Download as docx, pdf, or txt
Download as docx, pdf, or txt
You are on page 1of 1

El psicoterapeuta bisoño cae fácilmente en las garras del síntoma, lo planteará como el problema,

sin percatarse que comenzó como solución al tratar de proteger el sí mismo del portador. Tanto la
familia como los terapeutas se dejarán encandilar por el brillo del síntoma, creándose la ilusión de
que ante su desaparición surgirá campante la felicidad. La familia ha olvidado el torbellino
relacional condicionante del surgimiento del síntoma. Por ello, pueden ocurrir dos cosas ante la
amenaza de supresión del síntoma: la primera, el abandono intempestivo de la terapia y el
empeoramiento del cuadro sintomático.

La familia pide cambiar sin cambiar. La paradoja de la demanda terapéutica puede entenderse
como el terror ante el sufrimiento legítimo yacente detrás de los sacrificios. Pretende el equilibrio
como la meta inexorable de la vida, sin comprender la necesidad del conflicto para la
reestructuración del sistema, en algunos casos permitir la emancipación y desvinculación de los
hijos, en otras asumir el vacío de los vínculos pseudoamorosos, en otros, afrontar las pérdidas.

Los psicoterapeutas sistémicos hemos sido entrenados para actuar con irreverencia ante los
síntomas. No nos dejamos llevar por el dramatismo que los acompaña. Nos interesa el sufrimiento
subyacente escondido en el trasfondo de varios sentimientos.

Cuando el paciente o la familia nos presentan al síntoma, éste parece ser una persona importante.
Es común en el problema con el alcohol, que la persona se presente así: “soy alcohólico (a)…” Es
como si el síntoma se hubiese convertido en la identidad del portador, no dice: “a veces me meto
en problemas cuando bebo alcohol”. No lo hace así, ES alcohólico.La familia presenta de igual
forma a su hijo (a) con síntomas: “mi hija es anoréxica”.

El síntoma da identidad, retirarlo implica destruir el sentido de vida de la persona y de quienes


están preocupados. La anoréxica dejará de ser anoréxica para mostrar el vacío de su existencia. La
supresión del refugio desprotegerá a todos de la tormenta nociva. No quedará otra que mirarse
unos a otros, vislumbrar el vacío detrás de la mirada.

Detrás del síntoma familiar usualmente se encuentra una pareja desamorada. Mientras mayor es
la carencia de amor conyugal más gigantesco es el síntoma. Apartar al hijo (a) de la vinculación
patológica obliga a los cónyuges a mirar hacia el abismo de su relación. Sin embargo las cosas no
son tan sencillas.

La pareja es una ilusión, una extraña construcción abstracta, un ente inexistente. No existen dos,
ni tres. Existe uno frente a una. Ese uno es una persona arrojada al océano del amor conyugal con
la esperanza de encontrar su integridad en la conyugalidad. Pronto se instala el desencanto, ella
(él) no es quien esperaba que sea. Es más me siento más solo con ella que cuando no la conocía. El
amor exige desprendimiento de expectativas, obliga a la aceptación incondicional del otro y a la
necesidad de sacar lo mejor del otro en un proceso infinito de reciprocidades.

Pero si uno (a) no fue amada, no sabrá amar. Esperará ser completado en la relación, buscará lo
que no recibió y pretenderá cambiar al otro ante la decepción. En ese afán convocarán a los hijos
en la batalla encarnizada para vengarse de quien les prometió completarlos.

Las parejas desamoradas provienen del sufrimiento, la inadecuada estructuración del sí mismo. De
ahí que el síntoma del hijo(a) los distrae de sí mismos, es decir, del vacío personal.

You might also like