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Don Quijote II
Don Quijote II
Don Quijote de la
Mancha.
Segunda parte
Obra reproducida sin responsabilidad editorial
www.luarna.com
Prólogo al lector
¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar
esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo,
este prólogo, creyendo hallar en él venganzas,
riñas y vituperios del autor del segundo Don
Quijote; digo de aquel que dicen que se en-
gendró en Tordesillas y nació en Tarragona!
Pues en verdad que no te he dar este contento;
que, puesto que los agravios despiertan la cóle-
ra en los más humildes pechos, en el mío ha de
padecer excepción esta regla. Quisieras tú que
lo diera del asno, del mentecato y del atrevido,
pero no me pasa por el pensamiento: castíguele
su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo
haya. Lo que no he podido dejar de sentir es
que me note de viejo y de manco, como si
hubiera sido en mi mano haber detenido el
tiempo, que no pasase por mí, o si mi manque-
dad hubiera nacido en alguna taberna, sino en
la más alta ocasión que vieron los siglos pasa-
dos, los presentes, ni esperan ver los venideros.
Si mis heridas no resplandecen en los ojos de
quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la
estimación de los que saben dónde se cobraron;
que el soldado más bien parece muerto en la
batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de
manera, que si ahora me propusieran y facilita-
ran un imposible, quisiera antes haberme
hallado en aquella facción prodigiosa que sano
ahora de mis heridas sin haberme hallado en
ella. Las que el soldado muestra en el rostro y
en los pechos, estrellas son que guían a los de-
más al cielo de la honra, y al de desear la justa
alabanza; y hase de advertir que no se escribe
con las canas, sino con el entendimiento, el cual
suele mejorarse con los años.
Sancho respondió:
Respondió Sancho:
A lo que él respondió:
-Mujer mía, si Dios quisiera, bien me holgara
yo de no estar tan contento como muestro.
A lo que él respondió:
-Aquí las tengo, en la faldriquera.
Y díjole:
Glosa
Soneto
-¡Milagro, milagro!
A la guerra me lleva
mi necesidad;
si tuviera dineros,
no fuera, en verdad.
Y el muchacho dijo:
-Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de
la ciudad en siguimiento de los dos católicos
amantes, cuántas trompetas que suenan, cuán-
tas dulzainas que tocan y cuántos atabales y
atambores que retumban. Témome que los han
de alcanzar, y los han de volver atados a la cola
de su mismo caballo, que sería un horrendo
espetáculo.
Ya me comen, ya me comen
por do más pecado había;
De la dulce mi enemiga
nace un mal que al alma hiere,
y, por más tormento, quiere
que se sienta y no se diga.
Y la Trifaldi prosiguió:
La Dolorida respondió:
No mires de tu Tarpeya
este incendio que me abrasa,
Nerón manchego del mundo,
ni le avives con tu saña.
Y Sancho dijo:
-Tejedor.
-Adonde sopla.
-¡Bueno: respondéis muy a propósito! Discreto
sois, mancebo; pero haced cuenta que yo soy el
aire, y que os soplo en popa, y os encamino a la
cárcel. ¡Asilde, hola, y llevadle, que yo haré que
duerma allí sin aire esta noche!
Amiga Teresa:
Las buenas partes de la bondad y del
ingenio de vuestro marido Sancho me
movieron y obligaron a pedir a mi ma-
rido el duque le diese un gobierno de
una ínsula, de muchas que tiene. Tengo
noticia que gobierna como un girifalte,
de lo que yo estoy muy contenta, y el
duque mi señor, por el consiguiente; por
lo que doy muchas gracias al cielo de no
haberme engañado en haberle escogido
para el tal gobierno; porque quiero que
sepa la señora Teresa que con dificultad
se halla un buen gobernador en el mun-
do, y tal me haga a mí Dios como San-
cho gobierna.
Ahí le envío, querida mía, una sarta de
corales con estremos de oro; yo me hol-
gara que fuera de perlas orientales, pero
quien te da el hueso, no te querría ver
muerta: tiempo vendrá en que nos co-
nozcamos y nos comuniquemos, y Dios
sabe lo que será. Encomiéndeme a San-
chica, su hija, y dígale de mi parte que
se apareje, que la tengo de casar alta-
mente cuando menos lo piense.
Dícenme que en ese lugar hay bellotas
gordas: envíeme hasta dos docenas, que
las estimaré en mucho, por ser de su
mano, y escríbame largo, avisándome
de su salud y de su bienestar; y si
hubiere menester alguna cosa, no tiene
que hacer más que boquear: -fol. 191r-
que su boca será medida, y Dios me la
guarde. Deste lugar.
Su amiga, que bien la quiere,
La Duquesa.
Capítulo LIII
Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno
de Sancho Panza
-¡Guelte! ¡Guelte!
Y Sancho respondía:
Dijo el ventero:
Y fuele respondido:
Y respondiéronle:
-Mira las obras que te hace, y echarlo has de
ver.
Y fuele respondido:
-Tú lo sabes.
Y respondiéronle:
-Sí gozarás, porque su salud y su templanza en
el vivir prometen muchos años de vida, la cual
muchos suelen acortar por su destemplanza.
A lo que le respondieron:
-¡Caminad, trogloditas!
-¡Callad, bárbaros!
-¡Pagad, antropófagos!