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PARAJE SANTA RITA: INTENTO URBANIZADOR DE DON JUAN

CELAYE CARNERO
Extraída de la página del Facebook de APHA (Asociación Amigos del Patrimonio
Histórico de Ansenuza, Suquia y Xanaes)
Autor Elder Omar Candusso

1.- Introducción
En la segunda mitad del siglo XIX fueron cobrando existencia dentro de las
distintas estancias del Departamento Río Primero parajes que aún se
mantienen, tal vez no con el resplandor de sus inicios, algunos de crecimiento
no estable ni permanente, otros detenidos en el tiempo y la mayoría, con las
alteraciones de procesos involutivos, reducidos a un simple caserío, un templo
o sólo un hito referencial.
Fiel reflejo de lo expuesto es el caso del Paraje “Santa Rita”, parte de lo que
fuese desde comienzos del siglo XVII, la Merced de Ansenuza .
La historia de este paraje está vinculada directamente con quienes fueron los
propietarios de esas tierras en el siglo XIX y comienzos del XX, en un entorno
político violento y una sociedad agresiva, guerrera y díscola.
Dentro de la fracción sur de lo que fue originariamente la Merced de
Ansenuza, el propietario de mayor magnitud e importancia, en la segunda
mitad del siglo XIX, fue don Juan Celaye Carnero, quien no pudo escapar a
las realidades de la época y como hombre perteneciente a una de las familias
más acaudaladas del Departamento Río Primero continuó relacionado con
grupos influyentes de la política en concordancia con los conceptos y
opiniones de su abuelo Juan de los Santos Zelalla, Zelaya o Celayes y de su
padre Gregorio Zelalla, Zelaya o Celaye Centurión.
Luego de la violenta muerte de don Juan Celaye, acaecida el 29 de mayo de
1880, analizando la declaratoria de herederos y los hechos transmitidos por
familiares y vecinos que mantienen la tradición oral como forma de analizar
los acontecimientos históricos, se observó el paulatino menguar del paraje.
2.- Contexto nacional y provincial
En la década 1870-80 volvieron a debatirse los grandes problemas de la
Nación iniciado en 1852 e interrumpidos por casi 20 años debido a: La
separación de Buenos Aires (Mitre, Alsina, Sarmiento, Obligado, Mármol,
Otamendi) de la Confederación Argentina presidida por el General Justo José
de Urquiza, sucedido por el Doctor Santiago Derqui; las rencillas internas en
cada uno de estos nuevos Estados; las batallas entre ellos (Cepeda, Pavón,

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Cañada de Gómez, entre las más importantes); los avances de los pueblos
originarios que derrotaron a los ejércitos de Buenos Aires y con sus malones
saquearon estancias y arrearon miles de vacunos y equinos; la Guerra del
Paraguay y las epidemias de enfermedades como cólera y fiebre amarilla.
El incipiente Estado estuvo muy cerca de la disgregación total.
Si bien seguían conatos localistas, una fuerte idea autonomista de trece de las
provincias fundacionales de la Confederación con respecto a Buenos Aires y
las ambiciones y recelos de caudillos, importantes hombres de negocios
(comerciantes, artesanos, industriales, banqueros o prestamistas,
transportistas, constructores y ganaderos), jerarquía clerical, militares,
escritores, periodistas, estadistas, profesionales y jóvenes universitarios
discutían sobre la transformación de la economía y la sociedad, recuperación
del comercio, las comunicaciones, el crédito, la ganadería, el impulso a la
inmigración europea, la recuperación de tierras en manos de los pueblos
originarios para entregarlas a quienes pusiesen en marcha una moderna
explotación rural mejorando las razas de ganado vacuno, caprino y lanar, no
sólo para producir cueros o lanas, sino también carnes, leches y otros
derivados, mejorar la incipiente industria exhausta ante el contrabando, no
control de importaciones, la falta de créditos y de mano de obra y las
campañas contra los pueblos Puelches, Araucanos, Mapuches y Tehuelches
También, por la época, se debate la cuestión del proteccionismo aduanero y
del liberalismo en lo económico, de la enseñanza gratuita, obligatoria y laica y
la confesional, de la creación de registros civiles para asentar nacimientos,
casamientos y defunciones, que hasta la fecha eran de exclusivo ámbito
clerical.
Córdoba no estuvo ausente de estas situaciones al ser parte del Estado
Nacional.
Los partidos políticos nacionales no se diferenciaban tanto en lo ideológico
como sí en los intereses personales.
Esto era asumido de igual manera en nuestra Provincia y por ende en cada uno
de los departamentos donde terratenientes, importantes ganaderos y fuertes
comerciantes descendientes de familias acaudaladas y de la élite colonial y
nuevos “gauchos estancieros” surgidos a partir de recibir tierras ganadas o
quitadas a los aborígenes, cuidaban sus intereses apoyando las candidaturas
por razones de lazos familiares o de amistad, más que por razones ideológicas,
salvo en las primeras décadas del siglo XIX donde se pusieron de manifiesto
los distintos enfoques de la organización: “sobremontistas” y “funistas”,
Unitarios y Federales y a mediados de siglo apareció el Partido Constitucional,
primero dividido entre “rusos” que se inclinaban por solucionar los problemas

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de los carenciados y defendían a la Confederación y los “aliados”, liberales
más cercanos a las indicaciones de Buenos Aires.
Las decisiones nacían, se discutían y eran lanzadas a la vida pública desde el
seno de aquellos pequeños círculos personales. Los partidarios eran
convocados únicamente a convalidar lo resuelto y en cada elección anotaban
para sufragar a sus fieles seguidores, que luego, mediante voto cantado hacían
saber por quien lo hacían.
Cada elección, en la Provincia y a nivel nacional, resultaba un cúmulo de
presiones y de acciones fraudulentas, originando conatos, agresiones y hasta
sublevaciones armadas por parte de quienes quedaban afuera de los manejos
del poder.
Si bien los grupos facciosos de la primera mitad del siglo habían sido
desarticulados, prevalecían personajes inquietos, revoltosos y hasta se podría
decir perturbadores de la quietud pública, hombres que desde muy jóvenes
habían sido instruidos por sus progenitores en el manejo de las armas
aduciendo razones de defensa.
3.- Zelalla, Zelaya o Celaye en el Departamento Río Primero
En el siglo XVIII se tiene conocimiento de la presencia de don Juan de los
Santos Zelalla, Zelaya o Celayes quien compró tierras por la zona de
Quebrachos, en el Departamento Santa Rosa (actual Río Primero).
De acuerdo al Archivo del Arzobispado de Córdoba (caja “A”, segunda
carpeta) se unió en matrimonio con doña María Dolores Centurión, hija de
don Vicente Centurión, acaudalado estanciero y comerciante de la Villa Santa
Rosa.
Entre los hijos del matrimonio se destacó don Gregorio Zelalla, Zelaya o
Celaye que habría nacido hacia 1784 de acuerdo al censo de 1813, donde
figura como español residente en paraje “Quebracho del Río Primero” y murió
el 15 de octubre de 1839 (AAC, Santa Rosa libro defunciones 3 f 25). En el
año 1804 decidió fugarse con María del Tránsito Carnero o también nombrada
como María Tránsito Almada, hija natural de Martina Almada. La unión
matrimonial tuvo lugar el 5 de noviembre de 1804 en Rincón de San Pedro,
Provincia de Buenos Aires y en el Archivo del Arzobispado de Córdoba, junto
a la transcripción de la partida de matrimonio del Doctor Feliciano
Pueyrredón, párroco de San Pedro, hay una carta del párroco de Santa Rosa,
doctor Juan López Crespo, al Provisor y Gobernador del Obispado de
Córdoba, Dóctor Deán Gregorio Funes, solicitando revise el acto y dice: “….
Gregorio Zelalla ha meses que robó a María Tránsito Almada, por no poder
con ella desposarse a causa de la desigualdad que los parientes de dicha le

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atribuían a su linaje. Posteriormente se condujo con ella al rincón de San
Pedro, jurisdicción de Buenos Aires y con tres meses de residencia en este
sitio, los desposó el Dr. Don Feliciano Puirredón, cura y vicario de aquel
partido, sin embargo de ser ambos dos contrayentes de este curato de Santa
Rosa.
Creo que dicho párroco sorprendido con el domicilio que acaso le dirían iban
a fundar en el expresado paraje los conceptuaría por feligreses suyos (a los
novios), pero su pronto regreso por el mes de abril da a conocer lo fraudulento
de este domicilio.
En la certificación que incluyo del expresado párroco consta el vecindario de
Zelaya perteneciente a Santa Rosa, nada dice del de la Tránsito Almada,
aunque es notoriamente cierto que es igual con el de su pretendiente.
Ella se halla en meses mayores como fruto de su escandalosa versación y no
permitiendo las circunstancias del tiempo por la distancia de doce leguas que
hay de Santa Rosa al Quebracho donde reside, y el peligro del mal parto, fue
oficiado al Juez del Partido, Don Juan Frontera, a fin de que ambos
contrayentes queden instruídos en la necesaria separación que deben tener
ínterin V. Señoría se digne determinar la validez o nulidad de este contrato.
En todo cuanto obraré según las disposiciones de V. Señoría suplicándole me
permita exponerles la libertad y procaz procedimiento de estos contrayentes,
el libertinaje impune con que han vivido, la ninguna represión de estos
excesos y la poca esperanza de salvación si no se desposan por la
insensibilidad con que miran este cuidado de primera atención…..”(sic).
Firmada el 2 de noviembre de 1805 por el mencionado párroco de Santa Rosa.

El Deán Funes desoyó lo solicitado por el doctor López Crespo y revalidó el


matrimonio. Se supone que la diferencia de linaje no era el real problema por
documentos de la familia Tzelalla o Zelaya radicada en Córdoba a mediados
del siglo XVII, originaria de Santiago del Estero y proveniente de Guipúzcoa
donde probó su linaje en 1658 en la villa de Oñate y en 1673 en Urdain.
Además en esta ciudad miembros de esta familia contrajeron matrimonios con
familias de probado linaje como Leiva y Arévalo, Bustamante, Ordoñez del
Águila y Ahumada y con Álvarez Porres y Portugal.
Tal vez lo que comenzaban a surgir fueran diferencias políticas explicadas
cuando se mencionó a “sobremontista”, partidarios del monopolio y de la
monarquía, funcionarios públicos de estirpe española y “funistas”, impulsores
del libre comercio y de la autonomía, hacendados y comerciantes criollos.
4.- La Comunidad de Celaye

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Del embarazo mencionado por López Crespo en la carta dirigida al Deán
Gregorio Funes nació, en 1806, José Manuel.
En total los hijos de Gregorio Zelalla, Zelaya o Celaye y María del Tránsito
Almada o Carnero fueron nueve, destacándose, al igual que el primero, el
octavo de ellos: Juan, que nació en 1831.
Cuando Juan contaba con 8 años falleció su padre y hasta la mayoría de edad
permaneció junto a su hermano José Manuel, de quien adquirió conocimientos
en la cría, cuidado y mejoramiento de los ganados vacunos y caprinos, el buen
manejo y forma de hacer dócil a los caballos y la habilidad para realizar
negocios.
Juan Celaye Carnero contando con su propio capital en explotaciones rurales y
ganados heredados de sus progenitores y mantenidos bajo la tutela del
mencionado hermano mayor.
Se estableció en el noreste del Departamento Río Primero, comprando entre
los años 1850 y 1865 a los Noriega Bazán, herederos de la Merced de
Ansenuza , primero la estancia “Santa Rita” de aproximadamente 3.000
hectáreas, donde fijó su residencia y construyó su casa , para proseguir con
“La Argentina” del lado este de la anterior , “Boca del Río”, con límite oeste
en La Argentina y este con el Departamento San Justo y “San José “, al oeste
de la Mar Chiquita, por sobre los Salares del Plata hasta dar con el Brazo Para
o La Para. También le pertenecían, al sur de la estancia “Santa Rita” los
campos de “El Quemado” y “La Manga” constituyendo todo esto 15.500 Ha.
que se dieron en llamar “Comunidad de Celaye”.
El 7 de agosto de 1856 se casó con doña Juana Juncos, hija de don Toribio
Juncos y de doña Martina Ludueña (AAC, Santa Rosa, Fe de bautismo año
1824, L.3, f. 189).
De ese matrimonio nacieron, de acuerdo a lo manifestado en el Legajo 159 -
Expediente 1 - Escribanía 4 de la ciudad de Córdoba (Declaratoria de
herederos de Juan Celaye – 1881): Mardoqueo (1858), Félix (1860), Juan
Crisóstomo (1863) y Rosario (1867) y se tiene constancia por el Archivo del
Arzobispado de Córdoba que nacieron Micaela, María Isabel y José
Servilando, los tres fallecidos de niños en 1859, 1864 y 1867,
respectivamente.
5.- Apogeo de la Estancia “Santa Rita”
“La Comunidad de Celaye” se acrecentó en extensión en el año 1870 cuando
Juan Celaye le compró a don Ángel Noriega (hijo de Joaquín y de Gertrúdiz)
“El Puesto del Medio” de 3.333 Ha. 5.097 m2.

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Aquella transacción le apareó un grave problema. Cerrada la operación de
compra venta procedió a cancelar el monto total y esa noche resultó robado y
asesinado el vendedor.

Las autoridades del departamento, enfrentadas políticamente con Juan Celaye,


lo culparon del hecho. Prófugo de la justicia prometió que de resultar
declarado inocente haría construir un templo en honor a Santa Rita en el solar
donde se encontraba su casa, hacer un loteo y comenzar con la traza de un
pueblo, similar a lo realizado por su hermano José Manuel en “San Antonio”
Por aquellos tiempos, según consta en Escribanía 1, Legajo 543, Expediente
10, doña Juana Juncos fue designada curadora de sus hijos, todos menores.
Aclarada la situación a favor del comprador, Galo Noriega, hijo heredero del
extinto, le otorgó la correspondiente escritura, por lo que la “Comunidad”
llegó a tener 18.800 Ha.
Cumpliendo con lo prometido mandó construir la capilla, la que fue bendecida
el 22 de mayo de 1876 por el Vicario doctor Manuel Eduardo Álvarez.
También, en un lugar cercano, dispuso una parcela para el cementerio.
A comienzos de 1880 decidió encarar la demarcación del pueblo, obra que se
vio interrumpida por otro trágico suceso.
En el frío y lluvioso amanecer del domingo 29 de mayo de 1880 el
matrimonio Celaye-Juncos aún pernoctaban en el dormitorio construido en un
piso superior de la casa al que se accedía mediante dos escaleras, una en la
parte interior y otra que facilitaba el paso directamente al patio desde un
amplio balcón comunicado con la habitación mediante puertas-ventanas.
Entre ladridos de perros y el asombro de los peones del caserío aledaño
irrumpió una partida de aproximadamente quince personas montadas en
buenos caballos con destacadas monturas y arneses, todos armados con
revólveres, escopetas y por cierto, como gauchos-criollos, portaban facones.
Como jefe de la tropa se destacaba un conocido del propietario, su compadre
don Genaro Gutiérrez, vecino de Plaza de Mercedes.
Ante el requerimiento del visitante el dueño de casa se levantó y salió al
balcón. Al presentarse, Gutierrez le efectuó dos disparos con su revólver 38,
uno de los cuales le dio en el pecho y el otro golpeó en la pared y de rebote
hirió a su esposa en la pierna derecha. El cuerpo inerte rodó escaleras abajo
quedando su torso en los últimos escalones y la cara contra la tierra del patio.
Mientras esto ocurría los demás integrantes de la partida apuntando con sus
armas a los peones y trabajadores de la estancia los tomaron prisioneros para
frustrar cualquier intento de defender al patrón y uno de los secuaces, por
indicaciones del cabecilla, tomó una pala que estaba cerca del cuerpo y con un

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golpe certero lo decapitó. A continuación procedieron a saquear la casona y la
capilla, llevándose, además de alhajas, joyas y reliquias, una importante suma
de dinero producto de la venta de ganado, lo que había sido revelado a los
forajidos por un peón de apellido Carnero, llegado de la Pedanía Timón Cruz e
incorporado hacía poco tiempo al servicio de la estancia.
Por aquellos días sus hijos mayores (Mardoqueo y Félix) estaban ausentes, se
encontraban estudiando en Córdoba y cumplían funciones en el gobierno
recién asumido del doctor Miguel Juárez Celman.
Tampoco estaba su hijo Juan Crisóstomo que había ido hasta los “Corrales del
Sur”, cercano al puesto “Del Tostado”, en busca de tres parejeros que debían
participar ese domingo en carreras cuadreras.
Únicamente estaba junto al matrimonio su hija Rosario y Jesús, su hija
“natural”.
El Jefe Político del Departamento, de apellido Cabanilla, al recibir la denuncia
por parte de un capataz de Celaye, tomó intervención en el hecho.
Aproximadamente doce horas después, junto a una partida policial, se hizo
presente en el lugar de los acontecimientos, por lo tanto le fue imposible dar
con los facinerosos.
Mardoqueo, que llegó días después, una vez comprobado que su madre se
recuperaba de la herida padecida se embarcó en hacer justicia por mano
propia.
Enterándose que el peón desleal se ocultaba en la estancia de don José
Macedonio Carnero, próxima al paraje Pozo del Moro, se dirigió al lugar
acompañado por varios peones de su padre y al encontrarlo en ese lugar,
procedió a darle muerte.
Desde allí se trasladó a la estancia Las Hileras, al este de Plaza de Mercedes.
Según lo habían anoticiado en ese sitio estaba escondido don Genaro
Gutiérrez.
En la entrada de la propiedad fue impedido de continuar por un grupo armado
más numeroso que su banda, por lo cual emprendió el regreso, sin antes
incendiar el campo.
Detenido Mardoqueo, por el crimen y los destrozos y daños en la estancia Las
Hileras, fue enviado a Córdoba a pedido del Jefe de Policía, doctor Marcos
Juárez, “dándosele la ciudad como prisión”, es decir: no podía salir de su
ejido, permaneciendo libre en el lugar.
Allí siguió actuando en política junto al mencionado jefe de policía.
6.- Ocaso de la estancia

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El acto criminal que pone fin a la vida de don Juan Celaye Carnero marcó el
inicio del desmembramiento de la “Comunidad Celaye” que tenía como centro
de operaciones y residencia más importante a la estancia “Santa Rita”.
Del acto sucesorio (Escribanía 4, legajo 159, expediente 1, año 1881) se
observa que la estancia “Santa Rita” fue heredada por su hijo Juan
Crisóstomo. El resto de las estancias pasaron a pertenecer: “La Argentina” a
Maroqueo, “Puesto del Medio” a Félix, “La Boca del Río” a Rosario, “San
José” a su hija natural Jesús y “La Manga” y “El Quemado” a doña Juana
Juncos.
Juan Crisóstomo contrajo matrimonio el 13 de octubre de 1890 con Natalia
Bocos o Vocos y fueron sus hijos Juana Rita Orfinda, Delia, Amalia,
Mardoqueo, Miguel, María Natalia, Héctor, Saúl, Crescencia y María Rosa.
Este heredero no prosiguió con la urbanización, sólo mantuvo la casona, la
capilla y el cementerio.
Con la muerte del nuevo propietario, sobrevenida el 10 de enero de 1913, la
estancia fue dividida en hijuelas, de acuerdo a lo repartido entre los herederos,
abogados y peritos mensuradores, inventariadores, tasadores y partidores.
Estos campos fueron vendidos, a partir de 1915, a familias que llegaban del
exterior o de las regiones este, noreste y centro de la provincia de Córdoba u
oeste de Santa Fe.
Doña Natalia Bocos o Vocos, viuda de don Juan Crisóstomo, y su hija Juana
Rita Orfinda mantuvieron la propiedad de la fracción norte hasta avanzada la
primera mitad del siglo XX. Mientras la primera vivió en el lugar la segunda
se trasladó a la ciudad de Córdoba, junto a su esposo, don Miguel Ángel Funes
Altamira.
Entre los campos surgidos de las hijuelas y por la necesidad de los nuevos
propietarios se fueron abriendo caminos. A muy corta distancia al norte del
actual cauce del Suquía se establecieron los primeros comercios dedicados al
despacho y consumo de bebidas y comestibles, conocidos como “boliches”.
En el patio de uno de estos se hizo lugar a una pista bailable con escenario
donde llegaron a actuar orquestas y conjuntos musicales de Córdoba y de la
zona hasta entrada la década del 80 del siglo pasado. En las estaciones frías la
pista era cubierta por carpas de fabricación casera, generalmente de bolsas de
arpillera o las lonas de camiones.
En 1963, cuando la estancia pertenecía a Pedro Parrucci, se construyó el
edificio de la Escuela “Provincia de San Juan” en una fracción a 3 km al
noreste de la capilla.

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De todo lo detallado al presente se mantienen la Capilla Santa Rita, lugar de
concurrencia de numerosos feligreses en el mes de mayo cuando cada año se
reúnen para su santoral y la escuela donde, en la actual coyuntura de
despoblación rural, concurren aproximadamente cinco niños. El resto de las
edificaciones se encuentran derruidas y completamente abandonas y el
cementerio desaparecido por desconocerse de su ubicación exacta.
Supuestamente ninguno de los actores de esta saga de más de cien años pudo
imaginar el devenir. La posibilidad de haberse constituido en un centro urbano
a la realidad de hoy la Tierra ha rotado y se ha trasladado alrededor del Sol,
han cambiado los cursos de los ríos y arroyos, la fisonomía del paisaje y como
epílogo lo único seguro es que las distancias no se puede medir en kilómetros
sino en tiempo, edad de las cosas desde su existencia.
Queda como conclusión lo que expresa Eduardo Galeano en su libro Los hijos
de los días (Siglo XXI ediciones, página 270) “….Lugdunum resucitó, y ahora
se llama Lyon. Y Pompeya no desapareció: intacta bajo las cenizas, fue
guardada por el volcán que la mató”.
Tiempo, espacio, paisaje y humanos serán testigos de lo que pueda pasar con
“Paraje Santa Rita”.

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