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C RGG Comprometidos Con Nosotros Mismos
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CON NOSOTROS
MISMOS
Meditaciones Pastorales
Febrero 9 de 2016
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demás hicieron de y con ellas. Como el que conquista una ciudad, alteran
el viejo orden, desechando lo que no está de acuerdo con su interés y
estableciendo lo que resulte necesario para ser lo que son.
La Biblia llama a este proceso, conversión. Se sale de un orden que es
según la carne, el pensamiento humano limitado y deformado, para
pasar a un nuevo orden, el que es según el Espíritu y que produce vida
plena, vida abundante.
Determinación. Lucas 9.51. La vida está llena de puntos de inflexión, de
momentos y circunstancias que determinan el curso de la misma. En el
caso de Jesús, se llegó el momento en que había de ser recibido arriba; es
decir, el momento clave de su razón de ser, de su para qué había venido
al mundo. Y llegado ese momento, Jesús, afirmó su rostro. Jesús fijó los
términos de su identidad y misión, es decir, tomó la determinación de ser
y hacer lo que le era propio. Muchas personas siguen siendo la misma
ciudad de siempre, atrapadas en lo que no les es propio, porque les falta
determinación. Porque no se deciden a afirmar, a establecer, lo que se
requiere para su propio crecimiento e independencia respecto de
personas y hechos que les impiden madurar. No se trata de falta de
conocimiento, ni de la aceptación como propia de la circunstancia que se
vive. Se trata de falta de determinación, de falta de osadía y valor para el
establecimiento del orden que conviene a sus vidas. Esta falta de osadía
les mantiene como extranjeros en su propia vida; mientras que el valor y
arrojo les liberan y permiten construirse a sí mismos.
Compasión. 1 Pedro 3.1,8. Compasión es, también, sentir con el otro.
Comprender, entender al otro. Uno podría preguntarse qué tiene que ver
la compasión con el comprometerse con uno mismo. La verdad es que
tiene que ver mucho. De acuerdo con nuestro pasaje, la compasión tiene
un efecto liberador, liberalizante, respecto de las acciones del otro y que
nos han afectado, particularmente de manera negativa. Quien entiende
las razones, y aun las sinrazones, que sustentan las actitudes y conductas
de los demás puede liberarse de la compulsión de devolver mal por mal.
Quienes permanecen bajo la influencia y el poder de la ciudad en la que
son extranjeros, cultivan la necesidad de la venganza. No les importa si
esta la obtienen al castigar a quienes les dañaron, o si la obtienen al
castigar a quienes pueden hacerlo. Lo que les importa es sentirse
satisfechos de poder castigar a alguien, aunque ello signifique mayor
miseria para sus propias vidas.
El que cultiva la compasión se mantiene libre y, por lo tanto, puede
responder con el bien a quienes le han hecho mal. Puede bendecir a
quienes le han maldecido. Puede, por lo tanto, ser señor de su ciudad,
enterrando a los muertos, derribando las casas de mal, al mismo tiempo
que cultiva la vida y edifica casas en las que el bien y la justicia propician
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la paz y el crecimiento de todos.
Pero, dirá alguno, con qué puedo hacer todo esto. ¿Dónde mis soldados, cuál
mi armamento, en la conquista de mi propio espíritu? Como en ningún otro,
es en este terreno que cobran relevancia las palabras de Pablo cuando nos
asegura que Dios, no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de
amor y de dominio propio. 2 Timoteo 1.7. No hay conquista de uno mismo
que sea posible, fuera de Dios. Sólo nuestro Señor Jesucristo tiene poder
para deshacer las obras del diablo. 1 Juan 3.8.
Por ello es por lo que debemos volvernos a Dios buscando no solo su mano,
sino su rostro. Es decir, debemos convertirnos a él y reconocerlo como el
Señor de nuestra vida. Debemos estar dispuestos a que el orden de Dios
altere nuestro propio orden. A hacer y dejar de hacer, a vivir de tal manera
que seamos el espacio en el que la voluntad de Dios se cumpla día a día. Si lo
hacemos así, y esta es mi invitación a que lo hagamos, podremos comprobar
que quien vive en el orden de Dios, vive en la libertad que él nos provee al
través de Jesucristo y disfruta de la vida plena, la vida abundante, en la
ciudad, nosotros mismos, que hemos conquistado por el poder de su Espíritu
Santo.