24 - El Hombre Que Custodió El Norte

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Parricia GUTIERREZ MENDEZ El hombre que custodio el Norte llustraciones de Luciana Carossia azulejos Coordinadora de Literatura: Karina Echevarria Autora de secciones especiales: Eugenia Maria Taladriz Beunza Corrector: Mariano Sanz Coordinadora de Arte: Natalia Otranto Diagramacién: Karina Dominguez Hustracién de tapa: Luciana Carossia Gerente de Preprensa y Produccién Editorial: Carlos Rodriguez Gutiérrez Méndez, Patricia El hombre que custodié el norte / Patricia Gutiérrez Méndez ; ilustrado or Luciana Carossia, - 1a ed, - Boulogne : Estrada, 2017. Libro digital, POF - (Azulejos. serie roja ; 67) Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-950-01-2126-2 1, Narrativa Juvenil Argentina, |, Carossia, Luciana, ilus. Il, Titulo, CDD 863.9283 ey Coleccién Azulejos - Serie Roja Gi © Editorial Estrada S. A, 2017 Editorial Estrada S. A. forma parte del Grupo Macmillan. ‘Avda, Blanco Encalada 104, San Isidro, provincia de Buenos Aires, Argentina Internet: www.editorialestrada.comar ‘Queda hecho el depésito que marca la Ley 11723, Impreso en Argentina. / Printed in Argentina. ISBN 978.950-01-2126-2 No se permite la reproduccién parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmision 0 la transformacién de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrenico o mecénico, mediante fotocopias, digitalizacion y otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infraccin esté penada por las leyes 11.723 y 25.446, LA AUTORA Y LA OBRA PaTricia GuTIERREZ MENDEZ nacid el 6 de julio de 1973, en la ciudad de Buenos Aires. Es la ne mayor de cuatro hermanas. Es Licenciada en Re- GRAFIA laciones Internacionales, de la Universidad del Salvador. Trabajé en la Cancillerfa y en el Go- bierno de la Prowincia de Buenos Aires. Esta casada y tiene tres hijos. En el 2009 comenzé a escribir para ellos y publicé algunas de sus historias en la serie “Entre todos hacemos la Patria” de Cantaro, que explica hechos de la Historia Argentina para los mas pequefios: Mayo de 1810, Don José, Don Manuel y 9 de julio de 1816, En 2015, publicd en la coleccién Azulejos (serie Roja) de Estrada la novela juvenil E/ estoque de mango de plata. Ademés escribe, desde el 2009, un blog de historia (www.yoamolahisto- ria.blogspot.com.ar) y desde el 2013 un blog con resefias y recomendaciones de libros para nifios (www.leyendoconloschicos.blogspot.com.ar). El hombre que custodié el Norte |s a La obra LA NOVELA La novela es un tipo de narracién literaria escrita en prosa que se caracte- riza por ser mas extensa que otros tipos de narraciones. Esta caracteristica la convierte en un relato complejo con la capacidad de reunir elementos diver- sos, Su caracter abierto permite integrar personajes, introducir historias cru- zadas o dependientes unas de otras, presentar hechos en un orden distinto a aquel en el que se produjeron o incluir en el relato textos de distinta natura- leza: cartas, documentos administrativos, leyendas, poemas, etc. Ademés, por ‘su extensién, las novelas suelen estar divididas en capitulos y poseer abun- dantes personajes que pueden ser caracterizados con profundidad. Si bien pueden encontrarse antecedentes del género novela en la Anti- giiedad y su nacimiento se suele situar en la Edad Media, el mejor ejemplo de novela moderna en la lengua espafiola es Don Quijote de fa Mancha (1605) de Miguel de Cervantes. Se la considera como la primera de la modernidad, ya que incorpora cambios respecto a los modelos clasicos de la literatura y presenta ya una estructura en episodios pensados de forma unificada. LA NOVELA HISTORICA De acuerdo con el tema, el estilo y la estructura que tengan, las novelas pueden ser de distinto tipo. Uno de ellos se conoce como novela histérica. Esta, si bien surge en el siglo xix, adn contindia desarrollandose con fuerza en los siglos xx y XxI. La novela histérica se caracteriza por tener un argumento basado en hechos 0 personajes histéricos; utiliza hechos veridicos aunque los persona- jes principales sean inventados. Por estos motivos, exige del autor una gran preparacién documental, ya que de lo contrario no se trataria de una novela histérica sino de otro tipo, por ejemplo, una novela de aventuras, donde los hechos histéricos aparecen solamente como un pretexto para la accién. Por 6| Patricia Gutiérrez Méndez el otro extremo, si los hechos histéricos predominan claramente sobre los hechos inventados, se tratarfa de historia novelada. Aunque existen precedentes, la novela historica llega a configurarse de- finitivamente como género literario en el siglo xix por medio de las novelas del erudito escocés Walter Scott (1771-1832) sobre la Edad Media inglesa, la primera de las cuales fue Waverfey (1814). En las primeras novelas de este tipo, el pasado se tomaba a la vez como refugio y como parte de una critica al presente. Las novelas histéricas permiten una doble lectura: la de una época pasada y la de la época actual. La presente novela se centra en los acontecimientos histéricos de la gue- tra de independencia de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, es decir en los combates y campaiias militares que se desplegaron para liberar el territo- tio de la dominacién espafiola y defenderlo de los nuevos ataques e intentos de reconquista. Si bien la guerra se extiende desde 1810 hasta 1825, los he- chos narrados en esta novela se sitdan entre 1816 y 1821 ya que siguen el ac- cionar de Martin Miguel Giiemes en la defensa y custodia del Norte argentino, en la llamada Guerra Gaucha. El hombre que custodid el Norte | 7 El hombre que custodid el Norte Patricia Gutiérrez Méndez Cuando la Patria esta en peligro, todo esta permitide, excepto no defenderla. José de San Martin El miedo solo sirve para perderlo todo. Manuel Belgrano Yo no tengo més que gauchos honrados y valientes. Martin Miguel Gdemes A Hugo y Lucia, mis padres. 1| Buenos Aires, 1906 —jAtaquen a esos godos! jA degiiello mis gauchos! ;Duro con los maturrangos desgraciados! —jMama, mama! —sali gritando de la habitacién de mi abuelo asustadisima-—. jE! Tata esta muy raro! —Calmate, Clara, tranquila. {Qué paso? Traté de calmarme, respiré profundo, y le respondi: —Fui a llevarle el té al Tata, tal como usted me pidio. To- qué la puerta y no contest6, pensé que estaba dormido y en- tré. Yo estaba apoyando la taza de té en la mesa de luz cuando de repente me tomé del brazo y empezo a gritar algo de sus gauchos, degiiello... y una palabra rara: ma... ;jmaturrangos! Mama sonri6, me acaricié la cabeza y me dijo: —Clara, tu bisabuelo la sernana que viene cumple cien afios. Es un caso raro, no mucha gente vive tanto tiempo. Haber vivido tantos afos le dio la posibilidad de protagoni- zar, en carne propia, la historia de nuestro pais, esa misma que vos leés en el colegio. —¢Pero qué tiene que ver esa palabra “maturrangos’, mama? —Bueno, te voy a decir qué significa, pero con una con- dicioén: mafiana, que es domingo, después de misa vas a cebarle unos mates al Tata y le pedis que te cuente de la El hombre que custodié el Norte | 11 Guerra de Independencia. “Maturrangos” les decian los crio- llos a los espafoles en época de la Revolucion de Mayo y de la Independencia. —Pero mama —la interrumpi mientras me esforzaba en hacer cuentas mentalmente-—, ési el abuelo nacié hace cien anos, eso quiere decir que durante la Revolucién de Mayo tenia solo cuatro afios y, en 1816, el aho de la Independencia, apenas diez afios? ¢Es asi? —Si, Clarita —me contest6 mi mama-, pero en aquella €poca todos ayudaban en la causa de la Revolucién, aun los mas chicos. Mucho mas en Salta, la provincia del abuelo. Mama me dio un beso en la frente y se fue hacia la co- cina, donde Dominga preparaba una rica cena. Algunos se- ores importantes que trabajaban con papa iban a venir a cenar. Eso queria decir que yo tenia que comer mas tem- prano e irmea la cama. No me gustaba ir a dormir tempra- no, pero esa noche lo hice contenta. Me encantaba escuchar las historias del abuelo, desde muy chica me sentaba al lado de él atenta a todos sus relatos. Aunque era mi bisabuelo, yo le decia abuelo, pero en rea- lidad era el Tata. Mi mamé lo Ilamaba Tata, papa lo llama- ba Tata, el papa de mi papa lo Ilamaba Tata y yo lo llamaba Tata. En nuestra familia podia haber padres, madres, abue- los, sobrinos, tios, pero Tata habia uno solo. Al otro dia, como todos los domingos, fuimos con mi fa- milia a misa de la iglesia Nuestra Sefiora del Socorro, a una 12 | Patricia Gutiérrez Méndez cuadra de donde viviamos. Ese dia tuve mas ganas que nun- ca de volver a la casa. Me intrigaban las historias del Tata. Sabia que no me quedaba mucho tiempo porque los cien afos del abuelo se acercaban y no sabia cuanto mas iba a vi- vir. O tal vez pronto se olvidara. Alas once de la mafana ya habiamos vuelto. Dominga no estaba porque mama le habia dado permiso para ir a ver a su familia. Volveria ese mismo dia a la noche. —jClara, por favor comportate y deja de correr! Las mu- jeres no se comportan asi —me dijo mi mama bastante ofuscada por mi actitud desesperada por entrar a casa. Dejamos los abrigos en el ropero del vestibulo y fuimos con mama a la cocina. Le pedi que me ayudara a preparar los mates para el abuelo Ignacio. Mi mama me ayudo a subir las escaleras con la bandeja que contenia los elementos necesarios. Se la notaba alegre. Le gustaba que su hija se acercara al Tata. Para ella las tra- diciones eran muy importantes. Papa, en cambio, no le daba tanta importancia. Tocamos la puerta de la habitacion del abuelo, mama en- tré y me dijo que esperara afuera, en el pasillo. Al rato abrié la puerta y me hizo pasar. El Tata me miraba con una son- risa desde su cama. Mama lo habia ayudado a incorporarse para tomar sus mates. —Como le dije, Tata, hoy Clarita va a cebarle mates. Anda un poco interesada en nuestra historia. La suya y la de nues- ‘tra Patria —dijo mama. £1 hombre que custodié el Norte | 13 —Pasa Clarita, sentate aca, a mi lado —dijo el abuelo ha- ciéndole sehas a mama para que me acercara un sillon me- cedor que estaba al otro lado de la habitaci6n. El abuelo ocupaba una habitaci6n del primer piso de la casa. Era la habitacion mas grande y con el paso del tiempo se habia convertido en una especie de enfermeria. Los mé- dicos veniana verlo casi todos los dias. Por su edad, a pesar de estar muy bien de salud, todos decian que podia morir de un momento a otro. Le habian corrido la cama para que estuviera mas cer- ca de la ventana. Era un enorme ventanal de pesada madera de roble que al Tata le gustaba que estuviera siempre bien lustrado y con las cortinas abiertas para ver el cielo. Este ventanal daba a la calle Suipacha. Le gustaba ese nombre, Suipacha, y cuando alguien lo decia en voz alta él sonreia. Yo no comprendia por qué sonreia hasta que mi papa me conto que era el nombre de una batalla. A decir verdad, luego de esa explicacion segui sin entender. gQué tendria que ver la batalla de Suipacha con el Tata? Me acomodé en la mecedora para cebarle mates. Mama nos miré desde la puerta, nos sonrié y se fue. —Decime, chinita: qué andas queriendo saber? —pregun- to el abuelo mientras tosia como ahogado. El Tata siempre me decia “chinita” y a mi me encantaba. Yo era su Unica bisnieta, y decirme “chinita” era su manera de demostrarme carino. —Tata, vea, ayer cuando le traje su té, usted estaba dormi- do y hablo. Hasta gritd. Dijo algunas cosas que no entendi bien. 14 | Patricia Gutiérrez Méndez —A ver mhijita, qué fue eso que dije —me respondio¢ el Tata con una sonrisa. —Dijo algo asi como “jA degiiello con los maturrangos!” —le contesté. El abuelo se qued6 mirandome, entre sorprendido e hip- notizado. Hizo una pausa y me dijo, casi como confesién, que le parecia increible que atin saltaran en sus suefos fra- ses como esas. Después de un breve silencio continud: —Maturrangos, godos, asi le deciamos a los espafioles cuando se empefaban en querer seguir usurpando nues- tras tierras. jVaya si luchamos por liberarnos! jEsos matu- rrangos eran tosudos y no habia forma de sacarlos! —Si, gracias al general Belgrano y al general San Martin —interrumpi yo queriendo demostrarle que sabia perfecta- mente de qué estaba hablando. —Claro, mi chinita, gpero no se olvida de alguien? —dijo el abuelo y yo me quedé mirandolo como si la maestra me hubiera hecho una pregunta y yo no supiera la respues- ta, El Tata me lanz6 una mirada casi inquisidora y senti vergienza. —Pues mire, mi china, se esta olvidando usted del ge- neral Giemes —dijo con voz firme el Tata mientras trata- ba de incorporarse aun mas sobre las almohadas, empresa infructuosa ya que sus débiles brazos no tenian la suficien- te fuerza para soportar el anciano pero robusto cuerpo. Yo lo miré un poco azorada y solo atiné a agarrar la pava, ser- virle un mate y alcanzarselo. Su mano temblorosa acerco la El hombre que custodié el Norte | 1s bombilla a la boca y sus ojos se cerraron en senal de apro- baci6n. El Tata era muy exigente con la temperatura del mate y del te. Sin devolverme el mate, manteniéndolo entre sus ma- nos, como queriendo calentarlas, el Tata me miré y conti- inué con lo que estaba diciendo. —El general Martin Miguel de Guiemes, asi era su nombre aunque después de la Asamblea del Afo xii, en 1813, en que se dejaron de lado los titulos nobiliarios, don Martin se sac6é el “de” de su apellido y se hacia llamar Martin Miguel Giie- mes. Y también se sacé el “don”. Yo se lo sigo diciendo por respeto... ;COmo no respetar a semejante hombre! Quise preguntarle si lo habia conocido, pero esta- ba tan entusiasmado con su relato que no me animé a interrumpirlo. —Por la expresi6n de tus ojos creo que querras saber si conoci al General. Si, querida, lo conoci. Si bien yo naci en 1806 y cuando el General murié, en 1821, yo apenas contaba con quince afios, tuve la suerte, el privilegio, de conocerlo. —éCuando lo conoci6, Tatita? —le pregunté intrigada. El Tata cerré los ojos con fuerza, como buscando algo dentro de su memoria. Luego los abrié y con los ojos entre- cerrados, tratando de darle suspenso al relato, me pregun- ta si estaba dispuesta a escuchar toda la historia, si tenia ganas de viajar en el tiempo, hasta la Guerra de Indepen- dencia. Por supuesto que le dije que si, y le ofreci otro mate. 16 | Patricia Gutiérrez Méndez 2 | Salta, 1816 —Yo naci en el afio 1806, el 6 de julio de 1806 —comenz6 arelatar el Tata—. Por casualidad mi madre estaba en Bue- nos Aires, en la casa de su propia madre, mi abuela. Me es- peraban para el mes de septiembre, pero se ve que no me queria perder la accion. Porque sepa mi Chinita que ese ano los ingleses invadieron Buenos Aires por primera vez. “Al mes de mi nacimiento, el nombre de Glemes se es- cuché con fervor por primera vez en Buenos Aires. Un barco mercante inglés, La Justina, que estaba encallado por la marea baja, jfue abordado por caballos! Giiemes, que en ese momento era cadete, dirigié a un grupo de Hu- sares, que eran un cuerpo de milicias criollas, y lanzaron sus caballos al barco. jLos inglesitos no lo podian creer! Di- cen que fue la primera vez en la historia que se hizo un abordaje a caballo. Muchos lo desmintieron. Pero yo cono- cia Guliemes y le aseguro, China, que era muy capaz de una hazaha semejante... —Pero Tata —lo interrumpi—, gusted cuando lo conocié? —jApa Mhija! jTenga usted paciencia! Ya llegaremos a ese momento. La Guerra de Independencia fue muy brava, Clarita. Fueron un total de diez afios de lucha en nuestro territorio y unos cinco mas para terminar de liberar toda El hombre que custodié el Norte | 17 la América del Sur. La historia que quiero contarte arran- ca en 1816, el afio en que se declar6 nuestra Independencia. "Ese ano cumpli diez anos, el mismo dia en que el general Manuel Belgrano se presenté ante el Congreso de Tucuman para discutir la cuestion de la forma de gobierno que debian adoptar las Provincias Unidas. Tres dias mas tarde se decla- 6 la Independencia de las Provincias Unidas en Sud Amé- rica. Claro que yo no estaba ahi. Yo estaba con mis padres en nuestra querida provincia de Salta. Mi madre se ocupaba de nuestra casa y nuestra finca. Mi padre era un gaucho de Guiemes. El oficial Agustin Zuviria. "Un ano antes, en 1815, Martin Miguel Giiemes habia sido nombrado Gobernador de Salta. Para ese entonces Glemes era una persona mas que importante para el norte de nues- tro pais y una pieza fundamental en la liberacion del terri- torio de esos maturrangos que no querian dejarnos vivir libres. Insistian con que éramos propiedad de ese rey Fer- nando VII... Habrase visto semejante condena... "Yo no era un chico facil. Pasaba todo el dia jugando con palos que simulaban ser sables. Lo que mas queria en el mundo era ser un gaucho de Giiemes. jPobre Madreci- ta mia, que en paz descanse! Tenia que perseguirme por la hacienda para que dejara los palos-sable y ayudara con las tareas. "Tanto insistia yo con servir como gaucho de Gie- mes, que un dia mi padre, viendo el entusiasmo que te- nia y luego de hablarlo con mi madre, decidio permitirme 18 | Patricia Gutiérrez Méndez acompanarlo con don Martin para empezar a aprender el oficio de soldado. “No recuerdo en estos cien afos haber sentido tama- fia felicidad como en aquel momento. Mi suefo se hacia realidad. "Yo admiraba a mi padre, queria ser como él. Valiente, honrado, jugandose la vida por la libertad de su patria y para que su hijo pudiera crecer en una tierra libre. "—Algtn dia todo esto va a ser tuyo, Ignacio —solia decir- me mi padre—, pero también vas a tener algo mas que esto, algo mas importante: vas a ser libre. Vas a ver como vamos a sacar a estos maturrangos y vamos a lograr nuestra libertad. "Sus palabras siempre me emocionaron. A mi corta edad no habia conocido a nadie tan seguro en sus objetivos e ideales. Dar todo por conseguir una vida mejor para sus. compatriotas y sus descendientes. Mi padre era mi mayor héroe. Yo queria ser uno de los gauchos de Giemes, pero sobre todas las cosas, queria ser como mi padre. "El s de septiembre de 1816 llegé el dia tan esperado por mi. Salimos temprano. Nuestra finca estaba a unos 50 ki- lémetros de la ciudad de Salta y nos iba a llevar todo el dia llegar alli. Mi papa tenia que llevar uno de los caballos de la hacienda que aportaba a la causa, asi que aprovecho mi pre- sencia y fui montando ese caballo. "Mi mama me despidio con un abrazo eterno. El abrazo mas fuerte y largo que haya recibido en mi vida. Llorando se acercéo a mi padre y con la cara roja de furia le dijo: El hombre que custodié el Norte | 19 —Me lo trae vivo y sano a mi Ignacio porque si no usted debera pagar por su vida. “La amenaza de mama no hizo mella en papa, que le tom el brazo y muy galantemente le besé la mano con una sonrisa. "Partimos al galope y mi querida mama qued6 moquean- do aunque con fuerza y entereza. Me acuerdo de sus pe- los largos, larguisimos, marrones, volando por la brisa de la madrugada mientras ella se quedaba parada como de pie- dra mirando como nos alejabamos. "Cabalgamos un dia entero por la quebrada. Ni paramos para almorzar. Los ruidos de los caballos tapaban los de mi hambre. Pero no dije nada. "Llegamos a Salta a la noche y fuimos directo a la casa de dona Macacha. Bueno, tal vez no la hayas sentido nombrar, Chinita. Macacha le decian a Magdalena Guemes, la her- mana de don Martin. Macacha fue fundamental en la causa revolucionaria. —jAy, Tata! Nunca me imaginé que las mujeres fueron parte de la guerra. —Mire Chinita, las mujeres en la Guerra de Independen- cia fueron muy importantes —dijo el Tata tratando una vez mas de incorporarse sobre las almohadas sin éxito—, espe- cialmente alla en el Norte. Las mujeres nortefas trabajaban muchas veces como bomberos... Ante mis ojos abiertos en sefal de asombro, el abuelo se rio fuerte y me explico. 20 | Patricia Gutiérrez Méndez —jJajajaja Clarita, si hubieras visto tu cara de asombro! “Bomberos” les deciamos a los espias, a los gauchos, indios y criollos que traian noticias de las actividades de esos ma- turrangos. Las mujeres aprovechaban todo momento para escuchar y llevarles a los jefes patriotas las novedades. —Y ésolo Macacha Giiemes era “bombero”? 0 eran to- das las mujeres criollas? —No, mhija; qué va'cer... Las sarracenas eran cosa seria... —jAy Tata! jOtra palabra que no entiendo! —Llamabamos “sarracenas’ a las criollas que apoyaban la causa del rey. Las patriotas las detestaban. Pero no crea que solo Macacha era una fervorosa de la causa. Muchas mujeres han trabajado por la revoluci6n y la libertad. Eme- teria Pacheco de Melo, la China Arias de Velazco o Martina de Gurruchaga. Otro dia, Chinita, le contaré las andanzas de la esclava Juana Robles, porque ahora nos fuimos por las ramas con nuestra historia. Qué mujer corajuda la Juana... El Tata se quedé mirando el cielo a través de la ventana y yo mantuve el silencio esperando que continuara el relato. Como no hablé, dejé el mate a un costado y me asomé so- bre su cama. Vi que habia cerrado los ojos. Pensé en si tenia que esperar o irme y dejarlo descansar. Esperé un rato mas y decidi irme para dejar dormir al abuelo. En cuanto atiné a levantarme me sorprendié su voz: —gAdonde va, mhijita? Se cree usté que la historia ter- mina ahi? Falta tanto por contar que creo que nos va a aga- rrar la luna... El hombre que custodi¢ el Norte | 21 —Perdon Tata, pensé que estaba dormido. —Noo mhijita, qué dormido... Vamos, venga con otro mate y seguimos con nuestro cuento. Me acomodé en la silla, le cebé otro mate al abuelo y él continué: —Macacha nos alojé en su casa, la de los Tejada, tal era el apellido de su marido. Eran una familia acomodada y te- nian buen lugar para alojarnos. Mi padre era jefe de una di- vision de los Infernales. ¢Sabe usté, Chinita, quienes eran los Infernales? Eran los valientes gauchos de Giiemes. Divi- sion de Caballeria de Infernales de Gauchos de Linea. Asi se llamaban. Al Tata se le Ilenaron los ojos de lagrimas una vez mas. A mi me resultaba extrafio ver a un hombre llorar. Mucho mas aun hombre grande. Traté de distraerlo y le pregunté por qué los Infernales se llamaban asi. —Ah, mhijita, vera —me contesté el abuelo entusiasma- do—, habia un regimiento espanol llamado Los Angélicos, y a esos gauchos malevos les parecié buena burla contrapo- nerlos con Los Infernales. Y bien que lo eran, esos gauchos eran salidos del mismisimo averno. Pero volvamos a nues- tro viaje en el tiempo que nos hemos desviado. "La verdad, Clarita, es que la cosa estaba complicada en el Norte. Salta, Jujuy, Tupiza, Potosi, eran ciudades muy ex- puestas a los ataques espanoles. El poderio espanol se con- centraba en Peru y cada invasion espafola entraba por el Norte. Y en el Norte solo nos teniamos a nosotros mismos, 22 | Patricia Gutiérrez Méndez los gauchos, la poblacién saltena y jujena. Todos ayudaban a amedrentar al enemigo hasta hacerlos retroceder. “Antes de aquel 1816 nuestro Norte habia sufrido dos in- vasiones de esos godos. Las dos veces don Martin y sus gauchos echaron al enemigo. Giiemes sabia que su ejérci- to de gauchos no era tan preparado como el de los realistas, pero contaba con una ventaja: el territorio. "Don Martin conocia el territorio nortefio como la palma de su mano. Habia aprendido todo sobre el campo en las fincas de su familia. Los gauchos que trabajaban ahi le en- sefaron todo: a domar un potro, a arrear ganado y a enla- zar. Aprendié a montar a los seis afios. A los catorce sus padres decidieron que su futuro seria en las milicias. Asi fue como comenzé su carrera militar en el Regimiento Fijo de Buenos Aires, que tenia una sede en Salta. Desde enton- ces y por seis ahos, Martin Giemes se dedic6o a recorrer todo el territorio. Se interno en la espesa selva oriental, en la arida quebrada, en los montes, en las sierras, en la puna. Todo conocia Giiemes, nada conocian los espafoles. "Entonces su estrategia de guerra se baso en el conoci- miento del territorio. Escondia a sus gauchos, y cuando el ejército realista se apostaba en algun lugar los atacaban y los saqueaban. Debilitaban a los espafioles que, vencidos, debian retirarse. —gUsted participo en alguna de estas emboscadas, Tata? —le pregunté sorprendida. —Ya se enterara, mhija. jNo sea impaciente! El hombre que custodié el Norte | 23 3 | La gran invasion —E1l 17 de septiembre de 1816, un paisano bombero dio aviso de una nueva incursi6n realista —relaté el abuelo y si- guié—. Unos doscientos espafoles al mando de Juan Gui- llermo Marquiegui se dirigian a Tilcara. Guemes junto a sus oficiales y preparé la expedicion. Una partida de gauchos, al mando de Pérez de Urdininea y del oficial Agustin Zuvi- ria, mi papa —aclar6 el abuelo con un brillo especial en los ojos. Y continud—: El contingente de gauchos se aposté en las afueras de Tilcara al anochecer del 18 de septiembre. La noche negra me provocaba un respeto parecido al miedo, pero no necesitabamos luz porque las estrellas iluminaban el campo como si hubieran colgado candelabros del cielo. "Algunos gauchos comian un pedazo de carne dura. Otros afilaban sus cuchillos. Otros dormian. No se podia ha- cer ruido por si los godos se adelantaban. "Mi padre me habia dejado participar, pero debia obser- varlo todo desde lo alto del monte. Aun no queria que par- ticipara directamente en la accion. Yo estaba furioso. Al principio. Pero cuando los gauchos interceptaron a los matu- rrangos me alegré de que mi padre no me hubiera dejado ir. “La escena que presencié fue lo mas valeroso que habia visto en mi vida hasta ese momento. El hombre que custodié el Norte | 25 "Unos minutos antes de que se asomara el sol, los gau- chos se alistaron. Ajustaron bien las sillas de sus caballos, Prepararon sus armas. Casi no tenian fusiles exceptuan- do los que habian secuestrado en otros saqueos al ejérci- to realista. Sus armas eran mas rudimentarias pero igual de eficaces. "Por empezar se cuidaban las piernas con guardamon- tes, unos cueros que cubrian las piernas a ambos lados del caballo. Con una mano agarraban fuerte la rienda del caba- Ilo. En la otra mano Ilevaban la tacuara... ;Aaaahhh... esa ta- cuara! Supe sohar con empufar esa lanza antes de tener la mia propia. Sentia que cuando tuviera la mia iba a ser un verdadero hombre, un verdadero gaucho. "Ademas de la tacuara, que era una especie de lanza ala que le ataban una cinta colorada, llevaban cuchillos, bolea- doras y lazos. Cuando los de Buenos Aires o de otras pro- vincias nos ayudaban, también habia sables y fusiles. Pero si no habia, nos arreglabamos igual. Las ganas de sacar a esos espanoles de nuestras tierras eran mas poderosas que una bayoneta. "El capitan de ese escuadrén de los Infernales, Pérez de Urdininea, habia ordenado silencio. Se escuchaba solamen- te el viento de la manana y el susurro de los rayos de sol de- rritiendo la escarcha matutina. "Mi papa me senalo una especie de gruta que se abria escondida detras de unos arbustos, en las sierras. Me aga- rro de los hombros y me dijo: ‘Atendeme, Ignacio. En cuanto 26 | Patricia Gutiérrez Méndez salgamos al galope te me metés adentro de la gruta y no salis hasta que Ilegue algGn gaucho. {Me entendiste bien? Aca no se jode. No es una practica. Estos maturrangos no perdonan’. “Las palabras de mi padre me provocaron una mezcla de miedo y tristeza. De repente me di cuenta de que esto no era un juego y que la valentia no era no tener miedo, sino no dejarse paralizar a pesar del miedo. Mi papa estaba asusta- do, lo vi en sus ojos, pero no dejo que ese miedo le ganara. “En medio del silencio tenso en las sierras, se escucharon alo lejos las pisadas lentas de unos caballos que avanzaban. Era el escuadr6n de espanoles con el coronel Marquiegui a la cabeza. Este Marquiegui, junto con otros dos jefes espafio- les como eran Olafeta y el Barbarucho Valdez, me hicieron creer firmemente en la existencia del diablo por la inclemen- cia con la que atacaban. No perdonaban a nadie: hombres, mujeres y nifos por igual eran pasados por las armas. "La tactica era la misma de siempre, el ataque por sor- presa. Cuando los espafoles estuvieron lo suficientemente cerca como para no poder escapar, los Infernales descen- dieron de las sierras a todo galope, con las lanzas en alto, uno al lado del otro, arrojandose sobre el enemigo, a matar omorir. “Mientras bajaban a toda la velocidad que alcanzaban las. patas de los caballos, se escucho el tipico alarido de guerra de los gauchos. Ese grito agudo que arrasaba los pastizales. de la sierra aun mas que las pisadas equinas. El hombre que custodi¢ el Norte | 27 "No pude resistirme a esos aullidos. La emocion fue mas fuerte que la advertencia de mi padre, y en lugar de que- darme en la gruta me asomé por detras del malon de gau- chos y observé todo desde atras de unos arbustos. "Los Infernales tomaron a los realistas por sorpresa. El odio se desprendia de los ojos de Marquiegui, a quien le ha- bian advertido que podia ser emboscado, pero él, en su infi- inita soberbia, no hizo caso. "Rodearon el escuadrén de Marquiegui y no le dieron respiro. Los gauchos bajaron con sables y lanzas en mano degollando cuanto cogote se les cruzaba. Jamas voy a ol- vidar cuando vi a mi padre por primera vez matar a un ser humano. Ver como la sangre manchaba su sable y sus ma- nos. Esto era la guerra. Matar o morir. No habia otra opcién. Entonces entendi el amor de estos gauchos por nuestra tie- rra. Estaban dispuestos a algo mas grande y tenebroso que morir por su patria: estaban dispuestos a matar por ella. "La accion fue rapida, el acoso a los espanoles y las bajas hicieron que Marquiegui ordenara la retirada. Para mi fue una victoria. Para mi padre y los gauchos era una mas de las emboscadas. "Cuando escuché que los caballos se acercaban corria la gruta y simulé salir, como asustado, a la busqueda de mi padre. Bueno, la parte de asustado no tuve que simularla mucho... “Enseguida los gauchos se dispersaron. No era bue- no quedarse todos juntos, por si aparecia otro escuadrén 28 | Patricia Gutiérrez Méndez realista. Siempre era igual: salir de la nada, acosar, atacar, desestabilizar al enemigo y volver a resquardarse. "Regresamos con papa, que cabalgaba adelante con Pé- rez de Urdininea, hablando sobre los pasos a seguir. Los escuché decir que estaban seguros de que Gilemes iba a querer perseguir a aquellos espafioles, pero que necesita- rian mas hombres, caballos y armas. El resto del trayecto fue en silencio. Fuimos primero a la ciudad de San Salvador de Jujuy y, luego de pasar un dia aprovisionandonos, segui- mos hasta la ciudad de Salta. Mi papa se junté con Giiemes para darle el informe de la emboscada antes de partir hacia nuestra finca... ¢Qué pasa, Clara? gPor qué lloras? —Perdon, abuelo —le dije mientras trataba de limpiarme las lagrimas y la nariz—, es que me resulta tan terrible que usted haya tenido que ver matar y morir a tan corta edad... —y no segui hablando. El abuelo, que era habil para estas cosas, cambié de tema y me conté como era su infancia en Salta. —Vea, mi Chinita, no todo era batalla, combate y muerte. Yo disfrutaba mucho los momentos que pasaba en mi casa. Mientras estabamos en nuestra finca mi papa me ensefa- ba las cosas basicas para poder participar en una embos- cada: mejorar mi forma de montar a caballo, por ejemplo, porque, si bien era algo que hacia desde muy pequenio y no me era dificil, no es lo mismo cabalgar o galopar con las dos manos en las riendas que hacerlo con una mano en la rienda y otra empufando una lanza o sable. Mucho menos. El hombre que custodié el Norte | 29 galopar, sostener la rienda con una mano, no perder la di- reccion del caballo, empunar una lanza o sable con la otra mano y ensartar un godo. Por eso mi padre ataba a un poste una especie de muneco improvisado para que yo practica- ra. En realidad, era una practica habitual entre los gauchos. Los gauchos de Giiemes eran en general pastores, arrieros, labradores o artesanos, no soldados profesionales, por eso necesitaban entrenarse en las milicias. "Pero sigamos con la historia. Después del acoso a Mar- quiegui, la venganza de los espafoles no se hizo esperar. “Mientras un escuadr6n de gauchos volvia a atacar alos godos, en Pert desembarco un general espanol, conocido por su fiereza: don José de la Serna. Pocos espafoles es- tuvieron tan empecinados con los criollos como De la Ser- na. Estaba resuelto a reconquistar todo el territorio del ex virreinato. "Desembarcoé en septiembre de 1816 y prometio llegar a Buenos Aires para mayo de 1817. Su idea era derrotar a todo aque! que se interpusiera en su camino entre el Alto Pert y el Rio de la Plata. Para eso contaba con soldados pro- fesionales, que desembarcaron junto a él desde la fragata Venganza; soldados que se habian enfrentado al poderoso ejército de Napoleon. Pero De la Serna no tuvo en cuenta que su impetu de reconquista se iba a enfrentar al coraje de los gauchos y ciudadanos del Norte. El entusiasmo del abuelo contando su historia y lo en- tretenida que estaba yo escuchandolo nos hizo perder de 30 | Patricia Gutiérrez Méndez vista el horario. Ya era la hora de almorzar. Mi mama abri6 la puerta con una bandeja con la comida del Tata y me pidio que bajara a comer. £1 hombre que custodié el Norte | 31 4|La Estrella de Humahuaca Casi no comi en el almuerzo porque no podia parar de contarles a mis padres todo lo que el Tata me habia relata- do. Mama sugirié que dejara dormir la siesta al Tata, porque estaba muy cansado, y me asegur6 que tendria oportuni- dad de seguir escuchando sobre los gauchos de Giiemes a la hora del té. Aunque nada queria mas que escuchar las anécdotas de mi abuelo, comprendi que mama tenia razon. Le pedi a papa si me prestaba uno de sus libros de historia, para sa- ber mas de la guerra de Independencia, y fui a mi habitaci6n a leer. Poco pude leer porque me quedé dormida con el li- bro abierto sobre la cara. Cuando desperté eran las cuatro y media de la tarde. Dejé el libro y sali corriendo a la cocina. Mama ya habia pre- parado una bandeja con una taza con té de menta. —Me preguntaba cuando ibas a aparecer, Clara —dijo mama medio burlandome por mis corridas para volver con el abuelo—. Anda a llevarle el té y sigan charlando. Subi con calma para no volcar el té de la taza, El abuelo estaba recién despierto. Dio un sorbo antes de continuar. —Qué rico este té de menta, Clarita. Si usted prepara asi El hombre que custodié el Norte | 33 los mates y el té, creo que ya estaria en condiciones de ca- sarse. gTiene algtin candidato? —jAy Tata! jQué cosas dice! Voy a cumplir trece afios, jno pienso casarme tan chica! —No es tan chica, Chinita. Remedios de Escalada se cas6 con el general San Martin a los catorce anos. —Eran otras épocas, abuelo... Digame, Tatita: Don Guie- mes se caso? —Si, claro. Y se cas6 con la mujer mas linda de Salta, Car- mencita Puch. Y tuvieron tres hijos. Yo la conoci en mi casa, porque su madre era amiga de mi mama. Todavia recuerdo esos enormes ojos azules. Una mujer encantadora, enamo- rada perdidamente de su marido. Pero sigamos con nuestra historia, Clarita, porque si antes nos agarré la hora del al- muerzo, ahora nos va a agarrar la luna saliendo. —Si, Tata —le contesté ansiosa por escuchar como se- guia el relato—. Habiamos quedado a finales de 1816, cuando este general De la Serna desembarcé en Peru. —Si, si, un afio intenso. Los meses finales de 1816 fueron movidos para nuestro Norte. Varias derrotas de los escua- drones patriotas hacian presagiar una proxima invasion... "Ese afio intenso parecia irse sin mayor peligro cuando el 15 de diciembre, en una emboscada en Yavi al mando del salvaje de Olaneta, los godos nos provocaron bajas en to- dos lados. Apresaron mas de trescientos gauchos y treinta y seis oficiales. Ademas perdimos municiones y sables. Un verdadero desastre. Mi papa sufrié mucho esa emboscada. 34 | Patricia Gutiérrez Méndez —Tata —interrumpi al abuelo—, gsu papa estaba ahi? —pregunté un poco asustada por cual seria la respuesta. —No, Chinita; pero un gran amigo de él, Juan José Cam- pero, si. Fue herido y tomado prisionero. Tragico destino el de Campero, fue a parar a las terrorificas Casas Mata del Callao. —No entendi nada, Tata. Casas Mata? ¢Callao? —No se preocupe, Chinita, no va a querer saber. Casas Mata fue la prision mas temible del Peru, y estaba ubicada en El Callao. Pero no ahondemos ahi porque el salvajismo de los espafioles en esa prision no es para que escuche una mujercita de casi trece alos —dijo serio el abuelo y conti- nué con la historia. —Después de la sorpresa de Yavi, Olafieta logré entrar en Humahuaca. Asi empezo el afo 1817, con una gran inva- sién espafola en Jujuy y Salta. Pero Giiemes no bajo los brazos. Sus gauchos tampoco. “Mientras tanto, yo permaneci en mi casa. Papa me habia prohibido salir luego de la invasién, asi que mi idea de unir- me a los Infernales iba a tener que esperar. Pero él si conti- nud combatiendo con don Martin. "Hacia fines de febrero papa fue convocado por Gliiemes para ayudar al coronel Manuel Arias, quien estaba prepa- rando un golpe de mano en Humahuaca. "Jujuy estaba ocupada por los espanoles. La ciudad de Humahuaca se hallaba rodeada por los patriotas, y el ene- migo no tenia abastecimiento alguno. Pero el pueblo jujeno El hombre que custodié el Norte | 3s era quien peor lo pasaba: por el hambre, los godos requisa- ban las casas y las saqueaban. Se llevaban todo cuanto en- contraban: comida, vestimenta, ganado, dinero, todo. Y la violencia hacia la poblacién era atroz. Nada quedaba para la pobre gente, solo la esperanza de que los patriotas pu- dieran echar a los invasores de su ciudad. La situaci6n era desesperante y los gauchos debian actuar en ese mismo momento. El 29 de febrero de 1817 Arias, que encabezaba la expedi- ion, ordené marchar rumbo a Humahuaca. Muchas veces mi papa me conto ese momento. Yo me sentaba a sus pies y él, emocionado, relataba lo que habia vivido ese dia: iAy! jlgnacio! Como olvidar ese dia en Jujuy... Fue un 29 de febrero. Nos apostamos tres columnas al mando de Arias a cuatro kilémetros de la ciudad, bajo un cielo estrellado. De re- pente el cielo se nubl6, como si los angeles nos hubieran que- rido ayudar y hubiesen decidido cerrar el techo del cielo para que la oscuridad fuera tetal. Una tormenta se desaté con fu- ria. Nosotros impertérritos y con tal entusiasmo que no sen- tiamos el agua caer. Cuando la Iluvia se hizo mas potente, Arias ordené el inicio de la marcha. Eramos 150 hombres en total, casi sin armas. Muchos gauchos estaban armados con palos. jCon palos, Ignacito! gEntendés vos lo que eso significa? jFuimos a guerrear con palos contra hombres armados con fusiles y cafiones! Y atin asi les dimos su merecido. La prime- ra columna al mando de Rodriguez, con 50 hombres, asalté la 36 | Patricia Gutiérrez Méndez bateria de artilteria. La segunda columna, otros 50 hombres al mando de Manuel del Portal, asalté el cuartel y la iglesia, don- de descansaban esos maturrangos. El coronel Arias con otros 50 hombres, entre los que estaba yo, integrabamos la terce- ra columna y funcionabamos de reserva apoyando a las otras dos columnas. Los espafioles no nos vieron venir. Ni se lo ima- ginaron. El dia se despertaba y los valientes gauchos mar- charon decididos y firmes. Tomaron la bateria de artilleria y, reduciendo a los soldados, secuestraron cafiones, mosque- tes, pélvora y municiones para la causa revolucionaria. Tam- bién logramos tomar la iglesia y el cuartel. El resultado fue catastréfico para los godos: la mitad de la tropa fue muerta y la otra mitad fueron tomados prisioneros. Claro que también fue muy importante todo el botin adquirido, incluyendo el ga- nado, tan fundamental para saciar el hambre de la poblacion y de los gauchos. “Nunca me cansé de escuchar su historia de Humahuaca. Una y otra vez le pedia que me la contara. En ese momento hubiera dado cualquier cosa por poder ser como él. "La esperanza renacia a pesar de la dificil situacion. Cada victoria era un paso adelante hacia la libertad. Mientras los gauchos acosaban sin tregua a los espanoles invasores lle- garon noticias de los Andes: ese mismo febrero de 1817 San Martin habia vencido en la batalla de Chacabuco. La empre- sa de liberar la tierra de la opresion espanola era ardua, pero iba por buen camino. El hombre que custodié el Norte | 37 "Luego del combate en Humahuaca, Manuel Belgrano le escribio al Director Supremo Juan Martin de Pueyrredon relatando los hechos y sugiriéndole un ascenso para los oficiales y condecoraciones. Pueyrred6n le respondié que efectivamente ascenderia a los oficiales y le encargé el di- sefio de las condecoraciones. Asi nacié la Estrella de Hurma- huaca. Una estrella de cinco puntas en cuyo interior se leia la fecha de 1817 y el nombre de Humahuaca. Fueron cinco los oficiales que recibieron esta estrella de oro pendiendo de una cinta celeste y blanca. El resto de los oficiales, entre ellos mi papa, recibieron una estrella de plata. Los soldados recibieron cintas celestes con la palabra Humahuaca borda- da en blanco. "Muchas veces, durante el tiempo en que papa estaba en nuestra casa, descansando de los combates, lo he visto lu- ciendo la estrella en su pecho, brillante, como si la propia estrella supiera del orgullo de quien la portaba. Repentinamente se hizo silencio y vi como al abuelo se le dibujé una sonrisa nostalgica en su cara. Quedé como atra- pado en sus recuerdos mirando por el ventanal. No quise in- vadir la intimidad de su memoria, asi que no le hablé. A los cinco minutos el Tata ya estaba profundamente dormido. Me levanté en silencio, estiré la manta hasta sus hom- bros y besé su frente. —Descanse, Tatita, mafana podemos seguir —le susurré al oido. Y me fui en silencio de la habitacion. 38 | Patricia Gutiérrez Méndez 5 | Atravesados por la Guerra Gaucha Al otro dia me desperté mas temprano que nunca, fe- liz y entusiasmada con la idea de cebarle mates al Tata para que siguiera contandome la historia de sus aventuras con Giiemes. Pero enseguida mi alegria desaparecio. Era lunes y tenia que ir a la escuela. Bueno, el dia tendria que pasar rapido, por nada del mundo me perderia esas historias. Alrededor de las 4 de la tarde de aquel lunes 2 de julio de 1906, subi hasta el cuarto del abuelo Ignacio con todos los elementos del mate. El abuelo tosia bastante, pero me pidid que me quedara. Queria unos ricos mates y seguir con su relato. Me animaria a asegurar que él estaba mas entusias- mado en contarla que yo en escucharla. Y eso que yo moria por saber todo. Mama habia ayudado al abuelo con el asunto de las al- mohadas y le habia llevado algunos almohadones extra para que se sentara mas cémodo. Le cebé el primer mate que, como el dia anterior, us6 al principio para calentar sus manos. Después del primer sor- bo me pregunté en qué parte de la historia habiamos que- dado el dia anterior. —Por la Estrella de Humahuaca —le contesté. —Ah... si, si, Si..Los afios que vinieron no fueron faciles. El hombre que custodié el Norte | 39 Te diria que fueron los mas dificiles que hemos tenido que enfrentar, Es que vera usté, Chinita mia, pues al peligro al que nos tenian sometidos estos maturrangos, peligro de in- vasiones, de muertes, de hambre, se sumé6 algo que no vi- mos venir: la lucha entre hermanos. —gEntre hermanos, Tata? gHermanos de quién? —pre- gunté casi escandalizada. —jJaja! No, Clarita, no hermanos de sangre sino de tie- rra —me contesté el abuelo riendo con ganas por mi confu- si6n. Y siguid. —El poder es algo embriagador, ¢sabés? Y cuando las personas adquirimos poder nos sentimos dioses, sentimos que podemos hacer cualquier cosa y que tenemos derechos por sobre los demas. Y por sobre las causas mas eleva- das, como es la libertad. Ese poder le jugé una embosca- da a varios patriotas y ellos, lamentablemente, cayeron en la trampa. —No entiendo, Tata. {Qué pas6? ¢Le hicieron algo a Gile- mes? ¢O a su papa, Tata? —pregunté temerosa de la res- puesta que podia darme el abuelo. —Vea, Chinita, le quiero contar bien todo lo que estaba pa- sando en nuestro pais mientras en el Norte sufriamos la gran invasion espafola, porque fueron tiempos tumultuosos —y el abuelo tomé una postura de profesor que a mi me encantaba. —La defensa del territorio se ubicd en lugares especifi- cos —detallé el abuelo—. Desde principios de 1817 San Martin cruzaba los Andes hacia Chile para liberarlo de los espafioles. 40 | Patricia Gutiérrez Méndez Giiemes y Belgrano custodiaban y defendian el Norte. Pero el resto del territorio estaba libre de espafioles. Parecia que los. patriotas de Buenos Aires, Cordoba y las provincias del Lito- ral habian renunciado a luchar por su patria para luchar por el poder y sus intereses. Como si fuera poco, los portugueses. amenazaban Montevideo. La cosa se ponia cada vez mas es- pesa. Don Juan Martin de Pueyrreddén, que como se acorda- ra, Chinita, era el Director supremo, intentaba ayudar en las provisiones para los ejércitos del Norte y de los Andes, pero también debia atender las luchas internas. Esa inutil lucha en- tre hermanos que nos siguié toda nuestra historia. Y todavia hoy, Clarita, todavia hoy... “Pero volvamos mejor a nuestro Norte querido. Un poco mas de un mes después de lo ocurrido en Humahuaca, en abril de 1817, De la Serna ocupé Salta, dejando a Olaneta en Jujuy. Después de acciones heroicas y valientes de los gau- chos, que dia a dia atacaban a los espanoles, acosandolos sin tregua, causandoles bajas y mas bajas, De la Serna en- tendié que no iba a llegar a Buenos Aires. "Poco tiempo después Olaneta, que no queria ceder ante estos paisanos, insistio y con mil hombres intenté ingresar en Humahuaca, pero fue resistido y rechazado por Arias. "Como vera, Chinita, no habia descanso. A fines de mayo de aquel afio los espafioles se retiraron de Salta y de Ju- juy. La mas grandiosa invasion espanola, con superioridad numérica, con soldados profesionales que habian lucha- do contra Napoleon en el viejo continente, al mando de un El hombre que custodié el Norte | 41 prestigioso general como De la Serna, habia sido derrotada por gauchos armados con piedras, palos y lanzas. En los ojos del Tata se notaba orgullo. Cada vez que ha- blaba de los gauchos de Giiemes se enorgullecia, pero esta vez fue diferente. Me repitio dos o tres veces que los gau- chos no tenian las armas suficientes y no estaban entrena- dos como los soldados espafoles. Queria que comprendiera la valentia y el compromiso de esos paisanos. —La alegria de Giemes, Belgrano y todos los oficiales era enorme —continué el Tata—, pero poco duré. Cuando Gtiemes entré a Salta y vio el desastre en que se encontra- ba inmersa la poblaci6n, no dio crédito a sus ojos. Recuerdo a mi papa en aquella época sombrio como pocas veces, con su rostro ganado por la tristeza y la desesperaci6n al ver las condiciones en que habian quedado los poblados. Todo habia sido saqueado, no habia comida ni bebida suficiente para la poblacion. "Gtiemes llego a escribirle a Belgrano, angustiado por la situacién. Aun recuerdo esa carta, a la que mucho tiempo después tuve acceso. Decia algo asi como: Son incalculables los daftos y perjuicios que estos perver- sos han causado a un pueblo inerme. Su conducta no tiene igual, ain entre las naciones salvajes... El robo y el saqueo han sido sus ocupaciones favoritas... La lengua se turba y la pluma titubea al querer narrar el tropel de escandalosos ex- cesos que han cometido... 42 | Patricia Gutiérrez Méndez El Tata dejé de hablar, como si su garganta hubiera sido anudada. Con dificultad intento tragar los recuerdos de aquella Salta diezmada y siguid: —Pero no estaba todo perdido, Clarita. La valentia de Giie- mes, sus gauchos y las gentes del Norte era imparable. Des- pués de la gran invasién se sucedieron varias invasiones mas. éSabés, Chinita, cuantas invasiones tuvieron que soportar en el Norte? Ocho. Si, como bien escucha usté, ocho invasiones. Y las ocho invasiones fueron repelidas por los paisanos y los gauchos. Mi padre fue participe de casi todas. Una vez mas el nudo en la garganta del abuelo. —éEsta bien, Tata? —le pregunté preocupada. El abuelo, un poco distraido, giré la cabeza y me miro como ido. —Eeeh, si, si, si, Clarita. Si -contestd. Luego de otro de sus silencios, a los que ya me habia acostumbrado, conti- nuo—: Después de haber hecho retroceder a De la Serna, Olafeta no se qued6 tranquilo y en 1818 volvié a arreme- ter contra Jujuy y Salta con cinco mil hombres. Esta vez se vino acompanado por un sanguinario: el Barbarucho Valdez. jUfff! Ese Valdez era peor que Olafeta. Mas que reconquis- tar las tierras para la Corona queria venganza. Si lo mirabas alos ojos casi podias ver sangre inyectada en su mirada. "Pero aun asi, los echamos a patadas una vez mas a esos maturrangos. "En 1819, sin darse por vencidos, volvieron. Esta vez al mando de Juan Ramirez Orozco. Y gadivina qué? El hombre que custodié el Norte | 43 —¢Los echaron, Tata? —jClaro, m‘hija! A pura lanza, cuchillo y boleadora. La cosa era mas 0 menos siempre igual. Primero la noticia de una préxima invasion. Nosotros nos enterabamos por los “bomberos”. Se acuerda que asi le deciamos a los espias. Cuando la noticia llegaba a oidos del general Giiemes, en- seguida corria a buscar recursos: ganado para asegurar la comida, armas, vestimenta, caballos, todo lo que pudiera servir para mantener a sus gauchos. "Cuando no conseguia mas recursos, les pedia ayuda a Buenos Aires y a las otras provincias. Si no se la daban, entonces les pedia colaboraci6n a los comerciantes y ha- cendados saltefhos; mejor dicho, los invitaba, no muy ama- blemente, a colaborar con la causa. "Después venia la invasion, entraban las tropas espafo- las. Empezaba la guerra de recursos. Los Infernales bajaban de las sierras o de la quebrada y arrasaban con todo. Era tal el dafio que les causaban a los godos que a estos no les quedaba otra que emprender la retirada. Una y otra vez. Lo mismo. Y no se cansaban. Nosotros tampoco. —éY usted, Tatita? gParticipaba de esta guerra de recursos? —jAy, Chinita! jLas veces que mis padres han discutido por esta causa! Mi padre no me dejo participar. Me llevaba a la ciudad para ayudar, pero no me dejaba ser parte de una emboscada hasta que no fuera mas grande, aunque para ese entonces yo tenia trece afos y estaba convencido de 44 | Patricia Gutiérrez Méndez ser grande. De todas maneras yo me sentia parte de los In- fernales. Precisamente a los trece afos me ocurrié uno de los hechos mas importantes de mi vida —dijo el abuelo y sus ojos volvieron a iluminarse con entusiasmo—, un hecho que va a responder tu pregunta. £l hombre que custodié el Norte | 4s 6 | El encuentro —Un dia de 1819 —continué el abuelo—, recién terminada la sexta invasi6n, mis padres y yo fuimos a la ciudad de Sal- ta para ayudar en la recomposicién de esta ciudad saquea- da por los espafoles. Mi mama, Macacha Giiemes y otras mujeres se ocupaban de dar comida a los gauchos malhe- ridos y a los pobladores que habian sido saqueados y agre- didos por los godos. Mucha gente estaba lastimada: el que no tenia un corte, le faltaba algun brazo o estaba quemado por accion de la pdlvora. Otras personas ayudaban a los po- cos médicos que no podian con tanta necesidad. Hasta vino el Dr. Joseph Redhead, médico de Giiemes y de Belgrano, desde Tucuman para ayudar. "Fue el Dr. Redhead el que me ensefé a vendar piernas y brazos, Esa era mi tarea. En un momento el doctor me pidid que me acercara hasta una esquina donde un gaucho, que él habia atendido, necesitaba ayuda para asear sus heridas y evitar que se infectaran. El gaucho se habia quemado con pdlvora, pero sus heridas no eran tan graves y por eso po- dia atenderlas yo. "El doctor Redhead me habia dejado dos cuencos: uno con agua y otro con un mejunje con un fuerte olor. Era una Pasta hecha con hierbas y vaya a saber qué. Los médicos. El hombre que custodid el Norte | 47 eran bastante reacios a escuchar a las sabias coyas que traian sus remedios ancestrales, pero el inglesito, como le deciamos, era muy respetuoso de las tradiciones de los an- tepasados, especialmente de los omaguacas. Por eso mu- chas veces preparaba remedios con recetas arcaicas. "Lo primero que debia hacer yo era limpiar las heridas y después, con la piel ya seca, agregar la pasta herbal jus- to sobre la herida, aunque doliera. A mi me daba casi miedo pensar en el dolor del pobre gaucho cuando le esparciera la pasta, pero jmire Chinita si esos gauchos iban a gritar de dolor! jPor favor! Se aguantaban cualquier cosa. "Asi estaba yo, Clarita, lavando la pierna de este gaucho quemado, cuando se oy6 el galope de unos caballos. La gente que estaba conmigo empez6 a rumorear. Yo estaba tan con- centrado en hacer las cosas bien y no provocarle mas dolor al pobre gaucho que no presté atenci6n a los rumores. Repenti- namente senti el calor del polvo de la calle sobre mis espaldas y dos caballos ruidosos se pararon justo detras de mi. Me di vuelta furioso porque quien quisiera que hubiera llegado esta- ba interrumpiendo mi labor. Tenia toda la intencion de malde- cir a los jinetes, pero la imagen me petrificé. Vi a mi papa con ‘el mismisimo gaucho entre los gauchos: don Giiemes. Ambos me miraron y crei distinguir una sonrisa en papa. Yo quise le- vantarme del suelo y me tropecé con los cuencos, tiré el agua y meti un pie en el mejunje arruinandolo. “El General bajo de su caballo, miro a las otras personas que estaban junto a mi. La gente del pueblo lo vitoreaba, lo 48 | Patricia Gutiérrez Méndez aplaudia, se le acercaban a tocarlo y a agradecerle todo el esfuerzo que estaba haciendo por la libertad. Yo me quedé duro como una roca. Inmovil. Mi papa observaba la acci6n desde lo alto de su caballo. Guemes se acercé hasta donde estaba yo. Me miré, me tomé de un hombro y dijo: —éAsi que usted es el jovencito Zuviria, hijo de mi queri- do amigo don Agustin? No pude contestar, solo atiné a asentir con la cabeza. —Pues bien, querido amigo, tengo algo para usted. No crea que no participar de la batalla lo hace menos soldado. Usted ayuda mucho en esta ciudad. Y creo que es hora de que tenga esto. Dio media vuelta, volvid a su caballo y de la silla de mon- tar sac6 una tacuara a la que le até un pafuelo rojo en la punta. Extendié su mano y me dijo: —Tenga, aca tiene su lanza para cuando Ilegue la proxima invasion. Sabemos que estos godos van a volver. Y usted va a estar preparado. Me sonrié y tuvo un gesto —di ia, de carifio— paternal que tal vez nunca habia tenido mi padre conmigo: me tomé de un hombro y me dio unas palmadas en la espalda. Se abrié paso entre la gente, monté su caballo y salié galopando junto a mi papa, quien, antes de irse, se dio media vuelta y me sonrid. Yo quedé ahi, paralizado por un sentimiento extrafio, en- tre emocion, alegria, asombro, orgullo y, para qué mentir, un poquito de miedo también. Lo senti como un bautismo, sabe Clarita, el general me habia dado su permiso... El hombre que custodié el Norte | 49 El abuelo se qued6 mirando un punto fijo indefinido. Otra vez la emoci6n. Yo tuve miedo de que tantas emociones le hicieran mal, después de todo estaba a dias de cumplir cien afos y no sabia si su coraz6n podia aguantar el peso de sus recuerdos. —Tatita, gno prefiere descansar un poco? Vuelvo mafia- ina y seguimos hablando. —Estoy un poco cansado, Clarita —contesté el abuelo en- trecerrando los ojos—. ¢Qué te parece si hacemos esto?: ala noche, luego de cenar, venite con un tecito de menta y segui- mos. Ahora voy a dormir una siesta y te espero a la noche. No muy tarde, jsi no tu madre va a reprenderme a mi! Me levanté, ayudé al abuelo a acomodarse, lo tapé con su manta y enseguida se durmio. En silencio me fui de su cuarto. Cuando sali de la habitacion, mama me mir6 sonriendo. La abracé y le dije: —jQué increible la vida del Tata, mama! No sabia que ha- bia vivido esas historias... )¥ su padre! Era su héroe absolu- to. Me imagino las cosas que habran vivido juntos... La sonrisa de mama desaparecié de su cara. Me hizo una caricia en la cabeza y bajé las escaleras. Seria. Yo la se- gui, pensando en por qué mi madre habia dejado de son- reir cuando nombré al padre del Tata, pero no le di mayor importancia. 50 | Patricia Gutiérrez Méndez 7 | El aflo que lo cambidé todo La cena casi me qued6 atragantada. Mi papa me miré sorprendido por la forma en que tragaba la comida masti- cando apenas. —jTranquila, Clara! ;Coma despacio! No es forma de com- portarse en la mesa para una sefiorita. —Disculpe, papa, es que quiero ir a charlar un rato con el Tata. Le prometi un tecito de menta después de la cena. —Bueno, me parece muy bien, Clara —me dijo él—, pero primero cumpla con sus obligaciones. Termine de cenar tranquila, levante su plato y su copa, y recién en ese mo- mento puede preparar el té para don Ignacio. —Si, papa —contesté y segui comiendo con mas tranqui- lidad, pero igual de ansiosa. Ya con el té en la mano subi a la habitacién del abuelo. Abri la puerta y lo vi con los ojos cerrados. Me quedé obser- vandolo y pensando en si debia despertarlo o no. Decidi que no, se lo veia dormir profundamente. Quise salir despacio, pero escuché su voz que me decia: —éAdonde vas, Clara? Teniamos una cita y no pienso romper nuestro compromiso. ;Cumpliste tu parte? ¢Trajis- te mi tecito? —Si, Tata, aca esta. El hombre que custodié el Norte | s1 Dejé el te en su mesa de luz y me acomodé en Ia silli- ta al lado de su cama. Me arrimé mas de lo habitual. Es que el Tata de noche, por el cansancio del dia, habla mas bajito, casi susurrando. —Como le contaba, Chinita, la situacién era complicada, y en 1820 se complicé mas atin. En mayo hubo una nueva inva- sion espafola. Al mando de Juan Ramirez Orozco, una nue- va expedicién tomé Salta y Jujuy. Por séptima vez. Para ese entonces Giiemes contaba con una tropa conocida como Di- visiones Corsarias, que eran escuadrones de gauchos pro- fesionales, preparados para la batalla. "Como si en el Norte no hubiéramos tenido suficientes problemas, el General qued6 mas solo que antes custodian- do la regién porque nuestro bien amado Manuel Belgrano murié en junio de ese afo. Quién iba a imaginar que un afo después... En fin... Un silencio envolvié la habitaci6én y decidi respetar el tiempo del abuelo. A los pocos minutos continud. —Ya sin Belgrano en el Ejército del Norte y con un pais que se desangraba en luchas internas, en Salta la gen- te estaba muy cansada de la guerra. Eran diez afos de in- vasiones, batallas, muerte, hambre. Y Guemes, como ya le conté, cuando no tenia recursos, los sacaba de donde fuera. Y cuando hablo de recursos, China mia, me refiero no solo a armamento y caballos, sino también a alimentos, agua y vestimenta para las milicias. Y ni hablar del dinero para pa- garles a los soldados. 52 | Patricia Gutiérrez Méndez "Asi, la gente mas adinerada de la ciudad, los hacendados y estancieros, decidieron que estaban cansados de todas. las necesidades que pasaban, de los préstamos forzosos que exigia Giiemes para ayudar a las milicias, de los aportes extraordinarios a la causa. "Se unieron los jefes de las familias mas importantes y formaron un partido politico para tratar de frenar lo que ellos consideraban un abuso de autoridad. Se generé una si- tuacion muy delicada. Era comprensible la desesperacion de Giiemes y sus gauchos por lograr la expulsién definitiva de los godos, pero también era comprensible el cansancio de la gente y la necesidad de reanudar el comercio, sin el cual no ingresaba dinero a la ciudad. Para algunos, la liber- tad era lo primero, para otros no... En ese momento, y por primera vez en mi vida, escu- ché a mi abuelo levantar la voz. Nunca lo habia escuchado gritar. —éQué pretendian que hiciera Giemes? g¢Dejar que los espafoles ganaran el territorio? Ademas muchos veian a Guiemes como un caudillo que solo queria ganar poder. jPOR FAVOR! —se enfurecié el abuelo y golpeo el colchén con su pufio cerrado. Le acerqué el té al Tata y le dije que bebiera un poco para tranquilizarse. Se tomé todo el té de menta, lentamen- te. Yo quise irme para dejarlo descansar, pero me di cuen- ta de que lo iba a considerar un desaire. Decidi quedarme. El Tata respiro profundo y continuo con el relato. El hombre que custodié el Norte | 53

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