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Ruiz Del Arbol OKeeffe 2021 Esp
Ruiz Del Arbol OKeeffe 2021 Esp
apoyo de patrocinio de
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Del 20 de abril al 8 de agosto de 2021
con el con el
apoyo de patrocinio de
Marta Ruiz del Árbol
Con textos de
Didier Ottinger
Ariel Plotek
Catherine Millet
Dale Kronkright
Marta Palao,
Andrés Sánchez Ledesma
y Susana Pérez
Anna Hiddleston-Galloni
20 Georgia O’Keeffe :
Wanderlust y creatividad
Marta Ruiz del Árbol
44 Georgia O’Keeffe :
una modernidad disidente
Didier Ottinger
92 Catálogo
282 Biografía
Anna Hiddleston-Galloni
En 1953 Georgia O’Keeffe viajó a Europa por primera vez. La gran artista norteamericana,
que tenía en aquel momento 66 años, se embarcaba rumbo a Francia para visitar el país
galo y continuar posteriormente a España. Hasta aquel momento, pocas eran las ocasiones
en que había salido de su país y nunca antes había abandonado el continente americano.
Sin embargo, la experiencia de cruzar el océano Atlántico cambió su rutina para siempre y,
tan solo un año después, programó una segunda estancia en la península Ibérica. Ambas
escapadas se convirtieron en las primeras de las muchas que, durante las dos décadas
siguientes, la llevarían a conocer todos los continentes.
Los dos viajes a España han sido el punto de arranque de esta investigación. ¿ Qué le hizo
elegir este país mediterráneo como uno de sus primeros destinos extranjeros y repetir al
poco tiempo ? ¿ Qué encontró allí para que, a partir de entonces, hiciera sus maletas para
seguir conociendo el mundo ? ¿ Buscaba acaso nuevas fuentes de inspiración ? ¿ Lo reflejó
de algún modo en su obra final ? Partiendo de esta fiebre viajera del final de su vida, este
ensayo pretende desentrañar los motivos que impulsaron a O’Keeffe a convertirse en una
trotamundos cuando aparentemente había alcanzado todos sus objetivos vitales. También
se propone analizar si su wanderlust, su sed irrefrenable por descubrir lugares nuevos,
surgió de pronto. O si, por el contrario, apareció anteriormente y fue un estímulo, incluso
1 Charles Baudelaire : « El viaje, I ».
una necesidad, que precedía y condicionaba su actividad creadora. En Las flores del mal, en Baudelaire
2013, p. 293.
4 O’Keeffe 1976, s. p.
21
O’Keeffe, que había sido una de las pocas pintoras de su generación que no había salido
de Estados Unidos durante sus años de formación, parece continuar con estas declaraciones
el relato que se había articulado en torno a ella desde el comienzo de su carrera. En un
momento, a principios del siglo xx, en el que, según sus palabras, « todos habrían cruzado el
océano y se habrían quedado en París si hubieran podido » 6, ella había sido presentada por
los críticos de la época, y también por ella misma, como la artista americana por excelencia
por su supuesto desconocimiento de las tendencias artísticas europeas. A pesar de que esta
afirmación dista mucho de ser verdad 7, la idea de que su arte tomaba como único modelo « la
vida estadounidense en general » 8 en lugar de expresarse a partir de los análisis de Cézanne
6 Arthur Dove, Marsden Hartley o
Charles Demuth, por ejemplo, habían
o Picasso caló muy hondo en la lectura que se hizo de su obra. Es lógico, por tanto, que una
conocido de primera mano las nuevas vez en Europa, se sintiera con la necesidad de evidenciar que los motivos que finalmente la
tendencias artísticas que estaban habían empujado a visitar el viejo continente no estaban relacionados con un interés por
teniendo lugar en el viejo continente.
Georgia O’Keeffe, citada en Blanche conocer de primera mano su escena artística.
Matthias, « Stieglitz Showing Seven
Americans », en Chicago Evening
Post, Magazine of the Art World,
Posteriormente O’Keeffe y su acompañante se encaminaron hacia España, un lugar que,
2 de marzo de 1926 ; citado en según su amiga de juventud, Anita Pollitzer, había sido « el país de sus sueños » 9 desde su
Drohojowska-Philp, p. 257, nota 2. infancia, cuando su madre le leía los Cuentos de La Alhambra de Washington Irving 10. Entraron
7 Véase Peters 1991 y el ensayo por el País Vasco y visitaron las cuevas de Altamira antes de llegar a Madrid, donde le fascinó
de Didier Ottinger en este mismo el Museo del Prado. La visita a la pinacoteca madrileña es el acontecimiento que más se ha
catálogo, pp. 44-69.
subrayado en las cronologías de este primer viaje a Europa y la propia artista también lo
8 Paul Rosenfeld, citado en consideró especialmente significativo. Ella, que solía rechazar la influencia de otros pintores,
Rosenfeld 1961, p. 204. se maravilló con los maestros antiguos cuyas obras colgaban en las paredes del edificio de
9 Pollitzer 1988, p. 260. Villanueva. En una entrevista del New Yorker de 1974 en la que hacía un repaso de su carrera,
se detenía a relatar aquel episodio : « Soy muy crítica. No parezco disfrutar de las pinturas del
10 Ibid., p. 75. Pollitzer dice que los
mismo modo que muchas otras personas que conozco —comentaba—. Por eso me sorprendí
cuentos del autor romántico « hicieron
que se sintiera próxima a España […] tanto cuando fui al Prado en 1953 – porque allí todo me resultaba verdaderamente excitante » 11.
lugar donde siempre permaneció ».
al país, pero para visitarlo a su manera. En lugar de ir acompañada de Callery, que conocía bien
el territorio e incluso llegaría a tener una casa en Cadaqués 17, viajó con Betty Pilkington, la hija
de su mecánico. Al reemplazar a su experimentada amiga, evitaba por un lado que esta pudiera
predeterminar el itinerario. Ganaba, por otro, una intérprete de español, puesto que Pilkington
procedía de una familia hispana de Nuevo México. Su nueva compañera debió de facilitarle
mucho la logística en un país que comenzaba tímidamente a recibir a sus primeros turistas tras
la Guerra Civil y la larga posguerra. Un año antes, en 1953, se habían firmado los conocidos
como Pactos de Madrid con Estados Unidos que supusieron la integración definitiva de la
dictadura de Franco en el bloque occidental. Era, por tanto, un lugar que lentamente salía del
aislamiento que había padecido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que a O’Keeffe
debió de resultarle muy pintoresco y exótico, anclado en ancestrales costumbres y tradiciones.
De hecho, se ha pensado que programó su segundo viaje entre marzo y mayo de 1954 para 17 Veáse la entrada en la web de
La Fundación DOCOMOMO Ibérico
poder disfrutar de las particulares celebraciones ligadas a la Semana Santa española 18. Estas sobre la casa que tuvo Mary Callery
costumbres, relacionadas con la religiosidad del país, seguramente le recordaron en muchos en Cadaqués, en http ://
docomomoiberico.com/index.php ?
sentidos a su tierra de adopción, Nuevo México 19. Desde que en 1929 visitara este estado del
option=com_k2&view= item&id=720 :
sur de Estados Unidos, algunas de sus obras, en especial su serie de cruces [ fig. 2 ], fueron estudio-mary-calleri-viviendas-
testimonio de su sensibilidad hacia la expresión del fervor católico que, « como un oscuro modernas-en-el-casco-antiguo-de-
cadaqu%C3%A9s&Itemid=11&vista=
y fino velo » 20, cubría el paisaje nuevomexicano y que está íntimamente ligado a las raíces 1&lang=en, consultada por última vez
hispanas de la región. el 15/9/2020.
Sin embargo, los recuerdos que trajo de aquel segundo viaje desvelan que lo que más le
fascinó de esta visita no fueron las expresiones de fe en las calles españolas, sino los
espectáculos taurinos que contempló. El Research Center del Georgia O’Keeffe Museum
guarda en sus archivos una considerable colección de folletos, entradas a corridas de toros,
21 En el Georgia O’Keeffe Museum
Research Center, inv. MS. 033, Series : recortes de prensa sobre el tema y numerosas fotografías de toreros en distintas poses21.
Subject files, 1930-1975, undated, En uno de los programas de la Feria de Sevilla de 1954, añadió anotaciones manuscritas
« Bull Fighting ».
al lado de los nombres de los matadores. Así, junto al nombre de Manolo Vázquez, aparece
22 Programa de la Feria de Abril, anotado « rojo », o junto a Juan Posada, « lavanda », en referencia a sus coloridos trajes22.
1954. Cartel de corridas de toros. Cerrando el conjunto, se encuentra también una pequeña edición de la Tauromaquia de Goya.
En el Georgia O’Keeffe Museum
Research Center, inv. MS. 033, Series : Y quizá fuera gracias a esta serie de estampas como O’Keeffe llegara al mundo del toro.
Subject files, 1930-1975, undated,
« Bull fighting, advertisments ( 1954 )».
O’Keeffe, que durante su larga vida siempre mostró una clara predilección por los temas
23 Véase Corn 1999, pp. 250-260. relacionados con la naturaleza, sintió también una debilidad similar por aquellas expresiones
Sobre su recepción en concreto de humanas que continuaban ligadas a algo profundo y ancestral. De la misma manera que a su
los indios pueblo, véase Scott 2015b.
llegada a Nuevo México se interesó por las tradiciones y ceremonias de los pueblos nativos
24 Las cartas que Todd Webb le americanos 23, en la tauromaquia debió entrever la arcaica fascinación por el toro de las
dirigió a Georgia O’Keeffe tras su culturas mediterráneas, en la que resuenan los mitos del Minotauro y del rapto de Europa.
viaje a España son testimonio de esa
pasión que compartía con su amigo Como tantos artistas de vanguardia, la pintora americana percibió en este colorido espectáculo
fotógrafo. En las cartas, fechadas los ecos del antiguo culto a la fuerza vital y una mirada directa a la muerte. A su vuelta de
entre 1955 y 1957, se habla del deseo
de ir juntos a una corrida en México.
aquel viaje, quiso asistir a corridas en el vecino México 24 y siguió investigando sobre el tema,
En el Georgia O’Keeffe Museum como prueban los volúmenes dedicados al arte de la lidia que se conservan en su biblioteca.
Research Center, inv. MS. 05,
The Georgia O’Keeffe Foundation
Correspondence Photocopies,
Series 1.1 : Georgia O’Keeffe Personal
Correspondence, c. 1908-1986, n. 22
Webb, Todd, 1952-1969.
O’Keeffe llevaba cuatro años instalada definitivamente en Nuevo México cuando decidió
visitar Europa a comienzos de la década de 1950. La pintora, que había pasado por este
estado suroccidental de Estados Unidos ya en 1917 de vuelta de un viaje por Colorado, lo
visitó de nuevo en 1929 y desde entonces lo convirtió en el tema predilecto de sus obras y
en el lugar al que siempre quería volver. « Cuando llegué a Nuevo México supe que era mío.
En cuanto lo vi supe que era mi tierra. Nunca había visto nada así, pero encajaba conmigo
exactamente »26, diría más tarde en referencia al sentimiento de pertenencia que la embargó
al descubrirlo. A partir de aquel viaje mítico y durante los veinte años siguientes, alternaría
largas temporadas en este lugar con estancias en Nueva York junto a su marido, el fotógrafo,
galerista y promotor de arte moderno, Alfred Stieglitz. Finalmente, en 1949, se trasladó allí
de forma permanente.
Por eso sorprende comprobar que comenzase a planear largas temporadas fuera de su
nuevo hogar poco tiempo después de haber conseguido asentarse completamente en Nuevo 25 Georgia O’Keeffe Museum
México. Su nueva situación personal debió de influir determinantemente en su decisión. Research Center, inv. MS. 033,
Series : Travel files, « Spain » travel
En 1946 había fallecido Stieglitz, que durante el tiempo que convivió con O’Keeffe nunca box, 1951-1955, undated, Spain –
abandonó el estado de Nueva York y que fue el motivo fundamental que la ligó a Manhattan. advertisements, brochures, guides
La artista afirmó además que su marido había sido una de las razones por las que no había ( 1951-1955, undated ).
querido viajar al viejo continente antes. « No podía imaginarme en un lugar donde no podría 26 Palabras pronunciadas por
hablar y en el que Stieglitz habría dicho que todo lo que yo quería hacer era imposible » 27, O’Keeffe en el documental Georgia
O’Keeffe de Perry Miller Adato,
decía, dando a entender que, tal vez, esta expedición hubiera podido estar entre los planes
WNET, 1977, reproducidas en otro
del matrimonio en algún momento. Tras los meses que pasó gestionando su sucesión, podía, documental del mismo autor : Georgia
por primera vez en mucho tiempo, organizar su agenda con plena independencia. Se O’Keeffe : A Life in Art, Georgia
O’Keeffe Museum, 2002.
encontraba además en sus años de madurez, su reputación como artista estaba firmemente
consolidada y su situación económica era sobradamente acomodada. En otras palabras, 27 Drohojowska-Philp 2004, p. 452,
nota 1 ( notas a la entrevista de Calvin
era un momento de libertad en el que podía permitirse cosas que en otras fases de su vida
Tomkins a G. O’Keeffe, véase nota 11 ).
habrían resultado irrealizables.
28 G. O’Keeffe, carta a W. H.
Schubart, 9 de febrero de 1953.
La correspondencia que mantuvo con William Howard Schubart, sobrino de Alfred Stieglitz y Conservada en el Alfred Stieglitz/
administrador de sus finanzas a comienzos de la década de 1950, arroja algo de luz sobre los Georgia O’Keeffe Archive, Yale
Collection of American Literature,
motivos que la impulsaron a viajar. En una misiva de febrero de 1953, O’Keeffe mencionaba
Beinecke Rare Book and Manuscript
por primera vez la idea de « conducir por España e Italia » a propuesta de Mary Callery 28. En Library, inv. YCAL MSS 85, Box 97,
aquel primer momento no se mostraba muy entusiasmada por la idea y afirmaba sentirse « muy folder 1901.
satisfecha con mi pequeño mundo », en referencia a las dos casas de adobe que poseía en 29 O’Keeffe adquirió en 1940 una
Nuevo México, una en pleno desierto, en Ghost Ranch y otra en el pequeño pueblo de Abiquiú 29. casa de adobe en en la zona de
Ghost Ranch que ya había alquilado
anteriormente y, en 1946, una
segunda en Abiquiú, una hacienda
en ruinas con vistas al valle del río
Chama, que restauró con la ayuda
de Maria Chabot.
Pese a las dudas iniciales de O’Keeffe, desde el principio su sobrino político le hizo ver las
oportunidades que este cambio de aires podría suponer para ella y la animó a embarcarse
en una aventura que, según él, podía convertirse en una magnífica oportunidad creativa que
le aportaría « nuevos colores para trabajar, nuevas ideas » 31. El deseo de viajar que inició esta
primera experiencia trasatlántica confirma que Schubart tenía razón y que quizá, tras más
de veinte años pintando Nuevo México, la artista pudiera encontrar en estas escapadas unas
fuentes de inspiración renovadoras. De hecho, como se ha mencionado, parece que no era
la primera vez que había pensado en ir a Europa. Según Sarah Greenough, fue una de las
opciones que barajó a finales de los años veinte 32. Y aunque en aquella ocasión finalmente
decidió partir hacia Nuevo México, es significativo que el viejo continente estuviera entre sus
opciones. Quizá su decisión de ir a España más de treinta años después respondiera también
30 G. O’Keeffe, carta a W. H. al deseo de encontrar un lugar que la cautivara y la obligara a un cambio de rumbo similar al
Schubart, 19 de septiembre de 1953,
en Alfred Stieglitz/Georgia O’Keeffe que había sentido cuando su escapada al sudoeste de los Estados Unidos cambió su arte
Archive, op. cit. nota 28. para siempre.
Desde muy pronto, la vida de Georgia O’Keeffe estuvo jalonada por cambios de residencia.
Nacida en 1887 en Sun Prairie ( Wisconsin ), vivió sus primeros años en una granja del Medio
Oeste americano e hizo su primera mudanza en 1903, cuando su familia se trasladó a más
de 1.600 kilómetros de distancia, a Williamsburg, en el estado de Virginia. Tan solo dos años
después, la futura pintora comenzó su formación pasando temporadas en Chicago, Nueva
York o el propio Williamsburg, iniciando así una vida itinerante que continuaría con sus
primeros trabajos como profesora de arte. Aunque estos cambios no se debieron a
cuestiones de placer, marcaron de manera definitiva a nuestra protagonista y la convirtieron
desde sus inicios en una artista viajera. Amy von Lintel argumenta que fue precisamente la
vida nómada de su juventud la que le dotó de las herramientas necesarias para ser, a la vez
que flexible e independiente, capaz de convertir en su hogar cada lugar en que le tocaba
vivir 36. Y es reseñable que, desde muy pronto, la joven O’Keeffe desarrolló una costumbre de
33 Robinson 1992, pp. 402-403.
caminar que perviviría hasta sus últimos años. Allá donde fuera, exploraba los alrededores En esta biografía se considera que
a pie, buscando de esta manera la conexión con el entorno, ese sentido del lugar ( the sense fue precisamente ese el motivo que
le permitió ser, a partir de entonces,
of place ) que uno solo puede alcanzar andando. más receptiva con la obra de otros
pintores.
La primera noticia de este hábito es un recuerdo que se remonta al momento en que, tras
34 Un reciente y magnífico ejemplo
la mudanza familiar a Virginia, continuó sus estudios en el Chatham Episcopal Institute. De de la coherencia entre las diferentes
aquella época de la adolescencia, O’Keeffe rememoraba sobre todo sus caminatas 37. « Salía esferas de la vida y las obras de la
artista fue la exposición comisariada
a dar largos paseos por el bosque, lo que no estaba permitido.» 38 Con su espíritu libre
por Wanda Corn Georgia O’Keeffe :
e independiente, la joven estudiante era capaz de saltarse las normas de su nueva escuela Living Modern celebrada en
para cumplir con su necesidad innata de pasear por la naturaleza. Algunos años más tarde, el Brooklyn Museum en 2017
y el catálogo que la acompañó
en 1915, cuando empezó a trabajar como profesora en el Columbia College, en Carolina ( Corn 2017 ).
del Sur, le confesaba en varias ocasiones a su amiga Anita Pollitzer lo que ella misma
35 Veáse Hartley 2016.
consideraba una obsesión : « Tengo tal manía por caminar que comienzo a las cuatro de
la tarde y camino hasta las seis » 39. En sus cartas describía como su rutina diaria estaba 36 Lintel 2016, pp. 14 y 17. En esta
compuesta por dar clases, pintar y, por supuesto, salir a andar. Esta necesidad interior, misma dirección apunta también
Cody Hartley en Hartley 2016, p. 145.
presente desde fecha muy temprana, se convirtió en una de sus principales costumbres
vitales. La artista viajera fue, antes que nada y sobre todo, una artista caminante. 37 O’Keeffe 1976, s. p.
Georgia O’Keeffe se inscribe de esta manera dentro de una tradición cultural, comenzada
en el siglo xviii, que reivindicaba el caminar como un acto cultural consciente 40. En Estados
Unidos, el representante máximo de la marcha como experiencia estética fue Henry David
Thoreau y, si bien no hay constancia de que leyera al autor de Walden ( 1854 ) y Caminar
( 1862 ), su huella había calado en la sociedad norteamericana y su figura estaba siendo
reivindicada por Alfred Stieglitz y otros intelectuales justo en el momento en que conoció a
40 Sobre el caminar consciente, su futuro marido 41. La pintora, que tantas veces rechazó sus referentes culturales y artísticos,
véanse, entre otros, Gros 2014
tampoco se sintió cómoda cuando se la vinculó con este pensador americano 42. Sin embargo,
o Solnit 2015.
como han demostrado Barbara Novak y Charles C. Eldredge, sus conexiones con el
41 Londres-Ciudad de México- trascendentalista son numerosas 43, también en lo que se refiere a la necesidad interior de
Yokohama 1993-1994, pp. 192-193.
caminar y al deseo de perderse en la naturaleza.
42 Merril 2010, concretamente
el capítulo 5 [ 1977 ], 19 de marzo
de 1977, s. p.
1915 fue un año determinante para O’Keeffe en el que tomó la decisión de dejar de lado
las enseñanzas de sus maestros y comenzar a hacer las cosas a su manera. La serie de
obras abstractas que realizó en aquel momento fueron el punto de arranque de su futura
trayectoria artística [ cat. 1 ]. Atrás quedaban sus años de formación académica durante los
cuales había aunado un lado más tradicional, en el Art Institute of Chicago y la Art Students
League de Nueva York ( con el impresionista William Merrit Chase como profesor ) con otro
más renovador, capitaneado por Arthur Wesley Dow. Los métodos de este último parecen
haber sido definitivos en la conexión que estableció entre sus caminatas diarias y su
creación pictórica. O’Keeffe, que, como se ha visto, ya era amante de los paseos antes de
empezar sus estudios, encontró en las enseñanzas de Dow un acicate para convertirlos en
la base de sus obras. El popular maestro, cuyas ideas estaban fuertemente marcadas por
su admiración por los principios compositivos del arte japonés, alentó a su alumna a explorar
los alrededores en busca de inspiración para realizar un arte que, basado en la naturaleza,
tendiera a la abstracción 46.
ella el deseo de plasmar lo que había percibido y sentido sobre el papel. Durante el verano 47 A. Pollitzer carta a G. O’Keeffe,
de 1916, por ejemplo, le narraba su solitario caminar hasta el pico de una montaña bajo Nueva York, 1 de enero de 1916, en
Giboire 1990, p. 115. Stieglitz incluyó
la luz de la luna para, desde allí, ver el amanecer 48. Pocos días después volvía a referirse
por primera vez un grupo de la serie
a aquel momento de comunión con la naturaleza para decirle : « el paseo del que te hablé de abstracciones al carboncillo en
inició muchas cosas » 49. Georgia O’Keeffe desvelaba así el papel que tuvieron estas salidas una exposición de su galería 291
durante la primavera de 1916.
como motor de su actividad artística.
48 G. O’Keeffe, carta a A. Stieglitz,
[ Charlottesville, Virginia ], 25 de julio
de 1916, en Greenough 2011, p. 16.
Al igual que Nietzsche, que aseguraba que para escribir se necesitaba la intervención de
los pies, en referencia a la necesidad de andar para que el pensamiento fluyera 53, O’Keeffe
caminaba para dibujar y pintar después. Antes de tomar el carboncillo, mucho antes de
agarrar el pincel y posarlo sobre el lienzo, la pintora estadounidense caminaba, y ese acto
debe considerarse como el primer paso indispensable de su meticuloso proceso creativo.
La conocida como gripe española fue la causa principal de que O’Keeffe abandonara Canyon 50 G. O’Keeffe, carta a A. Stieglitz,
en febrero de 1918. Stieglitz, con el que la artista llevaba carteándose regularmente desde [ Canyon, Texas, 3 de septiembre
de 1916, en Greenough 2011, p. 27.
hacía un año y medio y que ya había expuesto dos veces su obra en su galería 291 54, le pidió
al fotógrafo Paul Strand que fuera a Texas para convencerla personalmente de que se 51 G. O’Keeffe, carta a A. Stieglitz,
trasladase a Nueva York tras varios meses enferma. Finalmente, en junio de 1918, ella decidió [ Canyon, Texas, 11 de marzo de 1917 ],
en ibid., p. 120.
ir a Manhattan. Allí daría comienzo una nueva etapa de su vida en la que se dedicaría
exclusivamente a la pintura. Iniciaba también un esquema de vida ligado a Stieglitz a nivel 52 Hartley 2016, pp. 152-153.
Sobre el proceso artístico de
personal y profesional. Junto a él comenzó a alternar la ajetreada vida de Nueva York con
O’Keeffe y la importancia del dibujo
temporadas en la casa que la familia del fotógrafo tenía en Lake George ( estado de Nueva en todo el meticuloso proceso,
York ). Gracias a estos traslados estacionales, O’Keeffe estableció un calendario de trabajo véanse los artículos de Dale
Kronkright y Marta Palao, Andrés
que consistía en pintar durante el verano y el otoño en su nuevo retiro rural y regresar a la Sánchez Ledesma y Susana Pérez
ciudad en invierno para terminar las obras y presentarlas posteriormente en las exposiciones publicados también en este catálogo,
pp. 240-281.
que, una vez al año, organizaba Stieglitz 55.
53 Nietzsche 1988, p. 59 ( prólogo ).
Instalada en Lake George, comenzó a explorar a pie la propiedad y sus alrededores 56. Antes
54 La galería 291 cerró
que ella, muchos otros pintores americanos, encabezados por los pioneros de la Escuela del precisamente tras presentar la
Río Hudson, también habían viajado hasta este popular destino de vacaciones con el objetivo primera exposición individual de
Georgia O’Keeffe, celebrada entre
el 3 de abril y el 14 de mayo de 1917.
Al igual que Thoreau, que acostumbraba a recoger pequeñas flores durante sus paseos para
meterlas después en su « caja botánica » ( botany-box ), O’Keeffe recolectaba todo tipo de
objetos 59. « He recogido flores allí donde las he encontrado – he recogido conchas y rocas
y trozos de madera en los lugares en que había conchas y rocas y trozos de madera que me
gustaban » —recordaba en 1976, refiriéndose primero a sus temporadas en Lake George, para
continuar rememorando lo que ocurriría después tras su llegada a Nuevo México—: « Cuando
en el desierto encontré los hermosos huesos blancos, los recogí y me los llevé a casa
también...» 60. Estos souvenirs orgánicos eran llevados al taller, donde pasaban a ser el tema
de sus obras [ cats. 31-42, 66, 76-78 ] 61. De nuevo la acción de caminar, unida a la de
recolectar, constituía el primer paso del proceso creativo. De esta forma, además, introducía
la naturaleza dentro del estudio, consiguiendo con esta acción que nunca dejara de ser la
protagonista de su pintura.
Tras ser plasmados en el lienzo, aquellos trofeos encontrados pasaban a formar parte de
una particular colección con la que O’Keeffe decoró sus sucesivos talleres y hogares.
Aunque no tenemos imágenes del interior del estudio de Lake George, un antiguo cobertizo
que rehabilitó durante el verano de 1920 para poder pintar lejos de las miradas de la familia
Stieglitz [ cat. 23 ], podemos imaginarlo repleto de estos objetos. Sabemos también que,
cuando comenzó a visitar Nuevo México a finales de los años 1920, llevó a Nueva York los
huesos que había encontrado en sus paseos para tenerlos cerca y poder pintarlos aun
estando lejos de su adorado desierto. En las fotografías que publicó la revista Life en 1938
se ve todo el proceso. Desde la recolección hasta el lugar que ocupan en su exclusivo
penthouse de la Gran Manzana [ fig. 10 ] 62. Las imágenes que se conservan de las dos casas 57 Coe 2013, pp. 23-25. Si bien
de adobe que tuvo en Nuevo México permiten comprender la importancia que llegaron ciertas imágenes de O’Keeffe parecen
tener un vínculo evidente con esta
a tener estos vestigios. Piedras, trozos de madera y huesos se convierten frecuentemente tradición, lo más probable es que
en los principales elementos de decoración de un espacio absolutamente minimalista. En estos conceptos, emociones y
muchas ocasiones, además, están colocados en los alféizares de las grandes ventanas que estructuras del arte romántico
hubieran penetrado de manera
comunican el interior de la vivienda con el exterior, creando la transición perfecta entre inconsciente en su repertorio debido
ambos espacios [ fig. 11 ]. Tras una visita al estudio de Abiquiú, Anita Pollitzer lo describía de a su arraigo en el arte popular. Véase
Rosenblum 1993, pp. 149-153.
la siguiente manera :
58 Bruce Robertson ha señalado
« Su gran estudio, de unos veinte metros de largo, se encuentra junto a su dormitorio. que hasta que viajó a Nuevo México
en 1929 no se puede considerar
En él ha puesto una bonita e inusual ventana de un solo cristal de cinco metros que, verdaderamente a O’Keeffe
flanqueada por dos ventanas más pequeñas, ofrece una vista estupenda del fértil una pintora de paisajes. Véase
Robertson 2013, p. 76.
valle de abajo. [...] Por lo general, no hay cuadros en las paredes, excepto los que están
en proceso, sin adornos, pero en el amplio alféizar de la ventana hay brillantes plumas 59 Novak 1997, p. 77.
de aves, trozos de corteza, rocas y hojas que ha recogido en sus paseos o que sus
60 O’Keeffe 1976, s. p.
amigos le envían de vez en cuando por su color y textura. Estos objetos le atraen
como si aún fuera una niña. Siempre ha amado esas cosas [...]» 63. 61 Coe 2013, p. 43.
Siete años después de haberse instalado en Nueva York, durante la primavera de 1925,
Georgia O’Keeffe comenzó a plasmar la ciudad en sus obras. La pintora de las formas
naturales experimentaba con unas obras genuinamente diferentes de todo el resto de su
creación artística. Esta nueva fase se iniciaba poco antes de su traslado al Hotel Shelton,
un rascacielos de 34 plantas. « Nunca había vivido tan alto y estaba tan ilusionada que
empecé a decir que iba a intentar pintar Nueva York » 64, escribiría más tarde recordando
la impresión que le causaron las vistas desde su reciente hogar.
Sin embargo, como se aprecia en Calle de Nueva York con luna [ cat. 46 ], la primera obra
de la serie, cuando O’Keeffe decidió enfrentarse a este nuevo tema, lo hizo a pie de calle.
En la publicación que vio la luz en 1976 donde explicaba la visión que ella misma tenía
de su arte, dejó varios testimonios que prueban sus paseos por las calles de Manhattan :
« Crucé la calle 42 muchas veces por la noche » 65, escribió. O, en otra ocasión, « En aquella
época Park Avenue […] parecía extenderse mucho más allá de la calle 59 y hasta el infinito.
[…] Era una calle bastante soleada – un lugar agradable para caminar » 66. La imaginamos
descendiendo de su moderno rascacielos y, siguiendo su imperturbable rutina diaria,
caminando por las calles de la Gran Manzana tal y como anteriormente había hecho en
las montañas de Virginia, las planicies de Texas o en la propiedad de la familia Stieglitz
en Lake George.
Pero andar por una urbe es diferente. El paseante encuentra numerosos obstáculos que
provocan que su ritmo sea discontinuo. Quizá por ese motivo eligiera el atardecer o incluso
la noche cerrada para sus paseos, evitando así el ajetreo de la vida diurna y las interrupciones
causadas por el cruce con otros transeúntes. O’Keeffe, que raramente incluyó figuras
humanas en sus obras, plasmó en sus lienzos un lugar desierto en el que ella parece ser la
única viandante. A pesar de la soledad que inunda las pinturas, no hay rastro del lado sórdido
que emerge en las ciudades con la oscuridad. Tampoco se registra la mínima sensación
de miedo por los peligros que acechan a aquel que deambula por sus calles, especialmente
si se trata de una mujer. Como ocurriría a lo largo de toda su vida, también en su deseo
de pintar la gran metrópoli, en esta particular serie volvemos a descubrir a una O’Keeffe de
espíritu libre que consiguió una y otra vez vencer las limitaciones ( y autolimitaciones ) que,
por aquel entonces, existían para el género femenino en muchos ámbitos.
Esta serie de vistas de Manhattan nos muestran a una O’Keeffe flâneuse, que paseaba por
las calles y observaba atenta lo que acontecía. Una artista que, como tantos otros en su
tiempo, se sentía atraída por los cambios de esta gran ciudad en plena transformación y
retrataba sus nuevos rascacielos. Aun así, muchas de estas obras desvelan que su verdadero
interés no se encontraba en analizar los volúmenes de la llamativa y novedosa arquitectura
urbana. En Calle de Nueva York con luna o Ritz Tower [ cats. 46 y 48 ], por ejemplo, los
edificios en lugar de ser los verdaderos protagonistas sirven para enmarcar a la luna y las
nubes que la rodean 67. Junto a estos elementos naturales, destaca la luz de la farola, que con
su halo es como un reflejo del satélite terráqueo y una guía que hace posible su caminar por
esos cañones de asfalto que vinieron a sustituir a aquellos accidentes geográficos de Texas.
También en medio de la ciudad, la naturaleza continúa siendo la auténtica protagonista.
64 O’Keeffe 1976, s. p.
Las cartas a Stieglitz desvelan las sensaciones de O’Keeffe al encontrarse con el océano
Atlántico, que fueron de nuevo enormemente intensas y solo comparables con las que había
tenido anteriormente en las planicies tejanas 68. De aquellas estancias han llegado a nosotros
algunas marinas, donde intenta captar los horizontes infinitos del « tipo de mar que Homer
trató de pintar, pero que verdaderamente no puede ser captado » [ fig. 12 ] 69. Pero, sobre todo,
como también había ocurrido en Lake George, una serie de naturalezas muertas donde los
protagonistas son las conchas y otros objetos arrastrados por el mar hasta la orilla de la playa.
69 ibid.
70 O’Keeffe 1976, s. p.
En mayo de 1929 O’Keeffe llegó a Taos donde, invitada por Mabel Dodge Luhan, una rica
mecenas, pasó su primera temporada en Nuevo México. Pocos días después de instalarse,
O’Keeffe le confesaba a Stieglitz que estaba aterrorizada ante la idea de salir al desierto
y las montañas. Temía sumergirse en el paisaje que la rodeaba, pues era consciente de
que después no sería capaz de encontrar el « camino de vuelta » 74. Extraordinariamente
clarividente, la pintora se dio cuenta desde el primer momento de que esta vivencia lo iba
a cambiar todo. A su regreso a Nueva York, las obras creadas durante aquel fructífero verano
[ cats. 55-57 ], que plasmaban sus primeras impresiones de esta región, se expondrían
con gran éxito en An American Place, la galería recién inaugurada por Stieglitz 75. Era el 71 Podría tratarse de la O’Keeffe :
espaldarazo definitivo para cerrar su etapa neoyorquina y arrancar la segunda mitad de Exhibition, 1928, de enero de 1929,
su larga carrera, en la que haría las cosas aún más a su manera. En el retrato que le tomó o de Georgia O’Keeffe : Paintings,
1928, del 4 de febrero al 17 de marzo
Stieglitz durante la citada muestra, O’Keeffe ya se presentaba a sí misma como una especie de 1929, ambas celebradas en la
de sacerdotisa del desierto [ fig. 16 ] 76. Era el momento en que ella comenzaba también a Intimate Gallery.
controlar su imagen pública, tras haber sido el foco de numerosos debates y polémicas 72 G. O’Keeffe, carta a
desde que en 1921 se expusieran en público parte de una serie de fotografías, hechas por E. Stettheimer, en el tren de Nuevo
su compañero, en las que muchas veces aparecía desnuda 77. México a Nueva York, 24 de agosto
de 1929, en Washington-Chicago-
Dallas-Nueva York 1987-1989, p. 195,
Desde entonces, casi cada año viajaría en tren y luego en coche hasta alcanzar el norte de n. 49.
Nuevo México, donde pasaría en cada ocasión entre tres y seis meses. Fascinada con todo
73 G. O’Keeffe, a carta R. V. Hunter,
lo que le ofrecía esa otra América, alejada de los rascacielos de Nueva York, comenzó a Nueva York, primavera de 1932, en
explorarla con intensidad. A la grandeza de los paisajes naturales, se unían los enigmas y ibid., p. 207, n. 61.
contradicciones de aquella tierra, que aunaba la presencia de los pueblos nativos americanos 74 G. O’Keeffe carta a A. Stieglitz,
y la herencia de un pasado como territorio español. Esta potente carga cultural convirtió [ Taos, Nuevo México ], 4 de mayo
de 1929, en Greenough 2011, p. 416.
este lugar en extraordinariamente atractivo para O’Keeffe que, como tantos de su generación,
buscaba nuevos referentes para crear un arte moderno norteamericano alejado de los 75 La exposición monográfica de
modelos europeos 78. Su fiebre exploradora y su renovada fuerza creativa hicieron que ya, O’Keeffe en An American Place tuvo
lugar del 7 de febrero al 17 de marzo
desde su primer viaje, llegara a recónditos parajes, no solo de Nuevo México, sino también de de 1930.
Arizona, Utah y Colorado, en los que dejarse asombrar por las espectaculares formaciones
76 Corn 1999, pp. 245 y 283.
geológicas que jalonan todo el sudoeste estadounidense.
77 Véase Danly 2008 y Lynes 2015.
También durante aquel primer verano, decidió aprender a conducir y comprarse un coche,
que adaptó como espacio de trabajo, una especie de taller con ruedas. Para ello hizo quitar
el asiento del copiloto y transformó en giratorio el del conductor. En la foto que le hizo
Ansel Adams en 1937, O’Keeffe aparece dentro de su automóvil con varios pinceles en las
manos y dispuesta a trabajar sobre la obra titulada El árbol de Gerald [ fig. 17 ]. Su recién
estrenada habilidad conductora hizo posible que, durante los años siguientes, se adentrase
en lugares poco accesibles y los pintase a pesar del inclemente clima de la zona. Gracias
a Maria Chabot, que la acompañó en varias de sus expediciones a lo que ella llamaba Black
Place ( el « Lugar Negro »), un paisaje de la Nación Navajo que fue uno de sus sitios
predilectos en la década de los cuarenta [ cats. 72-75 ], sabemos la dureza de las condiciones
en las que trabajó en ocasiones. La artista acampaba durante varios días en ese paraje de
apariencia lunar, en el que no había ni sombra ni agua, y trabajaba durante horas bajo el sol
abrasador y las tormentas de arena [ fig. 18 ]. En una carta a Stieglitz, Chabot se preguntaba
si las personas que posteriormente contemplarían esas pinturas podrían siquiera imaginar
« el trabajo físico que conllevaba ese registro del espíritu […] —en referencia a aquellas
pinturas que habían sido realizadas entre el polvo, las tormentas y la desolación » 79.
Epílogo
To find the feeling of infinity on the horizon line or just over the next hill [ Encontrar
la sensación de infinito en la línea de horizonte o simplemente en la próxima colina ]
Como se ha señalado anteriormente, todos aquellos viajes que comenzaron en los años
cincuenta con su primera visita a Europa no dejaron huella en su obra ( salvo contadas
excepciones ). Sin embargo, las numerosas horas de vuelo, que la llevaron de un lado al otro
del planeta, le hicieron cambiar de nuevo de perspectiva para despegarse de la tierra y
contemplarla a vista de pájaro. Asombrada con la belleza del mundo visto desde las alturas,
comenzó a pintar su impresión del paisaje desde la ventana del avión en unas obras que
parecen entroncar con su obra abstracta temprana [ figs. 19 y 20 ]. La artista viajera parecía
haber comprendido que, más que el destino, el propio viaje era el protagonista :
« Hay algo inexplicable en la naturaleza que me hace sentir que el mundo es mucho
más grande que mi capacidad de comprenderlo —intentar entenderlo tratando de
plasmarlo. Encontrar la sensación de infinito en la línea del horizonte o simplemente
en la próxima colina » 82.
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Comisaria Edita
Marta Ruiz del Árbol Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Impresión
Nueva Imprenta
Encuadernación
Méndez
Tipografía
Basis Grotesque
Papeles
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