Homilia XXVII Dom Ordinario MT 21,33-43 A 2023 Pbro. Raymundo

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“SE LES QUITARÁ EL REINO DE DIOS Y SE LE DARÁ A

UN PUEBLO QUE PRODUZCA SUS FRUTOS”

Parábola de los viñadores homicidas


(Cf. Mt 21,33-43. XXVII Domingo Ordinario, A)
08 octubre 2023
Pbro. Raymundo Muñoz Paredes
Basílica de Ntra. Sra. de la Caridad
Huamantla, Tlax.
Muy amadísimos hermanos en el Señor Jesús:
La Palabra de Dios en este domingo nos invita a pensar en el tipo de fruto que
estamos dando y en aquél que Dios espera de nosotros.

En efecto, con la parábola de los viñadores homicidas Jesús busca abrir la


mente de los Sumos Sacerdotes y de los ancianos, a fin de evitar que repitieran
el error de autosuficiencia de sus padres; sin embargo, a pesar de los esfuerzos,
ellos se obstinan en rechazar el Evangelio (cf. Mt 21,46).

Esto nos exige preguntarnos: ¿qué uvas amargas estamos dando en


nuestras familias y comunidades? ¿qué fruto espera Dios de su Iglesia? Veamos.

1. Dios nos prepara todo y nos arrenda su viña

Nuestro Señor Jesucristo plantea hoy una parábola, siguiendo libremente


“el canto de la viña” de la primera lectura (cf. Is 5,1-7).

Un propietario plantó una viña. Le colocó una cerca para protegerla de los
animales salvajes y ladrones, cavó un lagar donde se pisaban las uvas y el zumo
fluía hacia una pila y, edificó una torre para ahuyentar pájaros y ladrones. Una
vez que estuvo bien dotada con todo lo necesario, su propietario la arrendó y
salió de viaje.

El profeta Isaías agrega que estando la viña ubicada en una ladera fértil,
el amo removió la tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas (cfr. Is
5,1-2).

Puesto que el amo representa a Dios, los detalles tanto de la primera


lectura como del Evangelio, ponen de manifiesto que Dios prepara la viña con
esmero, buscando asegurar la cosecha, antes de arrendarla.

2. Dios pide la cosecha en el tiempo oportuno

Ahora bien, como la viña fue alquilada, no regalada, el dueño espera


recibir su parte de la cosecha.
Por eso, al llegar el tiempo oportuno, ni antes ni después, el amo envió a
sus siervos a solicitar su pago. Pero, tanto los primeros como los segundos
enviados fueron golpeados, apedreados y cruelmente asesinados.

Finalmente, y no obstante esto, el propietario les da otra oportunidad


enviando a su propio hijo, esperando que cambiaran de conducta. Pero los
viñadores perversos, al verlo llegar, solo piensan en la herencia y confabulan
contra él (cf. Mt 21,38), tal como hicieron los hijos de Jacob contra su hermano
José: “¡Vengan, vamos a matarlo!” (Gn 37,20).

El contexto de la parábola nos ayuda a comprender que el propietario de


la viña es Dios. La viña es el pueblo de Israel (cf. Is 5,7). Los primeros y los
segundos siervos son los profetas (cf. Jr 25,4). Los viñadores son los dirigentes
del pueblo: Sumos Sacerdotes y ancianos (cf. Mt 21,23). Y el hijo del propietario,
enviado al final, es claramente, Jesús mismo, pues se dice que los viñadores lo
aprehendieron, lo echaron fuera de la viña y lo mataron, tal como aconteció con
nuestro Señor Jesucristo al ser crucificado fuera de Jerusalén, en el monte
Calvario.

Si nos damos cuenta, esta parábola tiene una función reveladora: da a


conocer a las autoridades de aquél tiempo que Jesús es Hijo de Dios; lo presenta
como enviado para solicitar a las autoridades las ganancias del amo, y revela su
misión de juez al final de los tiempos (cfr. Mt 25,31-46).

El envío del hijo, después del asesinato de los siervos, es un mensaje de


esperanza para nosotros, pues resalta el amor incondicional de Dios por su
pueblo, de quien sigue esperando un fruto, a pesar de que el pueblo se obstine
en la infidelidad.

3. Un pueblo producirá frutos

a) La sentencia para los viñadores homicidas

La parábola tiene un clímax inesperado en el momento en que Jesús dice


a los Sumos Sacerdotes y a los ancianos: “Cuando venga, pues, el dueño de la
viña, ¿qué hará con aquellos viñadores? Ellos respondieron: dará muerte
miserable a esos desalmados y arrendará la viña a otros agricultores que le
paguen los frutos a su tiempo” (Mt 21,41).

Por extraño que parezca, los mismos Sumos Sacerdotes y ancianos


pronuncian su propia sentencia: muerte y cambio de arrendadores.

La muerte les sobrevino cuando en el año 70 d.C. los romanos arrasaron


la ciudad de Jerusalén, y tanto sus habitantes como sus instituciones religiosas
fueron destruidas. El cambio de arrendadores se dio cuando Cristo resucitado,
convertido en piedra angular de la Iglesia (cf. Mt 21,42), comenzó a reunir al
pueblo mesiánico, proveniente de todo el mundo.
b) ¿Cuál era el fruto esperado?

Lamentablemente las autoridades judías no cayeron en la cuenta de que,


por su mala conducción, la viña del Señor (el pueblo de Israel) solo dio uvas
amargas (cfr. Is 5,2c) de incredulidad y rechazo de los profetas y de Jesús. Ellos
fueron ciegos que guiaban a otros ciegos.

De acuerdo con el cántico de la viña Dios “esperaba de ellos justicia


(tsedeq)…” (cfr. Is 5,7), es decir, confianza en Dios y cumplimiento de su
voluntad (cfr. Mt 6,33; 7,16-20; 7,21), junto con la fe en Jesús y en su
misericordia, frutos que nunca llegaron.

c) ¿Qué frutos espera Dios de nosotros?

Ante el panorama social que vive nuestra patria, caemos en la cuenta de


que ya no somos el “México siempre fiel” al Evangelio, que conoció San Juan
Pablo II (29 ene 1979).

Los problemas de corrupción, violencia, inseguridad, impunidad, ilegalidad


y pobreza, son un ejemplo de que estamos dando a Dios uvas amargas de falta
de valores, de parálisis de fe y de indiferencia ante el necesitado.

Esta situación nos exige trabajar para que los bautizados podamos
ofrecerle a Dios nuestro valor profético, nuestra audacia evangelizadora y
nuestra caridad solícita, en todos y cada uno de los ambientes donde nos
desenvolvemos.

El mensaje del traslado de la viña a un pueblo (éthnos) que dé frutos a su


tiempo (cf. Mt 21,43), tiene el propósito de que nadie se confíe, pues en el día
del juicio Jesús no nos juzgará en base a la pertenencia étnico religiosa, sino en
base a los frutos de amor fiel, en su Iglesia.

Pidamos a nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de la Virgen de la


Caridad, que nos conceda una profunda conversión eclesial, para que, superando
la indiferencia a su Palabra, seamos de aquellos discípulos que den el dulce fruto
del valor profético, de la justicia y de la misericordia, en nuestros tiempos.

¡Que así sea!

Ray Muñoz / BasilicadeNuestraSeñoradelaCaridad

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