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COMPROMETIDOS

CON NOSOTROS
MISMOS
Meditaciones Pastorales
Febrero 9 de 2016

Pastor Adoniram Gaxiola


Como sabemos, compromiso es una obligación contraída. Es decir, es algo
que se está obligado a hacer dada la naturaleza de la persona. Persona es un
individuo, así que nuestra condición de personas humanas distingue la
dimensión individual de cada uno de nosotros. Somos individuos,
particulares, diferentes a cualquier otra persona. Sin embargo, a lo largo de
nuestra vida y respecto de la formación de nuestra personalidad somos
influidos de diferentes maneras y en distintos grados por aquellos que están
a nuestro alrededor. Ellos y ello nos dan forma, generalmente una distinta a
lo que somos, podemos y queremos ser. De ahí el reto de la obligación que
tenemos con nosotros mismos de identificar y hacer evidente quiénes
somos. Estamos comprometidos con nosotros a ser nosotros mismos,
diferentes de los demás y otros distintos a lo que los demás quisieron hacer
de nosotros.
Quienes no se obligan consigo mismos siguen estando a expensas de otros,
siendo y actuando de acuerdo a lo que los demás han hecho de ellos: con
unos sumisos, con otros valientes; con unos fuertes, con otros débiles; con
unos triunfadores, con otros meros perdedores. Dejan de ser ellos para ser
con cada cual lo que éste espera que sean. Terminan viviendo vidas
esquizoides, sin control ni satisfacción. Y, lo que es peor, sin sentido ni
esperanza.
Asumir el compromiso de ser nosotros y no lo que otros hacen de nosotros,
requiere del cumplimiento de tres condiciones fundamentales:
Un nuevo orden interno. Proverbios 16.32. Resulta interesante el símil de
nuestro pasaje, pues tanto el que conquista una ciudad como el que
domina su espíritu, se ven en la necesidad de establecer un nuevo orden.
El conquistador de ciudades hace lo que se tiene que hacer con aquello
con lo que cuenta, con lo que ha encontrado en la ciudad que ahora está
bajo su dominio. Altera el viejo orden, desecha lo que no está de acuerdo
con su interés y establece lo que resulta necesario para el cumplimiento
de su propósito. Así, asume la responsabilidad de que la ciudad sea lo
que él quiere y puede hacer de ella. Entierra a los muertos, derriba lo que
no sirve o conviene, destierra o encierra a sus enemigos y hace de la
ciudad, su ciudad. Nadie conquista una ciudad para que esta siga siendo
la misma que fue antes de estar bajo su dominio.
De manera similar, cuando se llega a la edad adulta la persona ya está
bajo un orden establecido. Sometida o influenciada por fuerzas ajenas y
siendo lo que, en buena medida, otros han hecho de ella. La madurez
requiere de la emancipación respecto del poder y la trascendencia de tal
orden. Requiere, por lo tanto, que la persona asuma la responsabilidad
de sí misma y se ocupe de establecer el orden que le es propio. Las
personas maduras s asumen obligadas a responder por sí mismas. Es
decir, se obligan a dejar de explicarse a sí mismas en función de lo que los

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demás hicieron de y con ellas. Como el que conquista una ciudad, alteran
el viejo orden, desechando lo que no está de acuerdo con su interés y
estableciendo lo que resulte necesario para ser lo que son.
La Biblia llama a este proceso, conversión. Se sale de un orden que es
según la carne, el pensamiento humano limitado y deformado, para
pasar a un nuevo orden, el que es según el Espíritu y que produce vida
plena, vida abundante.
Determinación. Lucas 9.51. La vida está llena de puntos de inflexión, de
momentos y circunstancias que determinan el curso de la misma. En el
caso de Jesús, se llegó el momento en que había de ser recibido arriba; es
decir, el momento clave de su razón de ser, de su para qué había venido
al mundo. Y llegado ese momento, Jesús, afirmó su rostro. Jesús fijó los
términos de su identidad y misión, es decir, tomó la determinación de ser
y hacer lo que le era propio. Muchas personas siguen siendo la misma
ciudad de siempre, atrapadas en lo que no les es propio, porque les falta
determinación. Porque no se deciden a afirmar, a establecer, lo que se
requiere para su propio crecimiento e independencia respecto de
personas y hechos que les impiden madurar. No se trata de falta de
conocimiento, ni de la aceptación como propia de la circunstancia que se
vive. Se trata de falta de determinación, de falta de osadía y valor para el
establecimiento del orden que conviene a sus vidas. Esta falta de osadía
les mantiene como extranjeros en su propia vida; mientras que el valor y
arrojo les liberan y permiten construirse a sí mismos.
Compasión. 1 Pedro 3.1,8. Compasión es, también, sentir con el otro.
Comprender, entender al otro. Uno podría preguntarse qué tiene que ver
la compasión con el comprometerse con uno mismo. La verdad es que
tiene que ver mucho. De acuerdo con nuestro pasaje, la compasión tiene
un efecto liberador, liberalizante, respecto de las acciones del otro y que
nos han afectado, particularmente de manera negativa. Quien entiende
las razones, y aun las sinrazones, que sustentan las actitudes y conductas
de los demás puede liberarse de la compulsión de devolver mal por mal.
Quienes permanecen bajo la influencia y el poder de la ciudad en la que
son extranjeros, cultivan la necesidad de la venganza. No les importa si
esta la obtienen al castigar a quienes les dañaron, o si la obtienen al
castigar a quienes pueden hacerlo. Lo que les importa es sentirse
satisfechos de poder castigar a alguien, aunque ello signifique mayor
miseria para sus propias vidas.
El que cultiva la compasión se mantiene libre y, por lo tanto, puede
responder con el bien a quienes le han hecho mal. Puede bendecir a
quienes le han maldecido. Puede, por lo tanto, ser señor de su ciudad,
enterrando a los muertos, derribando las casas de mal, al mismo tiempo
que cultiva la vida y edifica casas en las que el bien y la justicia propician

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la paz y el crecimiento de todos.
Pero, dirá alguno, con qué puedo hacer todo esto. ¿Dónde mis soldados, cuál
mi armamento, en la conquista de mi propio espíritu? Como en ningún otro,
es en este terreno que cobran relevancia las palabras de Pablo cuando nos
asegura que Dios, no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de
amor y de dominio propio. 2 Timoteo 1.7. No hay conquista de uno mismo
que sea posible, fuera de Dios. Sólo nuestro Señor Jesucristo tiene poder
para deshacer las obras del diablo. 1 Juan 3.8.
Por ello es por lo que debemos volvernos a Dios buscando no solo su mano,
sino su rostro. Es decir, debemos convertirnos a él y reconocerlo como el
Señor de nuestra vida. Debemos estar dispuestos a que el orden de Dios
altere nuestro propio orden. A hacer y dejar de hacer, a vivir de tal manera
que seamos el espacio en el que la voluntad de Dios se cumpla día a día. Si lo
hacemos así, y esta es mi invitación a que lo hagamos, podremos comprobar
que quien vive en el orden de Dios, vive en la libertad que él nos provee al
través de Jesucristo y disfruta de la vida plena, la vida abundante, en la
ciudad, nosotros mismos, que hemos conquistado por el poder de su Espíritu
Santo.

Red de la Gente Grande


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