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El amor, manifestacién central de la vida, en compafifa de su componente dindmico, el _ erotismo, se convierten asi en los antirrobots por excelencia. Su poder crece a medida que se los quiere encadenar, y ast lo comprende Henry Miller que en un estallido de furor " profético, proclama: “Hemos visto todos los mecanismos de destruccién, salvo el estallido de la sexualidad. Seré el ultimo cataclismo: el - diluyio que barrera los robots”. Cuando se ha Ilegado a esa conclusién se “lumina la cara oscura de la existencia, Todo “Io que merece el nombre de vida surge de un hrimedo subterréneo, de su topinera, para -enfrentar al sol. Los valores se subvierten, "Esa existencia convencional y sin sentido, la inica que se nos permitia mirar a la cara, se -convierte en polvo, y la vida que palpita, aquella en la que comprometemos la totalidad de nuestro cuerpo y nuestra alma, adquiere sentido. Aldo Pellegrini Un Editorial Argonauta DH. Lawrence — Henry Miller sagrado Lo erdt Argonauta D. H. Lawrence Henry Miller Aldo Pellegrini Lo erdtico como sagrado Pornografia y obscenidad Editorial Argonauta Aldo Pellegrini Lo erético como sagrado Seguido de: D. H. Lawrence Pornografia y obscenidad Henry Miller La obscenidad y la ley de reflexién % Editorial Argonauta Conpocion INsuRREXIT / 3 «Lo ex6tico como sagrado» / Aldo Pellegrini © 2013 Editorial Argonaura, Buenos Aires «Pomnografia_y obscenidad» David Herbert Lawrence La obscenidad y la ley de reflexién» I Henry Miller “Traduccién y notas: Aldo Pellegrini © 2013 Editorial Argonauta, Buenos Aires «Pornography and Obscenity» © Fridtjof Karla Publications, Michigan City, USA info@editorialargonauta.com.ar ‘wwrw.cditorialargonautacom.ar Disefio de coleccién: Mario Eskenszi ‘Aldo Pellegrini Lo erdrico como sagrado : pornografa y obscenidad / Aldo Pellegrini: D. H, Lawrence ; Henty Miller. - a ed, - Buenos Aires: Argonaura, 2013, 104 p.; 18e11 cm. (Insurexit 3) Traducido por Aldo Pellegtini ISBN 978-950-9282-68-1 1. Ensayo, I. Lawrence, D. Hy Il, Milles Henry IIL, Aldo Pellegrini cad. DD a6 ISBN: 978-950-9282-68-1 Hecho el depésito de ley 11723 Fecha de impresién: junio 2013, Impreso en Grifica MPS sR. Santiago del Estero 338 - Gerli - Buenos Aires Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Aldo Pellegrini Lo erético como sagrado Titulo: Lo erdtico como sagrad, Publicado originalmente como estudio preliminar en la prime- ra edicién en castellano de: D. H. Lawrence y Henry Milles, Pornografia y obscenidad. BdicionesNueva-Visién, Buenos Aires, 1967. (N. del E,) La sociedad contemporinea es presa de una trans- formacién (palabra que debe sustituir a la de ctisis, empleada habitualmente) en cuyo proceso todavia nos enconttamos y que abarca todos los planos de su es- tructura como conglomerado., A esa transformacién concurren fenémenos diversos que actuando unos so- bre otros determinan ese cambio profundo no sélo de Ia estructura social, sino del hombre como individuo, que se percibe en el mundo de hoy. No hay duda de que Ia teenificacién que alcanza actualmente grados antes insospechados tiende a mecanizar de tal modo Ia existencia que los componentes especificamente vita- les del hombre pugnan por reconquistar sus derechos. De estos componentes son los vinculados a la esfera de la teptoduccién y que configuran el esquema del amor los que se constituyen en la més violenta opo- sicién a Ja existencia mecanizada, Se revela entonces un resquebtajamiento de viejas convenciones morales y tabiies provocado por la aparicién de un nuevo en- foque sobre el sexo. ‘Asi se inicia en lo que va de este siglo, y paralela- mente a Ia revolucién cientffica que conduce a la tecni- ficacién, otra revolucién, que abarca desde las costum- bres hasta la actitud mental, concentrada particular- mente en el problema del amor. Esta xevolucién encabezada primeramente por men- 9 talidades cientificas fue desarrollada, difundida y vita- lizada por mentalidades artisticas, A comienzos de si- glo, Havelock Ellis presenta un estudio descriptive de Ia sexualided, utilizando el rigor de las ciencias natu- rales. Concomitantemente, Freud se aboca a una expo- sicién psicobiolégica de Jo sexual, a una revelacién de Ia ontogenia de los instintos, partiendo del principio del placer, que por un lado ha abierto un rumbo de extraordinaria fecundidad en la investigacién de las motivaciones inconscientes, y pot el otro ha determi- nado la aparicién de una cohorte de seudoterapeutas que, con el pretexto de curar las neurosis resultantes de conflictos reprimidos de la libido, han cteado verda- deras logias de trastornados sexuales, en los que la obscenidad (no el erotismo) adquiere estado habitual, y que al manejar lo sexual sin naturalidad, al modo de los tragadores de fuego, hacen del amor un espectéculo de circo mucho més falso que la gazmofierfa que pre- tenden combatir. El sndlisis de grupo, fundado en la necesaria participacién integral del individvo en un conglomerado social, y por lo tanto esencialmente vé- lido, se ha convertido —desvirtuando su significado— en un tipo de tertulia modesta, en la que por el ma- rnoseo de un lenguaje aparentemente sexual, absolute- mente carente de contenido, se llega a la prostitucién de lo exético. Esta observacién no significa, por supuesto, desvalo- rizar la labor de quienes, siguiendo Ja ruta de Freud y mediante el desarrollo de un tronco doctrinario flexi- ble que fatalmente tiene que incorporar las adquisicio- nes globales de la psicologia, la sociclogia y las distin- tas amas de Ia antropologfe, tratan de arrojar luz sobre Ia esencia de Jo vital que siglos de represién han 10 sumido en la oscuridad. Pero es necesario, de una vez por todas, denunciar el inmenso mimeto de falsifica- dores, ignorantes (Estos, como siempre, los més peli- ‘gr0sos) y mercenatios que, de un modo ortodoxo, hete- rodoxo © paradoxo, en lugar de reducir 1a angustia sexual, la han multiplicado y deformado, obsequién- donos con una clase media retorcida y feisandée que hace de lo sexual un deporte sin convieci6n, que hen perdido Ia nocién de que sexo y amor son la misma cosa, y han logrado asi acumular una angustia y sole- dad fabulosas. Lo paradéjico en el psicoandlisis es que interpretaciones tefiidas de un profundo carécter sub- jetivo funcionen sobre un esquema seudocientifico construido sobre la base del positivismo ingenuo en boga a fines del siglo xrx. Gran parte de los psicoanalistas carecen de la base cultural y de la amplia perspectiva humana indispen- sables para el manejo del delicado instrumento que tienen entre manos, y acttian como tenedores de libros que se propusieran resolver sus problemas contables recurriendo al eélculo infinitesimal. La seudo libertad sexual logeada por ese tipo de anélisis conduce a la confusién de sentimientos 0 a la erotomanfa, con una desesperacién similar a la de los toxicémanos o dipsémanos. Se pierde el cardcter sa- grado de lo erético, se desnaturaliza 1o sexual, se lo pervierte. ‘A pesar de este desventurado séquito de epigonos, no puede negarse que fue y sigue siendo la obra de Freud la que en mayor medida ha contribuido a rom- pet Ia sélide muralla de la hipocresia, y si no le sobra- ran otros méritos, ese solo bastaria para hacerla per- durable. i El interés demostrado por dilucidar los valores esen- cialmente vitales del hombre encontré desde un co- mienzo la resistencia opuesta por los tabties sociales organizados para mantener impenetrable el problema sexual, A toda obra literaria que penetrara en esos vedados territorios se le aplicaban los rétulos infaman- tes de obscena o pornogrética. Estos calificativos bastaben para prohibir toda alu- sién por més velada que fuere a lo sexual, y encerraban las magnificencias de lo erdtico en una tierra de nadie, inaccesible para el publico. Pornografia, obscenidad y erotismo A pesar de la vaguedad con que han sido aplicados, ‘es necesario aclarar los términos de obsceno y porno- gréfico. La obscenidad designa una manifestacién que se desarrolla en el plano social, y abarca el terreno del Jenguaje, del gesto, de Ia expresidn. En el lenguaje comprende los términos considerados tabiies, que son todos los de la esfera sexual. Se pretende que lesiona u ofende una vaga muralla de puleritud social que sue- Je denominarse decoro. Representa siempre un acto de agresién y su consecuencia es el estupor, el shock, Ia indignacién del agredido. La pornograffa pretende actuar como excitante se- xual y se desenvuelve especialmente en el plano pri- vado. Es en realidad un acto de sucia provocacién sexual, y se dice que lesiona u ofende el pudor. Solapa- 12 da, secreta y vergonzosa, deja inevitablemente en el prqvocado un sentimiento de culpa. Se presenta con los ornamentos de la fealdad y de Ja bajeza. ‘Ambos términos designan deformaciones de Ja esfe- ra sexual. A ellos se opone Jo erstico, que se desen- vuelve en una amplia escala desde lo social hasta lo individual y constituye un asociado infaltable de la sexualidad. El erotismo esté:ligado siempre al amor y como antagonista de la obscenidad y la pornografia se presenta asociado a la belleza. Un falso erotismo sin amor constituye la base de la pomografia y se presenta asociado a la fealdad. 'Tampoco el erotismo es lubtici- dad, la que por deformacién y exageracién de lo exé- tico constituye una caricatura de Ja sexualidad. Pero en el mundo convencional estos términos se usan tergiversados, como lo hace notar Lawrence: a Io exético se le cuelga el rétulo de pornogtifico, y las expresiones normales y directas de lo sexual son con- sideradas obscenas. A la inversa, ciertas deformacio- nes francamente pornogrificas, revestidas del disfraz de decoro, pasan por eréticas. La violenta censura social que existe sobre la sexua- lidad llega a determiner en los més débiles un hotzor del propio cuerpo que los transforma en secos fan- tasmas sin vida. Se ha Ilegado a una verdadera dicoto- mia del hombre, en cuerpo y alma, que engendra las més erréneas concepciones sobre la existencia. El cuer- po se convierte en fuente de todos los males, el alma es el asiento de Ia pureza, Nocién tan falsa y desven- trada habita el espiritu de mucha gente todavia hoy. ‘A esa ciencia que afsla y separa al cuerpo, para dat- nos una imagen absolutamente cadavérica y anatémica, se opone la concepeién real del cuerpo vivo, en la que 3 Jo perceptible del cuerpo aparece inseparablemente unido con esa parte no sensorial y misteriosa que lla- mamos alma. Y esto por encima de toda i6n religiosa 0 no del universo. samp Si se considera al sexo como la fuente de todos los horrores se realiza el mas crudo y obsceno atentado a Ja vida. Cualquiera sea su visién del universo, la vida debe tener para el hombre ese carécter sagrado sin el cual todo pierde sentido, Y este infatigable busca- dor de sentido que es el hombre no puede ver sino con profunda devocién todo lo que constituye el fun- damento de la vida. La obscenidad no es més que la otra cara de la mo- neda de la hipocresta. La hipocresia mutila la expre- sién para rehuir toda referencia directa a la vida se- xual. Pero como ésta constituye el motor de las mas dispares acciones del hombre, y esté presente sin ce- sar como energia que exige salida, la encuentra por Jos més tortuosos caminos. Asi los hipécritas suelen ser Jos que ocultan las més crudas perversiones 0 més mezquino resentimiento sexual. Los nifios prote- gidos absurdamente en sus casas de la contaminacién no ya de Jo obsceno sino de Ia més minima alusién a Ja vida natural, encuentran en la calle Ja fuente de Je mas retorcida ensefianza. Es inevitable estar al lado de Lawrence en contra de Ja verdadera pornogeatia: ella es una caricatura del sexo y revela, como Io sefiala con gran lucides ese esctitor, tanto o més desprecio por lo sexual que el que tienen los mismos hipécritas. Actualmente el erotismo, tema tabii hasta hace poco reservado para publicaciones de carécter cientifico (al go asi como si se tratara de una enfermedad), invade 14 el campo de la literatura, es decir, entra en contacto con el piblico general. La explicacién de este hecho estarfa, como ya hemos sefialado, en que se convier- te en el simbolo de una reaccién contra la existencia mecanizada. En la ultima posguerra se produce una evidente expansién del campo del erotismo, revelada por el auge de la literatura crudamente realista vincu- Jada con Jo sexual. Esa tendencia dominante se ha ex- tendido de la literatura al cine y a otros espectéculos en manifestaciones no siempre’ bien intencionadas (me- jor dicho, muy a menudo no bien intencionadas y de cardcter sensacionalista 0 directamente pornogréficas) que demuestran que el eje del interés del piblico ha variado, Los bestsellers norteamericanos que hasta hace treinta afios estaban representados por novelas rosas, hoy elevan a Ia popularidad novelas en las que abundan escenas erétices o de violencia sexual, El alud del interés piblico por tales temas, constituyéndose en elemento de presién (como suelen decir hoy los socié- logos) ha hecho retroceder Ja barrera de la censura y hoy se venden en Estados Unidos, con entera libertad, Et amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence y Trdpico de Céncer de Henry Miller. Se firma por todas partes una marcada tendencia a revaluar el tema eterno del amor e incorporarlo a la vida de la comu- nidad cn su verdadera dimensién. Por supuesto, al ampato de esta inclinacién y explotando sus desviacio- nes morbosas, se desarrolla contemporéneamente una literatura falsamente sexual, con tendencia a una por- nogtafia abyecta 0 grotesca cuyo ejemplo se encuentrs en cierto tipo de novela policial actualmente en boga. 15 D. H. Lawrence y Henry Miller, profetas de la vida Dos escritores son los méximos representantes de este retomno a la vida inmediata en este siglo: prime- ro D, H, Lawrence, que desde 1912, fecha de apari- cién de su novela Trespasser (El transgresor), hasta la de su muerte en 1930 no cejé un instante en su lucha fen pro de los derechos vitales del hombre y en su ataque al mundo convencional, a la vez mediante su obra de novelista-pocta y sus brillantes ensayos, En 1934, a raiz de la sensacional aparicién de Trépico de Céncer, Henry Miller retoma esa lucha, con ca- racterfsticas propias y con un acento particular, contra la chacura y falta de vitalidad del mundo tecnificado que el escritor ejemplifica en las metrépolis norteame- ricanas. Ambos, al tratar con total franqueza el tema de lo sexual en sus obras, hicieron que éstas fueran censutadas y perseguidas, debiendo venderse por bajo la cuerda como si fueran realmente obscenas y porno- griticas.! Hablar de ambos escritores signifiea penetrar pro- fundamente en el tema del amor, cuyas oscutas gale- tfas ellos trataron de iluminar, y a través de éste en la necesidad de tealizarse vitalmente que aqueja més que nunca al hombre de hoy. 1. Lawrence sufri6 la primera ccién de Ia censura en 1915, a tate de la publicacién de su novela The Rainbow (El ascoitis); en 1928, muevamente Ja censura prohibe la difusién de Lady Chatterley’s Lover (El amante de lady Chatterley), ‘que tuvo que publicarse en el extranjero. La censura nor teamericana prohibié la publicaciGn y difusidn de los libros de Miller: Trépico de Céncer, Tr6pico de Capricornio, Primavera negra y Sexus. 16 Individuulistas extremos los dos, se plantearon que la crisis fundamental de nuestra época residfa en una distorsién de los principios éticos naturales y esen- ialmente en una renuncia a los derechos fundamen- tales de Ja vida y en primer término a los de amor. Para ambos el acento sobre lo etético tiene el signifi- cado de un grito de liberacién del hombre. Ast lo proclama claramente Miller en su libro El mundo det 5ex0. Sin embargo la expresi6n de un parecido anhelo pre- senta en esos dos escritores diferencias que es mece- sario sefialar. Miller tiene preferencia por Jos elemen- tos obscenos, utilizéndolos como arma de protesta para provocar el derrumbe de las convenciones, me- diante actos francos de agresidn. La btutalidad de esta agtesién hace decir a Villa? comentarista de Miller, que no existe verdadero erotismo en éste. Su obra re- sulta asi, més que una novela, un alegato en pro de la vida, un violento sarcasmo contra Ja falsedad que revisten las convenciones. La verdadera naturaleza de lo obsceno consiste en tun ansia de convertir, como el mismo Miller dice, y como un apéstol de Ia religién de! amor, agita el lé- tigo de la obscenidad para expulsar a los rufianes y mercenarios del templo, Esta, utilizada en un co- mienzo como instrumento de revuelta, como arma de agtesiGn, se convierte de pronto en sus manos en ele- mento purificador, en bandera de un proselitismo casi religioso, en incitacién a la fe. Miller es un ferviente partidatio de la fe, a la que considera un estado supe- rior del hombre; pero una fe més profunda, més 2. Georges Villa, Miller et amour, Corréa, Paris, 1947. 7 directa, més real, no la que se obtiene mediante ia falsificacién de los mitos. La grave enfermedad del mundo modetno segiin Miller consiste en que la vida ha perdido significacién. Pata él todo el sentido del hombre debe buscatse en su vida terrestre. En Pesadilla de aire acondicionado afirma: «La tierra es el paraiso»; con estas palabras revela Ja esencia teldtica de Ia vida, su fervor por la comunién del hombre con Ia naturaleza, su creeneia en Ia alta calidad de los valores instintivos. En El mundo del sexo insiste: «Entré en comunicacién con los espftitus de la tierra», y més adelante dice: «Me i cuenta de que los problemas metafisicos estaban contenidos en la sustancia misma de la tierra», con Jo que da a entender que el sentido ‘ltimo del hom- bre debe buscarse en el hombre mismo, en su ser terrenel. También en Lawrence encontramos esa nostalgia del paraiso perdido, esa comunién con Ia tierra, ese anhelado tetotno a una edad de oro en que el hombre esté de acuerdo consigo mismo y con el mundo que lo rodea. En Fantasia del inconsciente dice tefirién- dose a las épocas prehistéricas: «En ese mundo los hombres vivian, ensefiaban, sabfan, en estrecha rela- cién con toda la tierta», Tanto para Lawrence como para Miller en el sexo se manifiestan las fuerzas cle- mentales de Ja naturale En Lawrence Jo erético adquiere manifiestamente una calidad sagrada, La obscenidad no tiene cabida en y maneja los elementos del amor fisico con la tuncién con que se manejan los instrumentos del culto religioso. Si Miller es un rebelde que agita furibundas banderas de agresién, Lawrence es el misionero que 1g aporta a los hombres, que se han vuelto inhumanos por exceso de civilizacién, una religisn més humana, el calto del humilde amor a la vida. Y en ese culto es més putitano que nadie: no admite la bastardia, el juego, la superficialidad. En una carta a miss Pearn del 12 de abril de 1927, refiriéndose a Lady Chatterley’s Lover dice: «Siempre trabajo en lo mismo: en hacer las relaciones sexusles valiosas y estimables en lugar de vergonzosas». Asi Lawrence desarrolla su labor de misionero y de predicador. En Miller la idea del amor sagrado, en cambio, esté oculta detrés de la violenta agresividad del rebelde. A Lawrence le indigna que se considete obscena toda palabra que indique una parte del cuerpo por debajo del ombligo. Como un verda- dero profeta truena contra el estado de humillacién en que se coloca al sexo. En La serpiente emplumada, que él mismo consideraba su mejor novela, dice: «El mundo esti Ileno de esos seres incompletos que andan en dos pies y degradan el tinico misterio que les que- da: el sexo». En su defensa de la vitalidad instintiva, Lawrence y Miller alcanzan la categoria de misticos: son misti- cos del erotismo, Y es sin duda curioso que ambos escritores, acusados de pornégrafos y obscenos, aspiren en realidad a una nueva forma de pureza, decantada, Jimpia, sin maquillaje. Por eso luchan contra la sucie- dad de la hipocresia, contra el sistema de convencio- nes rigidas que inmovilizan la vida, y buscan arrancar el manto de falsedades con que habitualmente se cu- bre la naturalidad y la nobleza de lo vital, los. pre- juicios que lo corrompen o lo deforman. Asi Miller exclama en Trdpico de Capricornio: «Quiero luz y castidad» y en otra parte reitera: «¢Para qué un beso 19 si lo que quiero es amor?» As{ como en muchos escri- tores aparentemente piadosos detrés de la farsa de Ja pureza palpita lo obsceno, en Miller Ja amenaza de lo obsceno se encuentra encubriendo una gran pureza esencial. Un dolor profundo habita detrés de la vio- Jenta protesta milleriana: «El hombre que soy h nacido de una heridan, leemos en Trdpico de Capricor- mio, frase que coincide exactamente con una de Lau- tréamont: «Naci con una herida» (Los Cantos de Maldoror). En efecto, la protesta, la blasfemia, la vio- lencia de Lautréamont tienen un indudable parentes- co con Ja protesta, la violencia de Miller. Los bidgrafos de Lawrence (Catherine Carswell y otros) hablan de su sentido del pudor. El escritor mis- mo lo confirma en Ia defensa que hace del pudor en su ensayo Pornografia y obscemidad. ¢Por qué entonces Ja crudeza de su literatura? Para combatir el falso pudor que es hipocresia oponiéndole el verdadero pu- dor que ¢s humildad. Para cumplir la auténtica tarca del escritor que consiste en penetra: hasta lo més pro- fundo del universo real del hombre. En cualquiera de sus formas el escritor es un buscador de verdad, un revelndor de esencias. Lawrence y Miller se propusieron dignificar el sexo por dos caminos distintos en sus novelas, En Law- rence se da por sobre todo de un modo penetrante, se- vero, directo, la viveneia del amor tal como es en rea- lidad; en Miller de un modo indirecto, mediante ¢l manejo de una obscenidad violenta, grotesca 0 dramé- tica, que intenta sacudir las telarafias que siglos de represién han acumulado sobre el amor, Es necesario sefialar que un hecho que separa la ‘obra de estos escritores de la campafia por clarificar 20 los problemas del sexo emprendida por los cientificos como Freud, es el carécter sagrado, casi religioso que dan a Jo etotico, en el cual destacan su. componente de misterio (Lawrence se indignaba por la educacién sexual precoz que los seguidores de Freud imponfan en Ia educacién infantil). Ese cardcter de misterio que forma el nticleo de lo vital, especialmente en su aspec- to culminante: el sexo, constituye Ia difetencia més importante que separa le concepcién de ambos escri- tores de aquella que hemos designado como «positivis- mo fin de siglo xr» y que impregna con su ingenua limitacién al psicoandiisis freudiano, dando todo por seguro, explicado y resuelto. En esta lucha sostenida en pro de lo vital como opuesto a lo racional y en contra del sistema de va- lores admitido no estén solos estos dos escritores Muchos se les han sumado y hoy es numerosa la fa- lange de artistas y pensadores que se alistan en defen- sa de Ia vitalidad instintiva y en oposicién al mundo de les convenciones. Conformarfa una cottiente de opinién que podria bautizarse coa la designacién de concepcién vitalista del hombre y que tiene sus rafces en la segunda mitad del siglo pasado, y atin més atrés en algunas de las primeras manifestaciones roménticas, expresada primero por los poetas (Baudelaire, Rim- baud, Lautréamont) y luego por un filésofo-poeta (Nietzsche). Lawrence y Miller pertenecen a Ia co- horte de equellos para quienes la palabra es un instru- mento inflamable y explosivo, y ellos mismos estén recotridos por un fuego interior cuya incandescencia se propaga a la expresién. Por esa razén estén bien lejos de esos escritores tan en boga hoy (neorrealis tas u objetivistas) que realizan el juego inofensivo y 21 hhueco de'la impasibilidad y nos presentan un etotis- mo inconsistente y congelado. El amor y la muerte como componentes de la energla vital La continuidad del ser est4 en el amor, la discon- timuidad, en la muerte, Son dos antagonistas que co- existen permanentemente. La presencia simulténea de las fuerzas de amor y de muerte configuran la vida del hombre, y ya Freud las sefiala al enunciar los princi- ios bésicos de bido y mortido que tigen toda la conducta humana. Esa accién simulténea de dos fuer zas opuestas causa y regula toda la energética de la existencia y se explica dentro de Ja moderna concep- cién dialéctico-energética del filésofo Stéphane Lu- pasco.? E] hombre esté limitado por las fronteras del espa- cio y del tiempo que se confunden para crear su an- gustiante soledad. El hecho de ser individuo, de ser uno y limitado, lo hace perecedero y la muerte ¢s su Iimite natural; pero el hombre supera ese limite, el de set uno y solo, el de ser perecedero, por el amor. Toda Ia ardiente aspiracién a la continuidad se vuelca en el amor. Pero ambas fuetzas antagénicas, al determinar la energfa de Ia vida, mezclan sus efectos, se confunden. 3. Ver Aldo Pellegrini, «El conde de Lautréamont y su obra», en Lautréamont, Obras completas, Editorial Argonavta, 3. edicién, Barcelona, 1979, pagina 56. 22 La muerte significa la destruccién del ser, pero lo mas curioso es que también el nacimiento se acompaiia del elemento desgarrador de Ia muerte. El ser que nace niega a los seres que le han dado origen y en cierto modo significa su anulacién. De este modo, en el juego del amor y de la muerte, ambas fuerzas actéan permanentemente, de modo alternado o simulténeo, y sus efectos se mezclan, se confunden. As{ puede ha- blarse de un amor que conduce a la muerte y de una muerte que exalta la potencia del amor. Dijimos que en el amor esté el signo de la con- timuidad del ser, en la muerte el de 1a discontinuidad. Pero ni el amor ni Ja muerte tienen sentido, més to- davia: ni siquiera tienen existencia, a no ser por la presencia simultdnea de ambos. Ambos se niegan, pero para negarse, deben coexistir. Ast se puede hablar de una inmortalidad fundada en la discontinuidad de Ja muerte, Toda ceremonia funeraria ¢s sfmbolo de esta concepcién y afirma, frente a la aparente inte- rrupcién que representa la muerte corporal, 1a conti- nuidad del ser. Asi los diversos cultos de los muertos en todas las religiones © creencias, primitivas, anti- ‘guas o modeznas, tienen ese sentido. El erotismo, ceremonial supremo del amor, es arras- trado en esa confusién de fuerzas antagdnicas, y asi se puede hablar de un erotismo de muerte. El erotismo ‘como manifestacién del amor busca una superacién del ser individual, un trascender que no significa ani- quilamiento sino expansién, y en esta expansion el ser se confunde con Ia naturaleza toda. De tal modo el ser individual se comunica con «lo otro», con lo que no es yo, mediante el amor, y ese es el paso que Jo hace penetrar en el misterio de Ia continuidad. 23 Erréneamente el crotismo esté unido para el pen- sador francés George Bataille’ con un sentido de la violencia, y si ésta falta, lo er6tico no alcanza, segiin y, su plenitad. Evidentemente se inspira en la fuente de Sade, Esta violencia puede llegar Ja destruccién, cuando Ia fuerza del principio de muerte que se le asocia resulta predominante, La concepcién del ero- tismo adquiere un tono trégico en Bataille, que se debe a Ia adopcién exclusiva, como en Sade, del erotismo de la muerte, En efecto, todo lo que es violencia en el erotismo tiene que ver con Ia muerte, con la des- truccién del ser, con la discontinuidad. Tal hecho re- sulta, como ya dijimos, de la confusién de esas dos fuerzas poderosas que tienden una a la constraccién y otra a la destruccién del ser, y que aunque se encuen- tran inevitablemente en presencia no sélo no son la misma cosa, sino que estén en lucha continua, Tal lu- cha entre los principios de amor y de muerte se hace profundamente consciente en algunos artistas; asf H. Miller sostiene: «El artista esté en guerra perpetua con la muerte, cualquiera sea el disfraz con que ésta se presente. La civilizacién es Ja expresién suprema de las fuerzas de muerte» (EI mundo del sexo). Esta reflexién de Miller deberia completarse con la nocién de que el artista es el paladin del amor, «cualquiera que sea el disfraz con que lo presente». Lo més curioso es que la manifestacién de estas dos fuerzas esenciales que mueven al ser, las del amor y de la muerte, estén sembradas de tabiies. Persiste un ce- remonial sagrado (el rito nupcial y el rito funeratio) 4, Georges Bataille, El erotismo, Sur, Buenos Aires, 1964; Les larmes de Eros, Jean-Jacques Pauvert, Parfs, 1961. 24 residuo del pensamiento mégico que venetaba a esos poderes supremos, pero de ahi en adelante todo es secreto, vergonz0so y oculto; y como cosa secreta, vergonzosa y oculta se desprende de ella un halo de cortupcién. Podrfa hablarse de una pornografia de la muerte como se habla de una pornografia del amor. El horror de la muerte esté ligado, como lo seftala Bataille, a la descomposicién del cuerpo. De ahi la Tacha contra esa descomposicién que aparece como el signo maximo de la discontinuidad. Esa lucha se revela de un modo evidente en Ja costumbre de la momificacién de los cadaveres entre los ‘egipcios, La descomposicién del erotismo, con sus manifestaciones de pornografia, lubricidad y lascivia, esté ligada a la descompesicién de la muerte, asi como el erotismo mismo esté ligado a la vida. Esta descomposicién er6- tica ¢s manifestacién del oscuro fenémeno de la muer- te que esté contenido, por ejemplo, en Ia obra del marqués de Sade. Bataille destaca acertadamente que el erotismo di- fiere de la sexualided animal en que hace patticipar 1a vida interior. El erotismo constituye asf la expresién del ceremonial humano del amor y forma parte de la estructura esencial del deseo. Agreguemos que no sélo la relacién sexual, sino que la embellece, acenta su calidad de arquetipo. El erotismo se eleva de este modo hasta una zona que bordea una verda- dera metafisica de la sexualidad’ 5. Es cutioso que en la coleccién de literatura sobre el erotismo (Bibliot2que Internationale d'Erotologie) publicada por el editor JeanJacques Pauvert en Parfs figure un libro que lleva el titulo de Metafisica del strip-tease. 25 Por este camino no es extrafio que Bataille encuen- tre relacién entre 1a experiencia erética y la experien- cia mistica. Ambas son expresién de la tendencia na- tural del hombre a trascender y Kierkegaard lo expli- caba al proclamar que todo amor tiene una fuente comin: «E] amor del hombre tiene su causa primera en el amor de Dios». Bataille describe tres formas (serfa mejor hablar de tres grados) del erotisme: el etotismo del cuerpo, el erotismo del corazén y el erotismo sagtado, Este wl- timo abarca la experiencia mistica en la cual l ejem- plo més destacado seria San Juan de la Cruz, en quien se unen los dones méximos de la poesfa, del misticis- mo y del erotismo, para lograr Ia trascendencia en una forma no igualada en la historia del hombre. El deseo como centro de la dindmica del amor La rebsbilitacién de lo erdtico trae implicita una rehabilitacién del deseo amoroso. El deseo se mani- fiesta por una isidescencia, un poder, una fuerza expte- siva en la cual se vuelca toda Ia energética de la naturaleza, Cuando se presenta en estado puro se ca- racteriza por una notable cualidad de seleccién. Hechos misteriosos que ponen en movimiento afinidades su- tiles, fuerzas oscuras que se attaen sin explicacién plausible provocan el despertar del deseo y el naci- miento de ese curioso magnetismo que es el amor. El deseo se encuentra en el punto de partida del camino que conduce a la transubstanciacién del amor 26 y por alli a la meta del verdadero conocimiento; pues sélo llegando a estar en otro, a confundirse con lo otro, se alcanza Ia sabiduria directa de la. participa- cién, El deseo guia asi nuestros pasos en la oscuridad de la vida, y en nosotros mismos establece la unién esencial del cuerpo y del alma, que en el hombre co- min constituyen una dualidad sin conexién. La presencia del deseo .nos hace sentir ptesos de fuerzas que estén més alld de nosotros y nos con- verte en mensajetos de un\ estado superior. Nos co- Toca en los umbrales de 1a gran ceremonia del encuen- ‘tro, en la cual el hombre deja de ser uno para parti- cipar en el todo. Tal situacién se encuentra expresa- da en los Upanishads del modo siguiente: «Estrechan- do a su bien amada, el hombre olvida al mundo ente- 10, a la vez lo que esté en él y lo que esté fuera de », Palabras que tevelan todo lo que el éxtasis del amor significa de comunién con el todo. En ese mo- mento desaparecen los limites, sentimos que algo de nuestro interior se expande y nos alejamos de nuestro propio centro hasta perder la nocién del yo, Esa des- personalizacién, esa aparente pérdida del yo, pero que en realidad significa atrancarse de Ja cétcel de Ia soledad en la que esté encerrado el hombre, es un magnifico don en el cual resplandece Ia generosidad del amor. El deseo coloca al ser en estado de alta tensién, El calificativo que con justeza se le aplica es el de ar- diente, y este préstamo del lenguaje del fuego sugiere la intensa energia que el deseo desplaza. Una energia capaz de sufrir todas las metamorfosis. Freud deno- mind sublimacién a la transformacién de esta enetgia de origen sexual, que en sus diversas manifestaciones 27 pone en movimiento toda la escala de los actos del hombre, y estd en el centro de Ja avidez del héroe, del investigador, del deportista, del mfstico, del criminal. Y aqu{ hemos Ilegado al punto en que se hace nece- satio diferenciar e] deseo de la mera necesidad sexual La necesidad, por violenta que fuere, es absorbente, pasiva, centripeta, en ella se colma un vacfo, es el equi- valente del hambre. El deseo, en cambio, consecuen- cia de un estado de plenitud, es emergente, activo, ra- diante, centrifugo. El erotismo se alimenta de esta cenergin expansiva, La necesidad sexual prescinde del erotismo. Hay que destacar, ademés, que para el que ama, la satisfaccién de la necesidad sexual con otro set que no sea el amado deja intacto el deseo. Henry Miller dice en Fl mundo del sexo: «Vivir sus deseos, agotarlos en Ia vida, es el destino de toda existenciay. EI deseo inicia la construccién del éxtasis, donde aparece el fuego terrestre que asoma en Ia boca de los volcanes. El deseo es un estremecimiento que provie- ne de la tierra. Pertenecemos a Ia tierta, en ella y de ella fuimos formados, y no podemos renegar de esta ola de barto que nos sostiene, La idea del deseo como una enetgia expansiva de ralz tehtrica, pero que al mismo tiempo no es indife- rente sino electiva y plena de un sentido misterioso, de una carga ancestral y de una potencia prospec- tiva, nos coloca bastante lejos de «la busqueda del placer como motivo esencial» que proclamaba Freud, Nos coloca justamente en ese camino que lleva de modo insensible hacia una metafisica de Ia sexualidad 28 Significado del amor De todo Jo dicho hasta ahora se desprende que Ja fuerza energética fundamental de Ia vida esté ligada a a funcién del sexo. Y lo. que debe quedar como premisa irrefutable es esta afirmacién de D. H. Law- rence: «No hay amor sin c6pula», pero también que s6lo el acto de engendrar presidido por el signo del amor es inmaculado. La inmaculada concepcién es una consecuencia normal del amor, asi como el amor de- nominado carnal es la fuente nica del amor entre am- bos. sexos. En toda atraccién hacia algo o alguien se da Ja medida de intensidad por referencia al amor sexual, y esa medida alcanza hasta al amor de Dios, como Jo revela el lenguaje de los misticos en el que se ha- bla de «bodas espirituales» o de «amada y amado» en Ia relacién del alma y Dios, Asi también, pata in- dicar la intensa atraccién que siento por un objeto diré que lo amo (como los idiomas francés e inglés Jo hacen), lo que quiere decir que esa atraccién es tan intensa como el amor que puedo sentir por una mujer. Mediante esa transposicién todo amor se equi- para sectetamente a esa fuente de la més poderosa y universal atraccién que contiene implicita la carac- teristica esencial de Ja vida: la reproduccién. E] erotismo, al ser expresién humana del amor car- nal, dignifica la sexualidad, y en iiltimo tétmino dig- nifica al amor. Hay una dignificacién concomitante del cuerpo. Asi dice H. Miller: «Fuera del cuerpo s6lo hay desesperacién y desilusién». E] erotismo lucha contra la sequedad, el egoismo, 29 la atidez, la incomunicacién, aportando la exuberan- cia, el calor, la comunicacién, la generosidad de la vida. H. Miller postula: «La vida es amor» y en otra parte explica: «Sin sexo, sin vitalidad, no hay accién». ero el problema no es tan simple: los hombres han perdido la capacidad de amar porque han perdido la capacidad de entregarse, de dar de sf. Un frio y crudo egoismo sacude a las juventudes més liberadas, sus experiencias sexuales tienen un cardcter depotti- vo desesperado y parecen ser resultado del desprecio, del odio 0 del resentimiento antes que del amor. Por eso retornan de ellas torturados y vacios. ‘Amar es un acto de humildad; es un darse, La ne- gacién del amor es el Uamado amor propio, el interés exclusivo por s{ mismo, estado en que la palabra amor carece de sentido, La acepcidn que cottesponde exacta- mente es la de egolatria, La aventura sexual para el cegélatra significa cerrarse cada vez més en s{ mismo, aislarse cada vez més en el vacio del ptopio yo. En cambio, aquel que lo da todo de sien el amor recibe como recompensa Ja afirmacién de un yo més vasto, entiquecido y pleno. Esta afirmacién del individuo por el amor aparece claramente en Lawrence. En uno de sus poemas dice: «Donde te toco nazco como una Llama», y en otra pat- te: «Apriétate para que yo exista més». Se llega asi a Ja paradéjica conclusién de que el amor al mismo tiempo que despersonaliza al individuo lo afirma, ‘Aquel que ama es un «yo concreton, un individuo, y sdlo gracias al deseo se siente existir. Pero al de- sear no s6lo comprucba su existencia sino que afitma la existencia de lo otro. De donde el deseo es un impulso a la conquista de la realided. 30 En uns explosidn anticartesiana podria decirse: «Deseo, luego existo y existes»; con lo que la exis- tencia del yo y del mundo circundante se enuncia por una afirmacién esencialmente vital. ¢Qué mayor sabidurfa podria esperarse del mero hecho de vivir? El deseo aparece entonces como Ia fuerza positiva que anima Ja vida, en oposiciéa a las fuerzas negativas de la muerte, y como consecuencia de ello el amor se convierte en ¢l término mégico que define al uno, al individuo, y ptoclama su realidad, y al mismo tiempo establece la realidad de aquello que esta més alli del individuo. Pero lo importante es que dejan de ser rea- lidades pensadas, es decir solitatias, para’ convertitse en realidades que viven, es decir que se comunican. Esta comunicacién con el todo realizada por el amor carga de sentido a lo etético. Pero esa comunicacién se establece sobre la base de Ia relacién fisica: se tra- ta de la comunicacién de dos cuerpos en la que el amor deja de ser un término abstracto, El panico de Ia sexualidad como enemiga de la religiosidad que ase- dia al hombre comin no lo siente el espfritu verda- deramente teligioso. Asi el filésofo cristiano Soloviev dice en Ei sentido del amor: «Frente al falso espiti- tualismo, el amor sexual satisface las exigencias fun- damentales: la homogeneidad, 1a igualdad y 1a reci- procidad entre los amantes», y agtega: «En el amor sexual se encarna la sustancia divina, de allf su. feli- cidad y su beatitud extratertestres», No se puede dejar de sefialar Ja fntima relacién que existe entre desarrollo espiritual y erotismo. Esta rela- cién aparece evidente en pueblos como los otientales, en los que el desarrollo espiritual prevalece sobre las. preocupaciones de Ja vida material y en los que el 31 culto de lo erético esté muy difundido, Resulta extra. fio, pot lo tanto, que el hombre occidental imbuido de religiosidad no advierta que renegar del amor corpo- ral significa renegar de la vida, y renegar de la vida significa, en tiltima instancia, renegar de Ia cteacién. Carécter sagrado del amor sexual En su ibro sobre Miller, Villa declara que «el amor ¢ In unién de la tierra y el cielo», Esta frase sugiere cl contenido sagrado de lo sexual. Para quien alguna vez haya sentido el verdadero amor, Ja irtesistible atraccidn a la vez espiritual y erética se exptesa exac- tamente en esa unién de la tierra y el cielo. Amor en el cual lo erético, intenso impulso de comunién, de apertura del yo, de entrega, configura la plenitud, la cexaltacién, Ia beatitud que son cualidades que lo apto- ximan al sentimiento de lo sagrado. Pierre Mabille ha dicho: «El amor encuentra en el acto fisico su ceremonial magico. Nace una nueva tea- lidad que transforma a cada participante, No se trata de adicién, sustraccién © equilibrio, sino de multipli- cacién del ser, de ascensién a un estado diferente. El erotismo resulta asi la preparacién para el éxta- 6. Georges Villa, Miller et Paniour, Corrta, Paris, 1947. 1. Pietre Mabille, Egregores ou ie vie des civilisations, J. Flory, Paris, 1938. 32 sis supremo, el nirvana, la conmocién mistica del no ser. El orgasmo es efectivamente el momento en el cual se pierde cl sentido de lo individual para ttas- cender. Momento de verdadera comunién. Pero es necesatio insistir que sélo se produce, como lo desta- ca Lawrence, gtacias a Ia cdpula fisica, momento cu- yas vivencias césmicas describe magistralmente en EI amante de lady Chatterley. En este acto, lo que existe como uno y distinto, se mezcla, se confunde, se transfunde a lo otto, instante en el que asume su identidad con el universo y salta la barreta de la so- Jedad, La comunién de lo que es uno con lo univer- sal, de lo que es parte con el todo, se convierte en un acto sagrado. La cépula resulta asi la escena final y suprema de Ja unidn de los antagonistas, Esta unién ha adquirido desde antiguo un significado universal, y simboliza para Ia sabiduria tradicional (desde el I Ching en ade- fante) el encuentro de los dos principios opuestos (principio macho y principio hembra) que rigen la na- turaleza toda. Esta unidn se expresa tanbién en el mito del andtégino tal como se encuentra, por ejem- plo, en los Upanishads y en Platén, y que representa, de un modo simbélico, cémo Ja fusién de los anta- gonistas crea Ja realidad. Convenciones morales que se han impuesto en la sociedad llamada civilizada (convenciones muy distin- tas de los primitivos tabiies sexuales que se vincula- ban siempre con una concepcién sagrada del amor) dan por inexistente la totalidad de lo sexual basindo- se en notmas supuestamente fandadas en Ia religién Ninguna religién ha condenado nunca el amor fisico, y tampoco se encuentra esa condena en los textos funda- 33 mentales de la religién cristiana. Todos los ritos reli- giosos. primitives consagran el cardcter sagrado del amor fisico. Los templos de la India presentan una abundante figuracién erética tallada en la piedra. Ast resulta absurda esa especie de sobreentendido que en Occidente considera que el amor entre el hombre y la mujer no tiene nada que ver con el sexo, y sélo da por sagrada una unién en la que lo sexual se supone inexistente, desagradable, bérbaro, pecaminoso, Lo realmente ‘sagrado es la unién corporal, pero enten- démonos bien, sdlo es sagrado cuando los dos térmi- nos antagonists que la forman estén unidos por el amor, estebleciéndose entonces la verdadera fusién en Ja que intervienen el cuerpo y cl alma. Entonces al- canza un grado tal que merece la designaciéa de amor sublime, Todo otro tipo de unién, aun consagrada por una fe religiosa, 0 legalizada por una convencidn so- cial, deja de ser sagrada; pierde los catacteres del amor sublime. ‘Al trascender de los limites individuales, al romper las barreras del espacio y del tiempo, el amor lleva implicita una aspiracién de eternidad. Asi se justifica y resulta razonable el juramento de amor eterno ha- bitual entre los amantes, y también se explica por qué uun minuto de amor equivale a la durscién infinita de os mundos. Por supuesto, el sentido de la vergiienza del sexo que crea la educacién convencional no resiste a Ja fuerza arrolladora del deseo, pues la vida busca inevi- tablemente cumplirse, Pero al tefirse el amot con el sentimiento de culpa, se deforma, se vuelve triste, pierde vitalidad. Esa pérdida de la vitalidad del amor es en el fondo el objetivo de toda censura, pues sdlo 4 son déciles, son domésticos, aquellos a los que se arrebata la fuerza libertadora de lo sexual, Por esa ra26n, el tabéi sexual, que tiende a desvirilizar al hom- bre, se convierte en instrumento de poder y facilita el sometimiento. EL amor como aspiracién a un arguetipo Hemos dicho que hay una calidad que define al deseo y que éste impone: es la tendencia a la eleccién. Sin elecciéa no hay amor. De todos los seres que rodean a un individuo, es un ser particular y deter- minado, y ningfin otro, aquel al cual sacrifiea su yo personal, Dicho ser se constituye en la via por la cual se comunica con el mundo. La belleza constituye la esencia de lo exético, 0 vi- ceversa La belleza de Ja mujer tiene un significado erético y no hay modo de aplicarle ningtin otro. Por supuesto no se trata de una belleze que responde cénones corporales impuestos por una convencién transitoria, sino a la més sutil, fluyente y variable que abarca en diversas proporciones cualidades del alma y del cuerpo. Nada resulta més absurdo que encontrarse en Ia so- ciedad actual con el espectéculo contradictorio que 8 D. H. Lawrence hace notar en su ensayo Pornografia y obscenidad el seereto componente erético que existe en toda obra de atte. s oftece por un Indo una actividad femenina ante el hombre inevitablemente impregnada de erotismo y por el otro una convencién social que condena abso- Iutamente Io erético. Este permanente rechazo de la evidencia y afirmacién contempordnea de lo falso es Jo que ha contribuido en mayor medida a hacer in- fortunado el destino del hombre. El amor se construye sobre la base de Ia aspiracién a un arquetipo: para el hombre es Ja mujer ideal, la mujer fdolo; para la mujer es el hombre idolo, el prin- cipe azul de las leyendas, Esos arquetipos tienen to- das las infinitas variaciones individuales, pero signi- fican siempre el anhelo hacia una realizacién perfecta que promete Ia vide. Son construcciones del deseo, fantasmas con los que se viste al objeto real del amor. El ritmo de la existencia moderna obliga cada vez més al hombre a un renunciamiento a Ja vida; cada vez més necesita marchar hacia el norte del erotismo que le descubre Ia saludable nueva de que no es una méquina sino algo que posee esa fuerza misteriosa y mégica que proviene del comienzo de los mundos y que se lama vida. Esta fuerza misteriosa est4 siem- pte presente en el hombre pera contrarrestar su extrafia tendencia a Ia autodestruccién. El amor, mani- festacién central de Ia vida, en compafifa de su com- ponente dindmico, el erotismo, se convierten asf en los, anti-tobots por excelencia, Su poder crece a medida que se los quiere encadenar, y ast lo comprende Henry Miller que en un estallido de furor profético procla- ma: «Hemos visto todos los mecanismos de destruc- cién, salvo el estallido de la sexualidad. Serd el ultimo cataclismo: el diluvio que batrerd los robots» (EI mun- do del sexo). 36 Cuando se ha Iegado a esa conclusién se ilumina la cara oscara de Ja existencia, Todo lo que merece el nombre de vida surge de un btimedo subterréneo, de su topinera, para enfrentar al sol. Los valores se sub- vierten. Esa existencia convencional y sin sentido, la inica que se nos permitfa mirar a la cara, se convierte en polvo, y Ja vida que palpita, aquella en la que com- prometemos la totalidad de nuestro cuerpo y nuestra alma, adquiere sentido. 37 D. H. Lawrence Pornografia y obscenidad ‘Titulo original: Pornography and Obscenity, 1930. Tiaduceién y notas: Aldo Pellegrini Lo que estos términos significan depende totalmen- te —como ocutte por lo general— de la peculiari- dad de cada individuo, Lo que para unos es porno- grafia, para otros no es mas que la carcajada del genio. En evanto a Ja palabra misma, se dice que significa lo referente a la ramera», la descripcién de Ja rame- ra. Pero, hoy en dia, gqué entendemos por rameta? Si se trata de una mujer que obtiene dinero de un hombre en pago de acostarse con él, debe admititse que muchés esposas se han vendido hasta el presente y, en cambio, més de una prostituta se entrega por nada cuando le place. La mujer que no tiene en sf el menor rastro de ramera es, por regla general, tan sdlo un palo seco. En cambio, muchas rameras guar- dan en alguna parte una veta de femenina generosi- dad, ¢Por qué, entonces, hay que ser tan categérico? Existe algo tétrico en toda ley, y sus juicios no tienen nada que ver con la vida. Lo mismo pasa con la palabra «obsceno», Nadie sabe qué significa. Supongamos que derivé de obsce- na: aquello que no puede representarse en el esce- nario. Qué deducimos de esto? Nada. Lo que ¢s obsceno para Pedro no es obsceno para Maria o Juan, por lo que, en verdad, el significado de una palabra debe esperar Ia decisién de la mayorfa, Si una obra resulta escandalosa para diez espectadores y no escan- daliza a los quinientos restantes, entonces es obscena 41 para diez o inocua para quinientos, de lo que se deduce, por simple mayorfa, que no es obscena. Pero Hamlet, que escandalizé a los puritanos contempord- neos de Cromwell, hoy no escandaliza a nadie, y en cambio ciertas piezas de Aristéfanes que hoy escanda- lizen a todo el mundo no producfan, al parecer, la menor conmocién en los antiguos griegos. El hombre es un animal cambiante, y las palabras lo acompaiian cambiando de significado, y las cosas no son lo que parecen, y lo que es se convierte en lo que no es, y si creemos saber dénde estamos es sdlo a causa de Ja extraordinaria rapidez con que nos cambian de lugar. Tenemos que someter todo a la mayorfa, todo a la mayorfa, todo a la multitud, Ja multitud, la multitud, Ella sabe exactamente lo que es obsceno y lo que no to es. Si los diez millones de hombres inferiores no saben més que los diez hombtes supetiores, entonces algo anda mal en las mateméticas. ;Recurran al voto! jLevanten la mano y demuéstrenlo conténdolas! Vox populi, vox Dei. Odi profanur vulgus! Profanum oulgus, De este modo Ilegamos a Ia siguiente conclusién: cuando uno habla a la multitud, el significado de sus palabras es un significado para la multitud, decidido por la mayoria, Tal como alguien me escribié: «la ley norteamericana sobre obscenidad es muy simple, y Es- tados Unidos quiete hacer cumplit esa ley.» jPerfecto, querido; perfecto, perfecto, perfecto! La multitud sa- be todo lo que concietne a la obscenidad, Delicadas palabritas que riman con spit o farce’ constituyen el 1. Spit (esputo) y farce (farsa) timan con shit (nombre vale de cmsement) ¥ are (combs: valee de tener) 42 colmo de Ia obscenidad. Supongamos que un impresor, por error, ponga h en lugar de p, en esa inocente pa. Jabra spit; entonces el gran piblico norteamericano sabe que este hombre ha cometido una obscenidad, una indecencia, que su acto fue imptidico y que es un linotipista pornogrdfico. A usted no le conviene meterse con el gran piiblico inglés 0 norteamericano. Vox populi, vox Dei; usted no debe ignorar ésto. Y si lo ignota, nos encargamos de que lo sepa, Entretan- to, esta vox Dei vocifera alabanzas de peliculas, libros y crbnicas periodisticas, todos, los cuales resultan, para uuna naturaleza pecadra como la mia, absolutamente repugnantes y obscenos. Como verdadero mojigato y puritano que soy, tengo que apartar la mirada. Cuando la obscenidad se vuelve asquerosa, 0 sea cuando es placentera para el publico, y cuando la Vox populi, vox Def earonquece de indecencia sentimental, enton- ces me apatto, igual qué un fariseo, por miedo de con- taminarme. Hay cierta especie universal de brea pega- josa que rehtiso tocar. De este modo legamos otra vez a la siguiente con- clusién: o uno acepta las decisiones de la mayoria, de Ja multitud, o no las acepta, O se inclina ante la Vox populi, vox Dei, 0 se tapa los ofdos para no oft su cobsceno rugido. O uno ejecuta sus piruetas para agra- dar al gran piblico, Deus ex machina, 0 se nicga to- tundamente a actuar para el pablico, a no ser para tomarle el abundante € ignominioso pelo. Cuando se esté frente al significado de algo, incluso de la palabra més simple, uno debe hacer una pausa. Pues existen dos grandes categorias de significados definitivamente separados: un significado pata la mul- titud y un significado para el individuo. Tomemos por 43 ejemplo la palabra «pany, El significado para la mul- titud es s6lo el siguiente: producto fabricado con heri- na blanca, en hogazas, que sirve para comer, Tome- mos en cambio el significado individual de la palabra pan y nos encontramos con: el pan blanco, el moreno, Ia torta de matz, el casero, el olor del pan recién sali- do del horno, la corteza, la miga, el pan ézimo, el pan de proposicién, el pan nuestro de cada dia, el pan fermentado, el pan doble, el pan francés, el pan de Viena, el pan negro, el pan de ayer, el pan de cente- no, el pan de Graham, de cebada, los panecillos, el Bretzel, el Kringel, los scones, el daneper, el matse; no hay término final para ese significado, y la palabra pan Jo llevaré @ uno hasta las fronteras del tiempo y el espacio, y a penetrar profundamente en las avenidas de la memoria. Pero esto conciemne a lo individual. La palabra pan haré partir al individuo en su viaje petso- nal, y el significado que tenga seré su significado per- sonal basado en las personales y genuinas reacciones de su imaginacién. Y¥ cuando una palabra acude a no- sotros con su carcter individual y despierta en noso- tros respuestas individuales, nos proporciona un gran placer. Los anunciadores norteamericanos han descu- bierto esto, y buena parte de la literatura norteameri- cana més inteligente se encuentra en los anuncios de jabén en polvo, por ejemplo, Estos anuncios son casi poemas en prosa. Le prestan a la expresién «jabén en polvo» un burbujeante y resplandeciente significado para el individuo, leno de habilidad poética, que Lle- garia a ser totalmente poético para una mente capaz de olvidar que esa poesfa es el cebo en la punta de un anzuelo. 44 El mundo de los negocios est descubriendo el sig- nificado individual y dinémico de las palabras, en tanto que la poesfa Io esté perdiendo. La poesfa tiende cada vez més a violentar el sentido de las palabras, y esto determina nuevamente significados de multitud, io que hace surgit en el individuo tinicamente reacciones de multitud, Pues cada hombre contiene en proporciones vatiables un ser-multitud y.un serindividuo. Algunos hombres son casi totalmente seres-mmultitud, incapaces de respuestas individuales imaginativas. El peor espéci- men de ser-multitud se encuentra habitualmente entre los profesionales, abogados, profesores, clérigos, etcé- tera. El hombre de negocios, tan calumniado, tiene un duro caparazén de multitud, y un ser individual temeroso, vacilante, pero a pesar de todo, vivo. El piiblico, caracterizado por una debilidad mental com- parable a la del idiota, no seré nunca capaz de prote- ger sus reacciones individuales de Jas tretas del explo- tadot. El piblico ha sido y seré siempre explotado. Sélo que varian los métodos de explotacién. Hoy se Ie hace cosquillas al puiblico para que ponga su huevo de oro, Mediante palabras imaginativas y significa- dos individuales se lo leva a emitir el fuerte graznido de ganso del asentimiento de la multitud. Vor populi, vox Dei. Asi ha sido y seré siempre. Peto, ¢por qué? Porque el priblico no tiene Ja sagacidad suficiente para distinguir entre significados de multitud y_significa- dos individuales. La total vulgaridad de la masa le im- pide distinguir entre sus sentimientos propiamente originales y los sentimientos que hacen surgir los timos del explotador, Al ser el péblico totalmente profano, resulta siempre controlado desde fuera por el timador, fen lugar de ser controlado desde dentro por la propia 45 autenticidad, La multitud siempre es obscena, porque todo le llega de segunda mano. Lo cual nos coloca de vuelta en nuestro tema de pomografia y obscenidad. La reaccién de un indivi- duo frente a cualquier palebra puede ser de dos ti- pos: o bien de multitud © bien individual, Compete al individuo mismo preguntarse: «¢Mi reaccién es in- dividual 0 estoy actuando meramente desde mi ser- smultitud?» Cuando nos enfrentamos con Jas Iamadas palabras obscenas, me atreverfa a decir que apenas una persona en un millén escapa a la reaccién de la multitud, La primera reaccidn es, casi inevitablemente, de multitud, tuna indignacién de multitud, una condenacién de mul- titud. Y la multitud no va'més alld de 30. Pero el verdadero individuo reflexiona ulteriormente y dice: «gEstoy realmente escandalizado?» «¢Me siento ver- daderamente ultrajado ¢ indignado?» Y la respuesta del individuo ha de set: «No, no me siento escanda- lizado, ni ultrajado, ni indignado, Conozco la palabra y la tomo por lo que es, y no voy a caer en el enga- Bo de figurarme que una topinera ¢s una montalia, nil por todas Jas leyes del mundo.» Ahota bien, si el uso de unas poces palabras lama das obscenas Jogran atrancar al hombre o a la mujer de su hébito de multitud para Wevarlos a un estado individual, bienvenidas sean. Pues la gazmofierfa ver- bel es un habito de multitud tan arzaigado que ya es tiempo de que lo arranquemos de nosotros. Pero hasta ahora nos hemos ensafiado con la obsce- nidad, aunque el problema de Ia pornogtafia tiene rafces mucho més profundas. Cuando es tomado por sorpresa en su ser individual, un hombre puede no ser 46 capaz de discernir para sus adentros si Rabelais es pornogrifico 0 no, y frente a Aretino y Bocaccio pue- de suceder que luche en vano con su petplejidad, tiro- neado por emociones encontradas. Recuerdo un ensayo sobre la pornografia en el que se llega a la conclusién de que debe considerarse que una obra artistica es pornogréfica cuando trata de des- pertar deseos 0 sensaciones sexuales. ¥ se pone el acento sobre el hecho de que el autor o artista tenga intencién de provocar sentimientos sexuales. Estamos ante el viejo y debatido problema de Ja intencién, que ha Iegado a ser totalmente absurdo hoy que sabemos cuin poderosas y decisivas son nuestras in- tenciones inconscientes. Y yo no entiendo por qué razdn un hombre ¢s declarado culpable por sus inten- ciones conscientes, ¢ inocente cuando son inconscien- tes; y no lo entiendo, por el hecho muy simple de que cada hombre esté constituido més de intenciones in- conscientes que de conscientes. Soy lo que soy y no exclusivamente lo que pienso que soy. {No importa! Demos por supuesto que pornografia significa algo bajo, deleznable. En pocas palabras: no nos gusta, Pero, gpor qué no nos gusta? ¢Porque des- pierta sentimientos sexuales? Creo que no. Por més enérgicamente que preten- damos negitlo, lo cierto es que @ todos nos resulta més bien agradable un discreto estimulo de la sexualidad. Nos hace entrar en calor, nos vivifica como un rayo de sol en un dfa gris. Esto sigue siendo verdad para la mayoria de la gente, a pesar de una o dos centurias de puritanismo. Lo que sucede es que los habitos de multitud que condenan cualquier alusién al sexo son demasiado fuertes para que podamos admitir ese he- 47 cho con naturalidad. De donde se deduce que hay mucha gente genuinamente asustada ante los més simples y més naturales estimulos que inducen senti- mientos sexuales. Estas gentes son renegados de su especie que han caido en el odio a sus congéneres; son frustrados, decepcionados, y de ellos, ay, nuestra civilizaci6n nos offece innumerables ejemplos. Y casi siempre utilizan, del modo més secreto, alguna forma antinatural y complicada de excitacién sexual. Hasta criticos de arte muy avanzados han querido hacernos creer que cualquier cuadro 0 libro con sex appeal tiene que ser fatalmente malo. Esta no es més que Ja consabida jerga de los hipéctitas. La mitad de los grandes poemas, cuadros, misicas, relatos que se hhan producido en el mundo son grandes en virtud de Ia belleza de su sex appeal. El encanto de Ticiano, Renoir, el Cantar de Salomén, o Jane Eyre? Mozart 0 Annie Laurie? esté entretejido de sex appeal, estimulo sexual como se lo quiera llamar. Hasta Miguel An- gel, quien més bien detestaba lo sexual, no pudo li- brarse de lenar la Comucopia con bellotas félicas. El sexo es un poderosisimo estimulo, benéfico y ne- cesatio en Ja vida del ser humano, y nos sentimos agradecidos cuando percibimos que nos baa su oleaje célido y natural, de efectos tan similares a los de la radiacién solar. Todo lo dicho nos permite descartar Ia idea de que el sex appeal constituye en arte una forma de porno- 2. Novela de Charlotte Bronté (1816-1855), la mayor de Jas tres famosas hermanas novelistas (Charlotte, Emily y Ann). (N. del T.) 3. Famosa_cancién, escocesa de amor de comienzos del siglo xv (N. del T.) 48 grafla, Quizds Jo sea para los grises puritanos, pero Zetos son hombres enfermos, enfermos de cuerpo y alma. ¢Pot qué, entonces, tienen que incomodarnos sus alucinaciones? El sex appeal tiene, pot supuesto, enotmes variantes, Hay un mimero infinito de espe cies distintas, y en cada especie un infinito mimezd de grados. Quizés algunos puedan atgiiir que un gra- do débil de sex appeal no es pornogréfico, en tanto que lo es un grado muy alto, Peto este argumento no es més que un sofisma. Cuando Bocaccio alcanza el grado més elevado de temperatura me parece menos potnogrifico que Pamela o Clarissa Harlowe* o has- ta Jane Eyre 0 que una multitud de films y libros mo- demos que acepta la censura. Por otto lado, el Tris- tén e Isolde de Wagner me parece lindante con la pornografia, y lo mismo pasa con algunos muy popu- lares himnos cristianos. {Qué sucede, entonces? Pues que no se trata de un mero problema de ser appeal; ni tampoco del ptoble- ma de saber si existe una deliberada intencién del autor 0 attista de producir estimulos sexuales. Se advierte esa intencién deliberada algunas veces en Ra- belais, y Jo mismo sucede, aunque por distinto meca- nismo, con Bocaccio. En cambio estoy seguro de que Ja pobre Charlotte Bronté, o la autora de EI jeque,’ 4, Pamela (que leva por subtitulo:

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