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f f / : SANDRA SIEMENS )/ Maracumbia / y-/ / i. & / Coordinadora del Area de Literatura: Laura Giussani Editora de la coleccién: Pilar Mufioz Lascano Correctora: Maria Luz Rodriguez Jefe del Departamento de Arte y Disefio: Lucas Frontera Schallibaum Diagramacién: Patricia Cabezas Gerente de Disefio y Produccién Editorial: Carlos Rodriguez Siemens, Sandra Maracumbia / Sandra Siemens ; ilustrado por Irene Singer. - 1a ed .- Bouilogne : Estrada, air Libro digital, PDF -(Azulejos.naranja; 52) Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-950.01.21606 1. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. | Singer. Irene, ils. Titulo, COD 853.928 2 & COLECCION AZULEJOS - SERIE NARANJA fa © Exitorial Estrada S. A, 2013. Editorial Estrada S.A. forma par del Grupo Macmillan ‘Avda. Blanco Encalada 104, San Isidro, provincia de Buenos Aires, Argentina, Internet: www editorialestrada.com.ar Queda hecho el depésito que marca la Ley 11.723. Impreso en Argentina, / Printed in Argentina. ISBN 978-950-01-2160-6 No se permite la reproduccién parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisién o la transformacién de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrénico o mecdnico, mediante fotocopias, digitalizacién y otros métodos, sin el permiso previo y eserito del editor. Su infracci6n esta penada por las leyes 11.723 y 25.446. Maracumbia El Circo EI Circo Alegria venia de mal en peor. A la funcion del sabado habian asistido solo cinco per- sonas y el domingo las cosas habian empeorado todavia un poco mas. Esa misma noche el duefio del circo, el Gran Servando, decidié que ya era suficiente de ese lugar de morondanga. Partirian rumbo al sur en busca de mejores horizontes. El lunes de madrugada se organizé la partida. Los mas musculosos del circo desenterraron las estacas y doblaron la pesadisima lona de la carpa. Los demas se habian repartido el resto del trabajo: algunos plegaban las sillas, otros llenaban batles con los bartulos' desparramados. Cada integrante del circo sabia exactamente cual era su tarea. Estaba el que instalaba y desinstalaba las larguisimas lineas de foquitos de luz, el que desplegaba y enrollaba las alfombras, el que juntaba las sogas, el que apilaba los bultos, etcétera. 1 Son los enseres, es decir, los muebles e instrumentos necesarios en una casa 0 una profesidn. Maracumbia | 5 Para las nueve de la mafiana, el circo entero estuvo plega- do y doblado adentro de la caja del camién. Los artistas via- jaban en el colectivo. Y el oso Pablo (Unico animal del circo) en su jaula enganchada detras del camién. Al oso Pablo el traqueteo del viaje le daba suefio, asi que apenas arrancé la caravana bused un rinconcito y se olvidé del mundo mientras dormia como un tronco. Detrds del camién que conducia el Gran Servando, al vo- lante del colectivo iba Gilda, la mujer barbuda. En el viejo Citréen, la seguia Freddo, el malabarista. Y cerrando la cara- vana, las tres casillas rodantes. El clima estaba un poco pesado y hacia bastante calor, asi que los integrantes del circo decidieron viajar con las venta- nillas abiertas porque el aire no les alcanzaba para respirar. Todo andaba sobre ruedas. En el colectivo, Stella Maris, la Diosa de los aires, se limaba las ufias mientras el resto de la troupe dormitaba y Gilda no paraba de asombrarse de la inmensidad del desierto a los costados de la ruta. Pero no Ilevaban hecha ni la mitad del camino cuando el cielo se oscurecié de golpe. De la nada se levanté un terrible viento huracanado e inmediatamente un polvo rojo, fino y pegajoso los cubrié por completo. A partir de ese momento nadie pudo ver ni siquiera la punta de su propia nariz. 6 | Sandra Siemens La caravana del circo quedé en medio de un embudo de tierra rojiza como el azafran, que giraba a una velocidad im- presionante. Aunque los integrantes del circo con la rapidez de un rayo subieron las ventanillas, la situacién se agravd porque los vehiculos no eran para nada herméticos y el polvo rojo se colé por todas partes. Cuando la tormenta se calmé, ellos no se dieron cuenta. Con- tinuaron luchando mas de una hora con los vientos que seguian soplando dentro del colectivo. La troupe del Circo Alegria pare- cfa una tribu berebere? en medio de una tormenta de arena. Finalmente Gilda alcanz6 a abrir la puerta, y el resto de los que viajaban en el colectivo, uno mas ahogado que el otro, se atropellé para salir primero. Fue un tremendo error porque Stella Maris, el mago y la Monumental Thelma quedaron atascados en la puerta del colectivo sin poder salir ni volver a entrar. Y para colmo de males tapaban el Unico pasaje de aire puro porque las dos ventanillas utilizables se habian trabado. El resto de la troupe, a pesar del panico, en seguida com- prendié que la dnica forma de salir de ahi era destapando la puerta. 2 Las tribus bereberes habitan el desierto del Sahara. Maracumbia | 7 Al limite de morir asfixiados, los integrantes del circo jun- taron las tltimas energias que les quedaban y empezaron a empujar el nudo humano que habian formado Stella Maris, el mago y la Monumental Thelma. Cuando ya pensaban que todo esfuerzo era inutil y que ter- minarian sus dias ahogados adentro del colectivo, el nudo se movid. Primero un centimetro, luego un poquito mas y al final la Monumental Thelma, Stella Maris y el mago salieron dispara- dos como el corcho de una botella para caer al pie del colectivo. Los demas, Gilda, Yokna Patawa y los Sorprendentes Asia- ticos (que eran cinco) cayeron como bolsas de papas encima del nudo humano. —iOhh! —iHugg! —iAgg! Era todo una sola queja. El primero que llegé para auxiliarlos fue el Gran Servando. —iRespira! —le ordend a Gilda mientras la sopapeaba. Gilda ya respiraba pero con tanto sopapo el polvo rojo que se le habfa juntado en la barba volvié a formar una nube que le provocé un ataque de tos. Mientras tanto Freddo hacia un recuento de heridos. Por suerte no habia sido tan grave como parecia. 10 | Sandra Siemens El que peor la habia sacado era uno de los Sorprendentes Asiaticos que se habia mordido la lengua al caer sobre la Monumental Thelma. —Cod tad de que do tedgad que ponedbe ud pudto... —se habia lamentado con la lengua hinchada y sangrante. Todos tenian los ojos rojos e irritados y las gargantas ar- diendo. El oso Pablo dormia como si nada. —tAdénde ibamos? —pregunté el Gran Servando. —No me acuerdo —dijo Gilda. —iMe parece que para alla! —dijo Freddo. —dEstas seguro? —No —respondié Freddo con total sinceridad. La caravana del Circo Alegria, que habia emprendido su via- je hacia el sur, ya no se dirigfa al sur. La tormenta los habia gi- rado. Ahora todos los vehiculos, perfectamente ordenados uno tras otro, apuntaban hacia otro camino dibujado en el desierto. A un costado de la ruta, en un cartel de chapa todo des- pintado, se podia leer: Maracumbia | 11 La tormenta los habia dejado a todos destruidos y el cie- lo segufa tan oscuro y amenazador que el Gran Servando decidié que lo mejor era entrar a ese pueblo, hacer noche y volver a partir al dia siguiente cuando recordaran adénde tenian que ir. Asi como estaban, medio atontados, desmemoriados, des- peinados y con los dientes llenos de polvo, la troupe del Circo Alegria trepé otra vez a los vehiculos y lentamente comenz6 a transitar los 4 km hasta Pueblito. 12 | Sandra Siemens Pueblito Como el pueblo no tenfa nombre, le decian Pueblito. Nadie se acordaba, ni siquiera los mas viejos, si habia teni- do un nombre alguna vez. Ni de haber enviado una postal con el nombre del pueblo. Tampoco habia alguien capaz de decir dénde quedaba Pueblito. Nadie recordaba si estaba cerca de, lejos de, o justo en la otra punta. Nada. Para decir la verdad, nadie se acordaba de nada. Lo tinico que sabian era que si Pueblito vagaba por ahi, en medio del desierto de la Patagonia, igual que un barco fantasma, era por culpa de Maracumbia. Maracumbia | 13 Maracumbia Sin Maracumbia, Pueblito no seria Pueblito. Maracumbia era la tormenta mas terrible del mundo. Siempre llegaba a Pueblito en verano y duraba exactamente dos semanas. Era la unica tormenta que recorria todo el planeta. Empe- zaba a formarse en el invierno polar del Mar del Norte con vientos helados de 350 km por hora y desde ahi seguia su carrera hacia el hemisferio sur. Primero cruzaba por las costas de Gran Bretafa y el continente europeo. Des- pués se dirigia al norte de Africa. Entraba al desierto del Sahara donde se cargaba de arena y salfa transformada en un enorme remolino de cientos de kilémetros de didmetro que se desplazaba de Oeste a Este en el sentido de las agujas del reloj. El inmenso trompo de Maracumbia levantaba todo lo que encontraba a su paso: animales, relojes, plantas, nifios, botellas. Por esa razon, a medida que avanzaba se hacia mas y mas pesado. Y mas y mas peligroso. Maracumbia | 15 Al pasar por la India y por Indonesia provocaba altisimas olas que llegaban hasta Chile. Y una vez que terminaba de cruzar la cordillera de los Andes seguia haciendo girar su oscuro y pesadisimo trompo hasta que llegaba a Pueblito. Alli finalmente, en algiin lugar de la Patagonia, Maracumbia desataba las torrenciales lluvias caracteristicas del mes de enero. Las Iluvias de Maracumbia eran exageradas y peligrosas porque descargaban todos los animales, plantas y demas objetos que su trompo habia ido levantando por los distin- tos lugares del planeta. Cuando terminaba de soltar toda su furia, el trompo de Maracumbia seguia su curso y, ya mucho mas aliviado, conti- nuaba girando y girando hasta desaparecer en el Amazonas. Sin lugar a dudas, de todo el largo recorrido que hacia Maracumbia alrededor del planeta, el lugar mas castigado era Pueblito. En 1975, habian llovido platanos y mangos dulcisimos. En 1981, después de un chaparron de cangrejos rojos, ha- bian caido un par de gorilas de Zimbabue y enseguida un largo temporal de quesos franceses. En 1983, hormigas de Tanzania grandes como zapatillas causaron un descomu- nal destrozo comiéndose medio pueblo. Por suerte, al aio 16 | Sandra Siemens siguiente, Maracumbia habia tenido el buen criterio de llover osos hormigueros. La ultima vez, Maracumbia habia descargado sobre Pue- blito miles de cucharitas made in Taiwan, cholgas? chilenas, avestruces sudafricanos y diecisiete vacas sagradas de la India. Cuatro o cinco dias antes de la llegada de Maracumbia (y siempre con una puntualidad espantosa), aparecfan los tamatamas. Los tamatamas eran unos ruidosos pajaros amarillos que cada aiio hacian un largo viaje hasta llegar a Pueblito. Tenian un pico corto pero muy duro. Por eso durante los dias que duraba la invasion de tamatamas, todo el pueblo tenia la precaucién de salir a la calle con cascos para evitar los picotazos. Eran dias de locura, de revuelo general. Ponian a todo el mundo irritable, de mal humor y ademas era la época del afio en que se producian mas accidentes (sin contar con que dejaban al pueblo cubierto de caca de pajaro). Todos se sentian realmente aliviados cuando se iban. Pero lo peor de todo no eran los tamatamas sino los vien- tos envenenados. Anunciando la llegada de Maracumbia, so- plaban los vientos envenenados. Unos vientos cargados de 3. Moluscos bivalvos marinos, son de la familia de los mejillones pero mas grandes, Maracumbia | 17 un polvo rojo y picante como pimienta molida. Provocaban mareos, desmayos, urticarias', enamoramientos violentos, diarreas, suefio y pérdida de memoria. Los habitantes de Pueblito sabian que después de los vientos envenenados, nadie volvia a ser el mismo de antes. 4. Erupcién de la piel que provoca picazén. 18 | Sandra Siemens La funcién Ni bien cruzaron el cartel que decia “Bienvenidos a Puebli- to”, la maltrecha troupe del Circo Alegria se sorprendié por la multitud de chicos que gritaba: “iUn circo!”, “iLlegé un circo!”, “iViva el circol”. Algunos iban en bicicleta, otros a pie. Todos sin excepcién andaban con cascos. Con tanto entusiasmo los artistas sacaron pecho, se sa- cudieron la tierra, se limpiaron los dientes con la lengua y saludaron por todas la ventanillas. Freddo estaba tan conmovido por el recibimiento que em- pez6 a hacer sonar la ronca bocina del Citréen: “gg, gg, gg- EE8E 86 EE". —iEste si que es un publico! —dijo Gilda. —iDegudo! —confirmé el herido de los Sorprendentes Asiaticos. La verdad era que venian con el amor propio tan pero tan golpeado que los gritos de bienvenida sonaban en sus ofdos como si los ovacionara un estadio lleno. Maracumbia | 19 El Gran Servando decidié que al dia siguiente darian una funcidn. Y todos estuvieron de acuerdo. Apenas se tomaron un tiempo para almorzar y dormir una siestita como para reponerse de la tormenta e inmediata- mente después de la siesta levantaron la carpa. Les dio bastante trabajo porque el terreno estaba lleno de cucarachas, escarabajos, ratas, lagartijas, viboritas y toda clase de bichos que cruzaban hacia el Este. —dQué es esto? —le preguntd el Gran Servando a Camello, el cartero que pasaba por ahi. —Qué cosa? —iEsto...! —dijo el Gran Servando sefalando la estampida de bichos. —iAh...! iBichos! —dijo Camello, el cartero. El Gran Servando lo miré como para comérselo crudo. éLe estaba tomando el pelo? Tenia cara de no darse cuenta de que un bicho era un bicho? —iSe escapan de Maracumbia! —se apuré a aclarar Camello, el cartero. —dtMaracumbia? —Si, Maracumbia —dijo Camello, el cartero, y cambiando rapidamente de tema pregunté—: EMafana a qué hora es la funcién? 22 | Sandra Siemens —A las 21 —dijo el Gran Servando con la mirada fija en una larga hilera de saltamontes que le cruzaban por encima de los zapatos. Cuando levanté la vista, Camello, el cartero, habia desapa- recido. Finalmente, después de tanto esquivar bichos, la carpa del circo habia quedado armada. Hacia afiares que no llegaba un circo. Todos en Puebli- to esperaban ansiosos el dia siguiente para ir a la primera funcién. Maracumbia | 23 EI Viejo A la mafiana siguiente, mientras la noticia de la llegada del circo iba de boca en boca, el Viejo y doiia Agueda casi se arrancan los pelos. EI Viejo siempre habia sido pescador. Habia nacido al lado del rio. Nunca se habia movido de ahi. Nunca, jamas habia salido de Pueblito. Aparte de pescar, la tinica actividad del Viejo era ir al club Los Tres Caracoles a tomarse un aperitivo con quesitos y aceitunas. Aquella mafiana, palabra més, palabra menos, doiia Ague- da lo habia tratado de mentiroso. Mientras todos hablaban de la llegada del circo, el Viejo otra vez habia sacado el mismo tema: el enorme Pez Faraén Moteado que venia siguiendo desde hacia aiios. Lo habia visto por primera vez hacia como veinte aiios en una helada mafiana de invierno. Como todos los dias de su vida, el Viejo habia salido con su bote cuando todavia era de noche. Casi siempre pescaba en el mismo recodo del rio Maracumbia | 25 donde habia pique seguro y aquella vez habia llegado cuando estaba amaneciendo. Después de apagar el motor del bote, preparé su equipo y se dispuso a pescar. No habrian pasado mas de quince minutos cuando sintié un tirén muy fuerte en la linea. Afirmé la cafia entre las piernas y levanté la linea con el reef. Fue entonces cuando lo vio. Enorme. Un Enorme Pez Faraén Moteado mas alto que él. Mucho mas alto. Con sus escamas doradas brillando como soles y sus motas negras y sus aletas rojizas y sus larguisimos bigotes de morsa, salté, se arqueé en el aire y con la fuerza de un toro corté la linea y desaparecié en las oscuras aguas del rio Marioso. Desde aquel dia, el Viejo no habia teni- do otro objetivo en su vida mas que atra- par ese Pez Faraén. Cada majiana salia con su bote al amanecer y recorria el rio buscandolo hasta que caja el sol. Seguin contaba el Viejo, muchas veces lo habia visto a lo largo de los afios, pero el Pez Faraén nunca mas habia vuelto a morder su carnada. _. Aquella mafana en el club, mientras pinchaba un quesito, el Viejo les habia asegurado a los del equipo de bochas: 26 | Sandra Siemens —Si el Pez Faradn estuviera en otro rio, un rio mas normal, yo ya lo habria pescado. Los del equipo de bochas comian aceitunas y lo escucha- ban silenciosos. No querian contradecirlo pero sabfan perfec- tamente que el Pez Faraén Moteado hacia mas de doscientos afios que se habia extinguido. —iEl rio Mafioso es un maldito! —gruno el Viejo. En la mesa de al lado, tomando un té de menta, estaba doiia Agueda, estudiosa del vuelo de las aves. Dofia Agueda habia estado escuchando todo lo que el Vie- jo les decfa a los del equipo de bochas. Y en un arranque de paciencia agotada o de vaya a saber qué, se dio vuelta (esta- ba de espaldas al Viejo) y le grité: —iQué va a pescar ni pescar! iUsted es un mentiroso! Eso y una pujialada en el higado era lo mismo. El Viejo era hombre de palabra. Si decia negro, era negro. —Si yo digo que llueve, vaya abriendo el paraguas, dofia Agueda —le contests, ofendido hasta los huesos. Dojia Agueda le lanzé una mirada de desconfianza con su ojo tuerto y resoplé por la nariz mientras fruncia la boca. —Mmm... —dQuiere apostar? —iClaro que quiero apostar! —dijo dofia Agueda. Maracumbia | 27 —Bien —dijo el Viejo. —éBien qué? —lo volvié a perforar dofia Agueda con su mirada tuerta—. {Cuando nos va a mostrar el famoso pesca- do? éSe va a tomar otros cien afios? Los doce integrantes del equipo de bochas; Juan Coma- la, el campeén de ciclismo; Camello, el cartero; y todos los que estaban en el club en ese momento se olvidaron de la llegada del circo y siguieron la discusién sin perderse detalle. EI Viejo estaba tan furioso que le temblaba la voz. —iQué apostamos? —Io desafié dofia Agueda. El Viejo se encogid de hombros. —Si pierde... —le dijo dofia Agueda— me regala la piedra negra que encontré en el rio Mafioso. Era una piedra unica que desprendia una energia espe- cial, segdin dofia Agueda. Y que el Viejo cuidaba como un verdadero tesoro. —iHecho! —dijo el Viejo—. iY si gano yo, usted se casa conmigo! Muchos aiios atras, los vientos envenenados habian pro- vocado que el Viejo se enamorara perdidamente de dofia Agueda. Cuando le pidié casamiento, doria Agueda le contes- té que ni loca que estuviera. 28 | Sandra Siemens Al aio siguiente la que cayé en un profundo enamora- miento del Viejo fue dora Agueda. Cuando ella le dijo que lo habia pensado mejor y que aceptaba casarse con él, el Viejo habia perdido la memoria. —No sé de qué me habla —le dijo. Y asi siguieron afio tras ato, enamorandose y olvidandolo. —iHecho! —dijo finalmente dofia Agueda, un poco impre- sionada pero segura de que la victoria seria suya. El Viejo se fue sin saludar a nadie. Volvié a su rancho a orillas del rio Mafioso y dedicé el resto del dia a revisar los aparejos, a preparar la carnada, a reponer los anzuelos. Era un anciano y lo sabia. Ya no le quedaban muchas oportunidades para atrapar al Pez Faraén y demostrarle a todo el pueblo, pero principalmente a dofia Agueda, que él no era un mentiroso. Estaba decidido. A la mafana siguiente iba a salir al rio y no volveria sin el Pez Faran Moteado. Maracumbia | 29 Dofia Agueda Dofia Agueda no usaba turbantes ni tunicas ni capas. Era pequeiia, tuerta, renga y con un brazo mas corto que el otro. Todos coincidian en que era una elegida, una iluminada. Tenia inmensos poderes. Quien mas quien menos, todos en Pueblito la habian consultado alguna vez. éMe voy a casar? Este chico tiene mal de ojo? Me quiere? éNo me quiere? Va a llover el sabado? Nada se le escapaba a la vieja. Conocfa el pasado, el pre- sente y el futuro. Dominaba infinidad de artes. Podia leer tanto las cartas del Tarot como la borra del café; podia interpretar suefios y presagios como adivinar con la bola de cristal. Pero su es- pecialidad era el vuelo de las aves. Mas precisamente de las aves de corral: las gallinas. Aquella mariana después de discutir con el Viejo habia vuelto a su casa caminando y hablando sola. El sol le achi- charraba los sesos a dofia Agueda y solo dos ideas habian logrado mantenerse fresquitas dentro de su cabeza. Maracumbia | 31 Una: éQué prepararia para almorzar? Dos: Estaba feliz. Le ganaria facilmente la apuesta al Viejo. Las dos ideas giraban como dos boxeadores en un ring. Primero atacaba una y la otra retrocedia. Y luego al revés. Una: Huevos fritos. Dos: iCincuenta y cinco millones de afios con el cuento de ese bendito Pez Faraén moteado del que nadie habia visto jamés ni un miserable pelo del bigote! Una: Polenta. Dos: Como si apostara a atrapar un dinosaurio. Tan facil que parecia broma. Y si era una trampa del Viejo? Una: Papas con mayonesa. Todo ese asunto de la discusién con el Viejo la habia sacado de las casillas. Si, papas con mayonesa. Aunque si era sincera, su mal humor no tenia nada que ver ni con el Pez Faraén Moteado ni con el Viejo ni con la apuesta. Estaba un poco nerviosa porque hacia varios dias que venia durmiendo mal. Era la terce- ra vez que sofiaba con el sapo Alfredo. Alfredo era un sapo gordo y vivara- cho que vivia en un rincén del baiio 32 | Sandra Siemens de la casa de la vieja. Ella lo habia criado desde chiquito y lo queria como a un hijo. En el suefio, el sapo Alfredo hablaba con una voz clara y varonil. Le decia: “El secreto se esconde en el estomago del pez”. De qué pez le hablaba el sapo Alfredo? ¢De qué secreto? Se habia vuelto loco Alfredo? 20 era ella la que se estaba volviendo loca? La primera noche, dofia Agueda estaba sofiando que era una hermosa reina a la que un montdn de doncellas le esta- ban midiendo un enorme vestido de seda y puntillas cuando entraba un sirviente para anunciarle que el embajador de Trajasfstan necesitaba verla con urgencia. La vieja (que en el sueio era la importante y hermosa rei- na) hacia salir a todas las doncellas y ordenaba que hicieran entrar al embajador de Trajasfstan. El embajador, muy alto y con una capa toda bordada y un turbante, caminaba por una larguisima alfombra que termi- naba a los pies de la reina. Cuando llegaba hasta donde lo esperaba dofia Agueda, levantaba la cabeza y la miraba. Pero en lugar de tener la cara del embajador de Trajasfstan, tenia la cara del sapo Alfredo. —iAlfredo! —se sorprendia la reina (0 sea, dofia Agueda). Maracumbia | 33 Pero al sapo Alfredo no le importaba nada la sorpresa de la vieja y seguia haciéndose pasar por el embajador de Tra- jasfstan. Entonces se acercaba al oido de la reina y le decia: “El secreto se esconde en el estémago del pez”. Enseguida hacia una reverencia y se iba caminando otra vez por la larguisima alfombra mientras la bella capa borda- da le volaba un poco. —iAlfredo! iAlfredo! —le gritaba dofia Agueda. Pero el alto embajador de Trajasfstan no le contestaba y desaparecfa en la oscuridad. El segundo suefio habia sido exactamente igual al primero. Y en el tercero Alfredo le hablaba en el idioma de Trajasfstan. Pero la vieja (que sabja el dificil idioma de Trajasfstan) en- tendia perfectamente lo que el embajador que tenia la cara del sapo Alfredo le decia al oido: “El secreto se esconde en el estémago del pez”. 34 | Sandra Siemens John Mc Polaroid Después de comerse las papas con mayonesa, dofia Ague- da se habia acomodado en su sillén de pensar. En la pared del comedor tenia un cuadro celeste. No habia ninguna figura en el cuadro, solo una lamina celeste. Bien enfrente del cuadro habia un sillon. Ahi, en ese sillén, se sen- taba cuando tenia algo para pensar. Se sentaba y dejaba los ojos fijos en el cuadro celeste. Dofia Agueda aseguraba que el celeste infinito le ayudaba a limpiar la mente de basuritas para que los pensamientos Ilegaran sin tropiezos. Pero aquella tarde sus pensamientos seguian muy enreda- dos todavia. Por qué sofaba con el sapo Alfredo vestido de embajador de Trajasfstan? dQué queria decirle con eso del secreto en el estémago del pez? En esos tramites andaba cuando soné el timbre. No contesté. Siguié sentada en su sillén de pensar, miran- do el celeste infinito como si no hubiera escuchado nada. Otra vez el timbre. éQuién tendria tanto apuro? Maracumbia | 35 Seguramente algun forastero. Todos en Pueblito sabian que la hora de la siesta era sagrada para ella. Aninguno se le hubiera ocurrido tocarle el timbre a las dos de la tarde. Dojia Agueda se levanté de mala gana de su sillén de pen- sar y atendid. No. No era ningiin forastero. Era John Mc Polaroid. —iChon! —dijo dofia Agueda—. Qué estds haciendo a esta hora? John habfa nacido en un pequefisimo poblado de Esco- cia. Su verdadera madre era fotégrafa, su verdadero padre era fotdégrafo y sus cuatro abuelos también. Cuando el bebé Polaroid abrid los ojos por primera vez iluminé la sala de partos: —Es un bebé sano y fuerte —dijo el mé- dico-, y viene con flash incorporado. La alegria de los Mc Polaroid no podia haber sido mayor aunque desgraciada- mente les duré poco. El pequefio John practicaba sus pri- meros pasos en el patio de su casa cuan- do la terrible tormenta Maracumbia lo arrancé del suelo y lo arrojé, casi un mes mas tarde, en Pueblito, a miles de 36 | Sandra Siemens kilometros de su Escocia natal. Una historia bastante comun. Muchos de los habitantes de Pueblito habjan llegado asi, arras- trados por Maracumbia desde distintos lugares del planeta. —Disculpe, dofia Agueda —dijo John Mc Polaroid, es que... —éComo esta tu mama? —Bien. Perfectamente. El mismo afio en que Maracumbia habia traido al pequefio John, también habia arrojado en Pueblito a Batea Ma- huida, una india mapuche. Al final de aquel dia y después de mu- & cho deambular por el pueblo, el pequenio John Mc Polaroid y Batea Mahuida se ha- bian encontrado a orillas del rio Mafioso. Los dos solos y lejos de sus hogares se habian adoptado inmediatamente. John Mc Polaroid habia encontrado una ma- dre y Batea Mahuida, un hijo. Batea Mahuida era una chamanai muy sabia y con el tiem- po se habia convertido en amiga del alma de doiia Agueda. Al ver a John pensé que algo le habia ocurrido a su madre, pero no. John iba a verla porque le preocupaba otra cosa. 5 Hechicera dotada de poderes sobrenaturales para sanar a los enfermos, adivinar e invocar a los espiritus, Maracumbia | 37 —Sentate, Chon —dijo dofia Agueda—. LQué te anda pa- sando? —Tengo pesadillas —dijo John. —¢Pesadillas? 4Qué tipo de pesadillas? —Es Alfredo. Me habla. Todas las noches el sapo Alfredo me dice lo mismo. —éAlfredo? LEstas seguro, Chon? —Segurisimo. Dojia Agueda se alarmé. —dEs el embajador de Tajasfstan? —éEmbajador de qué? —pregunté John. —No. De nada. Nada... —Todas las noches tengo el mismo suefio —dijo John Mc Polaroid hundido en la preocupacién—. Suefio que soy un naufrago en una isla desierta y llega una botella a la playa. Cuando la destapo para leer el mensaje, de adentro de la bo- tella aparece el sapo Alfredo que me dice siempre lo mismo: “El secreto se esconde en el estomago del pez”. Después no sé cdmo hace pero vuelve a meterse dentro de la botella y desaparece en el mar. 38 | Sandra Siemens El sapo Alfredo Alfredo no era un sapo comin y corriente. Tenia poderes igual que doria Agueda. O al menos eso era lo que decfa ella. Alfredo tenia una especie de piletita al lado de la escalera que llevaba a la terraza. Todos en Pueblito sabfan que si Al- fredo se quedaba en su piletita, anunciaba una tormenta Ma- racumbia mas vale suave. En cambio, si subja la escalera, era seguro que ese afio Maracumbia iba a llegar con mas fuerza. A cada escalén, peor pronéstico. Dos dias atras Alfredo habia alcanzado el escalén mas alto. O sea: ese afio Maracumbia seria terrible. Al atardecer y durante las primeras horas de la noche, los tamatamas despliegan la ma- yor actividad. Era el momento que la _ vieja aprovechaba para estudiarles el vuelo. Ese martes, después de hecha la apuesta con el Viejo, mientras subia a la terraza, iba hablando con el sapo Alfredo. Le acariciaba el lomo y le decia: Maracumbia | 39 —Ay, Alfredo, Alfredo... Si pudiera entender qué me que- rés decir con eso del "secreto del pez..." iY a Chon también, Alfredo! No te das cuenta de que lo asustas al pobre mu- chacho? El sapo Alfredo, mudo, entrecerraba los ojitos por la mo- dorra que le provocaban las caricias. —éViste que clima raro, Alfredo? —le siguié hablando cuando llegaron arriba—. Y no lo digo por los tamatamas. No es como todos los afios. Hay como algo raro en al aire. éSentis las vibraciones, Alfredo? Alfredo, mudo. Se habia quedado dormido. Dofia Agueda utilizaba la terraza como observatorio. Toda- via no eran las siete de la tarde y el cielo estaba completamen- te cubierto de tamatamas amarillos. Desde hacia afios venia tratando de descifrar el vuelo de los tamatamas. Aquella vez trazé angulos y directrices, circunferencias, radios y realizé todo tipo de calculos. Pero los resultados siempre eran contradictorios y sin sentido. Los antiguos romanos estudiaban el vuelo de las aguilas y asi podian predecir el resultado de las batallas o de las guerras. La vieja tenia la misma habilidad que los antiguos romanos. Pero las aguilas de los antiguos romanos eran aves légicas y sensatas. En cambio los tamatamas... 40 | Sandra Siemens —iEstos pajaros estan locos! —se alteré—. iLocos! —grité apuntado con sus brazos al cielo Ileno de pajaros. Los tamatamas formaron una apretada nube de plumas amarillas y como si le respondieran a dofia Agueda, todos al mismo tiempo le cagaron en la cabeza. Furiosa, dofia Agueda decidié que ya era hora de abando- nar la observaci6n. Cuando se agaché para agarrar a Alfredo, las cagadas que le cubrian la cabeza se le metieron en los ojos. —iMierda! —grit6 y el sapo Alfredo se sobresalté. Dofia Agueda bajé las escaleras como pudo. Se lavé la cara y la cabeza y, agotada, se senté en su silln de pensar. Estaba nerviosa. Hacia afios que no se ponja asi de ner- viosa. Para colmo de males su Gnico ojo sano, el ojo con el que controlaba todo (desde el vuelto que le daba el carnicero hasta lo pasado, lo presente y lo futuro) ahora se le habia nublado. Maracumbia | 41 La maldicion de John Mc Polaroid Aunque a John Mc Polaroid le encantaba su trabajo de fotdgrafo, estaba perseguido por una terrible maldicién: en las fotos que él sacaba, las personas nunca aparecian donde tenian que aparecer. En el Ultimo rollo que John Mc Polaroid habia sacado esta- ba el quinto cumpleafios de los mellizos Gutiérrez; el Macon- do (el perro gitano de don Cosme); el ochenta y tres cumplea- fios de dofia Asunta Gémez y la primera divisién de fitbol del club Los Tres Caracoles. Cuando John Mc Polaroid revels el rollo se encontré con lo mismo de siempre. El Macondo mordisqueaba la torta (con velitas y todo) de los mellizos Gutiérrez; dofia Asunta aparecfa pisando la pelo- ta como capitana del equipo campedn y los mellizos, vestidos de bailadores flamencos, hacian sonar los tacos y las palmas frente a la cucha del Macondo. Tenia que entregar las fotos a los clientes y explicar lo inexplicable. Decirle a la mama de los mellizos Gutiérrez que sus hermosos hijos no habfan salido apagando las velitas Maracumbia | 43 sino en la cucha del Macondo. Lo mismo tenia que decirle a dofia Asunta Gomez, a la comisién de futbol del club. Y asi... Aunque era algo que le sucedia casi siempre, John Mc Polaroid no podia acostumbrarse. Cada vez que tenia que enfrentar ese momento se ponia nervioso y no podia dormir ni comer. Se le cerraba la garganta. Apenas si le pasaba el aire como para no morir asfixiado, nada mas. Se repitié una y mil veces que habia hecho bien en ir a ver a dofia Agueda. Era la Unica que podia tranquilizarlo. Ella podia leer el futuro con la misma facilidad con la que lefa el diario. Y todo iba a salir bien esta semana, ella se lo habia asegurado. Lo del sapo Alfredo era una pavada. éCuantos sa- pos habia en el mundo? éQuién podia asegurarle que ese que le hablaba en suefios era el sapo Alfredo? éLe habfa di- cho el sapo que se Ilamaba Alfredo? LY de qué pez le hablaba Alfredo, si es que era él? ¢Acaso él tenia que fotografiar algun pez? No. Ninguno. Dojia Agueda tenia razén. No tenfa ninguna importancia. éCémo iba a permitir que un pobre sapo lo pusiera tan ner- vioso? Ademas su madre, Batea Mahuida, también le habia asegurado que todo iba a salir a pedir de boca. Cuando volvié a su casa, John Mc Polaroid hizo algunos ejercicios de yoga para relajarse, terminando con el mas dificil, 44 | Sandra Siemens uno en el que se quedaba parado sobre su cabeza derechito como un mastil. Estuvo asi durante un largo rato. Cuando se sintid mas tranquilo, se desplegé, se dio una ducha, se vistid, se puso el casco y sali para entregarle las fotos a dofia Asunta Gomez. Ya habia ensayado lo que iba a decirle: era una desgracia con suerte. Porque si bien era cierto que no habia salido en las fotos de su cumplearios, como capitana del equipo de futbol del club Los Tres Caracoles parecia mucho mis joven. Al verla ahi, pisando la pelota, nadie le daria ochenta y tres ajios. Al pasar por la plaza, John se cruzé con el Citroén del Cir- co Alegria y con el barullo infernal que hacian los chicos que lo segufan. El destartalado auto tenia un enorme altoparlante por el que salfa la voz de Freddo anunciando la “Gran Fun- cidén Gran para las nueve de la noche”. De golpe el animo le cambid. {Cuantos afos hacia que no llegaba un circo? Se quedé embobado saludando desde el cordén de la vereda hasta que la breve caravana doblé hacia las afueras del pueblo. Maracumbia | 45 Yokna Patawa El martes a las nueve de la noche en punto se abrieron las cortinas del circo. Todo el pueblo estaba ahi. Todos menos el Viejo que se preparaba para pescar su gran pez. Y dofia Ague- da que a esa hora estaba en el observatorio de su terraza estudiando el vuelo nocturno de los tamatamas. La funcién empezé con Freddo, el malabarista, que termi- no furioso porque las clavas® se le perdieron en la enrulada barba de Gilda, la mujer barbuda, que hacfa de ayudante. Después de Freddo y Gilda les tocé el turno a los Sorpren- dentes Asiaticos y luego al Gran Servando que luchaba contra las bestias salvajes (el oso Pablo). Antes de despedirse, el Gran Servando anuncié al mun- dialmente famoso lanzador de cuchillos, Yokna Patawa, y su partenaire, Thelma. Yokna Patawa era indio. No indio aborigen americano, no. Era indio hindd de la India. Tenia la piel oscura y los ojos negros. Era tan pero tan flaco que cuando tragaba, cualquiera 6 Palos més gruesos por un extremo que por el atro, se emplean para hacer malabares. Maracumbia | 47 podia seguir el recorrido de la comida desde la boca hasta el estomago. Desde chico Yokna Patawa supo que seria un artista. Claro que al principio no supo con claridad qué tipo de artista se- ria. Le llevé un tiempo darse cuenta de la extraordinaria ha- bilidad que tenfa como lanzador. Eso lo supo a los ocho afios. Yokna, ve a buscar el pan —le decia su madre. Yokna volvia con las hogazas todavia calientes y izap! izap! izap!, las lanzaba sobre la mesa. —Yokna, las tizas, por favor —le pedia el maestro. Y Yokna izap! izap! izap!, las estrellaba contra el pizarrén. A medida que fue creciendo, Yokna Patawa habia ido pro- bando suerte como lanzador de jabalina, lanzallamas, lanza- dor bala, etcétera, etcétera, etcétera. Habfa lanzado todo lo que podia ser lanzado. Un dia, cuando ya casi habia termina- do de crecer, decidié que era hora de lanzarse él mismo a la aventura. Se tomé un barco y se lanzé a la Argentina. Lo primero que vieron sus negros ojos ni bien desembarcé fue la imponente, enorme y colorida carpa del Circo Alegria. Algunas veces a Yokna le gustaba decir que lo primero que habian visto sus ojos negros, atin antes de que el barco to- cara puerto, era a la Monumental Thelma. Probablemente Yokna haya visto las dos cosas al mismo tiempo porque por 48 | Sandra Siemens aquel entonces la Monumental Thelma trabajaba en la bole- teria del Circo Alegria. La cuestién fue que Yokna Patawa se paré frente a la ven- tanilla de la boleteria, y ahi se quedé mirando a la Monumen- tal Thelma sin decir una palabra, entre otras cosas porque no sabfa ni siquiera una sola en espanol. Cuando Thelma sintié la mirada de esos ojos negros, se enamoré en el acto y sin remedio. Fue asi que ni bien bajé del barco que lo trafa de la India, Yokna Patawa consiguié una esposa (se casaron inmediata- mente) y un trabajo como lanzador de cuchillos en el Circo Alegria. Thelma dejé la boleteria y se convirtié en la partenaire de Yokna. Yokna Patawa y la Monumental Thelma. Eran los mas aplaudidos del circo. Sobre una tabla del tamajio de una puerta, Yokna habia dibujado la silueta de Thelma: alta y delgada. Cuando llegaba el turno de su numero, Thelma entraba toda vestida de flecos y lentejuelas, hacia un par de firuletes y se paraba frente a la tabla coincidiendo perfectamente con la silueta que habia pintado Yokna. E| entonces empezaba a lan- zar sus cuchillos. Los iba clavando, izap! izap! izap!, alrededor Maracumbia | 49 de la silueta de Thelma; primero a cara descubierta, después con los ojos vendados, después de espaldas. El numero ter- minaba con el lanzamiento de cuchillos encendidos. Thelma dejaba escapar un largo suspiro, se desprendia de la silueta Ilena de cuchillos, volvia a hacer un par de firuletes y desaparecia junto con Yokna detras del telén, mientras el publico los aplaudia de pie. Afio tras afio habian ido cosechando pilas de éxitos en toda América: Yokna Patawa y la Monumental Thelma. Pero a medida que pasaba el tiempo, Thelma se ponia mas y mds monumental. Cada vez que entraban a un pueblo y se preparaban para su actuacion, Yokna tenia que agrandar la silueta dibujada en la tabla. Como Thelma seguia engordando y cada vez ocupaba mas espacio, Yokna se hab/a vuelto inseguro. Primero habia dejado de lanzar cuchillos encendidos, después cuchillos de espalda y finalmente dejé de lanzar cuchillos con los ojos vendados. Thelma, sin embargo, jamas dejé de comer. —iTengo hambre, hambre, hambre! —le confesaba a Gilda. Yokna Patawa nunca le dijo nada. La amaba demasiado. La Monumental Thelma igual se daba cuenta de la preocu- pacién de Yokna, asi que fue mas o menos en esa época cuando dejé de comer delante de él y empezé a comer a 50 | Sandra Siemens escondidas. Se guardaba las hamburguesas en los bolsillos, las papas fritas en la cartera y nunca le faltaba un pedazo de pan debajo del bretel del corpijio. Antes de cada funcién, Yokna agarraba un tarrito de pin- tura y un pincel y pintaba la misma silueta pero mas grande, mucho mas grande. Ese martes a la noche, la Monumental Thelma entré, hizo un par de giros y se acomod6 frente a la tabla. Yokna parecia nervioso. Habja tenido que agrandar tanto la figura pintada sobre la tabla que apenas si le quedaban unos pocos espacios libres adonde arrojar sus cuchillos. Ya no era igual a los tiempos en que los lanzaba con los ojos vendados. Ahora usaba unos anteojos con aumento que le permitian tener la vista descansada. Varias veces se secé la transpiracién de las manos. Apun- td, midié la distancia y lanzé6 el primer cuchillo a una esquina de la tabla. Casi rozé la oreja de Thelma. Volvid a apuntar y lanzé un cuchillo a la otra esquina. Preparé el tercero. Se secé otra vez la transpiracién. Apunté. Miré la tabla con la esperanza de encontrar un hueco, un huequito, pero nada. Traté de con- centrarse, volvid a secarse las manos. —iBuhhh! iBuhhh! —gritaba el publico, impaciente. Maracumbia | 51 Yokna apunté. Midid. Volvié a medir. Volvid a dudar. La vista se le nublaba. —iBuhbh! iBuhhh! Calculé una vez mas. Se secd las manos transpiradas. Se secé la frente. Afiné la punteria. Finalmente lanzé el cuchillo y izap!, el cuchillo se clavé en el corazén de Thelma. Thelma dio un paso adelante, se balanced para un lado, para el otro y cayé redonda al suelo. Yokna Patawa parecia congelado. Fue como si el tiempo se hubiera detenido para él. Ni un movimiento, ni un ruido. Los pensamientos hirviendo en su cabeza. {Cémo era posi- ble? iThelma, amor...! iNo! iNo! iNo habia querido...! iNo! i&Cémo?! iéCémo?! Cuando reaccioné y sintié que todos gritaban de pie, se asusté. Agarré lo que habia a mano: un asiento de bicicleta con una sola rueda, y huyé. 54 | Sandra Siemens {Qué casualidad! EI pintor Torchelli venia caminando a paso rapido porque estaba llegando tarde a la funcion. Le faltaban menos de dos cuadras para llegar al Circo Ale- gria, cuando al cruzar la calle se encontré con el sapo Alfredo. Torchelli lo reconocié de inmediato. Con la mano derecha alzé al sapo Alfredo y, como si fuera un gatito, se lo apoyd en el pecho. —éQué hacés en la calle a esta hora, Alfredo? éTe escapaste? Alfredo miré a Torchelli y sacé su velocisima lengua para comerse una mariposita pegada a la solapa pero no contesté nada. Torchelli cambié el rumbo, volvié sobre sus pasos y fue directamente a la casa de dofia Agueda. Ella le agradecis y le confesé su preocupacidn por Alfredo. —No sé qué le pasa ultimamente. No hace mas que llamar la atencién... En ese momento a Torchelli le vino a la memoria el suefio que esa misma semana habia tenido con el sapo Alfredo. Maracumbia | 5S —iQué casualidad ahora que lo pienso! —dijo. —éQué cosa? —Que justo esta semana sofié con Alfredo. La vieja se puso blanca como un fantasma. —éQué sofaste? —le pregunté a Torchelli, tratando de en- focarlo con su ojo nublado—. éUsaba un disfraz? —éQuién? —Y quién va a ser? iAlfredo! dEstaba disfrazado de emba- jador de Trajasfstan? —iAh...! No. —éDe ndufrago? —Tampoco. —&Y? —se impacienté doria Agueda—. LEntonces? —Resulta que yo estaba sofiando que era futbolista —dijo Torchelli—. El maximo goleador de la temporada. Me habian hecho un pase de gol y justo cuando estaba por patear, miro al arquero y équién era?: el sapo Alfredo. Casi no lo reconoz- co. Buzo naranja, pantalén negro. La sorpresa me dejé para- lizado. Hizo bocina con los guantes y desde el arco me gritd: “iDe las alturas caerd algo que te cambiaré la vida!”. ¢De las alturas? Tardé un montdn antes de patear y el sapo Alfredo me atajé el tiro. Al ratito me sacaron porque desde lo alto de las tribunas habian empezado a tirarme cosas. 56 | Sandra Siemens —tY nada mas? —tLe parece poco? —iNo te dijo nada mas? —Sj —dijo Torchelli haciendo memoria—. Cuando termind el partido se acercé al banco y me dijo al ofdo: “El secreto se esconde en el estomago del pez”. Y se fue al vestuario. Maracumbia | 57 La pechuga salvadora Torchelli entré a la carpa del circo justo en el momento en que un tropel de espectadores salia corriendo tratando de atrapar a Yokna Patawa. Todavia no habia encontrado un lugar donde sentarse cuando Thelma, un poco atontada, se levantaba del suelo y, llevando las dos manos al pecho, se arrancaba el cuchillo que se le habia clavado en una pechuga de pollo escondida deba- jo del traje de lentejuelas. EI publico estallé en un aplauso cerrado. Mas de media hora de aplausos a rabiar. Vaya a saber si pensaron que la re- surreccién de Thelma era parte del espectaculo o si aplaudfan por el alivio de que Thelma estuviera con vida. Como todo el mundo aplaudia de pie, Torchelli no alcan- zaba a ver donde habia un asiento libre. Por suerte Came- Ilo, el cartero, le hizo sefias de que le habia guardado un lu- gar. CY? dQué tal la funcién? —preguntd Torchelli. —iDe no creer! —le contesté Camello, el cartero, sin dejar de aplaudir—. iDe no creer! Maracumbia | 59 Los Sorprendentes Asiaticos, agiles como mariposas, entra- ron a la carpa, levantaron a la Monumental Thelma del suelo y se la llevaron afuera para que tomara aire. De inmediato el Gran Servando, con su tremenda voz, se apuré a anunciar: —iY ahora con ustedes... querido publico...! iE] mago Maxi- mo, el Magnificoooo. Los Sorprendentes Asidticos se habfan conocido en el cir- co. No eran asiaticos propiamente dicho. Dos habfan nacido en Perd y los otros tres eran cubanos. Todo lo que sab/an lo habian aprendido en el circo. Los cinco eran muy trabajadores y habfan demostrado gran perseverancia practicando las des- trezas y acrobacias de los verdaderos asiaticos (el Gran Ser- vando les habia mostrado cientos de videos). Pero especial- mente se habfan esforzado muchisimo por parecer asiaticos. Eran buenos muchachos. Muy callados. El mas charlatan de los cinco era el que (ivaya burla del destino!) se habia cortado la lengua. Esa noche del martes, mientras la mitad del pueblo buscaba a Yokna Patawa y la otra mitad continuaba mirando la funcién como si nada hubiera pasado, los cinco Sorprendentes Asiati- cos acompafiaban a la desesperada Thelma fuera de la carpa. —iQuiero estar sola! —les dijo Thelma, !lorando como una marrana. 60 | Sandra Siemens Era una noche calurosa. No se veia ni una sola estrella. El cielo estaba cubierto de nubes y cada tanto cruzaban banda- das de pajaros amarillos. Los Sorprendentes Asiaticos habian ayudado a Thelma a sentarse en la rueda de auxilio del camidn del circo. Los tres asiaticos cubanos le hacian viento con un cartel de chapa de la boleteria mientras el mas hablador intentaba calmarla: —iThedma! iThedma! iDa pado! iTodo va a estad bied...! —iPor favor, muchachos...! —dijo Thelma—. iDéjenme sola...! —Esté bied, nod vamod. Pedo di nod nededitad... —Si, gracias —dijo Thelma inundada de lagrimas. Thelma sospechaba que la policia no iba a tardar en llegar y que empezarian todas las preguntas, los por qué, cémo, cuando. Antes de que eso ocurriera, la Monumental queria tener un momento para ella sola. No tenia consuelo. Cuando los Sorprendentes la dejaron sola, sacé el resto de la pechuga de pollo que tenia escondida bajo el bretel del corpifio y la mastic6 como si fuera un chicle. Donde estaria su amado Yokna? Como se sentiria pensando que la habia asesinado? En el circo seguia la funcién, Thelma escuchaba los aplau- sos y la voz del mago. Afuera, la noche era la mas oscura de su vida. Maracumbia | 61 Suspiré dos o tres veces, se sono la nariz y traté de rebo- binar, de recordar cada detalle. Como habia podido ocurrir.

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