CAO Capítulo I 2019

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Capítulo I (Última ed)

LA EFIGIE DEL PERSONAJE

Las veladas transcurrían entre lecturas, comentarios de los nuevos libros, conferencias
improvisadas, recitaciones poéticas, música clásica y, más que todo, la crepitante algazara de los
mozos que incursionaban con frecuencia en los restaurantes y cafés de la ciudad.
Antenor Orrego

1. FACTORES INFLUYENTES EN EL SURGIMIENTO DEL “GRUPO NORTE”


EN TRUJILLO
La vida y el pensamiento de los personajes ilustres no se explican cabalmente sin el conocimiento, aunque
fuese panorámico, del lugar y de la época en que vivieron. Su grandeza no sólo nace de su inteligencia y de su
educación gracias a las cuales, según el caso de cada personaje, escribieron libros, crearon teorías, enunciaron
leyes científicas, inventaron máquinas, produjeron sus obras de arte… en fin, dijeron su palabra o realizaron
su acción, sino que a las cualidades personales también se unen los factores propios del espacio y tiempo que
gravitaron sobre ellos. La vida familiar, las relaciones interpersonales, los sucesos del terruño, del país y del
mundo influyen en todos los seres humanos, particularmente en las etapas de la infancia y juventud. Unos
factores se originan dentro del país; otros, tienen causas externas o lejanas. Unos son coadyuvantes, otros
decisivos.
En esta perspectiva, a los jóvenes que comenzaron a destacar en Trujillo durante la segunda década del siglo
XX y confluyeron en el Grupo Norte, les tocó vivir, durante los años decisivos de su formación y en los inicios
de su actividad intelectual, un tiempo en el cual acaecieron trascendentales hechos históricos en la ciudad, la
región norte, el Perú, América Latina y el mundo entero.
EL ANARCOSINDICALISMO
Los trabajadores e intelectuales del Perú y de América Latina de comienzos de la centuria pasada recibieron
fuerte influencia del anarquismo, corriente ideológica que, surgida en Europa a mediados del siglo XIX,
propugnaba una sociedad con irrestricta libertad y, por ello, su mayor aspiración era la desaparición del Estado
y de toda forma de poder.
El francés Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) fue uno de sus abanderados más destacados, criticó
severamente la propiedad privada y fundó el movimiento mutualista. Mikail Bakunin (1814-1876), ruso, otra
cabeza de esta doctrina, en su defensa de la libertad individual absoluta, rechazó al socialismo marxista. El
príncipe ruso Pedro Aleseych Kropotkin (1842-1921), también figura destacada entre los ácratas, escribió
libros de mucha acogida entre estudiantes y trabajadores peruanos, y fue uno de los primeros personajes
notables en enrostrar públicamente a Lenin sus métodos autoritarios para imponer el comunismo. Y el italiano
Enrico Malatesta (1853-1932), cierra la etapa de los grandes teóricos del anarquismo al que lo identificó con
ideales éticos y sociales. Ellos y los anarquistas en general –no obstante sus diferencias en ciertos aspectos-
coincidieron en rechazar toda forma de dictadura, exaltaron los valores de la fraternidad entre los hombres y
de la libertad individual sin límites, motivo por el cual se les llama libertarios. En el Perú, la figura intelectual
más notable que abrazó las ideas anarquistas fue Manuel González Prada (1848-1918), cuyas obras Pájinas
Libres y Horas de Lucha, presentan la cruda realidad peruana de fines del siglo XIX y principios del XX,
señalan el problema del indio y plantean la colaboración del intelectual con el obrero. Por su actitud rebelde,
su firme posición moral, su política radical frente a los problemas nacionales, logró la admiración de
estudiantes y obreros que lo consideraron su maestro.
En la realidad social de entonces, en que las extenuantes jornadas de trabajo se extendían hasta más de doce
horas diarias, con bajos salarios y condiciones de vida humillantes, el anarquismo encontró terreno fértil entre
los obreros. Sus ideas se fusionaron con el sindicalismo e impregnaron las organizaciones de los trabajadores
en Lima, las principales ciudades y centros laborales del país. Los primeros gremios y huelgas fueron
promovidos por los libertarios. En Trujillo, fundaron sociedades mutualistas y otras instituciones, tales como
la Liga de Artesanos del Perú (1898) que aún existe. Los trabajadores azucareros de los valles de Moche y
Chicama abrazaron el anarcosindicalismo y organizaron gremios para defender sus derechos. Allí existía el
abusivo sistema de “enganche”, similar a la “mita” de los tiempos coloniales, que ataba al trabajador con el
contratista. Las huelgas fueron el medio de su lucha reivindicatoria, pero sus reclamos eran reprimidos
violentamente por la policía, puesta del lado de los hacendados. Por lo general, las paralizaciones de labores
terminaban con el derramamiento de sangre de los trabajadores, como sucedió con la masacre de 1912 en Casa
Grande. La historia registra los nombres de bravos luchadores sociales de Trujillo y los valles vecinos que
abrieron el camino de los derechos laborales.

Liga de Artesanos del Perú, Trujillo. Foto: ERO, 2019.

Los anarquistas trujillanos tenían una biblioteca que izaba cada primero de mayo una bandera roja, símbolo
de su ideología. Entre los que alcanzaron notabilidad figuró Julio Reynaga. Los estudiantes de espíritu
justiciero mantenían relaciones cordiales con ellos, en forma individual o mediante el Centro Universitario, y
brindaban apoyo a los trabajadores a través de artículos periodísticos, como en repetidas ocasiones lo hizo
Antenor Orrego.

LA REVOLUCIÓN MEXICANA
Uno de los acontecimientos de mayor trascendencia del siglo pasado, particularmente para América Latina,
fue la Revolución mexicana, iniciada en 1910. México estaba gobernado por el general Porfirio Díaz (1830-
1915) que durante largos años –desde fines del siglo XIX- imponía su férrea voluntad en el país. La
constitución política era mellada; las libertadas ciudadanas, recortadas; la represión de las protestas contra su
régimen opresor se acallaban con dureza. La riqueza nacional, sobre todo el petróleo, era absorbida por el
capital extranjero. Y el aspecto moral del país iba hacia el precipicio. Los asesores del presidente se inscribían
en la corriente filosófica del positivismo y se les conocía como “los científicos”, entre los cuales hubo algunos
intelectuales connotados.
Previos fallidos motines, la revolución estalló el 20 de noviembre de 1910, año en el que Díaz, una vez más,
se impuso en las elecciones. Pero como el alzamiento popular avanzó, se vio obligado a dimitir en 1911.
Francisco I. Madero fue el iniciador del movimiento, en torno del cual se congregaron los luchadores por la
libertad y la justicia social. Su lema, “sufragio efectivo; no reelección”, tuvo acogida en las mayorías populares,
que además del cambio político, exigían rumbo social, particularmente, la liquidación del latifundismo
mediante el reparto de la propiedad de la tierra, del que fue abanderado Emiliano Zapata, representante del
espíritu agrarista, cuyas palabras “Tierra y Libertad”, calaron hondamente entre los campesinos, víctimas de
secular explotación por parte de los grandes hacendados.
Con avances y retrocesos, adhesiones y felonías entre sus caudillos militares y civiles, la Revolución
mexicana fue un largo proceso que costó numerosas vidas. Movimiento espontáneo pero vigoroso, con
improvisaciones y tanteos, superados por la fuerza vivificante del pueblo, no se guió por una ideología
específica, comenzó sin un plan concreto, se hizo sin un programa delineado. Sin embargo, se convirtió en la
primera revolución social –no socialista- del siglo XX. De la acción contra la reelección presidencial, la falta
de libertad, el avance imperialista sobre las riquezas del país, la explotación del indígena, y después de años
de lucha armada y derramamiento de sangre, la revolución pasó a un cause doctrinario y se institucionalizó
mediante la Constitución de Querétaro, aprobada en 1917, durante el gobierno de Venustiano Carranza.
En el fragor de la contienda, surgieron, junto a los caudillos militares, espontáneos líderes populares, entre
ellos, Doroteo Arango, más conocido por su sobrenombre de Pancho Villa, de firme postura agrarista y
antifeudal. La defensa de la soberanía, el rechazo al imperialismo estadounidense, la postura nacionalista y al
mismo tiempo latinoamericanista, la política agraria a favor del campesino y cierta posición anticlerical,
estuvieron presentes en los principales caudillos y en decisiones de los gobiernos nacidos al calor de la
revolución. El derecho de los trabajadores a sindicalizarse y defenderse, la separación de la Iglesia y el Estado,
el pregón de la unidad de América Latina, el reconocimiento de la ciudadanía continental, la defensa de la
identidad cultural, el apoyo a la creación artística y el gran impulso que mereció la educación, le dieron a
México un nuevo rumbo. Durante el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924), el país alcanzó notoriedad en
el campo educativo gracias al dinamismo de la Secretaría (Ministerio) de Educación dirigida por el maestro
José Vasconcelos. Campañas de alfabetización, “misiones culturales” dirigidas a poblaciones del campo y de
las montañas, edición de libros, creación de bibliotecas, cultivo y difusión de las artes, apoyo a los pintores –
cuyos murales aún se aprecian en edificios públicos-, mejoramiento de la educación universitaria…en fin, una
gran obra de educación en las aulas y las masas, le dieron a México fama en todo el continente. Vasconcelos
reunió a educadores y otros intelectuales de diversas áreas, mexicanos, unos, y de otros países, para realizar su
labor. Entre los últimos merecen ser nombrados Víctor Raúl Haya de la Torre (presidente de la Federación de
Estudiantes del Perú, deportado por el gobierno de Augusto B. Leguía), Gabriela Mistral (poeta chilena, futura
Premio Nobel de Literatura) y el argentino Julio R. Barcos (que llegó a destacar en el campo pedagógico).
Al interior del país, los opositores a la revolución fueron los conservadores, los terratenientes, el clero
vinculado a los grandes propietarios, así como los políticos de posiciones extremistas. Y en el frente externo,
los sectores hegemónicos de Estados Unidos.
Con sus aciertos y errores, éxitos y fracasos, la Revolución mexicana agitó profundamente la conciencia
política de toda América Latina, de modo especial entre los jóvenes estudiantes, profesionales, intelectuales y
trabajadores. Su definición por la libertad, la soberanía popular y nacional, la reforma agraria, la educación
popular, la democracia y la justicia social, así como su posición antioligárquica, antifeudal y antiimperialista,
y la alianza de diversos sectores ciudadanos para convertir en realidad las ideas de transformación, fueron
estímulo y ejemplo a seguir por parte de las juventudes anhelantes de mejores condiciones de vida en nuestros
países, sobre todo en los cuales su economía era semejante y los campesinos sufrían cruel explotación.
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
En el periodo comprendido entre 1914 y 1918, Europa fue escenario de la primera guerra de proyección
mundial. Nunca antes de esa contienda, la humanidad fue profundamente conmovida por los terribles
acontecimientos protagonizados por los países involucrados. Inicialmente, de un lado estuvieron: Inglaterra,
Francia y Rusia (Triple Entente); y por otro lado: Alemania, Austria-Hungría e Italia (Triple Alianza). Pero
después habrá reacomodos. Las causas del conflicto fueron múltiples, pero la pretensión hegemónica de
Alemania en lo político y económico fue la causa esencial, a lo cual se unían las rivalidades de Austria y Rusia
por la posesión de territorios en los Balcanes, el anhelo de Francia por recuperar las provincias de Alsacia y
Lorena en poder de Alemania a raíz de su derrota en 1870; asimismo, las grandes rivalidades comerciales de
los países más desarrollados de Europa. Estados Unidos intervino en contra de Alemania a raíz del hundimiento
–con el empleo de la nueva arma submarina- del barco de pasajeros “Lusitania” en el que perdieron la vida
muchos de sus ciudadanos. Los países beligerantes de Europa movilizaron –en conjunto- más de 50 millones
de combatientes en todo el tiempo que duraron las operaciones militares. Por su parte, Estados Unidos envió
un millón de soldados, cuya participación fue decisiva en el desenlace de la guerra.
Diversos tratados pusieron término a la conflagración, el de mayor importancia fue el de Versalles. Alemania
terminó derrotada.
Si bien las causas fueron europeas, las consecuencias recayeron en todo el planeta. Se calcula más de 15
millones de vidas humanas perdidas en los campos de batalla y en las ciudades destruidas. Cayeron diversas
monarquías de Europa y dieron paso a formas republicanas de gobierno; cambió el mapa político de ese
continente con la aparición de nuevos Estados independientes; apareció la ideología política del comunismo y
entró en disputa con las formas democráticas del mundo occidental. Estados Unidos se encumbró como
primera potencia política y económica del mundo. Europa fue aquejada por una profunda crisis con
repercusiones en todo el orbe. Las batallas devastaron los campos con lo cual se redujo la producción
agropecuaria. A la escasez de alimentos se unieron las enfermedades y epidemias. La paralización de las
actividades económicas acarreó desocupación. Por otro lado, mejoraron las comunicaciones y el transporte, y
hubo avance en las ciencias médicas.
En el Perú disminuyeron las importaciones de maquinaria y equipos industriales, lo cual ocasionó
alteraciones en la economía, pero aumentaron las exportaciones de algodón, azúcar, petróleo, cobre y otros
minerales. La intensificación de los cultivos, produjo auge de las haciendas costeñas, el enriquecimiento de
sus dueños, pero también la escasez y carestía de los alimentos. Si bien se incrementó la producción minera y
agroindustrial, la mayoría de la población sufrió los efectos de la guerra.
Los hechos y resultados de tan terrible beligerancia fueron, indudablemente, motivo de reflexión entre los
grupos juveniles más lúcidos, que valoraron la vida humana, las relaciones pacíficas entre los hombres y
pueblos, y la necesidad de exaltar la libertad y la justicia. La secuela de destrucción y muerte, los haría formar
conciencia de buscar el progreso sin acudir a la violencia. Esta conflagración les permitió descubrir los
problemas de Europa, desvanecer el deslumbramiento frente a ella y acometer al colonialismo mental que
generaba en América Latina.
LA REVOLUCIÓN RUSA
El zar Nicolás II, gobernaba Rusia desde 1894, había implantado un régimen despótico; sus súbditos
carecían de libertades y derechos elementales; la mayoría de la población (campesinos, obreros, artesanos y
empleados) sufría explotación, vivía en la pobreza y padecía hambre, mientras los nobles poseían riquezas y
gozaban de privilegios; las tierras pertenecían a pocas personas; las jornadas de trabajo alcanzaban hasta quince
horas al día y los salarios eran bajos. Ante la indiferencia del gobierno y de la nobleza frente a esas condiciones
precarias de vida, el pueblo no tuvo otra alternativa que proclamar un trato digno y humano mediante la
revolución. En 1917, se presentaron las condiciones propicias para el levantamiento. El ejército ruso fracasaba
en la Primera Guerra Mundial, las principales ciudades, sobre todo Petrogrado, sufrían el flagelo de la
hambruna, lo cual desató la turbulencia popular, acrecentada por las medidas represivas del gobierno. Así las
cosas, los trabajadores se amotinaron (febrero de 1917) y miles de soldados se plegaron al movimiento. Los
mencheviques –seguidores moderados del socialismo- lideraron el descontento que, al generalizarse, condujo
a la abdicación del zar (en marzo). La monarquía fue abolida y se estableció la república, el soviet o consejo
revolucionario (obreros, campesinos y soldados) eligió un gobierno provisional al mando de Alejandro
Kerensky. Pero no satisfizo las expectativas populares y, mediante la llamada Revolución de Octubre, fue
derrocado por los bolcheviques –socialistas partidarios de la toma violenta del poder- liderados por Vladimir
Illich Ulianov (1870-1924), más conocido como Lenin. A los pocos años, Lenin conformó la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
La Revolución rusa aportó un mensaje de redención de los oprimidos, inflamó la imaginación de las
juventudes obreras y estudiantiles, y las motivó en la lectura del marxismo. Entonces, con la caída de la
monarquía zarista, pensaron que el gobierno de los pobres era posible. Las promesas de una sociedad igualitaria
y la consecución de la justicia social conmovieron a los sectores anhelantes de terminar con la explotación del
hombre por el hombre, como era el caso de la inquieta juventud de Trujillo. Pero no pasó de una ilusión. Pronto
sufrieron decepción, al evolucionar la URSS hacia un Estado absolutista, sin libertades ni oposición política.
A la muerte de Lenin, su fundador, le sucedió José Stalin (1879-1953), cuyo poder omnímodo implantó un
régimen totalitario y profundizó el capitalismo de Estado, el poderío militar y el gobierno centralizado. En
verdad, la URSS no llegó a ser propiamente ni socialista ni comunista. Devino en una superpotencia con
características imperialistas. Con todo ello, practicó la explotación del hombre por el Estado. En el Perú, la
juventud y el pueblo aspiraban conseguir la justicia social pero sin sacrificar la libertad. Esa fue una nota típica
de los conformantes del Grupo Norte.
LA REFORMA UNIVERSITARIA
A lo largo de la historia universitaria del Perú se realizaron diferentes reformas, pero la reforma por
antonomasia es la que se inició el año de 1918 con el Grito de Córdoba, Argentina, y en el Perú en 1919. Fue
un intenso y amplio movimiento estudiantil orientado a terminar con las obsoletas estrategias académicas y
administrativas, y abrir las universidades a su contexto social. Como este, ningún otro movimiento alcanzó
tanta importancia en la transformación cultural y educacional del Perú y de América Latina durante toda la
historia contemporánea, distinto a las asonadas que convulsionaron la agitada vida política de la república.
Frente a la realidad dramática de las universidades, durante las primeras décadas del siglo, los únicos que
adoptaron una posición activa, firme y constante para enmendar rumbos, fueron los alumnos, no los profesores
ni autoridades. Las iniciativas de cambio partieron de aquéllos, no de éstos.
El movimiento reformista eliminó el predominio nepótico, plutocrático y oligárquico enquistado en cátedras
y órganos de gobierno de las universidades. Combatió la obsolescencia de los contenidos de aprendizaje, el
trato autoritario al alumnado y auspició el estudio de la realidad nacional. Los reformistas hicieron frente al
colonialismo mental e iniciaron la movilización por la búsqueda y realización de lo auténtico, de lo nuestro; la
independencia cultural y la identidad nacional. La Reforma Universitaria dio inspiración, rumbo y pensamiento
en el orden sociocultural.
A raíz de la reforma, las universidades incrementaron su número de alumnos y de asignaturas sobre temas
nacionales; renovaron su cuerpo de profesores y sus métodos de enseñanza; se vincularon con la comunidad;
adquirieron orientación social. Se inició la democratización de la educación.
El movimiento tuvo en Argentina como líder principal a Gabriel del Mazo; en Colombia a Germán
Arciniegas. En el Perú el abanderado indiscutible fue Víctor Raúl Haya de la Torre; además destacaron: Jorge
Guillermo Leguía, Luis Alberto Sánchez, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, Manuel Seoane y Manuel
Abastos.
El primer congreso nacional de estudiantes se realizó en Cusco en 1920, organizado y presidido por Haya
de la Torre. Allí se acordó fundar las universidades populares, cuya inauguración ocurrió en 1921, luego fueron
bautizadas con el nombre de González Prada, y mediante ellas se hizo obra trascendente en la educación de
las clases trabajadoras, no vista antes ni repetida después.
El movimiento reformista propugnó una universidad democrática, autónoma, integral, dinámica, social,
científica y humanista. Ha legado, en la teoría o en la práctica, diversidad de postulados, la mayoría de ellos
en plena vigencia: comunidad universitaria integrada por profesores, alumnos y graduados; autonomía
institucional en sus aspectos académico, normativo, administrativo y económico; libertad de cátedra; cátedra
libre; asistencia libre; cátedra paralela; temporalidad de la cátedra y su provisión mediante concurso; gratuidad
de la enseñanza; participación estudiantil en el gobierno universitario; aplicación de métodos activos en el
proceso de enseñanza-aprendizaje; democratización de la universidad; proyección hacia el pueblo y
preocupación por los problemas nacionales; orientación hacia la integración latinoamericana. Los jóvenes
asumieron sus responsabilidades como estudiantes y ciudadanos. Se preocuparon tanto por introducir cambios
en sus instituciones académicas cuanto por acercarse a los trabajadores, cuyos problemas no les fueron
indiferentes.
Al tiempo que recibían el impacto del movimiento reformista, Orrego y muchos integrantes del Grupo Norte,
igual que otros personajes coetáneos, como los antes citados, fueron sus impulsores y protagonistas. Por eso,
la denominación de “Generación de la Reforma Universitaria”.
LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA Y TECNOLÓGICA
Los primeros años del siglo XX no solo están marcados por los cambios políticos y sociales, sino también
por el progreso científico y su manifestación tecnológica. Diversos aportes decimonónicos fueron recusados.
Con el desarrollo de las ciencias matemáticas y físicas, se abrieron paso nuevos conceptos sobre materia, masa,
energía, movimiento, velocidad y muchos más, cuyas repercusiones fueron enormes en todas las
manifestaciones del conocimiento. Surge la física relativista y quántica. Los esposos Pierre Curie (1859-1906)
y Marie Sklodwska (1867-1934) descollaron en sus investigaciones sobre la radioactividad y descubrieron
nuevos elementos químicos. Albert Einstein (1879-1955) formuló la teoría de la relatividad, de suma
trascendencia en el avance científico. La primera transmutación del átomo fue hecha (1919) por Ernest
Rutherford (1871-1937). Y por su lado, Nilhs Bohr (1885-1962) aportó con sus estudios sobre la estructura del
átomo. Los trabajos de Max Planck (1858-1947) desembocaron en su teoría de los quanta. Guillermo Marconi
(1874-1937) realizó las primeras pruebas de transmisión inalámbrica mediante ondas hertzianas, perfeccionó
la radio y sentó las bases de la televisión. La fisiología cuenta entre sus grandes representantes a Santiago
Ramón y Cajal (1852-1934). Durante la Primera Guerra Mundial, Alexander Fleming investigaba sustancias
antibacterianas que no fuesen tóxicas para el organismo humano y años después (1928) descubrió la penicilina
y con ella inició la era de los antibióticos.
La relación precedente, rápidamente expuesta, es solo una muestra, no agota el aporte del intelecto de
principios del siglo XX al incesante proceso creador que hemos vivido y seguimos viviendo, dentro de la
llamada “revolución científica y tecnológica”, cuyas posibilidades para hacer más llevadera la vida de toda la
humanidad son insospechadas.
Las juventudes estudiantiles de las primeras décadas del siglo anterior procuraron estar informadas de tan
formidables avances que impactaron en sus mentes y sus actos, y despertaron una nueva conciencia sobre las
conquistas del intelecto como vías para progresar.
LA REALIDAD NACIONAL
Los hechos exógenos –como los expuestos anteriormente- si bien impactaron en las generaciones jóvenes
del Perú, no fueron determinantes, pero sí coadyuvaron en la gestación y en las líneas generales de la filosofía
y acción del Grupo Norte. En cambio, la situación del propio país de aquellos años, en particular de Trujillo y
su entorno inmediato, así como de la región norte, vale decir, los factores endógenos, tuvieron un peso de
mayor gravitación. La realidad social, económica, política y cultural de entonces, vivida por una juventud con
sensibilidad social, hubo de influir decisivamente en la formación de una nueva conciencia frente a su
problemática y en la aspiración de transformarla.
Durante los primeros decenios de la centuria pasada, socialmente se distinguían en el Perú tres clases. Una,
la clase rica o pudiente, en parte, heredera de la nobleza colonial (aristocracia) y orgullosa de su añeja alcurnia,
que pasó a la república con su mismo poder; a ella se unieron los nuevos ricos surgidos durante el auge del
guano y del salitre. La componían los grandes terratenientes y propietarios de minas, los grandes empresarios
del comercio de exportación e importación y de la industria, asimismo los banqueros. Era la minoría de la
población pero con fuerte influencia política (oligarquía) en razón de su enorme poder económico
(plutocracia). Encumbrados hombres públicos (presidentes, ministros, legisladores) salieron de su seno.
También se le llama gran burguesía.
Otra, la embrionaria clase media la integraban pequeños y medianos propietarios de tierras, comercios e
industrias, empleados, profesionales, intelectuales, estudiantes y sectores poblacionales de mediano poder
adquisitivo en el gran mercado. Allí germinó la emoción social y el interés por los problemas nacionales, la
crítica contra la injusticia y el autoritarismo, el anhelo de mejora de las grandes mayorías, lo cual se fue
evidenciando con su creciente participación política, tan es así que de ella surgieron grandes ideólogos,
fundadores y conductores de partidos que alcanzaron adhesión popular. Y de allí en lo que corrió del siglo,
salieron también las figuras más representativas de las letras, artes y ciencias del Perú contemporáneo, como
fue el caso del Grupo Norte y de la Generación del Centenario en su conjunto.
Y la clase popular, compuesta principalmente por campesinos, obreros y artesanos, era la mayoritaria. Por
lo general, sobre ellos recaía cruel explotación, así entre los asalariados de las haciendas de caña de azúcar y
algodón de la costa, como entre los campesinos, víctimas de los gamonales de las regiones altoandinas, y entre
los obreros de los asientos mineros. Todos los trabajadores manuales tenían bajos ingresos y escaso poder
adquisitivo de productos manufacturados. En muchísimos lugares, por su deficiente alimentación, pobre
vestimenta, mala habitación, falta de medicación y su analfabetismo, vivían en condiciones infrahumanas. A
ello se sumaba el consumo de coca y alcohol que minaban su salud. Entre los trabajadores más cultos, caló el
anarcosindicalismo y surgieron inquietudes de organización gremial y participación política. Con el apoyo de
los estudiantes, lograron ciertos avances en la legislación social, tal el caso de la jornada de 8 horas diarias de
trabajo en 1919.
En el aspecto económico, cabe anotar que las grandes haciendas de caña de azúcar se iniciaron con el siglo.
La concentración de la pequeña y mediana propiedad dio origen a los latifundios en manos de empresarios
extranjeros: Casa Grande, la más vasta hacienda del país, y Laredo (Gildemeister, alemán); Cartavio y
Paramonga (Grace, estadounidense). Las haciendas de Chiclín y Roma, de inmigrantes italianos (Larco),
pasaron a sus descendientes peruanos. Los antiguos trapiches fueron desplazados por los grandes ingenios.
Los trabajadores procedían, en su mayoría, de las regiones altoandinas, reclutados mediante el sistema de
“enganche” a cargo de contratistas, intermediarios entre la empresa y la mano de obra. Los trabajadores vivían
miserablemente, hacinados en campamentos levantados alrededor de los ingenios. Casa Grande, autorizada
por el gobierno, construyó un ferrocarril hasta el puerto de Malabrigo y por él realizó su propio comercio de
exportación e importación. Fue un verdadero enclave.
La economía de enclave también se dio en el petróleo y la minería. En el norte se formó uno de ellos desde
comienzos de la república, en los yacimientos petroleros de la Brea y Pariñas (Piura) que en 1916 pasó a manos
de la International Petroleum Company. Diversas decisiones de gobierno buscaron, infructuosamente,
solucionar el grave problema de la propiedad y del pago de impuestos. (La solución llegó recién en la década
del 60). Desde el primer lustro del siglo, la producción de cobre y petróleo desplazaron a la de oro y plata. En
el centro se estableció y comenzó a operar la compañía estadounidense Cerro de Pasco Cooper Corporation.
En La Libertad, la Northern Peru Mining Company explotó las minas de Quiruvilca y el procesamiento lo hizo
en su planta de Shorey. Así, el Perú alcanzó notoriedad como país cuprífero, a partir de la Primera Guerra
Mundial.
A principios de siglo, llegaron los primeros automóviles. El Perú no tenía carreteras; solo caminos de
herradura. Mediante ley del año de 1920 se implantó el servicio obligatorio de los varones comprendidos entre
los 18 y 60 años para la construcción de carreteras. Por ese mismo tiempo surgieron los precursores de la
aeronavegación, el trujillano Carlos Martínez de Pinillos, uno de ellos. Los ferrocarriles cubrían las rutas:
Callao-La Oroya-Cerro de Pasco, Arequipa-Juliaca-Cusco, Ilo-Mquegua, Chimbote-Huaraz, Pacasmayo-
Chilete, Salaverry-Ascope, éste último tenía un ramal que iba de Trujillo a Menocucho, su construcción hasta
la sierra, prevista por los gobiernos del siglo XIX, quedó trunca. A lo largo de la costa, el transporte de
pasajeros y carga se realizaba por vía marítima.
Con el nuevo siglo, lentamente, el alumbrado eléctrico se fue extendiendo. Trujillo contó con esta energía
desde 1907, para cuyo efecto se construyó una planta hidroeléctrica en Poroto. En Lima se inició el transporte
urbano mediante el tranvía eléctrico. Entre algunas ciudades, comenzó a funcionar el servicio de
radiotelegrafía; posteriormente, el uso del teléfono a larga distancia. La primera emisora de radio fue
inaugurada en 1925.
Durante gran parte de nuestra historia republicana, los gobiernos salieron de los grupos oligárquicos y
plutocráticos o fueron rodeados por ellos. A esta nota de la política peruana se une el autoritarismo y el
militarismo, pues, en forma casi pendular, el país vivió periodos de democracia y de dictadura o tiranía, de
gobiernos elegidos por el pueblo y otros resultantes de golpes de Estado. Como siempre, la autocracia abre
paso a la megalomanía, al abuso de la fuerza, no respeta la voluntad popular, base de su antítesis, la democracia.
En la democracia, la fuerza está al servicio del derecho; en la dictadura o tiranía, el derecho está sometido por
la fuerza. En la primera, existe libertad, el pueblo participa sin coacción en la vida política y elige a sus
representantes. La segunda, niega la libertad y todos los derechos humanos e impide o dificulta la elección
popular entre los opositores. Contra esa tremenda opresión se ha luchado en todos los tiempos y lugares. El
Perú ha pasado por periodos de autocracias y gobiernos elegidos por el pueblo que, si bien no se los pueda
calificar siempre de auténticas democracias, su mandato obedecía a normas del Estado de derecho. La
inestabilidad política y la oscilación entre ambos tipos de gobierno son trabas para el desarrollo. Así ocurrió a
principios del siglo XX, antes y también después. La juventud siempre anheló cambiar este orden de cosas,
por una democracia política, social y económica.
En el campo intelectual, el siglo amaneció con la generación del novecientos, predominantemente académica
y con inclinaciones conservadoras; sus principales representantes, Víctor Andrés Belaúnde (1883-1966),
Francisco García Calderón (1883-1953) y José de la Riva-Agüero y Osma (1885-1944), además de su aporte
en la producción intelectual como ensayistas, ejercieron notoria influencia política. Luego apareció el
movimiento Colónida, llamada por Jorge Basadre generación “literatizante y bohemia”, representada por
Abraham Valdelomar (1888-1919), que motivó el renacimiento literario provinciano. Y luego nacen núcleos
intelectuales en Trujillo, Grupo Norte; en Lima, Conversatorio Universitario; en Cusco, Grupo Resurgimiento;
en Puno, Grupo Orkopata, y en Arequipa, Grupo Fiat y otros, e inquietudes fuera de estos grupos, y todos en
conjunto, conforman la Generación del Centenario o de la Reforma Universitaria, también llamada Generación
Vetada. Unos fueron poetas, narradores o ensayistas; otros, pintores o músicos; otros más, historiadores,
filósofos o políticos; la mayoría, periodistas y educadores; todos dirigieron su mirada a la realidad peruana,
para transformarla. Es la generación más brillante, de sus filas salieron personajes cuya fama se extendió por
todo el mundo. A ella perteneció Antenor Orrego.
LA REALIDAD LOCAL Y REGIONAL
Durante los primeros lustros del siglo XX, la ciudad de Trujillo transcurría su vida con la misma quietud de
tiempos anteriores. Según Orrego, era una oscura ciudad, una aldea agraria pero de universitarias presunciones,
de vida sosegada y mansa como los verdes cañaverales de sus alrededores. Aún conservaba su solera colonial,
sus casonas señoriales con grandes portones y balcones volados de madera tallada, ventanas de fierro forjado,
amplios salones y zaguanes, así como la maravillosa arquitectura de sus templos. En sus calles, anchas, unas
empedradas y otras de tierra, pero limpias, se escuchaba el pregón de los vendedores de pan, leche, pescado o
fruta, el trotar de caballos, el chirrido de carretas y carruajes, hasta la llegada de los automóviles. A horas
establecidas, las campanas de sus iglesias coloniales, llamaban a misa, desde la Catedral, del Carmen, la
Merced, San Francisco, San Agustín, Santa Ana y tantas más. Su población no excedía de 16 mil habitantes.
Su nota colonial era acentuada por la muralla construida para resguardarla del asalto de piratas y corsarios.
Y seguían en uso sus grandes portadas: la de Huamán, al oeste, permitía salir al pueblo prehispánico del mismo
nombre y al mar; la de Mansiche, al norte, en dirección de ese pueblo también de origen indígena; la de
Miraflores, al noreste, cerca de la Iglesia de Santa Rosa y de la línea férrea al valle de Chicama; la de Moche,
al sur daba salida a dicho antiguo lugar; y la Portada de la Sierra, al este, por donde partían los viajeros al
interior.
Por lo general, las familias vivían retraídas, en un ambiente de quietud conventual. Las calles cobraban vida
en las primeras horas de la mañana en los alrededores del mercado de abastos, y en otros momentos en las
puertas de cines y teatros. Por las noches, todo era soledad y silencio. Espejo Asturrizaga anota: “La vida se
deslizaba apacible en los interiores de los hogares, sin traspasar sus dinteles, resguardados por sus añosos
portones y las gruesas varillas de las rejas de sus amplias ventanas coloniales. Sociedad cerrada, orgullosa,
egoísta, con un sentido bastante medieval de su clase, de sus abolengos, que vivía todavía dentro de un pasado
aún no renovado”. (Espejo, 1989: 35).
Los colegios de entonces eran el Seminario de San Carlos y San Marcelo, fundado por el obispo trujillano
Carlos Marcelo Corne (1625), San Juan, Instituto Moderno, para varones; y para mujeres: Santa Rosa y
Hermanos Blanco o Belén. Además funcionan numerosas escuelas primarias, tales como el Centro Escolar Nº
241, ubicado en la plaza de armas, donde fue profesor César Vallejo. La universidad, fundada por Simón
Bolívar y José Faustino Sánchez Carrión (10-05-1824), reunía alumnos de todo el norte peruano. Quienes
provenían de fuera, generalmente, vivían en pequeños hoteles y pensiones, llevaban vida sencilla de acuerdo
a las mesadas de sus familiares.
Las principales actividades comerciales y cívicas se realizan en torno al mercado, la plaza de Armas, los
jirones Progreso (hoy Pizarro), Gamarra, Bolívar, Ayacucho y del Arco (Mariscal de Orbegoso de ahora).
Calle Progreso, actual sexta cuadra de la
calle Pizarro (Trujillo, 1915).

Los diarios que circulaban eran La Industria (fundado en 1895 por Edmundo Haya Cárdenas y Teófilo
Vergel), La Reforma, La Razón y El Federal. De Lima, llegaban periódicos y revistas una vez cada semana,
en barco.
Las actividades culturales eran insignificantes. La universidad se concentraba en el desarrollo de las
cátedras, las colaciones de grado y, esporádicamente, alguna conferencia.
Con las fiestas religiosas y familiares o del aniversario patrio, los vecinos rompían el letargo de la ciudad.
Orrego vio a Trujillo como una encrucijada de caminos históricos, una vida colectiva estancada en el pasado
sin poder marchar hacia adelante. La ciudad de Chan Chan, exponente del tiempo pretérito, era un escenario
fascinante donde la fantasía juvenil percibía las voces de los antiguos chimúes, modelaba sus sueños de
renovación y anticipaba realidades de esperanzas que bullían indómitas de creación y de acción. La colonia
parecía anclada en el tiempo y se resistía a perecer. Agrega: “Los templos eran –y lo son todavía- relicarios
preciosos del virreinato y las grandes casonas y solares de las antiguas familias dispersas en las calles le daban
una fisonomía que ya no se encontraba en el mundo moderno. Caprichosos arabescos y escudos nobiliarios
presidían los portones de las moradas aristocráticas y daban testimonio de su prosapia. Los salones artesonados,
cubiertos de alfombras antiguas y de brocados lujosos en las puertas eran verdaderas urnas de muebles
antiguos, de grandes espejos, de retratos de nobles personajes con espléndidos marcos dorados”. (En Ibáñez,
1995: 87-88). Y la república, remedo de esta forma de gobierno, era inmadura y hechizada por el influjo
colonial. Se intentaba resolver los problemas sociales y económicos con criterios feudales. Los reclamos de
los trabajadores quedaban ahogados en baños de sangre. La Constitución Política democrática no era una
realidad palpable.
En las haciendas del valle de Moche (Laredo) y del valle de Chicama (Casa Grande, Cartavio, Roma,
Chiclín) los trabajadores azucareros (del campo, de los talleres y de las fábricas) eran explotados con
extenuantes jornadas de diez, doce o más horas diarias. En gran número, reclutados en la sierra por contratistas
de las empresas, eran traídos a estos valles calurosos con la ilusión de encontrar mejores condiciones de vida,
y aquí enfrentaban una cruda realidad. El sistema de “enganche” los ataba al contratista –como la mita de los
tiempos coloniales- a quien siempre le debían dinero en cantidades diferentes a las reales. Para regresar a su
tierra o buscar trabajo en otro lugar, tenían que cancelar toda esa deuda alterada. Ante esa imposibilidad, no
tenían otra alternativa que la de continuar “enganchados”. Bajo la influencia del anarcosindicalismo,
comenzaron en la segunda década a organizarse en procura de defender sus derechos. Estudiantes y jóvenes
intelectuales imbuidos de justicia social, apoyaron las nacientes organizaciones obreras y sus luchas por
mejores condiciones de vida: jornada de ocho horas diarias, salario justo, vivienda higiénica, supresión de
trabajo para niños, servicio de alimentación, indemnización por accidentes o enfermedades adquiridas en el
trabajo, ampliación de asistencia médica, supresión de castigos, reconocimiento de sus sindicatos…
En 1912, braceros de las haciendas de los valles de Moche y Chicama protagonizaron un vibrante
movimiento huelgüístico. La represión no se hizo esperar, pero fue hito influyente en la organización gremial.
Los reclamos y paralizaciones de labores prosiguieron. Y en los años de 1920 y 1921 estallaron las grandes
huelgas que fueron aplacadas a sangre y fuego, en masacres que costaron la vida a más de un centenar de
trabajadores y cientos de heridos.
Además de los trabajadores del azúcar, los del ferrocarril y de otras actividades también iniciaron su etapa
organizativa y de lucha reivindicatoria.
A mediados de la segunda década, los sindicatos con sus reclamos, el Centro Universitario con sus labores
de proyección social y de acercamiento a los obreros, y la confluencia de inusitadas inquietudes estudiantiles
comenzaron a darle a Trujillo nuevo rostro. Surgió una pléyade juvenil atenta a los sucesos del mundo y
preocupada por el estudio de la realidad peruana, comenzando por el terruño.
El Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo, dirigido por religiosos lazaristas franceses, de ideas
educativas innovadoras, así como la Universidad Nacional de Trujillo, jugaron papel importante en la
transformación que comienza a vivir la ciudad. En el mencionado colegio, estudiaron desde la infancia varios
de los nuevos protagonistas del quehacer cultural. La calidad de su educación fue reconocida expresamente
por Orrego cuando anotó: “He pensado siempre que la influencia espiritual y docente de los padres franceses
fue determinante en la vocación literaria, estética y filosófica de algunos de los jóvenes que, más adelante,
constituyeron el Grupo de Trujillo”. (Orrego, 2011, III: 29).
Y aunque de dicho grupo salieron severas críticas a la Universidad, acusándola de obsolescencia en sus
programas, desactualización de sus docentes y de brindar contenidos europeizantes, a la postre, de todos modo,
contribuyó al alumbramiento de una nueva mentalidad. Así lo evidencian las palabras de Haya de la Torre:
Bajo la arquería de esta casa discurrió el amanecer de mi conciencia, y aquí vi las horas de la
inquietud germinar, y aquí soñé sin duda en todas aquellas cosas grandes que sueña la ambición de
la juventud que quiere realizar tantas cosas; salí de esta casa llevando el recuerdo inolvidable de
viejos maestros […] llevando la memoria fraterna de amigos; pero me fui con el espaldarazo de los
dos años iniciales de esta Universidad. Siempre conservé como un rastro sentimental toda aquella
ancha huella que puso en mi corazón la vida de Trujillo. (Haya de la Torre, 1947: 37).
Y según Orrego –no obstante sus drásticos juicios sobre el ámbito académico emitidos en sus años juveniles-
la universidad fue en Trujillo el único foco de inquietud cultural en la etapa republicana: “Allí comenzaron a
resonar todas las inquietudes del pensamiento, de la acción y del arte moderno. De ese foco debía surgir el
grupo de jóvenes que constituyó el llamado “Grupo de Trujillo”, que tomó resueltamente su camino histórico
y que hasta este momento –se refiere a 1959- está esforzándose por cumplirlo. Fue la primera generación con
intensa emoción social”. (En Ibáñez, 1995: 88).
Trujillo fue dejando su apacible y rutinaria vida para ser el escenario donde nacerá un mensaje de identidad
cultural y compromiso de redención social. Aquí, con los pies bien puestos en su propia realidad y conectada
con el acontecer nacional y mundial, se gestó una nueva generación, la generación del Grupo Norte o Bohemia
Trujillana, alborada de rumbos inéditos para un Perú libre, justo y culto, cuya obra tramontó el tiempo y llega
hasta nuestros días.
Y desde aquí, el futuro autor de Pueblo-Continente, comenzó a decir su palabra y realizar su acción.

Ilustración de José Sabogal que representa la lucha de los trabajadores azucareros en defensa de sus derechos.
2. EL GRUPO NORTE Y LA GENERACIÓN DEL CENTENARIO
A principios del siglo, siendo aún niño, Antenor Orrego se afincó en Trujillo, su ciudad adoptiva, futuro
escenario de sus grandes realizaciones desde su inquieta etapa estudiantil y de espontáneo conductor de su
generación. Aquí inició su multifacética y profunda obra, un verdadero monumento de la intelectualidad
peruana. Perteneció a una generación histórica inconfundible. Generación innovadora que trajo su propio
estilo; creencias, ideas y aspiraciones; una peculiaridad cultural distinta respecto a las generaciones anteriores.
Frente a un entorno social pasadista, regido por la tradición y el conservadurismo, la colisión generacional fue
inevitable.
La ciudad de Trujillo siempre ha demostrado indiscutible preeminencia cultural en el norte del Perú. Para
estudiar en el Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo acudían, desde lejanos tiempos coloniales,
jóvenes de diferente procedencia. Fenómeno similar se dio cuando entró en funcionamiento la universidad que,
fundada por Bolívar y Sánchez Carrión en 1824 –aunque instalada en 1831-, fue una de las cuatro establecidas
fuera de Lima hasta pasada la mitad del siglo XX y cuyas aulas acogieron jóvenes de la vasta región norteña
y otros lugares del país.
Cuando cursaban estudios en el mencionado plantel educativo, Antenor Orrego conoció a José Eulogio
Garrido, Macedonio de la Torre, Alcides Spelucín y los hermanos Víctor Raúl y José Agustín Haya de la Torre.
Años después, allí también estudiará Francisco Xandóval, y será alumno de Orrego. Por ese tiempo –primeras
décadas del siglo pasado- dicho colegio estaba a cargo de sacerdotes franceses de exquisita cultura, ellos
desarrollaban asignaturas tanto científicas como humanísticas, junto con profesores laicos. En su adultez, el
propio Antenor reconoció –como ya queda anotado- la decisiva influencia ejercida por ellos en la orientación
intelectual de los futuros integrantes del Grupo Norte.
La Universidad de Trujillo fue la siguiente instancia donde se encontraron varios estudiantes que, en forma
sucesiva, se incorporaron a las inquietudes intelectuales, junto con otros jóvenes escritores y artistas.
De este modo, tanto el Colegio Seminario como la universidad fueron los focos culturales que contribuyeron
a darle vida a una singular generación conformada por jóvenes nacidos entre el ocaso del siglo XIX y el
amanecer del XX, oriundos ya sea de Trujillo, de otros puntos del norte, o ligados a él por razones diversas.
Aquí se dieron cita, aquí confluyeron, como en ningún otro momento de nuestra historia, futuros creadores
notables de cultura.
Social e históricamente, las generaciones nacen al conjuro de factores típicos e irrepetibles. Y no obstante
las naturales diferencias entre sus miembros, es tácita la comunión de ideales y aspiraciones que imponen nota
peculiar y distintiva a su palabra y acción. En esta perspectiva, la generación que Trujillo vio balbucir entre
los años de 1914 y 1915 hizo frente a una enorme barrera de privilegios arraigados y pasiones implacables.
Sin embargo, logró abrirse entre todas las dificultades, de allí que su lucha por la cultura marcara con sello
indeleble su destino. Las vicisitudes de aquellos años formaron su carácter y acicatearon sus sueños y
esperanzas. Las circunstancias adversas le exigieron pugnacidad y ésta implicó imaginación creadora para
manejar las armas del pensamiento.
Esta generación se propuso exigente disciplina para entregarse al servicio de la región y del país. Con el
entusiasmo, la tenacidad y vehemencia propios de la edad juvenil, tomó clara conciencia de su responsabilidad
histórica y trató de compenetrarse en los problemas nacionales para buscar el esclarecimiento de nuestra
identidad cultural.
GRUPO NORTE con profesores y otros estudiantes en un almuerzo en el Restaurante Morillas de Buenos Aires. Lado
derecho, el primero, Víctor Raúl Haya de la Torre, siguen Alvaro de Bracamonte, Agustín Haya de la Torre, Antenor
Orrego, el sétimo es Oscar Imaña, el décimo, Carlos Manuel Cox. A la izquierda, el quinto es César Vallejo, el sexto
Federico Esquerre.
Su irrupción en la vida tranquila de Trujillo, culturalmente, sonó a rebeldía contra lo consabido, la imitación
y el seudoacademismo y, socialmente, fue una clarinada por la reivindicación obrera; todo lo cual convulsionó
el manso y muelle transcurrir citadino de la época. Pero estos jóvenes no se amilanaron, no quisieron que otros
pensaran por ellos, prefirieron el camino áspero y difícil a la vida rutinaria y cómoda, aunque su actitud insólita
les costara, casi siempre, nefastas incomprensiones, increíbles pretericiones, silenciamiento y veto de larga
duración.
En 1914 se constituyó el núcleo germinal, en reuniones realizadas en el departamento de José Eulogio
Garrido. La revista Iris, dirigida por él, publicó los primeros trabajos de estos jóvenes. Al año siguiente, se
amplió el grupo.
Reuniones de lecturas colectivas, debate y fraternidad; excursiones a monumentos arqueológicos y playas;
producción de poemas, dramas y ensayos, melodías y pinturas; estudio de los problemas locales, regionales y
nacionales; celebraciones y ágapes; charlas con los trabajadores, originaron nuevos actores del pensamiento.
Procedente de Lima, en 1916 llega de visita a Trujillo el poeta Juan Parra del Riego. Según su versión, al
ser recibido en el seno del grupo, luego de los saludos, Garrido habló así:
Ahora le debo explicar a Ud. lo que es nuestra “La Bohemia”. Todos estos señores que ve usted
acá, poetas, novelistas, sicólogos, algunos genios (Risas. Comencé a conocer el carácter burlón de
Garrido) nos reunimos en esta sala de mi casa los miércoles y sábados para “hacer dos horas de
lectura”. Naturalmente, vinculados por este eslabón intelectual nos paseamos juntos, de cuando en
cuando almorzamos en grupo o hacemos, también en grupo, excursiones a las ruinas de Chanchan
por las tardes o en noche de luna a las playas vecinas. Esta es nuestra terrible bohemia, señor Parra.
(En Orrego, 211, III: 161-162).
Al poco tiempo, el poeta, de regreso a Lima, confesará en un artículo periodístico, que sufrió un conato de
decepción porque no encontró un grupo clásico de bohemios al estilo parisino, caracterizados por sus formas
no convencionales de vida (desordenados, estrafalarios, de cabellera larga, inclinados al alcohol), sino rostros
agradables de muchachos inteligentes y de miradas vivaces, una bohemia diferente, apacible y amable. En esa
misma crónica, Parra del Riego destinó palabras especiales de elogio a Orrego calificándolo de “raro y bello
paradigma de la modestia que aconsejaba Sócrates para las linajudas calidades del espíritu”. (En Orrego, 2011,
III: 163).
Se trataba de una bohemia intelectual, conocida al transcurrir el tiempo como “La Bohemia Trujillana”,
“Grupo de Trujillo” o “Grupo Norte”, integrada por Antenor Orrego y José Eulogio Garrido, sus animadores,
César Abraham Vallejo Mendoza, Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides Spelucín Vega, Macedonio de la
Torre, Carlos Valderrama, Carlos Manuel Cox, Francisco Xandóval, Juan Espejo Asturrizaga, Oscar Imaña,
Federico Esquerre Cedrón, Daniel Hoyle, Eloy B. Espinoza, Manuel Vásquez Díaz, José Alfonso Sánchez
Urteaga, Juan José Lora, Alfredo Rebaza Acosta, Julio Esquerre, José Agustín Haya de la Torre, Leoncio
Muñoz Rázuri, Néstor Martos, Francisco Dañino, Crisólogo Quezada, Julio Gálvez Orrego, Felipe Alva y
Alva…cuando el grupo se dispersaba, Ciro Alegría, Luis Valle Goicochea, José Martínez y Mariano Alcántara.
Esta pléyade tuvo que actuar con beligerancia intelectual para abrir su auténtico camino en un ambiente
negativo y hostil. Solo así pudo realizar, según palabras de Orrego escritas en 1926, “la labor tal vez de más
dilatada envergadura espiritual y de más fuerte virtualidad cohesiva que se ha dado en los últimos años de la
República”. (Orrego, 2011, III: 182). Podría decirse que tal juicio vino de parte interesada y se emitió en tiempo
cercano a los hechos, pero es certero como lo corrobora la obra realizada por cada personaje, y hasta es modesto
conforme lo amerita el historiador Centurión Vallejo cuando anota: “El Grupo [Norte] realizó en el Perú el
más importante movimiento intelectual, la más vital revolución ideológica, que en sus fines y objetivos, aunque
distintos, es comparable a la revolución ideológica que precedió a la guerra de la independencia”. (Centurión,
1992: 34).
GRUPO NORTE. 1916. De izquierda a derecha, sentados: José Eulogio Garrido, Juvenal Chávarry, Domingo Parra
del Riego, César Vallejo, Santiago Martin y Oscar Imaña.; de pie: Luis Ferrer, Federico Esquerre, Antenor Orrego,
Alcides Spelucín y Gonzalo Zumarán.
En momento posterior al citado, Orrego ha dejado otros testimonios de sus imborrables recuerdos de
aquellos años. Dice:
A fines de 1915 publiqué una página íntegra con los versos de Spelucín, Vallejo e Imaña en “La
Reforma” […] Alrededor de ella y, poco antes, alrededor de la revista “Iris” comenzó a configurarse
y canalizarse el movimiento literario inicial, que hubo de alcanzar su mayor brillo, difusión e
influencia alrededor del diario trujillano “El Norte”, que Spelucín y yo fundamos […] “El Norte” se
constituyó en el centro inspirador y animador de la novísima corriente intelectual y literaria en todo
el norte de la república, que se extendió luego al país entero y que tuvo su arranque o epicentro en la
ciudad de Trujillo.
Y luego apunta:
Las veladas transcurrían entre lecturas, comentarios de los nuevos libros, conferencias improvisadas,
recitaciones poéticas, música clásica y, más que todo, la crepitante algazara de los mozos que
incursionaban con frecuencia en los restaurantes y cafés de la ciudad. En altas horas de la noche, las
calles trujillanas, devolviendo el eco de nuestras voces, nos vieron deambular con ruidosa alegría en
ocasiones innumerables. Solíamos, también, trasladarnos a las playas cercanas: Buenos Aires,
Huanchaco, Las Delicias y, en muchas ocasiones, nos sorprendió el amanecer, frente al mar,
recitando versos de Maetelinck, Verhaaren, Samain, Rimbaud, Paul Fort James, Mallarmé, Walt
Whitmann, Darío, Herrera y Reissig, Lugones y, desde luego, el pauvre Lelián, Baudelaire y…tantos
más. Algunas veces, la voz de Imaña, con no muy buena dicción francesa, por ese entonces, y recitando
con entonación un tanto engolada,
“Le violon de l’automme…” etc.
se perdía envuelta en el bronco y profundo trémolo de las olas. Como trama invisible de fondo,
palpitaban allí muchas esperanzas que forjaba la fantasía, numerosas ilusiones moceriles que habrían
de quebrar la vida, pequeños dramas personales de amor y, subrayando el conjunto, con trazo firme,
el poderoso ímpetu y el gallardo coraje que nos infundía la indeclinable fe en nuestro destino.
Solamente esta última no nos defraudó del todo porque varios de esos mozos trajeron a la realidad
histórica y viviente de la patria, entre cuitas, sacrificios y angustias heroicas, lo que la intuición
juvenil iluminó en sus pechos desde esos días lejanos y generosos. (Orrego, 2011, III: 30-31).
Las reuniones del grupo crearon verdaderas oportunidades de interaprendizaje. Y según palabras del mismo
Orrego, aquellas “líricas y férvidas juntas moceriles” abrieron a su fantasía viajera caminos innumerables para
la creación intelectual. “Rondas nocturnas, pensativas y de encendida cordialidad, unas; gárrulas y alborotadas,
otras. Más de una vez la algarada juvenil turbó el sueño de la vieja ciudad provinciana. Con frecuencia los
amaneceres sorprendíannos en estos trajines que tenían un adulzurado sabor romántico, apagando como de un
soplo, la feérica fogata de nuestros ensueños”. “La despreocupada irreverencia moceril –agrega con sentido
irónico- que no se curaba de las eminencias universitarias, ni de las consagradas y oficiales sabidurías de
pupitre, tuvo que provocar, como provocó, una tensa hostilidad en el ambiente”. (Orrego, 2011, III: 198).
Por eso, muchos catedráticos, desactualizados en cultura literaria, se irritaron “con las audacias y zumbas de
los mozos”. Entonces, los “intelectuales” más ineptos e ineficaces emprendieron una maligna campaña de
ataques al inquieto grupo innovador, sobre todo contra el poeta César Vallejo. Desde luego, la respuesta no se
hizo esperar. Orrego, en dos artículos periodísticos demoledores, sacó a luz la supina ignorancia de quienes
pretendían ingenuamente zaherir al vate. En una de sus notas, el filósofo sostuvo que eso era el eterno despecho
de los rezagados contra los jóvenes que traen nueva cultura, mayor vigor idealista y más amplitud de alma. Y,
con el mismo propósito, en 1916, Haya de la Torre escribió y logró la escenificación de la comedia “Triunfa
vanidad”, una defensa del nuevo mensaje cultural de los jóvenes frente a la petulancia de sus detractores.
“Así comenzó –en palabras de Orrego- una heroica lucha que algunos años más tarde debía rendir tan
pródigos frutos para la cultura y elevación mental de Trujillo”. (Orrego, 2011, III: 198).
Insistiendo en sus recuerdos escribe (1957): “El grupo juvenil deambulaba -¡claro está!- por las calles
muchas veces hasta altas horas de la noche. En esas reuniones surgían los sueños de lo que después fueron
realidades, ¡hay, sangrantes realidades!...” Y después de las excursiones a Chan Chan, añade: “Veníamos
sumergidos, empapados, literalmente, en ese tiempo espectral cuajado de sombras arqueológicas. Estábamos
con el sueño a flor de pecho porque los espectros de ese pasado remoto espoleaban la fantasía”. (Orrego, 2011,
IV: 35 y 36).

MIEMBROS DEL GRUPO NORTE Y AMIGOS. Trujillo, 1917. Sentado, 1º de la izq., José Eulogio Garrido. De pie,
de izq. a der., adelante, Antenor Orrego, inclinado, Alcides Spelucín, sigue, Eloy Espinoza, al centro y mirando de frente,
Carlos Valderrama (…) Macedonio de la Torre (…) (…) (…) Federico Esquerre, José Agustín Haya de la Torre (…) (…)
(…) Oscar Imaña (…) César Vallejo.
GRUPO NORTE EN CHAN CHAN. 1918. En el primer plano, el visitante Abraham Valdelomar (cubierto la cabeza).
Luego, de izquierda a derecha, 2a. fila: Néstor Alegría, Juan Espejo Asturrizaga, Augusto Silva Solís, Leoncio Muñoz;
3a. fila: Luis Armas, Juan Pesantes Ganoza, Eloy B. Espinoza, Antenor Orrego (con bigote y en actitud pensante), Juan
Manuel Sotero; 4a. fila: José Eulogio Garrido (vestido de blanco), Federico Esquerre y Agustín Haya de la Torre. De
regreso a Lima, Valdelomar recordará en un artículo las: “Noches de luna sobre la solemne ciudad muerta de Chanchán,
en Trujillo”.
Y en otro pasaje en relación con las frecuentes excursiones a la otrora capital del reino chimú dice:
Allí en Chan Chan estuvimos muchas noches de plenilunio todo el grupo de mozos, como si
quisiéramos adivinar entre las ruinas fantasmales de ese pasado, toda la tremenda responsabilidad
de la tarea que nos aguardaba. Sumergidos en este escenario de espectros estuvimos muchas veces
conversando y proyectando nuestra faena del porvenir, César Vallejo, Víctor Raúl Haya de la
Torre, Alcides Spelucín, Macedonio de la Torre, Oscar Imaña, Juan Espejo, tantos jóvenes más.
En este escenario espectral con su voz de poeta alucinado Francisco Xandóval revivía dramas y
tragedias remotas, reconstruía arquitecturas que se habían roto hacía millares de siglos,
resucitaba con su palabra embrujada vidas lejanas y desconocidas que habían deambulado su
alegría y su desventura por estos parajes. (En Ibáñez, 1995: 87).
Indudablemente, Chan Chan fue muy apreciada por el grupo de jóvenes que en diversos momentos se
refieren a ella. Garrido llegó a ser catedrático de arqueología y director del correspondiente museo de la
universidad local. Y escribió Visiones de Chan Chan, libro de prosa poética dedicada: “A esta ciudad, que es
ancha sobre el suelo y abierta hacia las nubes y tiene corazón blando y azul como el mar que la hace dormir
todas las noches, y soñar” (Garrido, 1981: s-n).
Carlos Valderrama (izquierda), José Eulogio Garrido (centro) y Abraham Valdelomar (de visita). Trujillo, 1918.

Por su espíritu de iniciativa, por su amplia cultura y su calidad humana, Orrego se convirtió en el mentor o
guía informal de sus compañeros de tertulia. Las reuniones las realizaban en algún restaurante o café, en la
morada de Garrido, Orrego o Espejo, en la casa El Molino de Hoyle, o salían a Mansiche, Huamán, Chan Chan
y otros lugares.
Las damas también tuvieron participación en diversas veladas de este círculo moceril. Es muy significativo
el relato dejado por Orrego:
Muchas de estas muchachas nos animaron con su adhesión y simpatía cuando llegaron las horas
de la diatriba. Unas por admiración literaria, otras por devoción a lo que el grupo representaba
de insólito dentro de la existencia monótona de la pequeña ciudad, las más atraídas por el amor o
por la mera aventura galante y algunas por la simple curiosidad femenina o el deseo de
esparcimiento dentro de un ambiente de bizarra novedad. En los hogares de algunas de ellas
solíamos reunirnos en determinadas fechas, a veces se organizaban paseos campestres a los
lugares cercanos. Bullía la alegría juvenil, crepitaban la música, las bromas ágiles y los donaires
en los diálogos chispeantes de ingenio. (Orrego, 2011, III: 32).
El trato entre los “bohemios” era fraternal. Sus veladas transcurrían en un ambiente de alegría. Pero no
faltaban momentos de tensión que pronto controlaban y disipaban. En un clima de tal compañerismo, surgieron
seudónimos, facturados en el seno de sus reuniones: “José Matías” (Garrido), “Fradique Mendes” (Orrego),
“El Príncipe de la Desventura” (Haya de la Torre), “Korriscoso” (Vallejo), “El Reyecito”(Macedonio de la
Torre), “Rusquín” o “El Negro” (Federico Esquerre), “Moro Tarrarura” (Xandóval), “El Benjamín”
(Espinoza), “Camilo Blas” (Sánchez Urteaga) y “Esquerriloff” (Julio Esquerre). A Julio Gálvez Orrego,
sobrino de Antenor, le llamaban “Julito Calabrés” o “El Chino”. Varios seudónimos procedían de personajes
de novelas leídas entonces por estos jóvenes. A las damas relacionadas con ellos, también les aplicaron
sobrenombres: María Rosa Sandoval fue “María Bashkirtseff”; a Carmen Rosa Rivadeneira la llamaron
“Safo”; a Zoila Rosa Cuadra, “Mirtho”; Marina Osorio, “Salomé”; Lola Benites, “Cleopatra”; y a Isabel
Machiavello la bautizaron como “Carlota Braema”.
No fue un grupo invariable conformado por todos sus miembros, de principio a fin. Por diversos motivos,
algunos se alejaban y otros se incorporaban. Se prolongó hasta comenzar la década de los años 30. Y no
obstante su dispersión, el trato fraternal se prolongó hasta el final de sus vidas. Así lo evidencia la
correspondencia, tanto entre los que permanecieron en el Perú (Trujillo, Lima y otras ciudades) cuanto de los
que salieron del país.
Escritores, poetas y artistas llegados de Lima eran recibidos con afecto por los trujillanos. Así, acogieron a
Juan Parra del Riego, Abraham Valdelomar, al compositor Daniel Alomía Robles, al poeta Enrique Bustamante
y Vallivián, también participaban de las representaciones de las compañías de teatro y actuaciones de bailarinas
procedentes de la capital de la república.
En verdad, las lecturas, los recitales, la conversación, el debate, las caminatas por playas, sitios
arqueológicos y la campiña circundante…le dieron a los miembros del Grupo Norte una expresión espontánea
y original de vivificante metodología pedagógica, riquísima en interaprendizaje. La autodisciplina en el estudio
y la convivencia espiritual les prodigó la cultura que el sistema educativo no les pudo dar. El grupo vivió más
al día que la propia universidad respecto al avance de las diferentes manifestaciones culturales, particularmente
en los campos literario, estético y filosófico. Sus miembros se educaron a sí mismos; practicaron ese concepto
de la teoría educativa según el cual todos somos, al mismo tiempo, educandos y educadores. Tal vez allí
tendrían origen estas reflexiones de Orrego: “No hay sabiduría infusa, sino sabiduría sufrida, conquistada y
vencida”. (Orrego, 2011, I: 101). “Es perentorio que conozcas tu mensaje para enseñarlo”. “Revelas y te
revelan. Enseñas y te enseñan. Eres profesor y discípulo”. (Orrego, 2011, I: 305).
La generación emergente se vio ante la imperiosa obligación de combatir la rutina, trazar su camino y
marchar por su propia ruta. Los jóvenes abrieron su mente y su corazón a lo nuestro y entraron al fragor de la
vida colectiva en procura de educación, justicia y libertad para el pueblo. “Un grupo fecundo y creador”, dice
Rivero Ayllón, y añade: “Este Grupo Norte es y será un grupo ejemplar, paradigmático. No se ha dado en el
Perú caso similar, y su trascendencia continental es innegable”. (Rivero-Ayllón, 1996: 54).
Su obra dejó profunda huella, marcó la historia.
Pero Orrego, igual que sus amigos, padecieron por sus ideas, a costa de sus justos y legítimos derechos y de
sus propias aspiraciones personales y familiares. A todos, para decirlo con los versos de Vallejo, les pegaban,
les daban duro con un palo y duro también con una soga. Más, el tiempo ha sido su mejor aliado. Antes, el
denuesto; hoy la gloria para ellos. Y a pesar de tan lacerante experiencia, parece que aún no aprendemos bien
la lección dictada por la historia. La vocación de sepulturero se impone sobre la de partero. La tendencia
escatológica prima sobre la biológica; para el vivo espinas y vituperios, para el muerto flores y elogios.
Nuestro personaje fue certero al observar este fenómeno cíclico de nuestra historia, cuando anotó de modo
insuperable lo siguiente:
Según parece, la tumba ejerce sobre los peruanos un extraño sortilegio necrolátrico. Esperan que
mueran sus mejores hombres, que desciendan bajo la loza funeraria, como briznas vencidas de la
vida, que enmudezcan definitivamente, para celebrar su gloria póstuma. Parece que el pensamiento
y las obras de los vivos eminentes suscitan, en este país, desconfianzas misteriosas. Solo cuando el
cadáver del hombre ha licenciado todas sus palabras vivientes de revelación, de enseñanza o de
belleza, cuando el cadáver ha quedado tenso de estupor frente al augusto enigma de la muerte,
entonces, rómpese el silencio con que lo circundaban mientras vivía.
Entonces, también, comienzan a florecer sobre el sepulcro las jaculatorias y las apologías más
desmesuradas y estridentes. (Orrego, 2011, III: 221).
En el caso específico de Orrego, la vida fue para él un trajinar permanente por el perfeccionamiento humano
y el desarrollo del país. La realidad vivida y su profunda vocación de servicio lo llevaron a ser combatiente
por la transformación social. Como ciudadano y hombre público, actuó en consecuencia con sus ideas. Ni las
persecuciones ni encarcelamientos lo hicieron apartarse de su ruta. Estuvo siempre al lado de muchos peruanos
anhelantes de una patria iluminada por la justicia social: “Ora, envueltos en el oleaje encrespado y
multitudinario del pueblo; ora, trenzados, a corazón sobrado, en el hirviente diálogo y en la resonancia
trepidante de la representación nacional; ora, acezantes de esfuerzo y expectativa en el vocerío de los comicios
públicos; ora, frente a frente a dos rejas, cuyos barrotes enjaulaban nuestros pasos, tajaban de vejamen
nuestros rostros y subrayaban la trémula entraña de nuestras cuitas”. (Orrego, 2011, III: 220).
Orrego y sus amigos generacionales fueron contestatarios, inconformes, pero innovadores, aspiraron a la
transformación social del país, comenzando por la revolución de los espíritus, por la educación del pueblo.
Trajeron cantos de esperanza, un nuevo sentido de cultura, libre de colonialismo mental. Ellos tuvieron, como
se entona en “La pampa y la puna”, la virtud de abrazar “la nueva emoción” por un Perú mejor.
Casi paralelamente al Grupo de Trujillo, en varias ciudades del Perú: Lima, Cusco, Puno y Arequipa, surgían
otros que, del mismo modo, fijaron su mente en nuestra realidad y dedicáronse a buscar las raíces de la
peruanidad para explicar el presente y columbrar el porvenir con mirada propia. El núcleo de la capital de la
república constituyóse por estudiantes en torno al “Conversatorio Universitario”, allí los nombres ilustres de
Jorge Guillermo Leguía, Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez, Jorge Basadre, Manuel Abastos,
Guillermo Luna Cartland, Ricardo Vegas García y Carlos Moreyra Paz Soldán. A ellos se sumó Haya de la
Torre cuando se trasladó de la Universidad de Trujillo a la Universidad Mayor de San Marcos. Coetáneos con
ellos fueron José Carlos Mariátegui y Manuel Seoane, ambos periodistas e ideólogos, cuya influencia, como
de toda aquella generación, llega hasta nuestros días.
En el Cusco hizo irrupción el “Grupo Resurgimiento” con Luis E. Valcárcel y José Uriel García, entre otros,
mientras en Puno, los intelectuales dieron vida al “Grupo Orkopata” al que pertenecieron Gamaliel Churata o
Arturo Peralta Miranda, Dante Nava, Emilio Vásquez y Alberto Cuentas Zavala. Arequipa no fue ajena a este
despertar de las conciencias, allí se conformaron varios cenáculos, tales como “Los bohemios de Aquelarre”
con Percy Gibson, César Atahualpa Rodríguez y otros; el “Grupo Fiat”, en el cual estuvieron Manuel Benigno
Ballón Farfán, César Guillermo Corzo, Antero Peralta Vásquez, entre muchos más. Los poetas Alberto
Hidalgo y Alberto Guillén son, igualmente, de esta época.
Aunque al grupo de Lima, se le llamó con sentido restrictivo “Generación del Centenario”, ciertamente, en
conjunto, todos los actores de la cultura de aquella época –como los mencionados- conforman la generación
de ese nombre, porque su amanecer intelectual despunta a cien años de la independencia del Perú. Esta
luminosa generación se dio por entero a escudriñar la realidad y a librar el más grande esfuerzo por transformar
el país, pero simultáneamente, fue objeto del más grande escarnio de nuestra historia, sufrió postergación,
quedó marginada política y socialmente de las grandes decisiones nacionales. Por eso Porras Barrenechea la
llamó “Generación Vetada”. Sin embargo, por su inteligencia y perseverancia, dejó huella, marcó la historia
con su obra y pensamiento.
Refiriéndose a ella, Spelucín escribe:
La generación del 20 es la primera hornada en que aparece, hecha conciencia colectiva, la genuina
levadura humana de nuestro pueblo […]La generación del 20 saltó por sobre las murallas de la Colonia
y gritó su grito de fraternidad a las demás juventudes del mundo […] Ella la que abrió las primeras
brechas en el muro de la Universidad feudal […] Pero algo más todavía han sido y son las vanguardias
del Perú nuevo: la presencia de ellas llena por completo lo que en nuestro país hay de valioso en el arte
y en la ciencia, en el pensamiento y en la acción. Nuestra pintura, nuestra música y nuestra literatura
dejan de ser europeas para convertirse en peruanas, en indoamericanas, con la generación del 20. Con
esa generación también se inicia, por parte de nuestros ingenieros, sociólogos, médicos, etc., el
enjuiciamiento peruano de los problemas peruanos. (Spelucín, 1969: 76, 77, 78, 80-81).
Esta generación, impetuosa pero fecunda y con un gran sentido humano, fue el anuncio de un nuevo Perú.
A ella perteneció Antenor Orrego y el Grupo Norte
DIRECCIONES INTELECTUALES DEL GRUPO NORTE
Las direcciones, líneas, áreas, o campos intelectuales cultivados por los miembros del Grupo Norte fueron
múltiples. A continuación ensayamos su clasificación.

POESÍA Y NARRATIVA César Vallejo, Alcides Spelucín, José Eulogio Garrido, Francisco
Xandóval, Eloy Espinoza, Oscar Imaña, Federico Esquerre, Juan José
Lora, Ciro Alegría, Luis Valle Goichochea.

FILOSOFÍA E IDEOLOGÍA Víctor Raúl Haya de la Torre, Antenor Orrego, Carlos Manuel Cox.
POLÍTICA

ARTES PLÁSTICAS Macedonio de la Torre (pintor, escultor), José Alfonso Sánchez Urteaga
o Camilo Blas (pintor), Julio Esquerre o Esquerriloff (dibujante,
caricaturista), Mariano Alcántara La Torre (xilógrafo, dibujante).

MÚSICA Carlos Valderrama y Daniel Hoyle (compositores y ejecutantes al


piano). El pintor Macedonio de la Torre también era pianista.

ENSAYO Antenor Orrego, Víctor Raúl Haya de la Torre, César Vallejo, Alcides
Spelucín, Carlos Manuel Cox.

PERIODISMO Antenor Orrego, José Eulogio Garrido, Víctor Raúl Haya de la Torre,
César Vallejo, Federico Esquerre, Francisco Xandóval, Ciro Alegría,
Alcides Spelucín.

ECONOMÍA Carlos Manuel Cox, Manuel Vásquez Díaz.

BIOGRAFÍA E HISTORIA Juan Espejo Asturrizaga, Alfredo Rebaza Acosta.

EDUCACIÓN Antenor Orrego, Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides Spelucín, José
Eulogio Garrido, César Vallejo, Francisco Xandóval, Juan Espejo
Asturrizaga, Alfredo Rebaza Acosta, Carlos Manuel Cox, Eloy
Espinoza.
PRODUCCIÓN DE ESTE MOVIMIENTO INTELECTUAL
Los autores con sus principales obras:
CÉSAR VALLEJO Poesía: Los heraldos negros, Trilce, Poemas humanos, España aparta
de mi este cáliz.

Ensayo: Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremilin, El arte y la


revolución.

Novela: Tungteno. Cuento: Paco Yunque, Escalas.

Ensayo: Por la emancipación de América Latina, El antimperialismo y


el APRA, ¿A dónde va Indoamérica?, Y después de la guerra ¿qué?, La
defensa continental, Espacio-tiempo histórico, Toynbee frente a los
VÍCTOR RAÚL HAYA DE LA panoramas de la historia, Obras completas (7 tomos.)
TORRE
En defensa del Grupo, especialmente de Vallejo, escribió la comedia
Triunfa vanidad.

JOSÉ EULOGIO GARRIDO Prosa poética: Carbunclos, Visiones de Chan Chan.

ALCIDES SPELUCÍN Poesía: El libro de la nave dorada, Las paralelas sedientas.

Novela: El hombre de la montaña.

Ensayo: Contribución al conocimiento de César Vallejo.

CIRO ALEGRÍA Novela: Los perros hambrientos, La serpiente de oro, El mundo es


ancho y ajeno, Duelo de caballeros.

FRANCISCO XANDÓVAL Poesía: Canciones de Maya, El libro de las paráfrasis, Retornos.

Novela: Yana-Huáccar

OSCAR IMAÑA Poesía: Las manos invisibles y otros poemas.

JUAN JOSÉ LORA Poesía: Diánidas, Lydia, Con sabor a mamey

ELOY ESPINOZA Poesía: Fogatas.

JUAN ESPEJO ASTURRIZAGA Biografía: César Vallejo. Itinerario del hombre 1892-1923.

Poesía: Breve antología de la poesía india.

Relato: Montaña Iris.

También textos escolares de geografía para educación secundaria.

CARLOS MANUEL COX - Ensayo: En torno al imperialismo, Utopía y realidad en el Inca


Garcilaso de la Vega, Petróleo en Sudamérica (en coautoría).
ALFREDO REBAZA ACOSTA Historia: Historia de la revolución de Trujillo, Historia general de la
cultura, Anecdotario histórico del Perú. Además, textos escolares de
historia universal del nivel secundario.

CARLOS VALDERRAMA Composiciones musicales: La pampa y la puna (la letra se le atribuye al


poeta Ricardo Walter Stubbs), Idilio incaico, Khori Huayta (ópera),
Tríptico nacional (ballet), Los peruanos pasan (marcha), La canción del
arriero.

DANIEL HOYLE Composiciones musicales: Marineras, valses, música clásica peruana.

MACEDONIO DE LA TORRE Obras de pintura: Los críticos de arte clasifican su producción en:
paisajes, selvas, visiones, retratos y dibujos.

PRODUCCIÓN DE ORREGO

-Notas marginales. Ideología poemática (Aforísticas). Trujillo, Tipografía Olaya, 1922.


-El monólogo eterno (Aforística). Trujillo, El Norte, 1929.
-Pueblo-Continente. Ensayos para una interpretación de la América Latina. Santiago de Chile,
Editorial Ercilla, 1939.
-Estación Primera. Lima, Talleres de Obras Gráficas, 1961.
-Discriminaciones. Lima, Universidad Nacional Federico Villarreal, 1965.
-Hacia un humanismo americano. Lima, Librería-Editorial Juan Mejía Baca, 1966.
-Mi encuentro con César Vallejo. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1989.
-Obras completas. Lima, Editorial Pachacútec, 1995, 5 tomos.
Además, las memorias rectorales de 1947 y 1948 (Universidad Nacional de Trujillo).

3. PERFIL DE ANTENOR ORREGO


Para trazar, de modo panorámico, el perfil de Orrego en sus principales manifestaciones personales e
intelectuales, qué mejor acudir a sus contemporáneos, amigos, familiares o discípulos, personajes afines en
ideas o discrepantes con él. Para ello, hemos seleccionado algunos fragmentos de Felipe Cossío del Pomar,
Eudocio Ravínes, Teodoro Rivero-Ayllón, y Alicia Orrego Spelucín, una de las hijas del filósofo, escritos en
calidad de homenaje póstumo, asimismo de una obra orgánica de Luis Alberto Sánchez. (Con excepción de
éste último, dichos textos están incluidos en el tomo V de las Obras completas de Orrego).
MIS RECUERDOS DE ANTENOR ORREGO
Por Felipe Cossío del Pomar
Hace algún tiempo leí unos versos de Rafael Alberti, que ahora evoco al desglosar de mis cuadernos las
líneas dedicadas al noble amigo ausente: “a ti, sonoro, puro, quieto, blando, incasable al mar de la paleta…”
En el “mar” de mi paleta estuvo Antenor Orrego, alma de colores, desde que lo conocí en Trujillo el año
1923. Y desde que le estreché la mano en la puerta del diario “El Norte”, del que era Director, donde alentaba
las inquietudes de la generación más inquieta del Perú del novecientos. En ese encuentro, le vi justo, sereno,
bondadoso, de una modestia y una generosidad incalculables.
Aprovechaba yo mi breve estancia en la capital de La Libertad para hacer apuntes de la región, y retratos de
mis nuevos amigos antes de proseguir mi viaje a Europa; entre otros, el de José Eulogio Garrido, uno de los
mentores más sagaces del “grupo intelectual” y el de Macedonio de la Torre, quien daba ya pruebas de su
genio. Orrego me impresionó profundamente, sin duda por lo que conocía de sus escritos reveladores de la
conciencia americana, tan desconocida para la mayoría de nuestros escritores.
Por esos tiempos estaba en boga la teoría del “Nimbo”, puesta en práctica por los prerrealistas, quienes la
heredaron de los primitivos florentinos. Sostiene esta teoría que a cada persona le corresponde un Nimbo,
cuyos colores coinciden con su carácter y aspecto físico. Esto no era una novedad para mí. Desde hacía mucho
tiempo cultivaba el empeño de descubrir nimbos en el “motive”, como decía Cezanne. En el nimbo de Antenor
Orrego me sorprendía de no encontrar negros, ni blancos, ni grises. En los colores que le correspondían vibran
opacos verdes de cañaverales, oro mate de tapiales, añiles y rosas entre pardos polvorientos. Colores de Trujillo
pleno de poetas, de pueblo lleno de colores heroicos, apasionados, violentos, tiernos o melancólicos. Antenor
era el gran “motive” para una cabeza de estudios; cara alargada, mirada clara y lejana, pálido y profundo como
un retrato del Greco.
Le he seguido luego en su vida y pensamiento. Le he visto entrar y salir de las prisiones del Perú con la
misma imperturbable actitud que da la fuerza del espíritu invencible. Y mientras en cada país de América oía
repetir su nombre con admiración, y en cada publicación de importancia leía sus artículos fecundos siempre
de enseñanzas, en la patria nuestra era evidente el empeño por ignorar al autor de “Pueblo-Continente”, una
de las obras más notables escritas sobre América Latina. (1960).
ANTENOR ORREGO
Por Eudocio Ravínes
Sus partidarios le llamaban “El Amauta” por su calidad de hombre sapiente y sagaz. Antenor Orrego fue
primordialmente un promotor de cultura en un país de analfabetos. Y aquí residió su heroísmo y su nobleza.
Antenor Orrego fue como una estrella que apareció en Trujillo. Su luz iluminó un círculo en el que se fueron
reuniendo valores que habían de ser de primera magnitud. Orrego iluminó la figura de César Vallejo y la obra
inmortal del poeta mayor del Perú contemporáneo. Y Orrego iluminó asimismo los caminos y los primeros
pasos de Víctor Raúl Haya de la Torre.
Tempranamente Orrego se dejó ganar por ese “Complejo de Redentor” que es el cultivo del pensamiento en
el Perú. Aprendió a filosofar, intentó su filosofema vernáculo, pidió la palabra y dio su mensaje, que fue un
mensaje humano, profundo, noblemente humano.
Nada de lo que es peruano le fue ajeno. Filosofó sobre el Perú, hizo sociología sobre el Perú, forjó literatura
sobre el Perú; se hizo político y militante y combatiente y dirigente. Se dio por entero a los peruanos. Vivió en
las prisiones infames destinadas a los “políticos” por los dictadores de antaño. Fue víctima de la dureza sin par
con que la tiranía de Sánchez Cerro se ensañó con la intelectualidad del Perú. Y en las cavernas pétreas del
Castillo del Real Felipe hacía filosofía para suavizar la crueldad que golpeaba inmisericorde a los prisioneros.
Su creación más valiosa fue la concepción de los “Pueblos Continente”. Las décadas han pasado después
que él enunciara su teoría sociológica, y los acontecimientos y sobre todo el proceso de la realidad histórica,
no han hecho sino remachar su idea otorgándole valor y dándole vitalidad de tipo científico.
Más, por encima de todo esto, la virtud capital de este promotor de pensamiento, fue su calidad humana, su
incansable bondad, su apasionada vocación de darse a los demás. Amó a su país con pasión intensa y sobre
todo, permanente; soñó en su progreso; tuvo optimismo saludable ante el provenir. No imprecó: no siguió la
huella amarga de González Prada; fue un leal y abnegado servidor de la gran obra de creación del régimen
democrático, del cual estamos disfrutando. La libertad que gozamos, la paz dentro de la cual vivimos, la
magnífica creación que se está gestando en el Perú, tienen con Antenor Orrego una de esas deudas que no se
pueden pagar nunca.
Fue un genuino intelectual; fue un magnífico hombre de pensamiento; pero, por sobre todo, fue un firme y
estoico combatiente. (23.07-1960).
ORREGO Y XANDÓVAL
Por Teodoro Rivero-Ayllón
En reiteradas ocasiones, desde mis días colegiales en “San Juan” había oído a don Francisco Xandóval hablar
emocionadamente, con no sé qué unción y gratitud, cuando venía a nuestras frecuentes pláticas el nombre de
don Antenor, de ese hombre inmensamente bueno, cuyo mejor elogio sea tal vez el que, en recuerdo de Martí,
dijo Rubén Darío: “Quien se acercó a él, se retiró queriéndolo”.
Un aura de simpatías, en permanente fluir, circundaba en efecto a este varón singular, en que admirábamos
tanto la altura luminosa de su pensamiento cordial. Todo emoción, todo él, entrega generosa de sí mismo. Cuán
tardíamente vengo a comprender ahora lo que cierta vez me dijo don Antenor en animada charla: cómo a través
de la emoción había llegado a la aprehensión de ciertas verdades. ¡Qué extraño, qué velado me parecía entonces
todo aquello!
Digo que había oído más de una vez a don Francisco el elogio hondamente admirativo de Antenor Orrego.
De ahí que cuando, más tarde, me allegué al maestro ya venía yo con predisposición para amarlo. Xandóval,
niño aún, había sido su alumno en los primeros años de media en el Colegio Seminario. Más tarde hizo con él
periodismo en “La Reforma” y en “El Norte”, y compartió a su lado inolvidables horas en las tertulias de
Grupo del que don Antenor Orrego era animador principal.
Con la atención admirativa con que lo había oído en sus clases del Seminario hablar una mañana sobre el
milagro griego, Xandóval volvía ahora a escucharlo con renovado interés en tanto discurría –conversador
diserto- sobre el origen de las viejas culturas orientales, sobre la génesis de nuestras civilizaciones aborígenes
o sobre el porvenir de la nueva América. Ora sobre algún tema elevado de filosofía o arte; ora en el comentario,
entusiasmado y hondo, de un poema de Verlaine o de un cuento de Poe.
Aún me parece ver a don Antenor, sentado en su amplio sillón tapizado de verde, sencillo, afable, paternal,
dialogando animadamente. (Diario “Norte”, Trujillo, 28 de julio de 1960).
EL PERFIL DE MI PADRE
Por Alicia Orrego Spelucín
Tras un cuarto de siglo de su ausencia física de esta América de su pasión, Antenor Orrego, será siempre
uno de los valores humanos; creador indiscutible y auténtico en el campo del pensamiento.
La presencia de Antenor Orrego se destaca en nuestro horizonte literario con un perfil heroico en un tono
superlativo de bondad, y de amor a todas las causas nobles. Citando frases del gran poeta Alcides Spelucín:
“¡Espada bíblica y antorcha revolucionaria! He aquí sus blasones heráldicos si ahora fuera posible tenerlos”.
Orrego ha sido la hipotenusa en un triángulo admirable, formado con Haya de la Torre y Mariátegui, con
raíces fecundas en el pueblo peruano. Fue él quien comenzó a clamar justicia y regar la simiente, convergiendo,
cada día, intelectuales y obreros hacia el centro de un mismo ideal, haciendo brotar raudales de luz en la vida
de nuestro pueblo, pidiendo él mismo seguir al conductor Haya de la Torre, en esta gran cruzada que
comprometía a todos los hombres libres del Perú.
Pertenecía a la estirpe de los Montalvos, Martís y González Prada. Reveló e intuyó al creador más genial de
la poesía hispanoamericana César Vallejo, aseverando –sin lugar a dudas- que sería uno de los poetas más
geniales de la literatura universal. Además, Ciro Alegría, Macedonio de la Torre, Alcides Spelucín, Oscar
Imaña, Juan José Lora, Nicanor de la Fuente, Francisco Xandóval, los hermanos Abraham y Felipe Arias
Larreta, el caricaturista Esquerre, etc. recibieron la sabiduría del Maestro.
Sus divagaciones filosóficas calaron profundamente sinnúmero de disciplinas, él nos enseñó lo que es
verdadera ciencia, verdadero arte, verdadera política y lo que es más importante aún, nos enseñó a pensar sin
imitaciones, como auténticos americanos, aquí en nuestro propio continente como seres pensantes de nuestra
propia realidad, nos instigó a encontrar nuestro camino, nuestro propio destino, nuestro Pueblo-Continente.
Sería muy largo, exponer en un breve artículo sus innumerables facetas de escritor, filósofo, poeta, político,
educador. Sabía alentar y corregir, no había en sus voz ni en su gesto nada que contradiga la amplia y profunda
luz de su espíritu que supo avizorar, por los caminos de la filosofía, el destino de América.
¿No son acaso estas ideas, enunciadas hace medio siglo, las que están tomando forma en el mundo
latinoamericano de hoy? (1987)
ANTENOR ORREGO
Por Luis Alberto Sánchez
Orrego abrazó valerosamente la causa de la renovación integral del Perú, filosófica, estética y políticamente.
Este hombrecillo menudo, de prematura calva, rostro alargado y frente fugitiva, ojos rasgados y azules, tez
pecosa y ademanes suaves, tenía ideas claras, definidas, y voz tan rotunda como sus ideas. Autodidacta
incansable, se forjó una sólida cultura poético-filosófica, en lo que coincidió con la tendencia neoidealista
puesta en boga por los bergsonianos de Lima. Dato curioso: en ello se movía también Iberico, otro
cajamarquino, contemplador de la naturaleza y de Dios. Lo que distingue a Orrego de Iberico fue sobretodo la
sensibilidad social y la capacidad de entusiasmo.
No cohibido por ninguna traba interna, ni siquiera la profesoral, Orrego se lanzó en apolínea danza a mover
metáforas e ideas. Así nació su primer libro, publicado mucho después, y así nació la generosa empresa del
diario El Norte, que empezó a editar en 1922 [1923], en asociación con Alcides Spelucín. El Norte fue, al par
que baluarte contra la penetración imperialista de la Northern Mining Company en el Departamento de La
Libertad, un valeroso vocero contra el gamonalismo comarcano y un palenque de inquietudes literarias.
A los treinta años Antenor Orrego publicó su primer libro: Notas marginales (Ideología Poemática)
Aforísticas. (Trujillo, 1922). La forma de expresar su pensamiento acusa al frecuente lector de Nietzsche y
Rodó. En este libro, Orrego señala algunos aspectos importantes de la inteligencia humana no solo por lo que
le concierne a él, sino por lo que implican a su generación y a la subsiguiente, que reconocerán en Orrego a su
maestro.
Se trata, como diría Iberico, de “una filosofía estética”.
En el libro El monólogo eterno (Aforística) (Trujillo, 1929) insiste sobre el tema ético y estético, y sobre la
manera apodíctica de Nietzsche.
Encarcelado, perseguido, vejado, tuvo que sobreponerse a las negras vicisitudes propias de un hombre de
convicciones en un Perú como el de entonces.
Pueblo-Continente [Ensayos para una interpretación de la América Latina, Santiago de Chile, Ercilla, 1939]
es un libro en que se canta al espíritu de América y a su unidad, por tanto es un himno al porvenir.
Orrego, aparte de sus méritos de pensador, había sido el revelador y bautista de Vallejo. Hasta ahora su
prólogo a Trilce (1922) permanece incólume. Su penetración no ha sido sobrepasada.
El estilo de Orrego difiere del de los escritores de su generación, en lo barroco. Además, en el peculiar uso
de los sustantivos absolutos, en las generalizaciones románticas. No obstante, lo cual, o quizá por eso mismo,
es imposible hablar de Vallejo sin mencionar a Orrego, ni estudiar severamente a Haya de la Torre, a Spelucín
ni aun al propio Mariátegui, sin remitirse al autor de Pueblo-Continente, sacerdote y catecúmeno de un credo
civil basado en la libertad, la justicia y el amor. (Sánchez, 1981, IV: 1344-1348).

Macedonio de la Torre. Campiña de Moche. Óleo sobre


madera.

ANÉCDOTA
JUGANDO EN EL PATIO DEL COLEGIO
El propio Antenor Orrego relata la siguiente anécdota:
Estamos en 1904, en el patiecito de la primaria, en el Colegio del Seminario Conciliar de San Carlos y San
Marcelo.
Una masa crepitante de niños deambula y juega en el pequeño ámbito escolar. Bajo el patrocinio del padre
Graff, cada grupillo se entrega a su faena de gozo. Unos al rayuelo, otros al trompo, otros a la pelota vasca,
otros a la plática confidencial de su quehacer o de sus cuitas infantiles.
Yo estoy, desde la orilla de una circunferencia rayada con tiza sobre el suelo, arrodillado a medias,
apuntando con los dedos apretados y con mi “tiracha” a un montículo de bolas iridiscentes, que tientan mi
codicia de niño. Al frente está Macedonio de la Torre, mirando con ansiedad el resultado de mi disparo.
De pronto irrumpe Víctor Raúl como una tromba. Los menudos y ágiles pies barren mi esperanza de un
golpe. Las bolas se dispersan…Indignado me incorporo y correo tras el agresor. Atravesamos el patio de
primaria, invadimos el aula, salvamos el patio de media, alcanzamos el patio del Rectorado en carrera
desolada…El agresor se refugia en la habitación del padre Briand… Allí le sigo…
La gallarda y hermosa figura del sacerdote pone las manos sobre nuestras cabezas y nos aplaca.
- ¿Por qué se pegan? –nos dice con infinita bondad.
Y luego, clavando su mirada penetrante en mí, añade:
- Tú serás su primer maestro, el maestro, pero él –dirigiéndose a Víctor Raúl- será el héroe de su nación y
raza.
No entendimos mucho lo que nos dijo entonces. Pero ahora, cuando vuelvo las hojas del tiempo hacia atrás
y comienzo a “beber lo ya bebido”, como dijo Vallejo, pienso que aquél buen sacerdote tuvo mucho de
profeta… (Orrego, 2011, V: 301-302).
ACTIVIDADES

1. Elaborar, en orden alfabético, un vocabulario de las palabras nuevas.


2. ¿Cuáles son las principales influencias (ideas, hechos o aportes) de los factores exógenos en la
juventud trujillana de las primeras décadas del siglo XX?
3. ¿Cómo influyeron los factores endógenos en el nacimiento del Grupo Norte así como en la vida y
obra de Antenor Orrego?
4. ¿Qué rol cumplieron el Colegio Seminario y la Universidad Nacional de Trujillo en la gestación
del Grupo Norte?
5. Elaborar un cuadro de los grupos de intelectuales surgidos durante la segunda década del siglo XX.
6. ¿A qué se debe los nombres de Generación del Centenario y Generación Vetada?
7. ¿Cómo eran las reuniones del Grupo Norte? ¿Qué hechos originó su aparición?
8. ¿Qué dice Antenor Orrego sobre el reconocimiento tardío de los personajes notables?
9. ¿Cuál fue la producción intelectual de Orrego y del mencionado Grupo?
10. Escuche “La pampa y la puna” y diga cuál es su mensaje.
11. Busque (en Internet) las obras de Macedonio de la Torre y dé su opinión sobre ellas.
12. Teniendo en cuenta la cronología del personaje, elaborar una línea de tiempo en la que figuren, por
lo menos, cinco pasajes de la vida de Orrego. Y después escribir un breve comentario.
13. ¿Cuál es el perfil de Orrego? Tenga en cuenta los siguientes aspectos: a) personal; b) intelectual;
c) político-social; d) físico, e) otros, según lo expresado por los cinco autores seleccionados. (Puede
utilizar un cuadro de doble entrada). Y después obtenga conclusiones.
14. Escribir un breve comentario sobre la anécdota.

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