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La Suprema Corte de Justicia de La Nación Mexicana y El Debate en Torno A Su Reforma
La Suprema Corte de Justicia de La Nación Mexicana y El Debate en Torno A Su Reforma
I. INTRODUCCIÓN
del primer Imperio mexicano a las personas designadas en los tratados de Córdoba,
estableciendo que no convenía que los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judiciario
estuvieran reunidos en la misma persona, y delegando éste último en los tribunales
existentes en esa fecha o que se nombraran en adelante. Dicho Decreto fue ratificado
por el de 26 de febrero de 1822 confirmando a todos los tribunales de justicia
establecidos en el Imperio para que continuaran administrando la justicia según las leyes
vigentes 1.
La sección quinta (arts. 55 al 81) de este Decreto se hallaba dedicada al Poder
Judicial, y en ella se establecía que la facultad de aplicar las leyes a los casos
particulares que se convierten en juicio correspondía exclusivamente a los tribunales
erigidos por la ley. Asimismo, establecía que el Supremo Tribunal de Justicia tendría a
su cargo las tareas de dirimir las competencias de las Audiencias, de juzgar a los
Secretarios de Estado y del Despacho cuando se declarare haber lugar a exigir
responsabilidades, de conocer todas las causas de suspensión y separación de los
consejeros al estado y de los magistrados de las audiencias, juzgándolos en su caso en lo
criminal, de todas las causas criminales y civiles contra todos los individuos del cuerpo
legislativo, de los juicios de residencia de los funcionarios públicos, de los asuntos
contenciosos de patronato imperial, de los recursos de fuerza de la nulidad de las
sentencias prenunciadas en la ultima instancia, y hasta de las dudas de los tribunales
inferiores sobre la genuina inteligencia de alguna ley.
Un año más tarde, el Decreto del 23 de junio de 1823 estableció
provisionalmente un Supremo Tribunal de Justicia con las atribuciones que le señalaban
las leyes vigentes y compuesto de tres salas, integrada la primera por tres individuos, y
las otras dos por cinco cada una. El nombramiento de dichos magistrados se hacía
exclusivamente por el Congreso; pero es de hacerse notar que en materia militar había
un Supremo Tribunal de la Guerra que conocía de las tres instancias de los juicios.
Por su parte, el Acta Constitutiva de la Federación del 31 de enero de 1824
ordenaba en su art. 18 que el Poder Judicial fuera residenciado en una Corte Suprema de
Justicia y en los tribunales que se establecieron en cada Estado, reservándose de
enmarcar en la Constitución las facultades de esta Suprema Corte. Paralelamente, el art.
23 ordenaba que el Poder Judicial fuera ejercido en cada Estado por los tribunales que
establecieran su respectiva Constitución, al tiempo que se especificaba que la nación
estaba obligada a proteger por leyes sabias y justas los derechos de el hombre y del
Ciudadano.
para juzgar a los ministros de la Alta Corte de Justicia y de la Corte Marcial en el caso,
y previo el cumplimiento de los requisitos constitucionales para esas causas.
El Poder Judicial se ejercería por una Corte Suprema de Justicia, por los
Tribunales Superiores de los Departamentos, por los de Hacienda y por los Juzgados de
Primera Instancia. La Corte se componía de once Ministros y un Fiscal, y representaban
al Poder Judicial en lo que le pertenecía y no pudiese desempeñarse por él, debiendo
cuidar que los Tribunales y Juzgados de los Departamentos estuviesen ocupados por los
Magistrados y Jueces que les correspondía para que se administrara pronta y cumplida
justicia.
Este Estatuto fue expedido por D. Ignacio Comonfort, en uso de las facultades
que le concedía el Plan de Ayutla reformado en Acapulco, que en la sección séptima
reglamentaba al Poder Judicial, estableciendo que seria desempeñado por la Suprema
Corte de Justicia, los Tribunales de Circuito y los Juzgados de Distrito, y tendría además
de las facultades que le señalaba la ley de 23 de noviembre de 1955, las siguientes
– Conocer de las diferencias que pudiera haber entre los Estados de la nación,
siempre que se indujeran a un juicio verdaderamente contencioso que debiera
requerir sentencia,
– Conocer los conflictos que se suscitaran entre un Estado y uno o más vecinos
de otro o particulares sobre pretensiones de tierra, bajo concesión de diversos
Estados.-
– Terminar las disputas que suscitaran sobre contratos o negociaciones
celebradas por el Gobierno Supremo o sus agentes.,
– Dirimir las competencias que se suscitaran entre los tribunales generales y
entre éstos y los de los Estados, o de un Estado y los de otro.
– Conocer de las causas que se promovieran al Presidente a los Gobernadores de
los Estados y la de los secretarios de despacho, de los negocios criminales y
civiles de los empleados diplomáticos cónsules de la Republica, de las causas de
almirantes y o presos de mar y tierra, y de los crímenes cometidos en alta mar.
– Conocer de las ofensas contra la nación.
2
Con motivo del cambio de forma de Gobierno central a Federal, el 14 de octubre de 1846,
se expidió el decreto que fijaba las atribuciones de la Suprema Corte Justicia para conocer de los
recursos de nulidad establecidos, tanto por las leyes Constitucionales de 1836 cuanto por las bases
orgánicas que posteriormente rigieron en la República, quedando el conocimiento de éste recursos
a la primera sala de la Suprema Corte.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación mexicana... 51
G) La Constitución de 1917
dos o más Estados y entre los de éstos y los del Distrito Federal o territorios de la
Federación.
– De los impedimentos, recusaciones y excusas de los Magistrados de Circuito.
– De los demás asuntos que le correspondieran conforme a las leyes.
3
Pablo LUCAS VERDÚ: La Constitución en la encrucijada. Palingenesia iuris politici,
Servicio de Publicaciones, Facultad de Derecho UCM, Madrid, 1994, págs. 46 a 48.
4
Dichas elecciones fueron para la renovación de la Cámara de Diputados Federal y por
primera vez se eligió, a través del voto popular, al Jefe de Gobierno del Distrito Federal.
54 Roque López Tarango
Los senadores del PRI, del PAN y del PVEM (Partido Verde) presentaron una
iniciativa de decreto por el que se reformaría el libro segundo (del amparo en materia
agraria) de la Ley de Amparo en lo que toca al término para promover demanda de
amparo por grupos solicitantes de tierras. En la actualidad los promotores de este tipo de
recursos gozan de tiempo indefinido para accionar, y los legisladores desean que esta
eventualidad quede acotada a un plazo de tres meses.
Sustentan los legisladores que el texto del art. 217 de esa norma protege los
derechos agrarios de los ejidatarios y comuneros, pero sume en la inseguridad jurídica
tanto a las autoridades judiciales como al pequeño propietario, ya que cuando la
autoridad niega la solicitud de dotación o ampliación de un núcleo solicitante de tierras,
el 217 deja abierta la posibilidad de que los solicitantes puedan promover dos o tres
años después un juicio de amparo ante la negativa a su solicitud y constituyan un circulo
vicioso interminable. Su argumento es que no deben existir condiciones de trato
diferente para individuos iguales ante la ley, como son de un lado los propietarios
privados y de otro los pertenecientes al sector social, al margen de que ello genera
también una desconfianza en los sectores financieros que se resisten por ello a invertir
en el campo.
Federal del Gobierno mexicano. En lugar de ello se propone que los Ministros sean
elegidos por el voto de las dos terceras partes de los miembros presentes de la Cámara
de Senadores o, en sus recesos, por la Comisión Permanente del Congreso de la Unión.
A estos efectos, se realizaría una consulta previa y se elaboraría una terna que sería
sometida a la consideración del pleno respectivo, el cual previa comparecencia de las
personas propuestas designaría al Ministro que fuera a cubrir la vacante, dentro del
improrrogable plazo de treinta días. Si el Senado o la comisión permanente no
resolviese dentro de dicho plazo, ocuparía el cargo la persona que dentro de la terna
designara la mesa Directiva del Senado o de la Comisión permanente 5.
Para hacer realidad esta propuesta sería necesario reformar los arts. 17 y 107
(fracciones III, V y IX) de la Constitución Federal, y los arts. 93 y 158 de la Ley de
Amparo. En el caso del nombramiento de los Ministros sería menester reformar además
el art. 17 párrafo tercero de la Carta Magna.
El punto de vista que subyace a esta propuesta es que el centralismo judicial es
uno de los factores más importantes en la sobrecarga de trabajo de la Suprema Corte, y
hace que los mexicanos estén privados de contar con un sistema jurisdiccional que
imparta justicia de manera pronta, expedita y dentro de los plazos constitucionales.
Sobre el mismo tema de la designación de Ministros de la Suprema Corte,
Miguel Covián Andrade ha apuntado que es el Presidente de la República el que de
hecho nombra los Ministros de la Suprema Corte, cuando ellos deberían vigilar que el
ejercicio del poder se ciña a la Constitución:
“Considerando que en nuestra forma de gobierno la persona que acumula mayor dosis de
poder en sus manos y una serie de atribuciones constitucionales muy importantes es el
Presidente, pues el debería ser controlado con mayor eficacia en cuanto a la
constitucionalidad de sus decisiones […] Basta que el Presidente proponga en ese tema a
tres incondicionales suyos para que cualquiera que sea seleccionado quede agradecido con
el gobernarte. El problema es que los miembros del órgano de control que debería
controlar al Presidente son seleccionados por el propio Presidente. El órgano que debería
controlar, termina siendo controlado.”
5
Con esta la misma votación calificada hacer realidad la creación de Tribunales locales de
legalidad.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación mexicana... 57
Las líneas maestras de las reformas del Poder Judicial dentro del marco general
de la reforma del Estado mexicano se pueden sintetizar en los siguientes cinco puntos 6:
1.– El poder judicial debe ser concebido en el marco de un Estado eficiente como
un servicio publico de la mayor relevancia para la población. En este sentido,
jueces y tribunales deben funcionar de tal modo que generen confianza en los
usuarios de los servicios de la justicia. Es sabido que en periodos de gran
desconfianza hacia el poder judicial los ciudadanos de algunos países de América
Latina han desistido masivamente de ir a los tribunales para buscar las soluciones
de sus problemas. El tema de la confianza está muy relacionado también con el
de la legitimidad, de modo que es probable que un poder judicial poco eficiente
encuentre severas resistencias entre los ciudadanos hacia sus actuaciones –por
ejemplo, en el momento de ejecutar sus sentencias.
2.– La independencia judicial es requisito previo para un adecuado
funcionamiento de la justicia: si no hay jueces independientes lo más probable es
que todos los asuntos en los que existan “intereses” –tanto económicos como
políticos– por parte de algún otro poder o de algún particular no se resuelvan de
forma imparcial, provocando una quiebra notable del principio de igualdad de
todos los ciudadanos frente a la ley. Los jueces deben estar sujetos únicamente a
las leyes, manteniéndose extraños a los intereses de las partes en conflicto. Para
lograr su independencia los jueces deben estar institucionalmente separados de
los demás poderes, es decir, el poder ejecutivo no debe tener sus propios
tribunales sino que la función de aplicar las normas generales a los casos
concretos de forma obligatoria debe pertenecer por entero a órganos formal y
materialmente judiciales. Asimismo, queda pendiente también la construcción de
la “independencia interna”, que preserva a cada juez y a cada magistrado de las
posibles presiones por parte de las instancias jerárquicamente superiores para
decidir de determinada manera algún caso. Las presiones han venido por décadas
de afuera de la judicatura, pero también las ha habido y las sigue habiendo
6
Edgardo BUSCAGLIA: “Los principales obstáculos de la reforma judicial en América
Latina”, en Edmundo JERQUÍN y Fernando CARRILLO (eds.): La economía política de la reforma
judicial, Banco Interamericano de Desarrollo, Washington, 1997, pág. 31, cit. por Miguel
CARBONELL: “Algunas posibles reformas al Poder Judicial en México”, en Tribunales de Justicia
Constitucional. Memoria del VII Congreso Iberoamericano de Derecho Constitucional,
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2002.
58 Roque López Tarango
dentro. En todo lo anterior tiene que ver la integración y competencia del órgano
de gobierno del poder judicial.
3.– Los métodos alternativos de solución de controversias, tales como la
mediación, el arbitraje, la amigable composición, etc., deben ser fortalecidos
como una forma de descargar de trabajo a los tribunales y de propiciar soluciones
más rápidas, baratas y efectivas para los particulares. Obviamente, siempre
deberán respetarse ciertos principios para evitar caer en el extremo de “negociar”
la aplicación de la ley cuando están en juego intereses fundamentales de la
sociedad. Hay intereses generales que no pueden estar sujetos a negociación,
pero hay intereses privados sobre los cuales las partes podrían perfectamente
ponerse de acuerdo sin tener la necesidad de acudir ante un juez y desarrollar la
enorme cantidad de trámites que hay que llevar a cabo en un proceso
jurisdiccional.
4.– La mejora de la educación legal es también indispensable para poder
acometer con éxito cualquier reforma judicial. Para que los ciudadanos puedan
disfrutar de sus derechos es preciso que los jueces y abogados mejoren en mucho
su formación y su dominio de la técnica jurídica. Para ello es necesario promover
el cambio desde las propias facultades de Derecho, proponiendo desde la
reflexión doctrinal la modificación de los esquemas intelectivos con los que se
enseña y se aprende el Derecho.
5.– Finalmente, el tema del acceso a la justicia es uno de los mayores retos
pendientes en la reforma a la justicia. Las crecientes condiciones de desigualdad
y marginación sociales se han traducido también en una desigualdad frente a la
ley. En buena parte de los Estados de América Latina el aparato judicial no ha
podido tener una presencia efectiva en la totalidad del territorio nacional, de
modo que un primer obstáculo para el acceso a la justicia es simplemente de
carácter físico. Por otro lado, los altos costos de una buena asistencia jurídica y
los derivados del propio desarrollo de un proceso impiden en la realidad que la
mayoría de la población solucione sus problemas acudiendo a los tribunales.
Incluso una vez que se llega a ellos, las desigualdades sociales tienden a
reproducirse, de forma que las personas de menos ingresos normalmente se ven
sometidos a procesos más lentos y costosos que aquéllas que cuentan con
mayores posibilidades económicas. La solución al problema del acceso a la
justicia no es fácil, pero desde luego podrían intentarse algunas reformas
sectoriales que contribuyeran a disminuir ante los tribunales las crecientes
desigualdades sociales que se han producido como resultado de un modelo
económico profundamente injusto.
“La sentencia [de amparo] será siempre tal, que solo se ocupe de individuos particulares,
limitándose a ampararlos y protegerlos en el caso especial sobre el que verse la queja, sin
hacer una declaración general respecto de la ley o acto que la motivare.”
7
Héctor FIX ZAMUDIO: “La declaración general de inconstitucionalidad y el juicio de
amparo”. en Ensayos sobre el derecho de amparo (2ª ed.), IIJ-UNAM, Porrúa, México, 1999,
págs. 183 y ss.
60 Roque López Tarango
– Que al limitarse la eficacia protectora del amparo al sujeto que actuó dentro de
un procedimiento se provoca una importante desigualdad ante la ley, pues la
norma declarada inconstitucional se sigue aplicando a todos aquellos que no
promovieron el juicio de garantías. Esto equivale a la consagración jurídica de la
desigualdad, pues desde el propio texto constitucional se impone un tratamiento
desigualitario a sujetos que se encuentran en los mismos supuestos normativos.
En este sentido, se puede sostener que la “Formula Otero” choca con uno de los
principios mas elementales de la democracia: el de que la ley debe tratar a todos
los ciudadanos por igual, evitando situaciones que pueden representar una
discriminación de iure entre ellos. Adicionalmente, a los efectos relativos de las
sentencias de amparo también se les achaca detener el flujo de inversión privada
hacia diversos sectores de la economía nacional, pues con tales efectos se
mantienen varias facultades del gobierno y la burocracia que son
inconstitucionales. Su derogación, pues, “favorecería el Estado de Derecho y la
credibilidad de la institución judicial”8.
– Que al no permitirse la declaración general de inconstitucionalidad se va
también en contra del principio de economía procesal, pues se obliga a los
ciudadanos afectados a tener que seguir promoviendo juicios de amparo contra
leyes que han sido declaradas inconstitucionales un sinnúmero de veces. Esto
supone una carga añadida para el Poder Judicial Federal que va en detrimento de
una pronta y expedita administración de justicia. De hecho, se ha llegado al
absurdo de que para el caso de algunas leyes como la Reglamentaria de los arts. 4
y 5 constitucionales, el juicio de amparo se considera un tramite más (como
llenar un formulario, entregar unas fotografías o pagar en el banco los derechos
correspondientes) dentro de los que es menester cumplir para que a los
extranjeros les sea expedida su cédula profesional.
– Y, finalmente, que con la “Formula Otero” se burla de forma ostensible el
principio de supremacía constitucional, pues se condiciona la efectiva
superioridad de la Carta Magna al hecho de promover y ganar un amparo, de
modo que para todos aquéllos que por ignorancia, por falta de recursos o por no
haber podido superar los innumerables tecnicismos consagrados en la Ley de
Amparo no han podido obtener una sentencia favorable de los jueces federales, la
supremacía constitucional es puro papel mojado, pues se les siguen aplicando las
leyes, reglamentos o tratados que ya han sido considerados –para otros–
inconstitucionales.
8
Luis RUBIO: “Un marco institucional obsoleto”, en El mercado de valores nº LIX/10
(1999), pp. 47 y 48.
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Constitución no seria en realidad una norma suprema, sino una norma cuya superioridad
estaría sujeta a que se realizaran una serie de variables en ausencia de las cuales valdrían
más otras normas que se supone están por debajo de ella dentro de la construcción
jerárquica del ordenamiento. Hans Kelsen, al construir su magnifica teoría del control de
constitucionalidad y encomendarla a un tribunal constitucional separado del poder
judicial ordinario, justificaba la necesidad de dicho control diciendo:
9
Fix-Zamudio propone que la declaración general la realice exclusivamente el Pleno de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación y que se requiera para ello que el criterio de
inconstitucionalidad de la norma general en cuestión se constituya como jurisprudencia firme en
los términos de la Ley de Amparo y de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación. Una
vez que se reúnan los requisitos para integrar jurisprudencia, el criterio de la Suprema Corte se
publicaría en el Diario Oficial de la Federación y la norma general, declarada inconstitucional,
quedaría sin efecto alguno para el futuro, sin perjuicio de su aplicación en los juicios de amparo
en los que surgió la cuestión respectiva.
62 Roque López Tarango
10
Cit. en Miguel CARBONELL: “Algunas posibles reformas al Poder Judicial en México”, en
Tribunales de Justicia Constitucional, Memoria del VII Congreso Iberoamericano de Derecho
Constitucional, Universidad Nacional Autónoma de México, serie Doctrina Jurídica, número 108,
Primera edición, México, 2002.
11
Puede consultarse al respecto el estudio de Edgar CORZO SOSA: La cuestión de
inconstitucionalidad (prólogo de Manuel Aragón), CEPC, Madrid, 1998.
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del juez a la ley y a la Constitución. Actualmente, si un juez del fuero común advierte
que en el transcurso de un proceso sometido a su competencia tiene que aplicar una ley
que pudiera ser inconstitucional, no puede dejar de aplicarla, aún violando la
Constitución, pues de lo contrario podría caer en algún supuesto de responsabilidad.
Con la cuestión de inconstitucionalidad se evita que los jueces del fuero común –que
evidentemente no son jueces constitucionales y que, en esa medida, no podrían declarar
la inconstitucionalidad de una ley y proceder a su inaplicación a un caso concreto–
tuvieran una fórmula para evitar la necesaria aplicación de la ley inconstitucional, al
tiempo que siguen manteniendo su deber de sujeción a las leyes.
Con la creación del Tribunal Constitucional, además de lo ya dicho, se podría
mejorar el régimen de las acciones de inconstitucionalidad y el de las controversias
constitucionales, que actualmente tienen algunas carencias, así como reunir bajo un solo
órgano el control genérico de constitucionalidad y el control en materia electoral. En
cuanto a este ultimo punto, como se sabe, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación también lleva a cabo actualmente funciones de control de constitucionalidad
de leyes electorales en la medida en que, según ha considerado el mismo Tribunal,
puede dejar de aplicar leyes electorales contrarias a la Constitución cuando conozca de
algún recurso o juicio de su competencia, pero sin hacer con ello una declaración
general o particular sobre la inconstitucionalidad de las normas desaplicadas,
limitándose únicamente a confirmar, revocar o modificar los actos o resoluciones
concretamente reclamados en el proceso jurisdiccional de que se trate. Obviamente, al
poder decidir no aplicar una ley, el Tribunal de alguna forma está considerando a esa
ley como contraria al texto constitucional y ejerciendo con ello una función propia de la
justicia constitucional.
Al crearse un Tribunal Constitucional como el que estamos proponiendo, a la
Suprema Corte le quedarían fundamentalmente dos competencias muy importantes. En
primer lugar la de unificar la jurisprudencia de los tribunales colegiados de circuito en
materia de legalidad y de toda la interpretación de la Constitución que no derive en
cuestionamientos de validez constitucional de las leyes. Y en segundo término, el
conocimiento de los recursos de “supercasación” que tendría atribuidos en algunos
casos, por razón de la cuantía o de la novedad interpretativa que pudieran suponer.
Las ideas propuestas desde los diferentes sectores de la doctrina para la reforma
del sistema de justicia constitucional en México son abundantes y variadas.
Hay quien ha opinado que una manera de coadyuvar a la reforma del Poder
Judicial en México sería la de buscar medios para la solución de conflictos alternativos a
los que dependen de los jueces y tribunales, como la mediación, el arbitraje o la
amigable composición; o la creación de un juez de ejecución de sanciones penales que
verifique efectivamente si se va a dar derecho a una preliberación, sea conforme a lo
establece la propia ley, por que no es posible que el Poder Judicial dicte una resolución,
y ya para su cumplimiento no tengamos seguimiento de realmente como se ha llevado a
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12
Dicha reforma suprimió facultades administrativas y de gobierno; además se crearon y
fortalecieron garantías constitucionales-procesales para la defensa de la Constitución. Véase al
respecto Héctor FIX FIERRO: “La reforma judicial de 1994 y las acciones de inconstitucionalidad”,
Ars Juris nº 13 (1995).
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V. CONCLUSIONES
3ª. Algunos de los mecanismos sugeridos por la doctrina mexicana para agilizar
la labor de la Suprema Corte son el establecimiento de medios alternativos a la
solución de conflictos, la creación de un juez de ejecución de las sanciones
penales que verifique el cumplimiento efectivo de las sentencias, el
establecimiento de juicios orales para todo procedimiento, y exclusivamente en
materia Penal, para los delitos no graves.
13
Jorge CARPIZO: “Reformas constitucionales al Poder Judicial Federal y a la Jurisdicción
Constitucional, del 31 de diciembre de 1994”, en Boletín Mexicano de Derecho Comparado
(Nueva Serie) nº 83 (1995).