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Stephen Suddjian.

Lingua Latina per Se Illustrata. Capitulum XXII “Cave Canem”: traducción al castellano

La puerta de una casa se compone de dos hojas. Por debajo de las hojas de la puerta está el
umbral, en el que está escrito: “SALVE”. La hoja de una puerta tiene dos goznes, sobre los que
puede girarse; cuando la hoja de la puerta se gira sobre el gozne, la puerta abre o cierra. El es-
clavo cuyo oficio es abrir y cerrar la puerta y cuidar de la villa de [su] señor es llamado portero.

Si alguien quiere entrar en la villa, toca la puerta y aguarda puertas afuera, mientras el
portero abre las hojas de la puerta y le deja entrar en la villa. El portero se sienta puertas aden -
tro con su perro, que es casi tan feroz como un lobo; por eso es menester atarle con una cade -
na. En tiempos antiguos, los señores severos no solamente ataban a sus perros, sino también a
sus porteros.

La cadena con la que el perro es atado está hecha de hierro. Una cadena consta de
muchos anillos (eslabones) de hierro que se juntan entre sí. Los anillos con los que se adornan
los dedos son hechos no de hierro, sino de oro. El oro es de precio grande, como las joyas. Un
anillo de oro es mucho más bonito que un anillo de hierro.

Las puertas (hojas de las puertas) son hechas de madera, como las tabillas. La madera
es un material duro, pero menos duro que el hierro. El que hace cosas de hierro o de oro es lla -
mado artesano. El dios de los artesanos es Vulcano.

La puerta está cerrada. ¡El portero, que he cerrado las puertas después de haber entrado Mar -
co, ya duerme de nuevo! Mientras el portero duerme, el perro vigía custodia la puerta. Puertas
afuera está de pie un mensajero (así se llama el esclavo que lleva las cartas, pues anteriormen -
te las cartas se escribían en tablillas). Este golpea la puerta con un bastón de madera y grita:
“¡Ey! ¡Abre esta puerta! ¿Hay alguien aquí? ¿Alguien está abriendo la puerta esta? ¡Oye, tú,
portero! ¿Por qué no abres? ¿Estás durmiendo?

El perro, ladrando, despierta al portero de su sueño.

El mensajero vuelve a golpear la puerta y con gran voz grita: “¡Oye, portero! ¿Por qué
no me dejas pasar? ¿Piensas que soy un enemigo? Yo no vengo a atacar a la villa, como un
enemigo, y no vengo para pedir dinero.

Al final, el portero se levanta. Dice: “¿quién golpea así nuestra puerta?”

Mensajero (puertas afuera): “Golpeo yo”.

Portero (puertas adentro): “¿Quién es ‘yo’? ¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde vienes? ¿Qué
quieres y qué buscas?”

Mensajero: “Estás preguntando mucho a una vez. ¡Déjame pasar! Después contestaré a todo.”

Portero: “¡Contesta primero! ¡Después serás permitido pasar!”

Mensajero: “Mi nombre no es fácil de decir: me llamo Tlepólemo.”


Portero: “¿Qué dices? ¿Cleopólimo? Tu voz es difícil de oír, porque hay una puerta entre me-
dia.”

Mensajero: Me llamao Tlepólemo, como ya se ha dicho. Vengo de Túsculo. Busco a tu amo.”

Portero: “Si vienes a saludar a mi amo, es major venir en otro momento, pues a esta hora mi
amo suele irse a dormir, y después de un sueño breve saldrá a pasear, luego irá a lavarse.”

Tlepólemo: “¡Si alguien camino por esta lluvia, no hace falta ir después a lavarse! Pero no ven-
go a saludar. Soy mensajero.”

Finalmente, el portero abre las puertas y ve a Tlepólemo de pie en medio de la lluvia. El perro
enfadado muestra los dientes y gruñe: “¡Rrrr…!” pero no puede morder al mensajero, porque
está retenido con una cadena.

Portero: “¡Cuidado! ¡El perro te morderá!” Así el portero avisa del perro feroz al hombre
mientras entra.

Tlepólemo, parado en el umbral, dice, “¡Retén al perro! ¡No lo sueltas!” Pero no hace falta avi -
sarme sobre el perro; yo sé leer.” El mensajero mira el suelo dentro del umbral, donde está es-
crito Tlepólemo CUIDADO CON EL PERRO debajo de la imagen de un perro feroz. “Ni esta ima -
gen ni el perro real me aterrorizan,” dice, y se acerca más al perro.

“Quédate fuera”, dice el portero, “No te acerques a este perro. Ya te lo he avisado.”

Pero el mensajero, aunque ha sido amonestado así por el portero, da un paso más hacia el pe -
rro – pero ¡mira! ¡el perro salta encima de él, rompiendo la cadena! El hombre aterrado inten -
ta retroceder de la puerta, pero el perro enfadado agarra su capa y la retiene.

“¡Oye! El perro me está mordiendo!” grita el mensajero, que ya no se atreve a mover ni para
atrás ni para adelante: el perro gruñidor no permite que él se mueva del lugar.

El portero, riéndose, pregunta, “¿por qué no avanzas? No te quedes parado. Yo te permito en-
trar. Ya he abierto la puerta. ¡Adelante, a la villa!” De este modo el portero se ríe de un hom-
bre aterrado.

“Es más fácil de decir que de hacer”, dice el mensajero, y se atreve a dar un paso más hacia
adelante, ¡pero al punto el perro se levanta sobre las patas traseras y pone las delanteras
contra su pecho! El mensajero, temblando con todo su cuerpo, camino fuera de la entrada: así
el perro le expulsa de la villa. “¡Aparta al perro!”, dice aquél, “el perro feroz ése no me deja en-
trar.”

El portero se da cuenta de que él está temblando y se burla de nuevo: “¿Por qué tiemblas? ¿Te
ha espantado este perro?”

Tlepólemo: “¡No pienses que yo haya sido aterrado por ese perro! Si es que tiemblo, no tiem -
blo por el perro feroz, sino a causa de la lluvia fría. ¡Déjame pasar bajo techo, portero – por fa-
vor! ¡Ata al perro feroz ése! ¿Por qué le has suelto?” En efecto, el mensajero cree que el perro
ha sido desatado por el portero.

El portero agarra la cadena en la mano y aparta un poco al perro del mensajero. Dice, “no
pienses que yo haya suelto al perro. El perro mismo ha roto su propia cadena. Fíjate, una cade -
na rota.”
Tlepólemo: “¿Acaso puede romper un perro una cadena de hierro? No lo creo. Pero sin duda el
vestido lo ha podido romper: ¿no ves que mi manto nuevo, que he comprado hace poco a un
precio elevado, ha sido roto por tu perro?”

Portero: “Ese manto no es de gran pecio, y no creo que haya sido comprado hace poco. Pero
¿a qué has venido? ¿No llevas algo contigo?”

Tlepólemo: “Preguntas como un tonto, portero, que ya te he dicho que yo soy un mensajero.
¿Qué piensas que llevan los mensajeros? ¿Monedas de oro para porteros? Desde luego que no
llevamos oro.”

Portero: “Obviamente, lleváis cartas.”

Tlepólemo: “Dices bien. Traigo una carta para Lucio Julio Balbo. ¿Es éste el nombre de tu
amo?”

Portero: “Lo es. ¿Por qué no me das esa carta a mí?”

Tlepólemo: “¡Primero, ata al perro y déjame entrar! ¡No me vuelvas a empujar fuera a la llu-
via!”

El portero, después de atar al perro, dice, “No te he empujado fuera yo, sino este perro. ¡No
[me] cuentes que hayas sido empujado fuera por el portero!”

Con el perro atado, por fin entra el mensajero y enseña la carta al portero; éste inmediatamen -
te agarra la carta y la lleva al atrio para su señor.

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