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El Vacio Etico en La Sociedad Colombiana Gerardo Files Del Vacio Etico
El Vacio Etico en La Sociedad Colombiana Gerardo Files Del Vacio Etico
COLOMBIANA
(Gerardo Remolina, S.J. Profesor de Filosofía. Univ. Javeriana)
Introducción
Hablar del vacío ético de nuestra sociedad colombiana puede conducir fácilmente a discursos
moralizantes, tejidos desde perspectivas particulares o a descripciones apocalípticas que
señalen todo lo pervertido y desastroso de nuestro comportamiento individual y social. Puede
llevar, además, a concluir con el anuncio de una gran catástrofe y a dictaminar sobre lo que
ineludiblemente sería necesario hacer.
Soy consciente de estos peligros, y si sucumbo en algunos de ellos ante la necesidad que siento
de no hacer una disquisición puramente teórica y formal, sino una reflexión que toque la
realidad concreta, presento por anticipado mis excusas.
No pretendo, por otra parte, hacer una presentación completa, y menos aún exhaustiva, del vacío
ético de nuestra sociedad; ello escapa a la percepción y al análisis de cualquier observador
particular. Sólo pretendo apuntar a algunos elementos que juzgo fundamentales y que
necesariamente han de ser discutidos y complementados por todos ustedes.
En efecto, la situación del país hace evidente el peligro de una sociedad que se desintegra a pasos
agigantados, y que a pesar de todos los esfuerzos hechos -acertados unos, equivocados otros-
no logra encontrar ni el método, ni los contenidos, ni los resortes necesarios para aunar las
voluntades, poner en dique a la desintegración y construir la nueva sociedad que unos y otros
anhelamos.
De una u otra forma, sin embargo, todos vamos cobrando una conciencia, cada vez más clara, de
que no es a través de la fuerza impositiva y coercitiva de un poder absolutista de derecha, de
izquierda, o de centro; ni a través de una fuerza represiva -policiva o militar- garante de un "statu
quo", como lograremos establecer un nuevo orden y salir avante en la constitución de una sociedad
auténticamente humana. Porque la fuerza física no es, ni de lejos, una. de las principales
características del ser humano y de su vida en sociedad. Tampoco parece suficiente, aunque sea
del todo necesaria, la constitución de un sabio orden jurídico que regule con leyes apropiadas las
relaciones de la convivencia ciudadana.
Es necesaria una fuerza moral (contrapuesta a física) que brote y se fundamente en las raíces
mismas de la persona humana, en lo específico de su mismo ser y que, a través de su racionalidad,
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aglutine, oriente y ligue a los ciudadanos de manera insoslayable en un propósito común. Este
propósito, parece, no podría ser otro que la conformación de una convivencia ciudadana en la que
prime el respeto a la vida y el carácter inviolable de los derechos primarios de la persona humana:
su libertad y sus aspiraciones a una vida digna en la que, la salud, la vivienda, la educación, el
trabajo y la cultura, así como la capacidad de relación y asociación, encuentren la garantía y el
respeto de todos. Dentro de esta perspectiva, la indeclinabilidad de los deberes para con los
demás se constituye en un elemento indispensable de la vitalidad fundamental del organismo
social.
En otras palabras, cada vez se hace más clara la necesidad de una nueva ética: nueva, porque
realmente inexistente en la conciencia y en las costumbres de nuestra sociedad; nueva, porque
ha de buscar o reencontrar, desde la racionalidad humana, no sólo 1a normatividad que
responda a situaciones, necesidades y descubrimientos nuevos, que la vida ha ido haciendo
emerger; sino, nueva, sobre todo, por la fundamentación y revitalización de los vínculos que
dentro de un legítimo pluralismo- liguen efectivamente a las voluntades, desde dentro, en la
prosecución del bien común.
La nueva ética ha de dar respuesta a los múltiples efectos del vacío ético que hoy nos asfixia,
entre cuyas manifestaciones podrían destacarse las siguientes:
Ojalá que la enumeración anterior, muy incompleta, por cierto, no se perciba como fruto de una
visión excesivamente pesimista. Por el contrario: ha de entenderse como un esfuerzo por
reconocer con sinceridad nuestros males y buscar los remedios que parezcan más apropiados,
acudiendo a las reservas éticas de nuestro pueblo.
Tratando de hacer una síntesis, me atrevo a decir que la nueva ética ha de responder al vacío
causado por la ausencia de racionalidad humana en no pocos de los procederes ciudadanos;
vacío que ha sido llenado por predominio de la sin-razón y de la fuerza; por la prevalencia de la
irresponsabilidad sobre la conciencia de los deberes fundamentales; por la primacía del
subjetivismo frente a la objetividad del bien común, y de lo privado frente a lo público.
La anterior descripción fenomenológica del vacío ético, en la que se mezclaban quizás causas y
efectos, no es más que una invitación a profundizar, más allá del fenómeno, en los hechos que se
hallan detrás de ese vacío.
Pero antes de descender a lo que juzgo más fundamental, deseo anotar –como ya lo han hecho
otros analistas. que en nuestra patria dicho vacío en su globalidad ha sido causado por el rechazo
o por el olvido de una ética y más exactamente de una moral, que tradicionalmente se había
identificado con la religión católica. Esta moral impregnó, de manera casi exclusiva durante
muchas décadas, el ethos del pueblo colombiano. Sin embargo, por razones históricas y
culturales, que no es del caso analizar en esta exposición, dicha moral no alcanzó a permear
suficientemente los comportamientos públicos en el orden social, económico y político.
Por otro lado, se ha dado con frecuencia una confusión entre Religión y Ética. Ello se ha debido
tanto al ambiente cultural como a la necesaria relación que existe entre una y otra; igualmente a
algunos modos históricos de proceder por parte de los cristianos. Al fin y al cabo, la fe conlleva
y exige comportamientos y conductas no sólo individuales sino también sociales. Un discurso
excesivamente moralizante, o una inadecuada posición frente al mundo de lo político, en nombre
de una Religión, hace que el rechazo valga para las dos.
A esa ambigüedad han contribuido también en las tres últimas décadas algunas instituciones
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educativas (Colegios y Universidades católicas), las cuales, ante la dificultad de afrontar
directamente los problemas religiosos, optaron por convertir sus cátedras de Religión en cátedras
de Ética o de problemas relacionados con el comportamiento humano, como la sexualidad y
otras formas de relación con los demás (la amistad, el amor, la dinámica de las relaciones
humanas, etc.)
Por otra parte, el impacto de la secularización, generalizada en la segunda mitad del presente
siglo, produjo en sociedades como la nuestra no suficientemente preparadas para soportar sus
embates, un quiebre religioso, ideológico y ético más vecino quizás del secularismo y del ateísmo
que de la misma secularización. La justa autonomía de las así llamadas realidades terrenas como
la ciencia, la cultura y la política, fue acogida también con gran alborozo en el terreno del
comportamiento humano, el cual pasó en muchos campos del abandono de la tutela religiosa al
abandono de la misma ética. El rechazo de la religión fue vivido de hecho también como un rechazo
de la ética, en cuanto sinónimo de la moral que la religión había propugnado y sostenido.
Pero fundamentar una nueva ética no es asunto fácil ni que se improvise; por ello hemos quedado
en buena parte flotando en el vacío. A lo anterior se ha añadido la explosión de conocimientos, de
tecnologías y de posibilidades anteriormente desconocidas para el hombre y que han puesto
en sus manos instrumentos que le permiten manipular, cada vez más, no sólo la naturaleza
cósmica, sino también su misma humanidad; desde la genética hasta los procesos sociales. Ante
esa nueva realidad, el hombre se ha encontrado sorprendido y muchas veces inerme desde el
punto de vista ético.
El primer vacío que se detecta en nuestra sociedad, y en un nivel bastante generalizado, aún en
personas cultas y expertas en asuntos sociales, dice relación precisamente con el concepto de
ética. Y lo primero que hay que decir dada la historia de dónde venimos, es que ética no es lo
mismo que religión, aunque las grandes religiones hayan sido tradicionalmente portadoras de
extraordinarios principios o ideales éticos, los cuales conducen necesariamente a formas
específicas de comportamiento no sólo privado sino social. Así, por ejemplo, el Dios bíblico se
manifiesta radicalmente interesado en la terrenidad del hombre y en la organización de su
vida en sociedad.
La ética tampoco puede confundirse con el conjunto de normas que regulan las relaciones de los
hombres en el orden jurídico (leyes), en el orden social (instituciones), en el orden cívico
(conductas particulares convencionales), en el orden político (manejo de los medios para el
bien común), o en el orden sociológico (frecuencia de los hechos sociales). Ello, aunque dichos
códigos normativos pueden consagrar en una o en otra forma principios auténticamente
éticos.
Creo importante referirme a esto porque, con no poca frecuencia, se postulaba en el reciente
debate constitucional la necesidad de una nueva ética, refiriéndose a la necesidad de una nueva
Constitución política o carta jurídica fundamental para el país, incurriendo así en una lamentable
confusión. La ética se sitúa más allá de todo orden positivo, pues hunde sus raíces en la
humanidad misma del hombre, explicitada a través del uso legítimo de su racionalidad. Resulta
altamente peligroso confundir la ética con cualquier ordenamiento positivo, pues ella es la
instancia última para juzgar los códigos normativos de una sociedad. En efecto, algo puede ser legal
y simultáneamente injusto; consagrado por una ordenación jurídica, social o política, y ser lesivo
de derechos humanos fundamentales. "En las sociedades primitivas -afirma el filósofo Aranguren-
no existe ni tan siquiera la distancia real entre lo moral, lo social y lo jurídico; por tanto, menos
aún, cabe su distinción conceptual. Todo aquello se halla confundido en unos mores que son, a la
vez, usos sociales, costumbres morales y preceptos jurídicos (no escritos o apenas, pero
vigentes) Es lo que Hegel llamaría sustancia ética ingenua" (J. L. Aranguren, "Ética y Política";
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Madrid, 1968 2, p. 35).
Las leyes y las normas de un país pueden ser extraordinariamente sabias; pero serán
perfectamente ineficaces y vacías -si no son asumidas por una sociedad y por unos individuos
conscientes de la obligación moral que los ata de manera ineludible a proceder de acuerdo con su
propia humanidad y con los demás seres que comparten su misma naturaleza.
El vacío ético seguirá siendo tal mientras no se establezcan los valores fundamentales de la
persona y de la sociedad humana que trasciendan lo simplemente agradable o desagradable,
lo placentero o doloroso, lo satisfactorio o insatisfactorio. Líneas y dinamismos de preferencia
que conduzcan, por ejemplo, de lo agradable a los valores vitales, de lo vital a lo social, de lo
social a lo cultural, de lo cultural a lo personal, de lo personal a una auténtica trascendencia o
superación de sí mismo y de la sociedad. La apreciación de estos valores ha de conducir a una
correspondiente jerarquización o escala de preferencia: el bien integral sobre el bien parcial; el bien
social sobre el bien particular.
Lo anterior hace necesaria una continua y atenta reflexión ética, promovida por diversas instancias
sociales, que permita ir explicitando, formulando y criticando las estimaciones y valores éticos que
constituyen nuestro patrimonio común.
A la base de nuestro vacío ético se halla por lo demás, en no pequeña proporción, la ausencia
de una educación ética de la niñez, de la juventud y de las personas adultas. Igualmente, la
ausencia de una formación ética en cada una de las profesiones y la carencia de códigos éticos
fundamentales, o de axiologías propias de las diversas instituciones, organizaciones y empresas
que constituyen el tejido social. Así, por ejemplo, hoy se hace imprescindible la formulación de
sana ética propia del Estado y de los funcionarios públicos.
Esta educación no ha de renunciar al ideal de formar al hombre virtuoso de que hablaran los
filósofos griegos, es decir, al hombre no sólo consciente de sus obligaciones, sino capaz de
realizarlas: al hombre dotado de la fuerza, de la "virtus" que lo hacen verdaderamente libre
para llevar a la práctica sus deberes y sus ideales. Al hombre que, por su sabiduría adquiera una
especie de instinto de humanidad para descubrir y realizar el bien; que no sólo aprecie los valores,
sino que esté efectivamente disponible para ellos. Porque si es importante la normatividad, lo es
mucho más la constitución del sujeto ético, tanto individual como colectivo.
1. Tema central del texto y tres ideas que sustenten el tema central.
Tema central:
Idea 1:
Idea 2:
Idea 3:
2. A partir de una noticia o un fenómeno social o cultural actual de Colombia que usted
escogerá de forma voluntaria, identifique como se caracteriza los elementos descritos a
continuación de acuerdo con la lectura desarrollada:
Elemento 1:
Elemento 2:
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