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66 en un ser mortal si mirabas otra persona, entonces te hacia de nuevo inmortal. ¥ eso es t solo, pero si mirabas con lo que hicieron ellos dos. La luna se alzaba enorme y plateada sobre los oscuros pinos y hacia brillar las viejas piedras de las ruinas con un halo de misterio. Momo y Gigi permanecieron senta- dos en silencio, uno al lado del otro, contemplandola lar- gamente. Y sintieron con toda nitidez que, durante ese instante, ambos eran inmortales. Segunda parte Los hombres grises La cuenta es falsa y, sin embargo, cuadra Existe un misterio muy grande que, aun asf, es totalmen- te cotidiano. Todas las personas son participes de ese misterio, todos lo conocen, pero solo unos cuantos pien- san sobre ello alguna vez. La mayor parte de la gente se limita a tomarlo tal cual y no muestra el menor asombro. Ese misterio es el tiempo. Hay calendarios y relojes para medirlo, aunque eso no sig sola hora nos puede parecer una eternidad, pero de vez en cuando también puede pasar como un instante ica gran cosa, ya que todos sabemos que una depende de lo que experimentemos durante esa hora. Porque el tiempo es vida. ¥ la vida reside en el corazon. Y precisamente eso es Jo que sabian mejor que nadie Jos hombres grises. Nadie conocia mejor que ellos el valor de una hora, de un minuto, incluso de un solo segundo de vida. Por supuesto, eran entendidos en el tema a su mane- xa, al igual que las sanguijuelas son entendidas en cuestio- nes de sangre y también a su manera actuaban en conse cuencia. 7o Tenian sus planes con el tiempo de la humanidad. Se trataba de planes ambiciosos y preparados al milimetro. Lo més importante para ellos era que nadie reparase en su actividad. Se habian colado imperceptiblemente en la vida de la gran ciudad y de sus habitantes. Y paso a pasi sin que nadie lo notase, avanzaban cada dia mas y se aduefiaban de las personas. Conocian a todo aquel que era susceptible de sucumbir a sus intenciones mucho antes de que el propio interesa- do barruntase algo al respecto. Se limitaban a aguardar el momento adecuado para hacerse con él. Y hacian todo lo posible para que ese momento llegase cuanto antes. Ahi tenemos, por ejemplo, al sefior Fusi, el barbero. No es que fuese un gran artista de la tijera, pero en su calle gozaba de gran estima. No era ni pobre ni rico. Su negocio estaba situado en el centro de la ciudad, era pe- quefto y daba trabajo a un aprendiz. Un buen dia estaba el sefior Fusi sentado a la puerta de su negocio esperando a los clientes. El aprendiz libraba aquel dia y el sefior Fusi se encontraba solo. Contemplaba Ia lluvia caer sobre el pavimento; era un dia gris y también el 4nimo del sefior Fusi estaba cubierto de nubarrones. ‘La vida se me escapa —pensaba— entre el chasqui- do de las tijeras, las chacharas y la espuma de afeitar. {Qué estoy haciendo en realidad con mi vida? Cuando me muera, seré como si nunca hubiera existido» Y no es que el sefior Fusi tuviera algo en contra de la chéchara. Incluso le encantaba exponer sus opiniones a sus clientes con todo lujo de detalles y escuchar lo que ellos Pensaban al respecto. Tampoco tenfa nada en contra del chasquido de las tijeras ni contra la espuma de afeitar, Su trabajo le proporcionaba un extraordinario placer, Y sabia aue lo hacia bien. Especialmente en lo tocante al afeitado a contrapelo de debajo de la barbilla nadie le superaba. Pero 4 veces, claro esté, hay momentos en los que todo eso no tiene ninguna importancia, Le sucede a todo el mundo, ‘Toda mi vida es un fracaso —pensaba el sefior Fusi— éQuién soy en realidad? Un insignificante barbero, esc, ¢8 todo lo que he conseguido en la vida. Si pudiera llevar tina verdadera vida, jentonces seria una persona comple. tamente distintal, No obstante, el sefior Fusi no tenta claro en qué con- Sistirla esa vida verdadera, Tan solo se imaginaba algo im- Portante, algo lujoso, algo como lo que se ve en las revistas, «Peto mi trabajo no me deja tiempo para algo ast —pen- saba malhumorado—. Porque para llevar una vida autén tica hay que tener tiempo, Hay que ser libre. Sin embargo, vo me pasaré la vida siendo un prisionero del golpeteo de |as tijeras, el parloteo y la espuma de afeitarn En aquel mismo instante pas6 por allf un lujoso au- tomovil de color gris ceniza y se detuvo justo delante de 12 peluqueria del setior Fusi. Un senor vestido de gris se ape6 del coche y entré en la tienda, Puso su maletin de color plomizo sobre la mesa que habia ante el espejo, col- 80 su bombin en el perchero y, sentandose en el sillén de afeitar, sacé un cuaderno de notas del bolsilloy comenzo & hojearlo, mientras daba caladas a su pequenio cigarro de color gris, 7a 72 El sefior Fusi cerr6 la puerta de la barberia porque de repente sintié frio en aquel pequefio espacio. —gEn qué puedo servirle? —pregunté confuso—. Wiene a afeitarse o a cortarse el pelo? —Y conforme lo pregunté se maldijo por haber tenido tan poco tacto, ya que el sefior lucia una calva bien reluciente. Ni lo uno ni lo otro —contesté el hombre gris sin sonreir y con una voz extrafiamente monétona, por asi de- cirlo, gris ceniza—. Vengo de la Caja de Ahorros del Tiem- po. Soy el agente niimero XYQ/384/b. Sabemos que usted desea abrir una cuenta de ahorro en nuestra entidad. —Eso es del todo nuevo para mi —explicé el sefior Fusi ain més desconcertado—. Con toda franqueza, ni siquiera sabia que existiera una entidad tal —Bueno, pues ahora ya lo sabe —contesté el agente, lacénico. Hojeé su cuaderno de notas y continué—: Usted es el sefior Fusi, el peluquero, zno es asi? —Si, sefior, ese soy yo —replicé el sevior Fusi, —Entonces estoy en la direccién correcta —opiné el hombre gris mientras cerraba el cuaderno—. Usted es uno de nuestros candidatos, —2¥ eso? —inquirié el sefior Fusi, atin extrafiado. —Veamos, querido sefior Fusi —dijo el agente—. Usted esta desperdiciando su vida entre el chasquido de las tije- ras, las chacharas y la espuma de afeitar. Cuando se mue- ra, ser como si nunca hubiera existido. Si usted tuviera el tiempo suficiente para llevar una vida verdadera, tal y como desea, entonces seria usted una persona completamente distinta, Todo lo que usted necesita es tiempo. {Cierto o no? —Justo ahora estaba pensando en eso —musité el sefior Fusi con un escalofrio, porque a pesar de haber ce- rrado la puerta, cada vez hacia més frio. —iPues claro! {No lo ve? —replicé el hombre gris dandole una calada a su cigarro, muy satisfecho—. Pero ede donde puede uno sacar el tiempo? ;Pues hay que ahorrarlo! Usted, sefior Fusi, malgasta su tiempo de un modo totalmente irresponsable. Se lo voy a demostrar haciéndole un pequeno célculo. Un minuto tiene sesenta segundos. ¥ una hora tiene sesenta minutos. ¢Me sigue? —Pues claro —dijo el sefior Fusi El agente numero XYQ/384/b comenz6 a escribir las cifras sobre el espejo con un lépiz gris. —Sesenta por sesenta son tres mil seiscientos. Asi pues, una hora tiene tres mil seiscientos segundos. Un dia tiene veinticuatro horas, es decir, tres mil seiscien- tos por veinticuatro, lo cual da un total de ochenta y seis mil cuatrocientos segundos por dia. Pero un afio tiene, como todos sabemos, trescientos sesenta y cinco dias, Esto hace entonces un total de treinta y un mi- ones quinientos treinta y seis mil segundos por aio. O trescientos quince millones trescientos sesenta mil segundos en diez atios. Sefior Fusi, gcudnto tiempo cree usted que vivira? —Bueno —tartamudeé confuso el setior Fusi pero llegar a los setenta u ochenta, Dios mediante. —Bien —prosiguié el hombre gris—. Pongamos por precaucién solo setenta aiios. 1 eS- intonces tendriamos tres- cientos quince millones trescientos sesenta mil por siete. 73 74 Eso nos darfa dos mil doscientos siete millones quinien- tos veinte mil segundos. ¥ escribié esa cantidad con gran- des nimeros en el espejo: 2.207.520.000 segundos Después la subrayé varias veces y declaré: —Asi pues, sefior Fusi, este es el patrimonio que tie- ne usted a su disposicion. El sefior Fusi tragé saliva y se pasé la mano por la frente. La suma le producia mareos. Nunca hubiera pen- sado que fuera tan rico. —S{ —dijo el agente a la vez que asentia y daba una nueva calada a su cigarro—, es una cantidad impresio- nante, gverdad? Pero continuemos. {Cudntos afios tiene usted, sefior Fusi? —Cuarenta y dos —balbuced sintiéndose de repente culpable, como si hubiera cometido un desfalco. —,Cuantas horas de promedio duerme usted cada dia? —siguid indagando el hombre gris —Unas ocho horas —confes6 el sefior Fusi. El agente hizo sus célculos con la velocidad del rayo. El chirrido del lépiz sobre la superficie del espejo le puso los pelos de punta: f —Cuarenta y dos afios... Ocho horas diarias... Eso hace ya un total de cuatrocientos cuarenta y un millones quinientos cuatro mil, Esta suma la debertamos conside- rar, en puridad, tiempo perdido. ,Cudnto tiene que dedi: car usted diariamente al trabajo, sefior Fusi? —También unas ocho horas, mas o menos —admitié con la boca pequefia el sefior Fusi. —Entonces tenemos que restar la misma cantidad una vez mas —prosiguié el agente, implacable—. Aho- ra tenemos que restar todavia una cierta cantidad de tiempo que se consume por la necesidad de alimentarse. ¢Cuadnto invierte usted en total en las comidas del dia? —Pues no sé con exactitud —respondié el senior Fusi, temeroso—. sDos horas, quiza? —Eso me parece demasiado poco —dijo el agente—, pero vamos a dejarlo asi; en cuarenta y dos afios, esto nos. da la suma de ciento diez millones trescientos setenta y seis mil. ;Prosigamos! Usted vive solo con su anciana ma- dre, por lo que sabemnos. Cada dia le dedica a la anciana una hora, en la que se sienta a su lado y charla con ella, aunque es sorda y apenas le oye. Asi que es tiempo des- perdiciado, y hace un total de cincuenta y cinco millones ciento ochenta y ocho mil. Ademés, tiene usted, sin nin- guna necesidad, un periquito cuyo cuidado le cuesta un cuarto de hora diario, lo que supone trece millones sete- cientos noventa y siete mil. —Pero... —le interrumpié el sefior Fusi, suplicante. —iNo me interrumpa! —le increpé el agente haciendo cAlculos cada vez més y mas deprisa—. Como su madre esta impedida, usted tiene que llevar a cabo gran parte de las tareas del hogar. Ha de ira hacer la compra, lustrar los zapatos y todo tipo de tareas de lo més molestas. ;Cuanto tiempo le cuesta todo eso al dia? —Tal vez una hora, pero... 75 76 Eso hace otros cincuenta y cinco millones ciento ochenta y ocho mil, que pierde, seior Fusi. También sabe: ‘mos que va al cine una vez por semana, que otro dia canta enta una tert en un coro, que fre dos veces por sema- nay que el resto de las tardes se encuentra con amigos 0 in- cluso a veces lee un libro. En resumen, usted mata el tiempo inutiles durante unas tres horas al dia, lo con actividac cual hace ciento sesenta y cinco millones quinientos sesen- tay cuatro mil... ¢Se encuentra usted bien, sefior Fusi? —No —contesté el setior Fusi—, discalpeme. Enseguida terminamos —dijo el hombre gris Pero atin tenemos que hablar de un capitulo especial de vida. Porque usted guarda ese pequetio secreto... Us- ted ya sabe a lo que me refiero. asi comenzaron a castafetearle los dientes Al sefor del frio que sentia —{fambién sabe usted eso? —musité sin fuerzas—. Pensé que a excepcién de mi y de la sefiorita Daria.. En este mundo moderno —le interrumpié el agente numero XYQ/384/b— no hay lugar para secretos. Consi- dere ya de una vez las cosas de manera objetiva y rea- lista, sefior Fusi. Contésteme a una pregunta: gse quiere casar con la sefiorita Daria? —No —dijo el sefior Fusi—, eso no es posible... Desde luego —prosiguié el hombre gris—, ya que la sefiorita Daria pasar toda su vida encadenada a una si lla de ruedas porque esté lisiada. ¥, sin embargo, usted le hace una visita diaria de media hora para levarle una flor. & para qué? —iSe pone tan contenta! —repuso el sefior Fusi con lagrimas en los ojos. —Pero viéndolo friamente —replicé el agento—, es tiem- po perdido para usted, sefior Fusi. Y ya leva acumulados en esas visitas veintisiete millones quinientos noventa y cuatro mil segundos. Y si a eso le aftadimos que usted todos los dias, antes de acostarse, iene la costumbre de sentarse junto a la ventana un cuarto de hora y ponerse a pensar sobre los suce- sos del dia, entonces tendremos que restar de nuevo una suma que asciende a trece millones setecientos noventa y siete mil As{ que vamos a ver lo que le queda en realidad, sefior Fusi, En el espejo se podia ver ahora la siguiente cuenta: Suefio 441,504.00 Trabajo 441.504.000 » Alimentacién 110.376.000 . Madre 55.188.000 » Periquito 13.797.000 > Compra, ete. 55.188.000 » Amigos, coro, ete. 165.564.000 » Secreto 27.594.000 » Ventana 13.797.000 » TOTAL 1.324.512.000 segundos —Esta suma, pues —dijo el hombre gris golpeando va rias veces el espejo con su lépiz con tal fuerza que sonaba como disparos de una pistola—, esta suma es el tiempo jue ust. h que usted ha perdido hasta ahora. ;Qué me dice al respecto, setior Fusi? 77 78 El sefior Eusi no dijo absolutamente nada. Se senté sobre una silla que habia en un rincén y se secé la frente con el pafiuelo, ya que a pesar del frio reinante habia roto a sudar. El hombre gris asintié con severidad. —Si, se est usted dando cuenta —dijo—, es ya mas de la mitad de su patrimonio inicial, sefior Fusi. Pero vamos a ver ahora qué es lo que le ha quedado, en realidad, de sus cuarenta y dos afios. Un afio son treinta y un millones qui- nientos treinta y seis mil segundos, como usted ya sabe. Y esta cifra, multiplicada por cuarenta y dos, hace un total de mil trescientos veinticuatro millones quinientos doce mil. Escribié la cantidad debajo de la suma total del tiem- po perdido. 1.324.512.000 segundos -1,324.512.000 segundos 0.000.000.000 segundos Guardé su lapiz ¢ hizo una larga pausa para que la visién de los numerosos ceros produjese su efecto en el sefior Fusi. Yyalo creo que lo produjo. «Esto es, pues —pens6 cl sefior Fusi, destrozado—, el balance de toda mi vida hasta hoy». Estaba tan impresionado por ese calculo tan minucio- 50 que se lo tragé todo sin oponer ninguna resistencia. Y el cAlculo en si era correcto. Era uno de los trucos con los que los hombres grises engafaban a las personas en miles de ocasiones. —2No le parece —retomé la palabra con voz suave el agen- te numero XYQ/384/b— que no puede seguir despilfarran- do su tiempo asi? {No seria mejor que empezase a ahorrar? El seftor Fusi asintié en silencio y con los labios mora- dos de frio. —Si, por ejemplo —soné la voz cenicienta del agente en los oidos del setor Fusi—, usted hubiera comenzado @ ahorrar veinte afos atras, aunque solo fuera una hora diaria, ahora poseeria un haber de veintiséis millones doscientos ochenta mil segundos. Si hubiera ahorrado dos horas diarias, claro estd, tendria el doble, es decir, cincuenta y dos millones quinientos sesenta mil. ¥ por Dios, sefior Fusi, gqué son dos miserables e infimas horas ala vista de una suma de este calibre? — Nada! —exclamé6 el sefior Fusi—, juna ridiculez! —Me alegro de que lo reconozca —continué el agen- te, imperturbable—. Y si ademas nos ponemos a calcular Jo que usted ahorraria bajo las mismas circunstancias en los préximos veinte afios, llegariamos a la imponente ci fra de ciento cinco millones ciento veinte mil segundos. Y ese inmenso capital estaria a su entera disposicion al cumplir los sesenta y dos afios. —jFantéstico! —farfull6 el sefior Fusi con los ojos como platos. —Aguarde —continué el hombre gris—, porque atin queda lo mejor. Nosotros, es decir, la Caja de Ahorros del Tiempo, no solo le guardamos el tiempo ahorrado, sino que ademés le pagamos intereses por él. Eso significa que usted puede llegar a tener en realidad atin mucho més. 79 80 —{Cudnto mas? —pregunt6 el sefior Fusi, sin aliento. —Eso dependeria totalmente de usted —Ie explicé el agente—, segiin cuanto ahorrase y cuanto tiempo dejase el tiempo ahorrado a plazo fijo en nuestra Caja. —Dejarlo a plazo fijo? —inquirié el sefor Fusi—. 2Qué significa eso? : —Pues es muy sencillo —dijo el hombre gris—. Si usted no nos solicita la devolucién de su tiempo ahorra- do hasta dentro de cinco aitos, entonces doblaremos la suma. Su patrimonio se duplica cada cinco afios, geom- prende? A los diez afios seria ya cuatro veces mayor que a suma inicial; a los quince seria ocho veces mayor, etcé- tera. Si usted hubiera comenzado hace veinte afios a aho- rar tan solo dos horas diarias, a los sesenta y dos aftos, es decir, cuarenta afios después, tendria a su disposicién doscientas cincuenta y seis veces el tiempo ahorrado has- ta entonces. Seria exactamente veintiséis mil novecien- tos diez millones setecientos veinte mil Y de nuevo sacé del bolsillo su lapiz gris y escribi6 aquella cifra en el espejo: 26.910.720.000 segundos —Como usted mismo puede ver, seftor Fusi —dijo es- bozando una leve sonrisa por primera vez—, seria mas de diez veces su total de tiempo original de vida. Consi- dere si esta no es una oferta que de verdad vale la pena —i¥a lo creo! —exclamé el sefior Fusi, agotado—. jSin duda alguna! Soy un infeliz por no haber empezado a ahorrar hace ya mucho tiempo. Ahora me doy realmen- te cuenta y tengo que reconocerlo, jestoy desesperado! —Pero —replicé con suavidad el hombre gris— no tiene raz6n alguna para estarlo. Nunca es demasiado tarde. Si usted lo desea, puede empezar hoy mismo. Vera que merece la pena. —jPues claro que quiero! —exclamé el sefior Fusi— 2Qué tengo que hacer? ~Pero, querido amigo —contesté el agente alzando las cejas—, justed sabré cémo ahorrar tiempo! Por ejem- Plo, simplemente tendré que trabajar més deprisa y de- jar de lado todas las cosas superfluas. En lugar de media hora, dedique a sus clientes tan solo un cuarto de hora. Evite las conversaciones que le roban el tiempo. Reduz ca la hora que est con su anciana madre a media hora En realidad, lo mejor es que la envie a un asilo bueno y econdmico en el que la cuiden, y con eso ya se habra aho: rrado usted una hora entera cada dia. ;Deshagase de ese indtil periquito! Visite a la seorita Daria cada quince dias » ¥ eso solo si lo considera estrictamente necesario. Suprima ese cuarto de hora en el que reflexiona sobre lo que ha sucedido durante el dia y, sobre todo, no pierda su valioso tiempo tan a menudo con canciones, lecturas 0 £50 supuestos amigos. Por lo dems, dicho sea de paso, le recomiendo que cuelgue un buen reloj en su tienda, srande, para que pueda controlar el trabajo de su apren- diz-con exactitud. —Esta bien —dijo el sefior Fusi—, puedo hacer todo €80, pero... {qué voy a hacer con el tiempo que me sobre? 81 82 {Tengo que depositarlo? :Dénde? 20 lo tengo que conser- var? {Cémo funciona todo esto? —Por eso no se preocupe —respondié el hombre gris esbozando por segunda vez una leve sonrisa—. Deje con total tranquilidad todo el asunto en nuestras manos. Us- ted puede tener la seguridad de que no se perder ni un poquito de su tiempo ahorrado. Ya se dard cuenta de que no le va a sobrar nada. —Esté bien —replic6 el sefior Fusi, anonadado—, confiaré en ustedes. Puede usted hacerlo con toda confianza, querido amigo —dijo el agente poniéndose en pie—. Asi pues, en este momento le doy la bienvenida como nuevo miembro de la gran comunidad de los ahorradores de tiempo. Aho- ra usted se ha convertido en una persona verdaderamen- te moderna y progresista, seftor Fusi. jLe felicito! ‘Acto seguido tomé su sombrero y su maletin. —jUn momento, por favor! —exclamé el senor Fusi—. Es que no tenemos que cerrar ningiin contrato? gNo tengo que firmar nada? gNo me va a entregar docu- mento alguno? E] agente niimero XYQ/384/b se dio la vuelta en el umbral de la puerta y lanz6 una mirada un tanto contra- viada al seftor Fusi. —{Para qué? —pregunté—. El ahorro de tiempo no se puede comparar con ningiin otro tipo de ahorro. Es una cuestién de confianza absoluta... jpor ambas partes! Nos basta su consentimiento. Es irrevocable. Y nosotros cuidaremos de sus ahorros. Pero la cantidad ahorrada depende de usted al cien por cien. No le obligamos a nada. iQue usted lo pase bien, sefior Fusi! Y diciendo esas palabras, el agente se monté en su ele- gante automévil gris y desaparecié a toda velocidad. El sefior Fusi le siguié con la mirada y se rascé la frente. Poco a poco fue volviendo a entrar en calor, pero se sentia enfermo y miserable. El humo azul del pe quefo cigarro del agente continué flotando durante un buen rato en gruesas nubes por su peluqueria sin querer disiparse Solo cuando el humo hubo desaparecido, el seior Fusi comenz6 a sentirse mejor. Pero al igual que el humo, asi también fueron desapareciendo las cifras del espejo. Y cuando se borraron por completo también se borré de la memoria del setior Fusi el recuerdo del visi tante gris... El del visitante si, jpero no el de los acuer- dos cerrados! Ahora crefa que era una decisién propia. El Propésito de empezar a ahorrar tiempo desde ese mismo instante, para poder comenzar con una nueva vida en algtin momento del futuro, estaba firmemente clavado ahora en su alma como un aguijén. ¥ estando en esas lleg6 el primer cliente del dia. El sefior Fusi le atendio de mala gana, sin dar pie a nada su- perfluo, en silencio, y lo despaché en veinte minutos en Jugar de en media hora. Y lo mismo hizo a partir de aquel instante con todos sus clientes. Asi que, de esa manera, su trabajo ya no le deparaba ningiin placer, y en cualquier caso eso ya no tenia la menor importancia. Ademés de su aprendiz, contraté a otros dos oficiales, y se cuidé pero 83 que mucho de que no perdieran ni un segundo. Cada mo- vimiento estaba fijado segiin un horario perfectamente calculado. Ahora en la tienda del sefior Fusi colgaba el si- guiente cart. iEl tiempo ahorrado es tiempo doblado! Le escribié a la senorita Daria una breve y escueta mi- siva en la que le explicaba que ya no podia ira visitarla por falta de tiempo, Vendié su periquito a una pajareria Metio a su madre en un asilo bueno, pero barato, y la visi- taba una vez al mes. Y, por lo demas, seguia a rajatabla to- dos los consejos del hombre gris, que él ahora hacia suyos. Cada vez estaba mas nervioso ¢ inguieto porque le ocurria una cosa muy curiosa, y es que de todo el tiem- po que ahorraba, nunca le sobraba nada en absoluto. De- saparecia sin mas de manera misteriosa y ya no estaba ahi. Primero los dias se le pasaban muy deprisa, pero después se hicieron sensiblemente atin mas cortos. An- tes de que se hubiera dado cuenta, habia pasado de nuevo otra semana, un mes, un afio, y otro afto, y otro aio. Y como no se acordaba de la visita del hombre gris, se hubieratenido que preguntar muy seriamente dénde iba a parar todo ese tiempo ahorrado. Pero nunca se hacia esa pregunta, al igual que el resto de los ahorradores de tiempo. Era como si una ciega obsesién se hubiera apode- rado de él. ¥ cuando, a veces, se daba cuenta con horror de que sus dias pasaban cada vez mas y mas deprisa, en- tonces seguia ahorrando con mayor obstinacién ain. Al igual que al sefior Fusi les sucedia ya a numerosas Personas de aquella gran ciudad. Y cada dia eran mds las que comenzaban a hacer eso que llamaban «ahorrar Hempo». Y cuantas més eran, més gente las imitaba, por- que incluso a aquellas personas que no querian hacerlo no les quedaba mas remedio que seguir el juego, Cada dia se explicaban y alababan en la radio, la te- levision y los periédicos las ventajas de las nuevas insti tuciones de ahorro de tiempo que proporcionarian algan dia a los seres humanos la libertad de tener una vida «de verdad), Bn las fachadas de las casas y en las vallas publi- citarlas se veian carteles con todas las imagenes posibles dela felicidad. Debajo se leia en letras luminosas: iA los ahorradores de tiempo les va cada vez mejor! O% El futuro pertenece a los ahorradores de tiempo! ©: jSdeale més partido a tu vida, ahorra tiempo! Sin embargo, la realidad era muy otra. Sin duda, los ahorradores de tiempo iban mejor vestidos que la gente que vivia cerca del viejo anfiteatro. Ganaban més dinero ¥ Podian gastar mas. Pero sus rostros denotaban mal hu- mor, cansancio o amargura y su mirada era poco amable Desde luego ellos desconocian la frase hecha «Vete a ver 4 Momol». No tenian a nadie que les pudiera escuchar de tal manera que se sintiesen listos, apaciguados o hasta contentos, Pero incluso aunque hubiera existido alguien asi, habria sido altamente improbable que fueran a visi- ‘alo alguna vez... a menos que se hubiera podido zanjar 86 la cosa en cinco minutos. Si no, lo habrian considerado una pérdida de tiempo, Pensaban que incluso tenian que sacarle partido a sus horas libres y conseguir a toda prisa tanta diversién y distraccién como fuera posible. ‘Asi que ya no podian celebrar de verdad las fiestas, ni las alegres ni las serias. Sofiar lo consideraban casi como un crimen, Pero lo que no podian soportar de ninguna manera era el silencio. Porque en el silencio les sobrevenia el mie- do, ya que intuian lo que en realidad estaba sucediendo con sus vidas. Por eso siempre hacian ruido cuando los ame- nazaba el silencio, Pero claro, no era un ruido jovial como el que se oye en un parque infantil, sino un ruido rabioso y malhumorado el que inundaba dia a dia la gran ciudad. El que uno hiciera su trabajo a gusto y con carifio no revestia ninguna importancia... Por el contrario, eso era solo un impedimento. Lo nico importante era que se trabajase lo mas posible en el menor tiempo posible. Por eso en todos los puestos de trabajo de las grandes fébricas y de los edificios de oficinas habia unos carteles en los que se podia leer: El tiempo es un tesoro, jno lo pierdas! : El tiempo es oo. ;Ahérralo! Habia carteles similares colgados encima de los escri- torios de los jefes, sobre los sillones de los directores, en las consultas de los médicos, en las tiendas, en los restau- rantes y los grandes almacenes ¢ incluso en las escuelas y jardines de infancia. Nadie se libraba de ellos. Yal final, también la gran ciudad se habia ido trans- formando cada vez mas. Los viejos barrios fueron de- molidos y se construyeron casas nuevas en las que se eliminé todo aquello que se consideraba superfluo, Se ahorraban el esfuerzo de construir las casas en funcion de las personas que las te in que habitar; porque en- tonces hubieran tenido que construir muchas casas di- ferentes. Resultaba mucho més barato, y sobre todo ahorraba més tiempo, construir todas las casas iguales. Al norte de la gran ciudad ya se extendian inmensas ba- triadas de nueva construcci6n, Alli se alzaban en infi- nitas hileras altisimos bloques de pisos que se parecian entre s{ como dos gotas de agua. Y como todas las casas eran iguales, las calles, por supuesto, también eran igua~ les. Y esas calles uniformes crecian y crecfan, y se exten- dian ya en linea recta hasta el horizonte... {Un desierto organizado! Y exactamente asi discurria también la vida de las personas que vivian alli: jen linea recta hacia el horizonte! Porque aqui todo estaba calculado y planifi- cado con exactitud, cada centimetro y cada instante. Nadie parecia darse cuenta de que, segiin ahorraba tiempo, estaba ahorrando en realidad cosas bien diferen- tes. Nadie queria admitir que su vida cada vez era mas. pobre, mas monétona y mas fria. Los que Jo acusaron con mayor claridad, sin embargo, fueron los nitios, ya que ahora nadie tenia tiempo para ellos. Pero el tiempo es vida. Y la vida reside en el corazén. ¥ cuanto més lo ahorraban los seres humanos, menos tenfan. 87 8 8 Momo visita a sus amigos y recibe la visita de un enemigo dijo Momo un dia—, pero tengo la impre sién de que nuestros antiguos amigos vienen cada vez menos por aqui. A algunos hace ya mucho tiempo que ni —No sé siquiera los he visto. Gigi Cicerone y Beppo Barrendero estaban sentados junto a ella en las gradas cubiertas de hierba de la ruina, contemplando la puesta de sol. —Si—observ6 Gigi, pensativo—, a mime sucede exac- tamente lo mismo, Cada vez son menos los que escuchan mis historias, Ya no es como antes. Algo est pasando. —Pero .qué? —pregunté Momo. Gigi se encogié de hombros y borré con saliva, pensa: tivo, unas letras que habia escrito en una vieja pizarra. El viejo Beppo habia encontrado la pizarra algunas sema- nas atrés en un cubo de basura y se la habia levado a Momo. Claro que no estaba muy nueva y tenia una buena resquebrajadura en el centro, pero por lo demés todavia se le podia dar un buen uso. Desde entonces, Gigi le ensefiaba a Momo todos los dias a escribir esta 0 aquella letra. Y como Momo tenia una excelente memoria, a estas alturas ya sabia leer bas- tante bien. Solo fallaba un poquito todavia al escribir. Beppo Barrendero, que habia estado dandole vueltas Pregunta de Momo, asintié lentamente y —Si, es cierto. Ya se va acercando. En la ciudad ya est por todas partes. Hace ya tiempo que me di cuenta. —{De qué? —pregunté Momo. Beppo reflexion6 durante unos instantes, y luego r pondis: —De nada bueno. 89 Y de nuevo tras una pausa afiad —Empieza a hacer frio. —iPero qué dices! —exclam6 Gigi mientras rodeaba a Momo con sus brazos para consolarla—, Cada vez vienen més nitios por aqui. —Claro, por eso —dijo Beppo—, por eso mism Qué quieres decir? —inquirié Momo. Beppo reflexioné durante un largo rato y finalmente contest —No vienen aqui por nosotros, Tan solo buscan un refugio. Los tres dirigieron la mirada hacia el cfrculo de hier- ba del centro del anfiteatro, donde varios nifios jugaban @ un nuevo juego de pelota que se acababan de inven tar aquella tarde. Entre ellos se encontraban algunos de los viejos amigos de Momo: el chico de las gafas, que se lamaba Paolo; la pequefia Maria, que venia con su her- manito Dedé; el chico gordito con la voz atiplada, cuyo nombre era Massimo; y el otro chico que siempre tenia 90 jombre de un aspecto un poco descuidado y respondia a Franco, Pero ademas, alli habia algunos otros nifios que se les habjan unido hacia poco, y un nifio mas pequeho que habia Ilegado aquella misma tarde, Ciertamente era tal y como decia Gigi: cada dia eran més. En realidad, Momo deberia haberse alegrado mucho de que vinieran. Pero la mayoria de esos nifios ni si- quiera sabian jugar. Andaban por ahi sentados, malhu- morados y aburridos, mirando a Momo y a sus amigos. ‘A veces les molestaban aposta y echaban todo a per der. Ahora las ritias y las peleas no eran infrecuentes. Aquello no duraba mucho rato, desde luego, ya que la presencia de Momo ejercia su benéfica influencia tam bién sobre esos nitios, que enseguida comenzaban a tener las mejores ocurrencias y a jugar con todos ani madamente. Lo que sucedia es que casi todos los dias llegaban nifios nuevos, incluso de barrios lejanos. Y en. tonces habia que empezar de nuevo, porque como to dos sabemos, muchas veces basta un solo aguafiestas para estropearlo todo. Y encima sucedia otra cosa que Momo no acababa de comprender muy bien. Habia comenzado a pasar ha cia muy poco. Cada vez era mas frecuente que los nifios trajeran todo tipo de juguetes con los que en realidad no se podia jugar, como, por ejemplo, un tanque teledirigi do que podias hacer circular por todas partes, pero que no servia para nada mas. O un cohete espacial que vo laba en cfrculo unido a un cable, pero con el que, por lo demas, no se podia hacer otra cosa. O un pequefio robot que deambulaba por alli, tambaleandose con los ojos en. cendidos y girando la cabeza, pero que no tenia ninguna otra utilidad. Bran juguetes muy caros que los amigos de Momo ja~ mas habian tenido, y no digamos la propia Momo. Sobre todo, esos juguetes eran tan perfectos hasta en los mas minimos detalles, que uno ya no tenia ninguna necesi dad de imaginarse nada. Asi que los nifios a menudo se pasaban las horas sentados mirando embobados, aunque aburridos, esos juguetes que deambulaban o se tamba- leaban o daban vueltas, pero no se les ocurria nada mas Por eso retornaban de nuevo a sus antiguos juegos en los que bastaban un par de cajas, un mantel roto, una topera © un buen puiiado de piedrecitas. De ese modo podian imaginarselo todo. Aquella tarde también habia algo que impedia que el juego siguiera su curso. Los nifios fueron dejando de ju gar, uno tras otro, hasta que finalmente estuvieron todos sentados alrededor de Gigi, Beppo y Momo. Esperaban que tal vez Gigi comenzase algun relato, pero no fue asi. El nifio pequefto que habia aparecido aquel dia por vez primera llevaba una radio portatil consigo. Estaba senta- do un poco apartado y habia puesto la radio a todo vohu men, Se trataba de una emisién publicitaria ~¢Podrias bajar de una vez el volumen de tu estuipido cacharro? —pregunté el chico desalitiado que se lamaba Franco, en tono amenazador. —Nb te oigo —contests el nifio nuevo con una sonri- sa burlona—, mi radio est muy alta 91 92 —jBéjala ahora mismo! —grité Franco al tiempo que se incorporaba, El nifio palidecié un poco, pero contesté con terque- dad: i —Tii no tienes derecho a ordenarme nada, ni ta ni nadie, Puedo poner mi radio todo lo alto que me dé la gana. —En eso tiene raz6n —intervino el viejo Beppo—, no se lo podemos prohibir. En todo caso se lo podemos pedir. Franco se senté de nuevo, —Que se vaya a otra parte —dijo malhumorado—, lleva toda la tarde fastidiéndonos. —Tendra alguna raz6n para hacerlo —contesté Bep- po mirando al muchacho con amabilidad y atencion a través de sus pequefias gafas—. Seguro que la tiene. El nifio nuevo se quedé en silencio. Al cabo de un ra- tito bajé el volumen de su radio y se puso a mirar hacia otro lado. Momo se acercé a ély se senté a su lado en silencio. El chico apagé la radio. Durante unos instantes nadie dijo nada. — Nos cuentas algo, Gigi? —rogo uno de los niftos nuevos, —iOh, si, por favor! —exclamaron los demas—. {Una historia divertidal —jNo, mejor una emocionante! —iNo, un cuenté —jUna aventura! Pero Gigi no queria, Era la primera vez que eso suce- dia. —Preferiria mil veces —dijo finalmente— que voso- tros me contarais a mi algo sobre vosotros y vuestras fa- milias, lo que soléis hacer y por qué estais aqui. Los nifios guardaron silencio. De repente sus rostros se tornaron tristes y taciturnos. —Ahora tenemos un coche muy bonito —se pudo escuchar finalmente de boca de un niiio—. Los sébados, cuando mi papa y mi mamé tienen tiempo, lo lavamos. Si he sido bueno, me dejan ayudarles. Cuando yo sea mayor, quiero tener uno igual. —Pues a mi —dijo una nifia pequefia— me dejan ir todos los dias al cine, cuando me apetece. Para que esté en un lugar seguro, porque por desgracia ellos no tienen tiempo, ¥ tras una breve pausa afiadié: —Pero yo no quiero estar ahi encerrada. Por eso ven- g0 aqui a escondidas y me guardo el dinero. Cuando ten- ga suficiente, me compraré un billete de tren y me iré a vivir con los siete enanitos. — iT eres tonta! —Ie espetd otro nifio—. jSi no exis- ten! —jClaro que existen! —dijo la pequefia obstinadamen- te—. Hasta lo ponia en el folleto de una agencia de viajes. —Pues yo ya tengo once discos de cuentos —declaré un nifio pequefio—, y los puedo escuchar todas las veces que yo quiera. Antes mi padre siempre me contaba algiin cuento por las noches, cuando volvia del trabajo, Era muy 93, 94 bonito, Pero ahora ya nunca esta en casa. O esta cansado y no tiene ganas. —{¥ tu madre? —pregunté la pequefia Maria. —Ella también est todo el dia fuera. —~Ya —dijo Maria—. Justo igual que en mi casa. Pero por suerte tengo a Dedé, —Le planté un beso a su her- manito, que estaba sentado en su regazo y continué—: Cuando vuelvo del colegio caliento la comida para los dos. Después hago los deberes. Y después... —se encogid de hombros—, bueno, después nos vamos a dar una vuel- ta por ahi hasta que anochece. La mayoria de las veces venimos aqui. Todos los niftos asintieron, ya que a todos les iban las cosas mas o menos igual —En realidad, yo estoy muy contento —afirmé Fran- co con un gesto mas bien triston— de que mis viejos ya no tengan tiempo para mi. Porque si no, empiezan a pe- learse y luego me pegan a mi En ese mismo instante el chico de la radio portatil se dio la vuelta inesperadamente y dijo: —jPues a mf ahora me dan mucho més dinero que antes! Claro! —contesté Franco—, jlo hacen para librar- se de nosotros! Ya no nos quieren. Pero tampoco se quie- ren a ellos mismos. Ya no sienten carifio por nada. Eso es lo que yo pienso. —jEso no es verdad! —grité airado el nifio nuevo—. ‘Ami, mis padres me quieren mucho. No es su culpa que ya no tengan tiempo para nada. Las cosas son asi, y ya esta. [En cambio me han regalado esta radio! Les ha cos- tado mucho dinero. Eso es una prueba, go no? Todos se quedaron en silencio. Y de repente, ese mismo nifio, que se habia pasado toda la tarde fastidiando a todos, comenz6 a llorar. In- tentaba reprimir el llanto y se restregaba los ojos con sus, Puftitos sucios, pero las légrimas iban haciendo churre- tones al resbalar por sus mejillas manchadas. Los demas nifios le miraban compasivos o clavaban los ojos en el suelo, Le comprendian muy bien. En reali- dad, cada uno de ellos se sentia exactamente igual. Todos se sentian abandonados. —Si —volvié a decir el viejo Beppo tras una pausa—, empieza a hacer frio. —Quiza pronto ya no me dejen seguir viniendo —dijo Paolo, el chico de las gafas. WY por qué no? —pregunté Momo, extrafiada. —Mis padres dicen que no sois mas que unos holga- zanes y unos gandules —explicé Paolo—. Que le estais robandb el tiempo al buen Dios, eso es lo que han dicho. Por eso tenéis tanto. Y que como hay demasiados como vosotros, los demés tienen cada vez menos tiempo, eso es lo que dicen, Y que no tengo que venir mas por aqui, porque silo hago me volveré como vosotros. De nuevo algunos de los nifios asintieron, pues les ha bian dicho ya cosas parecidas. Gigi miré a los nifios, uno tras otro. —2 vosotros penséis algo asi de nosotros? ¢O por qué seguis viniendo? 95 ‘Tras un breve silencio, Franco dij —A mi me da lo mismo. Mi padre siempre dice que, de todas maneras, yo de mayor no seré mas que un ma- leante. Estoy de vuestro lado : —Vaya, vaya —dijo Gigi enarcando las cejas—, asi gue también nos tomais por unos gandules... Los nifios bajaron los ojos, abochornados. Finalmente Paolo lanz6 una mirada inquisitiva al viejo Beppo. —Mis padres no mienten —dijo con voz queda. Y acto seguido pregunté en voz atin més baja—: gEs que no lo sois? Entonces, el viejo barrendero, pequeftito como era, se incorporé del todo, levanté tres dedos hacia el cielo y de- claré: —Nunca jamés en mi vida he robado un minuto de tiempo nial buen Dios ni a mis préjimos. jLo juro, pongo por testigo a Dios! —iNi yo! —aiiadié Momo. —jNi yo tampoco! —dijo Gigi muy serio. Los nifios guardaron silencio muy impresionados. Ninguno de ellos ponia en duda las palabras de los tres amigos. —Y ademés, ahora os voy a decir una cosa —pro- siguié Gigi—. Antes a la gente le gustaba venir a ver a ‘Momo para que los escuchase, De ese modo, se encontra- ban a si mismos, si es que entendéis lo que quiero decir con eso. Pero ahora ya no se lo piden mucho. Antes ala gente también le gustaba venir a escucharme. Al hacerlo se olvidaban de si mismos. Ahora tampoco me lo piden mucho. Ya no tienen tiempo para esas cosas. Y tampoco Henen ya tiempo para vosotros. No os dais cuenta? jEs muy extrafio que no tengan tiempo para estas cosas! Entrecerré los ojos y asintis con la cabeza. Entonces prosiguis: —Hace poco me encontré en la ciudad con un antiguo conocido, un barbero que se lama Fusi. Llevaba algiin tiempo sin verle y casi no le pude reconocer, de lo cam- biado que estaba, tan nervioso, malhumorado y amarga- do. Antes era un tipo amable, sabia cantar muy bien y te- nia sus propias ideas sobre todo. Pero ahora, de repente ya no tiene tiempo para nada de eso. Es una sombra de lo que era, ya no es Fusi, clo entendéis? Si solo se tratase de él, pensaria simplemente que habia perdido un poco la cabeza. Pero dondequiera que dirijas la mirada, ves gente ‘gual. ¥ cada vez son més. jAhora incluso nuestros viejos amigos comienzan a estar asi! ;De verdad me pregunto si se trata de una locura contagiosa! El viejo Beppo movié la cabeza afirmativamente —Cierto —dijo—, tiene que ser una especie de contagio. —Pero entonces —dijo Momo, muy consternada_, itenemos que ayudar a nuestros amigos! Aquella noche estuvieron todos juntos atin un buen rato hablando sobre lo que podian hacer. Pero no sabian nada de los hombres grises y de su incesante actividad. A lo largo de los dias sucesivos, Momo se dedicé a buscar a sus viejos amigos para preguntarles qué sucedia ypor qué ya no iban a visitarla. 7 Primero fue a ver a Nicola, el albanil. Conocia bien la casa en la que ocupaba una pequefia buhardilla. Pero no estaba alli. Los demas vecinos tan solo sabian que ahora trabajaba en los grandes barrios de nueva construccién al otro lado de la ciudad y que ganaba un montén de dinero. Le dijeron que ahora rara vez. estaba en casa y que cuan- do legaba, lo hacia muy avanzada la noche. También le comentaron que ahora pocas veces estaba sobrio, y que resultaba muy dificil relacionarse con él. Asi que Momo decidié quedarse a esperarlo. Se sent6 ena escalera, delante de la puerta de su habitacién. Poco a poco fue oscureciendo y se durmié, Debia de estar ya muy avanzada la noche cuando la desperté un estrépito de pasos vacilantes y broncos can- tos, Era Nicola, que subia por la escalera tambaledndose. Cuando vio a la nifia se quedé pasmado. —jEh, Momo! —exclamé con voz ronca y visiblemen- te abochornado de que le viera asi—. jAtin existes! Qué es lo que andas buscando por aqui? —A ti —contest6 Momo timidamente. —iAy, qué muchacha esta! —dijo Nicola meneando sonriente la cabeza—. Viene aqui en mitad de la noche a buscar a su viejo amigo Nicola. Pues si, hace ya mucho que yo también queria visitarte, pero sencillamente no tengo nada de tiempo para tales... asuntos particulares. Hizo un movimiento nervioso con la mano y se dejé caer a plomo en la escalera, junto a Momo. —jSi ta supieras lo que ando haciendo ahora, chiqui- Ia! Las cosas ya no son como antes. Los tiempos cambian. Alla donde trabajo te imponen otro ritmo. Un ritmo de mil demonios. Cada dia construimos una nueva planta de edifi- io, una tras otra, jSi, no tiene nada que ver con lo de antes! Todo esta organizado, cada mai més minimo detalle. ybra, gentiendes?, hasta el Siguié hablando y Momo le escuchaba atentamente. Y cuanto més hablaba, menos entusiasmo se desprendia de su relato. De repente se queds callado y se paso las manos callosas por el rostro. —No estoy diciendo mas que tonterias —dijo entris- teciéndose de repente—. zLo ves, Momo? Otra vez he be- bido demasiado. Lo admito. Ahora muchas veces me paso con la bebida. De otra manera no soportaria lo que hace- ‘mos alli. Eso va contra la conciencia de un albaiiil hon- tado. Ponen demasiada arena en el mortero, gentiendes? Aquello solo aguantara cuatro o cinco afios, y después se desmoronard con una simple tos. jEs todo una chapuza, una infame chapuza! Pero eso no es lo peor. Lo peor son las casas que estamos construyendo. No se las puede lla- mar casas, son... son... jdepésitos de almas, eso es lo que son! jSe te revuelve el estémago de verlo! Pero ga mi qué me importa? A mi me pagan y ya est. En fin, los tiempos cambian. Antes las cosas eran bien diferentes, yo esta- ba orgulloso de mi trabajo cuando habiamos construido algo que se podia contemplar con gusto. Pero ahora... Al- giin dia, cuando haya ganado lo suficiente, dejaré mi pro- fesion y me dedicaré a algo distinto. Incliné la cabeza y se quedé mirando al frente con melancolia. 99 100 Momo no decia nada, tan solo le escuchaba. —Tal vez —prosiguié Nicola quedamente después de un rato— deberia ir a verte de nuevo y contarte todo. Si, en serio, eso es lo que deberia hacer. Digamos mafia- na, gvale? 0 mejor pasado mafiana? Bueno, ya veremos cémo me puedo organizar. Pero seguro que voy. Enton- ces, gde acuerdo? —De acuerdo —contests Momo poniéndose muy contenta. ¥ después se separaron, porque ambos tenian mucho suefio. Pero Nicola no aparecié ni al dia siguiente ni al otro. No asoms6 la nariz por alli. Tal vez era cierto que nunca tenfa tiempo. Al siguiente al que visits Momo fue a Nino, el taber- nero, y a su regordeta mujer. La vieja casita con el enca- lado manchado por la luvia y el emparrado delante de la puerta estaba a las afueras de la ciudad. Tal y como hacia en el pasado, Momo entré por detrs, por la puerta de la cocina, Estaba abierta, y pudo ofr desde lejos que Nino y su mujer se hallaban enzarzados en una agria discusi6n. Liliana estaba en el fogén trajinando con cacerolas y sar- tenes. Su cara regordeta estaba bafiada de sudor. Nino le hablaba gesticulando enérgicamente. En una esquina se encontraba el bebé en su capazo, llorando. Momo se senté en silencio junto al bebé. Lo tomé en sus brazos y lo mecié con suavidad hasta que se calmé. El matrimonio interrumpié su disputa y ambos se queda- ron mirandola. —Anda, Momo, pero si eres ti —dijo Nino con una leve sonrisa—. Me alegro de volver a verte —éQuieres algo de comer? —le pregunté Liliana con cierta brusquedad. Momo neg6 con la cabeza, —Entonces, gqué es lo que quieres? —se informé Nino con nerviosismo—. De verdad que ahora mismo no tenemos tiempo para ti. —Solo os queria preguntar —contesté Momo queda- mente— por qué llevais tanto tiempo sin venir a verme. —iNi yo mismo lo sé! —dijo Nino, irritado—. En es. tos momentos tenemos otras preocupaciones. —Si —exclamé Liliana haciendo ruido con las cace- rolas—, jél tiene ahora otras preocupaciones! Por ejem- Plo, como hacer la vida imposible a los antiguos clientes, iesas son ahora sus preocupaciones! Momo, zte acuerdas de los viejecillos que antes siempre estaban sentados en la mesa de la esquina? jPues los ha echad ahuyentado! —iNo lo he hecho! —se defendié Nino—. Les he pe- dido amablemente que se buscaran otro local. Como ta- bernero tengo derecho a hacerlo. —jDerecho, derecho! iSi, los ha —replicé Liliana, enojada—, iNo se hace algo asi! Es inhumano y cruel, Sabes de sobra que no encontrarén ningiin otro local. jEn el nuestro no estorbaban a nadie! Claro que no estorbaban a nadie! —grité Nino—. Porque mientras estaban ahi sentados aquellos viejos sin afeitar, no venia a nuestro local ningtin cliente decente y buen pagador. gEs que tit crees que a la gente le gusta 101 102 ver algo asi? jY no ganabamos ni un duro con el tinico vaso de vino tinto barato que se podia permitir cada uno de ellos en toda la tarde! jAsi no llegaremos a ninguna parte! —Pues hasta ahora no nos ha ido nada mal —repuso Liliana —jHasta ahora! —contesté Nino, furioso—. Pero ta sabes perfectamente que no podemos seguir asi. El due- Ao del local me ha subido el alquiler. Ahora tengo que pagar un tercio més que antes. Todo ha subido. De dén- wrto mi local en un asilo de voy a sacar el dinero si com para viejos chochos? Por qué tengo que ser bueno con los demas? Nadie es bueno conmigo. La rellenita Liliana puso una sartén en el fuego con tal impetu que resoné como un estallido, —Pues te voy a decir una cosa —grit6 poniendo los brazos en jarras sobre sus anchas caderas—. jEntre esos pobres viejos chochos, como ti los llamas, se encuentra también, por ejemplo, mi tio Ettore! {Y no te permito que insultes a mi familia! jEs un hombre bueno y honrado, aun- que no tenga tanto dinero como tus otros parroquianos! —jEttore puede venir! —replicé Nino con gesto mag- nanimo—. Se lo he dicho, él puede venir cuando quiera. Pero es que no quiere. —jClaro que no quiere! ;Cémo va a venir sin sus vie~ jos amigos? {TG qué te crees? gEs que va a estar el pobre ahi sentado solo en un rinc6n? —i qué le voy a hacer? —grité Nino—. En cualquier caso no tengo maldita la gana de terminar mis dias en una insignificante tabernucha por tener consideracion con tu tio Ettore. {Quiero llegar a ser alguien! Es que eso acaso es un crimen? jQuiero sacarle partido a este nego- cio! |Quiero sacar adelante mi local! ¥ no lo hago solo por mi. Lo hago también por ti y por nuestro pequefto, ¢Es que no lo puedes entender, Liliana? —No —contesté Liliana con dureza—, si eso solo se puede hacer con crueldad, si ya empezamos asi, jenton- ces no cuentes conmigo! Un dia me levantaré y me larga- ré, jHazlo que se te antoje! Agarré al bebé, que entretanto habia roto a llorar de nuevo en los brazos de Momo, y salié de la cocina. Durante un buen rato Nino no pronuncié palabra. Se encendié un cigarrillo y comenz6 a darle vueltas entre los dedos. Momo le estaba mirando. —En fin —dijo finalmente—, eran unos tipos muy simpéticos. Yo mismo los aprecio mucho. {Sabes, Momo? A mi también me da pena... pero ;qué quieres que haga? Es que los tiempos han cambiado, Tal vez Liliana tenga raz6n —prosigui6 después de un rato—. Desde que los viejos se han ido, mi propio local se me antoja extrafio. Frio, gcomprendes? Ni yo mismo lo puedo soportar. De verdad que no sé lo que debo hacer. Pero todos hacen lo mismo hoy en dia. ;Por qué tengo que ser yo el tinico que lo haga de otra manera? £0 ti piensas que si deberia ha- cerlo? Momo asintié de forma imperceptible. Nino la miré y asintié también. 103 104 Entonces ambos —Qué bien que hayas venido habia olvidado que antes siempre deciamos: «iVete aver a Momol». Pero ahora volveré, con Liliana. Pasado mafiana tenemos nuestro dia de descanso e iremos. De acuerdo? dijo Nino—. Ya se me De acuerdo —contesté Momo. Acto seguido, Nino le dio una bolsa llena de manza- nas y naranjas, y Momo se fue a casa. Y Nino y su regordeta mujer efectivamente fueron. Trajeron también al nifio y una cesta llena de cosas ricas. Imaginate, Momo —dijo Liliana radiante—, Nino fue a ver al tio Ettore y a los demés ancianos, uno a uno, les pidi6 disculpas y les rog6 que volvieran. —S{ —aiiadié Nino sonriendo y rascandose detras de la oreja—, todos estan de nuevo alli. Eso de sacarle parti- do a mi local se quedara en agua de borrajas. Pero ahora vuelve a gustarme estar alli Se rio y su mujer dijo: —Ya nos las arreglaremos, Nino. Fue una tarde preciosa, y cuando se marcharon, pro- ieron regresar pronto. Y asi Momo fue buscando a todos sus viejos amigos, uno tras otro, Visit6 al carpintero que le habia hecho al principio la mesita y las sillas con unos cuantos tablones de madera. Se acercé a ver a las mujeres que le habian traido la cama. En fin, buscé a todos alos que antes habia escuchado y luego se habian transformado en personas inteligentes, decididas o alegres. Todos le prometieron regresar. Algunos no mantuvieron su palabra 0 no pu- dieron mantenerla porque no encontraron el tiempo para hacerlo. Pero muchos viejos amigos si regresaron de nue- vo, y las cosas casi volvieron a ser como antes. Sin saberlo, Momo se habia cruzado en el camino de los hombres grises. ¥ ellos no podian permitirlo. Poco tiempo después —era una tarde especialmente calurosa—, Momo se encontré una mutieca en los escalo- nes de piedra del anfiteatro. Ya habia sucedido muchas veces que los nifios se ha- bian olvidado alguno de esos juguetes tan caros con los que, en realidad, no se podta jugar, y lo habian dejado por alli, Pero Momo no recordaba haber visto a ninguno de los nifios con esa mufieca. Y seguro que le hubiese llamado la atencidn, porque se trataba de una mutieca muy espe- cial. Bra casi tan alta como Momo y la habian fabricado de un modo tan realista, que casi se hubiera podido pensar que era una persona pequefiita. Pero no tenia el aspecto de una nifia o un bebé, sino de una elegante damita o un maniqui de escaparate. Llevaba un vestido rojo con falda corta y unas sandalias de cuero con tacones altos, Momo se quedé mirandola fascinada. Cuando, al cabo de un rato, la tocé con la mano, la mu. hheca parpaded un par de veces, movi la boca y dijo con una voz como de pato, que parecia salir de un teléfono: —Buenos dias, Soy Bibigirl, la mutieca perfecta. Momo retrocedié asustada, pero contesté instintiva- mente: 4 05 106 Buenos dias, me llamo Momo. La mufieca movié de nuevo los labios y dijo: —Te pertenezco, Todos te envidian por poseerme. —No creo que me pertenezcas —replicé Momo—. Més bien creo que alguien te ha olvidado aqui Agarré a la muiieca y la levanté. Entonces sus labios se movieron de nuevo y dijo: —Quiero tener atin més cosas. —w eso? —respondié Momo, y se qued6 pensan- do—. No sé si tendré algo que te pueda gustar. Pero espe- 1a, Voy a enseflarte mis cosas y tii me dices si hay alguna que te guste. Con la mutieca en brazos cruzé el hueco del muro que conducia a su aposento. Sacé una caja con todo tipo de tesoros de debajo de la cama y se la ensefié a Bibigirl —Aqui lo tienes —dijo—, esto es todo lo que tengo. Sihay algo que te guste, no tienes mas que decitlo, Y le ensefié una bonita pluma multicolor de péjaro, una piedra bellamente veteada, un boton dorado, un tro-

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