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VE Relea eee ey Disefo de interior y cubierta: RAG Traduecién de Rail Sinchez Cedillo Reservados 1odos los elerechos, Deacuerdo.a lo dispuesto en el art, 270 digo Penal, podrin ser castigados con penas dle multa y privacidn de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva autorizacién o plagien, en todoo en parte, una obra lteraria, artistca o ciemtfica fijada en cualguier tipo de soporte, del Titulo original: Speculuna de Pautre forme © 1974 by Les Editions de Minit © Ediciones Akel, S.A.,2007 para lengua espsfiols Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madvid - Espana Tel: 918 061 996 Fay: 918 044 028 wowakal.com ISBN: 978-84.460.2408.8 Depésito legal: M. 4722-2007 Impreso en Cott, 8. A. Mésteles (Madrid) Nota de la autora Las referencias precisas en forma de notas 0 de comillas para indicar la cita han sido descartadas por regla general. T oda vez. que la/una mujer ocupa en relacién con la elaboracién teérica una funcién de afuera mudo que sostiene toda sistemati- cidad y a la vez de suelo materno (todavia) silencioso del que se nutre todo funda- mento, no tiene porqué relacionarse con aquélla de la manera ya codificada por la teoria, Confundiendo asi, una vez mas, el imaginario del «sujeto» con connoracio- nes masculinas~ con lo que seria, sera tal vez, el de lo «femenino». Asi, pues, que cada uno/a, muerto 0 vivo, se reconozca a si (como) mismo en el texto con arreglo a su deseo, su placer, incluso con parddicas mayiisculas. Pero si sobreviniera, en la stencia a reencontrarse en el mismo, el malestar de una distorsién, a ser posible irreductible, entonces, gtal vez?, algo de la diferencia sexual habria tenido lugar cambign en el lenguaje. res El punto ciego de un viejo suefio de simetria Copyrighted material «Damas y caballeros, [...] El problema de la feminidad les preocupa porque son ustedes hombres. Para las mujeres que se encuentran entre ustedes, no constituye problema alguno, porque son ellas mismas el enigma del que nosotros hablamosm! Asi, pues, se trataria de que ustedes, hombres, hablaran entre ustedes, hombres, de la mujer, que no puede estar interesada en la escucha o la produccién de un dis- curso relativo al emigyza, al logogrifo, que representa para ustedes. El misterio que es la mujer constituira, pues, el objetivo, el objeto y el envite de un discurso mascu- lino, de un debate entre hombres, que no le interpelarfa, no le incumbiria, Del que ella, en Gltima instancia, no tendria que saber nada. «Cuando se encuentran con un ser humano» —dice él, dicen ellos para empe- zat— «ven ustedes inmediatamente si es hombre o mujer. Es mas, se trata de lo pri- mero que llama su atenci6n y estan acostumbrados a establecer con suma seguri- dad esa distincién». :Cémo? Eso permanece implicito y no parece que merezca ser resefiado entre ustedes. Asi, pues, silencio sobre esa suma seguridad que impide que se equivoquen, « primera vista, sobre el sexo de la persona con la que podrian Cir. S. Freud, «La feminitér, Nowwelles conferences sur la psychanalyse , Pacis, Gallimard, Tdées fed. east.: Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 9 vols, 1974; Obras completas, Buenos Aires, Amonvortu, 25 vols., 1976]. La eleceidn de este texto ~conferencia ficticia~ se justifiea por su redac- cién tardia en la vida de Freud, Retine por ello un buen niimero de enunciados desarrollados en otros escritos diferentes a los que, por otra parte, se hari referencia, Salvo notacién explicita, soy yo la que subraya de una u otra manera los enunciados de Freud, En algunos casos ha sido preciso modificar un poco la tradueci6n, y completarla en los casos en los que omitia algunas frases o fragmentos de enunciados. Sin embargo, la teaduecion mas minuciosa no habria cambiado ningiin aspecto sustancial de este discurso sobre la «feminidad>. cruzarse. Lo importante, al parecer, es que estén firmemente convencidos, sin va- cilacién posible, de que no pueden equivocarse, de que no hay al respecto ningu- na ambigiiedad posible. Que la cultura (2) les asegura, les tranquiliza —go les tran- quilizaba, les aseguraba— a la hora de establecer una discriminaci6n infalible. «Ahora bien, la ciencia anatémica sélo se muestra en un tinico punto tan afir- mativa como ustedes. Lo que es varén, nos enseiia, es el elemento sexual varén, el espermatozoide y su continente; lo que es femenino, es el dvulo y el organismo que alberga a éste. Algunos 6rganos que sitven tinicamente para las funciones sexuales se han formado en cada uno de los dos sexos, y representan probablemente dos modalidades diferentes de una tnica disposicién». ¢Cudl2 No podemos sino llegar ala conclusién de que lo que hasta ahora se define como especifico de cada sexo y como disposicién comtin de ambos no introduce mas que un proceso de repro- duccién-produccién. Y que en funcién del modo de participacién en esa economia se calificaré con certeza a alguien de varén o de hembra. La llamada objetividad cientifica s6lo se pronuncia sobre esta cuestién desde el punto de vista, microscé. pico, de la diferencia entre las células germinales, A no set que reconozea también la evidencia (anatémico-fisiolégica) del prodacto de la cpula. El resto se presenta a sus ojos, en realidad, demasiado indecidible como para que valga la pena arries- garse como hacen ustedes— a emitir un juicio, un veredicto diferenciado. Pues lo cierto es que «los otros Srganos, la conformacién del cuerpo y delos tejidos estan influidos por el sexo, pero los caracteres sexuales llamados secunda- rios son inconstantes, variables». Y si por ventura se fian un poco a la ligera, ella -la ciencia— debe ponerles en guardia. Por otra parte, ella «les ensefia, al fin y al cabo, un hecho inesperado y harto susceptible de sumir a los sentimientos de us- tedes -zy a los de Freud?~ en la confusi6n: algunas partes del aparato sexual del varon se encuentran también, aunque en estado de degeneracion, en la mujer y vi- ceversa», Ella os hace observar, pues, en ese hecho objetivo «la prueba de un do- ble sexualidad, de una disexwalidad?, como si el individuo no fuera francamente varon o hembra, sino los dos la vez». Asi, pues, son ustedes hombre y mujer ¢Hombre o mujer? No obstante pueden estar tranquilos y seguros de ello— uno de los caracteres prepondera siempre sobre el otro, Pero, asi y todo, «pueden es- tar seguros de que la proporcién de masculinidad y de feminidad es eminente- mente variable de un individuo al otro». Conviene por ello manifestar una cierta prudencia antes de reivindicar su pertenencia a uno u otro sexo. No obstante, sea- mos serios y volvamos a la certezas cientilicas, «no hay en un ser mas que un solo tipo de productos sexuales: évulo o esperma». Salvo, por desgracia, «algunos ca- 508 sumamente faF08>.. 2 La cursiva es de Freud, «Todo esto resulta, desde luego, bastante enojoso y les lleva a la conclusion de que la virilidad y la feminidad son attibuibles a un caricter desconocido que el ana lista no consigue aferrar», De esta suerte, en la demora del descubrimiento de una incdgnita la objetividad del discurso cientifico, al menos del anatémico, se detiene ytermina apoyandose en la diferencia de los sexos. «Sera capaz entonces la psicologia de resolver este problema?» eDe atribuir al- gzin valor a su, sus incégnitals)? Parece que estaban «acostumbrados a transferir al dominio psiquico la bisexualidad» y que hablaban, entonces, de «comportamien- tos» mas viriles o mas femeninos de una misma persona. Pero al hacerlo su supu to discurso psicolégico «da fe del respeto de la anatomia y de la convencién». Di- cho de otra manera, esta distincidn no es de orden psicolégico. Ademés, por regla general ustedes connotan el témino masculino como activo, y el término femenino como pasivo, y «no les falta razén». Puesto que «la célula sexual del vardn es acti- va, movil, y vaal encuentro de la célula femenina, el évulo iamévil y pasivo». Y yo, Freud, les digo que «el comportamiento de los individuos varéa y hembra durante las relaciones sexuales esta calcado del de los organismos elemen tale, Mi manera de considerar las cosas, esas «cosas», obedecerfa, pues, a una preseripcién de lo psi- quico por parte de lo anatémico conjorme al orden de la mimesis, de tal suerte que la ciencia anatémica impone a los «comportamientos psicolégicos» la verdad de su modelo. En el coito, el hombre y la mujer ivzitar el tipo de relacién entre el esper- matozoide y el évulo:; «El varéa persigue a la hembra que ansia, la agarra y penetra en ella». Pero ade este modo ustedes reducen, desde el punto de vista psicolégico, el caracter de la masculinidad al factor exclusivo de la agresién». En cuanto al de la feminidad, vo, ustedes, nosotros... no hablemos de ello! En cambio, en esta de- mostracién 0 atestado, ustedes han prestado «deseo» al espermatozoide en su ca- rrera hacia el 6vulo. Pero volvamos a esa determinacién algo desfavorable del caracrer psiquico de la masculinidad, La zo0-logia ~ahora~ les invita auna cierta prudencia en lo que ata- fie a la atribucién univoca de la agresividad solo al macho. En efecto, aquella les re- cuerda que «ea algunos animales, las hembras son mas fuertes y mas agresivas que los machos». ;Acuérdense, por ejemplo, del comportamiento sexual de la. avait Por otra parte, la zoologia pone en tela de juicio el hecho de que «alimentar y cuidar de las crias» sean funciones especificamente femeninas. «En algunos anima- Is superiores, los machos y las hembras se reparten cl cuidado de las erias, ya ve- ces cs incluso el macho el que se consagra al mismo». zHemos de deducir de ello quc aquellos disocian mejor que ustedes, que nosotros, la cuestiGn de la diferencia sexual de la de la funcién parental? ¢¥ , entre otras cosas, que ellos dan cuenta de una di incién entre lo femenino y lo materno, entre sexualidad femenina y mater- nidad, una distincién que la «cultura» habria desdibujado? Pero esta evocacién o invocacién ejemplar, de lo 200-légico en lo que respecta a este punto no sera bien entendida, 0 no hard mas que alimentar un malentendido. Porque, «en lo que ataie ala vida sexual humana», precisamente la madre va a ser- vir de paradignra de lo femenino en el debate relative a las relaciones entre acopls- mientas masculino/femenino y activo/pasivo. En efecto, contintia, «no es suficien- te caracterizar el comportamiento masculino por la actividad y el comportamiento femenino por la pasividad, toda vez que la madre es, desde todos los puntos de vis- ta, activa hacia el nifio». El ejemplo dela /actancia, al punto invocado a modo de prueba, presenta problemas, por supuesto, porque cuesta percibir cémo «ama- mantar salvo en virtud de criterios lingiiisticos (verbo transitivo, activo, etc.), por lo demas inmediatamente puestos en tela de juicio por «mamar» (donde la madre se encuentra esta vez en posicién de objeto de la “actividad” del nifio de pecho, tan- to si éste la mama como si aquella se hace mamar por éste)— puede reducirse sim- plemente a una actividad. A no ser que se asimile la lactancia -volvemos a lo de siempre... ala fabricacién concertada (?) ¢de ww producto? La leche seria la inica produccién que no podria impugnarse a la mujer -madre- y que, ademis, ésta rea- lizaria por si sola. Toda consideracién de placer en la lactancia aparece aqui excluida, desconoci- da, prohibida. Lo que, por cierto, introduciria algunos matices en tales enunciados. Pero bien parece que el envite es ef monopolio de la «actividad» productiva, la sepa- racién de un poder «fdlico». Cierto es que el modo en que se anuncia a propésito de la lactancia es discutible, pero tal vez lo sea mas atin la identificacién de lo femeni- no con lo materno, cuyo impacto, cuyo atolladero y cuyas prescripciones no hemos: dejado de comprobar. Sin embargo, el discurso freudiano apenas se detiene en ello, y prosigue su extraiia ginecologia no sin haber dejado colgado alli algtinewadro: una (mujer) amamanta activanente a su hijo... Y esto deja perplejos a los contertulios acerca de los criterios de la diferencia se- xual. Pero el texto continiia... Sin problema ni ruptura aparentes. Y sin embargo habra, esta vez como tantas otras -sobre todo cuando se trata de la mujer-, inte- crumpido subrepticiamente el hilo de su razonamiento, de su légica. Valiéndose de algun otro rodeo que sin duda coincidira con el que le precede, se urdira con éste de alguna manera, pero con arreglo a trazos que desaffan su devolucién a un dis curso lineal ya toda forma de rigor determinado conforme a la regla de no contra- diccién. Pues el inconsciente habla en el mismo. g¥ cémo podria set de otra ma- neta? Sobre todo cuando habla de la diferencia sexual. Deeesta suerte, pueden comprender ahora que «cuanto més se alejan del domi- nio sexual propiamente dicho» ~gconstituible, pues, como actividad regional? gor- ganizada en sectores? ¢especializada? epero respecto a qué generalidad? etotali- dad? zcapital?— «tanto més se darn cuenta de su error de razonamiento analégico» 10 (al que, sin embargo, se ha recurrido y se seguird recurriendo casi constantemente al mismo tiempo que se denuncia su uso, intentando incluso disuadirles a ustedes de recuzrir al mismo). «Habida cuenta de que hay algunas mujeres con las cuales sélo hombres capaces de mostrarse pasivamente déciles llegan a entenderse (?), al- gunas mujeres pueden, pues, desplegar en no pocos ambitos una actividad deshor- dante». Lo importante aqui reside en la manera en que algunos términos modalizan el enunciado, sugiriendo que lo de esas mujeres no puede consistit mas que un ac- tivismo que se ejerce gracias a una docilidad sumisa por parte del hombre. Curiosa elecci6n de un ejemplo de bisexualidad... Como quiera que sea, la «actividad» co- rresponderia al hombre en lo que a lo esencial atafe: durante el coito. Por lo demas, recordaran ustedes que asi sucede en algunos animales: «En los que las hembras son més fuertes y mds agresivas que los machos, que se muestran activas duicamente du rante el acto de la union sexual ». Sin embargo, si siguen convencidos de que la pa- sividad coincide con la feminidad y la actividad con la virilidad, «se equivocan» y «esa concepcidn es err6nea e intitil». En qué quedamos? Prosigamos, o mas bien sigamos escuchando, sin impaciencia. «T al vez podria- mos decir que la feminidad se caracteriza, en un sentido psicolégico, por una ten- dencia a las metas pasivas, lo que no es lo mismo que hablar de pasividad. Y es po- sible que exista en lamujer _, de resultas de su papelen Ja funcidn sexual , una tendencia mas pronunciada a los comportamientos y a las metas pasivas, tendencia que se acentia o se atentia a medida que ese caracter_efemplar de la vida sexual se presenta, en cada caso, mas o menos extendida o limitado». Asi, pues, después de haber denunciado la impertinencia de la oposicién activo/pasivo para caracterizar la diferencia masculino/femenino, se intentard salvar la partida mediante la inter- vencidn de la nocién, dificil de interpretar, de «metas pasivas». Y el caso no es que esa nocién carezca de interés ni merezca comentarios mds prolijos, ahora bien: ede qué se trata aqui sino de complicar la economia de las relaciones actividad/pasivi- dad? Autorizando su funcionamiento en cada uno de los dos polos masculino/fe- menino, pero en «tiempos» diferenciadas y en cierto modo complementarios. Re- parto de los «roles» en el que, una vez mas y bajo cualquier circunstancia, ala mujer se le exige pasividad en el momento del coito, habida cuenta de su utilidad en la funcién sexual, miencras que le es reconocida alguna tendencia a la actividad que prepara el mismo, actividad rigurosamente regulada a prorrata de la implicacion més o menos grande del caracter eyemplar de la denominada vida sexual. La funci6n de reproduccidn no es mencionada explicitamente, pero cuanto pre- cede o sigue, asi como la referencia a otros textos ¥, indica a las claras que le gené- > Cfr. textos de 8. Freud, Le vie sexuelle, Paris, PUP, Bibliotheque de psychanalyse [ed cast.: En sayos sobre la vida sexual y la teorra de las newrosis , Madeid, Alianza, 2003] i rico de Za funcién sexual y su cardcter efemplarsélo designan a ésta. Asi, pues, lo que hay que salvaguardar es que el hombre es el procreados, que la produccién-repro- duccién sexual es referibble a su sola «actividads, a su solo «pro-yecto», de tal suer- ze que la mujer no es sino el receptacule que acoge pasivamente su producto aun- que ella haya solicitado, favarecido 0 incluso demandado -mediante la puesta en juego de sus pul triz.—tierra, Fabrica, banco~ a la que ser confiada el semen-capital para que alli ger- jones de metas pasivas— la colocacién del mismo en su seno. Ma- mine, se fabrique, fructifique, sin que la mujer pueda reivindicar su propiedad y ni siquiera el usufructo, oda vez que no ka hecho més que someterse «pasivamente> ala reproduccién, Poseida a su vez a titulo de medio de (re)produccién *. Se comprende que sea dificil de separar lo que corresponde a la actividad y lo que corresponde a la pasividad en la economia de la reproduccién sexual, lo que no excluye que se quiera interpretar justamente el recurso a otra (por asi decitlo) eco- nomfa (1) para pretender hacer desaparecer la indecisién o suspender loindecidible que semejante cuestién introduce (2) para resolverla mediante la atribucion de la «actividad» al hombre en el proceso de la generaci6n, dicho de otra manera, para zanjarla en términos de la oposicién activo/pasivo. Este recurso a «otro» orden va a intervenir , por otra parte, de forma imprevisi- bley apenas explicita, en ese momento del enunciado de Freud. Como entre pa- réntesis y de una forma curiosamente terminante; «Abstengamonos, sin embargo, de subestimar la influencia de la orpanizacién social que, también, tiende a colocar ala mujer en situaciones pasivas». Todos estos enunciados pueden encontrarse en el texto de Freud sobre «La feminité», cit. 19 mo que desafia ala muerte, en la procreacin del Aijo, este mismo que el padre pro- creador. Testimonio, para si y pata los otros, del caracter imperecedero y garante del relevo de la identidad consigo mismo del varén en ciernes. No hemos acabado de enumerar , ni desde luego de interpretar , los rostros, las formas, las morfologias, que puede cobrar este viejo suefio de lo «mismo» que ha desafiado a los adivinos mas clarividentes, hasta el punto de que sumétodo no se ha interrogado acerca del crédito que aquel siempre le ha merecido. Los intérpretes de los suefios, por su parte, no tenéan otro deseo que el de recobrar lo mismo. En to- das partes. Y, desde luego, él insistia. Pero la zterpretacién, en consecuencia, zno era presa a su vez de ese suefio de identidad, de equivalencia, de analogia, de ho- mologia, de simetria, de comparacién, de imitacién, ete., mas o menos adecuada, es decir, mas o menos buena? ¢Hasta el punto de que los intérpretes mas habiles se- rian, al fin y al cabo, los sofiadores mas dotades, mas inventivos y mas inspirados por cuanto era susceptible de perpetuar o incluso de reactivar el deseo de lo mismo? Peto cuando este tiltimo llega a decirse, a teorizarse y a prescribitse en nombre mismo, en lugar mismo de la relacién entre los sexos, de la diferencia sexual, pare- ce entonces que el paroxismo de esa demostracién, de esa exhibicién, anuncia el cuestionamiento de su postulado. Requerido por todas las figuras de la ontologia, el a priori de lo mismo podia mantenerse a costa de una expatriacién, de una ex- trapolacién, de una expropiacién, en cierto modo teo-légica. Puesto en escena por el hombre, pero no atribuido directamente a él. Remitido a alguna transcendencia que se supone que capitaliza los intereses de la operacién. Pero que el hombre sea explicitamente presentado como patrén de lo mismo, que se interprete asilo que siempre subtendia, enmascarado, el deseo de lo mismo -el autoerotismo més 0 me- nos diferido, diferenciado, en representaciones autolégicas u homélogas de un «su- jeto» (masculino)- y el proyecto de la representacién se ve confundido en sus ro- deos y sus justificaciones ideales. El placer que el hombre extrae de ello aparece. Al mismo tiempo que se impone la pregunta: zpor qué ese placer debe estarle reser- vado? De esta suerte, Freud asestaria al menos dos golpes a la escena de la representa- n. Uno, en cierto modo, directo, cuando hace fracasar una determinada concep- cidn del presente, de la presencia, cuando hace hincapié en la posterioridad (aprés- coup; Nachtriiglichkeit), la sobredeterminacion, el automatismo de repeticion, la pulsion de muerte, ete., o cuando indica, en su prdctica, el impacto de los denomi- nados mecanismos inconscientes sobre el discurso del «sujetor. El o1ro, mis ciego ¢ indirecto, cuando -prisionero a su vez de una determinada economia del logos de una dererminada légica, particularmente la del «deseo», cuyo vinculo con la losofia clasica él ignora— define la diferencia sexual en fun 1n del a priori de lo mis- mo, recurtiendo, para apuntalar su demosiracién, a los procedimientos de siempre: 20 la analogia, la comparacién, la simetria, las oposiciones dicotémicas, ete. Cuando, como parte interesada de una , Paris, Gallimard, [ed. cast: ‘Tres ev sayos robre teoriu sexual y otros escritos, «La metamorfosis de la pubertade, Madrid, Alianza, 2003) 21 de la vagina, de los senos, del cuello del titero... eSe tratard, seguramente, de érga- nos que carecen de parimetros masculinos? En todo caso, pretende que «durante la fase falica, podemos estar seguros de que el clitoris constituye cabalmente la zona erdgena preponderantes y que, aun- que «algunos»’ hablan de sensaciones vaginales precoces, (1) parece bastante di cil diferenciarlas de las sensaciones anales o vestibulares, que no parecen ser dig- nas de que se les preste atencién... (2) no podrian ev mingrin caso desempefiar un gran papel. Son éstas afirmaciones cuyo tono perentorio, tajante, bien podrian evo- car la denegacién, la conjuracién, 2Por qué Freud quiere que sélo el clitoris se vea afectado por la masturbacién de la nifia pequefia, contra toda evidencia por lo de- mis? , cit., pp. 130-131 Yan ambigua como ésta es la siguiente frase de Freud: «[...) el reconocimiento de una diferencia anatomica entre los sexos aparta a la nia pequena de la masculinidad y del onayismo masculinon, S. Freud, La ove sexuelle, «Différence anatomique entre les sexes», cit., p. 30. 23 simple automatism de repeticién?® (2) Si la mujer debe, para corresponder al de- seo del hombre, desempeiar el papel de identificarse con la madre de éte, él sera con algin fundamento ef hermano de sus bijos , de tal suerte que tendri el mismo (tipo de) objeto de amor: materno. ¢Cémo se planteard y se resolvera entonces la cuestion del complejo de Edipo , que es para Freud el eje de estructuracién de la di- ferencia sexual?! (3) -Por qué el /rabaio del devenir de la sexualidad incumbe a la mujer?! ZY cual es al fin y al cabo el envite de ese trabajo: que aquella pase a ser como sw suegra? (No se rian antes de tiempo). 2A quién beneficia ese trabajo? (4) Asi, pues, se trataria para la mujer de renunciar a su primer abjeto de amor para ajustarse al del hombre. De no tenet ya mas deseo que el de set lo mds semejante posible al objeto de siempre del deseo del hombre, de tal suerte que su placer es co- rrelativo del éxito de esa operacin. No habra, pues, mas ques tropismo, y wn ob- jeto de deseo o de placer en juego, y no una relacién, un juego, entredos desees. Lo que explica, por otra parte, que Freud pueda hablar de «objeto» del deseo, (5) gHace falta recordar a este respecto que d personaje tradicionalmente detestado, despreciado, caricaturizado, es la madre de la mujer? ¢La que més amenaza la nostalgia que el hombre tiene de su propia madre? 4 Este problema de la homosexualidad femenina sera desatrollado mas adelante. 24 ocasiones para hablar de sexualidad masculina y que remite, una vex, més, al «des- tino» matemo de la mujer"’. Ahora bien, gcabe denegacién mas evidente conjura mas explicita del caricter autoerdtico, homosexual, o incluso fetichista, de la rela- cién del hombre con la mujer que la preponderancia concedida ala produceién de los hijos? El recurso al naturalismo biolégico, a la objetividad fisiolégica, eno vie- nen a ocultar la fantasmética que domina la economia sexual de la pareja? A no ser que haya que entender con ello una reduccéin por el «destino» de la omniporencia materna, Puesto que, como sabemos, las dos sintomaticas imaginarias no se exclu- yen en ningiin aspecto. «i Qué sencillo nos pareceria todo ello si tan slo admitiéramos que, a partir de determinada edad, se manifiesta la atraccién por el sexo opuesto, empujando ala nifia pequefia hacia el hombre y, en virtad de la misma ley, al nifo pequefio hacia sw madre». En efecto, qué sencillo seria si una misma ley pudiera sancionar relaciones tan diferentes como la de la chiquilla con el hombre, y la del nifio pequefio con su madre... Ahora bien, zcémo formular esa ley? Una ley que, claro esta, no es aque- Ila, a«una determinada edad, de la atraccién por el sexo opuesto». Salvo, tal vez, dicho en tales términos, para la chiquilla «devenida mujer». Que habria tenido, a tal objeto, que resolver la cuestién de su relacién con lo originario —asi como la de su deseo (de lo) original o del origen (de) su deseo-, ¢ incluso desplazar-superar su placer autoerético, homosexual, «sublimar» sus pulsiones parciales, etc. Por su par- te, el hombre permaneceria polarizado por su relacién con el origen, ‘fanto en la es- cena de la representacién, en la que nos es conocida la insistencia secular de esta cuestién de principio, y la tentativa siempre reanudada de «revelarla», como en su practica sexual, en la que su deseo mis violento, y también el mas recurrente, es el de desflorar ala mujer-su madre (hasta el punto de que la relacién entre ambas es- cenas es evidente y sin embargo exige a la vez para su interpretacién un cierto des- vio por el ideal; volveremos sobre esta cuestion). De esta suerte, la virginidad, re- presentada por el himen, seria asilo que permite, en su figuraciin de lo imposible, en su papel casi de deregacié, el incesto (ella no es mi madre, porque... todavia no es madre) Pero, por supuesto, el recorrido propuesto a los dos sexos no es el mzismo, y no puede obedecer ala mivna ley, como quisiera Freud. A lo sumo ala ley misma,a la °5 Se apelara asimismo al «destino biolSgicon para justficat la castracién de la mujer. «Que po: dlemos hacer al respecto?», escribe Freud sirviéndose de un dicho de Napoleén... «La anaromia es el destino». (Clr. La vie sexnelle, cit, «La dispatition du complexe d’Oedipe», p. 121.) "© Seria ésta o:ta intenpretacién posible del «Tabii dela virginidad» — cfr. La sie sexuelle, cit. -, de tal suerte quel himen seria dl velo que oculta el misterio de la apropiacién de la madre. Es sibido lo que esto puede acarrear en forma de proliferacion de fetiches, que difieren la prueba de la poten: civ/impotencia sexual 25 ley de lo mismo, que exige que la chiquilla abandone su relacién con el origen, su fantasmatica (de lo) originari(o)a, para pasar a inscribirse en la relacion tasmatica del hombre, que en lo sucesivo se tornan en el , cit, p169, 27 mujer, le permite identificarse, e identificar a su madre, como cuerpos sexuados (de} mujer. Como dos mujeres, que se definen como semejantes y diferentes, gracias aun tercer vestida que tendré la mujer? «... no obstante el interés que suscita, este Grgano tiene, en él erotismo oral, una raiz tal vez mis sdlida que en el exotismo anal, En efecto, una vez terminado el amamantamiento, el pene hereda tam: ign sentimientos dirigidos al pezén de la madre». S, Freud, «La vie instinctueller, Nowvelles confe! rences sur psychanalyse, city p. 133. 33

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