Articulaci N Marx Freud Nietzcche Segunda Parte

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Articulación Marx, Nietzsche y Freud

1-El hombre explotado (alienado), el hombre débil y el hombre religioso vs. “el hombre nuevo”

Marx, Nietzsche y Freud pretenden hacer una deconstrucción de los grandes sistemas
teóricos que dominaron las ciencias sociales y la filosofía con vistas a una “reconstrucción” de nuevas
ideas y valores. De este modo, pondrán en tela de juicio las teorías preconizadas desde Sócrates y
Platón y el idealismo alemán, por un lado, y los postulados de la religión, por otro.
Estos tres autores fueron críticos acérrimos de la sociedad de su tiempo y se atrevieron a
cuestionar la hermenéutica imperante, la manera de interpretar la realidad de sus antecesores y
propusieron un modelo nuevo de entender los fenómenos humanos y una praxis concomitante
dirigida, en definitiva, a un cambio individual, social y político. Al crear un modelo nuevo de
praxis, idearon un paradigma nuevo de sociedad, de historia y de hombre.

El hombre explotado y alienado, el hombre débil y el hombre religioso fueron


cuestionados por Marx, Nietzsche y Freud. Las relaciones de producción capitalista “generan” desde
la praxis un tipo de hombre que trabaja para otro, que se despoja de los bienes que él mismo produce
a cambio de un salario que apenas permite “reproducir” las condiciones materiales de su existencia,
esto es, los medios esenciales para poder vivir o subsistir.

El valor de la producción que obtiene el obrero, luego de haber reproducido el valor de su


propio salario, pasa a formar parte de la acumulación del capital o plusvalía que permite al capitalista
acrecentar su tasa de ganancia. Marx construye una teoría que se propone modificar el estado de
cosas imperante a fin de eliminar la brecha entre capitalistas y obreros, entre dominantes y
dominados, entre explotadores y explotados.
Estas diferencias de clase y en definitiva de poder quedarían eliminadas desde la teoría
marxista si la clase obrera tomara conciencia de la situación de desventaja en que está posicionada en
relación con la clase capitalista y se organizara en una revolución con el propósito de derrocar al
poder burgués. Luego del derrocamiento debería producirse la colectivización de los medios de
producción para erradicar definitivamente las diferencias de clase y así dejaría de existir el hombre
explotado y dominado en provecho de un “nuevo hombre”, un hombre ya no explotado, ni
alienado, pues pasaría a tener una participación en el uso de los medios de producción. Si los medios
de producción se colectivizan, entonces desaparece la dicotomía explotador-explotado que
quedaba establecida a partir de la diferencia entre poseer los medios de producción o no poseerlos.
Desaparece el “hombre explotado y alienado” en favor de “un nuevo hombre”.

El nuevo hombre también deberá surgir para Nietzsche, aunque este autor no lo pensará en
términos de las relaciones económicas o de producción social sino desde una concepción de sujeto
más amplia. El nuevo hombre o “superhombre” nietzscheano será aquel que se produce a sí mismo
y no sigue los dictámenes y valores morales de otros hombres como hacen los individuos débiles; en
definitiva el hombre nuevo es aquel que da satisfacción a sus deseos, impulsos e instintos creando su
propio sistema de valores, desechando la moral cristiana que desprecia al cuerpo y sus placeres.

La “depreciación” del cuerpo termina anulando al hombre mismo que no es más que un
cuerpo, una sustancia que piensa, pero corpórea al fin. Si el sistema sensitivo, perceptivo, en suma, el
conjunto de excitaciones, sentimientos, sensaciones, emociones es anulado, ¿qué nos queda como
seres humanos? ¿El alma?, aquello que ni siquiera sabemos qué es y que no tiene influencia en
nuestras vidas porque sólo existe como constructo teórico, lejos de nuestra realidad concreta,
palpable, asible. Si el mundo es, para nosotros humanos, una realidad susceptible de ser percibida,
conocida y experimentada emocionalmente, además de ser racional, ¿qué realidad puede haber que no
sea aquella realidad vivida desde el sistema somato-sensitivo? ¿Qué placeres puede haber que no sean
los placeres del cuerpo si nuestro modo de ser en el mundo es el de “ser-con-el-cuerpo”?

Para Freud también debe haber un hombre nuevo. En este caso será aquel que toma
conciencia de que aquello tan sagrado que venera (léase religión) no es más un discurso construido
con fines de dominación y que, al ser el discurso que promete un mundo mejor en el “más allá”, o “un
futuro consolador después de la muerte”, no es otra cosa más que una “ilusión”.

2-El discurso religioso en Marx, Nietzsche y Freud: especulación (fetiche), negación del hombre
e ilusión

Para los pensadores de la sospecha la religión es una ilusión, un fetiche, “una negación del
hombre” o un efecto de las condiciones de la existencia económica (material).

El discurso religioso para Marx no es más que el efecto de la estructura social, pero no es
determinante de las relaciones socio-económicas de una comunidad. La religión, desde este punto de
vista, no puede ni debe pretender explicar otro tipo de fenómenos que no sean aquellos propios de su
hermenéutica o exégesis. Así, para Marx la religión es simple contemplación y especulación. Es un
discurso equiparable a la filosofía porque no sienta sus bases en el hombre concreto, de carne y
hueso, que vive y “es” en relación con un sistema de producción generador de continuas
contradicciones y amenazas.

El discurso de la religión repara apenas en entidades suprafìsicas que no tienen asidero en el


mundo en que se desenvuelve el hombre, en el mundo real que transforma de continuo para producir
las condiciones de su existencia. Marx condena las producciones del conocimiento que son puramente
idealistas referidas a “entes suprasensibles”, “espectros” y “fantasmagorías”. En este sentido, todas
las producciones teóricas deben necesariamente inscribirse en un momento histórico concreto y
describir efectos concretos entre entes observables, y servir, además, para operar cambios a nivel
de las relaciones sociales y económicas de un pueblo. La religión y la filosofía no cumplen en
absoluto con este propósito. Por lo tanto poco es su valor como producción humana nos diría Marx.

Asimismo, la religión como entidad sagrada se ha transformado en un fetiche del mismo


modo en que lo es la mercancía en el sistema capitalista. La mercancía ya no vale por su valor de uso
sino por su capacidad de servir a los fines de acrecentar el capital y alimentar así al sistema burgués.
Es decir, la mercancía es antes que otra cosa un bien de cambio cuyo valor aumenta en forma
asombrosa, prodigiosa, no ya por su utilidad intrínseca para satisfacer una necesidad sino a causa del
aumento de su valor monetario, simbólico, definido a partir del tiempo invertido en la producción del
bien y de su capacidad para generar más y más capital acumulado.
En la sociedad capitalista los objetos producidos parecen “relacionarse” entre sí únicamente
como bienes de cambio y con una existencia propia portadora de un valor nuevo e independiente de
su existencia física primaria, utilidad individual y del carácter de producto social. Ocurre algo así
como si los bienes no fueran creados por nadie, circularan como entidades “automovientes” como si
no tuvieran una utilidad subjetiva, no emanaran de un proceso de producción social y todo su valor
recayera en su poder o fuerza para generar valor monetario, esto es, capital, dinero, plusvalía.

Por lo mismo, la religión en lugar de ser un discurso más entre los discursos sociales, puede
decirse, deviene fetiche porque se venera y se rinde culto a todo: al Sacerdote, a la Iglesia, a los ritos
y hasta a los símbolos o imágenes religiosas (estampas, estatuas, rosarios, etc.) En este sentido se
produce la “adoración” de los bienes de producción por parte del capitalista debido a su capacidad
para producir capital y de los “imagos” que “personifican” a la religión por parte de los fieles en
razón de que representan la divinidad, la santidad, lo sagrado, lo espiritual. Es decir, aquellos objetos
en los cuales se deposita un valor sobrehumano o una cualidad superior respecto de la que
intrínsecamente corresponde pasan a ser culto del fetichismo, o lo que es lo mismo, son fetiches. La
“consagración fetichista” envuelve con un halo de sortilegio a los objetos que caen bajo su poder y
éstos pasan a tener propiedades nuevas y hasta mágicas.

Para Nietzsche la religión (léase religión cristiana) es un discurso y una práctica que ha
producido efectos nefastos en el hombre. Así, el ser humano ha quedado reducido a un espectro
enfermizo y “mezquino” de hombre por cuanto se lo indujo a renunciar a toda satisfacción del cuerpo
sexuado con fines no reproductivos por ser considerada pecaminosa y a todo impulso demasiado
“egoísta” por ser contrario a la vida social. La religión “venera” el sufrimiento, el dolor, el tormento
porque de esta manera el hombre lograría “supuestamente” ser más fuerte. Nada más engañoso que
eso, pues leemos en Nietzsche que el sufrimiento torna más débil al sujeto.

El culto al dolor es la negación del hombre. El hombre no debería provocarse a sí mismo


mayor tormento que el que la carne debe soportar por vías naturales e inevitables. El cristianismo ha
negado el goce y mutilado el sujeto deseante a favor de un sujeto “condescendiente”. El sujeto se
desdibuja, se torna sumiso, pierde potencia, deja de ser lo que es porque usa las palabras y actos que
otros imponen a través de los rituales religiosos que se repiten sin sentido, sin producir cambios en
relación con la realidad y con los demás hombres. ¿Qué garantiza la repetición del ritual sino la
posibilidad de que el individuo devenga autómata y pierda su propia capacidad creativa y
espontaneidad? ¿Cuál es el fin de la realización de un ritual -la Santa Misa, el rezo sistemático- si
reconocemos que la individualidad del sujeto queda anulada y su real relación con el mundo y con el
prójimo totalmente “suspendida” por estar mediada a través de un lenguaje “artificial”? El individuo
pierde el sentido del obrar libre y espontáneo en favor de un libreto atemporal e impersonal preparado
por otros que dejaron como herencia.

La religión desde la óptica nietzscheana convierte en dependientes y súbditos a los hombres


impidiendo su propia realización y actualización de sus potencias. La religión más que ninguna otra
institución elimina la propia capacidad para pensar y actuar de manera independiente y crea la ilusión
de que se actúa conforme a una voluntad extraterrena.

Por último para Nietzsche la religión como mandamiento y necesidad de obedecer a Dios ha
provocado una gran carga, deuda y por consiguiente un sentimiento de culpa muy fuerte desde
tiempos inmemoriales. La creencia en el pecado y en el perdón por “voluntad” y misericordia del
sacerdote convierte a los fieles en sujetos dependientes del arbitrio de un “juez” que castiga las faltas
de los hombres con penitencia o “absuelve” conforme a su propia Ley o justicia en nombre de la “Ley
Divina”.
Es interesante el análisis que realiza Nietzsche de la función del pecado como forma de
dominación del discurso religioso, como productor de un sistema de premios y castigos, de penas y
perdones. Inmediatamente surge la siguiente pregunta: ¿qué hombre puede juzgar los “pecados” de
otro”, penar y absolver si la medida de la intención y voluntad es individual e intransferible, es decir,
no pasible de devenir representación? Si todos somos pecadores porque disponemos en igual medida
de un cuerpo y de la palabra, de actitudes defensivas y ofensivas que necesariamente afectan a otro,
aún en contra de nuestra voluntad ¿quién nos debería juzgar? ¿Quién sino uno mismo para juzgar las
propias intenciones?
Lo que la Iglesia llama “pecado” no es más que la puesta en acto de la voluntad de poder de
Nietzsche, la voluntad de vivir de Shopenahuer, el saber inconsciente de Freud, el impulso vital o
de autoconservación de la psicología clásica

Para terminar con el esquema de autores propuesto resta presentar a Freud. De acuerdo con
la teoría del Padre del Psicoanálisis, la religión es un discurso o un sistema de representaciones que se
funda en el principio de indefensión, necesidad de autoridad y protección paternal que desde
niños conocemos, a la vez que se fundamenta y “fortalece” en el temor a la sanción por
incumplimiento de sus mandamientos. Las representaciones religiosas protegen a los hombres contra
los peligros del mundo y contra los daños de la propia naturaleza humana a través de su sistema de
prohibiciones y permisiones. Todas las religiones prometen un “premio” en el más allá como método
para que sus fieles acaten sus principios, cumplan sus ordenanzas y actúen irrenunciablemente
conforme a lo que ellas establecen. En definitiva las religiones no son más que un sistema de
dominación y control, “un conjunto de ilusiones” que obligan a comportarse de determinada manera
con el fin de que el hombre pueda “salvarse” y alcanzar la “vida eterna”. ¿Una vida qué se vivirá
cuándo, dónde, quiénes la merecen?

Para muchos es más fácil vivir como dictaminan otros porque así sustraen la responsabilidad
de sus actos y se tiene la ilusión de que nunca hay equivocación porque se sigue la voluntad de
Sacerdote, de la autoridad, de Dios. Actuando de esta manera somos débiles en el sentido
nietzscheano y dejamos de ser “auténticos” en relación con “nuestras marcas ciegas” y a la vez
dejamos de ser los hacedores de nuestro propio destino. Sin la actitud reflexiva, crítica y siguiendo las
ordenanzas del rebaño, abandonamos nuestra responsabilidad de pensar en nuestros propios términos
y de ser individuos singulares; olvidamos que somos individuos con necesidades y proyectos
contingentes y personales.

El cuerpo se sacrifica con el fin de prepararse para otra vida en la que no existe el cuerpo,
mientras que en este mundo “corpóreo” paradójicamente se lo niega y oculta por ser siempre
pecaminoso. Las religiones enseñan que sólo se viva con el “alma” y que ésta se subordine al cuerpo.
¿En qué consiste vivir con el “alma” si mi forma de ser en el mundo es carne, es emoción, es
excitación? El hombre quiere al cuerpo porque es su medio de manifestación y el único medio posible
para alcanzar el goce, los objetos de ese goce y “la apertura comunicativa corporal con los otros”. De
manera que si vivimos con el “alma” no vivimos nuestras sensaciones y singularidades humanas en
absoluto. El alma es el constructo más teórico e inasible que existe.

La responsabilidad en el uso del cuerpo, claro está, debe existir en cada individuo a fin de no
avasallar la individualidad ajena y no dañar adrede el cuerpo del otro, sin embargo si inhibimos las
acciones del cuerpo más instintivas y emocionales que nos alían con los otros hombres, ¿qué nos
queda como “esencia” humana?
Para concluir una observación personal de este último análisis. La responsabilidad de los
actos y la conciencia de no estar solos en este mundo y de saber que afectamos a otros cuerpos con
nuestras acciones debe se la única medida para actuar en ocasiones con cierta templanza socialmente
necesaria. En esta “morigeración” tal vez me distancie de Nietzsche.
El hecho social de haber firmado un “contrato” implica que todos debemos renunciar a ciertos
impulsos para no convertirnos mutuamente en “lobos” de los otros hombres. La vida social supone
concesiones, ya que el cuerpo del otro es mi límite que sólo puedo traspasar si el otro me lo permite y
el otro puede traspasar el límite de mi cuerpo si yo también ofrezco esa concesión. Es el fundamento
de la libertad física y dignidad humana.

Como se ha podido observar y se desprende se este trabajo, las representaciones religiosas


para Marx y Freud son de la misma naturaleza: son parte de la lógica interna de un discurso y
funcionales a un sistema de poder que las engendra y da vida. No son más que producciones humanas
que están distanciadas de la praxis socio-económica en la que el hombre concreto se inserta y
participa. Estas representaciones religiosas se refieren siempre a realidades suprasensibles,
suprahumanas, suprafísicas e incognoscibles. Nietzsche está de acuerdo con estas definiciones, pero
además añade que los preceptos que han difundido las religiones tuvieron un efecto devastante y
debilitador en los hombres, pues el culto al alma y a Dios hizo olvidar que somos un cuerpo que
busca incansablemente la satisfacción y el encuentro con el objeto de deseo en el plano
inexorablemente físico. El único que conocemos…

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