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A favor de la desconfianza

[…] Hay quien se enfrenta a ella tratando de retener consigo a las personas que se distancia; y quien
trata de distanciarse —también desde la desconfianza— para protegerse de la sensación de rechazo
que ésta le genera. […]

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Una de las cosas que mayor dolor pueden producir a una familia es la desconfianza.

La desconfianza, a veces, se siente como un muro que impide el acceso a las personas a quienes
queremos, que permanecen ocultas, en una fortaleza de hielo.

La desconfianza genera, así, dos modelos de respuesta muy diferentes entre sí, que pueden aparecer
de manera secuencial o simultánea, pero que, sea como sea, suelen provocar consecuencias
catastróficas. Hay quien se enfrenta a ella tratando de retener consigo a las personas que se
distancia; y quien trata de distanciarse —también desde la desconfianza— para protegerse de la
sensación de rechazo que ésta le genera.

Cuando las personas tratan ansiosamente de mantener consigo a la persona que desconfía, suelen
empeorar las cosas, porque la persona que desconfía no puede —en su desconfianza— conectar con
la persona que trata de retenerle junto a ella, siendo lo habitual que huya, en un intento de
preservar la autonomía que siente amenazada. Pero, cuando las personas se alejan de las personas
que desconfían de ellas, también suelen empeorar las cosas, porque, al alejarse, ratifican con su
aparente rechazo la desconfianza que sus seres queridos ya sentían.

La desconfianza es una trampa. Al menos, si se trata de luchar contra ella. Y es que la actitud de
lucha, en sí misma, nos distancia de las personas a quienes queremos, porque provoca que las
sintamos como un peligro hacia nosotras y nosotros mismos.

Entonces, ¿qué hacemos para salir de este lío?

Pues, si la lucha contra la desconfianza sólo empeora las cosas, quizás podamos aliarnos con nuestro
enemigo. Ya sabes, si no puedes vencerlos, únete a ellos. A fin de cuentas, la desconfianza, como
tantos otros sentimientos, cumple una función que es beneficiosa para nosotras, nosotros y —
aunque me digas que se me va la castaña— también para las personas a las que queremos.

Imagino que te costará comprarme esta moto si te aprieta la desconfianza. Pero, anda, dame un
momento.

Como norma general, la desconfianza es una forma hostil de afirmar la propia autonomía. Podemos
decir que esa desconfianza que te reconcome cumple una función clave en los procesos de
diferenciación que son clave para que puedas proteger lo que es tuyo.

Por ejemplo, la desconfianza aparece de manera natural y muy intensa durante la adolescencia.
Ayuda a las chavalas y los chavales a marcar distancias con sus progenitores y emprender de manera
valiente su propia vida. Les motiva a explorar, asumir riesgos y a vincularse con su grupo de iguales.
Ya sabes que los grupos de adolescentes, a menudo, se definen en contraposición a los ideales y
valores de sus viejos, y está bien que así sea.

Sin la ruptura radical que impone la desconfianza, es muy complicado que emerja esa madurez sana
que implica el retorno a los valores familiares después de haberse encontrado en el propio camino.
Pero, aunque la desconfianza se sienta como un pulso, una tensión o literalmente una ruptura, hay
algo de bonito en todo esto. Me refiero al hecho de que se desconfía, sobre todo, de las personas en
quienes se confía, a saber, de las que nos debemos diferenciar porque han sido nuestro lugar
seguro.

Y es que los procesos de diferenciación son eso: la búsqueda y el encuentro con otros espacios,
personas o lugares seguros, que permitan procesos de exploración nuevos, desde otras atalayas, con
otros vigías, y con otros muros. Espacios conquistados, arrebatados al enemigo —sí, la metáfora es
un truño— que en un futuro pueden ser valiosos para protegerse y salvar la vida, porque los padres,
tutores y guardadores que un día fueron efectivos, tienden a deteriorarse, enfermar y morir con el
tiempo.

Por eso, desde aquí, quiero hacer un pequeño homenaje a la desconfianza. A ese impulso que nos
ayuda a rechazar lo viejo y vincularnos con lo nuevo, en previsión de que nuestros lugares seguros se
pueden ir, en cualquier momento, a tomar por culo. Porque, gracias a la desconfianza y a lo que ésta
provoca, uno pude más tarde retornar a casa, maleta en mano, para cultivar y sostener un amor, si
cabe, mucho más sincero. A saber, el cariño hacia la familia que nace de lo más profundo del
corazón, sin que medie una relación de dependencia.

Todo eso, amigas y amigos, se lo debemos a la desconfianza.

Así que, por favor, agradezcámosle lo que hace. No luchamos contra ella.

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Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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