Neri Pozza.
Un fragmento de la modernidad
en el caos posmoderno
Giuseppe Russo
Hace poco, dentro de la Colección «Biblio-
teca Neri Pozza», aparecieron publicados,
casi uno tras otro, Saranno idee d’arte e di
poesia, la correspondencia que Neri Pozza
sostuviera con Dino Buzzati, Carlo Emilio
Gadda, Eugenio Montale y Goffredo Parise;
y La promessa dell’alba (La promesa del alba,
Mondadori, Barcelona, 1997), la novela auto-
biográfica de Romain Gary, el autor de La
vida ante sí (Nuevas Ediciones de Bolsillo,
Barcelona, 2008), el gran escritor franco-
ruso que se suicidara en 1980. Acaso nada,
con excepción de la lectura de estos dos li-
bros de autores que casi nacieron el mismo
año (Pozza en 1912; Gary en 1914), sea capaz
de transmitir, a la vez, la melancólica cons-
tatación del cambio de una época en el tra-
bajo editorial y en la vida pública y social de
un artista o de un escritor.
Imagínense hoy a un editor que, luego de
una prueba, a su modo de ver, poco convincen-
te de uno de sus autores, le haga saber —como
se lo dijo Neri Pozza a Parise—, su juicio ne-
gativo; pidiéndole, a la vez, que no se sienta
ofendido ya que el mismo nace de sus ideas
muy personales: «ideas de arte y de poesía,
que dan a ganar poco dinero», pero que son
las únicas capaces de seducirlo e interesarlo.
Un editor de este tipo sería todo un escán-
dalo, no porque tenga ideas que dan a ganar
poco dinero (hay muchos que las tienen) si-
no porque, simple y sencillamente, se atre-
vería a tener «ideas de arte y de poesía». En
el marketing editorial de hoy en día, está per-
mitido, cuando mucho, tener una vaga in-
tuición de lo que hoy puede impresionar,
maravillar, constituir una «cifra original»,
como horrendamente se dice, en el arte y en
la literatura actual, pero no «ideas».
Luego, imagínense ahora a un escritor que,
al igual que Romain Gary, siguiendo una
idea del bien público heredada de su madre,
que le contaba cuando era niño acerca de un
país en el que todos los hombres eran libres
e iguales, los artistas eran recibidos en las
mejores familias y «Victor Hugo había sido
presidente de la República» (una dulce
inexactitud de madre); que luego se vuelva,
además de un gran escritor francés, un héroe
de guerra, a quien le sea otorgada la meda-
lla de la Legión de Honor; y, al final, sea por-
tavoz del Gobierno Francés en la ONU y cónsul
general en Los Ángeles.
Uno de los fundamentos de la conciencia
pública de los literatos y de los artistas de
4 SP | MARZO 2009
NERI POZZA EDITORE-MILÁN, ITALIA EDITORIAL
estos tiempos es que no sólo el bien público no
se encarna en el Estado, sino que, en general,
no existe ninguna «idea» del bien público.
¿Qué fue lo que sucedió para que las vidas
y los ejemplos de Neri Pozza y Romain Gary
hoy, en la actualidad, resulten imposibles?
¿Son hombres del siglo XX, ligados a las
«ideologías» y a las representaciones de un
siglo lejano? ¿O la desaparición de su «tipo»
en el universo de la cultura presupone la
desaparición de un «espíritu del tiempo» y
su sustitución con otro sentido de las cosas?
Los teóricos del fin de la modernidad no
albergan dudas: el «espíritu del tiempo» de
lo Moderno se ha esfumado. En Notas sobre la
postmodernidad (Notes sur la postmodernité.
Le lieu fair lien, París, Le Felin, 2003), Michel
Maffesoli, un pensador francés pertenecien-
te a la generación de Baudrillard, dice que la
modernidad era tal puesto que asignaba una
residencia. Se poseía una identidad nada más
porque se pertenecía a un Estado, a una pro-
fesión, a un sexo, a una ideología, a una clase
social. Por el contrario, en la postmoderni-
dad faltaría toda asignación, las identidades
serían confusas, triunfaría la indiferencia-
ción, la heterogeneidad, la movilidad. Y
triunfaría lo que ha sido expulsado y con-
finado en lo irracional por la modernidad: la
religión, lo sagrado, el encanto del mundo
y la certidumbre trágica del presente como
único tiempo que cuenta y que, por consti-
tución, es efímero.
Es una descripción bastante eficaz de nues-
tro tiempo que, sin embargo, no se aventu-
ra hasta el fondo en las hondonadas propias
del pensamiento.
Recientemente, Neri Pozza editó dos li-
bros que incluyen un incipit extrañamente
parecido —considerando que el primer li-
bro fue escrito en nuestros días y el segundo
se remonta a 1963—, y ambos son proféticos
e iluminadores acerca del espíritu de nuestro
tiempo: Kristus (Kristus. Das unerhörte Leben
des Jan Beukels, Aufbau Taschenbuch Verlag,
2006) de Robert Schneider, la novela sobre
la revuelta anabaptista de Münster y sobre la
vida de Juan de Leiden; y Settentrione (Sep-
tentrion, Denoël, 1984), la obra maestra de
Louis Calaferte, un escritor que yo considero
más interesante que Céline, ya que precisa-
mente es más profético; y tengo que decir
que esta idea tiene buena compañía, Philippe
Sollers, por ejemplo, escribió sobre Septen-
trion: «Nunca, he dicho nunca, se ha escrito
VENTANA
algo tan fuerte, tan crudo y violento. Y joco-
so. Y horrible. Y acaso profético.»
«Al principio fue el Caos», dice el incipit
de Kristus, «y el Caos estaba con Dios, y el
Caos era Dios, la realidad. La realidad de la
que —como decían nuestros padres— no de-
bemos formarnos ninguna representación, la
realidad que no conoce ni el bien ni el mal,
ni lo verdadero ni lo falso, porque no nece-
sita de estas distinciones.»
«Al principio fue el Sexo», dice el incipit
de Septentrion. «Salvador. Cargado de inmor-
talidad. Existe la Bestia. Heroica. Poderosa.
Y más allá de la Bestia no existe nada. Nada
si no es Dios mismo. Magnífico e inextrica-
ble... Impenetrable en su indiferencia.»
El Dios de nuestro tiempo es el Dios de
estos incipit, el Dios de la realidad y del caos,
el Dios de la indiferencia, de la bestia y del
sexo, el Dios que no conoce ideal, dado que
cada ideal nace, como escribe Schneider en
su incipit: «de la imposibilidad de aceptar la
realidad —el Caos— sin caer en la inercia, en
el cinismo y en la resignación y sin perder el
sentido de la vida».
Se podría decir que la historia de la mo-
dernidad es una incesante construcción de
ideas para impedir la manifestación direc-
ta, la constitución en inmediata realidad de
este Dios terrible del Caos y de la Indiferen-
cia. Desde la pintura figurativa hasta la idea
política del Estado (la entrada de Dios en el
mundo, su traducción en las formas del mun-
do, según Hegel); desde las formas de vida
de las órdenes monacales hasta la reflexión
teológica, toda la modernidad busca una re-
sidencia, un rostro mundano en el que el po-
der de Dios se contenga como tal, en el que no
se mude en realidad, en el que no se encien-
da y se consuma según el orden del Caos. Se
podría decir, como también lo vislumbró Carl
Schmitt, que lo Moderno se concibe como un
Katechon, un poder que detiene, que impide
el fin apocalíptico del tiempo histórico.
Tal parece que la política, el arte y la litera-
tura que marcan nuestro tiempo le han dado
la espalda a este rasgo de lo Moderno; y que
sólo hablan en nombre del Dios de la reali-
dad y del caos, del Dios del Apocalipsis. Los
soberanos de Occidente ya no asumen el po-
der en nombre de una nación y de un Estado.
Ante todo, gobiernan para destruir el Esta-
do y mostrar una soberanía concebida como
directa manifestación del Dios de la realidad
y del caos; y del fin de los ideales.
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 Además, a menudo, buena parte del arte
contemporáneo es una representación apo-
calíptica; una puesta en escena del fin de los
tiempos en la que lo divino se confunde con
lo animal y en la que no queda más que el
Dios de Schneider y la Bestia de Calaferte que
orina, tiene sexo, defeca, en la más absolu-
ta indiferencia, con la mirada fría de quien,
justamente, no se forma ninguna represen-
tación, no conoce ni el bien ni el mal, ni lo
verdadero ni lo falso, porque no necesita de
estas distinciones. Desde las obras de Da-
mien Hirst hasta las de Mauricio Cattelan, las
de Matthew Barney y las de casi todos los ar-
tistas contemporáneos, el arte, en esta épo-
ca, ya no se concibe como la manifestación
visible en la que se detiene el infinito poder
de Dios, una manifestación que requería
maestría y aprendizaje, silencio y atención,
sino como una práctica estática accesible a
todos, una exposición del pasaje inmediato
del poder en ejecución, del choc, del adve-
nimiento de lo terrible, de lo inusitado, de lo
informe, de la muerte y de la desnuda vida
que la muerte requiere.
Además, la literatura à la jeunne fille que
impera hoy, tampoco está lejos de un sen-
timiento apocalíptico. Théorie de la jeunne
fille es un libro del grupo francés Tiqqun. En
éste, se sostiene que el objeto del deseo de
nuestro tiempo es la jeunne fille, pero no en
el sentido nabokoviano del deseo total y ab-
soluto por el otro, por la muchachita que no
se es. Según Tiqqun, en el presente, todos
quieren ser una jeunne fille, la totalidad de
los seres humanos, perfil de la sociedad del
espectáculo. La jeunne fille es, en efecto, el
perfecto cuerpo joven que consume, que so-
lamente siente, es lo puro de la vida desnuda.
Y al igual que ésta es sencillamente sensible,
a un tiempo resulta orgiástica y ascética; es
capaz de pasar, como la protagonista de Los
cien golpes (Poliedro, Barcelona, 2004), de una
partouze a consideraciones morales con la más
absoluta indiferencia, con la mirada fría de
quien no se forma ninguna representación,
no conoce el bien ni el mal, ni lo verdadero
ni lo falso, porque no necesita de estas dis-
tinciones. La jeunne fille es, en resumen, la
indiferencia ascética y bestial a la vez, del
Sexo neutro e impreciso. Desde este punto
de vista, buena parte de la literatura así lla-
mada «trendy» es literatura à la jeunne fille.
Las partículas elementales (Anagrama, 1998)
y La posibilidad de una isla (Alfaguara, 2005)
lo son, ya que en este terreno, así como en el
del arte contemporáneo, la maestría no cuen-
ta, ni tampoco que Michel Houellebercq acaso
escriba mejor que Melissa P. Es un detalle.
Sin duda lo es J. T. Leroy, un caso extraor-
dinariamente escandaloso de las teorías de
Tiqqun: una escritora norteamericana se dis-
fraza de jeunne fille artificial (todas las jeunne
filles son artificiales); luego, una jeune fille
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Untitled (Whippoorwill).
verdadera se disfraza de jeunne fille artificial,
en su lugar y temblorosa, como un perfecto
autómata, como una marioneta de pura sen-
sibilidad, vagabundea por el mundo.
El espíritu de nuestro tiempo es un cam-
po de batalla, una extensión del dominio y
de la lucha, por usar una expresión houelle-
becquiana. Si no fuese así, sería imposible el
plan editorial actual de la editorial Neri Pozza.
A veces me gusta presentar a la editorial
como una reedición actualizada de las gran-
des editoriales culturales italianas de los años
cincuenta y sesenta.
Sin embargo, la descripción más exacta
sería ésta: Neri Pozza es, respecto al espíri-
tu del tiempo dominante, una casa editorial
absolutamente a contracorriente. Nosotros
somos un fragmento de la modernidad en
el caos postmoderno. Existimos para con-
tinuar la tarea interrumpida de la moderni-
dad. Buscamos en el arte, en la filosofía, en
la literatura, en todas partes del mundo, ideas
nuevas para detener al Dios terrible del Caos y
de la Indiferencia. Andamos tras nuevas órde-
nes monacales, nueva reflexión teológica,
nuevas formas de vida que, al modo de un
Katechon, sean capaces de exorcizar el fin
de los tiempos. Desde este punto de vista,
no buscamos cantores del poder de Dios,
sino maestros capaces de mitigarlo, de otor-
garle semblantes mundanos. Escritores que
sepan construir historias ejemplares, san-
tos capaces de una teología, de una lógica de
la divinidad, ensayistas capaces de pensar
en una justicia terrenal. Detestamos el wahha-
bismo y todo protestantismo, que le prome-
ten a cada quien la posibilidad de hablar
directamente con Dios, sin maestros; y ama-
mos el sufismo, La Compañía de Jesús y los
monasterios benedictinos.
Es con este espíritu que nos sentimos or-
gullosos de nuestros narradores, de Amitav
Gosh, de William Boyd, de Romain Gary y
de todos los demás. Es con este espíritu que
hemos creado una colección, «La Quarta Pro-
sa», dirigida por Giorgio Agamben, que se
apresta a publicar Sugli angeli, la más exhaus-
tiva antología de escritos sobre angelología
judía, islámica y cristiana que jamás se haya
publicado. Es un homenaje a la más suprema
de las manifestaciones mundanas de Dios,
común en las tres religiones monoteístas. Es
también con este espíritu, que recientemen-
te hemos inaugurado una nueva colección,
«Neri Pozza Bloom», dedicada a la literatura
y a la ensayística juvenil. Con Bloom seremos
desde luego rigurosos, haremos lo mismo
que Neri Pozza en 1956 con el joven Parise. Le
pediremos a los nuevos narradores y escri-
tores y a los jóvenes ensayistas que solamen-
te nos den «ideas de arte y de poesía».
Traducción de María Teresa Meneses
© Giuseppe Russo
Giuseppe Russo nació en Nápoles en 1953. Se tituló de licenciado
en filosofía y de doctor en investigación en la Universidad de Nápo-
les. Coordinó y cuidó las obras de Walter Benjamin y de F.W.J.
Schelling. Entre sus escritos podemos citar Sulla Potenza. De
Aristotele a Nietzsche (junto a Massimo De Carolis, Francesco
Fusillo y Maurizio Zanardi); y Politica (junto a Giorgio Agamben,
Alain Badiou y Jean-Luc Nancy). Desde el año 2000 es director
editorial de la editorial italiana Neri Pozza; y desde el 2007, direc-
tor editorial del grupo NPE (Neri Pozza Editore) y Giano Editore.
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