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Articulaci N Marx Freud Nietzcche Segunda Parte
Articulaci N Marx Freud Nietzcche Segunda Parte
Articulaci N Marx Freud Nietzcche Segunda Parte
1-El hombre explotado (alienado), el hombre débil y el hombre religioso vs. “el hombre nuevo”
Marx, Nietzsche y Freud pretenden hacer una deconstrucción de los grandes sistemas
teóricos que dominaron las ciencias sociales y la filosofía con vistas a una “reconstrucción” de nuevas
ideas y valores. De este modo, pondrán en tela de juicio las teorías preconizadas desde Sócrates y
Platón y el idealismo alemán, por un lado, y los postulados de la religión, por otro.
Estos tres autores fueron críticos acérrimos de la sociedad de su tiempo y se atrevieron a
cuestionar la hermenéutica imperante, la manera de interpretar la realidad de sus antecesores y
propusieron un modelo nuevo de entender los fenómenos humanos y una praxis concomitante
dirigida, en definitiva, a un cambio individual, social y político. Al crear un modelo nuevo de
praxis, idearon un paradigma nuevo de sociedad, de historia y de hombre.
El nuevo hombre también deberá surgir para Nietzsche, aunque este autor no lo pensará en
términos de las relaciones económicas o de producción social sino desde una concepción de sujeto
más amplia. El nuevo hombre o “superhombre” nietzscheano será aquel que se produce a sí mismo
y no sigue los dictámenes y valores morales de otros hombres como hacen los individuos débiles; en
definitiva el hombre nuevo es aquel que da satisfacción a sus deseos, impulsos e instintos creando su
propio sistema de valores, desechando la moral cristiana que desprecia al cuerpo y sus placeres.
La “depreciación” del cuerpo termina anulando al hombre mismo que no es más que un
cuerpo, una sustancia que piensa, pero corpórea al fin. Si el sistema sensitivo, perceptivo, en suma, el
conjunto de excitaciones, sentimientos, sensaciones, emociones es anulado, ¿qué nos queda como
seres humanos? ¿El alma?, aquello que ni siquiera sabemos qué es y que no tiene influencia en
nuestras vidas porque sólo existe como constructo teórico, lejos de nuestra realidad concreta,
palpable, asible. Si el mundo es, para nosotros humanos, una realidad susceptible de ser percibida,
conocida y experimentada emocionalmente, además de ser racional, ¿qué realidad puede haber que no
sea aquella realidad vivida desde el sistema somato-sensitivo? ¿Qué placeres puede haber que no sean
los placeres del cuerpo si nuestro modo de ser en el mundo es el de “ser-con-el-cuerpo”?
Para Freud también debe haber un hombre nuevo. En este caso será aquel que toma
conciencia de que aquello tan sagrado que venera (léase religión) no es más un discurso construido
con fines de dominación y que, al ser el discurso que promete un mundo mejor en el “más allá”, o “un
futuro consolador después de la muerte”, no es otra cosa más que una “ilusión”.
2-El discurso religioso en Marx, Nietzsche y Freud: especulación (fetiche), negación del hombre
e ilusión
Para los pensadores de la sospecha la religión es una ilusión, un fetiche, “una negación del
hombre” o un efecto de las condiciones de la existencia económica (material).
El discurso religioso para Marx no es más que el efecto de la estructura social, pero no es
determinante de las relaciones socio-económicas de una comunidad. La religión, desde este punto de
vista, no puede ni debe pretender explicar otro tipo de fenómenos que no sean aquellos propios de su
hermenéutica o exégesis. Así, para Marx la religión es simple contemplación y especulación. Es un
discurso equiparable a la filosofía porque no sienta sus bases en el hombre concreto, de carne y
hueso, que vive y “es” en relación con un sistema de producción generador de continuas
contradicciones y amenazas.
Por lo mismo, la religión en lugar de ser un discurso más entre los discursos sociales, puede
decirse, deviene fetiche porque se venera y se rinde culto a todo: al Sacerdote, a la Iglesia, a los ritos
y hasta a los símbolos o imágenes religiosas (estampas, estatuas, rosarios, etc.) En este sentido se
produce la “adoración” de los bienes de producción por parte del capitalista debido a su capacidad
para producir capital y de los “imagos” que “personifican” a la religión por parte de los fieles en
razón de que representan la divinidad, la santidad, lo sagrado, lo espiritual. Es decir, aquellos objetos
en los cuales se deposita un valor sobrehumano o una cualidad superior respecto de la que
intrínsecamente corresponde pasan a ser culto del fetichismo, o lo que es lo mismo, son fetiches. La
“consagración fetichista” envuelve con un halo de sortilegio a los objetos que caen bajo su poder y
éstos pasan a tener propiedades nuevas y hasta mágicas.
Para Nietzsche la religión (léase religión cristiana) es un discurso y una práctica que ha
producido efectos nefastos en el hombre. Así, el ser humano ha quedado reducido a un espectro
enfermizo y “mezquino” de hombre por cuanto se lo indujo a renunciar a toda satisfacción del cuerpo
sexuado con fines no reproductivos por ser considerada pecaminosa y a todo impulso demasiado
“egoísta” por ser contrario a la vida social. La religión “venera” el sufrimiento, el dolor, el tormento
porque de esta manera el hombre lograría “supuestamente” ser más fuerte. Nada más engañoso que
eso, pues leemos en Nietzsche que el sufrimiento torna más débil al sujeto.
Por último para Nietzsche la religión como mandamiento y necesidad de obedecer a Dios ha
provocado una gran carga, deuda y por consiguiente un sentimiento de culpa muy fuerte desde
tiempos inmemoriales. La creencia en el pecado y en el perdón por “voluntad” y misericordia del
sacerdote convierte a los fieles en sujetos dependientes del arbitrio de un “juez” que castiga las faltas
de los hombres con penitencia o “absuelve” conforme a su propia Ley o justicia en nombre de la “Ley
Divina”.
Es interesante el análisis que realiza Nietzsche de la función del pecado como forma de
dominación del discurso religioso, como productor de un sistema de premios y castigos, de penas y
perdones. Inmediatamente surge la siguiente pregunta: ¿qué hombre puede juzgar los “pecados” de
otro”, penar y absolver si la medida de la intención y voluntad es individual e intransferible, es decir,
no pasible de devenir representación? Si todos somos pecadores porque disponemos en igual medida
de un cuerpo y de la palabra, de actitudes defensivas y ofensivas que necesariamente afectan a otro,
aún en contra de nuestra voluntad ¿quién nos debería juzgar? ¿Quién sino uno mismo para juzgar las
propias intenciones?
Lo que la Iglesia llama “pecado” no es más que la puesta en acto de la voluntad de poder de
Nietzsche, la voluntad de vivir de Shopenahuer, el saber inconsciente de Freud, el impulso vital o
de autoconservación de la psicología clásica
Para terminar con el esquema de autores propuesto resta presentar a Freud. De acuerdo con
la teoría del Padre del Psicoanálisis, la religión es un discurso o un sistema de representaciones que se
funda en el principio de indefensión, necesidad de autoridad y protección paternal que desde
niños conocemos, a la vez que se fundamenta y “fortalece” en el temor a la sanción por
incumplimiento de sus mandamientos. Las representaciones religiosas protegen a los hombres contra
los peligros del mundo y contra los daños de la propia naturaleza humana a través de su sistema de
prohibiciones y permisiones. Todas las religiones prometen un “premio” en el más allá como método
para que sus fieles acaten sus principios, cumplan sus ordenanzas y actúen irrenunciablemente
conforme a lo que ellas establecen. En definitiva las religiones no son más que un sistema de
dominación y control, “un conjunto de ilusiones” que obligan a comportarse de determinada manera
con el fin de que el hombre pueda “salvarse” y alcanzar la “vida eterna”. ¿Una vida qué se vivirá
cuándo, dónde, quiénes la merecen?
Para muchos es más fácil vivir como dictaminan otros porque así sustraen la responsabilidad
de sus actos y se tiene la ilusión de que nunca hay equivocación porque se sigue la voluntad de
Sacerdote, de la autoridad, de Dios. Actuando de esta manera somos débiles en el sentido
nietzscheano y dejamos de ser “auténticos” en relación con “nuestras marcas ciegas” y a la vez
dejamos de ser los hacedores de nuestro propio destino. Sin la actitud reflexiva, crítica y siguiendo las
ordenanzas del rebaño, abandonamos nuestra responsabilidad de pensar en nuestros propios términos
y de ser individuos singulares; olvidamos que somos individuos con necesidades y proyectos
contingentes y personales.
El cuerpo se sacrifica con el fin de prepararse para otra vida en la que no existe el cuerpo,
mientras que en este mundo “corpóreo” paradójicamente se lo niega y oculta por ser siempre
pecaminoso. Las religiones enseñan que sólo se viva con el “alma” y que ésta se subordine al cuerpo.
¿En qué consiste vivir con el “alma” si mi forma de ser en el mundo es carne, es emoción, es
excitación? El hombre quiere al cuerpo porque es su medio de manifestación y el único medio posible
para alcanzar el goce, los objetos de ese goce y “la apertura comunicativa corporal con los otros”. De
manera que si vivimos con el “alma” no vivimos nuestras sensaciones y singularidades humanas en
absoluto. El alma es el constructo más teórico e inasible que existe.
La responsabilidad en el uso del cuerpo, claro está, debe existir en cada individuo a fin de no
avasallar la individualidad ajena y no dañar adrede el cuerpo del otro, sin embargo si inhibimos las
acciones del cuerpo más instintivas y emocionales que nos alían con los otros hombres, ¿qué nos
queda como “esencia” humana?
Para concluir una observación personal de este último análisis. La responsabilidad de los
actos y la conciencia de no estar solos en este mundo y de saber que afectamos a otros cuerpos con
nuestras acciones debe se la única medida para actuar en ocasiones con cierta templanza socialmente
necesaria. En esta “morigeración” tal vez me distancie de Nietzsche.
El hecho social de haber firmado un “contrato” implica que todos debemos renunciar a ciertos
impulsos para no convertirnos mutuamente en “lobos” de los otros hombres. La vida social supone
concesiones, ya que el cuerpo del otro es mi límite que sólo puedo traspasar si el otro me lo permite y
el otro puede traspasar el límite de mi cuerpo si yo también ofrezco esa concesión. Es el fundamento
de la libertad física y dignidad humana.