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Introducción Al Barroco
Introducción Al Barroco
Introducción Al Barroco
El manierismo como estilo artístico predominó en Italia desde el final del Alto
Renacimiento (1530) hasta los comienzos del período Barroco, hacia el año 1600. Se
originó en Venecia, gracias a los mercaderes, y en Roma, gracias a los Papas Julio II y
León X, pero finalmente se extendió hasta España, Europa central y Europa del norte. Se
trataba de una reacción anticlásica que cuestionaba la validez del ideal de belleza
defendido en el Alto Renacimiento.
Su origen etimológico proviene de la definición que ciertos escritores del siglo XVI,
como Giorgio Vasari (1511-1574), asignaban a aquellos artistas que pintaban "a la
manera de...", es decir, siguiendo la línea de Miguel Ángel, Leonardo o Rafael, pero
manteniendo, en principio, una clara personalidad artística. El significado peyorativo del
término comenzó a utilizarse más adelante, cuando esa "maniera" fue entendida como
una fría técnica imitativa de los grandes maestros. La orfebrería fue uno de los ámbitos
más beneficiados por este complejo arte, que afectó tardíamente, pero de forma genial,
a El Greco. Como reacción al manierismo, surgió en Italia el caravaggismo. Después de
ser reemplazado por el barroquismo, fue visto decadente y degenerativo.
Como etapa preparatoria, que coincide cronológicamente con el renacimiento y el
barroco, debe tenerse en cuenta el manierismo. La palabra barroco tuvo originalmente
un sentido peyorativo, ligado con la extravagancia y la exageración, que aún se
mantiene en ciertos tópicos del lenguaje no especializado. Se dice que el término deriva
del portugués barroco (castellano barrueco), que significa 'perla irregular'. También
suele relacionarse con baroco, nombre que recibe una figura de silogismo. El barroco
expresa la conciencia de una crisis, visible en los agudos contrastes sociales, el hambre,
la guerra, la miseria. Suele establecerse una distinción entre el barroco de los países
protestantes y el de los países católicos (barroco de la Contrarreforma).
“El barroquismo fue una reacción, una protesta. Si durante el Renacimiento se buscaron
y se delimitaron las formas y las ideas sobre la falsilla rigurosa y dentro de los férreos
moldes de los modelos grecolatinos, durante el barroco, por el contrario, todo fue
buscado, hallado, logrado y prestigiado en lo impreciso, en lo desorbitado, en lo
tumultuoso. Lo que el Barroco exalta en la individualidad es el ingenio. El hombre
barroco tiene la obligación de evolucionar hacia el furor ingenii, del que no existe
precedente en la Europa contemporánea. El ingenio lleva a ese hombre a la egolatría y
al egocentrismo; y este y aquella dan origen a la polémica, a la intriga, al panfleto.
Aparecer genial o sencillamente original era una avidez conceptista exclusivamente
española. Pero aún resulta más maravilloso el sentimiento barroco que tiende a
humanizar lo sobrenatural. Para este sentimiento, ni el más alto grado de lo sagrado
tiene categoría irracional. El hombre barroco español no prescinde de complicar con la
Humanidad lo más respetable de la religión. El español barroco renunció a expresarse
ligeramente y con claridad; amó el zigzag, la desviación, la pomposa sobreabundancia,
la extravagancia. Y se decidió por el simbolismo.” (F. C. Sainz de Robles)
Así desde el punto de vista estético, sobresalen la búsqueda de la novedad y de la
sorpresa; el gusto por la dificultad, vinculada con la idea de que si nada es estable, todo
debe ser descifrado; la tendencia al artificio y al ingenio; la noción de que en lo
inacabado reside el supremo ideal de una obra artística.
Si el Renacimiento fue más o menos importado, el Barroco es en el fondo la aguda
manifestación de ciertas tendencias típicas del espíritu español; por eso se le suele
llamar al siglo XVII el Período Nacional.
El Barroco español pone una bomba bajo la serenidad armónica del Renacimiento, época
que para el Barroco es demasiado preceptiva. El Barroco será puro nervio, pura
excitación. Hizo claras alusiones y alardes de la impotencia y límites de la creación
artística. La audacia, la rebeldía contra la normatividad es su rasgo artístico
característico.
El Barroco confía más en el hombre “a capricho” (“hombre ingenioso”) que en la
tradición paradigmática. Se discute sobre el libre albedrío y sobre el problema de la
libertad del hombre. Es un movimiento que careció de sistema y medida. Es el arte de la
Contrarreforma. En arquitectura nace el Barroco en Roma con Bernini (1590):
imaginación sin freno en arte, que se extiende a la literatura en la búsqueda de lo
“ingenioso” y rebuscadamente llamativo (culteranismo y conceptismo).
«En la mitad del siglo XVI da sus frutas mejor madurecidas el Renacimiento. Ya sabéis lo
que es el Renacimiento: la alegría de vivir, una jornada de plenitud. Se aparece a los
hombres el mundo de nuevo como un paraíso. Hay una perfecta coincidencia entre las
aspiraciones y las realidades. Notad que la amargura nace siempre de la desproporción
entre lo que anhelamos y lo que conseguimos.
Chi non può quel che vuol, quel che può voglia.
El que no puede lo que quiere, quiera lo que puede,
decía Leonardo de Vinci. Los hombres del Renacimiento querían sólo lo que podían, y
podían todo lo que querían. Si alguna vez la desazón y el descontento asoman en sus
obras, lo hacen con tal bello rostro, que en nada se parecen a eso que llamamos
tristeza, a esa cosa entre manca y tullida que hoy se arrastra gemebunda por nuestros
pechos. A ese grato estado de espíritu del Renacimiento sólo podía corresponder serenas
y mensuradas producciones, hechas con ritmo y con equilibrio; en suma: lo que se decía
la maniera gentile.
Pero hacia 1580 comienzan a sentir las entrañas europeas una inquietud, una
insatisfacción, una duda de si es la vida tan perfecta y cumplida como la edad anterior
creía. Empiézase a notar que es mejor la existencia que deseamos que la existencia que
tenemos. Son más anchas y más altas nuestras aspiraciones que nuestros logros.
Nuestros anhelos son energías prisioneras en la prisión de la materia, y gastamos la
mayor parte de ellas en resistir el gravamen que ésta nos impone.
¿Queréis una expresión simbólica de este nuevo estado de espíritu? Frente al verso de
Leonardo recordad estos otros de Miguel Ángel, que es el hombre del instante: La mia
allegrez’ e la maninconía.
O Dio, o Dio, o Dio,
Ch’’ m’ a tolto a me stesso,
Ch’ a me fusse più presso
O più di me potessi, che poss’ io?
O Dio, o Dio, o Dio.
¿Quién me ha arrebatado a mí mismo, quién que sobre mí pudiese más que yo puedo?
No podían las formas quietas y lindas del arte renacentista servir de vocabulario donde
expresaran sus emociones de héroes prisioneros, de encadenados Prometeos, los
hombres que así aúllan a la vida. Y, en efecto, justamente en estos años se inicia una
modificación en las normas del estilo clásico. Y la primera es estas modificaciones
consiste en superar las formas gentiles del Renacimiento por la mera ampliación de su
tamaño. Miguel Ángel opone en arquitectura lo superlativo, lo enorme, va a triunfar en
el arte. De Apolo se dirige la sensibilidad a Hércules. Lo bello es lo hercúleo. [...]
Yo sólo quería indicar que, cuando se alza sobre el horizonte moral europeo la
constelación de Hércules, celebraba España su mediodía, gobernaba el mundo y en un
seno del patrio Guadarrama el Rey Felipe erigía, según la maniera grande, este
monumento a su ideal. [...]
Esta arquitectura es toda querer, ansia, ímpetu. Mejor que en parte alguna aprendemos
aquí cuál es la sustancia española, cuál es el manantial subterráneo de donde ha salido
borboteando la historia del pueblo más anormal de Europa. Carlos V, Felipe II han oído a
su pueblo en confesión, y éste les ha dicho en un delirio de franqueza: «Nosotros no
entendemos claramente esas preocupaciones a cuyo servicio y fomento se dedican otras
razas; no queremos ser sabios, ni ser íntimamente religiosos; no queremos ser justos, y
menos que nada nos pide el corazón prudencia. Sólo queremos ser grandes». Un amigo
mío que visitó en Weimar a la hermana de Nietzsche, preguntó a ésta qué opinión tuvo
el genial pensador sobre los españoles. La señora Förster-Nietzsche, que habla español,
por haber residido en Paraguay, recordaba que un día Nietzsche dijo: «¡Los españoles!
¡He aquí hombres que han querido ser demasiado!»
Hemos querido imponer, no un ideal de virtud o de verdad, sino nuestro propio querer.
Jamás la grandeza ambicionada se nos ha determinado en forma particular, como
nuestro Don Juan, que amaba el amor y no logró amar a ninguna mujer, hemos querido
el querer sin querer jamás ninguna cosa. Somos en la historia un estallido de voluntad
ciega, difusa, brutal. La mole adusta de San Lorenzo [del Escorial] expresa acaso
nuestra penuria de ideas, pero, a la vez, nuestra exuberancia de ímpetus. Parodiando la
obra del doctor Palacios Rubios, podríamos definirlo como un tratado del esfuerzo puro.»
(Ortega y Gasset, José: “Meditación del Escorial.” (1915). En: Obras completas. Madrid:
Revista de Occidente, t. II, pp. 555-557)
El siglo XVII da la sensación de ser algo totalmente diferente del anterior siglo XVI. Pero
es difícil delimitar sus orillas. Situar a Cervantes dentro del Barroco puede ser tan difícil
como situarlo dentro del Renacimiento. Cervantes sintetiza en sí los dos períodos,
aunque unos autores los sitúan en el Renacimiento y otros en el Barroco. En realidad
está a caballo de ambos siglos.
El Barroco español supone la plena nacionalización de los temas del Renacimiento. Pero
ya la época de Felipe II hizo una fusión nacional de Renacimiento y medievalismo, de
italianismo y poesía popular, de paganismo y religiosidad. La diferencia entre
Renacimiento y Barroco se ve en el estilo: sobriedad, equilibrio y mesura en el
Renacimiento contra exuberancia y proliferación barrocas. El Barroco es un arte
acumulativo que intenta impresionar los sentidos y la imaginación con estímulos
poderosos: manifestaciones retorcidas del entendimiento, imágenes brillantes, ideas
ingeniosas, audacias estilísticas (cultismo y conceptismo barrocos). En el nivel de los
sentimientos, el Barroco busca excitar el terror o la compasión, provocar admiración o
sorpresa, sirviéndose para ello de los medios más pintorescos, más grotescos o
monstruosos: tendencia a la exageración, cultivo del contraste, etc.
En arte, el Barroco muestra las siguientes características:
Pirámide social
España Francia
Nobleza feudal Nobleza
Hidalgos Clero
Funcionarios públicos – Letrados Burguesía / Clase media: comerciantes
Campesinos Campesinos
Comerciantes Proletariado
Proletariado y mendigos
Las expulsión de los moriscos y los judíos después de la Reconquista introdujo un factor
negativo en el orden económico tanto como en el demográfico; que se vio agravado por
los efectos de la peste y las hambrunas.
Desde 1609, año en el que se decretó su destierro, hasta 1614, cuando se consideró
finalizado el proceso, salieron de los territorios peninsulares de la Monarquía Hispánica
cerca de 275.000 moriscos. Poco a poco, el Imperio Español se fue convirtiendo en una
potencia de segundo orden; frente al surgimiento de Inglaterra y Francia, que
desarrollan sus economías reales y terminan quedándose también con los metales
preciosos.
La decadencia militar y política del Imperio Español se inició con la derrota de la Armada
Invencible (1588), y continuó con la sufrida por su infantería en la batalla de Rocroi, en
Francia, el 19 de mayo de 1643, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en la Paz
de Westfalia de 1648 y en el Tratado de los Pirineos de 1659; y se prolongó al ingresar
el Siglo XVIII, con la Guerra de Sucesión.
En 1600 comentaba el economista Martín González de Cellorigo (en su obra Memorial de
la política necesaria y útil restauración de España y estados de ella, y desempeño
universal de estos reinos) la situación del Imperio en el que “no se ponía el sol” (Carlos
V): “los españoles han querido reducir estos reinos a una república de hombres
encantados que vivan fuera del orden natural”. señalaba este economista cómo la
inflación generada por la llegada de la plata de América era la causa de la pobreza del
reino, pues el dinero en circulación debía ajustarse a la cantidad de transacciones que se
producían. Por ello, como la riqueza sólo crece “por la natural y artificial industria”,
condenaba la búsqueda del lucro mediante operaciones especulativas y privilegios
administrativos, que generaban el abandono de los oficios y actividades productivas.
Muerto Felipe II (1556-1598), desvanecidas las mínimas sospechas de disidencias
religiosas, expulsados los últimos moriscos en 1609, la sociedad hispana se queda
inmóvil en las quietas aguas de su homogeneidad espiritual. Las guerras se llevan a
cabo ahora fuera de las fronteras españolas, mientras que dentro de casa reina la paz de
la creencia imperturbable de estar en posesión de la única “religión verdadera”. Como
dice Américo Castro: “Cada uno tenía la certeza de pertenecer a una sociedad de
castizos cristiano viejos, de señores e hidalgos. No más banqueros o intelectuales de
estirpe judaica. El gigantesco personaje de la sociedad eclesiástico-señorial-campesina
estaba omnipresente como nunca antes”.
En 1598, sube al trono Felipe III, hijo de Felipe II. Hacen su aparición las primeras
monedas de cobre en la historia de España. En 1627, el Estado tiene que declarar otra
suspensión de pagos y se devalúa la moneda de vellón en un 50% (era una moneda de
cobre que se usó en lugar de la fabricada con liga de plata). A partir de 1630, va
disminuyendo la llegada de la plata de las Indias.
El sistema de los validos o favoritos de la Corte se eleva a categoría constitucional.
Valido es el nombre que se da en historiografía a quien, desde el siglo XVII,
desempeñaba el principal papel como consejero regio, en tanto que favorito, de los
monarcas españoles de la Casa de Habsburgo. El valido concentraba buena parte de las
decisiones gubernamentales mediante su dominio de la corte, al que había llegado desde
el ejercicio de la privanza real, es decir, desde la mayor cercanía a la persona del rey. La
influencia decisoria del valido estaba basada en el favor regio.
El régimen político de la Monarquía Hispánica quedó así desvirtuado, dado que el
complejo sistema de clientelas del valimiento se superpuso en buena medida al sistema
de consejos de que se había dotado aquélla casi desde sus inicios. Los validos del rey
Felipe III fueron Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, y su hijo, Cristóbal
Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Uceda; en tanto que bajo la monarquía del
sucesor de aquél, Felipe IV, Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares, y
el sobrino de éste, Luis Menéndez de Haro, marqués de Carpio, serían quienes ejercieran
esa privanza. En los años de reinado del último monarca español de la Casa de
Habsburgo, Carlos II, la institución de la privanza no dejó de existir, pero los favoritos
de dicho soberano carecieron del verdadero poder ejercido por sus antecesores, y, de
hecho, no suelen ser considerados validos. Prototipo de valido será el conde-duque de
Olivares, que dirigió la política de la Monarquía Hispánica durante veinte de los años del
reinado de Felipe IV, concretamente desde 1623 hasta 1643.
Las fuerzas sociales continúan en el siglo XVII como en tiempos de Felipe II: exceso de
nobles, hidalgos y religiosos (más de 100.000). La miseria cunde por toda la península.
Según una copla popular, “al rico llaman honrado porque tiene que comer” y no necesita
robar. La escasa industria castellana sufre un colapso definitivo.
En 1609 tiene lugar la expulsión de los moriscos, contra lo que aconsejaba un buen
gobierno económico material, al que se prefirió la “economía a lo divino”. El mito de la
España limpia y purificada de contaminaciones moriscas y judías sigue vigente,
dominando el panorama y la ideología de la época. Lope de Vega (1562-
1635), poeta, novelista y dramaturgo español, conocido como el Fénix de los ingenios,
presenta en una de sus obras de teatro a San Isidro Labrador (patrono de la ciudad de
Madrid) como “un labrador de Madrid del linaje de los godos”.
Correlato de tal mitomanía era el desprecio ideológico por las actividades comerciantes e
industriales o científicas de la clase judía-morisca anterior, posteriormente de la clase
burguesa. Fruto de esta mitomanía era también el antiintelectualismo: tener “agudeza e
ingenio” era sinónimo de ser judío. El que sabe nunca está seguro de poseer la verdad
definitiva; sólo el que “está en la creencia” está seguro de “estar en la verdad”.
Parafraseando una frase de Isaac Asimov: “mi ignorancia es mejor que tus
conocimientos”. Aún podemos leer en Tirso de Molina (1583-1648): “que suele la
cristiandad alcanzar más que la ciencia”.
La Inquisición sigue presidiendo todo este proceso y velando por la “pureza” de la fe.
Lope de Vega alaba en una de sus comedias la creación de la Santa Inquisición “porque
como el Santo Oficio no habéis hecho beneficio a España”. La Inquisición medieval fue
fundada en 1184 en la zona de Languedoc (sur de Francia) para combatir la herejía de
los cátaros o albigenses. En 1249 se implantó también en el reino de Aragón y fue la
primera Inquisición estatal. En la Edad Moderna, con la unión de Aragón con Castilla, fue
extendida a ésta con el nombre de Inquisición española (1478-1821) y estuvo bajo
control directo de la monarquía hispánica, cuyo ámbito de acción se extendió después a
América.
El conde-duque de Olivares (1623-1643), desde el principio de su actuación como
gobernante, contó con un programa político reformista en el cual planteaba al Rey un
reparto proporcional del coste de la defensa de la Monarquía Hispánica entre todos los
reinos (la denominada Unión de Armas), así como una profunda reforma de la Hacienda
castellana y de la estructura institucional del gobierno, medidas todas inspiradas en la
mejor literatura arbitrista. En 1641, Olivares intentó contra viento y marea abrir los ojos
a la clase dominante del país y convencerla de que había que traer judíos a España para
que se hicieran cargo de las actividades económicas. Olivares fracasó estrepitosamente
en su empeño y dos años más tarde perderá el favor del rey.
En 1640, Portugal recupera su independencia, que había perdido en 1580, año en que
muere el rey-cardenal Sebastián Enrique I el Casto (1578-1580) antes de que el Consejo
de Regencia hubiera escogido a su sucesor. Con él termina la dinastía de Avís. La crisis
sucesoria fue aprovechada por Felipe II de España, que en 1580 envió al duque de Alba
para que reclamara Portugal mediante la fuerza. Lisboa cayó con rapidez y Felipe fue
elegido rey de Portugal con el nombre de Felipe I de Portugal, con la condición de que el
reino y sus territorios de ultramar no se convertirían en provincias españolas.Bajo
Felipe I, Portugal disfrutó de una autonomía considerable, pero sus sucesores, Felipe II
(Felipe III de España) y Felipe III (Felipe IV de España), trataron a Portugal como una
provincia española más, lo que provocó un gran descontento. Después de las fallidas
revueltas de 1634 y de 1637, los conspiradores portugueses consiguieron, con el apoyo
de Francia, la independencia de su reino en 1640, aprovechando la revuelta catalana y
la debilidad de la monarquía hispánica, que no reconoció la independencia hasta 1668.
La revuelta catalana, Revuelta de los catalanes o Guerra de los
Segadores contra la monarquía hispánica (1640-1659) afectó a gran parte de Cataluña
entres los años 1640 y 1652. El resultado fue la firma de la Paz de los Pirineos, tratado
firmado en 1659 por el que finalizó la guerra declarada entre la Corona española y la
francesa en 1635, en el contexto de la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la
rebelión de Cataluña de 1640 o guerra dels Segadors. Dibujó una nueva frontera franco-
española en el Pirineo orientalpasando el condado del Rosellón y la mitad del de la
Cerdaña, hasta aquel momento partes integrantes del principado de Cataluña, uno de
los territorios de la monarquía hispánica, a soberanía francesa. La guerra comienza a
raíz del malestar que generaba en la sociedad catalana la presencia de tropas,
fundamentalmente castellanas, durante las guerras entre Francia y España, enmarcadas
dentro de la Guerra de los Treinta Años (1618–1648). Los hechos del Corpus de Sangre
de 1640, desencadenados por el amotinamiento de un grupo de unos 400 o 500
segadores que entraron en Barcelona y que conducirían a la muerte del conde de Santa
Coloma, virrey de Cataluña, marcan el inicio del conflicto.
El comercio con América estaba en crisis, llegando a una gran caída en 1631 y 1641. Los
ingresos de la Corona de los que habían sido tradicionalmente su soporte: Castilla y
América, estaban bajo mínimos, lo que llevó a buscarlos en las otras partes del reino. Ya
desde algo antes de 1620, el Consejo de Finanzas, las Cortes castellanas y muchos
economistas castellanos pedían un reparto más equitativo de la carga del imperio.
Consideraban que Castilla contribuía en exceso a los gastos de defensa y pedían que el
resto de reinos y provincias contribuyeran al menos a sufragar sus propios gastos de
defensa.
El conde-duque de Olivares en 1621 incorpora las ideas de reparto y uniformidad fiscal
en su idea de gobierno. Olivares propuso la Unión de Armas: la creación de un ejército
de 140.000 reservas reclutados y mantenidos por las diferentes provincias, reinos y
virreinatos de acuerdo con sus necesidades y posibilidades. Una serie de sucesos llevó a
un mayor deterioro de la ya enrarecida relación entre Cataluña y la Corona, radicada en
Madrid: En 1638, tropas francesas sitiaron Fuenterrabía (Guipúzcoa), lo que supuso una
rápida respuesta desde Castilla, las provincias vascas, Aragón y Valencia, pero la
Diputación catalana mantuvo Cataluña al margen alegando su derecho a no intervenir
fuera de sus fronteras. En 1639 Olivares elige deliberadamente a Cataluña como frente
para atacar a Francia e intentar que Cataluña contribuyese a los esfuerzos militares.
Este esfuerzo militar estaba abocado al fracaso por la falta de apoyo, tanto desde Madrid
como desde Barcelona, y Cataluña entera.
En 1647-1648, se sublevan Sicilia y Nápoles y España tiene que reconocer la
independencia de Holanda. La Paz de los Pirineos de 1654 señala la supremacía europea
de Francia. Los españoles siguen, sin embargo, considerando la guerra como cosa
“divinal”: “serenos siempre queridos de Dios y los elegidos de su Iglesia, y triunfaremos
de nuestros enemigos ... Las batallas en las que hoy está empeñada España son
propiamente de Dios, porque son por la causa de religión ... Por ser las presentes
batallas por causa de religión, se pueden esperar con toda certeza grandes y gloriosas
batallas” (Fray Francisco Enríquez, 1638).
Carlos II (1665-1700), último de la dinastía Habsburgo, muere sin dejar sucesión. Al
no dejar herederos, empieza la Guerra de Sucesión (1700-1714) con la intervención de
todas las potencias europeas. Al final, triunfa Francia e impone a España a Felipe V
(1700-1746), nieto del Rey Sol. Comienza a reinar en España la dinastía de los Borbones
y se abre así el Siglo de las Luces. Se ha llegado al punto final de la decadencia del
Imperio teocrático. Una copla popular resumía así la situación: “–¿En qué se parece
España a sí misma? –¡En nada!”.
Las violentas contradicciones del sistema imperial son: sus mitos casticistas (limpieza de
sangre), su irracionalismo, su alta cultura y su miseria, su poder militar y su decadencia
tecnológica y organizativa, su riqueza de oro y plata traídas de América y su deuda
permanente con los banqueros europeos. “Nuestras Indias están en España”, dirá un
ministro francés.
Carlos II Llevó continuas guerras muy costosas contra Francia. Al morir sin sucesió
(1665-1700) Sucesión (1700-1714), Francia, Inglaterra y Holanda evitan el desequilibri
nombrando al nieto de Luis XIV rey de España bajo el nombre de Felipe
monarca de la Casa de Borbón, que sustituye a la Casa de Habsburgo
territorios españoles gracias al testamento definitivo del último rey de ésta, C
Visión del mundo barroco
Si el Renacimiento en España fue más o menos importado, el Barroco es en el fondo la
manifestación de ciertas tendencias típicas del espíritu español. Por eso se le llama al
Barroco español el “Período Nacional”.
Si el Renacimiento exalta el mundo, el hombre, la naturaleza y lo clásico, el Barroco
desvaloriza la vida presente y la naturaleza humana. Varias son las causas del
desequilibrio del siglo barroco en España.
Pesimismo e indiferencia
En el siglo XVI, Felipe II intenta evitar la escisión de Europa en dos bandos. El Escorial
es la imagen plástica de la España disciplinada, imbuida de los ideales
contrarreformistas. El siglo XVII ofrecerá una imagen contraria: a la disciplinada figura
de Felipe II sigue un ambiente de desasosiego nacional. Las angustias del momento
provocan una tensión que el Barroco intenta resolver en el arte con la huida en una
actitud extremosa y un gesto desorbitado.
El sentido de la mesura, propio del Renacimiento, se pierde. Los típicos contrastes
propios de la vida española, adquieren en el Barroco una terrible violencia. El tradicional
dualismo español realismo <> idealismo se acentúa. Lo nuevo, lo exagerado, lo original,
lo sorprendente, la rebuscada artificiosidad, lo “ingenioso” (en contraste con lo genial),
etc. son los rasgos estilísticos del Barroco. Era el Renacimiento armonía, elegante
naturalidad, estaticismo, el Barroco es todo movilidad, rebuscada artificiosidad,
contraste dinámico: búsqueda de lo ingenioso e inhabitual, de lo que sobrepase los
límites de lo normal por exceso o por defecto (la monumental ruina del Imperio o lo
ínfimo como el bostezo de una dama).
El Barroco intenta excitar la sensibilidad con violentos estímulos sensoriales. Es el arte
de la sorpresa: lo maravilloso, grotesco, colosal, monstruoso, etc. Es un arte expresivo
que busca lo nuevo, lo original, lo sorprendente. El Renacimiento era la medida, el canon
clásico, la preceptiva clásica. El Barroco será puro nervio, pura excitación. Hace
alusiones a la impotencia y a los límites de la creación artística, mostrando una audacia
y rebeldía contra la normatividad renacentista. Confía más en el hombre “a capricho”
que en la tradición paradigmática. Carece de sistema y medida. Es la búsqueda de lo
“ingenioso” (Quevedo) y lo rebuscadamente llamativo.
El barroco literario español no corresponde exactamente al siglo XVII. Tal vez serían
para él más exactos estos límites: 1580-1680. Entre 1580 y 1630 aún se lucha con los
últimos forcejeos renacentistas. Y entre 1680 y 1730 aún se desvive el Barroco,
ahogado por el frío del neoclasicismo.
Lope de Vega Primer tercio del siglo XVII, paso al Barroco. Momento cumbre de
lucha entre CULTERANOS y CONCEPTISTAS. Ambas corrientes
Góngora estilísticas presentan un rasgo común: afectada artificiosidad y
Quevedo abandono de la naturalidad renacentista, norma suprema hasta
entonces.