Expresiones Federales Formas Politicas Del Federalismo Rosista Ricardo Salvatore

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“EXPRESIONES FEDERALES”: FORMAS POLÍTICAS DEL FEDERALISMO ROSISTA


Ricardo Salvatore .

Un fenómeno general, propio del período rosista, es la existencia de distintas formas de


expresión del federalismo y las tensiones que esto produjo entre los distintos sectores
sociales. En juego está la definición de un “verdadero federalismo”, es decir, la identificación
de los verdaderos fieles a Rosas y al ideario federal y la especificación de las acciones,
enunciados y apariencia que es esperable de alguien que se dice federal. El federalismo
parece haberse recepcionado y vivido de diversa manera por distintos actores sociales. Sus
ambigüedades, tanto a nivel ideológico como a nivel de las prácticas políticas, permitieron
una diversidad de identidades y de adhesiones.
Es que el federalismo rosista, como sistema referencial ideológico-político, invitó a los
diversos sectores de la comunidad política a unirse a una “Santa Causa” sin clarificar las
tensiones internas de su doctrina. A esta complejidad de significados se unió una diversidad
de formas de expresión que abrieron una brecha entre el discurso ideológico y las prácticas
de la política. Esta brecha sirvió para facilitar las relaciones entre un estado en formación y
una sociedad civil dividida en clases. La causa del Federalismo demandó de cada clase social
adhesiones de acuerdo a sus posibilidades y recursos. Adhesiones intensas o superficiales,
ideológicas o de conveniencia, parece haber coexistido en la conformación de la comunidad
política que apoyó a los gobierno de Rosas.
En el ensayo se examinan las “expresiones federales”, es decir, las manifestaciones externas
de adhesión al federalismo por distintos componentes del cuerpo político, durante el período
1831-1852.
Examinar la política como fue vivida por los participantes puede servir para contextualizar
más adecuadamente la cuestión de cuánto apoyo recibió el rosismo de estancieros, pequeños
productores rurales, peones y comerciantes.

Formas de ser federal

La “causa federal” esperaba de los ciudadanos diversos tipos de adhesión. “Ser federal”
implicaba a veces lucir como federal, otras veces expresarse como federal y con mayor
frecuencia, contribuir como federal por medio de servicios personales o donación de bienes.
Fuera del territorio controlado de las elecciones y de los debates de la Sala de Representantes
existía otro territorio de la política, donde la “opinión unánime” de los ciudadanos debía
testearse constantemente con “expresiones” de apoyo al federalismo que consistían en actos
de presencia, enunciaciones públicas, servicios personales y donaciones al Estado.
Existían así federales de expresión u opinión ( eran aquellos que habían vociferado su
adhesión al federalismo en espacios públicos. Para ser considerado como tal un individuo
debía haberse “expresado” en términos claros e inequívoco por la causa federal) federales
de servicios (eran quienes habían cumplido con sus obligaciones ciudadanas y contribuido
en su tiempo y esfuerzo a la “causa federal”), federales de bienes –o de “bolsillo” (demandaba
una adhesión menos intensa. Era suficiente con que el sujeto hubiese “auxiliado” a los
diferentes emprendimientos militares con aportes en ganado, provisiones y dinero para que
se lo aceptara en la famila de los federales)-, y aquellos cuya adhesión sólo podía inferirse a
partir de su apariencia.
Mientras que el partido federal esperaba contribuciones sólo de aquellos que “tenían grande
o mediana fortuna”, la condición de federal de apariencia era una demanda más generalizada.
En realidad, se esperaba que todos lucieran como federales, llevando en sus pechos la divisa
y en sus sombreros el cintillo.
Cada una de estas “expresiones” de federalismo demandaba un conjunto diferente de
pruebas. Ser “federal de opinión” sujetaba la “calidad de federal” al consenso de los vecinos
y al rumor popular. Ser “federal de servicio”, en cambio, dependía de la evaluación que
hicieran jueces de paz, comandantes militares y jefes de policía de la campaña acerca del
grado de compromiso de vecinos y transeúntes con la causa federal. La prueba de un “federal
de bienes” radicaba en cambio en el aparato administrativo del estado provincial: el conjunto
de listas y recibos en los cuales se registraban las donaciones de caballos, carne, ganado y
dinero. Finalmente, la condición de “federal de apariencia” quedaba sujeta a la comprobación
visual que hacían las autoridades de los sujetos subalternos de la campaña y, que sólo
ocasionalmente se extendía a los habitantes urbanos.
Además de éstas existían otras evidencias de uso más limitado. Las “listas de unitarios y
federales”, por ejemplo, tendían a confeccionarse sólo en momentos de amenaza al sistema
federal y su efecto, era relativo.
La cuestión de quién era “verdadero federal” quedaba así librada a una variedad de
evidencias –recibos, medallas, bajas, rumores, memoria colectiva, autoridad policial y judicial,
etc.- que apuntaban a formas diferentes de “ser federal” y que, por tanto, impedían una fácil
respuesta o resolución a esta cuestión. Así el federalismo, idealmente un único sistema de
principios, se fragmentaba en diversos modos de expresión y diversas gradaciones de
adhesión, permitiendo la adecuación de la política a la diferente condición social y económica
de sujetos políticos. Esto remitía al problema de la desigualdad: si se trataba de un solo
partido y de una sola causa, ¿cómo era posible que se admitieran distintos tipos de
contribuciones de acuerdo a la riqueza y posición social relativa de los sujetos? .
La distinción entre una forma de expresión de hechos y otra de voces abría una brecha a la
interpretación acerca de qué significaba “ser federal”. Quienes habían contribuido
silenciosamente sus servicios al estado veían con recelo a aquellos que solo eran federales
por su palabras y que no acudían al llamado del ejército.
Pero tal vez fue la cuestión del servicio la que acumuló mayores quejas y resentimientos. Esta
aparentemente igualitaria forma de contribución federal resultó una fuente inagotable de
inequidades. Debido a la separaciones entre soldados regulares y milicianos y entre
milicianos activos y pasivos, la “ciudadanía” a que se refería la retórica federalista quedaba
en la práctica fragmentada en varias “clases”. Los que conseguían “arreglarse” como
milicianos estaban sujetos a requerimientos menos demandantes que los soldados regulares.
De igual forma, lo que conseguían ser clasificados como milicianos pasivos no tenían que
preocuparse por los asuntos de la guerra.
Ser federal de servicios implicaba así una forma de desigualdad contradictoria con la retórica
igualitarista del rosismo porque reservaba esta forma de expresión política para quienes sólo
tenían su fuerza de trabajo para ofrecer. Así quienes terminaban prestando los servicios más
duros y peligrosos eran los hombres dotados de menos recursos económicos y sociales. Ser
federal, para el habitante pobre de la campaña, se convirtió así en sinónimo de ser soldado.
El resto de los vecinos podía contribuir con “auxilios” de bienes y dinero, o con “servicios
pasivos”.

La política de la vida cotidiana


La causa del Federalismo demandó de la sociedad política adhesiones más bien
superficiales: disfraces, conformidad ritualizada y contribuciones. Sólo a un grupo limitado de
servidores públicos se les exigió una adhesión de convicciones. Es tal vez este balance entre
un grupo militante y vociferante relativamente pequeño y una mayoría que brindó una
adhesión más bien pasiva al régimen lo que hizo funcional y efectivo a los gobiernos de
Rosas.
Para quienes se postularan como agentes del orden, Rosas demandaba una adhesión de
expresiones y de servicios. Se exigía así la condición de “federal de opinión” o, en su defecto,
la de “federal de servicios y de bienes”.
Los jueces de paz también estaban sujetos a este tipo de chequeos ideológicos.
El estado rosista al tratar de imponer un disfraz, un léxico y un ritual adecuados al federalismo,
dejaba un amplio margen para que la sociedad misma definiera en la práctica qué individuos
eran realmente federales. Dejaba abierta una brecha entre la enunciación -“ser federal”- y las
prácticas que afirmaban tal enunciación, involucrando a la sociedad en el proceso de
sustanciación de la evidencia.
Entre los vecinos, la ropa, el lenguaje cotidiano, las contribuciones a la guerra y las prácticas
de reclutamiento servían a la vez para establecer diferencias y medir opiniones. La ropa
constituía el primer elemento de diferenciación en la política de la época. El uso mandatario
de la divisa y el cintillo, la forma de vestir del paisano y, para algunos, el privilegio de usar
bigote y galones, conformaron el estilo, la fisonomía y la cromática del federalismo. La
diferenciación entre el rojo punzó y el verde o celeste se cargo de significación política,
ayudando a distinguir amigos de enemigos. De igual forma, los periódicos federales
contribuyeron a construir, a partir de la ropa, una división tajante entre unitarios y federales.
A la diferencia entre dos bandos antagónicos se superponía un afán igualitario, nivelador, que
privilegiaba el modo de vida del campo sobre el de la ciudad y las actividades rurales sobre
el comercio. El federalismo rosista se apropió así de la forma de vestir campesina, le dio
colores políticos y la usó como un elemento de nivelación y diferenciación a nivel ideológico
y social.
Aunque parte importante de la cultura política del federalismo, esta forma de expresión (vestir
como federal) no servía en la práctica para distinguir partidarios de opositores. Es que la
apariencia, no podía proveer al régimen más que una medida engañosa de su popularidad.
Debajo del disfraz federal podía siempre ocultarse un unitario.
Es por ello que esta forma de expresión, aunque monitoreada por las autoridades, raramente
era comparada con otras expresiones de adhesión: las opiniones, los servicios y las
contribuciones.
Las expresiones de los ciudadanos parecían más importantes a la hora de distinguir entre
unitarios y federales. El ser federal de opinión requería que la comunidad recordará que el
sujeto se había expresado claramente por la causa federal. Lo que se esperaba de la
población era que no emitiese opiniones unitarias; esto requería del estado un monitoreo
constante de un conjunto de expresiones verbales.
Rumores de los vecinos acerca de expresiones vertidas, reales o supuestas, podían afectar
la suerte de cualquier ciudadano. Expresiones en otro contexto inocentes se transformaban
en “evidencia” de adhesión al enemigo.
En un régimen de prácticas políticas que privilegiaban la verbalización, el silencio servía para
identificar oponentes.
En tanto la política no establecía diferencias entre los espacios públicos y privados, la
conversación de todos los días constituía una de las principales arenas de la contienda.
Las contribuciones a la guerra o a otras acciones en apoyo de la “Santa causa” también
constituyeron una muestra de adhesión federal. La más corriente de las contribuciones
consistía en caballos, yeguas y reses para el consumo del ejército. Estos “auxilios” se
tomaban primero de las estancias embargadas pero, cuando los ganados de éstas
escaseaban, se debía repartir la carga de estas contribuciones entre los vecinos.
Otras formas de donaciones a la causa federal también eran frecuentes. Vecinos de pequeña
o gran fortuna devolvían los recibos por ganados entregados al ejército, pagaban los
impuestos y tasas luego de haber sido exentos de ellos, o simplemente aportaban dinero en
suscripciones públicas con el destino explícito de financiar la guerra contra los unitarios.
Algunos de estos donativos tomaban la forma de un voluntarismo impositivo: los vecinos
contribuían el monto exacto de las desgravaciones y exenciones de impuestos con que
habían sido favorecidos.
Donar dinero a la guerra –o invertirlo en fiestas para celebrar victorias federales- eran formas
de expresar “júbilo” por las decisiones del gobierno. La popularidad de estas colectas fue en
aumento con las victorias federales.
En el terreno de los hechos, la lealtad al Federalismo y a Rosas se comprobaba con servicios:
transporte de ganado, cuidado de caballadas, partidas para la aprehensión de delincuentes,
servicio de cantones y armarse en defensa de la Federación. Como con los “auxilios” esta
forma de expresión federal dejaba bastante margen a la desigualdad social. En la medida que
“servir a la causa federal” significaba diferentes compromisos para distintos sectores sociales,
su utilidad como medida de adhesión era variable. Mientras que para los soldados regulares
servir a la Federación significaba una carga no deseada o un mero arreglo laboral, para los
milicianos el servicio tenía un componente voluntaria, patriótica. Por esto, los soldados
esperaban una retribución diferente de la República: premios en tierras, fueros especiales
entre otras. La realidad parece haber contrariado estas aspiraciones: los vecinos propietarios
que sostenían la guerra con sus interese o con servicios pasivos o mecánicos se llevaban
gran parte de estos premios y privilegios.
La manera inequitativa como se asignaban estos servicios minaba la legitimidad del “sistema
federal”, creando discusiones acerca de lo que significaba servir a la causa. Aquellos que
habían prestado servicios “mecánicos” sentían que habían cumplido con la causa federal. Los
comandantes militares y jueces de paz no compartían esta idea; tampoco los veteranos que
habían dejado buenos años de su vida peleando en las campañas de Cuyo, Entre Ríos,
Córdoba o la Banda Oriental.
También existió un importante intercambio escritural entre Rosas y la comunidad política,
especialmente en aquellos casos en que los particulares debieron probar su condición federal
para salvaguardar sus vidas e intereses. Además de los casos judiciales en donde se
sustanciaban acusaciones de ser unitario, y de los interrogatorios de los prisioneros de
guerra, hubo un caudal de “peticiones” dirigidas al gobernador que trataban de exaltar la
condición federal del peticionante o morigerar su condición de opositor al régimen.

Tibias y entusiastas adhesiones

Las adhesiones al régimen federal parecen ordenarse en un continuo de tonalidades o


intensidades, que va desde la adicción al Dictador hasta la indiferencia o mera tolerancia. En
un extremo estaban manifestaciones de intensa adhesión, rayanas en la obsecuencia o el
fanatismo. Estos eran los “adictos a la persona de su excelencia”. En el otro extremo de este
continuo se encontrarían las adhesiones tibias, aquellas que parecían condicionadas a ciertas
contraprestaciones del estado, o que se basaban en donaciones de bienes sin un
“pronunciamiento” en voz y persona por la causa federal.
Aquí se ubican tanto las adhesiones de sujetos subalternos (peones itinerantes y paisanos
pobres) cansados de la injusticia del ejército como la de los estanvieros cansados de tantas
contribuciones; ambos tenían razones para retacear su apoyo a la causa federal. En el medio
de este continuo estarían adhesiones que, sin admitir una adicción personal a Rosas,
remarcaban su apoyo “fiel y constante” a la Santa Causa Federal, enfatizando un pasado de
servicios. Estas últimas , creemos, corresponderian al grupo activo y numerosos que respaldo
a Rosas ; los pequeños y medianos productores rurales.
Evaluar el grado de adhesión de los diversos sectores de la sociedad rural al Federalismo no
es tarea fácil. Principalmente el Federalismo admitió como legítimas diversas formas de
identidad federal y diversa expresiones de adhesión partidaria que sumaron en ambigüedad
la noción misma de “ser federal.
Algunos indicadores sobre el uso de las divisas federales, sobre quienes realizaban las
donaciones, y sobre el cumplimiento de las leyes de reclutamiento brindan una medida
aproximada de la existencia de resistencias al unanimismo y, sobre todo, de tensiones en
cuanto a la legitimidad de los requerimientos del régimen.

a) Ropa e insignias. Una muestra de presos remitidos a Santos Lugares entre 1831 y 1852
nos permite una primera aproximación a la cuestión del cumplimiento a las prescripciones
federales en materia de vestido e insignias. Sus resultados muestran la peculiar renuencia de
los habitantes pobres de la campaña al “orden de apariencias” prescripto por el dictador. Entre
los arrestados, el grado de cumplimiento con este requisito varía en relación a las
ocupaciones, la raza, y la educación.

b) Donaciones. Quienes más contribuían a la causa federal no eran precisamente los grandes
terratenientes. Contrariando la prédica liberal posterior a Caseros, las suscripciones de los
vecinos para afrontar los gastos de la guerras civiles eran en su mayoría voluntarias.
Los donantes, por lo que puede inferirse a partir de las listas, no eran por lo general
acaudalados estancieros; eran más bien postillones, pequeños criadores, viudas de
veteranos federales, o dependientes cuya relación con el sistema federal estaba basado tanto
en afinidades ideológicas como en la defensa de intereses económicos.
La evidencia sobre algunos donantes permite entrever que estos no se destacaban por tener
grandes propiedades. La importancia de los pequeños propietarios para el orden rosista no
puede ser minimizado. La adhesión de este grupo social, aunque motivada principalmente
por afinidades ideológicas, no era totalmente desinteresada. Su acumulación de capital había
sido rápida, en parte gracias a la Pax Rosista.

c) Servicios militares. Tal vez la mejor medida de la adhesión de los paisanos pobres a la
causa federal sea el grado en que éstos cumplían con sus obligaciones militares.
La deserción o el esconderse de las partidas reclutadoras figuraban entre los delitos más
frecuentes del período.
La evidencia, aunque fragmentaria, refuerza la creencia de que las adhesiones federales de
los paisanos pobres no fueron ni “unánimes” ni “entusiastas”. Fueron más bien adhesiones
“tibias, condicionadas al cumplimiento de ciertas promesas por parte del aparato judicial-
militar. Es claro que Rosas trató de cubrir estas expectativas al menos en parte, otorgando a
los soldados medallas y premios en ganado y tierras. Pero las promesas incumplidas fueron
más en proporción y, consecuentemente, el entusiasmo de los paisanos pobres por prestar
servicios de guerra disminuyó con el tiempo.

Examinados en su conjunto, estos indicadores sobre las donaciones, vestimenta y servicios


militares parecen sugerir que si bien el régimen fue apoyado por los sectores subalternos de
la campaña, este apoyo no fue todo lo intenso y activo que la historiografía revisionista nos
hizo creer. En el continuo entre una identificación ideológico-política superficial y una
profunda, aquella de los vecinos-propietarios parece la más intensa.
Algunos de estos pequeños productores, los que llegaron a posiciones de poder en las
comunidades locales fueron sin duda los federales más entusiastas. Se unían a ellos, en las
celebraciones públicas, un grupo de vecinos que gustaba llamarse “federales netos” que
expresaban sus simpatías con donaciones de bienes, voces y servicios. El resto de la
población de las comunidades ejercía formas menos activas de expresión política: vestían a
lo federal, no se pronunciaban por la Unidad, contribuían “servicios pasivos” y,
ocasionalmente, asistían a bailes, procesiones, y fiestas patrias.

Excluidos participantes

Los unitarios y las mujeres representaban la otra cara del federalismo. Los unitarios porque
sus gradaciones o clasificaciones evidenciaban la ambigüedad de la definición del
federalismo; las mujeres porque su participación activa en el terreno de los hechos, negada
en el terreno del derecho, resaltaba las desigualdades del federalismo.
A pesar de estar excluidas de la comunidad política con derecho a voto, las mujeres
constituyeron un soporte fundamental del régimen rosista. Ellas participaron de manera activa
en las colectas de fondos y ganado para “conclusión de la guerra”, ocuparon los primeros
lugares en las procesiones o marchas con que los pueblos celebraban las victorias de las
fuerzas federales, y tuvieron un papel clave en la circulación de información acerca de las
amenazas al régimen. Las listas de donaciones a la guerra incluían los nombres de
numerosas mujeres.
Este activismo cívico fue negado por el régimen rosista en el terreno de la ciudadanía. Desde
el punto de vista de las autoridades del régimen, las expresiones federales de las mujeres
sirvieron más bien para definir las identidades políticas de sus esposos.
De forma similar se estructuraron las identidades políticas y sociales de los otros grandes
excluidos, los unitarios. Su exclusión, también debida a razones ideológicas, necesitó la
creación de similares ficciones.
Como los federales, los “unitarios” también se clasificaron por gradaciones y tipos de
adhesión. Hubo así “unitarios de opinión”, “unitarios empecinados”, y “unitarios pacíficos”. La
existencia de distintas gradaciones de unitarios muestra la inseguridad del régimen acerca de
quién constituía un verdadero opositor. Siendo las afiliaciones tan tenues –un producto de la
misma práctica política que asociaba adhesiones con la apariencia, los dichos y las
contribuciones- existía siempre el peligro que un buen federal se pasase a la Unidad.
Las narraciones de la experiencia militar de los paisanos muestran además la fragilidad de
las adhesiones en el terreno de los “hechos”. Es común que algunos presos unitarios relaten
experiencias en el bando federal y viceversa.
Este temor al cambio de bando era compartido por ambos partidos o ejércitos, indicando así
una coincidencia en la baja intensidad de las adhesiones políticas de los paisanos.

Conclusiones
Trabajos recientes han señalado la importancia de las formas de la política en el proceso de
constitución del estado nacional. En esta línea el ensayo ha intentado contribuir a este
desarrollo.
La existencia de diferentes modalidades de “ser federal” y las desigualdades implicadas en
esta diversidad sirven para modificar nuestra comprensión del apoyo al federalismo rosista.
Primero, porque al desplazar el terreno de la política hacia las prácticas cotidianas el
entendimiento se acerca un poco más a lo que debió ser la política como la vivieron los
habitantes de la campaña bonaerense. Segundo, porque al divorciar el discurso del régimen
de las formas prácticas en que la mayoría de los actores sociales expresaban sus
“adhesiones”, tenemos una manera de asir la verdadera popularidad del régimen. Tercero,
porque al plantear la existencia de diversas formas de adhesión federal deja entrever la
naturaleza ambigua y contestada del propio federalismo.
Si las identidades políticas podían ser más o menos intensas, distintos agentes sociales
responderían de diferente manera al llamado de la “Causa Federal”. Ésta no demandaba
identidades políticas profundas de toda la población, sólo de aquellos servidores públicos que
debían aplicar la ley y movilizar apoyo para la guerra.
La gradación de adhesiones e identidades federales no significa que los actores sociales no
debatieran y lucharan para defender su federalismo. Muy por el contrario, la separación entre
discurso oficial y prácticas cotidianas, así como las tensiones en el propio significado de “ser
federal”, crearon reales conflictos que aparecen cargados de indignación y de reclamos.
El federalismo, al tiempo que sostenía un ideario de nación orgánica, igualitaria y republicana
mostraba en sus prácticas las diferencias entre vecinos y transeúntes, entre soldados de línea
y milicianos, entre “federales de bolsillo” y “federales de servicio”. El régimen contribuyó a
acentuar estas desigualdades, “clasificando” a los habitantes de acuerdo a su apariencia y
distribuyendo en forma inequitativa el peso del servicio de armas. Así, aquellos que vivieron
el federalismo rosista, pudieron contraponer al discurso oficial de igualitarismo y unanimismo
la realidad de las diferencias sociales. La adhesión federal variaba con la condición
económica y social del individuo. La apariencia federal y las contribuciones parecían
suficientes para definir el federalismo de algunos. Para otros, largos años de servicio militar
resultaban escasos para el mismo fin.

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