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Escribiryreescribirgloria FernandezRozas
Escribiryreescribirgloria FernandezRozas
Escribir y reescribir
Un manual para la corrección
de los textos narrativos
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ESCRIBIR Y REESCRIBIR
Un manual para la corrección
de los textos narrativos
Colección: creativaescritura
1ª edición:
Indice
BIBLIOGRAFÍA .........................................................................215
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Agradecimientos
A todos ellos, y sin duda a alguno más, les debo que la litera-
tura forme parte de mis días. Unos lo han propiciado, otros lo
hacen posible. A todos ellos mi agradecimiento sin fin. Yo me paso
la vida presumiendo de haberlos conocido.
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debe saber qué hacer para ajustar con precisión de orfebre cada
una de las piezas que forman la ficción. Y aquí, además de saber
los modos que emplearon los maestros, necesitará una buena
dosis de paciencia, un gran amor por lo que hace, mucho sen-
timiento de ese que llena de fuerza las palabras y preña de vida
las historias. Y un fuerte compromiso con lo que está haciendo. Si
faltan estos ingredientes poco podrá hacerse con un puñado de
reglas.
Este libro nace de mi experiencia como profesora de Escritu-
ra Creativa. En mis clases dedicamos mucho tiempo a la lectura,
a la investigación de lo que leemos, con la seguridad de que leer
y desentrañar lo que encierran los relatos nos enseña a escribir
casi tanto como los propios ejercicios de escritura.
Este libro, por lo tanto, quisiera ser sobre todo una invitación
a la lectura. Ahí está todo, todos los temas y los distintos modos
de enfocarlos. Solo leyendo podremos saber lo que aún está por
decir, que en realidad es ya muy poco, y nos permitirá valorar lo
que de especial y único tienen nuestra voz y nuestras ficciones.
Dice Gardner que, sea cual sea su genialidad, el escritor que
no esté familiarizado con los mejores efectos posibles está vir-
tualmente condenado a buscar solamente efectos menores. A lo
que yo no tengo nada que objetar.
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ANDRÉ GIDE
infinita. Pero con todo eso debemos lidiar. El paso por una expe-
riencia creadora marca, estigmatiza, nos hace algo más sabios,
algo más viejos, nos señala con algunas cicatrices que tienen un
cierto parecido a las que la vida deja. El escritor, como pasa con
los héroes de las historias, nunca será el mismo al terminar su
obra.
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La aventura de la revisión
ocurre es que sirven sobre todo al escritor algo experto, ese que
ya es capaz de detectar el humor y la ironía que destilan.
El caso es que con los años de oficio se llega a comprender
que esas fórmulas magistrales de alguna manera sí existen porque
cada escritor tiene un modo peculiar de cocinar su guiso y, por lo
tanto, del análisis de sus obras podremos ir sacando conclusiones.
Pero la mejor receta mágica es el trabajo, la reflexión sobre
lo que estamos haciendo, no darnos por vencidos y mantener el
entusiasmo hasta el final. Y el final no llega mientras seamos ca-
paces de mejorar el texto. No debemos olvidar que todo, inclui-
das las incontables revisiones, forma parte de eso que llamamos
creación.
Cuando alguien me dijo que en un cuento no hay que contar-
lo todo me pareció una receta literaria de ese manual inexistente.
También me lo pareció el consejo de huir de la explicación, o la
magia del número tres en las repeticiones, o que la acumulación
de adverbios acabados en «-mente» produce, además de eco, una
sensación de descuido.
Estos y muchos otros consejos ayudan a mejorar el resultado
de un texto, aunque no le otorgan la categoría de arte. El arte, la
genialidad, es un camino terriblemente solitario, imposible de en-
señar, inaccesible para el común de los mortales. Un camino al
que uno debe enfrentarse solo, armado de su bagaje personal, de
su intuición y de sus propias necesidades artísticas. Para este iti-
nerario no hay recetas posibles. La genialidad, por lo tanto, es
cosa de cada uno. Aquí nos limitaremos a buscar algunas claves
que nos permitan simplemente mejorar el resultado de un relato,
lo que no es tarea baladí.
La revisión no debe ser una labor mecánica; como decíamos
antes, forma parte del proceso creativo hasta tal punto que, en
muchas ocasiones, de esa revisión puede surgir una historia
nueva. Hasta que no entregamos nuestro relato al editor, nuestros
textos son cuadros cuyo óleo permanece fresco, lo que nos per-
mite, por lo tanto, cambiar el color y hasta retirar con una espá-
tula toda la materia sobrante.
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acaba aquí. Por suerte, este otro hijo no es tan definitivo como un
recién nacido. Podemos sentir una emoción parecida, el prodigio
de la vida siempre emociona, ya sea en un ser vivo o en una his-
toria que respira. Pero nuestra criatura de papel nos permite al-
gunos reajustes que no permite la otra.
Lectura tras lectura detectaremos los elementos que nos apar-
tan del camino de la emoción, obstáculos con los que tropezamos,
que nos interrumpen, que nos obligan a detener nuestro paso.
Con mucha frecuencia se trata de excesos de información, retahí-
las de palabras que nos alejan del objetivo, paja que oculta la fuer-
za de las palabras. O de una perspectiva pobre del narrador, o una
falta de autoridad narrativa que hace que la historia se tambalee,
o de palabras demasiado abstractas que no permiten apreciar los
detalles y restan vida a los sucesos que narran. O de personajes
vacíos, deshumanizados, huecos, faltos de coherencia. Estos pro-
blemas son los que hacen que el lector detenga la lectura, los que
lo expulsan, aunque sea momentáneamente, de eso que Gardner
llama «el sueño de la ficción».
Si el proceso que seguimos para construir una obra es la
reflexión, la conversión de las ideas en palabras y la revisión
de lo escrito, este último apartado supone una nueva reflexión.
Reflexionaremos de un modo más concreto. No se trata ya de
vagar entre la infinidad de todo lo posible. Ya hemos delimitado
la parcela de trabajo. Estamos ya ante una de esas posibilidades.
Es ya una historia separada de las infinitas historias que en un
principio podíamos elegir. Ahora tendremos que investigar en los
detalles. Algunos habrán sido captados con precisión a la prime-
ra. Pero otros quedan ocultos detrás de la emoción de las pala-
bras. Dar con los posibles problemas del texto es el trabajo que
tenemos por delante. La idea de que un cuento es perfecto cuan-
do no puede ser de otra manera me parece acertada.
Frank y Wall comparan el borrador con la primera capa de un
yacimiento arqueológico. Puede que solo encontremos indicios
del tesoro que se oculta a varios metros de profundidad. Hay que
pensar que ese primer borrador es ya el fruto de un trabajo. Aunque
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Ésta es una de las cosas que hay que aprender cuanto antes.
Puede que oigamos a algunos escritores decir que apenas co-
rrigen sus textos, pero serán los menos o será porque antes de
ponerse a escribir tienen ya muy madura la obra; la han ido
construyendo en su cabeza y cuando la llevan al papel ya han
sido corregidos muchos de sus problemas. Pero la gran mayoría
de escritores dedica muchas horas de trabajo a pulir los ma-
nuscritos.
Como ejemplo veamos el dramatismo con que vive este mo-
mento el grandísimo escritor Thomas Wolfe según comenta en su
Historia de una novela:
PRIMERA LECTURA
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¿Cuento o novela?
AUGUSTO MONTERROSO
largo viaje por los capítulos que, uno a uno, son incompletos. El
cuento, en cambio, nos cuenta algo que pasó, y con impaciencia
aguardamos el desenlace», dice Anderson Imbert.
El efecto
Sí, el efecto distinto que producen en el lector será otro ele-
mento diferenciador. La novela corta está más cerca del cuento
que de la novela. Ambos, novela corta y cuento, comparten una
misma esencia, pretenden un efecto único, una única e intensa
emoción. La novela ofrece distintos momentos de diversa intensi-
dad. Estas palabras de Baquero Goyanes nos pueden servir para
asentar esta idea:
6 de agosto de 1884
Érase una vez un príncipe que quería casarse pero tenía que
ser con una princesa de verdad. Así es que dio la vuelta al
mundo para encontrar una que lo fuera, pero aunque en todas
partes encontró no pocas princesas, que lo fueran de verdad era
imposible de saber, porque siempre había algo en ellas que no
estaba bien. Así es que regresó muy desconsolado, tal era su
deseo de casarse con una princesa auténtica.
HANS CHRISTIAN ANDERSEN, «LA PRINCESA Y EL GUISANTE»
Llamadme Ismael.
Un buen principio:
—Debe facilitar el camino de entrada a la ficción no llenando
esos primeros renglones de datos: nombres, muchos personajes,
fechas, lugares.
—Debe empezar cuanto antes, presentando al personaje
frente a su problema, esto nos ayudará a atrapar la atención del
lector.
—Debe empezar con movimiento, no con situaciones estáticas
y detenidas, como pueda ser una descripción larga.
—Debe sorprender, agarrar el corazón del lector con algo que
no espera.
—Debe ser intenso.
—Junto con el título debe ser lo último que se decida. Una vez
acabado el relato hay que comprobar que ese final concuerda con
el principio.
—Hay que tener en cuenta que contar una historia desde el
principio, siguiendo un orden cronológico, suele resultar monó-
tono. El interés del lector puede decaer porque se tarda mucho en
entrar en el conflicto. El principio in medias res nos permite evi-
tar este problema y empezar en medio de la situación, aunque
luego necesitemos viajar al pasado para explicar los antecedentes.
[...] mal está tener que aguantar el olor de esas mujeres pin-
tadas una o dos veces tuve la sospecha haciendo que se acerca-
ra cuando me encontré el pelo largo en su americana sin contar
cuando entré en la cocina haciendo él como que bebía agua 1
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1) Omnisciente
—Cuenta desde fuera de la historia.
—Emplea la tercera persona como voz narrativa.
—Puede observar todo lo que ocurre en el relato.
—Sabe todo sobre los personajes y los acontecimientos.
—Puede ver el interior de los personajes.
—Puede opinar aunque no haga alusiones a su propia persona.
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2) Cuasi omnisciente
—Cuenta desde fuera de la historia.
—Usa como voz narrativa la tercera persona.
—Resulta menos manipulador que el omnisciente puesto que
se limita a mostrar los hechos y los personajes.
—Se entera de los acontecimientos a la vez que el lector.
—Es anónimo como una cámara de cine.
—Tiene cierta similitud con el narrador testigo en el sentido
de que ocupa un lugar secundario en la visión de la historia.
Como ventaja sobre el narrador personaje-testigo es que puede
acompañar a los personajes allí donde estos se muevan.
—Utiliza los diálogos para informar de lo que ocurre en el in-
terior de los personajes.
VENTAJAS
—Tiene un gran poder de sugerencia.
—Deja espacio libre para que el lector complete la historia.
—Da al lector libertad de interpretación.
INCONVENIENTES
—No puede meterse en la mente de los personajes.
—Solo sabe lo que está en su campo de visión.
—Tiene una visión muy limitada de los acontecimientos.
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3) Narrador protagonista
—Cuenta desde dentro de la historia, de hecho cuenta su pro-
pia historia.
—Usa la primera persona.
—Es subjetivo.
VENTAJAS
—Precisamente esa subjetividad conmueve al lector.
—Puede resultar muy cercano porque la voz le llega al lector
directamente desde el protagonista de los hechos.
—Esa cercanía resulta muy convincente.
INCONVENIENTES
—Es siempre parcial.
—Su visión es muy limitada.
—Sabe lo que piensa y siente e interpreta los acontecimientos
desde su subjetivismo.
se puede decir que hay un narrador mejor que otro, puesto que
todo va a depender de lo que pretendamos.
Es frecuente que a lo largo de un relato, más tratándose de
novelas, el narrador use diferentes tonos. El texto, de este modo,
se llena de matices que pueden enriquecerlo, siempre y cuando se
sea capaz de conseguir que los cambios que se producen sean co-
herentes con lo que se cuenta. En el texto de Lola Robles vemos
que esa incursión del narrador en los tonos indeciso-apelativo-
irónico combina muy bien con el otro tono, más íntimo.
Si pretendemos un efecto humorístico puede dar buenos re-
sultados usar tonos que contrasten con el tema que se trata; temas
muy emotivos, como un entierro, un encuentro amoroso o un par-
tido de fútbol, contados con la frialdad de un informe: recorde-
mos la magia que Cortázar consigue con sus «Instrucciones para
llorar» o «Instrucciones para subir una escalera».
Como siempre, será probando con los diversos tonos y combi-
naciones posibles como daremos con el que conviene a nuestra
historia. No debemos conformarnos con el primer tono que apa-
rece, el que sale cuando nos ponemos a escribir; a veces es el
acertado, pero no tiene por qué serlo siempre. No debemos de-
jarlo a la improvisación; lo importante es que sea el escritor el que
decida y que esa decisión tenga un fundamento, y que esté supe-
ditada a las necesidades de la propia historia.
La atmósfera es otro elemento que tiene que ver con la actitud
con la que el narrador nos transmite el aire que se respira en los
lugares y en el tiempo en el que se desarrollan las acciones. La
atmósfera no solo depende del escenario, sino que emana de la
asociación de todos los elementos que forman parte del suceso
que se cuenta y de cómo todo esto es percibido por el narrador.
Dice Anderson Imbert:
El esqueleto de la historia
ello a una serie de obstáculos. El motor de ese deseo del héroe, el de-
sencadenante de todo, será un problema, algún tipo de conflicto.
Toda historia nos presenta a un personaje frente a su conflicto. Éste
es uno de sus elementos fundamentales.
Sin conflicto no hay cuento, del mismo modo que no hay
cuento sin personaje. Gracias al conflicto el personaje ve rota su
cotidianeidad, lo que genera algún tipo de deseo. Será este deseo
por conseguir algo el que ponga en marcha al héroe.
Los manuales nos hablan de tres tipos de conflicto:
—Conflictos con otros hombres.
—Conflictos con fuerzas superiores: de la naturaleza, como te-
rremotos, o de cualquier otra índole: guerras, incendios, etc.
—Conflictos consigo mismo.
El personaje
JUAN RULFO
O
dímelo to de
Anna Livia! Quiero oírlo to
de Anna Livia. Bueno, conoces a Anna Livia? Sí, claro, tol
mundo conoce a Anna Livia. Cuéntamelo to. Cuéntamelo ya.
Te vas a morir cuando te enteres. Bueno, ya sabes lo del viejo
calandrajo ganforro que hizo lo que sabes. Sí, ya lo sé, sigue.
Lava listo y no despatriques. Súbete las mangas y desmarra tu
farfulla.
JAMES JOYCE, «ANNA LIVIA PLURABELLE» (FINNEGANS WAKE)
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Mo opinaba que con las palomas había que ir a la raíz del pro-
blema, que no es el guano sino la paloma. La mierda no es la
mierda (éste era el mantra de Mo): la mierda es la paloma.
ZADIE SMITH, DIENTES BLANCOS
VLADIMIR NABOKOV
del lector. La primera opcion, el decir del narrador, tiene que ver
con el resumen. Resulta más subjetivo. El narrador dice su visión
personal. Es él el que elige una serie de datos, no todos, para con-
tar el suceso. Es él el que resume, sintetiza y explica los aconteci-
mientos.
Cuando el narrador muestra, la acción se desarrolla ante los
ojos del lector. No hace resúmenes, sino que nos acerca a los es-
cenarios, nos muestra a las personas actuando, hablando.
Para mostrar las diferencias entre ambos modos de contar An-
derson Imbert echa mano de términos tomados de la pintura y el
drama. Dice así:
Salió a toda prisa. Cruzó la calle y corrió todo lo que pudo para des-
pistarlo. Por fin, el portal. De un empujón desencajó la puerta y subió
el primer tramo de escaleras. Oía en las sienes los latidos de su co-
razón. Sintió miedo. Sabía de sobra que ese tipo era capaz de todo. Y
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Los paisajes
por ciento de los casos, saber adónde se va, «La primera pala-
bra de un cuento —se ha dicho— debe ya estar escrita con
miras al final».
SEGUNDA LECTURA
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El equilibrio
La unidad
La casa era muy vieja, la casa tenía fantasmas, la casa iba a acabar
con nuestra tranquilidad. No es que me gusten las viviendas nuevas,
no es eso. Pero sí me gustan las que tienen cocinas luminosas, las que
no gruñen cuando pisas su suelo de madera, las que no protestan, las
que no asustan a los niños, las que no rumorean. Bruno insistió tanto
que acabamos comprando aquel edificio ruinoso.
Carver quiere dejar muy claras las ideas sobre las que se sus-
tenta este relato: que viene alguien de visita, que se trata de un
amigo de la mujer, que es ciego y que al narrador no le gusta esta
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Somos pobres, muy pobres, tan pobres que mi madre cuece una y
otra vez los huesos rancios de jamón que nos regala el tendero.
La verosimilitud
ALAIN ROBBE-GRILLET
NICOLÁS BOILEAU
nos harán creer en lo que vemos. Para ello, objetos y ropas deben
guardar una lógica con la historia y el tiempo y el espacio donde
ocurren. Los personajes deben ser coherentes con su mundo. Y
coherentes con su propia experiencia vital. Puede ser verosímil
que un osito de peluche nos hable de cómo es una fábrica de ju-
guetes o de cómo pasa la vida en el escaparate de una tienda, pero
esta verosimilitud se tambaleará si nos cuenta cómo es el hambre
en África si él no ha salido nunca del estante de una vitrina.
«La credibilidad —dice Martín Gaite— no viene determinada
por la verdad objetiva de los hechos tanto como por su talento (el
del escritor) para hacérnoslos sentir como verdaderos.» Su ma-
nera de embaucar al lector con la apariencia de verdad conse-
guirá que crea. «Es un largo proceso de enredar al lector, de darle
pruebas, falsas pruebas», dice Bioy Casares.
Pero esos mismos pequeños detalles que apuntalan la verdad,
pueden ser suficientes para que se desplome. Ese reloj de pulsera
que el soldado romano lleva en la muñeca en algunas películas,
un plato de patatas en una historia castellana del siglo X, un fusil
en la Edad Media, son fallos más que suficientes para que des-
confiemos de lo que estamos leyendo.
«La verosimilitud literaria depende íntegramente de las nor-
mas internas de la propia obra de arte, y no de su comparación
con la realidad externa del texto […]. El texto, pues, crea, o no, su
propia verosimilitud mediante juegos de perspectivas y contrastes
que funcionan solo dentro de él —lo importante, recuérdese, es el
artificio, la invención—. La verosimilitud, en consecuencia, es un
problema interno, no externo […]. La literatura hace aparecer
como posible, como verosímil, en fin, lo que en la vida real sería
totalmente absurdo y disparatado», explica Rey Hazas en Deslin-
des de la novela Picaresca.
También resultarán poco creíbles las situaciones gastadas,
tópicas.
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Argumentos secretos
TERCERA LECTURA
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Desfallecimientos
La prosa sensiblera
Es la que muestra un gusto por el sentimentalismo, por el me-
lodrama, por lo excesivo en la forma y la pobreza del fondo, tan
sin fundamento que resulta falso. Tiene una pretensión de emo-
ción que viene de parte del narrador, de sus palabras exageradas.
Pero la emoción no brota de los sucesos, de las situaciones. Ape-
nas conocemos al personaje y queda sin justificación el llanto o la
pasión que se le pretende adjudicar. No es acumulando lágrimas
y expresiones desgarradas del narrador como emocionaremos al
lector, sino cargando de sentimiento a los personajes y las accio-
nes que realizan.
La prosa frígida
Gardner la define como «la que caracteriza al escritor que
presenta materiales serios pero no logra someterlos y llevarlos a
buen puerto».
Es aquélla que empobrece el relato porque no se consigue
transmitir el sentimiento que vibra en los personajes. Se produce
una especie de abaratamiento de los sucesos, el escritor se queda
en la superficie de los acontecimientos, no es capaz de profundi-
zar en ellos y dar así el verdadero valor a lo que ocurre.
La prosa hinchada
Es la prosa afectada, teatral, pretenciosa. Rebuscada. El esti-
lo ahoga la ficción. El lector se siente arrojado fuera de lo que está
leyendo para desarticular imágenes, para desentrañar el sentido
de frases excesivamente alambicadas. Leyéndola vemos al escri-
tor más pendiente de las palabras, de la originalidad y del estilo
que de la misma ficción. Podemos imaginar al escritor paladean-
do con gusto las palabras, la originalidad de sus imágenes.
El día muere entre las sedas de sangre del atardecer. Bruno, majes-
tuoso y altivo, preside la reunión de directivos que ya está a punto de
terminar. Tumultuosos pasos recorren el corredor por el que el perso-
nal de la fábrica pone fin a su jornada de trabajo. En su eco ensorde-
cedor, Bruno cree reconocer los gritos de la abulia, el virus de la
desidia que, con su boca hedionda, ha hecho presa a esa plantilla, que
alguna vez fue ejemplo de abnegación y orden. Se seca el sudor con
abatimiento mientras paladea la desilusión de comprobar que esos
mismos que alguna vez apadrinó convocaban la funesta huelga, mor-
diendo, de este modo, la mano que les dio las viandas.
La prosa oscura
Podemos llamar así a la prosa confusa, cargada de reflexiones,
palabras abstractas, que impiden de verdad meterse de lleno en lo
que cuentan.
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La prosa rígida
La prosa fría, ésa que usa palabras que se hacen extrañas en
el cuerpo de una ficción, más propias de informes administrati-
vos; ésa que huele a burocracia o palabra hueca, sin sentimiento.
Con frecuencia es ésa que usa expresiones de fuera de la ficción,
propias de la realidad, del tipo «violencia de género», «lacra del
terrorismo». Usa la asepsia de lo políticamente correcto y para
ello recurre al registro periodístico. Impide que el lector se impli-
que en afectos y usa expresiones distantes, técnicas, a veces para
alejarnos de ellos.
Roberto informa a Mati sobre los hechos de los que ha sido testigo
en la puerta de los juzgados. No quería herir susceptibilidades, ni
alentar expectativas, ni promover estados de ansiedad, por eso trata
de ser escueto y claro. La lacra de la violencia de género, que se pier-
de en la noche de los tiempos, una vez más había golpeado a la
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La prosa cursi
Es la prosa con exceso de azúcar, llena de diminutivos y adje-
tivos antepuestos al sustantivo. Y colores, muchos colores, el color
del amor, y el color de la nostalgia y el color de la melancolía, o
el de la amistad.
Si el escritor de prosa hinchada se deja llevar por el brillo de
las palabras, el escritor de prosa cursi se deja llevar por buenos
sentimientos, poco profundos, pero buenos. Le seducen las pala-
bras inocentes, sencillas, algo naif. Éste podría ser otro ejemplo
de lo prohibido.
La prosa cacofónica
Es la prosa que rima, la que está llena de ecos, de sonidos que
se repiten. Esa que parece descuidada, verbos en el mismo tiempo,
que machaconamente insisten con su terminación «-aba» o «-ía».
Su eco nos impide entregarnos a la ficción, nos sobresalta su feal-
dad.
Hay palabras especialmente proclives a producir cacofonía.
Nombres como María o Lucía, Vicente o Clemente nos darán mu-
chos problemas. Los nombres de ellas repetirán la última sílaba
con los verbos en imperfecto de la segunda y tercera conjugación,
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así como con las palabras «día» y «todavía», que se usan con fre-
cuencia. Los de ellos, con los adverbios acabados en «-mente».
La prosa tópica
No hay nada que muestre mejor la pobreza de un texto que en-
contrar entre sus líneas esas frases hechas y expresiones trilladas
que llamamos tópicos. Su uso de alguna manera nos aleja de la
idea de creación.
El escritor debe reinventar cada una de las palabras que usa,
buscar la intensidad que han ido perdiendo por el uso y la cos-
tumbre. La creación debe llegar hasta cada una de las palabras,
exige un modo novedoso de usarlas y el no recurrir a fórmulas ya
gastadas. Están tan integradas en el lenguaje oral que apenas nos
damos cuenta de que se nos cuelan en los textos.
La prosa explicativa
La prosa que explica es la que quita espacio al lector, le impi-
de ver con sus ojos y sacar sus propias conclusiones. También
suele rebajar la emoción, sobre todo si lo que se explica son los
sentimientos. Para hablar de sentimientos, sin nombrarlos, conta-
mos con un buen recurso: el correlato objetivo.
ANTE EL TEXTO
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EL LADRÓN
Título
No funciona. Además de ser muy simple, descubre desde el
principio el desenlace. Cambiar.
Primera frase
Es impactante por su grandilocuencia. El lector entra de in-
mediato en un tono tragicómico. La idea de dar el tono a la na-
rración en la primera frase está muy bien, pero sospecho que no
es el tono adecuado a esta historia. Quizá, si lo cambio, la frase
pierda su fuerza. Tendré que replanteármela después de haber de-
cidido el tono.
Narrador
Releo de nuevo en voz alta tratando de fijarme en la voz que
cuenta la historia. El narrador es un omnisciente selectivo que se
identifica con Padilla y que mantiene esa focalización a lo largo
de la historia. Ni opiniones, ni sentimientos de otros personajes
son incorporados a su narración, y cuando parece que lo hacen
se trata en realidad de suposiciones del protagonista. No me pa-
rece mal, en principio, la elección del narrador. Aunque quizá pu-
diera hacer alguna prueba para ver si una primera persona me
aporta algún beneficio a la historia. De dejar la voz omnisciente
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debería probar que se sitúe más cerca del protagonista y que re-
baje su mirada irónica, de modo que me aporte las ventajas de
esa intimidad de la primera persona, pero sin caer en la entrega
total de su subjetivismo.
No, definitivamente no me gusta ese tono. Lo encuentro casi
humorístico. Quizá me sea más fácil dar con el adecuado cuando
tenga claro el tema del relato.
Estructura
Lo primero que salta a la vista es que este primer borrador
tiene un fallo grande de estructura. Parece que cuenta dos histo-
rias, la de la carta y la del monedero, pero en ningún momento
esas dos historias comparten nada, salvo un personaje.
Enseguida me acuerdo de Piglia y su tesis sobre el cuento en
la que defiende que todo cuento cuenta dos historias, una eviden-
te y otra escondida que saldrá a la superficie en el desenlace y
dará sentido así al cuento.
Dibujo en un papel esta imagen e imagino que el cuento va a
ser así:
Planteamiento
—Mostrar al personaje y ya, de algún modo, el conflicto con
el padre. (Vive en una pensión que es un modo de vivir en casa,
de no haberse ido de casa, de no haber roto sus lazos. Se le nom-
bra por el apellido, el del padre.)
—Alguien se presenta para pedirle que le ayude a escribir una
carta.
—Él no acepta.
1º Punto de giro:
El tipo le dice que la carta es a su padre. Padilla entonces
acepta, aparentemente no por esto, sino por que ve al tipo muy
afectado y necesitado de ayuda. Esta decisión le llevará a impli-
carse en esa historia lo que repercutirá en la suya propia.
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Nudo
—Puede desarrollarse durante varias semanas o meses.
—Le enseña a escribir.
—El alumno le cuenta cosas de su vida que puede ir movili-
zando a Padilla interiormente.
—Hablan de sus padres.
—En las conversaciones debe ir apareciendo algún dato que
nos pueda dar la clave del desenlace. Es decir, si el desenlace va
a ser la transgresión, la desobediencia al padre, la revelación, hay
que ir mostrando disimuladamente esa situación previa de opre-
sión, de falta de libertad, la subyugación que tiene.
—De algún modo tiene que verse alguna toma de conciencia
personal, pero muy disimuladamente, quizá fumar un cigarrillo
sin filtro, alguna desobediencia pequeña que ya vaya poniendo en
la pista del final.
—Centrar la escena en un día, el día que va a ocurrir el asun-
to del monedero.
2º Punto de giro
Será que ella lo acusa de ladrón. Esta acusación puede recor-
darle otra de la que no supo salir airoso.
Desenlace
—De algún modo se revela, desobedece, asume aquello de lo
que se le acusa. Le nace otro corazón, que podría indicar que em-
pieza otra vida.
Personajes
Partimos de un personaje paciente y pasivo, algo aburrido
que no promete mucho. Es cierto que al final reacciona y actúa
de un modo inesperado. ¿Pero reacciona contra qué? ¿Qué le ha
hecho cambiar durante el cuento? El relato no me ofrece estas
respuestas.
El registro lingüístico del personaje que uno se imagina no
cuadra con los insultos, lo que resulta bastante cortante.
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Tiempo
El cuento tarda en arrancar. Sería mejor empezar por «Aque-
lla tarde», es decir, in medias res.
Aunque hasta que no modifique la estructura no sabré qué co-
mienzo es el acertado. Lo que está claro es que éste no sirve. El
cuento empieza detenido.
Paisajes
Analizo los espacios que aparecen en el relato. Una pensión,
una cafetería, la calle; todos tierra de nadie. Creo que no es mala
la elección, la falta de un lugar propio del protagonista puede in-
cidir en esa idea de no haber encontrado su propio lugar porque
no ha sido capaz de resolver su conflicto con el padre. Podría in-
corporarse el cuarto de baño, que es el lugar de los secretos, de lo
que no se comparte, de lo que se hace a solas.
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Desenlace
En principio bien, aunque hay que ver si la nueva estructura
permite este final.
Equilibrio
Sobran cosas, se crean expectativas que no se desarrollan y
aparecen informaciones que no sirven para nada. Me refiero a
datos como su alergia al polvo o ese vecino que le roba, por
ejemplo.
Unidad
Claramente no la tiene. Como decía en el apartado de estruc-
tura, el texto son dos historias que no se rozan. El discurso no
puede salvar esta escisión tan grande.
Verosimilitud
No encuentro elementos que rompan la verosimilitud.
Argumentos secretos
Sin darme cuenta han salido algunos motivos literarios que
podrían reforzar y preparar el desenlace. El tema del robo apare-
ce enseguida, primero al hablar del tema del libro que está escri-
biendo: el plagio. Segundo, al hacer referencia a ese vecino de
habitación que le roba la fruta. Vuelve a aparecer al ser robado
por el alumno que, no solo no le paga, sino que le gorronea el
café. Sin duda es demasiado evidente, sobrecargado y lo que
puede ser un ingrediente interesante pierde de este modo toda su
frescura. Tendré que aligerarlo en este sentido, hacerlo más sutil,
menos obvio. Quitar alguna de estas referencias.
Faltan objetos, dejo demasiado peso en el narrador. Y muchas
de las cosas se podrían decir a través de los objetos: ropa, la mesa
de trabajo de Padilla, sus objetos de aseo.
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EL LADRÓN
|Padilla estaba convencido de que el hombre tenía
una infinita capacidad para soportar toda clase de
Comentario 1: El olor de
desgracias. De hecho, él era un buen ejemplo. Feo, la pensión es algo tópico.
abandonado por la única mujer que con interés amo-
roso se le había acercado en su vida, y malviviendo Comentario 2: Falta coma
gio como salida a escritores que, con los años habían Comentario 4: Utilización
excesiva de lugares comu-
perdido la capacidad de fabular, Padilla pasaba sus nes. La poética dudosa de
horas dedicado a la limpieza, a despojar concienzu- este párrafo podría sugerir
dos posibilidades: una
damente la alfombra o la tapicería de restos de fibra narración deliberadamente
a los que era muy |alérgico|. "kitsch" o el simple mal
gusto. Para entrar en el pri-
Estaba convencido, también, de que no iba a ganar mer terreno, que puede ser
la partida de ajedrez, un interminable reto con un perfectamente válido, las
imágenes deben tener cierta
vecino de cuarto que aprovechaba cualquier descui- originalidad, pero ésta es
do para robarle las naranjas o algún bote de melo- inexistente en frases como:
"el influjo del abismo que le
cotón. El destino, en fin, le había dado la espalda, y tentaba..." o "con la barbilla
era cosa de seguir aguantando el embate de la mala en alto".
Cinco años después| redactaba mejor que su maes- Comentario 10: Falta coma
tro| | pero había olvidado por completo a quién y Comentario 11: Poética
dudosa: "entresijos de su
aquello que quería contar. Así que seguían con sus alma..."
clases, buscando en los entresijos de su alma senti- Comentario 12: El sonido
mientos o sucesos dignos de ser narrados, y recons- “illa” se repite mucho en este
tramo: Padilla, frasecilla….
truían recuerdos con la intención de identificar a la
persona que le había llevado a emprender semejante Comentario 13: Fuera de
tono
|empresa|.
Comentario 14: Falta cie-
Pero hacía más de dos años que el tipo no le paga- rre de comillas
ba y Padilla no entendía muy bien por qué seguían Comentario 15: Fuera de
viéndose. tono
Dio su clase entregado a fondo a la lección y cuan- Comentario 16: Correcciones
debidas a falta de concordancia
do el alumno se fue, |Padilla| se sintió más timado que
nunca. No solo porque una tarde más el |hijoputa| con- Comentario 17: Se recurre
al discurso directo y se omi-
seguía escaquearse de pagar los cafés con la dichosa ten los signos distintivos
frasecilla de “Hoy te toca pagar a ti ¿verdad?|,| sino (comillas), es decir que el lec-
tor debe participar activa-
porque comprobaba su propia falta de límites, su mente al identificarlo y
paciencia enfermiza y su |soplapollez| |infinita|. entenderlo como tal, como
hace Cortázar en "La señorita
Moviendo la cabeza como si se dijera no escar- Cora" por ejemplo. La cues-
mientas, Padilla, no escarmientas, se acercó al mos- tión es que tal vez no es per-
tinente utilizar en un mismo
trador para pagar la |consumición|. Mientras capítulo ambas posibilidades:
esperaba ser atendido vio que en el suelo, medio discurso directo claramente
señalado y discurso directo
enterrado entre servilletas arrugadas y cáscaras de no señalado, en favor de la
cacahuetes, había un monedero de señora. armonía y unidad de estilo
Sin una sola duda se agachó para cogerlo y entregár- Comentario 18: Signo invertido
selo al camarero. Seguramente la dueña no tardaría en Comentario 19: La misma
darse cuenta del extravío y volvería a buscarlo. duda con estas dos últimas fra-
ses que en el comentario 17
Lo acababa de coger cuando oyó gritar desde la
Comentario 20: Aquí
puerta del bar. ¡Ladrón|¡| ¡Al ladrón que me ha roba- observo una sucesión de fra-
do el |monedero|! ses que deberían tener senti-
do por sí solas pero que no lo
Padilla supo que también esto iba a aguantarlo. Y tienen, "Y que todos le mira-
ran", por ejemplo. En teoría
que todos le miraran. Y los insultos y los empujones esto es gramaticalmente un
de una mujerona que le agredía con unas inmensas error (al menos eso parece),
sin embargo se suele aceptar
tetas embutidas en un suéter negro. Y el calambre en favor del estilo. Este
puede ser un asunto intere-
que le producía tener el brazo en alto con el mone- sante para el lector. Hasta
dero como si estuviera mostrando a todo el mundo el qué punto se puede ser flexi-
ble en cuestiones gramatica-
objeto de su |delito|. les, qué concesiones son
permitidas. Ver
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codo de alguien que le empujaba hacia atrás. |Y| Comentario 28: Mejor
“las” en vez de “sus”
fue reculando, cediendo a la fuerza que le repelía,
los cuerpos que le expulsaban en su afán por oír de Comentario 29: De nuevo
muchas frases comienzan con
primera mano lo que la mujer no dejaba de relatar, “Y”. Resultan muy machaconas
sintiendo que la libertad le esperaba a su espalda, Comentario 30: Expresión
que la puerta se abría, que el destino, al fin, se apia- rebuscada, e incorrecta.
Mejor punto y verbo en
daba de su persona y le mostraba una calle algo forma personal: “Subió…”
mojada que le invitaba a correr.
|No dejó de hacerlo hasta llegar a su casa| y subió
las escaleras con la respiración sobresaltada. El
monedero latía en su mano como un segundo
corazón.
Segunda versión
PADILLA
Algunos testimonios
GUSTAVE FLAUBERT
(Correspondencia con Louise Colet)
Noche del viernes 14, 15 de agosto, 1h., 1846.
Auguras que un día haré hermosas cosas. ¿Quién sabe? (esta
es mi gran palabra)... Solo se llega a alcanzar el estilo tras una
labor atroz, con una obstinación fanática y abnegada.
(A Ernest Feydeau)
Croisset, ¿mayo? de 1859
El estilo se encuentra bajo las palabras tanto como en el inte-
rior de las palabras. Es tanto el alma como la carne de una obra.
ITALO CALVINO
(Entrevistado por Damien Pettigrew)
Escribo a mano, y hago muchas, muchas correcciones. Diría
que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra
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JUAN RULFO
(En Pedro Páramo, treinta años después)
En mayo de 1954 compré un cuaderno escolar y apunté el pri-
mer capítulo de una novela que, durante muchos años, había ido
tomando forma en mi cabeza. Sentí, por fin, hacer encontrado el
tono y la atmósfera tan buscada para el libro que pensé tanto
tiempo. Ignoro todavía de dónde salieron las intuiciones a las que
debo Pedro Páramo. Fue como si alguien me lo dictara. De pronto
a media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos
verdes y azules.
Al llegar a casa después de mi trabajo en el departamento de
publicidad de la Goodrich, pasaba mis apuntes al cuaderno. Es-
cribía a mano, con pluma fuente Sheaffers y tinta verde. Dejaba pá-
rrafos a la mitad, de modo que pudiera dejar un rescoldo o encon-
trar el hilo pendiente del pensamiento al día siguiente. En cuatro
meses, de abril a agosto de 1954, reuní trescientas páginas. Con-
forme pasaba a máquina el original, destruía las hojas manuscritas.
Llegué a hacer otras tres versiones que consistieron en redu-
cir a la mitad aquellas trescientas páginas. Eliminé toda divaga-
ción y borré completamente las intromisiones del autor. Arnaldo
Orfila me urgía a entregarle el libro. Yo estaba confuso e indeci-
so. En las sesiones del centro, Arreola, Chumacero, la señora
Shedd y Xirau me decían: «Vas muy bien». Miguel Guardia encon-
traba en el manuscrito sólo un montón de escenas deshilvanadas.
Ricardo Garibay, siempre vehemente, golpeaba la mesa para in-
sistir en que mi libro era una porquería.
HENRY JAMES
(Cuadernos de notas)
34 De Vere Gardens, 2 de febrero de 1889
[...] esta vez, creo, es de veras un buen tema: salvo que de-
masiado pálido. Me he empeñado en contar y describir dema-
siado —teniendo en cuenta los data de los que parto—, una de
las razones para lo cual estribaba en el miedo a que la historia
fuese demasiado sucinta. Por miedo a hacerla demasiado pe-
queña, la he hecho demasiado grande. Como error, sin embargo,
es bueno, y vislumbro la salida. Variedad y concisión debe ser mi
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RAYMOND CARVER
(Entrevistado por Mona Simpson)
Describa lo que ocurre cuando escribe un relato.
Escribo rápidamente el primer borrador, como dije. En gene-
ral, manuscrito. Simplemente, lleno las páginas tan rápido como
puedo. En algunos casos, uso una especie de taquigrafía personal,
notas de lo que haré más tarde, cuando vuelva al relato. A veces
tengo que dejar algunas escenas inconclusas, incluso no escritas;
son ésas las escenas que requieren más tarde un meticuloso cui-
dado. Quiero decir, todo requiere un meticuloso cuidado, pero
dejo algunas escenas para la segunda o tercera versión, porque
hacerlas bien me llevaría demasiado tiempo en el primer borra-
dor. Ahí se trata de consignar un bosquejo, el sostén del relato.
Después, en las revisiones siguientes me ocupo del resto. Cuando
termino la versión manuscrita, mecanografío una segunda ver-
sión y de ahí parto. Siempre me parece diferente, mejor, por
supuesto, si está mecanografiada. Cuando estoy escribiendo a
máquina la primera versión, empiezo a rescribir y a agregar y qui-
tar un poco. El verdadero trabajo viene después, cuando ya he
hecho tres o cuatro versiones. Lo mismo ocurre con los poemas,
aunque los poemas pueden tener cuarenta o cincuenta versiones.
Donald Hall me dijo que a veces escribe cien versiones de sus poe-
mas. ¿Se imagina eso?
JOHN CHEEVER
(Entrevistado por Annette Grant)
¿Cómo sabe cuándo un cuento está bien? ¿Lo sabe desde el prin-
cipio o va criticando a medida que escribe?
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RICHARD FORD
(Entrevistado por Bonnie Lyons)
¿Y las correcciones?
Siempre hice muchísimas correcciones en todos mis libros,
excepto en el segundo —La última oportunidad—, que fue leído
por Donald May cuando estaba escrito en primera persona. Nos
encontrábamos en Nueva York, en ese barcito irlandés al lado de
Algonquin, y me dijo que no era bueno. Fue un momento horrible.
Estábamos en ese barcito oscuro y melancólico y Donald puso las
manos sobre la mesa, me miró y dijo: «No me gusta tu libro».
¡Uyyy! Tuve que respirar hondo y tragármelo. Después dije: «Está
bien, dime todo lo que puedas». Me dijo todo lo que no le gustaba
del libro y además me dijo que no sabía qué demonios iba a hacer
yo con él, porque tal como estaba era impublicable.
¿Y cuál fue el destino de ese libro?
Lo retomé y cambié el punto de vista de la primera a la terce-
ra persona. Fue publicado, pero muy poca gente lo leyó. Ahora se
vende en edición de bolsillo y alguien está haciendo una película
basada en él... así que llegó a tener vida propia y lectores.
¿Donald May no lo llamó para decirle: «Bueno, estaba equivocado»?
No estaba equivocado. Tal como lo había escrito, no era un
buen libro. Pero modifiqué el punto de vista y al hacerlo permití
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II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
Bibliografía