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APROXIMACION A LA SOMBRA

Eduardo Carvallo
Caracas, 2010.

1. Revisión histórica del concepto de Sombra en la obra de Carl G. Jung

La Sombra es uno de los conceptos más ricos y controversiales de la obra de


Carl Gustav Jung (1875-1961). Cuando revisamos el índice de sus obras
completas, encontramos que la Sombra es uno de los conceptos que está más
presente: 206 entradas directas y más de 15 entradas indirectas relacionadas con
otros conceptos importantes como son los de Ego, Anima, Animus y Conciencia,
repartidas a lo largo de todos los tomos.
Y es que el concepto de Sombra no sólo está directamente relacionado con
el desarrollo del pensamiento de Jung –y de allí las diferentes acepciones que
tiene el término dependiendo del momento de vida en que Jung estaba
reflexionando acerca de lo psíquico- sino que además está íntimamente
relacionado con el concepto de Consciente e Inconsciente a lo largo de la historia
del pensamiento de Occidente.
Con mucha frecuencia planteo como reflexión, entre mis alumnos y
pacientes, la toma de conciencia de que la experiencia que podemos tener de ese
mundo que es nuestro Inconsciente, tal como lo conocemos y vivimos hoy en día,
tiene menos de 200 años, que realmente es poco si lo enmarcamos en los por lo
menos 10.000 años de registros que tiene nuestra cultura occidental que arrancan
con Homero (siglo VIII a.C). Es decir, la forma en que nuestros antepasados
cercanos vivían la experiencia de la conciencia y del inconsciente era muy
diferente a la nuestra.
Si nos remontamos a nuestras raíces idiomáticas, encontramos en el
Diccionario Latino la palabra conscientia, que se define como: “conocimiento
común a varias personas”. En esta definición ya se presenta la dificultad –que
persiste hasta nuestros tiempos- de poder enmarcar la experiencia de la
consciencia como un fenómeno individual, interno e íntimo. Desde sus orígenes,
se coloca como “un algo” que surge, desde la coincidencia que tienen los
individuos que forman parte de un colectivo, validando la percepción individual y el
entendimiento que pueda surgir de ésta.
Si la experiencia de la conciencia estaba alejada, aún más lo está la
experiencia de lo inconsciente. Este espacio estaba definido negando al primero.
Lo in-consciente se corresponde a lo que no es consciente. El prefijo in significa
fin y se utiliza para negar la característica a la que antecede. Es decir, que lo
inconsciente se definía por negación de lo consciente. Esto nos habla de la
distancia a la que se mantenía la experiencia del Inconsciente desde sus orígenes.
A lo largo del siglo XIX, desde Wilhelm von Schelling (1775-1854) (idealismo
como oposición al materialismo) hasta Friedrich Nietzsche (1844-1900) (el sentido
intangible de las experiencias), pasando por Arthur Schopenhauer (1788-1860)
(aproximación al pensamiento oriental), la filosofía alemana adoptó una visión del
inconsciente opuesta a la del racionalismo. Subrayó el lado nocturno del alma
humana y trató de hacer emerger el rostro oscuro enterrado en las profundidades
del ser.
A Sigmund Freud (1856-1939) le atribuímos el valioso aporte de habernos
aproximado a la experiencia del inconsciente desde una nueva perspectiva.
Aún cuando él no fue el primer pensador que utilizó el término inconsciente,
fue quien terminó por convertirlo en un concepto fundamental para su disciplina,
asignándole una significación muy distinta de la que le atribuían sus predecesores.
Al combinar tradiciones de la psiquiatría dinámica y la filosofía alemana,
Freud elaboró una concepción inédita del inconsciente. Realizó en primer lugar
una síntesis de las enseñanzas de Jean Martin Charcot (histeria), Bernheim
(hipnosis) y Josef Breuer (método catártico, Anna O.), que lo llevó hacia el
psicoanálisis y, en un segundo momento, le asignó un marco teórico a la dinámica
del inconsciente a partir de la interpretación de los sueños (1900).
Para Freud el inconsciente ya no es una "supraconciencia" o un
"subconsciente", situado sobre o más allá de la conciencia. Mucho menos es algo
que se podría definir como lo opuesto al consciente. Se convierte realmente en
una instancia a la cual la conciencia no tiene acceso, pero que se le revela en el
sueño, los lapsus, los chistes y los actos fallidos.
Esta nueva aproximación le asigna 2 propiedades al inconsciente: tiene la
particularidad de ser a la vez interno al sujeto (y a su conciencia) y exterior a toda
forma de dominio por el pensamiento consciente. En adelante, junto al consciente
había que concebir dos tipos de inconsciente, ambos inconscientes en el sentido
descriptivo, pero muy distintos en cuanto a su dinámica y al devenir de sus
contenidos: los del inconsciente propiamente dicho no podían llegar nunca a la
conciencia, mientras que los contenidos del otro, denominado por tal razón
preconsciente, alcanzaban la conciencia en ciertas condiciones, sobre todo
después de pasar el control de una forma de censura.
Es esta censura –la represión- la base de la formación del inconsciente
freudiano. Este está constituido por los contenidos que -estando relacionados y
cargados con la pulsión sexual y, habiendo pasado por el campo de la
consciencia- fueron rechazados, por lo que tanto sus imágenes simbólicas como
su energía, fueron a parar a ese espacio que es el inconsciente, desde donde
ejercen su influencia en una dinámica particular que da origen a una nueva
comprensión del mismo: aún cuando no tenemos acceso a sus contenidos, estos
influyen nuestra percepción, conducta y emociones.
Este es el momento en que Jung aparece en la escena de los estudios sobre
el inconsciente.
Jung -un psiquiatra suizo que tenía una sólida formación en el campo de la
psicosis al lado de los Bleuler (padre e hijo) y que había cursado estudios con
Pierre Janet (quien introdujo la idea de los aspectos disociados de la psique)-
venía desarrollando una investigación acerca de cómo algunos estímulos verbales
modificaban el tiempo de respuesta de los individuos objeto de la observación,
alejándolos de “la norma” -trabajo que se conoció posteriormente como el “Test de
asociación de palabras” y que sería la base para el desarrollo de su concepto de
los Complejos- a los 25 años lee el libro Interpretación de los sueños donde Freud
exponía sus primeras aproximaciones al inconsciente dinámico. El contenido del
libro le da a Jung herramientas teóricas para poder explicar los resultados que
había obtenido en su trabajo experimental. Frente a él aparece este espacio que
es el inconsciente freudiano, con una dinámica propia, que le permitía explicar el
origen de las variaciones que la respuesta de algunas personas podía presentar
frente a la respuesta “normal” que se presentaba sobre el mismo estímulo: eran
tanto los contenidos reprimidos como la energía que los acompañaban los que
influían prolongando el tiempo de respuesta o proporcionando una respuesta
inesperada frente a los mismos estímulos.
Entusiasmado por esta teoría, le escribe a Freud hablándole de cómo sus
ideas se adaptan a las observaciones obtenidas experimentalmente, e
inmediatamente, el vienés se comienza a interesar por este trabajo experimental
que le podría proporcionar al Psicoanálisis la base científica de la cual carecía -
requisito indispensable para que en la época se tomara con seriedad cualquier
planteamiento.
Ambos investigadores se conocen en el año 1907 y allí comienza una
estrecha relación de trabajo que duraría hasta el año 1913. En ese lapso, Jung se
constituye en el vocero más respetado del Psicoanálisis llegando a ocupar la
presidencia de la Sociedad internacional de psicoanalistas por varios años.
Sin embargo, a pesar del profundo vínculo que lo unía a Freud, y de ser uno
de los principales defensores del Psicoanálisis frente a la cantidad de detractores
que tenía para la época, Jung no compartía algunas de las ideas fundamentales
del mismo, entre los que se encontraba la idea de que la energía de la psique –la
líbido- provenía exclusivamente de la pulsión sexual del individuo. A medida que
pasaba el tiempo, a Jung le costaba más seguir este planteamiento, y Freud se
afincaba más en el mismo. Muestra de ésto lo encontramos en una carta dirigida
a Jung en 1910 en la que le decía: “Mi querido Jung, prométame que nunca
desechará la teoría sexual. Es lo más importante de todo. Vea usted, debemos
hacer de ello un dogma, un bastión inexpugnable contra la negra avalancha del
ocultismo”. En relación a esta misiva, Jung comenta que fue la que le hizo saber
que más temprano que tarde su relación con Freud estaba llegando a su fin.
Las líneas de pensamiento que separaban a Jung de Freud, tienen su primer
esbozo en un libro que aquel publicó en 1912 titulado Símbolos de transformación.
Freud no toleró el hecho de que Jung plantease ideas que se separaban de su
línea original, entre las que se encontraban el que la líbido no tenía que ser
exclusivamente de naturaleza sexual, siendo ésta una pulsión más entre muchas
otras. La libido supondría la totalidad de la energía psíquica indiferenciada, de
manera similar al "elan vital" de Henri Bergson. La energía general de la vida, que
subyace a los procesos físicos y mentales del hombre constituyen su libido. La
conducta humana no está determinada por la libido sexual de Freud, ni por la
compensación del sentimiento de inferioridad de Adler. Sólo existe la "energía vital
indiferenciada" que como fuerza motriz de la conducta puede adoptar la forma de
persecución del placer sexual, lucha por la superioridad, la creación artística u
otros fines. La finalidad de la energía vital es fundamentalmente proporcionar la
conservación y la continuidad de la especie humana. Una vez satisfechas las
necesidades de supervivencia de origen biológico, la energía vital puede ser
canalizada hacia otros fines como las producciones culturales o creativas del
sujeto.
Para esta época, para Jung, lo inconsciente per se es, por definición,
incognoscible. Lo inconsciente es necesariamente inconsciente— ironizaba. De
acuerdo con esto, sólo podría ser aprehendido por medio de sus manifestaciones
(en relación a ésto, recordemos que por su relación con el Psicoanálisis, estas
manifestaciones serían los sueños, lapsus, actos fallidos y chistes).
A lo largo de su vida, varias veces hizo referencia a un sueño que tuvo en
sus años de adolescente, que lo marcó significativamente y que podríamos
relacionar con esta primera posición frente al inconsciente: [ (MDR, pp 88):
“Era de noche en algún lugar desconocido. Yo estaba realizando
una lenta y penosa caminata con un fortísimo viento que venía de
frente. Había mucha niebla alrededor mío. Tenía mis manos
protegiendo una débil llama que amenazaba con apagarse en
cualquier momento. Todo dependía de que yo mantuviese esa
pequeña llama viva. De pronto, tuve la sensación de que algo venía
detrás de mí. Volteé y ví una gigantesca figura negra que me seguía.
En ese momento estaba conciente, dentro del terror que sentía, que
yo debía mantener viva la llama y alejada de los peligros, a pesar de
la noche y el viento”.
(Comentar la similitud entre este sueño y la Alegoría de la
caverna de Platón, como muestra de lo arquetipal, además del
elemento de influencia que Platón tiene en el pensamiento junguiano:
La Alegoría de la caverna es una explicación metafórica,
realizada por el filosofo griego Platón circa. 427 a. C./428 a. C. – 347
a. C en el VII libro de La República, de la situación en que se
encuentra el ser humano respecto del conocimiento. Así Platón
explica su teoría de la existencia de dos mundos: el mundo sensible
(conocido a través de los sentidos) y el mundo de las ideas (solo
alcanzable mediante la razón).
Platón describió en su mito de la caverna una gruta cavernosa,
en la cual permanecen desde el nacimiento unos hombres
hechos prisioneros por cadenas que les sujetan el cuello y las
piernas, de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared
del fondo de la caverna y no pueden escapar. Justo detrás de
ellos, se encuentra un muro con un pasillo y, seguidamente y por
orden de lejanía respecto de los hombres, una hoguera y la
entrada de la cueva que da al mundo, a la naturaleza. Por el
pasillo del muro circulan hombres cuyas sombras, gracias a la
iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que los
prisioneros pueden ver.
En este mito, el ser humano se identifica como los prisioneros.
Las sombras de los hombres y de las cosas que se proyectan, son las
apariencias, es decir, lo que captamos a través de los sentidos y
pensamos que es real (región sensible). Las cosas naturales, el
mundo que está fuera de la caverna y que los prisioneros no ven, son
el mundo de las ideas, en el cual, la máxima idea, la idea de Bien (o
verdad), es el sol. Uno de los prisioneros logra liberarse de sus
ataduras y consigue salir de la caverna conociendo así el mundo real.
Es este prisionero ya liberado el que deberá guiar a los demás hacia
el mundo real, es el símbolo del filósofo.
La situación en la que se encuentran los prisioneros de la
caverna representa el estado en el que permanecen los seres
humanos ajenos al conocimiento; únicamente aquellos capaces de
superar el dolor que supondría liberarse de las cadenas y volver a
mover sus entumecidos músculos, podrán contemplar el mundo de las
ideas con sus infrautilizados ojos.
Este tipo de alegoría, en la que pone de manifiesto cómo los
humanos podemos engañarnos a nosotros mismos o forzados por
poderes fácticos.)

Sigue Jung:
“Al despertar me dí cuenta de que esa figura esta un espectro del
Brocken, mi propia sombra en las tinieblas, que se ponía en
evidencia por la pequeña llama que yo portaba. También supe que
esa pequeña llama era mi conciencia, la única luz que poseo. Mi
propio entendimiento es mi único y gran tesoro. Aunque infinitamente
pequeño y frágil en comparación con los poderes de la oscuridad,
sigue siendo mi luz, mi única luz. ]

Yo soy de los que piensa que en su necesidad de diferenciarse de su


antiguo compañero intelectual, hizo un enorme esfuerzo por “comenzar de cero”,
lo cual no le permitía utilizar como referencia ninguna de las observaciones ni
planteamientos del Psicoanálisis que había defendido y ampliado por tantos años.
En relación a este planteamiento, me permito volver a traer una de los
párrafos anteriores. Decíamos: …Para esta época, para Jung, lo inconsciente per
se es, por definición, incognoscible. Lo inconsciente es necesariamente
inconsciente— ironizaba. De acuerdo con esto, sólo podría ser aprehendido por
medio de sus manifestaciones.
Relacionando esta posición frente al inconsciente con el sueño que el
propio Jung tuvo, al que hemos hecho referencia y en el que se mostraba la
estrecha relación entre la luz de la conciencia y la sombra de lo inconsciente, no
creo que sería muy descabellado suponer que fue cuestión de poco tiempo el que
comenzara a utilizar esta metáfora de la sombra como una realidad psíquica y que
a partir de un momento, sustituyese el Inconsciente freudiano por la Sombra
junguiana.
Marie-Louise von Franz -una de las colaboradoras más cercanas de Jung-
en su libro Sombra y el Mal en cuentos de hadas (1995) -que recoge 2 lecturas
que se llevaron a cabo en 1957 y en 1964- nos refiere la siguiente anécdota:
Durante una discusión acerca de la Sombra como concepto, Jung le dijo a sus
discípulos: “Esto no tiene ningún sentido. La Sombra es, simplemente, todo el
inconsciente”.
Esta misma forma de conceptualizar la Sombra, se la he oído muchas
veces a Rafael López-Pedraza -uno de los más profundos analistas junguianos
contemporáneos, formado por los discípulos más cercanos a Jung entre los que
se encontraba la von Franz, en la escuela fundada por Jung en Zurich: “Sombra es
todo aquello que yo desconozco de mí mismo”, y sin embargo, sabemos que no es
la única acepción del concepto utilizada por él.
Para mí, de las cosas más extraordinarias e interesantes que tiene el
trabajo desde la perspectiva junguiana, es que a lo largo de un proceso de
acompañamiento con un paciente, vemos cómo, a medida que van surgiendo las
inquietudes, síntomas, imágenes y sueños, vamos encontrando una correlación
directa entre éstos y los conceptos del marco teórico de la Psicología analítica. De
allí mi afirmación, que repito frecuentemente, en relación a que los conceptos
junguianos “se ven”.
Y, en alguna forma, la aparición de los mismos a lo largo del proceso
terapéutico, guardan una cierta relación con el orden en que estos conceptos
fueron apareciendo en la obra de Jung. Esta última afirmación la hago con la
advertencia de que no sea tomada como una fórmula, ya que en el planteamiento
junguiano no hay nada más alejado que las fórmulas que pueden encasillar los
procesos o expresión de lo psíquico. Para Jung, cualquier cosa relacionada con lo
psíquico, siempre fue un “suceder”.
Si alguien, que no sepa nada de psicología, viene a una sesión de terapia,
no nos quedaría más remedio que decirle, en relación a los procesos que se dan
fuera de su control y voluntad, y de los cuales no tenemos ninguna conciencia,
que ellos pertenecen al ámbito de su Sombra.
En el libro de von Franz citado anteriormente, ella señala que en la primera
etapa de la aproximación al inconsciente, la Sombra no es más que un nombre
“mitológico” para todo aquello que, estando dentro de mí, yo no puedo conocer
directamente. (p. 3)

Si nos paseamos por la obra de Jung, encontramos como sus


planteamientos teóricos fueron revisados una y otra vez. Un ejemplo de esto lo
tenemos en el tomo 7 de sus Obras completas, quizás el que recoge la más rica
síntesis de los mismos. En él encontramos dos ensayos sobre Psicología analítica
–de allí su título. El primer ensayo llamado Sobre la psicología del inconsciente
fue publicado por primera vez en 1917 y fue reeditado 5 veces, la última de las
cuales fue publicada en 1943. El segundo Las relaciones entre el Ego y el
inconsciente fue publicado por primera vez en 1916 y reeditado 3 veces,
publicándose la última de las mismas en 1938.
En este tomo encontramos una definición que hace Jung de este aspecto
de nuestra psique: “Por Sombra me refiero al aspecto “negativo” de la
personalidad, la suma de todas esas cualidades “displacenteras o incómodas” que
nos gusta esconder, junto con las funciones subdesarrolladas y los contenidos del
inconsciente personal” (Jung pp103n.5 Tomo 7).
En esta definición, podemos ver que hay un enriquecimiento y una
profundización del concepto inicial, mucho más general, que ya revisamos. En
esta segunda aproximación al concepto de Sombra, el autor lo asocia y lo ubica
con el nivel personal del inconsciente, pero no lo identifica con el mismo. Así
mismo, nos dice, que encontraríamos por lo menos 3 elementos diferentes en la
Sombra:
a. El aspecto negativo de la personalidad que nos gusta esconder
(podríamos equivaler este esconder con reprimir).
b. Funciones subdesarrolladas de la psique (recordar el “problema” de
la función inferior cuando hace su desarrollo sobre los tipos
psicológicos)
c. Contenidos del inconsciente personal, es decir memorias perdidas,
percepciones subliminales, ideas dolorosas que son reprimidas u
otros contenidos que no han madurado hacia la conciencia.

Sin embargo, sabemos que el concepto de Sombra no quedó aquí. Hoy en


día estamos más familiarizados con una aproximación al concepto que surgió
posteriormente, al madurar los conceptos iniciales -sobre todo los relacionados
con el Ego y el complejo del Ego (explicar)- en el que la Sombra se ve como una
personificación de un aspecto de nuestro inconsciente.
Jung en El hombre y sus símbolos (1966), el libro al que le dedicó los
últimos meses de su vida, nos dice (p.93):
“Los integrantes de nuestra constitución mental no pueden
desarraigarse sin grave pérdida.
Al ser reprimidos o desdeñados, su específica energía se
sumerge en el inconsciente con consecuencias inexplicables. La
energía psíquica que parece haberse perdido, al reprimirse sirve
para revivir e intensificar todo lo que sea culminante en el
inconsciente, con lo cual me refiero a tendencias que, quizás, no
tuvieron hasta entonces ocasión de expresarse o, al menos, no se
les permitió una existencia no reprimida en nuestra conciencia.
Tales tendencias forman una “sombra”. Permanente y
destructiva, en potencia, en nuestra mente conciente. Incluso las
tendencias que, en ciertas circunstancias, serían capaces de ejercer
una influencia beneficiosa, se transforman en demonios cuando se
les reprime.”

En el mismo libro, Marie-Louise von Franz nos dice (p. 168-176):


“La sombra no es el total de la personalidad inconsciente.
Representa cualidades y atributos desconocidos o poco conocidos
del ego: aspectos que en su mayoría pertenecen a la esfera personal
y que también podrían ser conscientes. En algunos aspectos, la
sombra también puede constar de factores colectivos que se
encuentran fuera de la vida personal del individuo. Cuando un
individuo hace un intento para ver su sombra, se da cuenta de
impulsos y cualidades que niega en sí mismo pero que puede ver
claramente en otras personas”.

En otro de sus libros, la misma von Franz (Shadow and evil in fairy tales
p.3) nos complementa:
“En Psicología junguiana, generalmente definimos a la Sombra
como la personificación de ciertos aspectos de la personalidad
inconsciente, que podría haberse agregado al complejo del Ego,
pero que por diversas razones no lo están. Por lo tanto, pudiésemos
decir que la Sombra es el lado oscuro, no vivido y reprimido del
complejo del ego”.

Es el Otro Yo del Dr. Merengue, el Mr. Hyde del Dr. Jerkyll (Stevenson
1886) (Stevenson 1850-1894).
Una personalidad que vive en mi psique, que tiene autonomía propia y que
al manifestarse representa los aspectos más opuestos a la imagen conciente que
tengo de mí mismo.

2. Aparición de la Sombra en nuestro aparato psíquico


Como vimos al revisar la evolución del concepto de Sombra, este está
directamente relacionado, en todas sus acepciones, con el mecanismo de
represión.

Para los que no están familiarizados con el mismo, podríamos decir que la
represión es el proceso por el cual un contenido conciente es rechazado del
campo de la conciencia y forzado a permanecer en el inconsciente.
Para mí es importante diferenciar la represión de la contención. Si
ponemos por ejemplo el caso de una persona con cualquier adicción, la represión
aparece en la actitud del que, frente a un estropicio debido a su debilidad, se dice:
“No lo vuelvo a repetir” y de esta forma se niega el que su tendencia “se mueva”
en la psique y de esta forma pueda ser reflexionada. Caso diferente es el de que
frente a la misma tendencia, mantiene en la conciencia el conflicto que se genera
entre el impulso a aproximarse a su objeto de adicción y el freno frente al mismo.
En el primero, al reprimir el conflicto y la situación, se asume que ésta se
resolvió, por lo que una y otra vez aparece la “sorpresa” de volver a actuar el
impulso, cuando la energía psíquica que genera la represión del mismo, alcanza
un nivel en el inconsciente que necesita ser liberada, y que por lo general, la
liberación de esta energía, se hace por la vía del camino más transitado: la
debilidad; mientras que en el segundo, la contención permite hacer una lectura
sostenida de lo que está sucediendo y de esta forma puede “emerger” el
significado de la situación, ya sea éste simbólico o biológico, y las consecuencias
tanto de actuar el impulso como de contenerlo, están presentes.

En relación a la formación de la Sombra, el poeta americano Robert Bly en


su libro Un pequeño libro sobre la sombra humana (1988) nos da una magnífica
imagen de cómo se da el proceso y de sus resultados:
“Cuando tenemos 1 o 2 años de edad, tenemos lo que podríamos
visualizar como una personalidad de 360*: irradiamos energía desde
todos los ángulos de nuestro cuerpo y de nuestra psique. Un niño
corriendo es un enorme y vital globo de energía. Muy bien, tenemos un
globo de energía, pero un día nos damos cuenta de que a nuestros
padres no le gustan ciertas partes del globo…Detrás nuestro tenemos
una bolsa invisible, y en ella vamos colocando lo que a nuestros padres
no les gusta, para conservar su amor. Para el momento en que vamos
al colegio nuestra bolsa ya está bastante larga, y allí nuestros maestros
nos enseñan a hacerla más larga aún…Luego vamos al bachillerato y
allí son las personas de nuestra misma edad las que nos presionan y el
contenido de la bolsa sigue creciendo….Para el momento en que
tenemos 20 años de edad, lo que queda del globo redondo de energía,
es una delgada tajada. Imaginemos un hombre alrededor de sus 24,
que tiene una delgada tajada de energía –el resto está en la bolsa- e
imaginemos que conoce a una mujer. Ella también tiene una delgada y
elegante tajada que le ha quedado. Ellos se juntan en una ceremonia y
esta unión de estas dos tajadas la llamamos matrimonio. ¡Incluso
uniendo los dos no llegan a hacer una persona!...
Diferentes culturas llenan la bolsa con diferentes contenidos…Nos
pasamos nuestros primeros 20 años de vida decidiendo que partes de
nosotros mismos ponemos en la bolsa, y nos pasamos el resto de
nuestra vida tratando de sacarlas nuevamente. Algunas veces esto se
hace imposible. Es como si la bolsa se hubiese sellado. Y, ¿qué pasa
entonces?...Dr. Jekyll and Mr. Hyde nos da una idea: la parte nice de
nuestra personalidad se hace, en nuestra cultura idealística, más y más
nice…pero la sustancia que está en la bolsa adquiere una personalidad
propia. No puede ser ignorada. La historia de Stevenson nos dice que
la sustancia encerrada en la bolsa, un día, aparece en otro lado de la
ciudad. La sustancia en la bolsa se siente furiosa, y si lo observan, luce
como un gran mono y se mueve como un gran mono…La historia nos
dice que cuando ponemos una parte de nosotros en la bolsa, ésta sufre
una regresión. Se de-evoluciona hacia el barbarismo…y cuando
aparece nuevamente se acompaña de miedo y rabia….Cada parte de
nuestra personalidad que no amamos desarrollará una hostilidad hacia
nosotros…”

Digo yo: Es difícil no reconocernos en estas imágenes.

Si observamos con detenimiento, el proceso de formación de la Sombra


descrito por Bly no sólo tiene un cierto carácter compensatorio –principio que
encontramos a todo lo largo de la obra de Jung- sino que también nos remite a la
idea de una economía energética: hay un monto de energía personal que se
mueve a lo largo de los diferentes niveles de nuestra psique y que dependiendo
del monto de la misma en cualquiera de ellos, producirá una u otra manifestación.
Aprovecho este punto para señalar otro aspecto en que los planteamientos
junguianos se separaron de los freudianos. En Freud, los aspectos reprimidos
“cargaban” de energía al inconsciente y salían como un síntoma que siempre
simbolizaba un conflicto sexual mientras que para Jung, los aspectos reprimidos
terminaban “asociándose en una personalidad interiorizada” que podía expresarse
de muchísimas formas. Es por ello que quizás la referencia más conocida que nos
permite reconocer con cierta facilidad lo que es la Sombra personal es la de Dr.
Jekyll y Mr. Hyde -nombrada por Bly.
Para aquellos que no la conocen, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde
es una novela escrita en 1886 por Robert Louise Stevenson -el mismo autor de La
isla del tesoro.
Un aspecto interesante en relación al origen de la novela es que Stevenson
“la soñó” y al contarle el sueño a su esposa, ésta lo conminó a escribirlo. Así nace
esta obra que ha sido llevada al cine y al teatro en numerosas oportunidades.
La misma gira alrededor de la transformación que sufre el Dr. Jekyll -un
elegante y prestigioso médico londinense- al ingerir una pócima preparada por él
mismo, en su proceso de investigación para descubrir medicamentos más
potentes para aliviar el dolor.
El Dr. Jekyll cuidaba mucho de la imagen que tenía en su entorno por lo
cual no se permitía “sacar a pasear” un aspecto de su personalidad que describía
como una “disposición alegra e impaciente”. Sin embargo, la primera vez que
tomó la pócima, sintió un estado de liberación y una energía que lo impulsaron,
por primera vez en sus 50 años de vida, a “visitar lugares no muy decentes de la
ciudad de Londres” donde logró llevar a cabo las fantasías reprimidas por muchos
años. Sin embargo, al acabarse el efecto de la droga, se llenó de miedo por la
posibilidad de que alguien lo hubiese podido reconocer en esos lugares y se
prometió no volver a experimentar con ella.
Como suele suceder cuando pretendemos reprimir algún aspecto de
nuestra personalidad, una vez que le damos una oportunidad para que se abra
paso hacia fuera y se exprese, el placer que se experimenta con esa liberación,
nos impulsa a repetirlo una y otra vez.
De la misma forma, el Dr. Jekyll, a pesar de la promesa que se había hecho
a sí mismo, volvió a probar el brebaje y en, esta ocasión, sintió tan intensamente
el efecto del mismo en su cuerpo que tuvo la sensación de que éste había
cambiado, por lo que buscó un espejo para verse. Para su sorpresa en lugar de
su imagen, encontró la de un hombre más joven que él, más bajo, de contextura
fornida, que le recordaba, en alguna forma a un mono. Este descubrimiento lo
alegró muchísimo porque, a partir de ese momento, podría dar rienda suelta a su
naturaleza salvaje tras esta nueva imagen -que llamó Mr. Hyde- que protegería su
verdadera identidad.
Sin embargo, Jekyll poco a poco fue perdiendo el control que pretendía
tener sobre la situación. Con cada salida de Hyde, éste se mostraba más agresivo
y ya sus apariciones podían darse sin que tuviese que ingerir la droga. Jekyll
tenía que hacer un enorme esfuerzo para mantenerlo a raya y esa lucha por
reprimirlo la pagaba en el momento en que Hyde nuevamente aparecía.
En esta momento de la trama, Jekyll escribe una carta que es una suerte de
confesión: en su juventud, se dio cuenta de que la conciencia de cada ser humano
se compone de dos aspectos - el bien y el mal - que están enzarzados en una
lucha continua. Siguiendo la hipótesis de que es posible polarizar y separar estos
dos componentes del yo, creó una poción que podía transformar a una persona en
la encarnación de su parte maléfica, consiguiendo al mismo tiempo depurar el lado
bueno.
Son increíbles estas líneas de Stevenson que precedieron una cantidad de
años los descubrimientos de Freud y Jung en relación al inconsciente y su
dinámica.
Fue cuestión de tiempo el que la situación se saliera completamente de las
manos y Hyde matara a alguien. Para el momento en que esto sucede, se había
invertido la relación entre las personalidades y la pócima: ahora era necesario que
Jekyll bebiera del brebaje para poder recuperar su identidad. Por el crimen,
cometido frente a una cantidad de testigos, comienza la búsqueda de Hyde y todo
apunta a que el mismo se está refugiando en la casa del prestigioso médico.
Jekyll-Hyde está buscando desesperadamente el principio activo de la
pócima para poder prepararla y escapar a la cacería bajo la fachada del médico,
pero se da cuenta de que ya no le queda nada. Cuando los policías se aproximan
al cobertizo donde esperan encontrar al asesino, se oye un disparo. Derriban la
puerta y detrás de ella descubren el cadáver del Dr. Jekyll. No hay vestigios de la
presencia de Mr. Hyde.

3. Dinámica de la Sombra en nuestra Psique, según la estructura de Jung

En la novela de Stevenson encontramos una primera aproximación a cómo


nuestra Sombra se relaciona con otros aspectos de nuestra psique. En la misma,
el propio autor habla de la polaridad bien-mal como un par de opuestos presente
en nuestra interioridad.
Para poder pasearnos por otras aproximaciones, nos toca revisar un poco
más detenidamente la estructura del aparato psíquico según Jung, y la dinámica
que existe entre sus partes.

Quizás uno de los libros más interesantes de la obra de Jung es el conocido


como The Tavistock Lectures o The London Seminars que corresponde a unas
conferencias que dio Jung en la Clínica Tavistock de Londres en 1935. A lo largo
de estas conferencias, expuso sus ideas acerca de la psique frente a un público
en el que se encontraba presente un nutrido número de psicoanalistas. En el libro
no sólo quedó un registro del contenido de las exposiciones de Jung sino también
de las discusiones que se dieron posteriormente entre él y profesionales que
cuestionaron sus planteamientos y la defensa que esgrimió frente a los mismos.
Del mismo voy a extraer los conceptos y reflexiones que considero más
importantes de lo que él mismo denominó: la estructura de la mente inconsciente y
sus contenidos.

Uno de las primeras afirmaciones que hace Jung es que la psique es un


sistema autorregulado que presenta un vínculo compensatorio entre el consciente
y el inconsciente, similar a los mecanismos homeostáticos de nuestro cuerpo.
En relación al inconsciente nos recuerda que no podemos explorarlo
directamente porque el inconsciente es exactamente inconsciente y por lo tanto no
tenemos forma de relacionarnos con él… No sabemos exactamente cuánto
abarca porque no sabemos nada acerca del mismo. Sin embargo, termina
afirmando que tenemos dos niveles de inconsciente: el personal y el colectivo.
En nuestro inconsciente personal están los complejos y el ánima o animus.
En nuestro inconsciente colectivo están los arquetipos.
La conciencia, por su parte, la describe como un fenómeno intermitente que
en gran medida es un producto de la percepción y de la orientación en el mundo
externo …Está caracterizada por una cierta estrechez. Sólo puede sostener un
par de estímulos simultáneos en un momento determinado.
Comenta que un hecho importante acerca de la conciencia es que nada
puede hacerse conciente si no hay un Ego al cual se refiera. Es decir si no hay un
Yo que identifique como centro al que referirme, no puedo hacer conciencia. De
esta forma se pudiese definir a la conciencia como la relación de los hechos
psíquicos con el Ego.

Para Jung, el Ego tiene dos acepciones. Por un lado es, operativamente
hablando, el foco que enmarca el centro de nuestra conciencia. Con frecuencia yo
hago el símil de un gran ojo que nos permite “ver” aspectos muy puntuales de
nuestro exterior, pero también de nuestro mundo interior. El Ego es la estructura
que me permite registrar, concientemente, los estímulos que provienen del
exterior, pero que a su vez, si lo “giro hacia adentro” registra la comodidad o
incomodidad que pueda estar sintiendo en mi contacto con el afuera, o me permite
“ver” lo que estoy pensando o sintiendo. Gracias a él, podemos distinguir una
cantidad de funciones en nuestra conciencia, que nos permiten conectarnos con
datos que provienen del exterior (ectopsique) y con datos que provienen de
nuestro mundo interior e inconsciente (endopsique).
En este sentido, el Ego es una estructura operativa altamente especializada
para registrar el presente.
Sin embargo, esta estructura para poder funcionar, está aliada con otra
función de nuestro aparato psíquico que es la memoria. La misma no sólo me
permite poder nombrar y reconocer lo que observo, sino que mantiene un registro
de las experiencias que tengo en el eje tiempo.
Esta memoria en el tiempo es la que me permite “reconocer-me” en las
experiencias que guardo de mis 8 años, de mis 15, de mis 20, en fin, en todas
aquellas que he tenido a lo largo de mi vida. Es lo que me permite saber, al ver un
grupo de fotografías de diferentes etapas y situaciones de mi vida, que ese que
aparece en la foto, por muy diferente que sea, soy Yo. Pero ésto sólo es posible
gracias a la estrecha relación que mantiene el Ego con la memoria.
Por lo tanto, el Ego es una suma compleja de datos constituidos, en primera
instancia, por la conciencia general que podamos tener de nuestro cuerpo, de
nuestra existencia; y en segunda instancia, por los datos que conservamos en
nuestra memoria. Tenemos una cierta idea de “haber sido y de haber estado”
gracias a una larga serie de memorias. Desde aquí, pudiésemos identificar al Ego
como una sumatoria compleja de hechos psíquicos cargados de emociones: un
complejo. El complejo del Ego.
Es por esto que resulta prácticamente imposible no identificarnos con el
Ego y crear la ilusión de que psíquicamente no existe nada más que él. El Ego es
el que registra el presente, lo relaciona con un pasado, reconoce el resultado de
mi interacción con el entorno, registra las emociones que se activan y “toma
decisiones” en relación a la experiencia, ya sea en el sentido de moverme en el
entorno, o de “reajustar” la presencia psíquica de los elementos que están
presentes.
Es desde el complejo del Ego que -retomando la metáfora de la esfera de
energía y la bolsa de Bly- yo decido que aspectos se mantienen expresándose y
cual se reprime y participa de la formación de mi Sombra.
Recordemos como Marie-Louise von Franz reconoce esta relación entre la
Sombra y el complejo del Ego:
“…la Sombra es la personificación de ciertos aspectos de la
personalidad inconsciente que pudiesen estar asociados al complejo
del Ego pero que, por varias razones, no lo están. Desde aquí
pudiésemos decir que la Sombra es el lado oscuro, no vivido y
reprimido del complejo del Ego”.
De este párrafo de la Dra. von Franz pudiésemos inferir que si el complejo
del Ego tiene un lado oscuro, por oposición debe tener también un lado luminoso.
Este lado luminoso no es ni más ni menos que la Persona o Máscara. La
“fachada” que yo construí para presentarme al colectivo que me rodea.
Pudiésemos decir que el tamaño y complejidad de mi Sombra es
directamente proporcional a la fuerza y rigidez que tiene mi Máscara. Mientras
más sólida es mi Máscara, más inconsciente y reprimida es mi Sombra, y por lo
tanto estará más cargada energéticamente. Y, como lo vimos en la imagen que
nos proporcionó Bly, la fuerza de la represión está directamente relacionada con la
presión que ejerció mi colectivo para que asumiera ciertas características y
rechazara otras.
Joseph Handerson, en el capítulo que escribe para el El Hombre y sus
símbolos (p.118-121) nos dice en relación a esa dinámica entre Ego y Sombra:
“Ego y Sombra, aunque separados, están inextricablemente
ligados… el Ego está en conflicto con la Sombra, en lo que el Jung
llamó “la batalla por la liberación”. En la lucha del hombre primitivo
por alcanzar la consciencia, este conflicto se expresa por la
contienda entre el héroe arquetípico y las potencias cósmicas del
mal, personificadas en dragones y monstruos. En el desarrollo de la
conciencia individual, la figura del héroe representa los medios
simbólicos con los que el Ego surgiente sobrepasa el umbral de la
mente inconsciente y libera al hombre maduro de un deseo regresivo
de volver al bienaventurado estado de infancia, en un mundo
dominado por su madre. … La batalla entre el héroe y el dragón es
la forma más activa de este mito y muestra claramente el tema
arquetípico del triunfo del ego sobre las tendencias regresivas. Para
la mayoría de la gente, el lado oscuro o negativo de la personalidad
permanece inconsciente. Por el contrario, el héroe tiene que percibir
que existe la sombra y que puede extraer fuerza de ella. Tiene que
llegar a un acuerdo con sus fuerzas destructivas si quiere convertirse
en suficientemente terrible para vencer al dragón. Es decir, antes
que el Ego pueda triunfar, tiene que dominar y asimilar su Sombra”.

En la medida en que yo estoy más identificado con el complejo del Ego, y


con mi Máscara, menos posibilidades existen de que se muevan los otros
aspectos de mi psique, ya que la represión necesaria para mantener los
contenidos “negativos” en el inconsciente tiene un alto costo energético y, por lo
tanto, no hay suficiente energía disponible para que se de el movimiento.
Sin embargo, cuando la Sombra comienza a moverse, inmediatamente
comienzan a aparecer expresiones de otros aspectos de nuestro psiquismo.
Aspectos que hasta ese momento estaban perdidos en ese espacio del
inconsciente y que desde la definición de Sombra como “aquello que no conozco
de mí” formaban parte de la misma.
Entre estos aspectos están los conocidos como anima –en el hombre- y
animus –en la mujer. Lo femenino para el hombre, o lo masculino para la mujer,
son psicologías tan diferentes tanto para el uno como para el otro, que se
constituyen en fuente de información acerca de cosas para las que no se tienen
ojos. Por ello la Persona o Máscara está en oposición al Anima y al Animus.
Para Jung, históricamente encontramos al ánima y al animus sobre todas
las posibilidades divinas: forman parte del par masculino-femenino de las
divinidades. Las encontramos en las oscuridades de las mitologías primitivas, en
las especulaciones filosóficas del gnosticismo y en la filosofía clásica china donde
el par cosmogónico es designado como yang (masculino) y yin (femenino).
Jung (Tomo 9i, pp. 112-121) englobaba un grupo de fenómenos psíquicos
relacionados o análogos con la parte ctónica y femenina del espíritu, que
encontramos representados históricamente a lo largo de la literatura y de las
religiones, bajo el término de Ánima. Para él éste no era un concepto teórico sino
empírico. Todos hemos tenido la experiencia de conectarnos con nuestra ánima –
decía.
Nos proporciona inspiración, capacidad intuitiva, la posibilidad de descubrir
una forma más sensible de relacionarnos, pero sobretodo, es una de las vías
principales para contactar la cualidad femenina del alma y nuestra relación con el
inconsciente. No en vano, en los tiempos antiguos, se empleaban sacerdotisas
para interpretar la voluntad divina y para establecer comunicación con los dioses.
El Animus por su lado proporciona la capacidad emprendedora, atrevida y
veraz, que en su forma más elevada se traduce en una profundidad espiritual.

Estas dos figuras anímicas posibilitan la relación con los aspectos más
profundos de nuestro inconsciente: los arquetipos.
En la medida en que ya no es el complejo del Ego el que ocupa el centro
de la psique, en la medida en que podemos romper la identificación con el mismo,
es que se podrá dar paso a la conexión con el verdadero ordenador de nuestra
psique: el Self o Sí mismo, permitiendo que la vida se transforme en una aventura
interior, rica y llena de posibilidades creadoras.

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