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David Graeber y David Wengrow El amanecer de todo Una nueva historia de la humanidad a 7 Traducci6n de Joan Andreano Weyland Arie Titulo original: The Dawn of Everything: A New History of Humanity Primera edicién: octubre de 2022 Cuarta impresién: enero de 2023 © 2021, David Graeber y David Wengrow Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducci6n total 0 parcial de esta obra por cualquier medio © 2022, Joan Andreano Weyland, por la traduccién Derechos exclusivos de edicién en espaiol: © 2022 y 2023: Editorial Planeta, S. A. Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona Editorial Ariel es un sello editorial de Planeta, S. A. www.ariel.es ISBN: 978-84-344-3572-8 Depésito legal: B. 15.119-2022 Impreso en Espaiia EI papel utilizado para la impresién de este libro esta calificado como papel ecolégico y procede de bosques gestionados de manera sostenible. No se permite la reproduccién total o parcial de este libro, ni su incorporacién a un sistema informatico, ni su transmisién en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrénico, mecinico, por fotocopia, por grabacién u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infraccion de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Cédigo Penal). Dirfjase a CEDRO (Centro Espaiiol de Derechos Reprogrificos) si necesita fotocopiar o escanear algiin fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com © por teléfono en el 9] 702 19 70 / 98 272 04 47. 3 Descongelando la Edad de Hielo Encadenados y desencadenados: las proteicas posibilidades de la politica humana La mayor parte de las sociedades imaginan una época mitica de la creacién. Erase una vez, dice la historia, el mundo era diferente: los peces y los pajaros hablaban; los animales po- dian convertirse en humanos, y los humanos, en animales. En una época asi era posible que las cosas acabaran siendo algo completamente nuevo de un modo que ya no puede volver a suceder: el fuego, 0 cocinar, o la institucion del matrimonio, © tener mascotas. En estos dias nuestros, inferiores, nos vemos reducidos a repetir sin cesar los grandes gestos de aquella €poca: encender nuestras hornallas particulares, disponer nuestros propios matrimonios, alimentar a nuestras propias mascotas, pero incapaces de cambiar el mundo del mismo modo. En cierto modo, las narraciones de los «origenes de la hu- manidad» tienen para nosotros un papel similar al que tuvie- ron los mitos para los antiguos griegos 0 polinesios, o el Tiem- po del Sueno de los aborigenes australianos. Nada de todo esto lo decimos con la intenci6n de criticar el rigor cientifico de es- tas narraciones. Sencillamente observamos que ambas cubren funciones bastante parecidas. Si pensamos en una escala de, digamos, los tltimos tres millones de afios, realmente hubo una €poca en la que las lineas entre (lo que hoy denominamos) humano y animal eran atin ambiguas; y en la que alguien, al fin yal cabo, tuvo que encender un fuego, cocinar o efectuar una 101 ceremonia de casamiento por primera vez. Sabemos que esas cosas pasaron. Aun asi, no sabemos cémo. Resulta muy dificil resistirse a la tentacién de especular con historias que podrian haber sucedido: historias que reflejan, necesariamente, nues- tros propios miedos, deseos, obsesiones y preocupaciones. En consecuencia, tiempos tan distantes pueden convertirse en vas- tos lienzos en blanco en los que proyectar nuestras fantasias colectivas. Este lienzo de la prehistoria humana es claramente moder- no. El famoso te6rico de la cultura W. J. T. Mitchell sefalé una vez que los dinosaurios son el animal modernista por ex- celencia, puesto que en época de Shakespeare nadie sabia que tales animales habian existido. De igual modo, hasta hace bas- tante poco la mayoria de los cristianos daban por sentado que todo lo que valia la pena saber de los primeros humanos se podia hallar en el libro del Génesis. Hasta inicios del siglo xrx, los hombres de letras —cientificos incluidos— aceptaban to- davia que el universo no habia existido antes de finales de octubre de 4004 a.C., y que todos los humanos hablaban la misma lengua, el hebreo, hasta la dispersi6n de la humani- dad, tras la caida de la Torre de Babel, dieciséis siglos mas tarde.' * En aquella época aun no habia «prehistoria». Tan solo habia historia, incluso si parte de ella era terriblemente errénea. El término prehistoria solo entré en uso tras el descubrimiento de las cuevas de Brixham, en Devon, en 1858, y de hachas de pie- dra que solo podian haber sido talladas por humanos, junto a restos de oso de las cavernas, rinoceronte lanudo y otras espe- cies extintas, todo ello junto y sellado bajo una losa. Este y subsi- guientes hallazgos arqueolégicos desencadenaron una total reinterpretaci6n de las pruebas existentes. De repente, «a la his- toria humana se le vino el mundo abajo».? El problema es que la prehistoria resulta ser un periodo ex- traordinariamente largo: mas de tres millones de anos, duran- te los cuales (al menos, algunos) sabemos que nuestros ances- tros usaron herramientas de piedra. Las pruebas, para la mayor parte de este periodo, son muy limitadas. Hay fases de, literal- 102 mente, miles de anos, de las que toda evidencia de actividad hominida es un diente, y quiza unas cuantas piezas de peder- nal tallado. Aunque la tecnologia que somos capaces de aplicar a periodos tan remotos mejora de década en década, aun asi hay limites a lo que uno puede hacer con un material tan esca- so. En consecuencia, es dificil resistirse a la tentaci6n de relle- nar los huecos, de asegurar que sabemos mas de lo que real- mente sabemos. Cuando los cientificos hacen eso, los resultados son sospechosamente similares a aquellas narraciones biblicas que se supone que la ciencia dejé de lado. Pongamos un solo ejemplo. En los afios ochenta hubo mu- cho revuelo en torno a una «Eva mitocondrial», la antepasada putativa comin de toda nuestra especie. Ciertamente, nadie sostenia haber hallado los restos fisicos de tal ancestro; pero la secuenciacién de ADN de mitocondrias —los diminutos moto- res celulares que heredamos de nuestras madres— demostraba que la tal Eva debia de haber existido quizd hace tan solo 120.000 afios. Y aunque nadie imaginaba que jamas hallaria- mos a la propia Eva, el descubrimiento de toda una serie de craneos fésiles en el valle del Rift, en Africa oriental (un ya- cimiento fosilifero natural de restos del Paleolitico, muertos hace mucho tiempo, en escenarios mucho mas expuestos) , pa- reci6 sugerir cual debfa de haber sido el aspecto de dicha Eva y donde podria haber vivido. Mientras los cientificos seguian debatiendo los detalles, las revistas de divulgacién publicaban reportajes sobre una moderna contrapartida del Jardin del Edén, la incubadora original de la humanidad, la sabanaxitero que nos dio vida a todos. Muchos de nosotros, probablemente, tenemos atin algo pa- recido a esta imagen de los origenes de la humanidad en nues- tra cabeza. No obstante, investigaciones mas recientes han de- mostrado que noesnada precisa. De hecho, los bioantropdlogos y genetistas convergen en una imagen totalmente distinta. En lugar de un mismo comienzo comin, y una dispersién desde Africa oriental a partir de algtin momento tipo Torre de Babel para generar los diversos pueblos y naciones del planeta, las primeras poblaciones humanas de Africa parecen haber sido 103 fisicamente mucho mas diversas que nada con lo que estemos familiarizados hoy en dia. Los humanos de la actualidad tendemos a exagerar nuestras diferencias. A menudo los resultados de estas exageraciones son catastréficos. Entre guerras, esclavitud, imperialismo y la mera opresi6n racista cotidiana, los ultimos siglos han presen- ciado tanto sufrimiento humano justificado por diferencias menores en la apariencia humana que olvidamos con facilidad lo poco importantes que son estas diferencias. De cara a todo posible estandar biolégico, los humanos actuales son casi indis- tinguibles. Ya se vaya uno a Bosnia, a Japon, a Ruanda 0 a la isla de Baffin, puede esperar ver personas con las mismas caras pe- queiias y graciles, un craneo globular y a grandes rasgos la mis- ma distribucion de vello corporal. No solo tenemos una apa- riencia similar; en muchos aspectos actuamos también de un modo parecido: por ejemplo, en todo el mundo, desde el Out- back australiano hasta la Amazonia, giramos los globos ocula- res hacia arriba para decir: «;Menudo idiota!». Lo mismo apli- ca a la cognicién. Podemos creer que los diferentes grupos de humanos perciben sus capacidades cognitivas de modos muy diferentes —y hasta cierto punto, evidentemente, es asi—, pero, una vez mas, esta diferencia percibida es consecuencia de carecer de base real para la comparacién: no hay lenguaje hu- mano, por poner un ejemplo, que no tenga nombres, verbos y adjetivos; y aunque los humanos puedan disfrutar de muy dife- rentes tipos de musica y danza, no hay poblacién humana co- nocida que no disfrute de la musica y la danza. Si retrocedemos unos cuantos milenios, este no era precisa~ mente el caso. Durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva, vivimos, en efecto, en Africa... pero no solo en las sabanas orientales, como pensabamos anteriormente: nuestros ancestros biolégicos esta ban distribuidos por todo el continente, desde Marruecos hasta el Cabo de Buena Esperanza.’ Algunas de esas poblaciones per- manecieron aisladas con respecto a las demas durante decenas, incluso centenares de miles de afios, separadas de sus parientes por densas junglas 0 por desiertos. Asi es como se desarrollaron 104 fuertes rasgos regionales.* El resultado habria sorprendido, pro- bablemente, a un observador actual, y le habria recordado mas a un mundo habitado por hobbits, gigantes y elfos, que nada que podamos experimentar directamente hoy en dia o en el pasado mas reciente. Los elementos que conforman a los humanos mo- dernos —ese «nosotros» relativamente uniforme del que habla- bamos antes— parecen haberse unificado bastante tarde. En otras palabras: si creemos que los seres humanos se diferencian entre si hoy en dia, es en gran parte una ilusi6n, e incluso las di- ferencias existentes son meramente triviales y cosméticas en com- paracidn con lo que debié de suceder en Africa durante la mayor parte de la prehistoria. Los humanos ancestrales no solo eran muy diferentes entre si; también coexistian con especies simiescas, de cerebros mu- cho mas pequefios, como Homo naledi. ;Cémo eran estas socie- dades ancestrales? A este respecto, al menos, deberiamos ser sinceros y admitir que, en la mayor parte, no tenemos ni idea. Hay muy poco que podamos reconstruir a base de restos cra- neales y del ocasional trozo de pedernal tallado, que es, en esencia, lo tinico que tenemos. La mayoria de las veces no sabe- mos qué pasaba por debajo del cuello, y eso por no hablar de la pigmentaci6n, la dieta o casi nada mas. Lo que sabemos es que somos productos compuestos de este mosaico original de poblaciones humanas, que interactuaron entre si, cohabitaron, se separaron y volvieron a unirse de modos que atin hoy en dia solo podemos suponer.’ Parece razonable conjeturar que con- ductas como el emparejamiento, la cria, la presencia 0 ausen- cia de jerarquias de dominio o formas de lenguaje y protolen- guaje deben de haber sido tan variadas como los rasgos fisicos, y probablemente incluso mas. Quiza lo tinico que podamos afirmar con total certeza es que, en términos de antepasados, todos somos africanos. Los modernos humanos aparecieron en Africa. Cuando co- menzaron a expandirse, salir de Africa y entrar en Eurasia, se encontraron con otras poblaciones como los neandertales y los denisovanos —menos diferentes, pero atin diferentes—, y todos estos variados grupos se mezclaron.® Tan solo después de que 105 esas otras poblaciones se extinguieran podemos hablar de una sola raza humana, la «nuestra», habitando el planeta. Todo esto viene a colacién de lo radicalmente diferente que nos habria parecido el mundo social, e incluso fisico, de nuestros ances- tros, y esto habria sido asi hasta al menos alrededor de 40000 a.C. La escala de la flora y la fauna que los rodeaban habria sido to- talmente diferente a nada que exista hoy en dia. Todo lo cual hace extremadamente dificil establecer analogias. Sencillamen- te, no hay nada en el registro historico ni en el etnografico que se asemeje siquiera a una situaci6n en la que diferentes subespe- cies humanas cohabiten, interacttien, cooperen o, en algunos casos, se maten; e incluso si lo hubiera, la evidencia arqueolégi- ca es demasiado débil y esporddica como para poner a prueba si la prehistoria remota era algo asf 0 no.’ Lo tinico que podemos inferir razonablemente acerca de la organizaci6n social entre nuestros primeros ancestros es que probablemente fue muy diversa. Los primeros humanos habi- taban una amplia gama de entornos naturales, de las costas y bosques tropicales a las montaiias y la sabana. Eran muchisimo mas diversos, fisicamente, que lo que son los humanos de la actualidad, y es de suponer que sus diferencias sociales eran incluso mas grandes que las fisicas. En otras palabras, no hay una forma original de sociedad humana. Buscar una puede ser solamente cuesti6n de creacién de mitos, ya sea que los mitos resultantes tomen forma de fantasfas de «simio asesino», tipicas de la década de los sesenta, y plantadas en la conciencia colec- tiva por peliculas como 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick; 0 las del «simio acuatico» o incluso el divertidisimo pero fantasioso «simio drogado» (la teoria de que la conciencia surge por la ingestién accidental de hongos psicodélicos). Este tipo de mitos entretienen a los espectadores de videos de You- Tube hoy en dia. Deberiamos dejarlo claro: estos mitos no tienen nada de malo. Con toda probabilidad, la tendencia a crear historias acerca del pasado remoto de nuestra especie es, al igual que la pintura y la poesia, uno de esos rasgos distintivos de la humani- dad que comenzaron a cristalizar en la mas profunda prehisto- 106 ria. Y no cabe duda de que algunas de estas historias —por ejemplo, las teorias feministas que consideran que la sociabili- dad humana tiene origenes claros en la crianza de los niios— nos pueden decir algo importante acerca de las sendas que convergieron en la humanidad moderna.‘ Pero tales ideas solo pueden ser parciales, porque no hubo un Jardin del Edén, ni existi6 nunca una sola Eva. 2POR QUE LA «PARADOJA SAPIENTE» ES UNA CORTINA DE HUMO?; EN CUANTO FUIMOS HUMANOS COMENZAMOS A HACER COSAS DE HUMANOS Hoy en dia los:seres humanos son una especie bastante unifor- me. Esta uniformidad no es, en términos evolutivos, especial- mente antigua. Su base genética quedo establecida hace mas 0 menos medio mill6n de aiios, pero es casi con certeza un error pensar que podemos especificar un solo punto mas reciente en el tiempo en el que surgié Homo sapiens, es decir, un momento en el que todos los elementos de la moderna condicion huma- na convergieron, definitivamente, en algtin estupendo mo- mento de la creaci6n. Consideremos la primera prueba directa de lo que ahora lla- mariamos conducta humana simbolica compleja, o sencillamen- te cultura. Se remonta a menos de 100.000 anos. Donde, exacta- mente, del continente africano brota esta prueba de cultura queda determinado sobre todo por las condiciones de conserva- ci6n y por los paises que hasta la fecha han sido mas accesibles a la investigacion arqueologica. Los refugios de piedra de la costa sudafricana constituyen una fuente clave, al atrapar sedimentos prehist6ricos que arrojan pruebas de herramientas astadas y el uso expresivo de conchas y ocre alrededor del 80000 a.C.° Se conocen otros hallazgos comparables procedentes de otras par- tes de Africa, pero no es hasta después, hace unos 45.000 anos —-para cuando nuestra especie estaba ya inmersa en la coloniza- cién de Eurasia— que pruebas similares comienzan a aparecer con mucha mas frecuencia y en mayor cantidad. 107 En las décadas de los ochenta y noventa se asumia amplia- mente que algo profundo habia sucedido: algun tipo de repen- tino florecimiento creativo, denominado en la literatura arqueo- légica Revolucién del Paleolitico Superior o incluso Revoluci6én Humana." Pero en las tltimas dos décadas se ha vuelto cada vez mas evidente a los investigadores que se trata muy pro- bablemente de una ilusi6n, creada por sesgos en nuestras pruebas. He aqui la razon. Gran parte de la evidencia de esta revolu- ciOn esta restringida a una sola parte del mundo: Europa, donde se la asocia a la sustitucion de los neandertales por Homo sapiens, alrededor del 40000 a.C. Comprende juegos de herramientas de caza y artesania mas avanzados, la primera prueba de crea- ci6n de imagenes en hueso, marfil y arcilla —incluidas las famo- sas figuras femeninas—,"' densos conjuntos de animales tallados y pintados en cavernas, a menudo de una precisi6n asombrosa; modos mas elaborados de vestir y ornamentarse; los primeros usos comprobados de instrumentos musicales como flautas de hueso; el intercambio regular de materias primas a grandes dis- tancias, y también las que se consideran primeras pruebas de desigualdad social, en forma de grandes enterramientos. Todo esto es impresionante, y da la sensacién de falta de sincronia entre nuestros relojes genético y cultural. Parece su- gerir la pregunta: ¢por qué pasan tantas decenas de miles de anos entre los origenes biolégicos de la humanidad y la exten- dida aparicion de formas tipicamente humanas de conducta; entre cuando fuimos capaces de crear cultura y cuando final- mente conseguimos hacerla? Qué hicimos realmente en el inte- rin? Muchos investigadores se han preguntado, perplejos, estas cuestiones, e incluso han acufado una expresi6n para ello: la paradoja sapiente.'* Unos cuantos lo levaron tan lejos como para postular alguna mutaci6n tardia en el cerebro humano a fin de explicar las capacidades culturales aparentemente superiores de los europeos del Paleolitico Superior, pero tales opiniones ya no se toman en serio. En realidad, cada vez queda mas claro que el problema ente- ro es un espejismo. Las razones por las que las pruebas arqueo- 108 légicas son tan abundantes en Europa es que los gobiernos europeos tienden a ser ricos; y que instituciones profesionales, sociedades cientificas y departamentos universitarios han estado inyestigando la prehistoria en el patio de su casa desde hace mucho mas tiempo que en otras partes del mundo. A cada ano que pasa se van acumulando mas pruebas de complejidad con- ductual temprana por todas partes: no solo Africa, sino también la peninsula ardbiga, el sudeste asiatico y el subcontinente in- dio." Incluso en el momento de escribir estas lineas, un yaci- miento en una cueva en la costa de Kenia, llamada Panga ya Saidi, arroja evidencia de cuentas de concha y pigmentos artifi- ciales de hace 60.000 aiios;'* también las investigaciones en las islas de Sulawesi y Borneo esta ofreciendo una panoramica a un imsospechado mundo de pinturas rupestres, muchos miles de aos mds antiguas que las famosas imagenes de Lascaux y Alta- mira, al otro extremo de Eurasia.” No cabe duda de que algun dia se descubriran ejemplos de complejo arte pictérico en al- gin lugar del continente africano. Asi pues, si acaso, Europa llegaba tarde a la fiesta. Incluso tras su colonizacion inicial por los seres humanos —que co- menzo alrededor del 45000 a.C.—, el continente estaba atin scasamente poblado, y los recién llegados coexistieron alli, si bien muy brevemente, con poblaciones neandertales bien asentadas (que estaban también enzarzadas, por su parte, en varios tipos de actividades culturales).'° La razon del aparente florecimiento cultural repentino justo tras su llegada podria tener algo que ver con el clima y la demografia. Por decirlo de un modo crudo: debido al movimiento de las placas de hielo, las poblaciones humanas en Europa vivian en espacios mas di- ficiles y aislados que los que nuestra especie hubiera encon- trado nunca antes. Los valles, ricos en caza, y la estepa estaban limitados por tundra al norte y densos bosques costeros al sur. Tenemos que imaginar a nuestros antepasados moviéndose en espacios relativamente cerrados, dispersandose y reuniéndose, siguiendo los movimientos estacionales del mamut, del bisonte y de los rebafios de ciervos. Aunque el nimero total de indivi- duos debe de haber sido sorprendentemente pequeno,"” Tila 109 densidad de interacciones entre humanos parece haber aumen- tado radicalmente, sobre todo en determinados momentos del aio. Y con ellas parecen haber Ilegado notables explosiones de expresi6n cultural.'* 2POR QUE INCLUSO LOS INVESTIGADORES MUY SOFISTICADOS SE AFERRAN A LA IDEA DE QUE LA DESIGUALDAD SOCIAL TIENE UN ORIGEN? Como veremos en un momento, las sociedades que dieron lu- gar a lo que los arquedlogos llaman periodo Paleolitico Supe- rior (aproximadamente entre el 50000 y el 15000 a.C.), con sus enterramientos «principescos» y sus edificios comunales, pare- cen desafiar totalmente nuestra idea de un mundo poblado por diminutas bandas igualitarias de recolectores. La diferen- cia es tan profunda que algunos arquedlogos han comenzado a adoptar el punto de vista opuesto, hablando de la Europa de la Edad de Hielo como poblada por sociedades «jerarquicas» 0, incluso, «estratificadas». En esto hacen causa comin con los psicdlogos evolucionistas, que insisten en que la conducta de dominio viene en nuestros genes, de tal modo que, en cuanto la sociedad deja de estar formada por diminutas bandas, ha de tomar necesariamente la forma de unos dominando a otros. Casi todo el mundo que no es un arquedlogo especializado en el Pleistoceno —es decir, casi todo el mundo que no se ve obligado a enfrentarse a las pruebas— sencillamente lo ignora y contintia exactamente igual que antes, escribiendo como si fue- se un hecho asumido que los cazadores-recolectores vivian en un estado de inocencia primordial. En palabras de Christopher Boehm, parecemos condenados a interpretar un interminable reciclaje de la guerra entre «halcones hobbesianos y palomas rousseaunianas»: quienes ven a los humanos como jerarquicos 0 como igualitarios por naturaleza. A este respecto, la obra misma de Boehm es reveladora. Boehm, arquedélogo evolutivo especializado en primates, sos- tiene que, si bien los humanos poseen una tendencia instintiva 110 alaconducta dominadora-sumisa, sin duda heredada de nues- tos ancestros simios, lo que distingue a las sociedades huma- mas es nuestra capacidad de tomar la decision consciente de no actuar de esa manera. Mediante un minucioso trabajo realiza- doa través de narraciones etnograficas de bandas recolectoras igualitarias existentes en Africa, Sudamérica y el sudeste asiati- co, Boehm identifica toda una panoplia de tacticas colectiva- mente usadas para bajar los humos a los posibles abusones y fanfarrones: ridiculizarlos, avergonzarlos, desdenarlos (y, en el de sociépatas reincidentes, a veces el asesinato, sin mas) ,'° ninguna de las cuales tiene parang6n entre otros primates. Por ejemplo, aunque los gorilas no se mofan unos de otros por ponerse a golpear el pecho, los humanos lo hacen con regu- laridad. Mas sorprendente atin: aunque la conducta agresiva bien puede ser instintiva, la lucha contra ella no lo es. Se trata de una estrategia bien pensada, y las sociedades recolectoras que la emplean muestran lo que Boehm llama «inteligencia actuarial». Es decir, imaginan como seria su sociedad si hicieran las cosas de otro modo: si, por ejemplo, no se quitara importancia sistemati- camente a los cazadores mas habiles, 0 si la carne de elefante no la repartiera alguien escogido al azar (en lugar de, por ejem- plo, la persona que lo haya matado). Esto, concluye, es la esencia de la politica: la capacidad de reflexionar conscientemente en las distintas direcciones que podria tomar la propia sociedad, y ofrecer argumentaciones explicitas sobre por qué deberia tomar un camino y no otro. En este sentido se podria decir que Arist6- teles tenia razon cuando describié a los seres humanos como «animales politicos», puesto que esto es precisamente lo que los demas primates nunca hacen, al menos que sepamos. Es una argumentaci6n brillante e importante, pero, como tantos autores, Boehm parece extrafamente reacio a tener en cuenta la totalidad de sus implicaciones. Hagdémoslo ahora. Si la esencia misma de nuestra humanidad consiste en el he- cho de que somos actores politicos conscientes de nosotros mis- mos, y, por lo tanto, capaces de adoptar una amplia gama de disposiciones sociales, :no significaria eso que los seres huma- nos deberian haber explorado una amplia gama de disposicio- lll nes sociales a lo largo de la mayor parte de nuestra historia? Hacia el final, de un modo desconcertante, Boehm asume que, hasta hace poco, en cambio, la mayoria de los seres humanos escogia exactamente las mismas disposiciones —que fuimos es- trictamente «igualitarios durante miles de generaciones antes de que las sociedades jerarquicas comenzaran a aparecer»—, con lo que devuelve nuevamente a los humanos, como quien no quiere la cosa, al Jardin del Edén. Tan solo con el comienzo de la agricultura, sugiere, acabamos adoptando la jerarquia. Antes de hace 12.000 arios, insiste Boehm, los humanos éramos basi-— camente igualitarios, viviendo en lo que él denomina «socieda- des de iguales, y fuera de la familia no habia dominadores».”” De modo que, segtin Boehm, durante unos 200.000 anos, los animales politicos escogieron vivir de una sola manera; lue- go, evidentemente, comenzaron a arrojarse hacia sus cadenas y los patrones de dominaci6n simiescos reaparecieron. La solu- cién a la batalla entre

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