que es igual, pueden serlo; tantos son los
admiradores como los envidiosos. ¿Porqué no buscar más bien algo bueno
realmente, para sentirlo, no para mostrarlo?. Esas cosas que se contemplan,
ante las que se detienen las gentes, que uno señala a otro con asombro, por
fuera brillan, por dentro son deplorables”.
Capítulo 3

La felicidad verdadera

Busquemos algo bueno, no en apariencia, sino sólido y duradero, y más


hermoso por sus partes escondidas; descubrámoslo. No está lejos: se
encontrará; sólo hace falta saber hacia dónde extender la mano; mas
pasamos, como en tinieblas, al lado de las cosas, tropezando con las mismas
que deseamos. Pero para no hacerte dar rodeos, pasaré por alto las
opiniones de los demás, pues es cosa larga enumerarlas y refutarlas; oye la
nuestra. Cuando digo la nuestra, no me apego a ninguno de los maestros
estoicos: también yo tengo derecho a opinar. Por tanto, seguiré a alguno,
pediré a otro que divida su tesis, tal vez después de haberlos citado a todos
no rechazaré nada de lo que decidieron los anteriores, y diré: “Esto opino
también”. Por lo pronto, de acuerdo en esto con todos los estoicos, me
atengo a la naturaleza de las cosas; la sabiduría consiste en no apartarse de
ella y formarse según su ley y su ejemplo. La vida feliz es, por tanto, la que
está conforme con su naturaleza, lo cual no puede suceder más que si,
primero, el alma está sana y en constante posesión de su salud; en segundo
lugar, si es enérgica y ardiente, magnánima y paciente, adaptable a las
circunstancias, cuidadosa sin angustia de su cuerpo y de lo que le pertenece,
atenta a las demás cosas que sirven para la vida, sin admirarse de ninguna;
si usa de los dones de la fortuna, sin ser esclava de ellos. Comprendes,
aunque no lo añadiera, que de ello nace una constante tranquilidad y
libertad, una vez alejadas las cosas que nos irritan o nos aterran; pues en
lugar de los placeres y de esos goces mezquinos y frágiles, dañosos aún en
el mismo desorden, nos viene una gran alegría inquebrantable y constante, y
al mismo tiempo la paz y la armonía del alma, y la magnanimidad con la
dulzura, pues toda ferocidad procede de debilidad.
Capítulo 4

Definiciones del sumo bien

El bien, tal como lo concebimos nosotros, puede también definirse de otras


maneras, es decir, puede comprenderse en el mismo sentido, pero no en los
mismos términos. Así como un mismo ejército puede extenderse en un
frente más amplio o concentrarse, disponer el centro en curva, arqueando
las alas, o desplegarse en línea recta, pero su fuerza y su voluntad de luchar
por la misma causa son las mismas, de cualquier modo que esté ordenado;
de igual manera la definición del sumo bien puede ampliarse, o bien
reducirse y replegarse. Será lo mismo, por lo tanto, si digo; “El sumo bien
es un alma que desprecia las cosas azarosas y se complace en la virtud”, o
bien “una fuerza de ánimo invencible, con experiencia de las cosas serena
en la acción, llena de humanidad y de solicitud por los que nos rodean”. Se
puede también definir diciendo que el hombre feliz es aquel para quien
nada es bueno ni malo, sino un alma buena o mala, que practica el bien, que
se contenta con la virtud, que no se deja ni elevar ni abatir por la fortuna,
que no conoce bien mayor que el que puede darse a sí mismo, para quien el
verdadero placer será el desprecio de los placeres. Puedes, si gustas de
disgresiones, presentar la misma cosa en uno u otro aspecto, sin alterar su
significación. ¿Qué nos impide, en efecto, decir que la felicidad de la vida
consiste en un alma libre, levantada, intrépida y constante, inaccesible al
miedo y a la codicia, para quien el único bien sea la virtud, el único mal la
vileza, y lo demás un montón de cosas sin valor, que no quitan ni añaden
nada a la felicidad de la vida, ya que vienen y se van sin aumentar ni
diminuir el sumo bien? A este principio así fundado tiene que seguir quiera
o no, una alegría constante y un gozo profundo que viene desde lo hondo,
pues se alegra de lo suyo propio y no desea bienes mayores que los
privados. ¿Porqué no han de compensar bien estas cosas los movimientos
mezquinos, frívolos e inconstantes de nuestro cuerpo flaco?. El día que lo
domine el placer, lo dominará también el dolor.
Capítulo 5

La libertad del sabio

Ves, pues, qué mala y funesta servidumbre tendrá que sufrir aquél a quien
poseerán alternativamente los placeres y los dolores, los dominios más
caprichosos y arrebatados. Hay que encontrar, por tanto, una salida hacia la
libertad. Esta libertad no la da más que la indiferencia por la fortuna;
entonces nacerá ese inestimable bien, la calma del espíritu puesto en seguro
y la elevación; y, desechados todos los terrores, del conocimiento de la
verdad surgirá un gozo grande e inmutable, y la afabilidad y efusión del
ánimo, con los cuales se deleitará, no como bienes, sino como frutos de su
propio bien. Puesto que he empezado a tratar la cuestión con amplitud,
puede llamarse feliz al que, gracias a la razón, ni desea ni teme; pues las
piedras también carecen de temor y de tristeza, e igualmente los animales,
pero no por ello dice nadie que son felices los que no tienen conciencia de
la felicidad. Pon en el mismo lugar a los hombres a quienes una índole
obtusa y la ignorancia de sí mismos reducen al número de los animales y de
las cosas inanimadas. Ninguna diferencia hay entre éstos y aquéllos, pues
éstos carecen de razón y la de aquéllos está corrompida y sólo sirve para su
mal y para pervertirlos; pues nadie puede llamarse feliz fuera de la verdad.
La vida feliz tiene, por tanto, su fundamento inmutable en un juicio recto y
seguro. Pues el alma es pura y libre de todo mal cuando ha evitado no sólo
los desgarrones, sino también los arañazos, dispuesta a mantenerse siempre
donde se ha detenido y a defender su posición contra los furores y los
embates de la fortuna. Pues, por lo que se refiere al placer, aún cuando se
difunda por todas partes en torno nuestro y se insinúe por todas las vías y
halague el ánimo con sus caricias y acumule unas tras otras para seducirnos
total o parcialmente, ¿qué mortal a quien quede algún vestigio de ser
hombre querría sentir su cosquilleo día y noche y abandonar el alma para
consagrarse al cuerpo?.
Capítulo 6

Placer y felicidad

“Pero también el alma -se dice- tendrá sus placeres”. Téngalos en buena
hora, y eríjase en árbitro de la sensualidad y de los placeres, llénese de
todas las cosas que suelen encantar los sentidos, después vuelva los ojos al
pretérito y, al acordarse de los placeres pasados, embriáguese con los
anteriores y anticipe ya los futuros, apreste sus esperanzas y, mientras el
cuerpo se abandona a los festines presentes, ponga el pensamiento en los
futuros; tanto más desdichado me parecerá por ello, pues tomar lo malo por
lo bueno es locura. Y sin cordura nadie es feliz, ni es cuerdo aquel a quien
le apetecen cosas dañosas como si fueran las mejores. Es feliz, por tanto, el
que tiene un juicio recto; es feliz el que está contento con las circunstancias
presentes, sean las que quieran, y es amigo de lo que tiene; es feliz aquel
para quien la razón es quien da valor a todas las cosas de su vida. Los
mismos que dijeron que el sumo bien es el placer, ven en qué mal lugar lo
habían puesto. Por eso niegan que se pueda separar el placer de la virtud, y
dicen que nadie puede vivir honestamente sin gozo, ni gozosamente sin
vivir también con honestidad. No veo cómo pueden cinciliarse estas cosas
tan diversas. ¿Por qué, decidme, no puede separarse el placer de la virtud?.
¿Sin duda por que el principio de los bienes reside siempre en la virtud, y
también nacen de sus raíces las cosas que amáis y apetecéis?. Pero si fueran
inseparables, no veríamos algunas cosas agradables pero no honestas, y
otras, en cambio, virtuosísimas pero ingratas, y que se han de realizar entre
dolores.
Capítulo 7

Oposición de la virtud y el placer

Añade ahora que el placer sobreviene incluso a la vida más infame, pero
que la virtud no admite una mala vida, y algunos no son infelices por falta
de placer, sino por el placer mismo, lo cual no ocurriría si a la virtud se
mezclase el deleite, del que a menudo carece la virtud, pero que nunca
necesita. ¿Por qué querer reunir cosas distintas y aún contrarias?. La virtud
es algo elevado, excelso y regio, invencible e infatigable; el placer es algo
bajo, servil, flaco y mezquino, cuyo asiento y domicilio son los lupanares y
las tabernas. Encontrarás la virtud en el templo, en el foro, atezada, con las
manos encallecidas; al placer, casi siempre escondido en busca de tinieblas,
cerca de los baños y estufas, y de los lugares que temen a la policía, blando,
sin frío, húmedo de vino y de perfumes, pálido y cubierto de afeites y lleno
de ungüentos como un cadáver. El sumo bien es inmortal, no puede
desaparecer y no conoce el hastío ni el arrepentimiento; pues un alma recta
no cambia nunca, ni se aborrece, ni muda nada, porque siempre ha seguido
lo mejor; pero el placer, en cambio, cuanto más deleita, se extingue. Y no
tiene mucho espacio, por lo cual pronto lo llena, y produce hastío, y se
marchita después de los primeros transportes. Y nunca es seguro aquello
cuya naturaleza consiste en el movimiento; así no puede tener consistencia
alguna lo que llega y pasa del modo más fugaz, para perecer en su mismo
uso, pues llega al punto donde cesa, y cuando comienza ya ve su fin.
Capítulo 8

Vivir según la naturaleza

¿Qué importa que el placer se dé tanto entre los buenos como entre los
malos y no deleite menos entre los buenos como entre los malos y no
deleite menos a los infames su deshonra que a los virtuosos su mérito?. Por
esto los antiguos recomendaron seguir la vida mejor, no la más agradable,
de modo que el placer no sea el guía, sino el compañero de la voluntad recta
y buena. Pues es la naturaleza quien tiene que guiarnos; la razón la observa
y la consulta. Es lo mismo, por tanto, vivir felizmente o según la naturaleza.
Voy a explicar qué quiere decir esto: si conservamos con cuidado y sin
temor nuestras dotes corporales y nuestras aptitudes naturales, como bienes
fugaces y dados para un día, si no sufrimos su servidumbre y no nos
dominan las cosas externas; si los placeres fortuitos del cuerpo tienen para
nosotros el mismo puesto que en campaña los auxiliares y las tropas ligeras
(tienen que servir, no mandar), sólo así son útiles para el alma. Que el
hombre no se deje corromper ni dominar por las cosas exteriores y sólo se
admire a sí mismo, que confíe en su ánimo y esté preparado a cualquier
fortuna, que sea artífice de su vida. Que su confianza no carezca de ciencia,
ni su ciencia de constancia; que sus decisiones sean para siempre y sus
decretos no tengan ninguna enmienda. Se comprende, sin que necesite
añadirlo, que un hombre tal será sereno y ordenado, y hará todo con
grandeza y afabilidad. La verdadera razón estará inserta en los sentidos y
tomará allí su punto de partida; pues no tiene otra cosa donde apoyarse para
lanzarse hacia la verdad y volver a sí misma. Y también el mundo que
abarca todas las cosas, Dios rector del universo, tiende hacia las cosas
exteriores, pero sin embargo vuelve a sí totalmente de todas partes. Que
nuestra mente haga lo mismo; cuando se ha seguido a sus sentidos y se ha
extendido por medio de ellos hasta las cosas exteriores, sea dueña de éstas y
de sí misma. De este modo resultará una unidad de fuerza y de potencia, de
acuerdo consigo misma; y nacerá esa razón segura, sin discrepancia ni
vacilación en sus opiniones y comprensiones, ni en su convicción. La cual,
cuando se ha ordenado y se ha acordado y, por decirlo así, armonizado en
sus partes, ha alcanzado el sumo bien. Pues nada malo ni inseguro subsiste;
nada en que pueda tropezar o resbalar. Lo hará todo por su propia autoridad,
y nada imprevisto le ocurrirá, sino que todo lo que haga resultará bien, fácil
y diestramente, sin rodeos al obrar; pues la pereza y vacilación acusan lucha
e inconstancia. Por tanto, puedes declarar resueltamente que el sumo bien es
la concordia del alma; pues las virtudes deberán estar allí donde estén la
armonía y la unidad; son los vicios los que discrepan.
Capítulo 9

El placer sobrevenido

Pero tú mismo –se dice–  sólo practicas la virtud porque esperas de ella
algún placer. En primer lugar, si la virtud ha de proporcionar placer, no se la
busca por él, pues no lo proporciona sino por añadidura, y no se esfuerza
por conseguirlo, sino que su esfuerzo, aunque tienda a otra cosa, lo
alcanzará también. Así como en un campo arado para la siembra nacen aquí
y allá algunas flores, pero no se ha tomado tanto trabajo por estas
hierbecillas, aunque deleiten los ojos –el propósito del sembrador fue otro,
y esto sobrevino–, así también el placer no es el pago ni la causa de la
virtud, sino algo accesorio; y no se lo acepta porque deleite, sino que, si se
lo acepta, también deleita. El sumo bien reside en el mismo juicio y en la
disposición de un espíritu perfecto; cuando éste ha llenado todo su ámbito y
se ha ceñido a sus límites, se ha realizado el sumo bien y ya no desea nada
más. Pues nada hay fuera del todo, ni tampoco más allá del fin. Por eso
yerras cuando preguntas qué es aquello por lo que busco la virtud; pues
buscas algo por encima de lo más alto. ¿Preguntas qué busco en la virtud?:
ella misma, pues no tiene nada mejor y es premio de sí misma. ¿O es esto
poca cosa?. Cuando te diga: “El sumo bien es la firmeza y previsión y
agudeza y cordura y libertad y armonía y compostura de un alma
inquebrantable”, ¿vas a exigir todavía algo mayor a que se refieran todas
estas cosas?. ¿Para qué me hablas del placer?. Busco el bien del hombre, no
el del vientre, que las bestias y las fieras tienen más grande.
Capítulo 10

La actitud ante el placer

“Desvirtúas lo que digo –se replicará–. Yo niego que nadie pueda vivir
agradablemente si no vive a la vez virtuosamente; lo cual no puede suceder
a los mudos animales, ni a los que miden el bien por la comida. Clara y
abiertamente declaro que esa vida que llamo agradable no puede existir sin
compañía de la virtud”. Pero ¿quién ignora que hasta los más estúpidos
están saturados de vuestros placeres, que la maldad abunda en goces, y que
el alma no sólo sugiere placeres viciosos, sino muchos?. En primer lugar la
insolencia y la excesiva estimación de sí propio, y una hinchazón orgullosa
que os eleva sobre los demás, y el apego ciego e irreflexivo a las cosas
propias; delicias muelles, y transportes por causas mínimas y pueriles;
además la causticidad y la soberbia que se complace en los insultos, la
desidia y la flojedad de un alma indolente que se duerme sobre sí misma.
Todas estas cosas las disipa la virtud, nos pone sobre aviso y estima los
placeres antes de aceptarlos; si algunos aprueba, no los aprecia en mucho
(pues sólo los acepta), y no goza con su uso, sino con su templanza; pero la
templanza, que disminuye los placeres, es un atentado al sumo bien. Tú
abrazas el placer, yo lo reprimo¸ tú gozas del placer, yo lo uso; tú lo
consideras el bien supremo, yo ni siquiera un bien; tú haces todo por el
placer, yo nada.
Capítulo 11

Impotencia de la sabiduría epicúrea

Cuando digo que no hago nada por el placer, hablo del verdadero sabio, al
cual solamente lo concedes. Pero no llamo sabio a quien tiene algo por
encima de sí, y con mayor razón si es el placer. Pues, dominado por éste,
¿Cómo hará frente al trabajo y al peligro, a la pobreza y a tantas amenazas
que rugen en torno de la vida humana?. ¿Cómo soportará la visión de la
muerte y del dolor, el estrépito del mundo y tantos enemigos acérrimos,
vencido por tan blando adversario?. Todo lo que el placer le aconseje, lo
hará. ¿Y no ves cuántas cosas le aconsejará?. “Nada vergonzoso –dices- le
podrá aconsejar, porque está asociado a la virtud”. ¿No ves, una vez más,
cuál es ese sumo bien, que necesita de un guardián para ser bueno?. ¿Y la
virtud, cómo dirigirá al placer a quien sigue, puesto que seguir es propio de
quien obedece y dirigir del que manda?. Pones detrás al que manda.
¡Magnífico papel tiene entre vosotros la virtud: probar los placeres!. Pero
veremos si la virtud, entre los que la tratan tan afrentosamente, sigue siendo
todavía virtud, pues no puede llamarse así si cede su puesto; entretanto,
mostraré, que es de lo que se trata, a muchos asediados por los placeres,
sobre los que la fortuna ha derramado todos sus dones, y que tendrás que
reconocer malos. Mira a Nomentano y Apicio en busca de los bienes –como
ellos dicen- de la tierra y del mar, y que reconocen en su mesa a los
animales de todos los países, míralos en su lecho de rosas esperando su
comilona, deleitando los oídos con el sonido de las voces, los ojos con
espectáculos, con sabores el paladar. Todo su cuerpo es excitado con
fricciones blandas y suaves; y para que la nariz no descanse mientras tanto,
se impregna de varios olores el lugar mismo donde se hacen ofrendas a la
sensualidad. Reconocerás que ésos están entre placeres, pero sin embargo
no les irá bien, porque no es del bien de lo que gozan.
Capítulo 12

El peligro del epicureísmo

“Les irá mal –dices- porque intervienen muchas circunstancias que


perturban su ánimo, y las opiniones contrarias inquietarán su mente”.
Concedo que sea así; pero no obstante, esos mismos necios, caprichosos y
expuestos a la amenaza del arrepentimiento, experimentan grandes placeres,
de modo que es menester confesar que están tan lejos de toda molestia
como del buen sentido; y (como ocurre a muchos) tienen una locura alegre
y se enajenan entre risas. Por el contrario, los placeres de los sabios son
apacibles y moderados, acaso débiles, concentrados y apenas visibles; pues
vienen sin ser llamados, y cuando llegan espontáneamente no son recibidos
con honores ni con gozo alguno por los que experimentan, pues los mezclan
en la vida como el juego y la diversión entre las cosas serias. Déjese pues,
de unir cosas incompatibles y de enlazar el placer con la virtud, vicio con el
que se adula a los peores. El hombre sumido en los placeres, siempre ahíto
y ebrio, por saber que vive con placer, cree vivir también con virtud; pues
oye que el placer no puede separarse de la virtud, y entonces da a sus vicios
el nombre de sabiduría y ostenta lo que debiera ocultar. Así, no se entregan
a la sensualidad impulsados por Epicuro, sino que dados al vicio, esconden
su corrupción en el seno de la filosofía, y acuden donde oyen alabar el
placer. Y no consideran cuán sobrio y seco es el placer de Epicuro (al
menos así lo entiendo yo), sino que se precipitan hacia ese nombre, en
busca de una autoridad y de algún velo para sus desenfrenos. Y así pierden
lo único bueno que tenían entre sus males, la vergüenza del pecado; pues
alaban aquello de que se sonrojaban y se envanecen del vicio; por esto ni
siquiera es posible a la juventud enmendarse, puesto que se aplica un título
honroso a una indolencia vergonzosa. Ésta es la razón de que ésa alabanza
del placer sea perniciosa: los preceptos virtuosos quedan ocultos; lo que
corrompe está manifiesto.
Capítulo 13

El verdadero sentido de la doctrina


de Epicuro

Yo mismo soy de la opinión (lo diré a pesar de nuestros partidarios) de que


los preceptos de Epicuro son venerables, rectos y, si los miras más de cerca,
tristes: pues reduce el placer a algo escaso y mezquino, y la ley que
nosotros asignamos a la virtud, él la asigna al placer: le ordena obedecer la
ley de la naturaleza; pero es poco para la sensualidad lo que para la
naturaleza es bastante. Pero ¿qué ocurre?. Aquél que llama felicidad al ocio
perezoso y a los goces alternativos de la gula y la lujuria, busca un buen
apoyo para una mala causa; y mientras viene, inducido por aquel nombre
seductor, sigue el placer, no el que le enseñan, sino el que trajo consigo; y
una vez que empieza a juzgar sus vicios semejantes a los preceptos, cede a
ellos, pero no ya con timidez y escondidas: se entrega a la sensualidad
abiertamente, descaradamente. Por esto no diré, como la mayoría de los
nuestros, que la escuela de Epicuro es maestra de infamias, sino que digo:
tiene mala reputación, tiene mala fama, y no la merece. ¿Quién puede
saberlo si no ha sido admitido en su interior?. Su misma fachada da lugar a
las hablillas y suscita malsanas esperanzas. Es como un hombre enérgico
vestido de mujer. Tu pudor es constante, tu virilidad está intacta, tu cuerpo
no cede a ninguna debilidad vergonzosa, pero tienes en la mano un tambor.
Elíjase pues, un título honroso y una muestra que incite por sí misma al
alma a rechazar los vicios que la enervan en cuanto llegan. El que se acerca
a la virtud, da pruebas de un carácter noble; el que sigue al placer parece
débil, quebrantado, menos hombre, propenso a caer en torpezas, a no ser
que alguien le haya distinguido los placeres, para que sepa cuáles de ellos
están dentro del deseo natural, cuáles llevan al abismo y son ilimitados, y
cuanto más se los satisface, más insaciables. Que la virtud vaya, pues,
delante: siguiendo sus huellas, siempre estaremos en seguro: y el placer
excesivo daña; en la virtud no hay que temer que haya exceso, porque en
ella misma está la mesura; no es bueno lo que padece por su propia
magnitud.
Capítulo 14

El riesgo del placer

Además, los que están dotados de una naturaleza racional ¿qué cosa puede
proponérseles mejor que la razón?. Y si se quiere esa unión, si se quiere ir a
la felicidad en compañía, que la virtud marche delante y el placer le
acompañe y vaya junto a ella, como la sombra junto al cuerpo. Hacer de la
virtud el más excelso de todos los bienes, una esclava del placer, es propio
de un hombre incapaz de concebir nada grande. Que la virtud vaya la
primera, que lleve el estandarte; no por eso tendremos menos el placer, pero
seremos dueños y moderadores de él; nos hará ceder algo a sus súplicas,
pero no nos impondrá nada. Pero los que han entregado el mando al placer
carecen de uno y otro, pues pierden la virtud, y además no tienen el placer,
sino que el placer los tiene a ellos: o se atormentan por su falta o se ahogan
en su abundancia; desdichados si los abandona, más desdichados si los
abruma; así como los navegantes sorprendidos en el mar de las Sirtes tan
pronto se quedan en seco como son agitados por olas impetuosas. Esto
ocurre por una intemperancia excesiva y un amor ciego de su objeto; pues
para el que busca el mal en vez del bien, es peligroso alcanzarlo. Así como
cazamos a las fieras con esfuerzo y peligro, y su posesión, una vez cogidas,
es también inquieta, pues con frecuencia despedazan a sus dueños, del
mismo modo los que poseen grandes placeres caen en un gran mal, y los
antes conquistados los apresan; y cuanto más numerosos y grandes son,
tanto más pequeño y siervo de más señores es aquél a quien el vulgo llama
feliz. Quiero insistir aún en esta imagen: el que busca los cubiles de las
fieras y gusta mucho de capturar fieras a lazo y rodear con perros los vastos
bosques, abandona, para seguir sus huellas, ocupaciones preferibles, y
renuncia a muchos menesteres; del mismo modo, el que persigue el placer
pospone a él todas las cosas, y lo primero que descuida es su libertad, que
sacrifica por el vientre; y no compra los placeres para sí mismo, sino que se
vende a los placeres.
Capítulo 15

Obedecer a Dios es libertad

“¿Pero –se dirá- qué impide fundir en uno solo la virtud y el placer, y
establecer el bien supremo de modo que la misma cosa sea a la vez honesta
y agradable?”. Es que no puede haber una parte de lo virtuoso que no sea
algo virtuoso, y el sumo bien no tendrá su pureza si encierra algo distinto de
lo mejor. Ni siquiera el gozo que nace de la virtud, aunque sea un bien, es
una parte del bien absoluto: no más que la alegría y la tranquilidad, aunque
nazcan de las causas más excelentes; pues estas cosas son bienes, pero son
consecuencia y no complemento del sumo bien. El que establece una
alianza entre el placer y la virtud, aún sin ponerlos en un pie de igualdad,
por la fragilidad de uno de los bienes debilita cuanto hay de vigor en el otro,
y pone bajo un yugo esa libertad que sólo es invencible si no conoce nada
más precioso que ella misma. Pues –lo que es la máxima servidumbre-
empieza a necesitar la fortuna; síguese de esto una vida ansiosa, suspicaz,
inquieta, temerosa de las vicisitudes, pendiente de los momentos de los
tiempos. No das a la virtud un fundamento grave, inmutable, sino que le
ordenas mantenerse en un lugar movedizo. Pues ¿qué hay tan mudable
como la espera de las cosas fortuitas y la variación del cuerpo y de las cosas
que lo afectan?. ¿Cómo puede obedecer a Dios y aceptar con buen ánimo
todo lo que suceda, no quejarse del destino y acoger de buen grado sus
vicisitudes el que se agita a las menores punzadas de los placeres y de los
dolores?. Ni siquiera es un buen defensor o salvador de la patria, ni
protector de sus amigos, si se inclina a los placeres. Que el sumo bien se
eleve a un lugar de donde ninguna fuerza pueda arrastrarlo, adonde no tenga
acceso el dolor ni la esperanza, ni el temor, ni ninguna otra cosa que
amengüe los derechos del bien supremo. Pero sólo la virtud puede elevarse
hasta allí; su paso es quien ha de dominar esa pendiente; ella permanecerá
firme y soportará todos los acontecimientos, no solo paciente, sino
voluntariamente, y sabrá que toda la dificultad de los tiempos es una ley de
la naturaleza; y como un buen soldado, soportará sus heridas, contará las
cicatrices y al morir traspasado por los dardos amará al jefe por quien cae;
tendrá siempre en su mente el viejo precepto: Sigue a Dios. En cambio, el
que se queja, llora y gime, es obligado a la fuerza a hacer lo que está
mandado, y no por ello es menos llevado sin querer adonde se le ordena.
¡Qué locura es preferir ser arrastrado a seguir!. Tanto, a fe mía, como, por
necedad e ignorancia de la propia condición, dolerte de que te falte algo o te
ocurra algo penoso, o igualmente extrañarte o indignarte de las cosas que
tanto suceden a los buenos como a los malos: quiero decir las
enfermedades, las muertes, los impedimentos y las demás miserias que
acontecen inesperadamente a la vida humana. Aceptemos con buen ánimo
todo lo que se ha de padecer por la constitución del universo; estamos
sujetos a la obligación de soportar las condiciones de la vida mortal y no
perturbarnos por lo que no está en nuestro poder evitar. Hemos nacido en un
reino: obedecer a Dios es libertad.
Capítulo 16

La felicidad del sabio

Por tanto, la verdadera felicidad reside en la virtud. ¿Qué te aconsejará esta


virtud?. Que no estimes bueno o malo lo que no acontece ni por virtud ni
por malicia; en segundo lugar, que seas inconmovible incluso contra el mal
que procede del bien; de modo que, en cuanto es lícito, te hagas un dios.
¿Qué te promete esta empresa?. Privilegios grandes e iguales a los divinos:
no serás obligado a nada, no necesitarás nada; serás libre, seguro, indemne;
nada intentarás en vano, nada te impedirá; todo marchará conforme a tu
deseo; nada adverso te sucederá, nada contrario a tu opinión o a tu voluntad.
Pues qué, ¿basta la virtud para vivir feliz?. Siendo perfecta y divina,
¿porqué no ha de bastar?. Incluso es más que suficiente. ¿Pues qué puede
faltar al que está exento de todo deseo?. ¿Qué necesita del exterior el que ha
recogido todas sus cosas en sí mismo?. Pero el que tiende a la virtud, aún
cuando haya avanzado mucho, necesita, sin embargo, algún favor de la
fortuna, mientras aún lucha entre los afanes humanos, mientras desata aquel
nudo y todo lazo mortal. ¿Qué diferencia hay entonces? Que unos están
atados, otros amarrados, otros incluso agarrotados: el que ha llegado a una
región superior y se ha elevado a más altura, arrastra una cadena floja,
todavía no libre, pero ya casi libre.
Capítulo 17

Los principios y la conducta

Pero alguno de ésos que ladran contra la filosofía dirá, como suelen: “¿Por
qué hablas con más energía que vives?. ¿Por qué bajas el tono delante de un
superior, y consideras que el dinero es para ti un instrumento necesario, y te
alteras por un contratiempo, y lloras al enterarte de la muerte de tu esposa o
de un amigo, y miras por tu fama, y te afectan las habladurías malévolas?.
¿Por qué tu campo está más cultivado de lo que pide el uso natural?. ¿Por
qué no cenas según tus preceptos?. ¿Por qué tienes un mobiliario demasiado
elegante?. ¿Por qué se bebe en tu casa un vino más viejo que tú?. ¿Por qué
se instala una pajarera?. ¿Por qué se plantan árboles que no han de dar más
que sombra?. ¿Por qué tu mujer lleva en las orejas la renta de una casa
opulenta? ¿Por qué tus esclavos se visten con ropas preciosas? ¿Por qué es
en tu casa un arte el servir la mesa y no se coloca la plata al azar y de
cualquier manera, sino que se sirve con pericia y tienes un maestro de arte
cisoria? “. Añade aún, si quieres: “¿Por qué tienes posesiones más allá del
mar?. ¿Y más de las que conoces?. Es una vergüenza que seas tan
negligente como para no conocer a unos poquillos esclavos, o tan fastuosos
como para tener más que los que la memoria alcanza a conocer”. Ayudaré
enseguida a tus reproches y me haré más objeciones que las que imaginas;
ahora te responderé esto: “No soy un sabio y, para que tu malevolencia se
regocije, nunca lo seré. Por esto no exijo de mí ser igual que los mejores,
sino mejor que los malos: me basta con podar todos los días algo de mis
vicios y castigar mis extravíos. No he llegado a la salud, ni llegaré siquiera;
compongo para mi gota más calmantes que remedios, contento si los
ataques son menos frecuentes y menos dolorosos; pero comparado con
vuestros pies, yo, impotente, soy un corredor”.
Capítulo 18

La malevolencia no respeta a nadie

No digo estas cosas por mí, pues estoy sumido en todos los vicios, sino por
aquel que ya ha conseguido algo. “Hablas de un modo –se dice-, vives de
otro”. Este reproche, ¡cabezas llenas de malevolencia y de hostilidad a
todos los mejores!, se ha hecho a Platón, se ha hecho a Epicuro, se ha hecho
a Zenón; pues todos estos éstos decían, no como vivían ellos mismos, sino
cómo hubiesen debido vivir. Hablo de la virtud, no de mí, y cuando clamo
contra los vicios, lo hago en primer lugar contra los míos: cuando pueda,
viviré como es debido. Y esa malignidad empapada de veneno no me
apartará de los mejores; ni siquiera ese veneno con el que rociáis a los
demás y os matáis a vosotros me impedirá perseverar en alabar, no la vida
que llevo, sino la que sé que debe llevarse, y que adore la virtud y la siga a
rastras desde gran distancia. ¿Pues voy a esperar que haya algo respetable
para la malevolencia, para quien no fueron sagrados ni Rutilio ni Catón?.
¿Se preocupará alguien de si parece demasiado rico a esas gentes para
quienes Demetrio el Cínico no es bastante pobre?. Un hombre
extremadamente enérgico, que lucha contra todo deseo natural, más pobre
que los demás cínicos, porque éstos se han prohibido tener nada, y él se ha
prohibido también pedir, niegan que sea bastante indigente!. Y fíjate: no ha
profesado la ciencia de la virtud, sino la de la pobreza.
Capítulo 19

La envidia, origen de la maledicencia

Niegan que Diodoro, filósofo epicúreo, que hace pocos días puso fin a su
vida por su propia mano, obrara según los conceptos de Epicuro al cortarse
el cuello: unos quieren ver locura en esa acción suya; otros, irreflexión. Él,
sin embargo, feliz y con la conciencia satisfecha, dio testimonio de sí al
salir de esta vida y elogió la tranquilidad de sus días pasados en el puerto y
anclado, y dijo esto, que habéis oído de mala gana, como si también
vosotros tuvierais que hacerlo: He vivido y he recorrido el camino que la
fortuna me había señalado. Discutís acerca de la vida de uno, de la muerte
de otro, y al oír el nombre de hombres grandes por algún mérito egregio,
ladráis como perrillos al salir al encuentro de personas desconocidas; pues
os conviene que nadie parezca bueno: como si la virtud ajena fuera el
reproche de vuestros delitos. Comparáis envidiosos las cosas espléndidas
con vuestra sordidez, y no comprendéis cuán en detrimento vuestro es esa
osadía. Pues si los que siguen la virtud son avaros, libidinosos y
ambiciosos, ¿qué sois vosotros, que odiáis hasta el nombre mismo de la
virtud?. Negáis que ninguno cumpla con lo que dice, ni viva según el
modelo de sus palabras. ¿Qué hay de extraño en ello, puesto que dicen
cosas enérgicas, grandes, que superan todas las tempestades humanas;
puesto que se esfuerzan por arrancarse de esas cruces en que cada uno de
vosotros hunde sus propios clavos?. Pero los condenados al suplicio están
suspendidos cada uno de un solo poste; los que se atormentan a sí mismos
están distendidos por tantas cruces como deseos; y maledicientes, son
ingeniosos para injuriar a los demás. Creería por eso que están exentos de
aquellos males, sino fuera porque algunos escupen desde el patíbulo a los
espectadores.
Capítulo 20

El valor del esfuerzo filosófico

¿No cumplen los filósofos lo que dicen?. Pero ya hacen mucho con decirlo,
con concebir en su pensamiento la virtud. Pues si sus hechos fuesen iguales
que sus dichos, ¿quién sería más feliz que ellos?. Por lo pronto, no hay que
despreciar las buenas palabras y los corazones de buenos pensamientos. El
cultivo de los estudios saludables, aún aparte de su resultado, es loable. ¿Es
extraño que no lleguen a la cima los que escalan pendientes escarpadas?.
Pero, si eres hombre, admira, aún cuando caigan, a los que se esfuerzan por
alcanzar las cosas grandes. Pues es una empresa generosa aspirar a cosas
elevadas, intentarlo, sin mirar las propias fuerzas, sino las de su naturaleza,
y concebir planes mayores que los que pueden realizar, incluso dotados de
un gran espíritu. El que se ha propuesto esto: “ Yo veré a la muerte con la
misma cara con que oigo hablar de ella; yo me someteré a los trabajos, por
grandes que sean, sosteniendo el cuerpo con el ánimo; yo despreciaré
igualmente las riquezas presentes y ausentes, y no estaré más triste si están
en otro lugar, ni más animoso si brillan a mi alrededor; yo no seré sensible a
la fortuna, ni cuando llegue ni cuando se aparte; yo miraré todas las tierras
como mías, las mías como de todos; yo viviré como quien sabe que ha
nacido para los demás, y daré gracias por ello a la naturaleza de las cosas:
pues: ¿cómo podría arreglar mejor mis asuntos?, me ha dado a mí solo para
todos, a todos para mí solo. Cuanto tenga, ni lo guardaré con avaricia ni lo
derrocharé pródigamente; nada creeré poseer mejor que lo que haya dado
bien; no mediré los beneficios por su número ni por su peso, ni por otra
estimación que la del que los reciba. Nunca será para mí mucho lo que
reciba un hombre digno. No haré nada por la opinión, todo por la
conciencia: creeré que hago a los ojos del pueblo, aún aquello de que yo
solo sea testigo. Al comer y al beber, mi fin será satisfacer los deseos
naturales, no llenar el vientre y vaciarlo. Afable para mis amigos, cederé
antes de que me rueguen y me adelantaré a las peticiones honestas. Sabré
que mi patria es el mundo y que los dioses lo presiden, y éstos están por
encima de mí y en torno mío, como censores de mis hechos y de mis
dichos. Y cuando la naturaleza reclame mi espíritu o mi razón lo despida,
me iré con el testimonio de haber amado la conciencia recta y las buenas
inclinaciones, sin haber mermado la libertad de nadie, y menos la mía”. El
que se proponga, quiera, intente hacer esto, se acercará a los dioses; y aún
cuando no lo haya conseguido, ha caído, sin embargo, después de haber
osado grandes cosas.
Capítulo 21

Las preferencias del sabio

Vosotros, al odiar la virtud y a quien la practica, no hacéis nada nuevo; pues


también los ojos enfermos temen el sol, y los animales nocturnos huyen del
esplendor del día, y a su primer albor se ofuscan y buscan por todas partes
sus escondrijos, se ocultan en alguna hendidura, temerosos de la luz. Gemid
y moved vuestra lengua funesta para injuriar a los buenos; abrid la boca,
morded; os romperéis los dientes mucho antes de que dejen alguna señal.
“¿por qué es ése adepto de la filosofía y vive con tanta opulencia?. ¿Por qué
dice que hay que despreciar las riquezas y las tiene?. ¿Considera
despreciable la vida, y vive, sin embargo?. ¿Despreciable la salud y, no
obstante, la cuida con todo esmero y la prefiere excelente?. Y juzga el
destierro un nombre vano, y dice: ¿Pues qué mal hay en cambiar de país?, y,
sin embargo, si puede, envejece en su patria. Y piensa que no hay ninguna
diferencia entre un tiempo más largo o más breve; pero si nada se lo impide,
prolonga su existencia y gusta de estar floreciente en la extremada vejez”.
Dice que estas cosas deben despreciarse, no que no se tengan, sino que no
se tengan con afán; no las rechaza, pero cuando se van las sigue con mirada
tranquila. ¿Dónde pondrá la fortuna con más seguridad las riquezas que allí
donde podrá recobrarlas sin protesta del que las devuelve?. Marco Catón,
cuando alababa a Curio y a Concurcanio y aquel siglo en que era un delito
para los censores tener unas pocas láminas de plata, poseía cuatro millones
de sestercios; menos sin duda que Creso, pero más que Catón el Censor. Si
se comparan, con mayor distancia superaba a su bisabuelo, que era
superado por Craso; y si le hubieran tocado en suerte más riquezas, no las
hubiera despreciado. Pues el sabio no se considera indigno de ningún don
de la fortuna. No ama las riquezas, pero las prefiere, no las recibe en su
alma, pero sí en su casa; y no rechaza a quien las posee, pero las domina, y
quiere que proporcionen a la virtud una materia más amplia.
Capítulo 22

El papel de las cosas preferibles

Pues ¿quién duda que el varón sabio tiene una materia más amplia para
desenvolver su espíritu en medio de las riquezas que en la pob reza?. En
ésta no hay más que un género de virtud, no abatirse ni dejarse deprimir; en
las riquezas, la templanza, la generosidad, el discernimiento, la
organización, la magnificencia tienen campo abierto. No se despreciará el
sabio aunque sea de pequeñísima estatura, pero preferirá ser alto. Y débil de
cuerpo o con un ojo de menos estará bien, aunque prefiera gozar de la
robustez corporal, y esto a sabiendas de que hay en él algo más vigoroso.
Soportará la mala salud, la deseará buena. Pues algunas cosas, aunque
tengan poca importancia para el conjunto y puedan ser sustraídas sin
destruir el bien principal, añaden algo, sin embargo, a la alegría constante
que nace de la virtud. Así las riquezas lo conmueven y alegran como al
navegante un viento propicio y favorable, o un día bueno y un lugar soleado
en el frío del invierno. Y, por otra parte, ¿cuál de los sabios –hablo de los
nuestros, para quienes el único bien es la virtud- niega que también las
cosas que llamamos indiferentes tengan algún valor en sí y sean unas
preferibles a otras?. A algunas de ellas se hace algún honor; a otras, mucho.
Y no hay que engañarse, entre las preferibles están las riquezas. “¿Por qué
entonces, dirás, te burlas de mí, si tienen para ti el mismo lugar que para
mí?”. ¿Quieres saber hasta qué punto no tienen el mismo lugar?. Para mí las
riquezas, si se pierden, no me quitarán más que a sí mismas; tú te quedarás
pasmado, y te parecerá que estás abandonado de ti mismo si se alejan de ti;
en mí las riquezas tienen algún lugar; en ti el más alto; en suma, las
riquezas son mías, tú eres de las riquezas.
Capítulo 23

El uso de las riquezas

Deja, por tanto, de vedar el dinero a los filósofos; nadie ha condenado a la


sabiduría a ser pobre. Tendrá el filósofo grandes riquezas, pero no
arrebatadas a nadie ni manchadas de sangre ajena: adquiridas sin perjuicio
de ninguno, sin negocios sucios, que salgan tan honradamente como
entraron, de las que no se lamenten más que los malévolos. Acumula cuanto
quieras: son honradas; aunque hay entre ellas muchas cosas que todos
quisieran llamar suyas, no hay nada que nadie pueda decir suyo. Pero el
sabio no rechazará los favores de la fortuna, y ni se envanecerá ni se
avergonzará del patrimonio adquirido por medios honrados. Incluso podrá
envanecerse si, después de abrir su casa y recibir en ella a toda la ciudad,
pudiera decir: “Lo que cada uno reconozca como suyo, que se lo lleve”.
¡Gran hombre, excelente rico, si tuviera lo mismo después de estas
palabras!. Quiero decir, si se presta seguro y tranquilo a la investigación del
pueblo, si nadie encuentra en su casa nada a que echar mano, podrá ser rico
franca y abiertamente. El sabio no dejará que pase su umbral ningún
denario mal entrado; pero no rechazará ni desechará las grandes riquezas,
don de la fortuna y fruto de la virtud. ¿Por qué razón les negaría un buen
lugar?. Que vengan y se alberguen. Ni las ostentará ni las ocultará; lo uno es
propio de un espíritu necio; lo otro, de un hombre tímido y pusilánime,
como si escondiera en el seno un gran bien; ni, como he dicho, las arrojará
de su casa. Pues qué, ¿les dirá: “Sois inútiles”, o “No sé usar de las
riquezas”?. Del mismo modo que, aunque pudiera viajar a pie, preferirá, sin
embargo, montar en un vehículo, así siendo pobre, si puede ser rico, querrá;
y así tendrá riquezas, pero como cosa ligera y huidiza; y no tolerará que
sean pesadas ni para otros ni para sí mismo. Dará... ¿Por qué aguzáis el
oído?. ¿Por qué tendéis vuestra bolsa?. Dará a los buenos o a los que podrá
hacer buenos, dará con suma prudencia, eligiendo a los más dignos, como
quien recuerda que hay que dar cuenta tanto de los gastos como de los
ingresos; dará por motivos rectos y justificados, pues entre los derroches
viciosos se cuenta un don mal empleado; tendrá la bolsa fácil, pero no
agujereada, de la que salgan muchas cosas y nada se caiga.
Capítulo 24

El arte de dar

Yerra el que crea que dar es cosa fácil: este asunto tiene mucha dificultad, si
se da con discernimiento y no se derrocha al azar y arrebatadamente. Dejo
obligado a éste, devuelvo a aquél; socorro a éste, me compadezco de ése,
proveo a aquél, digno de que no lo venza la pobreza ni lo tenga dominado.
A alguno no les daré, aunque les falte: porque aún cuando les hubiera dado,
les faltará; a algunos les ofreceré, a otros incluso les instaré. No puedo ser
negligente en este asunto: nunca hago mejores inversiones que cuando doy.
Pues qué -dirás-, ¿das para recibir?. No, para no perder. Póngase la
donación en un lugar donde no deba reclamarse, pero pueda ser devuelta.
Colóquese el beneficio como un tesoro enterrado profundamente, que no
desenterrarás si no fuera necesario. Y la casa misma del hombre rico,
¡cuánta materia ofrece para hacer el bien!. ¿Pues quién reduce la
generosidad sólo a los que visten toga?. La naturaleza me ordena ser útil a
los hombres; sean esclavos o libres, de padres libres o libertos, de libertad
legal o dada entre amigos. ¿qué importa?. Dondequiera que haya un
hombre, allí hay lugar para un beneficio. Se puede, por tanto, repartir el
dinero aún sin franquear el propio umbral, y ejercer la liberalidad; la cual
no se llama así porque se deba a los libres, sino porque parte de un alma
libre. En el sabio, nunca recae sobre personas viciosas ni indignas, y nunca
vaga tan fatigada que no se derrame abundantemente siempre que encuentre
a alguien digno. No se han de entender mal, por tanto, las cosas virtuosas,
enérgicas, animosas, que dicen loa amigos de la sabiduría. Y, ante todo,
fijaos en esto: una cosa es el amigo de la sabiduría, y otra el que la ha
alcanzado ya. Aquél te dirá: "Hablo muy bien, pero todavía me agito entre
muchos males. No debes juzgarme según mi fórmula: pues a lo sumo me
hago, me formo y me elevo hacia un modelo magnífico¨. Si llego a avanzar
cuanto me he propuesto, exige que los actos respondan a las palabras". Pero
el que ha alcanzado la cima del poder humano se comportará contigo de
otro modo y dirá: "En primer lugar no puedes permitirte juzgar acerca de
los mejores; a mí ya me ocurre, y es una prueba de mi rectitud, que
desagrado a los malos. Pero para explicarte la razón por la cual no envidio a
ningún mortal, escucha lo que voy a decir y en cuánto estimo cada cosa.
Niego que las riquezas sean un bien: pues si lo fuesen, harían hombres
buenos; ahora bien, como lo que se encuentra entre los malos no puede
llamarse un bien, les niego ese nombre. Por lo demás, concedo que han de
tenerse, que son útiles y proporcionan grandes comodidades a la vida".
Capítulo 25

El apego a las riquezas

¿Pues entonces?. Oíd por qué no las cuento entre los bienes, y en qué
difiere mi actitud ante ellas de la vuestra, ya que estamos de acuerdo unos y
otros en que se deben poseer. Ponme en la casa más opulenta, ponme donde
usen profusamente el oro y la plata: no me admiraré por estas cosas, que,
aún cuando estén en mi casa, están sin embargo fuera de mí. Trasládame al
puente Sublicio y arrójame entre los indigentes: no me despreciaré por estar
sentado entre la multitud de los que tienden la mano pidiendo limosna; pues
¿qué importa que le falte un pedazo de pan a quien no le falta la posibilidad
de morir?. ¿En resumen?. Aquella casa espléndida la prefiero al puente.
Ponme en el medio de un mobiliario suntuoso y un lujo refinado: no me
creeré en modo alguno, más feliz por tener un manto suave, por extender
tapices purpúreos en mis festines. No seré en nada más desgraciado si mi
cerviz cansada reposa en un puñado de heno, si me acuesto sobre borra de
circo que se sale por los remiendos de una tela vieja. ¿Qué quiere decir
esto?. Prefiero mostrar el alma que tengo vestido con la pretexta y bien
abrigado, mejor que con los hombros desnudos o medio cubiertos. Que
todos mis días pasen según mis deseos, que nuevas felicitaciones se añadan
a las anteriores, no me complaceré por ello. Cambia en adversidad estos
favores del tiempo: que el ánimo sea acosado por todas partes con daños,
lutos, acometidas diversas; que ni una sola hora esté sin motivo de queja: no
por eso maldeciré ningún día: pues he tomado mis medidas para que ningún
día sea nefasto para mí. ¿Entonces?. Prefiero moderar mis alegrías a
reprimir mis dolores. El gran Sócrates te lo dirá: "Hazme vencedor de todas
las naciones; que el carro voluptuoso de Baco me lleve triunfador desde el
Oriente hasta Tebas; que los reyes de los persas me pidan leyes: cuando más
pensaré que soy hombre es cuando sea saludado por todas partes como dios.
Haz que suceda inmediatamente a tan sublime elevación un cambio brusco:
que sea llevado a unas andas extranjeras para adornar el cortejo de un
vencedor soberbio y feroz; no me humillará más ser conducido bajo un
carro ajeno que ir de pie en el mío". ¿Pues entonces?. Prefiero ser vencedor
a ser cautivo. Despreciaré todo el imperio de la fortuna, pero si se me da la
elección tomaré lo mejor de él. Todo lo que me ocurra resultará bueno, pero
prefiero que acontezcan las cosas más fáciles y agradables y menos
molestas para el que tiene que habérselas con ellas. Pues no creas que hay
ninguna virtud sin trabajo, pero algunas virtudes necesitan estímulos, otras
frenos. Así como el cuerpo debe ser retenido en un descenso y ser
impulsado cuesta arriba, algunas virtudes están en una pendiente, otras al
pie de una cuesta. ¿Hay quien dude que suben, se esfuerzan, luchan la
paciencia, la fortaleza, la perseverancia y todas las demás virtudes que se
oponen a las adversidades y vencen a la fortuna?. ¿Y no es igualmente
evidente que siguen una pendiente la liberalidad, la templanza, la
mansedumbre?. En éstas retenemos el alma, para que no resbale; en
aquéllas la exhortamos y la incitamos enérgicamente. Por tanto,
aplicaremos a la pobreza las más fuertes, que saben luchar; a las riquezas,
las más cuidadosas, que andan de puntillas y mantienen su equilibrio.
Capítulo 26

El necio y el sabio

Hecha esta división, prefiero practicar aquellas que se han de ejercitar más
tranquilamente, antes que aquellas cuyo ejercicio requiere sangre y sudor.
Por tanto, dice el sabio, no vivo de un modo y hablo de otro, sino que
vosotros oís mal; sólo llega a vuestros oídos el sonido de mis palabras; no
buscáis su significación. Pues ¿qué diferencia hay entre mí el necio y tú el
sabio, si los dos queremos poseer?. Muchísimas: pues las riquezas del
hombre sabio están en servidumbre; las del necio, en el poder; el sabio no
permite nada a las riquezas, las riquezas os lo permiten todo a vosotros;
vosotros, como si alguien os hubiera prometido su eterna posesión, os
acostumbráis y apegáis a ellas; el sabio, cuando más piensa en la pobreza es
cuando está en medio de las riquezas. Nunca un general cree tanto en la
paz, que no se prepare a una guerra que, aunque no se haga, ha sido
declarada; a vosotros os pasma una cosa hermosa, como si no pudiera arder
o hundirse; una opulencia insólita, como si estuviera por encima de todo
riesgo y fuera demasiado grande para que la fortuna tenga bastantes fuerzas
para consumirla. Jugáis indolentemente con las riquezas, sin prever su
peligro, como a veces los bárbaros asediados, desconocedores de las
máquinas, contemplan indiferentes el trabajo de los sitiadores, y no
comprenden para qué sirven aquellas cosas que se construyen a lo lejos. Lo
mismo os ocurre: languidecéis entre vuestros bienes, y no pensáis cuántas
desgracias os amenazan por todas partes, dispuestas a llevarse al punto
preciosos despojos. Si alguien arrebata sus riquezas al sabio, le dejará todo
lo suyo: pues vive contento con el presente, tranquilo sobre el porvenir.
"Nada -dirá Sócrates, o alguno otro que tenga la misma autoridad y el
mismo poder sobre las cosas humanas- me he prometido con más firmeza
que no plegar los actos de mi vida a vuestras opiniones. Acumulad por
todas partes vuestras palabras acostumbradas: no pensaré que me injuriáis,
sino que gimoteáis como infelices criaturas". Esto dirá aquél a quien ha sido
dada la sabiduría, a quien su alma libre de vicios ordena reprender a los
demás, no porque los odie, sino para curarlos. Y añadirá esto: "Vuestra
opinión me afecta, no por mí sino por vosotros: odiar y atacar la virtud es
renunciar a la esperanza de enmienda". No me hacéis ninguna injuria, como
no la hace a los dioses los que derriban sus altares; pero se manifiesta el mal
propósito y la mala intención aún allí donde no se ha podido hacer daño.
Así soporto vuestras extravagancias, como Júpiter, óptimo máximo, las
necedades de los poetas, de los cuales uno le pone alas; otro, cuernos; otro
lo representa como adúltero y que pasa las noches fuera; otro, cruel con los
dioses; otro, injusto con los hombres; oro, raptor y corruptor de hombres
libres, y aún de sus deudos; otro, parricida y usurpador de un reino ajeno y
paterno: con todo lo cual no se hubiera conseguido más que quitar a los
hombres la vergüenza de pecar, si hubiesen creído en dioses semejantes".
Pero aunque esas cosas nada me afecten, os aconsejo por vuestro propio
interés: admirad la virtud; creed a los que han seguido durante mucho
tiempo y proclaman seguir algo grande y que cada día manifiestan más su
grandeza. Y veneradla como a los dioses, y a los que la profesan como a
sacerdotes, y cuantas veces se haga mención de los escritos sagrados, tened
la lengua. Esta expresión no viene, como suele creerse, de favor, sino que se
ordena el silencio, para que pueda realizarse el sacrificio según el rito, sin
que lo perturbe ninguna voz intempestiva.
Capítulo 27

El ejemplo de los filósofos

Mucho más necesario es ordenároslo a vosotros, para que, siempre que


aquel oráculo profiera algo, lo escuchéis atentos y callados. Cuando alguno,
agitando el sistro, miente por orden; cuando alguno, hábil en cortarse los
músculos, se ensangrienta los brazos y los hombros con mano indecisa;
cuando otra aúlla, arrastrándose de rodillas por la calle, y un viejo vestido
de lienzo, con un laurel y una linterna en pleno día, vocifera que alguno de
los dioses está airado, acudís y escucháis y, fomentando mutuamente
vuestro estupor, afirmáis que está inspirado. Pues bien, Sócrates, desde
aquella prisión que purificó al entrar en ella e hizo más honrosa que
cualquier curia, proclama: "¿Qué locura es ésta, qué carácter enemigo de los
dioses y de los hombres es el que infama las virtudes y profana con palabras
malévolas las cosas santas?. Si podéis, alabad a los buenos; si no, seguid
vuestro camino. Y si os gusta ejercitar esa innoble licencia, atacaos unos a
otros; pues cuando deliráis contra el cielo, no os digo: cometéis un
sacrilegio, sino: perdéis el tiempo. Yo di en otro tiempo a Aristófanes
materia de burlas: todo aquel hatajo de poetas cómicos derramó sobre mí
sus bromas envenenadas. Mi virtud fue realzada por las mismas cosas con
que se la atacaba; le conviene ser mostrada y puesta a prueba; nadie
comprende lo grande que es mejor que los que han sentido sus fuerzas al
combatirla: nadie conoce mejor la dureza del pedernal que los que lo
golpean. Me muestro como una roca aislada en medio de un mar agitado,
que las olas no dejan de azotar, por cualquier lado que se muevan; no por
ello la conmueven ni la desgastan con tantos siglos de continuos embates.
Asaltad, acometed: os venceré resistiendo. Todo lo que embiste contra las
cosas que son firmes e invencibles, ejercita su fuerza en su propio daño. Por
tanto, buscad alguna materia blanda y sin consistencia en que se claven
vuestros dardos. ¿Tenéis tiempo para indagar los males ajenos e indagar a
todo el mundo?. ¿Por qué este filósofo vive con tanta amplitud, por qué
cena ese con tanta esplendidez? . Observáis las pupas ajenas, y estáis llenos
de úlceras. Es como si alguien se burlara de las manchas o verrugas de
cuerpos hermosísimos, mientras lo devora una horrible lepra. Reprochad a
Platón haber buscado el dinero; a Aristóteles, haberlo recibido; a
Demócrito, haberlo descuidado; a Epicuro, haberlo consumido; a mí mismo
reprochadme Alcibíades y Fedro. ¡Vosotros seréis bien felices la primera
vez que podáis imitar nuestros vicios!. ¿Por qué no contempláis mejor
vuestros males, que os acribillan por todas partes, unos atacando desde
fuera, otros ardiendo en vuestras mismas entrañas?. Los asuntos humanos
no están en tal situación, aunque conozcáis poco vuestro estado, que os
sobre tanto ocio como para mover la lengua en detrimento de los mejores.
Capítulo 28

La amenaza prevista

No comprendéis esto, y tenéis un aspecto impropio de vuestra situación,


como muchos que están en el circo o en el teatro mientras ha ocurrido una
desgracia en su casa y aún no les han avisado el mal. Pero yo, que miro
desde lo alto, veo qué tempestades os amenazan para estallar poco más
tarde, o ya próximas para arrebatarnos, a vosotros y vuestros bienes, se
acercan cada vez más. ¿Qué digo?. ¿Acaso ahora mismo, aunque apenas lo
sintáis, no agita y revuelve el torbellino vuestras almas, que rehuyen y
buscan las mismas cosas y tan pronto las eleva a lo más alto como las
arrastra a los más hondos abismos?.
Con la frase «el espacio que vivimos no es vida sino tiempo»,
Séneca nos introduce de lleno en la filosofía de la vida, en el hecho
de vivir, en la brevedad de ese espacio de tiempo que se nos
concede. Pero en ese espacio, que es exiguo, debemos, nos dice el
filósofo latino, aprender a vivir y a morir, cosa que no es fácil, afirma
también. Al parecer, sigue diciendo el maestro, algunos grandes
hombres que han existido, a pesar de renunciar, abandonar y
desprenderse de todo aquello que les servía de rémora, como las
riquezas, empleos y placeres, para aprender a vivir, muchos de ellos
dejaron este mundo confesando que no lo consiguieron.
Según Séneca «la brevedad de la vida» es solo para aquellos que la
malgastan con actividades múltiples y distintas del estudio de la
filosofía. Estos desconocen el valor del tiempo, el pasado no lo
controlan, el presente se les va de las manos y tienen pánico al
futuro, es decir, solo los filósofos son los que han entendido y han
aprendido a valorar el tiempo en sus tres momentos y han aprendido
a vivir y a morir, por lo tanto solo el sabio es el único capaz de
disfrutar íntegramente de la vida.
Lucio Anneo Séneca

De la brevedad de la vida
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DHa-41 04.12.17
Título original: De la brevedad de la vida
Lucio Anneo Séneca, 0055
Traducción: Juan Mariné Isidro
Retoque de cubierta: DHa-41
Imagen usada en la portada: freevector
Extraído del libro Séneca publicado en ePubLibre bajo el código 34866

Editor digital: DHa-41


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SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

La mayor parte de los mortales, Paulino, se queja de la malicia de


la naturaleza, porque somos engendrados para un tiempo escaso, 1
[1] porque estos espacios de tiempo que nos da discurren tan

velozmente, tan rápidamente, que, salvo muy pocos, a los demás


la vida les deja plantados en los propios preparativos de su vida.
Y por esta desgracia, en su opinión común, no sólo gimen la
gente y el vulgo ignorante: este sentimiento ha provocado las
quejas también de insignes varones. De ahí viene la proclama del
mejor de los médicos: «La vida es corta, largo el conocimiento»;
[2] de ahí viene el pleito, muy poco apropiado en un hombre sabio, 2
de Aristóteles, cuando presenta una reclamación contra la
naturaleza: «Ha otorgado a los animales tanta vida que la alargan
cinco o diez generaciones, para el hombre, engendrado para tan
numerosas y notables cosas, mucho más próximo se halla el
término».[3] No tenemos escaso tiempo, sino que perdemos
mucho. Nuestra vida es suficientemente larga y se nos ha dado en 3
abundancia para la realización de las más altas empresas, si se
invierte bien toda entera; pero en cuanto se disipa a través del lujo
y la apatía, en cuanto no se dedica a nada bueno, cuando por fin
nos reclama nuestro último trance nos percatamos de que ya ha
transcurrido la vida que no comprendimos que corría. Así es: no 4
recibimos una vida corta, sino que nos la hacemos, y no somos
indigentes de ella, sino dilapidadores. Tal como los caudales
vastos y dignos de un rey, en cuanto van a parar a un mal dueño,
al instante se desvanecen y, en cambio, por más que sean
modestos, si se ponen en manos de un buen administrador, crecen
con su uso, así nuestra vida resulta muy extensa para quien se la
organiza bien.
¿Por qué nos quejamos de la naturaleza? Ella se ha portado 2
bondadosamente: la vida, con que sepas servirte de ella, resulta
larga. <Pero> a uno lo domina la avaricia insaciable, a otro su
oficiosa aplicación en inútiles empeños; uno se empapa de vino,
otro se embota de indolencia; a uno lo agota su ambición siempre
pendiente de las decisiones de los demás, a otro su arrebatado
deseo de comerciar le lleva alrededor de todas las tierras, de todos
los mares, con la esperanza de una ganancia; a algunos los
atormenta su pasión por la guerra, sin dejar nunca de estar atentos
a los peligros ajenos o angustiados por los suyos; los hay a
quienes desgasta en una voluntaria esclavitud su veneración a sus 2
superiores, en absoluto agradecida; a muchos les han mantenido
ocupados sus pretensiones a la fortuna de otros o su preocupación
por la propia; a los más, que no van detrás de nada concreto, los
ha lanzado a renovados proyectos su volubilidad errática,
inconstante, disgustada consigo misma; a algunos no les gusta
nada a dónde pudieran enderezar su rumbo, sino que su destino
los sorprende languideciendo y bostezando, de manera que no
dudo de que sea cierto lo que en el más grande de los poetas está
dicho a modo de oráculo: «escasa es la porción de la vida que
vivimos».[4] De hecho, todo el trecho restante no es vida, sino
tiempo. Los acosan y cercan por todas partes los vicios y no los 3
dejan alzarse ni levantar los ojos para contemplar la verdad, sino
que los retienen hundidos y fijos en su pasión. Nunca les es
posible volver en sí. Si tal vez les toca por casualidad algún
sosiego, como un mar profundo, en el que también después del
vendaval hay agitación, se remecen y nunca tienen reposo de sus
pasiones. ¿Piensas que hablo de esos cuyas desgracias están de
manifiesto? Mira a aquellos a cuya prosperidad se arrima la 4
gente: están ahogados por sus bienes. ¡Para cuántos resultan
abrumadoras sus riquezas! ¡A cuántos ha chupado la sangre su
elocuencia y la obligación diaria de ostentar su talento! ¡Cuántos
andan demacrados por sus continuos placeres! ¡A cuántos no les
deja ninguna libertad el hacinamiento de clientes que los asedia!
En fin, repásalos todos desde los más bajos hasta los más altos:
éste convoca, éste comparece, aquél está en un aprieto, aquél lo
defiende, aquél lo juzga, ninguno se ocupa de sí mismo, cada uno
se desgasta por el otro. Pregunta sobre esos cuyos nombres son
bien sabidos, verás que se los reconoce por estas señales: aquél es
servidor de aquél, éste de aquél; ninguno es su propio dueño.
Además, la irritación de algunos es verdaderamente insensata: se 5
quejan del desaire de sus superiores porque no han tenido tiempo
para ellos cuando querían una audiencia. ¿Se atreve a quejarse de
la altanería de otro uno que nunca tiene tiempo para sí mismo? Él,
sin embargo, con un aire ciertamente impertinente, pero te ha
mirado a veces, a ti, seas quien seas, él ha inclinado sus oídos a
tus palabras, él te ha acogido a su lado: tú nunca te has dignado
mirarte ni escucharte. Así pues, no tienes por qué hacer valer ante
nadie esos buenos oficios, puesto que, cuando los llevabas a cabo,
en realidad no querías estar con otro, sino que no podías estar
contigo.
Aunque todos los talentos que en algún momento han brillado
están de acuerdo en este solo punto, en ningún momento se 3
admirarán bastante de esta ofuscación de la mente de los
hombres. No consienten que nadie invada sus fincas y, si surge un
pequeño conflicto sobre la dimensión de los terrenos, acuden
corriendo a las piedras y a las armas: dejan que otros entren en su
vida, es más, ellos mismos introducen incluso a sus futuros
propietarios. No se encuentra nadie que quiera repartir su dinero:
¡entre cuántos distribuye cada uno su vida! Son estrictos a la hora
de conservar su patrimonio, en cuanto hay ocasión de malgastar el
tiempo, pródigos por demás con lo único en lo que la avaricia 2
resulta honorable. Así pues, es bueno coger aparte a alguno de la
multitud de los más viejos: «Vemos que has llegado al extremo de
una vida humana, cien o más años te agobian: venga pues, llama a
tu vida para echar cuentas. Saca cuánto de ese tiempo se ha
llevado tu acreedor, cuánto tu amiga, cuánto tu rey, cuánto tu
cliente, cuánto las peleas con tu esposa, cuánto las reprimendas a
tus esclavos, cuánto tus oficiosas caminatas por la ciudad; añade
las enfermedades que cogemos por culpa nuestra, añade también
el tiempo que ha pasado sin provecho: verás que tienes menos 3
años de los que calculas. Haz memoria de cuándo te has mostrado
firme contigo mismo en tus propósitos, de cuántos de tus días han
terminado como tú habías previsto, de cuándo has tenido
provecho de ti mismo, cuándo una expresión natural, cuándo un
espíritu intrépido, qué obras tuyas quedan hechas en tan largo
tiempo, cuántos te han robado la vida sin que tú te percataras de
lo que perdías, cuánto se han llevado el dolor inútil, la alegría
necia, la codicia ansiosa, la conversación huera, qué poco te han
dejado de lo tuyo: comprenderás que mueres prematuramente». 4
¿Qué hay, entonces, en este caso? Que como si siempre fuerais a
vivir vivís, nunca se os hace presente vuestra fragilidad, no
observáis cuánto tiempo ha transcurrido ya; lo perdéis como si
hubiera a rebosar y en abundancia, mientras que quizá
precisamente ese día que consagráis a algo, bien una persona,
bien una cosa, sea el último. Todo lo teméis como mortales, todo
lo queréis como inmortales. Oirás que dicen los más: «A los 5
cincuenta me refugiaré en el ocio, los sesenta me librarán de mis
obligaciones». Y, en definitiva, ¿qué garantías de una vida más
larga recibes? ¿Quién dará su consentimiento para que eso salga
como dispones tú? ¿No te da vergüenza reservar para ti los restos
de tu vida y destinar a la beneficiosa reflexión solamente el
tiempo que ya no puedes dedicar a cosa alguna? ¡Qué tarde es
empezar a vivir precisamente cuando hay que dejarlo! ¡Qué
olvido tan necio de la condición mortal, diferir hasta los cincuenta
o los sesenta años los buenos propósitos y querer comenzar la
vida desde un punto adonde pocos la han prolongado! 4
A los más poderosos y encumbrados en lo alto verás que se
les escapan palabras según las cuales optan por el ocio, lo alaban,
lo prefieren a todos sus bienes. Desean en esos momentos, si es
posible sin riesgo, bajar de su pedestal; en efecto, aunque nada la
dañe o golpee desde fuera, la prosperidad se derrumba sobre sí
misma.
El divino Augusto, a quien los dioses respaldaron más que a 2
ninguno, no dejó de pedir para él reposo y de pretender un
descanso de la política;[5] cualquier conversación suya siempre
recaía en que esperaba el ocio; distraía sus afanes con este
consuelo, dulce, aunque falso: alguna vez él iba a vivir para él. En
una carta enviada al Senado, después de asegurar que su reposo 3
no iba a estar exento de dignidad ni en contradicción con su
anterior gloria, he encontrado estas palabras: «Pero eso se puede
con más gusto hacer que prometer. A mí, sin embargo, el deseo de
un tiempo tan ansiado por mí me ha llevado, puesto que la alegría
de la realización se demora aún, a anticipar algún placer con el
encanto de las palabras». El ocio le pareció un asunto de tanta 4
importancia que, como no podía en la práctica, se lo tomaba por
adelantado con el pensamiento. Él, que todo lo veía pendiente
sólo de él, que determinaba la suerte de hombres y naciones,
soñaba lleno de alegría el día en que se despojaría de su grandeza.
Había comprobado cuánto sudor le costaban aquellos bienes que 5
resplandecían por todas las tierras, cuántas preocupaciones
veladas ocultaban: obligado a entablar combate contra sus
conciudadanos primero, después contra sus colegas, finalmente
contra sus parientes,[6] derramó sangre por tierra y por mar.
Llevado por la guerra a través de Macedonia, Sicilia, Egipto, Siria
y Asia,[7] y prácticamente todas las costas, dirigió sus ejércitos,
hastiados de matanzas de romanos, a las guerras exteriores.
Mientras pacifica los Alpes[8] y reduce a los enemigos que habían
irrumpido en medio de la paz y del imperio, mientras traslada las
fronteras más allá del Rin y del Éufrates y del Danubio,[9] en la
propia Ciudad se afilaban contra él los puñales de Murena, de
Cepión, de Lépido, de Egnacio, de otros.[10] Aún no había 6
escapado a sus acechanzas, y su hija y tantos jóvenes nobles
atados por el adulterio como por un juramento aterrorizaban su
edad ya quebrantada,[11] y Julo y de nuevo una mujer que se hacía
temible al lado de un Antonio.[12] Estas llagas las había extirpado
junto con los miembros mismos: renacían otras; como un cuerpo
sobrecargado de sangre, a cada momento reventaba por alguna
parte. Así pues, ansiaba el ocio, con la esperanza y el
pensamiento de él se aliviaban sus afanes; éste era el anhelo de
quien podía hacer que todos vieran realizados sus anhelos.
Marco Cicerón, zarandeado entre los Catilinas y los Clodios,
los Pompeyos y los Crasos, de una parte, enemigos manifiestos, 5
de otra parte, amigos dudosos,[13] mientras sufre el oleaje a la par
que la República y la sujeta cuando ya se iba a pique, viéndose al
final arrastrado, ni sosegado en la prosperidad ni paciente con la
adversidad, ¡cuántas veces maldice de aquel consulado suyo,
alabado no sin motivo, pero sí sin moderación![14] ¡Qué
lastimeras palabras profiere en una carta a Ático,[15] cuando ya 2
había sido derrotado Pompeyo, el padre, y su hijo aún rehacía en
Hispania su quebrantado ejército![16] «¿Me preguntas —dice—
qué hago aquí? Me estoy en mi finca de Túsculo,[17] a medias
libre.» Añade después otras expresiones en las que deplora el
tiempo pasado y se queja del presente y desconfía del futuro. «A
medias libre» se llamó Cicerón: pero, por Hércules, nunca un 3
sabio se rebajará hasta tan humillante calificativo, nunca será a
medias libre, sino de una libertad siempre completa y sólida,
suelto y dueño de sus actos y superior a los demás. ¿Qué, pues,
puede estar por encima del que está por encima de la suerte?
Livio Druso,[18] hombre impetuoso y violento, después de que 6
había promovido nuevas leyes y el desastre de los Gracos,
apoyado por un enorme gentío de Italia entera, al no ver
claramente salida para una situación que ni le era posible dominar
ni ya era libre de abandonar una vez puesta en marcha,
maldiciendo de su vida inquieta desde el comienzo, se dice que
dijo que sólo a él no le habían correspondido nunca, ni siquiera de
niño, unas vacaciones. Pues se atrevió, aún bajo tutela y vestido
con la pretexta,[19] a recomendar reos a los jueces y a interponer
su influencia en el foro, con tanta eficacia, de hecho, que consta 2
que algunos juicios fueron escamoteados por él. ¿Adónde no iba a
lanzarse una ambición tan prematura? Podías advertir que un
atrevimiento tan precoz vendría a parar en un enorme desastre
tanto particular como público. Así pues, tarde se quejaba de que
no le hubieran correspondido vacaciones, levantisco como fue
desde niño y oneroso para el foro. Se discute si él mismo atentó
contra su propia vida; pues se desplomó de repente al recibir una
herida en la ingle, pudiendo alguien dudar de que su muerte fuera
voluntaria, nadie de que fuera oportuna.[20] Está de más recordar a 3
los muchos que, aun cuando a los demás les parecían los más
dichosos, dieron un auténtico testimonio contra sí mismos,
abominando de toda la actividad de sus años; pero con esta quejas
ni cambiaron a los demás ni a sí mismos; en efecto, una vez que
han estallado en palabras, los sentimientos recaen en sus
costumbres.
Vuestra vida, por Hércules, pese a que se prolongue más de
mil años, se reducirá a unos estrechísimos límites: esos vicios no 4
dejarán ningún siglo sin engullir. Mas este espacio que, por más
que la naturaleza lo cruza corriendo, la razón ensancha, es
inevitable que se os escape rápidamente; pues no lo cogéis ni lo
retenéis ni ponéis freno a la cosa más fugaz de todas, sino que
dejáis que se esfume como una cosa superflua y subsanable.
Ahora bien, en primer lugar cuento a los que no tienen tiempo
para nada más que para el vino y la lascivia; pues nadie está más 7
vergonzosamente ocupado. Los demás, aunque se dejan cautivar
por una imagen vana de la gloria, se extravían sin embargo con
cierta dignidad; aunque me enumeres a los avaros, a los iracundos
y a quienes ponen en práctica odios o guerras injustos, todos ésos
obran mal con más hombría: la deshonra de quienes se dan al
vientre y a la lascivia es infame. Registra todos sus momentos, 2
fíjate en cuánto tiempo pierden haciendo cálculos, cuánto tiempo
urdiendo engaños, cuánto tiempo sintiendo miedo, cuánto tiempo
cortejando, cuánto tiempo siendo cortejados, qué cantidad les
roban los pleitos suyos y ajenos, qué cantidad los convites, que
son ya una auténtica obligación: verás cómo no los dejan respirar,
ya sean sus males, ya sean sus bienes.
En fin, todo el mundo está de acuerdo en que un hombre
obsesionado no puede ejercer ningún oficio, ni la elocuencia ni 3
las profesiones liberales, ya que su espíritu distraído no deja
recalar nada en su fondo, sino que todo lo vomita como si se lo
hubieran embutido a la fuerza. Nada es menos propio de un
hombre obsesionado que el vivir: de ninguna otra cosa es más
difícil el aprendizaje. Los cultivadores de otras ciencias se hallan
por todas partes y en gran número, pero en algunas de ellas
personas muy jóvenes parecen haberse instruido tan bien que
podrían instruir sobre ellas: a vivir hay que aprender durante toda
la vida y, cosa que quizá te extrañe más, durante toda la vida hay
que aprender a morir. Tantos grandísimos hombres, abandonando
toda impedimenta, una vez que habían renunciado a las riquezas, 4
a los cargos, a los placeres, hasta sus últimos instantes sólo
hicieron esto: ir sabiendo vivir; los más de ellos, sin embargo, se
marcharon de la vida tras reconocer que aún no sabían: cuánto
menos sabrán ésos. Créeme, es propio del hombre eminente y que 5
está por encima de los extravíos humanos no dejar que le quiten
nada de su tiempo, y su vida resulta larguísima precisamente
porque todo cuanto se ha prolongado ha quedado enteramente
libre para él. Ningún momento ha quedado inactivo y ocioso,
ninguno ha estado cedido a otra persona, pues tampoco ha hallado
nada digno de intercambiar por su tiempo, como que es de él
celosísimo administrador. Así pues, para él fue suficiente: en
cambio, es inevitable que les falte a aquellos de cuya vida la gente 6
se ha llevado mucha parte. Y no tienes por qué pensar que ellos
no advierten a veces su pérdida: por descontado que oirás a los
más de esos a quienes una gran prosperidad abruma, exclamar
ante tropeles de clientes o demandas judiciales u otras honestas
tribulaciones de cuando en cuando: «Me resulta imposible vivir». 7
¿Cómo no te va a resultar imposible? Todos los que te reclaman
para ellos te sustraen a ti mismo. Aquel acusado ¿cuántos días se
te llevó? ¿Cuántos, aquel candidato?[21] ¿Cuántos, aquella
anciana cansada de enterrar herederos? ¿Cuántos, aquel enfermo,
imaginario a fin de azuzar la codicia de los que acechan su
herencia?[22] ¿Cuánto, aquel amigo más poderoso, que os retiene
no por amistad sino por ostentación? Comprueba, te digo, y
recuenta los días de tu vida: verás que en tu haber restan bien 8
pocos y de rechazo. El que ha conseguido los haces que anhelaba
desea dejarlos y continuamente dice: «¿Cuándo pasará este año?».
[23] Aquél organiza unos juegos, cuyo encargo tuvo en mucho que

le tocara a él:[24] «¿Cuándo —dice— me libraré de esto?». A


aquel abogado se lo disputan por todo el foro, y colma con una
gran concurrencia cualquier lugar, más allá de donde pueden
oírlo: «¿Cuándo —dice— se suspenderán los procesos?». Todo el
mundo acelera su vida y se esfuerza por su ansia del futuro, por
su hastío del presente. Por el contrario, el que no deja ningún 9
momento sin dedicarlo a sus intereses, el que organiza todos sus
días como si fueran el último,[25] ni ansía el mañana ni lo teme.
¿Qué placer nuevo puede ya reportarle una hora? Todo le es
conocido, todo experimentado hasta la saciedad. De lo demás,
que la suerte disponga como quiera: su vida está ya a salvo. Se le
puede añadir algo, quitarle nada, y añadírselo tal como a un
hombre ya ahíto y lleno algo de comida que tampoco desea y lo
toma. Conque no tienes por qué pensar, a la vista de canas y 10
arrugas, que uno ha vivido mucho tiempo: no ha vivido ése
mucho tiempo, sino que ha existido mucho tiempo. ¿Qué, pues, si
pensaras que ha navegado mucho aquel a quien una furiosa
tempestad, cogiéndolo fuera del puerto, ha arrastrado de acá para
allá y ha llevado en círculo por las mismas zonas gracias a las
alternancias de los vientos desencadenados desde todas
direcciones? Ése no ha navegado mucho, sino que ha sido
zarandeado mucho.[26]
Suelo extrañarme cuando veo a algunos pidiendo tiempo, y
muy bien dispuestos a quienes se lo solicitan; los unos y los otros 8
contemplan aquello por lo que se ha pedido el tiempo, ni unos ni
otros, de hecho, el tiempo en sí: como si no pidieran nada, como
si no dieran nada. Juegan con la más valiosa de todas las cosas; es
que los engaña porque es cosa inmaterial, porque no salta a la
vista, y por eso lo tasan muy barato, es más, su valor es
prácticamente nulo. Los hombres reciben sus anualidades y 2
congiarios con agradecimiento y por ellos alquilan su trabajo o su
esfuerzo o su celo: nadie valora el tiempo; lo emplean sin
restricciones, como si fuera gratuito. Pero a ésos mismos los
verás, si está muy próximo el peligro de muerte, abrazándose a las
rodillas de los médicos, si temen una pena de muerte, dispuestos a
desembolsar todos sus bienes para vivir: tan grande es en ellos la
contradicción de sus sentimientos. Y si se pudiera, del mismo
modo que los años pasados de cada cual, ponerles a la vista el 3
número de los futuros, ¡cómo temblarían los que vieran que les
quedaban pocos, cómo los economizarían! Pues bien, es fácil
administrar lo que es fijo, por más que sea escaso; se debe
conservar con más esmero lo que no sabes cuándo faltará. Sin
embargo, no tienes por qué pensar que ellos ignoran hasta qué 4
punto es una cosa cara: suelen decir a los que aprecian en extremo
que ellos están dispuestos a darles una parte de sus años. La dan y
no saben qué hacen; en cambio, la dan de tal modo que se la
quitan a sí mismos sin beneficio de los otros. Pero precisamente
esto, que se la quitan, no lo advierten; por eso les resulta tolerable
la pérdida de algo cuya merma es invisible. Nadie te restituirá tus 5
años, nadie te devolverá de nuevo a ti mismo. La vida irá por
donde empezó y no invertirá ni detendrá su marcha; en absoluto
hará alboroto, en absoluto nos advertirá de su velocidad: se
deslizará queda. No por mandato de un rey ni por favoritismo a
un pueblo se prolongará: tal como desde el primer día se puso en
marcha correrá, jamás se desviará, jamás se entretendrá. ¿Qué va
a pasar? Que tú estás distraído, la vida se apresura; entre tanto, se
presentará la muerte, para la que, quieras o no quieras, hay que
tener tiempo.
¿Se puede mencionar nada más insensato que <la decisión> 9
de esos hombres que alardean de su prudencia? Están
afanosamente atareados para poder vivir mejor, a expensas de la
vida construyen su vida. Organizan sus planes para un lejano
futuro; ahora bien, la mayor pérdida de vida es la dilación:
elimina el día actual, escamotea el presente mientras promete lo
por venir. El obstáculo mayor para vivir es la espera, que depende
del día de mañana, desperdicia el de hoy. Dispones de lo que está
puesto en manos de la suerte, desechas lo que está en las tuyas.
¿Adónde miras? ¿Adónde te alargas? Todo lo que ha de venir está 2
en entredicho: vive al día. Así clama el mayor de los vates y,
como inspirado por una boca divina, canta un canto saludable:

Todos los días mejores de vida a los míseros hombres


huyen primero.[27]

«¿Por qué vacilas? —dice—, ¿por qué te paras? Si no lo agarras,


te huye.» Y aun cuando lo agarres, te huirá; así pues, contra la
fugacidad del tiempo hay que competir con la celeridad en
emplearlo, y hay que sorberlo como de un torrente rápido y que 3
no va a correr siempre. También va perfectamente a la hora de
criticar la interminable vacilación el hecho de que no dice la
mejor «época», sino los mejores «días». ¿Por qué, tranquilo y
calmoso en medio de tan precipitada fuga del tiempo, te prometes
meses y años en larga sucesión, según le parezca a tu avidez? Te
está hablando de unos días y precisamente de cómo huyen. ¿Es
entonces dudoso que todos los mejores días huyen a los hombres 4
míseros, esto es, atareados? Sus espíritus todavía infantiles los
toma por sorpresa la vejez, a la que llegan desprevenidos y
desarmados. Pues no han previsto nada: de repente han caído en
ella sin barruntársela, no notaban que se iba acercando cada día.
Del mismo modo que bien una conversación, bien una lectura, 5
bien una reconcentrada meditación entretienen a los que están de
viaje, y antes se enteran de que han llegado que de que se
acercaban, así este viaje de la vida, permanente y aceleradísimo,
que despiertos o durmiendo hacemos al mismo paso, a los
atareados no se les hace evidente más que a su término.
Si me propongo separar por partes y sus argumentos lo que he
planteado, se me ocurren muchos con los que demostrar que la 10
vida de los atareados es la más corta. Solía decir Fabiano,[28] no
uno de esos filósofos profesionales, sino de los verdaderos y a la
antigua, que contra los sentimientos hay que luchar con arrojo, no
con sutilezas, y hay que ahuyentar sus líneas no con golpes
insignificantes, sino con una carga; que <los vicios>, pues, deben
ser triturados, no pellizcados. Sin embargo, para censurarles a
aquéllos su extravío, hay que enseñarles, no sólo entristecerse por
ellos.
En tres etapas se divide la vida: la que ha sido, la que es, la
que va a ser. De ellas, la que estamos pasando es breve, la que 2
vamos a pasar, incierta, la que hemos pasado, segura; ésta es,
pues, en la que la suerte ha perdido sus derechos, la que no se
puede sujetar de nuevo al capricho de nadie.[29] Ésta la pierden
los atareados; pues no tienen tiempo de mirar el pasado, y si
tienen, les es desagradable el recuerdo de cosas de las que se
arrepienten. Así pues, mal de su grado hacen retroceder su 3
espíritu hasta el tiempo perdido de mala manera, y no se atreven a
recordar aquel cuyos defectos, incluso los que se infiltraban
gracias al atractivo del placer momentáneo, al revisarlos se hacen
patentes. Nadie sino quien todo lo ha hecho bajo su propio
criterio, que nunca se equivoca, se remonta de buena gana al 4
pasado; el que ha deseado ambiciosamente muchas cosas, el que
las ha menospreciado orgullosamente, el que ha triunfado
despóticamente, el que ha engañado pérfidamente, el que ha
arramblado avariciosamente, el que ha derrochado pródigamente,
es natural que tema sus recuerdos. Pues bien, ésta es la porción de
nuestro tiempo inviolable y sagrada, que ha superado todos los
infortunios humanos, que se ha sustraído al imperio de la suerte, a
la que ni la escasez ni el miedo ni las molestias de las
enfermedades alteran; ésta no puede verse turbada ni arrebatada:
su posesión es perpetua y libre de temores. Tan sólo uno a uno se
hacen presentes los días, y aún a trechos; por el contrario, todos
los del tiempo pasado, cuando se lo ordenes, acudirán,
consentirán ser examinados y retenidos a tu voluntad, cosa que 5
los atareados no tienen tiempo de hacer. Propio de una mente
tranquila y sosegada es desplazarse por todas las etapas de su
vida: los espíritus de los atareados, como si estuvieran bajo un
yugo, no pueden girarse y mirar atrás. Cae, por tanto, tu vida en
un pozo sin fondo y, así como por más que eches cuanto quieras,
no sirve de nada si no hay debajo algo que lo sostenga y conserve,
igualmente no importa nada cuánto tiempo se concede, si no tiene
donde sustentarse, se filtra a través de los espíritus resquebrajados
y agujereados.[30] El presente es un tiempo cortísimo, hasta el 6
punto de que realmente a algunos les parece inexistente; pues
siempre está en marcha, fluye y se precipita; deja de existir antes
de llegar y no admite más demora que el universo y los astros,
cuyo movimiento siempre incesante nunca se mantiene en el
mismo sitio. Sólo a los atareados, por tanto, concierne el tiempo
presente, que es tan fugaz que no se puede coger, y también ése a
ellos, al estar ocupados en muchos quehaceres, se les sustrae.
¿Quieres saber, en fin, hasta qué punto no viven mucho? Mira 11
hasta qué punto desean vivir mucho. Ya ancianos decrépitos,
mendigan con sus ofrendas la prórroga de unos pocos años;
fingen a su vez tener menos edad; se halagan con este embuste y
se mienten tan a gusto como si al mismo tiempo engañaran a los
hados. Mas cuando ya algún achaque les recuerda su condición
mortal, ¡de qué modo mueren aterrorizados, no como si salieran
de la vida, sino como si fueran sacados! A gritos proclaman que
han sido unos estúpidos ellos, pues no han vivido, y que, en caso
de librarse de esa indisposición, van a vivir en el ocio; entonces
piensan cómo se han procurado inútilmente cosas de las que no
disfrutaban, cómo todo su trabajo ha sido en vano. Por el
contrario, a aquellos cuya vida se desarrolla lejos de toda
ocupación, ¿cómo no va a resultarles extensa? De ella nada se les 2
merma, nada se disemina por aquí y por allá, nada de ahí se
entrega a la suerte, nada se pierde por negligencia, nada se
menoscaba por prodigalidad, nada es superfluo: toda ella, por así
decir, está puesta a interés. Así pues, por poca que sea, es de sobra
suficiente y por eso, en el momento en que llegue su día final, el
sabio no vacilará en ir a la muerte con paso firme.
¿Te preguntas quizás a quiénes llamo atareados? No tienes por
qué pensar que sólo se lo digo a quienes los perros, azuzados 12
finalmente contra ellos, expulsan de la basílica, a quienes ves
ahogarse con todos los honores en su propio ajetreo o con todos
los desaires en el ajeno, a quienes sus deberes sacan de sus casas
para estrellarlos contra las puertas ajenas, a quienes la lanza del
pretor no deja descansar por mor de una ganancia infame y que
algún día va a reventar como un abceso.[31] El ocio de algunos es 2
atareado: en su villa o en su lecho, en medio de la soledad, a pesar
de que se hayan apartado de todos, resultan fastidiosos para sí
mismos; su vida no hay que denominarla ociosa, sino ocupación
desidiosa. ¿Llamas tú ocioso a quien clasifica con ansiosa
precisión sus vasos de Corinto, valiosos por la manía de unos
cuantos,[32] y consume la mayor parte de sus días en unos metales
herrumbrosos? ¿A quien se sienta en la ceroma[33] (¡Qué
abominación, en efecto, ya ni padecemos vicios romanos!),
aficionado a los jóvenes luchadores? ¿A quien separa los rebaños
de los suyos, ya untados, por parejas de edad y color?[34] ¿A 3
quien mantiene a los atletas bisoños? ¿Qué? ¿Llamas ociosos a
quienes pasan muchas horas con el barbero, mientras les rasuran
lo que ha crecido quizá la noche antes, mientras celebran consulta
sobre cada uno de los pelos, mientras les arreglan la cabellera
despeinada o les echan hacia la frente desde ambos lados la que
está desapareciendo? ¡Cómo se irritan si el barbero ha sido un
tanto torpe, como si barbeara a un hombre! ¡Cómo se encienden
si les han recortado un pelo de su cabellera, si alguno ha quedado
fuera de su sitio, si todos no han caído en su rizo correspondiente!
¿Quién hay de esos que no prefiera que se descomponga el Estado
antes que sus cabellos? ¿Que no esté más preocupado del arreglo
de su cabeza que de su salud? ¿Que no prefiera ser más elegante
antes que más honrado? ¿Ociosos llamas tú a éstos, ocupados 4
entre peines y espejos? ¿Qué hay de aquellos <que> se han
empeñado en componer, escuchar, aprender canciones, mientras
su voz, cuya correcta emisión la naturaleza hizo excelente y
sencillísima, la retuercen con los altibajos de una melodía
inadecuada, aquellos cuyos dedos suenan siempre mientras miden
para su coleto algún poema, aquellos que, cuando están dedicados
a tareas serias, incluso a menudo tristes, dejan oír el tarareo de
una melodía?[35] Ésos no tienen ocio, sino negocios inútiles. Por 5
Hércules, yo no pondría sus banquetes entre sus ratos libres,
cuando veo cuán cuidadosos disponen la plata, qué
esmeradamente ciñen las túnicas de sus esclavos de placer, qué
pendientes están de cómo sale el jabalí de manos del cocinero,
con qué rapidez, al darse la señal, corren los esclavos imberbes a
sus menesteres, con cuánto arte se trinchan las aves en trozos
nada irregulares,[36] qué aplicadamente limpian los desdichados
muchachitos las babas de los borrachos. Con esto se ganan fama
de elegancia y magnificencia, y hasta tal punto en todos los
avatares de su vida los persiguen sus males, que ni beben ni
comen si no es por interés. Tampoco contaría yo entre los ociosos
a los que se trasladan en silla o en litera de acá para allá y se 6
presentan a las horas de sus paseos como si no les fuera posible
faltar a ellos, a quienes otro ha de recordar cuándo deben lavarse,
cuándo nadar, cuándo cenar; hasta tal punto se deshacen en la
excesiva lasitud de su espíritu refinado, que no pueden saber por
sí mismos si tienen hambre. Me cuentan que uno de esos 7
refinados (si es que hay que llamar refinamiento a desaprender la
vida y la conducta propias de un hombre), colocado en la silla,
preguntó: «¿Ya estoy sentado?». ¿Piensas tú que éste, que ignora
si está sentado, sabe si vive, si ve, si está ocioso? No sabría decir
claramente qué me da más lástima, que lo ignorara o que fingiera
ignorarlo. Sufren, de hecho, el olvido de muchas cosas, pero 8
también simulan el de muchas. Ciertos vicios los complacen
como si fueran pruebas de su felicidad: parece de hombre
demasiado plebeyo y menospreciable saber qué haces. ¡Ahora ve
y mantén que los mimos se inventan muchas cosas para criticar
nuestro desenfreno! Por Hércules, pasan por alto más cosas de las
que se inventan, y la enorme abundancia de vicios increíbles en
esta época sólo para esto imaginativa ha llegado al extremo de
que ya podemos denunciar la negligencia de los mimos.[37] ¡Que
haya alguien que con los refinamientos se haya echado a perder
hasta el punto de fiar en otro si está sentado! Luego éste no es un 9
ocioso, podrías darle otro nombre: es un enfermo, más aún, es un
muerto; es un ocioso aquel que de su ocio tiene también la
sensación. Mas este vivo a medias, a quien hace falta un testigo
para distinguir las posiciones de su propio cuerpo, ¿cómo puede
éste ser dueño de ningún tiempo?
Es prolijo repasar uno por uno aquellos cuya vida han
consumido los bandidos[38] o la pelota o el cuidado de cocer su 13
cuerpo al sol. No son ociosos aquellos cuyos placeres tienen
mucho de negocio. En efecto, nadie dudará de que no hacen algo
laboriosamente los que se entretienen en el estudio de erudiciones
inservibles, de los que ya hay entre los romanos una tremenda 2
tropa.[39] Fue propia de los griegos esa obsesión por indagar qué
cantidad de remeros había tenido Ulises, si había sido escrita
antes la Ilíada o la Odisea, además de si eran de un mismo autor,
y una serie de otros detalles de esta clase,[40] que, si te los
reservas, en nada ayudan a tu conocimiento callado, si los
publicas, no pareces más sabio, sino más pesado. He aquí que 3
también a los romanos los ha invadido la vana afición por
aprender cosas innecesarias. Hace pocos días oí a uno que
contaba qué había sido el primero en hacer cada uno de los
generales romanos: Duilio fue el primero que venció en un
combate naval,[41] Curio Dentato fue el primero que llevó
elefantes en un triunfo.[42] Y aún esas anécdotas, pese a que no
apuntan a la auténtica gloria, versan cuando menos sobre
ejemplos de actuaciones cívicas; no va a ser útil una tal ciencia,
pero es capaz de entretenernos con la atrayente banalidad de los 4
pormenores. Dejemos también en manos de los curiosos la
cuestión de quién fue el primero que convenció a los romanos de
que subieran a un barco (ése fue Claudio, por eso mismo apodado
Cáudex,[43] porque un ensamblaje de muchas tablas entre los
antiguos se llamaba caudex, de donde se denominan codices las
tablas públicas, y aún hoy en día, conforme a una antigua
tradición, los barcos que transportan provisiones por el Tíber se
llaman codicariae); que venga también en buena hora al caso el 5
hecho de que Valerio Corvino fue el primero que conquistó
Mesina y el primero de la familia de los Valerios que fue apodado
Mesana, al adoptar el nombre de la ciudad conquistada, y, como
la gente fue cambiando paulatinamente las letras, le dijeron
Mesala:[44] ¿no vas a permitir también a alguien atender al hecho 6
de que Lucio Sila fue el primero que ofreció en el circo leones
sueltos, cuando hasta entonces se ofrecían atados, una vez que el
rey Boco había enviado unos arqueros para abatirlos?[45]
Dejémosle en buena hora también esto: ¿no tiene algún interés
positivo también que Pompeyo fuera el primero que presentó en
el circo la pelea de dieciocho elefantes, enfrentándoles, como en
batalla, unos hombres inocentes?[46] El personaje principal de la
ciudad, y entre los personajes antiguos, según cuenta la fama, de
una bondad extraordinaria, consideró un glorioso género de
espectáculo aniquilar a unos hombres con métodos nuevos.
¿Combaten a muerte? Es insuficiente. ¿Se hieren? Es insuficiente:
que se dejen triturar por la enorme mole de unos animales. Era
preferible que hechos así cayeran en el olvido, para que nadie 7
poderoso los aprendiera luego y tuviera envidia de una actuación
bien poco humana. ¡Ay, cuánta niebla arroja sobre nuestras
mentes una gran prosperidad! Él creyó entonces estar por encima
de la naturaleza, cuando arrojaba tantos montones de hombres
infelices a unas bestias nacidas bajo otro cielo, cuando provocaba
una guerra entre unos animales tan desiguales, cuando derramaba
abundante sangre a la vista del pueblo romano él, que pronto iba a
hacerle derramar más. Pero ese mismo, engañado luego por la
deslealtad alejandrina, se ofreció para ser traspasado por el último
de los sirvientes, con lo que al fin comprendió la absurda
arrogancia de su apodo.[47]
Pero, por volver al propósito del que me he alejado y mostrar 8
el inútil celo de algunos en idénticas cuestiones, el mismo de
antes contaba que Metelo, al celebrar su triunfo por haber
derrotado a los cartagineses en Sicilia, fue el único de todos los
romanos que llevó delante de su carro ciento veinte elefantes
capturados;[48] que Sila fue el último de los romanos que amplió
el pomerio, cuya ampliación era costumbre entre los antiguos
nunca por haberse anexionado territorio provincial, sino itálico.
[49] ¿Saber esto es más útil que saber que el Monte Aventino está

fuera del pomerio,[50] según afirmaba él, por una de dos razones,
o porque la plebe se había retirado allí,[51] o porque, estando en
ese lugar Remo tomando los auspicios, las aves no le aparecieron
favorables,[52] y una serie de cosas incontables que o son falsas o 9
semejantes a las mentiras? En efecto, aunque concedas que todo
lo dicen de buena fe, aunque lo pongan por escrito para
corroborarlo, ¿de quién atenuarán los extravíos esos detalles? ¿De
quién reprimirán las ambiciones? ¿A quién harán más esforzado,
a quién más justo, a quién más generoso? Nuestro Fabiano decía
que a veces dudaba de si era preferible no dejarse llevar por
ningún afán de conocimientos antes que dejarse enredar en éstos.
Son hombres ociosos sólo quienes están libres para la
sabiduría, sólo ellos están vivos; pues no conservan tan sólo su 14
vida: cualquier tiempo lo añaden al suyo; todos los años que se
han desarrollado antes que ellos, están adquiridos para ellos. Si no
somos de lo más desagradecido, reconoceremos que los
esclarecidos fundadores de venerables doctrinas nacieron para
nosotros, organizaron su vida para nosotros. Gracias al trabajo de
otros nos vemos conducidos a los hechos más hermosos sacados
de las tinieblas a la luz; ninguna época nos está vedada, en todas
somos admitidos, y si por nuestra grandeza de espíritu nos
complace rebasar las estrecheces de las insuficiencias humanas,
tenemos mucho tiempo por donde extendernos. Nos es posible
debatir con Sócrates, dudar con Carnéades, con Epicuro 2
sosegarnos, vencer con los estoicos la naturaleza del hombre,
sobrepasarla con los cínicos.[53] Ya que la naturaleza nos permite
extendernos para participar en cualquier época, ¿cómo no
entregarnos de todo corazón, saliendo de este tránsito temporal
exiguo y caduco, a las cosas que son ilimitadas, eternas, comunes
con los mejores? Esos que corretean de un cumplido a otro, que
se incordian a sí mismos y a los demás, cuando ya se han vuelto 3
bien locos, cuando han recorrido cada día los umbrales de todo el
mundo y no han pasado por alto ninguna puerta abierta, cuando
han hecho circular por las casas más diversas sus saludos
interesados,[54] ¿qué proporción de personas en una ciudad tan
inmensa y dividida por múltiples pasiones podrán visitar?
¡Cuántos serán aquellos cuyo sueño o molicie o descortesía les 4
niegue el paso! ¡Cuántos los que, después de hacerles sufrir largo
rato, les darán de lado con una urgencia fingida! ¡Cuántos
evitarán salir por el atrio atestado de clientes y escaparán por
pasadizos de la casa secretos, como si engañar no fuera más
descortés que rechazar! ¡Cuántos, medio dormidos y abotargados
por la borrachera de la noche pasada, mientras aquellos infelices
interrumpen su propio sueño para velar el ajeno, repetirán con un
bostezo descarado el nombre que les han susurrado mil veces 5
entreabriendo apenas los labios! Piensa que se ocupan en unas
auténticas obligaciones quienes cada día quieren ser más íntimos
de Zenón, de Pitágoras y de Demócrito y los demás maestros de
los buenos conocimientos, de Aristóteles y Teofrasto. Ninguno de
éstos dejará de estar libre, ninguno a quien a él acuda dejará de
despedirlo más feliz, más satisfecho de sí mismo, ninguno
consentirá que nadie se vaya de su lado con las manos vacías; de
noche, durante el día, pueden ser visitados por todos los mortales.
Ninguno de éstos te inducirá a morir, todos te enseñarán, 15
ninguno de éstos agotará tus años, te agregará los suyos; entre
éstos con ninguno la conversación te será peligrosa, con ninguno
la amistad funesta, con ninguno la relación onerosa. Lograrás de
ellos todo lo que quieras; por ellos no será que no tomes todo lo 2
más que puedas coger. ¡Qué dicha, qué hermosa vejez aguarda al
que se ha incluido en la clientela de éstos! Tendrá con quiénes
deliberar sobre las cuestiones más fútiles y las más
fundamentales, a quiénes consultar cada día sobre sí mismo, por
quiénes oír la verdad sin ofensa, ser elogiado sin adulación, a
cuya semejanza hacerse. Solemos decir que no estuvo en nuestra 3
mano qué padres nos tocaban en suerte, que nos fueron dados al
azar: mas nos es posible nacer para nosotros a nuestro albedrío.
Hay familias de ingenios esclarecidos: elige en cuál quieres ser
acogido; serás adoptado no sólo para el nombre, sino también
para los bienes mismos, que no habrás de guardar con avaricia y
mezquindad: más grandes se harán a medida que los compartas 4
con más gente. Ellos te facilitarán el camino hacia la eternidad y
te alzarán hasta una posición de la que nadie puede ser
desalojado. Éste es el único sistema para prolongar la mortalidad,
más aún, para transformarla en inmortalidad. Los cargos, los
monumentos, todo lo que la ambición ha impuesto con sus
decretos o ha construido con sus obras, rápidamente se derrumba,
nada deja de derribar y remover una prolongada vejez; por el
contrario, no puede causar daño a las cosas que ha inmortalizado
la sabiduría; ninguna edad las borrará, ninguna las menguará; la
siguiente y la que siempre vendrá luego contribuirán en algo a la
veneración, puesto que, por descontado, la envidia se encuentra
en las proximidades, con más sinceridad admiramos lo situado en 5
la lejanía. La vida del sabio, entonces, es muy extensa, no lo
ciñen los mismos límites que a los demás: sólo él se libera de las
leyes del género humano, todos los siglos están a su servicio
como al de un dios. Ha transcurrido un tiempo, lo capta con el
recuerdo; está encima, lo emplea; va a llegar, lo anticipa. Le
alarga la vida la reunión de todos los tiempos en uno solo.
Breve y angustiada por demás es la vida de los que se olvidan
de las cosas pasadas, descuidan las presentes y sienten temor por 16
las futuras: cuando han llegado a las últimas, tarde comprenden,
infelices, que han estado atareados todo ese tiempo en no hacer
nada. No tienes por qué pensar que se demuestra que tienen una 2
vida larga con el argumento de que a veces invocan la muerte: los
inquieta su insensatez con sentimientos indecisos que incurren
incluso en aquello que les da miedo; desean a menudo la muerte
precisamente porque la temen. Tampoco tienes por qué pensar 3
que es un argumento a favor de que viven mucho tiempo el hecho
de que a menudo el día les parece largo, de que, mientras llega el
momento fijado para la cena, se quejan de que las horas pasan
despacio; en efecto, si alguna vez los dejan libres sus
ocupaciones, abandonados en el ocio se desazonan y no saben
cómo organizarlo o pasarlo. Así pues, se lanzan a un quehacer
cualquiera y todo el intervalo que media les resulta pesado, igual,
por Hércules, que, cuando se ha publicado la fecha de un combate
de gladiadores o cuando esperan la fijada para algún otro
espectáculo o entretenimiento, quieren saltarse los días
intermedios. Cualquier plazo para lo que aguardan les resulta 4
largo. Con todo, el instante que anhelan es breve, y precipitado e
incluso más breve por su culpa; pues pasan de una intención a
otra y no pueden concentrarse en un solo deseo. No son para ellos
largos los días, sino odiosos; pero, por el contrario, ¡qué cortas les
parecen las noches que pasan en brazos de las prostitutas o en
compañía del vino! De ahí también el delirio de los poetas, que
con sus fantasías fomentan los extravíos humanos, a quienes les 5
pareció que Júpiter, por los placeres del coito cautivado, duplicó
una noche:[55] ¿qué otra cosa sino inflamar nuestros vicios es
asignarles a los dioses como promotores suyos y dar a la pasión
enfermiza una licencia justificada por el ejemplo de la divinidad?
¿Pueden no parecer cortísimas las noches a esos que las compran
tan caras? El día lo pierden por esperar la noche, la noche por
temer el alba.
Sus placeres mismos son intranquilos y agitados por múltiples
zozobras, y, cuando están en pleno transporte, los sobrecoge un 17
angustioso pensamiento: «¿Esto, hasta cuándo?». Por este
sentimiento los reyes han llorado su poder y no los ha complacido
la magnitud de su prosperidad, sino que los ha aterrorizado el
final que en algún momento ha de llegar. En una ocasión en que
el arrogantísimo rey de los persas desplegaba su ejército por las 2
inmensidades de las llanuras y no podía concebir su número, sino
su tamaño, derramó lágrimas porque, en cien años, de tanta
juventud no quedaría nadie.[56] Y sin embargo, ese mismo que
lloraba iba a acelerarles su destino y a aniquilar a unos en el mar,
a otros en tierra, a unos en una batalla, a otros en una desbandada,
y en poco tiempo iba a exterminar a aquellos para quienes temía 3
cien años. ¿Qué hay de que incluso sus alegrías son intranquilas?
Pues no se basan en motivos consistentes, sino que las perturba la
misma ligereza de la que brotan. Ahora bien, ¿cómo piensas que
son sus momentos infelices, también según propia confesión,
cuando incluso estos en que se exaltan y se alzan por encima del
hombre son poco naturales? Los mayores bienes son intranquilos 4
y en ninguna suerte se confía menos que en la mejor: para
preservar la prosperidad hace falta más prosperidad, y hay que
hacer votos por los votos mismos que han salido bien. Pues todo
lo que nos toca por casualidad es inestable y cuanto más alto se
remonta, más expuesto está a la caída; y el caso es que a nadie
complacen las cosas que van a caer; luego es lógico que sea
infelicísima, no sólo cortísima, la vida de los que se procuran con 5
gran trabajo cosas que poseen con otro aún mayor.
Laboriosamente logran lo que quieren, angustiosamente tienen lo
que han logrado; entre tanto, no se hace ninguna cuenta del
tiempo que nunca más ha de volver: nuevas ocupaciones
sustituyen a las antiguas, la esperanza despierta más esperanzas,
más ambiciones la ambición. No se busca el fin de las desgracias,
sino que se modifica el motivo. Nuestros cargos nos han hecho
sufrir: más tiempo nos quitan los ajenos; hemos dejado de
afanarnos como candidatos, empezamos a hacerlo como
electores;[57] hemos desechado los disgustos de ser acusadores,
nos encontramos con los de ser jueces; ha dejado de ser juez, es
instructor; ha envejecido en la administración asalariada de bienes
ajenos, se ve retenido por sus caudales propios. La sandalia ha 6
dejado ir a Mario, ejerce el consulado.[58] Quincio tiene prisa por
pasar su dictadura, lo reclamarán de su arado.[59] Marchará contra
los cartagineses, inmaduro aún para tamaña empresa, Escipión;
vencedor de Aníbal, vencedor de Antíoco, honra de su consulado,
fiador del de su hermano, si no hay por su parte oposición, se verá
situado junto a Júpiter: las revueltas civiles sacudirán a este
salvador y, tras unos honores iguales a los divinos que aborreció
de joven, ya anciano lo complacerá el anhelo de un altivo
destierro.[60] Nunca faltarán motivos de inquietud felices o
malaventurados; la vida irá pasando entre quehaceres; el ocio
nunca se practicará, siempre se deseará.
Así pues, aléjate del montón, querido Paulino, y retírate por
fin, después de que te has visto zarandeado no en proporción a tu 18
edad, a un puerto más tranquilo. Piensa cuántas olas has
soportado, cuántas tormentas, en parte particulares has sufrido, en
parte públicas has atraído sobre ti; bastante se ha manifestado ya
tu virtud en modelos de trabajo y dedicación: prueba a ver qué
hace en el ocio. La mayor parte de tu vida, la mejor sin duda, la
has consagrado a la política: toma también algo de tu tiempo para 2
ti. Y no te invito a un descanso apático e indolente, ni a que
ahogues cuanto en ti hay de temperamento vivaz en el sueño y los
placeres caros al vulgo: eso no es descansar; encontrarás tareas
más importantes que todas las que hasta ahora has realizado
esforzadamente, que podrás desempeñar retirado y tranquilo.
Ciertamente tú llevas las cuentas del orbe de las tierras tan 3
desinteresadamente como ajenas, tan cuidadosamente como
tuyas, tan concienzudamente como estatales; te ganas el afecto en
un cargo en el que es difícil evitar el odio; pero con todo, créeme,
es mejor sacar las cuentas de la vida de uno que las del trigo 4
público.[61] Esos bríos de tu espíritu, perfectamente capaces de las
mayores empresas, desvíalos de una función honrosa, por
supuesto, pero poco adecuada para una vida feliz, y piensa que tú,
desde tus primeros años, con todo tu estudio de los saberes
liberales no perseguías que te encomendaran confiadamente
tantos miles de medidas de trigo: algo más grande y más elevado
hacías esperar de ti. No faltarán hombres de una escrupulosa
integridad y, además, de una minuciosa dedicación: para llevar
peso son mucho más adecuadas las lentas acémilas que los nobles
corceles, cuya majestuosa ligereza ¿quién la ha oprimido alguna
vez con un pesado fardo? Piensa además cuántas preocupaciones 5
te supone ponerte bajo una carga tan abrumadora: tienes que
vértelas con el estómago de los hombres; ni se pliega a la razón ni
se apacigua con la equidad ni se ablanda con ningún ruego el
pueblo cuando tiene hambre. Hace bien poco, en los días en que
murió Gayo César (disgustadísimo, si es que a quienes están bajo
tierra les queda algún sentimiento, al ver que le sobrevivía el
pueblo romano y sobraban víveres para siete u ocho días cuando
menos), mientras él tendía puentes de barcos y jugaba con las
fuerzas del imperio, se presentó la que también para quienes están
sitiados es la última de las calamidades, la escasez de alimentos.
Por poco no desembocó en muerte y hambre y lo que sigue al
hambre, la destrucción de todas las cosas, esa emulación de un
rey demente y extranjero y vanidoso para su desdicha.[62] ¿Qué 6
actitud adoptaron entonces aquellos a quienes estaba
encomendada la administración del trigo público, a punto de
exponerse a las pedradas, al hierro, al fuego, a Gayo?[63] Con
mucho disimulo ocultaban tan gran desgracia escondiéndola en
sus corazones, con razón, por supuesto; pues algunos trastornos
hay que curarlos sin que se den cuenta los enfermos: para mucha
gente la causa de su muerte ha sido enterarse de su enfermedad.
Refúgiate en estos asuntos más sosegados, más seguros, más
importantes. ¿Piensas tú que cuidarte de que el trigo se traspase a 19
los graneros sin merma por engaño o negligencia de los
transportistas, de que no se estropee y fermente por la humedad
que haya cogido, de que responda a la medida y el peso, es
comparable a participar en estos asuntos sagrados y sublimes,
dispuesto a saber cuál materia es la del dios, cuál su voluntad,
cuál su esencia, cuál su forma, qué destino aguarda a tu espíritu,
dónde nos pone la naturaleza cuando nos liberamos de nuestros
cuerpos, qué es lo que retiene en el medio las cosas de este
mundo más pesadas, sostiene por encima las ligeras, lleva el
fuego a lo más alto, pone en movimiento los astros en su turno
correspondiente, en fin, lo demás lleno de maravillas infinitas?
¿Quieres tú, desentendiéndote de la tierra, mirar con la mente 2
hacia eso? Ahora, mientras está caliente tu sangre, en la plenitud
de tus fuerzas, has de encaminarte a cosas mejores. Te aguardan
en este género de vida muchos buenos conocimientos, el apego y
la práctica de las virtudes, el olvido de las pasiones, la ciencia de
vivir y de morir, el profundo sosiego de las cosas.
La situación de todos los atareados realmente es lamentable,
pero mucho más lamentable la de los que ni siquiera se afanan en 3
sus tareas propias, duermen conforme al sueño de otros, andan
conforme al paso de otros, el amar y el odiar, los actos más libres
de todos, les son impuestos. Éstos, si quieren saber hasta qué
punto es corta su vida, que piensen en qué proporción es suya.
Así pues, cuando veas su pretexta ya ostentada en ocasiones
frecuentes, su nombre célebre en el foro, no los envidies: eso lo 20
alcanzan con perjuicio de su vida. Con tal de que un solo año se
numere por su nombre, echarán a perder todos sus años. A
algunos, antes de que ascendieran a la cima de su ambición, los
ha abandonado la vida en los preliminares de la lucha; a otros,
cuando habían trepado a la más alta dignidad gracias a mil
indignidades, les ha venido el funesto pensamiento de que han
trabajado para el epitafio de su tumba; la extrema vejez de otros,
mientras se apresta a nuevos proyectos, como en su juventud, ha
fallado, impotente, en medio de unos empeños excesivos y 2
porfiados. Penoso, aquel a quien ha abandonado su espíritu
cuando, bien entrado en años, <exponía> en un juicio sus
conclusiones a favor de unos litigantes absolutamente
desconocidos y buscaba la aprobación de una concurrencia
inexperta; vergonzoso, aquel que, cansándose más pronto de vivir
que de trabajar, ha desfallecido en el ejercicio de sus funciones;
vergonzoso, aquel de quien, al morir mientras le rinden cuentas,
se burla su heredero largo tiempo defraudado. No puedo dejar de
referir un ejemplo que me viene a las mientes. Sexto Turanio fue 3
un anciano de cumplida laboriosidad que, pasados los noventa
años, como había recibido de Gayo César la orden de jubilarse
como procurador, mandó que lo pusieran en la cama y que la
familia a su alrededor lo llorara como difunto. Estaba la casa de
duelo por la cesantía de su anciano dueño y no puso fin a su
tristeza hasta que le fueron restituidas sus funciones.[64] ¿Hasta tal
punto es un gusto morir atareado? Idéntica actitud tienen los más: 4
su deseo de trabajar les dura más que su capacidad; luchan contra
el debilitamiento de su cuerpo y la vejez misma no la juzgan
penosa por ningún otro motivo más que porque los relega. La ley
deja de reclutar soldados a partir de los cincuenta años, de
convocar a los senadores a partir de los sesenta; los hombres
consiguen de sí mismos el retiro con más dificultad que de la ley. 5
Entre tanto, mientras son arrastrados y arrastran, mientras uno
interrumpe el reposo de otro, mientras mutuamente se hacen
desdichados, su vida resulta sin provecho, sin placer, sin ningún
progreso del espíritu: nadie tiene presente la muerte, nadie deja de
concebir proyectos a largo plazo, algunos hasta organizan incluso
lo que está más allá de la vida, las grandes moles de sus tumbas y
las inauguraciones de obras públicas y las ofrendas junto a la pira
y unas exequias suntuosas. Pero, por Hércules, sus funerales,
como si hubieran vivido poquísimo, a la luz de antorchas y cirios
han de marchar.[65]
Lucio Anneo Séneca (Córdoba, h. 4 a. C. - Roma, 65 d. C.). Filósofo y
político hispanorromano, nació en el seno de una familia acomodada de la
provincia Bética del Imperio Romano. Su padre fue un retórico de prestigio,
cuya habilidad dialéctica fue muy apreciada luego por los escolásticos, y
cuidó de que la educación de su hijo en Roma incluyera una sólida
formación en las artes retóricas, pero Séneca se sintió igualmente atraído
por la filosofía, recibiendo enseñanzas de varios maestros que lo iniciaron
en las diversas modalidades de la doctrina estoica, por entonces popular en
Roma. Emprendió una carrera política, se distinguió como abogado y fue
nombrado cuestor.
Su fama, sin embargo, disgustó a Calígula, quien estuvo a punto de
condenarlo en el 39. Al subir Claudio al trono, en el 41, fue desterrado a
Córcega, acusado de adulterio con una sobrina del emperador. Ocho años
más tarde fue llamado de nuevo a Roma como preceptor del joven Nerón y,
cuando éste sucedió a Claudio en el 54, se convirtió en uno de sus
principales consejeros, cargo que conservó hasta que, en el 62, viéndose
incapaz de controlar los actos extremos del emperador, se retiró de la vida
pública.
En el 65 fue acusado de participar en la conspiración de Pisón, con la
perspectiva, según algunas fuentes, de suceder en el trono al propio Nerón;
éste le ordenó suicidarse, decisión que Séneca adoptó como liberación final
de los sufrimientos de este mundo, de acuerdo con su propia filosofía.

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