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Viaje Al Centro Del Ni o 1, Imprimir
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ÍNDICE
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Esta obra es producto del amor. Quería haceros un regalo
de total pureza, esforzándome en que el contenido fuese lo
mejor y más completo posible, y además gratuito. Sentía
que debía hacerlo así.
Deseo, de corazón, que el contenido de este libro te inspire
y te sea útil para comprender mejor al único y verdadero
tesoro que hay en este mundo:
Los niños.
Este libro es un viaje a su interior.
Con amor,
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CAPÍTULO 1:
El Eterno Renacer
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para evitarlo, tienes que impartirlos de manera diferente
cada vez. Reinventarte, como suele decirse.
Es una buena manera de enfocarlo. Pero a veces, variar la
metodología y nuestros “truquitos” puede no ser suficiente.
Existe otra manera de hacerlo. Y tiene que ver con
nuestro modo de ver ese eterno volver a empezar.
Yo prefiero verlo como un amanecer infinito, parecido al
planeta del Principito. O mejor aún, como el renacer
constante de la primavera.
Cada año nos encontramos frente a una extensión de
tierra fértil, llena de posibilidades, de la que nacen multitud
de flores. Todas nuevas. Todas diferentes. Y nunca nos
encontramos dos veces la misma flor.
Como decía G.K. Chesterton:
En cada niño, todas las cosas del mundo son hechas de
nuevo, y el Universo se pone de nuevo a prueba. En cada una
de esas deliciosas cabezas se estrena el Universo, como en el
séptimo día de la Creación.
Se trata de aprender a disfrutar de esa experiencia de
renacimiento, año tras año. El maestro es el jardinero que,
cada año, ayuda a crecer a esas jóvenes y singulares flores.
A llenar el campo, el mundo, de belleza.
Pensando así, ¿cómo puede llegar a aburrirle entonces, a
«quemarle», repetir el proceso cada año?
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La clave está, por lo tanto, en ver cómo cada alumno crece
de manera genuina. Es una flor única y preciosa, que solo
veremos crecer una vez.
Y si nos fijamos bien, veremos que no hay dos alumnos
con el mismo brillo en sus ojos. Como no hay dos estrellas
que brillen igual.
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CAPÍTULO 2:
La Nueva Profecía
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Acertado pronóstico el de Ferrière. Pero no olvidemos que
se trata de una profecía de hace cien años. Y todos sabemos
lo mucho que puede cambiar la humanidad en ese espacio
de tiempo.
Elaboremos, pues, una nueva profecía para los tiempos que
vienen.
Una profecía de esperanza.
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Le daban el conocimiento hecho: le dejaron descubrirlo de
nuevo.
Cuando se portaba mal, le castigaban:
le dejaron hablar sobre por qué se había portado mal.
Le apremiaban a competir: le dejaron ofrecer su mano al
compañero.
Le enseñaban a ser egoísta: le dejaron compartir su
almuerzo.
Entonces, los niños aprendieron lo que nunca hubiesen
aprendido sin esto: supieron ser auténticos. Supieron ser
sinceros.
Supieron amar.
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CAPÍTULO 3:
El Conocimiento Secreto de los
Niños
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Marshall es un niño que no puede hablar ni andar, y que
escribe señalando las letras del alfabeto en un tablero.
Necesita a una persona en la que apoyarse para señalar las
letras correspondientes.
En tales circunstancias, cuesta resistir la tentación de
compadecernos del pequeño; de pensar todo lo que nunca
logrará ser. Por ejemplo, un gran jugador de baloncesto.
Nos lo imaginamos aislado en una habitación, sin moverse,
sin hablar, sin hacer nada destacable, durante el resto de
sus días.
Cuando cumplió los tres años, sus padres advirtieron que
Marshall poseía un conocimiento muy profundo sobre el
mundo. A los cinco años, el pequeño empezó a recoger por
escrito su especial sabiduría, utilizando palabras que no
había leído nunca.
A los seis años, escribió este poema, titulado: Mi armonía es
libre, recogido en su libro: Kiss of God.
El conocimiento de la perfección
es dulce para mi individualidad,
escucho la respuesta a los deseos que viene de lo alto.
Veo los buenos pensamientos
como nubes que rodean la cima de la montaña.
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La elaboración de sus poemas, y el consiguiente libro que
ha inspirado a miles de personas de todo el mundo, fue
posible gracias a que los padres de Marshall lo dejaron
expresarse. No sellaron su destino en base a unas
expectativas («tu enfermedad no te dejará hacer nada
grande en tu vida»). Dejaron que Marshall hiciera lo que
quería hacer, y le brindaron el apoyo para conseguirlo.
Desde siempre hemos pensado que somos nosotros los que
tenemos que enseñar a los niños. Pero ¿y si cambiamos el
paradigma? ¿Y si dejamos que sean los niños los que nos
enseñen a nosotros?
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CAPÍTULO 4:
Escuchar con Oídos Nuevos
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Recuerdo una anécdota impactante de mi maestro de
psicología de primer año de carrera.
Estando en el aula, un niño empezó a llorar
desconsoladamente. El maestro se acercó a él y le preguntó
qué le ocurría. El niño le mostró su goma de borrar, la cual
se había partido en dos. El maestro, un tanto confundido,
empezó a explicarle (a hablarle) que aquello no tenía
importancia. Que solo era una goma de borrar, y que podía
comprarse otra. Como estaréis intuyendo, aquel
razonamiento no calmó al niño en absoluto.
Al cabo de unos días, la madre del niño explicó al maestro
que su padre había fallecido hacia poco, y que aquella goma
había sido el último regalo que le había hecho a su pequeño.
No son “cosas de niños”. Por favor, dejemos de utilizar esa
expresión tan ignorante. El niño tiene una buena razón para
hablarnos sobre algo. Es importante para él. Y si no vemos
la importancia, es porque no estamos mirando desde sus
ojos.
—¡Mira, papá! ¡Esa rama se mueve!
—Qué tontería. Pues claro que se mueve. Es el viento.
No le hemos escuchado. Ese niño nos está diciendo que es
la primera vez que ve moverse una rama. No sabe que es el
viento lo que la mueve. Para él es magia, y quiere compartir
esa magia del asombro con nosotros.
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Los niños se esfuerzan por que los escuchemos. No es fácil
hacerte oír cuando llegas al mundo. Los adultos hablan un
idioma raro que no se entiende. Enseguida percibes, por su
tono de voz, si su actitud es cariñosa, indiferente, atenta o
irritable.
Te gustaría decirles que los necesitas. Que te duelen los
dientes. Que te encantaría que jugasen contigo, o que te
cambiasen el pañal. Pero a menudo están demasiado
ocupados, o te hablan y hablan... pero no te escuchan.
Entonces, expresas como puedes tus deseos y tus miedos:
berreas y pataleas.
Lo mejor es cuando las personas mayores procuran entender
lo que quieres, te escuchan. Y sobre todo, cuando te lo
explican con sus palabras: despacito y con ternura, para que
poco a poco te vayas acostumbrando a su lenguaje.
— Philippe Meirieu
Una llamada de atención
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CAPÍTULO 5:
Carta de un Hijo a su Padre
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Veo cómo tratas a mamá, cómo tratas a mis
hermanos. Escucho las conversaciones que tienes con
mi hermana mayor cuando viene con malas notas.
Escucho también cómo a veces te desesperas al oír
llorar a mi hermano pequeño.
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Escucho lo que dices frente a la televisión cuando
mamá y tú habláis de las noticias. Veo cómo tapas a
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CAPÍTULO 6:
¿Examen? ¡Yupi!
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CAPÍTULO 7:
Disipando la Niebla del Ego
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CAPÍTULO 8:
EL AMOR NO ES UNA
RECOMPENSA
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De modo que empecemos por el amor. Ya llegarán luego los
logros y las notas. Ya llegará el día en que echen a volar.
Pero primero tenemos que darles alas, para que puedan
volar bien alto.
Y esas alas solo se pueden crear con amor.
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CAPÍTULO 9:
Cuentos para el Alma
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¡Échales un vistazo!
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EPÍLOGO
Doce Kilómetros
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la capa más superficial es la mental. Una capa que hemos
explorado y que conocemos bastante bien.
¿Pero qué hay del resto? ¿Existe una dimensión más
(mucho más) profunda del niño que aún no conocemos? Lo
cierto es que sí. Y si estás interesado en conocerla, te
recomiendo leer a Tobin Hart (lo tienes en la bibliografía).
El título de este libro era Viaje al centro del niño, pero
sospecho que solo he logrado arañar la superficie. Nos
queda mucho por recorrer. Este libro es solo una pequeña
contribución, mi granito de arena en este gran viaje a las
inmensas y mágicas profundidades del niño.
Mi único y humilde deseo es haberte inspirado.
Inspirado a que, la próxima vez que veas a un niño, seas
consciente de que estás contemplando a un ser
extraordinario.
Un fuerte abrazo.
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