Cuentos 2 Limpio

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1

Aprended Geometría

Fredric Brown
Escritor estadounidense

Henry miró el reloj, a las dos de la mañana cerró el libro desesperado. Seguramente lo
suspenderían al día siguiente. Cuanto más estudiaba geometría, menos la comprendía.
Había fracasado ya dos veces. Con seguridad lo echarían de la Universidad. Sólo un
milagro podía salvarlo. Se enderezó. ¿Un milagro? ¿Por qué no? Siempre se había
interesado por la magia. Tenía libros. Había encontrado instrucciones muy sencillas para
llamar a los demonios y someterlos a su voluntad. Nunca había probado. Y aquel era el
momento o nunca. Tomó de la estantería su mejor obra de magia negra. Era sencillo.
Algunas fórmulas. Ponerse a cubierto en un pentágono. Llega el demonio, no puede
hacernos nada y se obtiene lo que se desea. El triunfo es vuestro! Despejó el piso
retirando los muebles contra las paredes. Luego dibujó en el suelo, con tiza, el pentágono
protector. Por fin pronunció los encantamientos. El demonio era verdaderamente horrible,
pero Henry se armó de coraje. - Siempre he sido un inútil en geometría - comenzó... ¡A
quién se lo dices! - replicó el demonio, riendo burlonamente. Y cruzó, para devorarse a
Henry, las líneas del hexágono que aquel idiota había dibujado en vez del pentágono.

2
La Prueba

Raúl Brasca
Escritor argentino

Sólo cuando sea derribado tendrás a mi hija", había dicho el brujo. El hachero miró el tallo
fino del árbol y sonrió con suficiencia. Un primer hachazo, formidable, marcó levemente el
tronco. Otro, en el mismo lugar, apenas profundizó la herida. Bien entrada la noche, el
hachero cayó exhausto. Descansó hasta el amanecer y hachó toda la jornada siguiente.
Así día tras día. La herida se iba profundizando pero, a la par, el tronco engrosaba. Pasó
el tiempo y el árbol se volvió frondoso; la muchacha perdió juventud y belleza. El hachero,
a veces, alzaba los ojos al cielo. No sabía que el brujo conjuraba los vendavales, desviaba
los rayos y alejaba las plagas que carcomen la madera. La muchacha encaneció y él
seguía hachando. Ya casi no pensaba en ella. Poco a poco, la olvidó del todo. El día en
que la muchacha murió no le pareció distinto de los anteriores. Ahora, ya viejo, sigue su
pelea contra el tronco descomunal. No se le ocurre otra cosa: el silencio del hacha le
produciría terror.

3
La fe y las montañas

Augusto Monterroso
Escritor guatemalteco

Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el
paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover
montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en
el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más
dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la fe y ahora las montañas permanecen por lo
general en su sitio.
Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es
que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.

4
Los ojos culpables

Ah'Med Ech Chiruani


País desconocido

Cuentan que un hombre compró a una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y
echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba; él respondió: "Tienes tan bellos
ojos que me olvido de adorar a Dios.‖
Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los ojos. Al verla en ese estado el hombre se
afligió y le dijo: "¿Por qué te has maltratado así? Has disminuido tu valor." Ella le
respondió: "No quiero que haya nada en mí que te aparte de adorar a Dios." A la noche, el
hombre oyó en sueños una voz que le decía: "La muchacha disminuyó su valor para ti,
pero lo aumentó para nosotros y te la hemos tomado." Al despertar, encontró cuatro mil
denarios bajo la almohada. La muchacha estaba muerta.

5
El drama del desencantado

Gabriel García Márquez


Escritor colombiano

...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que
caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas
tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias
no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de
reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del
mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre
por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

6
Después del accidente

José María Merino


Escritor español

No sientes el silencio de la noche porque dentro de ti continúan vibrando todos los sonidos
del accidente, el chirrido del frenazo, el golpe contra la barrera, el retumbar del vehículo al
despeñarse. Y escuchas el murmullo de la radio, una voz ininteligible, mientras la luz cada
vez más débil de los faros hace brillar la escarcha en los matorrales. Hay también otros
brillos y, desde el lugar que ocupa tu cuerpo, caído fuera del coche, comprendes de
repente que son los reflejos de esa iluminación escasa en unos ojos. ―¡Laura!‖, exclamas
aterrorizado, incorporándote. Entonces los ves. Sobre sus uniformes reluce la
fosforescencia de unos cascos que parecen enormes y extraños en la negrura. ―No te
preocupes por ella‖, dice el más alto, con voz serena, ―eres tú quien debe venir con
nosotros. Ella está viva‖.

7
La tristeza

Rosario Barros Peña


España, 1935

El profesor me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con
ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche
que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré
en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la
mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin
ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la
habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como
si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la
lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo
sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo
llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, ―tonto el que lo lea‖, pero,
al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor
dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que
un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre
vuelva, la tristeza habrá borrado el ―te quiero‖ que le escribo cada noche sobre la mesa del
comedor.

8
El final

Fredric Brown
Escritor Estadounidense

El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.
-Y he encontrado la ecuación clave -dijo un buen día a su hija-. El tiempo es un campo. La
máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.
Apretando un botón mientras hablaba, dijo:
-Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto -dijo, hablaba mientras botón un
apretando.
-Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que máquina la. Campo un
es tiempo el.
–Hija su a día buen un dijo-. Clave ecuación la encontrado he y.
Años muchos de largo lo a tiempo de la teoría la en trabajado había Jones profesor el.

9
El maestro

Oscar Wilde
Escritor Irlandés

Cuando cayeron las tinieblas sobre la tierra, José de Arimatea, habiendo encendido una
antorcha de madera de pino, bajó al valle desde el altozano, pues tenía quehaceres en su
casa. Y vio a un joven desnudo que lloraba, arrodillado sobre las duras piedras del Valle
de la Desolación. Tenía los cabellos de color de miel, y su cuerpo era como una flor
blanca, pero había herido su cuerpo con espinas y sobre sus cabellos había puesto
ceniza, a guisa de corona. Y el que era dueño de grandes posesiones dijo al joven que
estaba desnudo y lloraba: -No me asombra que sea tan grande tu aflicción, pues en
verdad Él era un hombre justo. Y el joven respondió: -No lloro por él, sino por mí. También
yo he convertido el agua en vino, y he curado a los leprosos y dado vista a los ciegos. Yo
he caminado sobre las aguas y he arrojado a los demonios de los que habitan en las
tumbas. Yo he dado de comer a los hambrientos en el desierto en que no había alimento
alguno, y he hecho salir a los muertos de sus angostas moradas, y, por mandato mío, en
presencia de una gran multitud, se secó una higuera que no daba fruto. Todas las cosas
que hizo ese hombre las he hecho yo también. Y, no obstante, a mí no me han crucificado.

10
Soledad

Pedro de Miguel
Escritor español

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la
mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted.
Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas,
porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo
saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras
continuábamos charlando. No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos
más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin
duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo
de su soledad.

11
Historia del joven celoso

Henri Pierre Cami


Escritor español

Había una vez un joven que estaba muy celoso de una muchacha bastante voluble. Un día
le dijo:-Tus ojos miran a todo el mundo. Entonces, le arrancó los ojos. Después le dijo:-
Con tus manos puedes hacer gestos de invitación y le cortó las manos.―Todavía puede
hablar con otros‖, pensó. Y le extirpó la lengua. Luego, para impedirle sonreír a los
eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes. Por último, le cortó las piernas. ―De
este modo -se dijo- estaré más tranquilo‖. Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a
la joven muchacha que amaba. ―Ella es fea -pensaba-, pero al menos será mía hasta la
muerte‖. Un día volvió a la casa y no encontró a la muchacha: había desaparecido,
raptada por un exhibidor de fenómenos.

12
Destino

Robert W. Chambers
Escritor Estadounidense

Llegué al puente que muy pocos logran cruzar.


-¡Pasa! -exclamó el guardián, pero me reí y le dije:
-Hay tiempo.
Entonces él sonrió y cerró los portones.
Al puente que muy pocos logran cruzar llegaron jóvenes y viejos. A todos ellos se les
denegó la entrada. Yo estaba ahí cerca, holgazaneando, y fui contándolos, uno a uno,
hasta que, cansado ya de sus ruidos y protestas, volví al puente que muy pocos logran
cruzar.
La muchedumbre cerca del portón chilló:
-¡Este hombre llega tarde!
Pero me reí y les dije:
-Hay tiempo.
-¡Pasa! -exclamó el guardián mientras yo ingresaba; luego sonrió y cerró los portones.

13
Las líneas de la mano

Julio Cortázar
(Argentina, 1914-1984)

De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja
por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continua por el piso de parqué,
remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la
espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y
desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del
tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la
esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más
rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el
muelle mayor y allí ( pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo ) sube
al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva
con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y
escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto,
se desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano
derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.

14
La señal lejana del siete

Pedro Antonio Valdez


(República Dominicana, 1968)

El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única señal era un siete. En
el desayuno miró servidas siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria
reparó en que había nacido día siete, mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente
en la página siete y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la
carrera siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la señal del
ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros. Empeñó sus
pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego llegó al hipódromo y apostó
todo el dinero al caballo del periódico en la ventanilla siete. Sentóse —sin darse cuenta—
en la butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se puso de
pie uniformemente y estalló en un desorden desproporcionado; pero él se mantuvo con
serenidad. El caballo siete cogió la delantera entre el tamborileo de los cascos y la
vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete y el caballo siete, de la
carrera siete, llegó en el lugar número siete.

15
Del viejecito negro de los velorios

Eliseo Diego
Escritor cubano

Es el viejecito negro de los velorios, el que se sienta a un rincón, el paraguas enorme


entre las piernas, el sombrero hongo sobre el puño del paraguas, la cara tan compuesta y
melancólica que es la imagen de la oficial tristeza; a quien nadie pregunta con quién ha
venido, porque se supone siempre que es el amigo del otro, y porque armoniza tan bien
con el dolor de la casa aquella su antigua y espléndida tristeza.
Y si le dan café, lo toma suspirando pesaroso, como dolido de que el muerto no participe
también del piscolabis. Y si no le dan, se está callado y tranquilo entre las coronas, hecho
un cirio de repuesto.
Y cuando desaguazan la noche de entre el aire, quedando apenas sus últimos posos, y
echan en su sitio las primeras cenizas del alba, el viejecito se escurre entre los asistentes,
sube, a la puerta, el cuello de su saco, se pierde luego al cabo de la calle, sepultado bajo
los copos cenicientos de la madrugada.
Y nadie lo recuerda luego, al viejecito invisible de los velorios.
En todos ha estado, vestido de distintas trazas, desde el principio del mundo. Y en todos
estará, hasta que le toque velar la tierra calva, muerta de su vejez y de la enfermedad de
sus grandes huesos.

16
El espejo chino

Anónimo

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió
que no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y
bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de
regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía
recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención:
un espejo. Y regresó al pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el
espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas
lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

17
El soldado mutilado

Gabriel García Márquez


Escritor colombiano

Un soldado argentino que regresaba de las Islas Malvinas al término de la guerra llamó a
su madre por teléfono desde el Regimiento I de Palermo en Buenos Aires y le pidió
autorización para llevar a casa a un compañero mutilado cuya familia vivía en otro lugar.
Se trataba —según dijo— de un recluta de 19 años que había perdido una pierna y un
brazo en la guerra, y que además estaba ciego.
La madre, aunque feliz del retorno de su hijo con vida, contestó horrorizada que no sería
capaz de soportar la visión del mutilado, y se negó a aceptarlo en su casa.
Entonces el hijo cortó la comunicación y se pegó un tiro.

18
La confesión

Manuel Peyrou
Escritor argentino

En la primavera de 1232, cerca de Aviñón, el caballero Gontran D'Orville mató por la


espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había
vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el Conde.
Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron
recibir a su mujer, en la celda.
-¿Por qué mentiste? -preguntó Giselle D'Orville-. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
-Porque soy débil -repuso-. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si hubiera
confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.

19
El precursor de Cervantes

Marco Denevi
Escritor argentino

Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre,
y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de
caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba
que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la
mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de
la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la
Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras,
lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día
asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de
los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja
armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario
caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había
muerto de tercianas

20
Diálogo sobre un Diálogo

Jorge Luis Borges


Escritor argentino

A- Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender


la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más
convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es
inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse
tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la
navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente
la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les
mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir
sin estorbo./ Z- (burlón)- Pero sospecho que al final no se resolvieron./ A- (ya en plena
mística)- Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.

21
Los Juegos del Tiempo

Eduardo Galeano
Escritor uruguayo

Dizque dicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La
pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de
cosecha. Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer,
una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella
llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros. Por fin ella le devolvió la mirada, dejó
caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó. El se dejó ir hacia
quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta
que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía plantado
ante el cuadro. Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado
cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las
muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el
pelo atado en la nuca.

22
Sententia Nominum

Enrique Anderson Imbert


Escritor argentino

Verano de 1116. Casa del canónigo Fulbert, en París.


Pierre Abélard ve acercarse a Héloïse. Va a abrazarla pero ella lo detiene diciéndole:
—No te equivoques. Sólo soy la imagen que llevas en tu corazón.
Abélard replica:
—Según eso, yo seré la imagen que Héloïse lleva de mí en su corazón. Da lo mismo,
pues.
Y las imágenes se tendieron sobre la alfombra y se juntaron.

23
Ciertos Pescadores Sacaron del Fondo una Botella

Wislawa Szymborska
Escritora polaca

Ciertos pescadores sacaron del fondo una botella.


Había en la botella un papel, y en el papel estas palabras: "¡Socorro!, estoy aquí. El
océano me arrojó a una isla desierta. Estoy en la orilla y espero ayuda. ¡Dense prisa.
Estoy aquí!"
-No tiene fecha. Seguramente es ya demasiado tarde. La botella pudo haber flotado
mucho tiempo, dijo el pescador primero.
-Y el lugar no está indicado. Ni siquiera se sabe en qué océano, dijo el pescador segundo.
-Ni demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla "Aquí" está en todos lados, dijo el
pescador tercero.
El ambiente se volvió incómodo, cayó el silencio. Las verdades generales tienen ese
problema."

24
La Certeza

Roque Dalton
Escritor salvadoreño

Después de cuatro horas de tortura, el Apache y los otros dos cuilios le echaron un balde
de agua al reo para despertarlo y le dijeron: «Manda decir el Coronel que te va a dar una
chance de salvar la vida. Si adivinas quién de nosotros tiene un ojo de vidrio, te dejaremos
de torturar». Después de pasear su mirada sobre los rostros de sus verdugos, el reo
señaló a uno de ellos: «El suyo. Su ojo derecho es de vidrio».
Y los cuilios asombrados dijeron: «¡Te salvaste! Pero ¿cómo has podido adivinarlo? Todos
tus cheros fallaron, porque el ojo es americano, es decir, perfecto». «Muy sencillo -dijo el
reo, sintiendo que le venía otra vez el desmayo- fue el único ojo que no me miró con
odio».

25
Mi Hermano

Rafael Novoa
Escritor colombiano

Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete minutos en la


barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un
astronauta en aquel líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos.
Fueron los siete minutos más largos de mi vida, y los que a la postre, determinarían que
mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá. Desde entonces salía antes que
Pablo de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine -aunque
ello me costara el final de la película. Un día me distraje y mi hermano salió antes que yo a
la calle, y mientras me miraba con aquella sonrisa adorable, un coche se lo llevó por
delante. Recuerdo que mi madre, al oír el golpe, salió de la casa y pasó ante mí corriendo
y gritando mi nombre, con los brazos extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo
nunca la saqué del error.

26
Los ojos culpables

Ah'med Ech Chiruani


País desconocido

Cuentan que un hombre compró una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y
echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba; él respondió: "Tienes tan bellos
ojos que me olvido de adorar a Dios." Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los
ojos. Al verla en ese estado el hombre se afligió y le dijo: "¿Por qué te has maltratado así?
Has disminuido tu valor." Ella le respondió: "No quiero que haya nada en mí que te aparte
de adorar a Dios." A la noche, el hombre oyó en sueños una voz que le decía: "La
muchacha disminuyó su valor para ti, pero lo aumentó para nosotros y te la hemos
tomado." Al despertar, encontró cuatro mil denarios bajo la almohada. La muchacha
estaba muerta.

27
La mano

Ramón Gómez de la Serna


Escritor español

El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado
en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por
higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino.
La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando
la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto
de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después
había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían
dejado encerrada con llave en el cuarto. Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su
deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo,
porque era vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte.
¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De
quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma
para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz,
asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala
de disección. He hecho justicia».

28
El verdugo

A. Koestler
Escritor húngaro

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino
del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al
decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás
realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara
sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis,
realizó su ambición. Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre
con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre,
empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal
celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al
verdugo:
-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente
rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su
rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.

29
Odín

Jorge Luis Borges y Delia Ingenieros


Escritores argentinos

Se refiere que a la corte de Olaf Tryggvason, que se había convertido a la nueva fe, llegó
una noche un hombre viejo envuelto en una capa oscura y con el ala del sombrero sobre
los ojos. El rey le preguntó si sabía hacer algo; el forastero contestó que sabía tocar el
harpa y contar cuentos. Tocó en el harpa aires antiguos, habló de Gudrun y de Gunnar y,
finalmente, refirió el nacimiento de Odín. Dijo que tres parcas vinieron, que las dos
primeras le prometieron grandes felicidades y que la tercera dijo, colérica: "El niño no
vivirá más que la vela que está ardiendo a su lado. Entonces los padres apagaron la vela
para que Odín no muriera. Olaf Tryggvason descreyó de la historia; el forastero repitió que
era cierto, sacó la vela y la encendió. Mientras la miraban arder, el hombre dijo que era
tarde y que tenía que irse. Cuando la vela se hubo consumido, lo buscaron. A unos pasos
de la casa del rey, Odín había muerto.

30
Una forma de justicia

Mo Tzu
Filósofo chino

Hace ya tiempo, el Señor Zhuang de Qi poseía dos ministros, Wang Liguo Zhong Lijao,
enfrentados entre ellos por una disputa legal. En tres años no se pudo llegar a ninguna
solución. El señor de Qi pensó en matar a ambos, pero temía castigar al inocente; pensó
en perdonar a ambos, pero tenía dejar en libertad al culpable. Entonces mandó traer un
cordero y los invitó a prestar juramento en el altar de Qi.
Los dos ministros aceptaron prestar un juramento de sangre. El cordero fue degollado y la
sangre manchó el altar. Primero se leyó en voz alta el caso de Wang Liguo. Acto seguido,
mientras se leía el caso de Zhong Lijao, el cordero se puso de pie y embistió al acusado
hasta romperle una pierna. Toda la gente de Qi oyó hablar del hecho, que fue registrado
en los anales. Los señores feudales comentaron cuán severo es el castigo de los
fantasmas a quienes prestan falso juramento. A juzgar por todo esto, ¿cómo poner en
duda la existencia de fantasmas?

31

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