por cémplices inesperados; vio que no podia go-
bernarla, se desplomé diciendo esto es hecho, y
se dejé morir.
EL ARTE DE LA DEDICATORIA
A Galaor, mi amado perro, flor y espeio
de mansedumbre y fidelidad.
En ex PrquENO 1apRo de Donald G. MacRae sobre
Weber (Fontana, 1974) al final del prélogo se len
estas misteriosas palabras: “mi esposa, por Taz0-
nes que entiendo, me sugirié que dedicara este li-
bro a la memoria de J. N. Hummel. Sin embargo,
yo preferf no hacerlo”. 2Qué se esconde detris de
ellas?, gcdmo juzgarlas?, gson ofensivas para J.N.
Hummel? ;Es este Hummel el del método de apren-
dizaje pianistico?, gpodrian interpretarse, por el
contrario, elogiosamente para el aludido como di-
ciendo: “no Hummel, ti mereces algo mejor que la
pazofia sociolégica que se encierra en este libro?”
‘Vamos a ver. Supongamos que escribo en un libro,
digamos, sobre la fabricacién de oboes estas pala~
bras: “‘pensé dedicarle este libro al Pelfcano Mar-
tinez, reflexioné més profundamente y resolvi no
hacerlo”. El problema es: ase sentiria ofendido
el buen, aunque confuso, Pelicano?, gse sentirfa
aliviado de alguna penosa responsabilidad? No lo
sé. El caso es que el sefior MacRae ha abierto, no
‘creo que a sabiendas, muchas posibilidades y, aca-
179so, ha fundado un nuevo género literario: el de
as dedicatorias confli
vas, Examinemos de cer-
ca al recién nacido, Una dedicatoria préxima a
a de MacRae, aunque mas angustiosa, seria: “pens
sé dedicarle este libro sobre el aprovechamien-
to
ro, Ia verdad, no sé qué hacer”. Mé
son las dedicatorias comprometedoras como: “a
mi buen amigo el s
lez Avelar, espejo de orgiastas, por la inolvidable
noche de desenfreno que el 3 de octubre de 1979
pasamos en el burdel de la Quebrantahuesos”, Otra
de tono mas dramatico seria esta: “a la Gorda Her-
mosillo en memoria de los dos inolvidables dias
de pasién en los que no salimos del motel El gara-
ato, y a su esposo el sefior coronel Pantoja”, Otras
dedicatorias conflictivas admiti
; Ia conte:
por ejemplo: “a mi esposa la Tota, con rencor
de “a la memoria inmortal de Cornelio Nepote”
“a la escena III del acto TV de Otelo”. Algunos
de estos ofrecimientos pueden ser confusos, como
cuando se dedica un tratado de odontol
180
de poligamia). No deberemos olvidar las dedica
torias excluyentes: “dedico estos poemas a toda la
humanidad, menos a Enrique Krauze”. Se sabe
que James Joyce dedicé un libro, que, por cierto,
no publicd, con estas palabras: “a mi pobre alma
solitaria”; esta forma de puro amor abre posi
dades como “a mi hermosura y mi genio” 0 “a lo
que de mi heredaron mis hijos” 0 “a mi es
diario”. Las declaraciones contundentes puedl
abrirse camino y se leerén cosas parecidas a
he hallado a nadie digno de que le ofrezca est
bro magistral”. Las dedicatorias multitudi
son ya muy populares entre nosotros, sobre todo
en esas pruebas de suficiencia académica que se
tesis en las que inevitablemente se aglo-
jas
des hoy
El Rolo Martfnez cumplié fielmente esta tradi
pero, después de las consal
“a la aficién en general”
Reyes también incurrié en la dedicacién mul
dinaria al consagrar asi uno de sus libros: “dedi-
co esta primera serie de Simpatias y diferencias
a los tipdgrafos y correctores de El Sol, de Madrid,
que tantas veces, y con esa seriedad que es Ia mis
a condicién de su oficio, tuvieron que tolerar
—al componer estos articulos— mi impaciencia y
is fidelidades a la regla 0 mis per-
in este mismo orden,
mi tardanza,
sonales manias ortograficas’
181dedicatorias con reconocimiento de culpa, se debe
situar la del general de divisin José Guadalupe
Arroyo en la novela de Ibargiiengoitia Los relém-
pagos de agosto: “a Matilde, mi compafiera de tan-
tos alfios, espejo de mujer mexicana, que supo
sobrellevar con la sonrisa en los labios el céliz
amargo que significa ser la esposa de un hombre
integro”. Pero, volvamos a las dedicatorias multi-
tudinarias: es de esperarse que con el tiempo al-
cancen mayor esplendor por la via del exceso y la
desmesura, y veamos apuntados seiscientos 0 sete-
cientos nombres, 0, ya de plano, veamos afiadir al
librito de cuentos todo el directorio telefénico. Des-
de luego el arte de la dedicatoria tiene sus costados
politicos como en el caso del incomprensible Mar-
tin Heidegger que dedicé El ser y el tiempo a su
maestro Edmund Husserl (el de la fenomenologia,
“filosofia del mirame y no me toques”, como dice
Reyes), y en ediciones posteriores suprimié la de-
dicatoria: los nazis habian Iegado al poder y Hus-
serl era judio. Esto nos conduce al problema mo-
ral de las segundas ediciones: zes lieito suprimir
una dedicatoria cuando nuestro fervor por el alu-
dido ha menguado o desaparecido? En esta cues-
tién se cifran todas las de la apreciacién de nues-
tro propio pasado y cabe aqui entero el tema
monumental del arrepentimiento. Pero, prosiga-
mos, Los ofrecimientos pueden aprovecharse para
vejar, como en este caso: “a Gorgonio Puzulato que
182
es una bestia y, ademés, distrae fondos del banco
donde dice trabajar para pagar los repugnantes
amores clandestinos que sostiene con su amasia Ta
Perra Justiniana”, Esperemos que no se olviden las
dedicatorias misantrépicas como “a los cuatro ji-
netes del Apocalipsis” o “ta la difteria, la hepati-
tis, el glaucoma y el cdncer en todas sus varieda-
des” ni las mis6ginas: “a todas las mujeres que he
tenido la desgracia de conocer en mi ya larga vi-
da”; ni las burocréticas: “a todos los que han tra-
bajado, trabajen o egaren a trabajar con el doc-
tor Florescano”; tampoco las abstractas: “a la rosa
de los vientos”; ni las disyuntivas: “a Muni Lu-
becki o a Juanito Puig”; ni las zoolégicas: “al
sapo verde (Bufo viridis)”. Por supuesto se espe-
ra que una cietta inversién de valores estéticos so-
brevengan con este florecimiento y se produzcan
juicios como “el libro es bueno, pero la dedicato-
ria es pésima” o “desde luego no lef el libro, nada
mas lei las 300 paginas de la dedicatoria y son
conmovedoras”. Dado el orden social en el que
vivimos sera inevitable que al desarrollo del gé-
nero Jo acompaiie su comercializacién y se establez~
can tarifas de compra y venta. Claro que entonces
se podrd también extorsionar amenazando con de-
dicar algin trabajo atroz: “si sigues con esas cosas,
te dedico mi libro sobre la vida de los erizos”.
Podemos pensar que el futuro es promisorio y nos
sonrie: el dia Hegaré en que el “minimo homena-
183je” 0 el clisico “a mis padres” impliquen un tra-
tado exhaustivo y vasto, y entonces ya no tendre-
‘mos ni libros ni tratados, con lo que saldremos
ganando en més de renglén, sino slo amplias y
extendidas dedicatorias, En. ese momento podre-
‘mos preguntarnos acerca de los limites de un gé-
nero que hoy, la verdad, esta muy pobremente cul-
tivado entre nosotros.
EL PERRO NEGRO LLEGA Y SE VA
A Fernando Hiriert, que me en-
Seb dénde residen’ la. maravilla
Yel poder de estas historias,
UNA FRIA MASANA DE SEPTIEMBRE, al amor de un
alegre fuego, con la Uuvia tamborileando en la
ventana, principié a escribir The Sea Cook, porque
ése era el titulo original del libro. He principiado
(y terminado) otros libros, pero no puedo recor-
dar haberme sentado a escribir ninguno con mayor
-gocijo.
Regocijo explicable: con esas palabras describe
Robert Lonis Stevenson el dia, glorioso para nos-
otros, en que se senté a escribir La isla del tesoro
(como se ve, locamente titulado entonces The Sea
Cook; La isla del tesoro, como todos los clasicos,
no puede admitir otro titulo). Stevenson logré crear
en él toda una mitologia. Cuando alguien hace una
hazafia como establecer de una vez. y para siempre
Jos efnones de las historias de piratas, los lectores
solemos olvidar al creador y aduefiarnos de perso-
najes y mitos. Lo que va de la crénica Piratas de
América que Alexander Exquemelin publi
1678 a La isla del tesoro, es lo que separa a un pi-
rata (Exquemelin fue barbero y cirujano de pira-
185SERIE LOS DOMADORES HUGO HIRIART
Disertacién sobre
las telaranas
y otros escritos
MARTIN CASILLAS EDITORES ¢ MEXICOset portada: Bernardo Recamier
Fernando Hiriart
Cuernavaca, Morelos. México.
ISBN 968-471.002-X