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Identidad, Género y Familia

Research · June 2015


DOI: 10.13140/RG.2.1.3333.9042

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1 author:

Martha Guerrero Ortiz


Autonomous University of Zacatecas
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Revista Electrónica Zacatecana sobre Población y Sociedad
Año 6 / Tercera era/ número 28 / abril-junio 2006

Identidad, género y familia

Martha Guerrero Ortiz


Unidad Académica de Ciencias Sociales-UAZ
Cuerpo Académico: CA-53-Población y Desarrollo

INTRODUCCIÓN
El análisis de esta tríada de conceptos identidad, género y familia conservan alta
dosis de imbricación porque se encuentran interrelacionados en el contexto social,
es decir, la familia como la principal institución de la sociedad y los sistemas de
género-sexo que representan el conjunto de símbolos, valores sociales y normas
establecidas socialmente. Elementos que son considerados para el
reconocimiento de las personas y entre las personas como resultado de ciertos
rasgos identitarios y diferenciadores. El artículo se encuentra organización en tres
partes: en la primera parte, se elabora una síntesis sobre el concepto de identidad,
los tipos de identidad y el proceso de construcción identitaria; en la segunda parte,
se ocupa de las cuestiones identitarias de la familia como espacio generador y
productor de identidades, pero no el único y; el tercer apartado, se centra en la
identidad de género.

1. EL CONCEPTO Y CLASIFICACIÓN DE LAS IDENTIDADES

En este apartado se tiene como objetivo hacer una sistematización del concepto
de identidad y su clasificación. Es por ello, que primero consideramos, el
significado de Identidad que viene del latín Identitas que se refiere a la “calidad de
idéntica” (Salles, 1992). Así, la identidad puede referirse, en un primer momento al
proceso general de identificación, del tema de cómo “el niño se identifica con los
otros significantes” Barger y Luckmann, (en Salles, 1992), es decir, como
desarrolla “la calidad de idéntico”.
A partir de la utilidad de la teoría de la identidad que nos permite entender
mejor la acción social y la interacción social (Giménez, 1997:37). Por su parte,
Melucci, define la Identidad como “la capacidad de un actor de reconocer los
efectos de su acción como propios y, por lo tanto, de atribuírselos” (en Giménez:
1997).
También, Valenzuela y Salles, analizan la identidad como un proceso de
identificación y diferenciación entre el individuo y la colectividad o del grupo frente
a la sociedad, esta relación tiene un carácter dinámico y se encuentra sujeta a las
transformaciones. Por su parte, Valenzuela considera que las identidades aluden a
las configuraciones cambiantes influidas por las transformaciones intragrupales,
como las que ocurren en contextos más amplios. Es por ello, que se identifican

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importantes cambios en relación con el individuo y al grupo como producto de la


especialización y complejidad social (Valenzuela, 1997).
Asimismo, Salles, considera la Identidad en movimiento y establece que la
identidad no puede ser abordada desde un punto de vista estático, sino más bien
a partir de una visión dinámica y procesal. En el sentido de que la idea de proceso
nos remite a la de movimiento, cambio, integración de situaciones y a las
experiencias nuevas que van transformando o redefiniendo adquisiciones previas.
Esta idea de la dinámica se manifiesta más precisamente en la conjugación de las
experiencias vividas (Salles, 1992).
Por su parte, Giménez señala que las identidades se construyen en la
relación entre lo individual y lo social dentro de un marco histórico y simbólico.
Este autor, considera que la complejización de los procesos sociales conllevan
transformación en las actitudes y los rasgos individuales, con lo cual se establecen
diferentes posibilidades de adscripciones identitarias (Giménez, 1997).
Entonces, la vinculación entre el individuo y lo social es plural, pues las
sociedades poseen variadas interacciones y construcción de sentido, donde los
grupos se relacionan y construyen su actuar y heterorreconocimiento (Salles,
1992).
En el tema de la identidad Valenzuela, hace énfasis sobre la creciente
división del trabajo y la diversificación social que posibilitan mayores opciones de
adscripción identitaria para los individuos y grupos. Inscritos en un proceso de
transformación de las relaciones sociales como producto de los grandes cambios
ocurridos en la división del trabajo y en la diversificación de las sociedades,
aspectos analizado por diferentes autores como: Durkheim, que destaca “la
transformación de las sociedades de la solidaridad orgánica a la solidaridad
mecánica”; Ferdinand Tönnies, considera a “la comunidad como el lugar de la
identidad, de confianza mutua y en donde se presenta una intensa vida en
común”; Marx, nos explica “el surgimiento de la propiedad privada y la explotación
social”. Estos análisis nos remiten a las conformaciones sociales que se
caracterizan por la fuerte participación de lo social frente a rasgos personales por
la sobreposición de lo colectivo sobre lo personal, esto es, las identidades
colectivas expresadas en nosotros (Valenzuela, 1997).
El concepto de identidad que apunta Salles, abarca diversas experiencias
recabadas en un elenco de procesos de identificación, de aprendizaje, de
internalización de externalidades, apropiación subjetiva de los roles culturalmente
creados. Conformados por ambientes socializadores que operan a diferentes
niveles de profundidad y múltiples campos de formación de identidad, diferentes
tipos de identidad. En vez de referentes bipolares hay referentes multifacéticos
que otorgan exactamente la posibilidad de reunir una misma persona varios
atributos (que se presentan de forma combinada o de manera independiente pero
no siempre sin conflicto)” (Salles, 1992). Lo que significar que una misma persona
puede tener los atributos propios de los que pertenecen a un grupo étnico
particular, a un género, y asimismo poseen los rasgos requeridos para influir en un
movimiento social compartiendo una identidad colectiva necesaria para la vivencia
y producción grupal de la cultura (Krotz, 1990).

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Las dimensiones analizadas en las identidades establecidas por Dubet, son:


1) las referidas a la integración (formada por la internalización de normas); 2) la
dimensión que se remite a la capacidad estratégica, que cuando “el actor es
menos el que interioriza normas que el que las realiza por medio de una
estrategia”; y 3) la instrumental que surge como condición de la posibilidad del
componente interactivo de la identidad (en Salles, 1997).
Con respecto a las identidades individuales se aprecia que son ininteligibles
sin el referente cultural más amplio, mismo que encuentra su condición de
posibilidad en la existencia de identidades individuales productoras de cultura
(Salles, 1997). Para continuar se procede con el proceso de la construcción de
identidades sociales, culturales e imaginadas. Pero antes es importante apuntalar
los argumentos siguientes:

El proceso de construcción de identidades. Esta teoría analiza la dialéctica entre el


individuo y la colectividad planteado por Berger y Lukmann, y acerca del proceso
de la construcción del yo que se analiza desde diferentes campos disciplinarios: la
Psicología, se destaca por sus importantes esfuerzos por explicar las relaciones
de los procesos sociales con aquellas que se forman personas; la Sociología
enfatiza en la relación entre el individuo y la colectividad a través de la conducta y
la acción social, también la Psicología Social explica esta relación; el malestar en
la cultura escrito a inicios de los treinta Freud, presenta la conflictiva relación entre
lo social y los deseos emanados de lo natural, la cultura aparece como elemento
de coerción, restrictiva y limitante que inhibe exigencias pulsionales. Esta
contradicción entre los deseos pulsionales y la cultura aparece el sentimiento de
culpa, así como el trastocamiento de los causes “naturales” de la libido (que se
dirigía hacia dentro) y la agresión (que se dirigía hacia fuera). Entonces, esta
contradicción entre el individuo y la cultura se ubica la percepción de la separación
entre lo interno y lo externo pero también aparece lo transcurrido, el pasado que
anida en “la vida anímica”. Freud, considera en la cultura que agrede, restringe y
limita dentro de ella construyen y reproducen formas de protección por lo cual se
presentan como elementos de orden, regulación e intención de normar la acción y
vínculos sociales (Valenzuela, 1997).
También, Berger y Lukmann consideran que este proceso de construcción
de identidades es un fenómeno que surge de la dialéctica entre individuo y
sociedad donde los cambios estructurales sociales pueden generar
transformaciones en la relación psicológica.
En la actualidad esta relación se encuentra inmersa en profundas y
dinámicas mutuaciones, el mundo presenta importantes transformaciones en lo
referente a lealtades y adscripciones por las que los grupos sociales se identifican
y son reconocidas. Estas identidades se desarrollan prácticas cotidianas a través
de la familia, el barrio, en el ámbito de trabajo, las condiciones objetivas de vida o
en la identificación con proyectos imaginarios, en los que personas se adhieren a
comunidades.
Con respecto a las identidades sociales, culturales e imaginadas. Las
primeras se expresan en las prácticas cotidianas naturales intimas, de carácter
amplio, genérico y sistémico donde se conforman las comunidades imaginadas

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como las identidades nacionales patrióticas, culturales, religiosas, étnicas y de


género; las segundas, las identidades culturales se establecen mediante redes
simbólicas como los sentimientos, pensamientos y practicas culturales que
posibilitan la asignación de sentido a las acciones sociales, con ello las
identidades se construyen o se recrean. Así, las identidades culturales participan
de manera relevante en la construcción de la direccionalidad del proceso social,
concepto que se refiere a una visión colectiva que otorgue sentido, orden y valor
de la vida social. También, se establecen mediante la definición de limites
subjetivos de adscripción / diferenciación, estos tienen lugar en las condiciones de
las vidas específicas, de ahí que las posesiones de clase juegan un papel de gran
relevancia en la construcción y reproducción de dichas identidades y; las
identidades imaginadas, desarrolladas por Anderson, que nos permiten ubicar un
problema relacionado con la construcción de un sentido de pertenencia nacional
que según Durkheim y Cossirer, expresa la socialización de la antigua cohesión
religiosa. También, las identidades se construyen a través de la acción colectiva
proceso que establece umbrales identificación / diferenciación y construye
adversarios.
En la teoría transcultural de Castells, quién considera que en la actualidad
estamos viviendo cambios sociales muy espectaculares como son: procesos de
transformaciones tecnológicas, económicas y los procesos de fragmentación
social. Este autor arguye que los procesos de transformación y a pesar de todas
las dificultades sufridas por la condición de las mujeres, se ha minado al
patriarcado, puesto en cuestión en diversas sociedades. Así, en buena parte del
mundo, las relaciones de género se han convertido en un dominio contestado, en
vez de ser una esfera de reproducción cultural.
También, los sistemas políticos se encuentran en una crisis estructural de
legitimidad, hundidos de forma periódica por escándalos dependientes
esencialmente del respaldo de los medios de comunicación y de liderazgo
personalizado y, cada vez más aislados de la ciudadanía. Los movimientos
sociales tienden a ser fragmentados, localistas y orientados a un único tema y
efímeros.
En un mundo como éste de cambios incontrolados y confusos la gente
tiende a reagruparse en torno a las identidades primarias como son: las religiosas,
étnicas, territoriales y nacionales. En estos tiempos difíciles, el fundamentalismo
religioso, islámico, judío, hindú incluso budista, es probablemente la fuerza más
formidable de seguridad personal y movilización colectiva. En un mundo de flujos
globales de riqueza, poder e imágenes, la búsqueda de la identidad, colectiva o
individual, atribuida o construida, se convierte en la fuente fundamental de
significado social. No es una tendencia nueva, ya que la identidad religiosa y
étnica ha estado en el origen del significado desde los albores de la sociedad
humana.
Entonces, la identidad se está convirtiendo en la principal, y a veces la
única, fuente de significado en un período histórico caracterizado por una amplia
desestructuración de las organizaciones, deslegitimación de las instituciones,
desaparición de los principales movimientos sociales y expresiones culturales
efímeras. Es cada vez más habitual que la gente no organice su significado en

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torno a lo que hace, sino por lo que es o cree ser. Mientras que, por otra parte, las
redes globales de intercambios instrumentales conectan o desconectan de forma
selectiva individuos, grupos, regiones o incluso países según su importancia para
cumplir las metas procesadas en la red, en una corriente incesante de decisiones
estratégicas.
En estas condiciones de esquizofrenia estructural entre funciones y
significados, las pautas de comunicación social cada vez se someten a una
tensión mayor. Y cuando la comunicación se rompo, cuando deja de existir, ni
siquiera en forma de comunicación conflictiva, los grupos sociales y los individuos
se alienan unos de otros y ven al otro como un extraño, y al final como una
amenaza. En este proceso, la fragmentación social se extiende, ya que las
identidades se vuelven más específicas y aumenta la dificultad de compartirlas.
Debemos de tener presente que la búsqueda de identidad es un cambio tan
poderoso como la transformación tecnoeconómica en el curso de nuestra historia.
La tendencia social y política característica de la década de 1990 es la
construcción de la acción social y la política en torno a las identidades primarias,
ya están adscritas o arraigadas en la historia y la geografía o sean de reciente
construcción en una búsqueda de significado y espiritualidad.
Los primeros pasos históricos de las sociedades informacionales parecen
caracterizarse por la preeminencia de la identidad como principio organizativo.
Castells, entiendo por identidad como “el proceso mediante el cual un actor
social se reconoce a sí mismo y construye el significado en virtud sobre todo de un
atributo o conjunto de atributos culturales determinados, con la exclusión de una
referencia más amplia a otras estructuras sociales”. La afirmación de la identidad
no significa necesariamente incapacidad para relacionarse con otras identidades
(por ejemplo, las mujeres siguen relacionándose con los hombres) o abarcan toda
la sociedad en esa identidad (por ejemplo, el fundamentalismo religioso aspira a
convertir a todo el mundo). Pero las relaciones sociales se definen frente a los
otros en virtud de aquellos atributos culturales que especifican la identidad
(Castells, 1999).
Alain Touraine va más lejos al sostener que, “en una sociedad
postindustrial, en la que los servicios culturales han desplazado los bienes
materiales en el núcleo de la producción, la defensa del sujeto, en su personalidad
y su cultura, contra la lógica de los aparatos y los mercados, es la que reemplaza
la idea de la lucha de clases”.
El surgimiento de fundamentalismo religioso parece asimismo estar ligado
tanto a una tendencia global como a una crisis institucional. Sabemos por la
historia que siempre hay una reserva ideal y creencias de todas clases esperando
germinar en las circunstancias adecuadas. Resulta significativo que el
fundamentalismo, ya sea islámico o cristiano, se haya extendido, y lo seguirá
haciendo, por todo el mundo en el momento histórico en que las redes globales de
riqueza y poder enlazan puntos nodales e individuos valiosos por todo el planeta,
mientras que desconectan y excluyen grandes segmentos de sociedades y
regiones, e incluso países enteros.
La identidad es la fuente de sentido y de experiencia para la gente. Por
identidad, es lo referente a los actos sociales, entiendo el proceso de construcción

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de sentido atendiendo a un atributo cultural, o a un conjunto de atributos


culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido. Para un
individuo determinado o un actor colectivo puede haber una pluralidad de
identidades es una fuente de tensión y contradicción tanto en la representación de
uno mismo como en la acción social. Ello se debe a que la identidad ha de
distinguirse de lo que tradicionalmente los sociólogos han denominado roles y
conjunto de roles que se definen por las normas establecidas por las instituciones
y las organizaciones de la sociedad. La identidad es la fuente de sentido más
fuerte que los roles debido al proceso de autodefinición e individualización que
supone. En términos sencillos, la identidad organiza el sentido, mientras que los
roles organizan las funciones.
Pueden organizarse las identidades desde las instituciones dominantes,
sólo se convierten en tales si los actores sociales las interiorizan y construyen su
sentido en turno a esta interiorización.
Definió sentido como la identidad simbólica que realiza un actor social del
objeto de su acción. Propone la idea de que en la sociedad red, para la mayoría
de los actores sociales, el sentido se organiza en torno a una identidad primaria
(es decir, una identidad que enmarca al resto), que se sostiene por sí misma a lo
largo del tiempo y el espacio. Aunque este planteamiento se aproxima a la
formulación de Erikson.
Castells, se centra a la identidad colectiva y no en la individual. Sin
embargo, el individualismo (diferente de la identidad individual) también puede ser
una forma de “identidad colectiva” como se analiza “cultura del narcisismo” de
Lasch.
En la apreciación de Castells, la construcción de las identidades utiliza
materiales como: la historia, la geografía, la biología, instituciones productivas y
reproductivas, memoria colectiva, fantasías personales, los aparatos de poder y la
revelación religiosa. Para los individuos, los grupos sociales y las sociedades que
procesan todos estos materiales y los reordenan en un sentido, según
determinaciones sociales y proyectos culturales implementados en una estructura
social y en un marco especialmente temporal.
Castells, propone una distinción entre tres formas y orígenes de la
construcción de las identidades: 1) la identidad legitimadora; 2) la identidad de
resistencia y; 3) la identidad proyecto, con respecto a la primera considera que es
introducida por las instituciones dominantes de la sociedad para extender y
racionalizar su dominio frente a actores sociales, un tema central en la teoría de la
autoridad y dominación de Sennett, pero que también se adecua a varias teorías
de nacionalismo; la segunda, de resistencia generada por aquellos actores que se
encuentran en posiciones/condiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica
de la dominación por lo que construye trincheras de resistencia o supervivencia
basadas en principios diferentes u opuestos a los que impregnan las instituciones
de la sociedad y; la tercera, la identidad proyecto cuando los actores sociales,
basándose en los materiales culturales de que dispone, construyen una nueva
identidad que redefine su posición en la sociedad y, al hacerlo, busca la
transformación de toda la estructura social (Castells,1999).

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Es el caso por ejemplo, de las feministas cuando salen de las trincheras de


resistencia de la identidad, y los derechos de las mujeres para desafiar al
patriarcado y, por lo tanto, al sistema patriarcal y a toda la estructura de
producción, reproducción, sexualidad, personalidad sobre lo que nuestras
sociedades se han basado a lo largo de la historia.
Las identidades que comienzan como las resistencias pueden inducir
proyectos y, también, con el transcurrir de la historia se pueden convertir en
dominantes en las instituciones de la sociedad, con lo cual se vuelven identidades
legitimadoras para realizar su dominio. En efecto, la dinámica de las identidades a
lo largo de esta secuencia muestra que desde el punto de vista de la teoría social,
ninguna identidad puede ser una esencia y ninguna identidad.
Cada tipo de proceso de construcción de la identidad conduce a un
resultado diferente en la construcción de la sociedad. Las identidades
legitimadoras generan una sociedad civil, es decir, un conjunto de organizaciones
e instituciones, así como una serie actores sociales estructurados y organizados,
que reproducen, si bien a veces de modo conflictivo, la identidad que racionaliza
las fuentes de dominación estructural. Esta afirmación puede resultar
sorprendente para algunos lectores, ya que la sociedad civil sugiere por lo general
una connotación positiva de cambio social democrático. Sin embargo, esta es de
hecho la concepción original de sociedad civil, según la formula de Gramsci, padre
intelectual de este antiguo concepto. La sociedad civil esta formada por una serie
de “aparatos” iglesias, sindicatos, partidos, cooperativas asociaciones civiles etc.,
que por una parte, prolongan la dinámica del estado por otro lado, están
profundamente arraigadas entre la gente.
Las identidades para la resistencia, conducen a la formulación de comunas
o comunidades en la formulación de Etzioni. Puede que este sea el tipo más
importante de construcción de la identidad en nuestra sociedad. Porque construye
formas de resistencia colectiva contra la opresión, de otro modo insoportable, por
lo común atendiendo a identidades que, aparentemente, estuvieran bien definidas
por la historia, la geografía y la biología, facilitando así que se expresen como
esencia las fronteras de la resistencia por ejemplo, el nacionalismo basado en la
etnicidad, como Scheff propone “surge con frecuencia un sentimiento de
alineación, por una parte, y un resentimiento contra la exclusión injusta ya sea
política, económica o social”.
La identidad proyecto, se caracteriza por producir sujetos, según los define
Alain Touraine (en Castells, 1995) quién señala que “los sujetos no son individuos,
aún cuando estén compuestos por individuos. Son el actor social colectivo
mediante el cual los individuos alcanzan un sentido holístico en su experiencia”.
En este caso, la construcción de la identidad proyecto de una vida diferente,
quizás basado en una identidad oprimida, pero que se expande hacia la
transformación de la sociedad con la prolongación de este proyecto de identidad.
Sobre la dinámica de la identidad Castells, considera que “en este contexto
puede comprenderse mejor si se contrasta con la canalización estructurada por
Giddens de la identidad en la “modernidad tardía” afirma que “la identidad propia
no es un rasgo distintivo que posee el individuo. Es el yo entendido reflexivamente
por la persona en virtud de su biografía”. En efecto, “ser un ser humano es

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comprender (....). En el contexto del orden postradicional, el yo se convierte en un


proyecto reflexivo” Giddens, (en Castells, 1999)”.
Castells esta de acuerdo con la caracterización teórica de Giddens en la
construcción de la identidad en el periodo de la “modernidad tardía” sostiene
Castells, con base en el análisis presentado en el Vol. I, que el ascenso de la
sociedad red pone en tela de juicio los procesos de construcción de la identidad
durante este periodo, con las que induce nuevas formas de cambio social. Ello se
debe a que la sociedad red se basa en la disyunción sistémica de lo local y lo
global para la mayoría de los individuos y grupos sociales.
Los procesos claves de las construcciones de identidades por su
importancia particular para el proceso del cambio social en la sociedad red.
Castells, inicia con el fundamentalismo religioso tanto en sus versiones la islámica
y la cristiana, sin que ello indique que otras religiones (por ejemplo, el hinduismo,
el budismo y judaísmo) sean menos importantes o menos proclives al
fundamentalismo.
Como se había señalado que uno de los atributos de nuestra sociedad es
encontrar consuelo y refugio en la religión. El miedo a la muerte o el dolor a la
vida, la pérdida de las redes familiares, necesitan a Dios, sean cuáles fueran sus
manifestaciones, sólo para que la gente pueda continuar. En efecto, fuera de
nosotros, Dios no tendría donde vivir. El fundamentalismo religioso es algo más es
una fuente muy importante de construcción de identidades en la sociedad red.
La definición del fundamentalismo religioso es la construcción de la
identidad colectiva a partir de la identificación de la conducta individual y las
instituciones de la sociedad con las normas derivadas de la ley de Dios,
interpretada por una autoridad definida que hace de intermediario entre Dios y la
humanidad. El fundamentalismo religioso ha existido durante toda la historia
humana, pero parece ser sorprendentemente fuerte e influyente como fuente de
identidad.
Por su parte, el fundamentalismo islámico como identidad reconstruida y
proyecto público, se encuentra en el centro de un proceso muy decisivo, que en
buena medida condiciona el futuro del mundo. Pero, ¿qué es el fundamentalismo
islámico? Islam, es árabe, significa estado de sometimiento y en musulmán es
aquel que se ha sometido a Alá. En el marco cultural, político y religioso las
identidades islámicas se construyen en virtud de una desconstrucción doble,
efectuada en actores sociales y por las instituciones de la sociedad. Los actores
sociales deben desconstruirse como sujetos ya sea: individuos, como miembros
de un grupo ético o ciudadanos de una nación. Además, las mujeres deben
someterse s su hombre guardianes ya que se les induce que se realicen
principalmente en el marco de la familia “los hombres son proveedores y
mantenedores de las mujeres porque Dios ha otorgado a unos mayor fuerza que a
las otras y porque las mantienen con sus medios”.
Para Tibi, (en Castells, 1999) encuentra que “el acceso del
fundamentalismo islámico en el Oriente Próximo sé interrelaciona con la
exposición de esta parte del mundo del Islam, que se percibe como una identidad
colectiva, a los procesos de globalización, al nacionalismo y el estado-nación
como principio de organización globalizador”.

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La explosión de los movimientos islámicos parecen relacionarse, tanto con


las crisis de las sociedades tradicionales (incluido el debilitamiento del poder del
clero tradicional) como con el fracaso del estado-nación, creando por los
movimientos nacionalistas para lograr la modernización, el desarrollo económico y
distribuir los beneficios del crecimiento económico entre la población en general.
Así pues, la identidad islámica es (re)construida por los islamistas en oposición al
capitalismo, al socialismo y al nacionalismo árabe o cualquier otro que considere
ideologías fracasadas del orden postcolonial.
Las bases sociales del fundamentalismo radical parecen derivarse de la
combinación del éxito de la modernización dirigida por el estado durante la década
de 1950 a 1960, y el transcurso de la modernización económica en la mayoría de
los países musulmanes durante la década de 1970 a 1980, cuando sus economías
no pudieron adaptarse a las nuevas condiciones de la competencia global y a la
revolución tecnológica del último periodo.
Así pues, una joven población urbana, con un alto nivel educativo como
resultado de la primera ola de modernización, se vio frustrada en sus expectativas
cuando la economía entro en crisis y se consolidaron las nuevas formas de
dependencia cultural. A su descontento se unieron las masas empobrecidas,
expulsadas de las zonas rurales a las ciudades por la modernización
desequilibrada de la agricultura. Esta mezcla social se hizo explosiva por la crisis
del estado nación, cuyos empleados, incluido el personal militar, sufrieron el
descenso de su nivel de vida y perdieron la fe en el proyecto nacionalista.
La construcción de la identidad islámica contemporánea avanzó como una
reacción contra la modernización inalcanzable (ya fuera del capitalismo o
socialismo), las perversas consecuencias de la globalización y del
derrumbamiento del proyecto nacionalista postcolonial. Por ello, el desarrollo del
fundamentalismo en el mundo islámico parece estar ligado a las variaciones de la
capacidad del estado-nación de integrar en su proyecto tanto a las masas
urbanas, mediante el bienestar económico como el clero musulmán, mediante la
sanción oficial de su poder religioso bajo la égida del estado, como había ocurrido
en el califato o maya o en el imperio otomano.
Con respecto al fundamentalismo cristiano estadounidense, considera
Simpson, que el fundamentalismo en su sentido original es un conjunto de
creencias y experiencias cristianas que influyen en lo siguiente: 1) en el
reconocimiento de la inspiración literal y completa de la Biblia y su infalibilidad; 2)
la salvación personal mediante cristo y su aceptación como salvador personal a
causa de su eficaz explicación sustitutiva del pecado y con su muerte y
resurrección; 3) la esperanza del regreso antes del milenio de cristo a la tierra del
cielo y; 4) el respaldo a doctrinas cristianas ortodoxas protestantes tales como el
nacimiento de la virgen y la trinidad.
Para Lienesch 1993, la identidad fundamentalista cristiana “es el centro del
pensamiento conservador cristiano, donde forma en su sentido del ser, se
encuentra el concepto de la conversión, el acto de la fe y perdón mediante el cual
los pecadores son llevados del pecado a un estado de salvación eterna”. A través
de esta experiencia personal de nacer de nuevo, toda la personalidad se
reconstruye y se convierte en el lugar de comienzo para la construcción de un

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sentido no sólo de autonomía e identidad, sino también de orden social y de


propósitos políticos. La vinculación entre personalidad y sociedad pasa por la
reconstrucción de la familia, la institución central de la sociedad, que antes era el
refugio contra el mando duro y hostil y ahora esta desmoronándose en nuestra
sociedad.
Esta “fortaleza de la vida cristiana” ha de reconstruirse afirmando el
patriarcado, es decir, la santidad del matrimonio (excluyendo el divorcio y el
adulterio) y, sobre todo, la autoridad de los hombres sobre las mujeres (como está
establecido literalmente en la Biblia: génesis I; Etesios 5,22-23) y la estricta
obediencia de los hijos, si es necesario imponiéndola mediante zurras.
La construcción de la identidad fundamentalista cristiana parece ser un
intento de reafirmar el control sobre la vida y sobre el país, en respuesta directa a
los procesos incontrolables de la globalización y cada vez se sienten más en la
economía y los medios de comunicación. Probablemente la forma más importante
del fundamentalismo cristiano es en la década de los ochenta y noventa, sea la
reacción contra el cuestionamiento del patriarcado, derivado de las revueltas de
los años setenta y expresados en los movimientos de mujeres, de lesbianas y de
gays (Lamberts-Bendroth, 1993).
La familia patriarcal estadounidense está sin duda en crisis, según todos los
indicadores como son: de divorcio, separación, violencia en la familia, hijos
nacidos fuera del matrimonio, matrimonios aplazados, disminución de la
maternidad, estilos de vida de soltería, parejas gays y lesbianas y un rechazo
extendido a la autoridad patriarcal.
Situación por la que existe una reacción obvia por parte de los hombres para
defender sus privilegios, a los que conviene más la legitimidad divina, una vez que
su papel menguante como los únicos ganadores del pan debilita las bases
materiales e ideológicas del patriarcado. Pero hay algo más, compartido por los
hombres, mujeres y niños, un miedo profundamente acentuado a la decadencia,
que se vuelve más amedrentador cuanto tiene que ver con las bases cotidianas de
la vida personal. Incapaces de vivir bajo el patriarcado secular, pero aterrorizados
por la soledad e incertidumbre de una sociedad individualista y ferozmente
competitiva donde la familia como mito y realidad, representaba el único paraíso
seguro, muchos hombres mujeres y niños rezan a Dios para que los vuelva de
inocencia en el que puede contentarse con el patriarcado benevolente bajo las
reglas divinas. Y al rezar juntos se hacen capaces de vivir juntos otra vez. Es por
ello, que el fundamentalismo estadounidense está profundamente marcado por las
características de su cultura, por su individualismo familiarista por su pragmatismo
y reacción personalizada con Dios y con él designo de Dios, como una
metodología para resolver los problemas personales de su vida cada vez más
imprevisibles e incontrolables. A continuación se considera la relación entre
identidad y familia.

2. IDENTIDAD Y FAMILIA

La familia es una relación de parentesco conformada como estructura procesal


compleja, relacional y diversificada cuyos rasgos se encuentran mediados por las

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características generales de la sociedad, ámbitos culturales y universos simbólicos


(Valenzuela, 1997). Hoy existe la noción marcadamente occidentalizada de la
familia nuclear pero las familias consanguíneas y las extensas modificadas siguen
teniendo una importante presencia por lo que resulta necesario ubicar su
funcionamiento y no ignorarlas como si fueran instituciones en decadencia, pues
diversos estudios demuestran su vitalidad y complejidad en las sociedades
“desarrolladas” sin que se haya demostrado la tendencia a la exclusividad de las
familias nucleares.
Existen múltiples estructuras familiares que se necesita analizar en su
contexto social, y no como parte de un proceso que por fuerza tenga que conducir
a la familia nuclear, modelo en torno al cual se ha centrado una cantidad
importante de trabajos.
Algunos estudiosos han mostrado que no existe un solo tipo de evaluación
de la familia, así por lo menos dos características que subyacen en el concepto:
un núcleo íntimo fuertemente organizado, compuesto por los cónyuges y su
descendencia; y un grupo difuso y poco organizado de parientes consanguíneos.
Valenzuela, difiere de Linton cuando contrapone el carácter biológico de la familia
conyugal (unidad biológica que define muy poco en sus cualidades esenciales) un
supuesto carácter “artificial” de la familia consanguínea (construcción social
artificial). Pues en la configuración de las familias hay importantes atributos
culturales que les dan función simbólica. De ahí que tanto la familia consanguínea
como la conyugal sean parte de los procesos socioculturales de construcción.
El autor considera que un factor fundamental es la familia es la indefensión
del infante durante los primeros años de su vida, período en el cual la madre y el
padre posibilitan su desarrollo alimentándolo, vistiéndolo, cuidándolo,
protegiéndolo y enseñándole los códigos sociales que le servirán en su relación
con el mundo extrafamiliar.
En la familia el niño encuentra un medio de socialización, una estructura
estructurante de la personalidad, así como una fuente de conocimiento de
códigos, símbolos y relaciones (implícitas y explícitas) de ejercicio de poder.
Valenzuela, considera que no existe una relación isomórfica entre familia y
sociedad, pero la familia no pude analizarse como institución autocomprendida,
sino por mediaciones que se representan entre ellas y la sociedad global, por la
cual es preciso atender las formas de expresión familiar en diferentes contextos
sociales, así como los cambios que sufre en el tiempo, con el fin de ubicar su
connotación estructurada y estructurante. Asimismo, dada la complejidad de las
relaciones que interactúan en la familia, su análisis a partir de conceptos
sociológicos resulta insuficiente, por lo que es necesario realizar acercamientos
interdisciplinarios.
Las familias son los ámbitos donde ocurren los procesos de
institucionalización de socialización y de interiorización de referentes simbólicos
del universo cultural dominante, pero también como ámbitos de producción,
reproducción cultural y de matices identitarios.
También, Salles ha considerado que “las familias han sufrido cambios
significativos con respecto a las funciones que tradicionalmente desarrollaban
como generadoras de culturas”, “ámbitos vehiculares y reproductores de

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elementos culturales macrosociales previamente producidos”. Sin embargo, la


familia aún conserva funciones vinculadas con la reproducción en su carácter
amplio. En este sentido, “la cultura y la organización familiar inciden en la
formación de las identidades así como en la producción y reproducción de
relaciones sociales de naturaleza íntima” (Salles, 1992).
Lo anterior nos pudiese hacer pensar que Salles defiende la idea de que la
familia funciona como una cadena de transmisión de cultura y por lo tanto,
perpetuadora de la cultura dominante. En realidad la autora se separa de esta
posición, esto es, otorgan a las relaciones familiares un papel crucial en la
producción de cultura y, pues al asignarle la producción de cambios culturales le
reconoce la capacidad de proporcionar cambios macrosociales.
De esta manera, se establece que las relaciones familiares al mismo tiempo
que producen cultura son ámbitos vehiculados y reproductores de elementos
culturales macrosociales y previamente producidos los cuales son interpretados y
asimilados según la idiosincrasia propia. Por cultura es entendida como
generadora de identidades, formas de acción y convivencia íntima.
Las relaciones familiares y los elementos culturales por ellas creados varían
según la ubicación del espacio, del tiempo y del factor económico del grupo
familiar (por ejemplo, no es lo mismo ser familia de clase obrera que burguesa; no
es lo mismo vivir en el Distrito Federal que en la Frontera Norte; es muy distinto
pertenecer a la generación de 1968 que haber nacido en 1990). Tener en cuenta
las posibilidades interpretativas de la cultura (tomada como una construcción
social que se hereda), son diferentes según las personas y los grupos sociales.
Para Bourdieu, las producciones culturales históricamente acumuladas en
la que la sociedad no pertenece de igual manera a todas las personas que en ella
viven sino más bien las que dispone de medios para apropiárselas y esto ocurre a
pesar que una forma virtual estas producciones son ofrecidas a todas.
Esta visión se vincula con la del poder cultural y con la cultura hegemónica
a su vez inseparable de las relaciones entre fuerza y grupos sociales, lo que
transforma tanto la producción como la apropiación de la cultura en un campo de
disputa.
La cultura por no ser interpretada, vivida y adquirida inequitativamente,
debe ser tomada como base para la generación de desigualdades. Así es como la
problemática del deseo diferencial a las culturas dominantes se vinculan con las
del poder y dominación.
La carencia real de la apropiación de la cultura institucionalizada en
escuelas y universidades (también de la producción de la industria cultural), que
sectores de la juventud pobres en México, producen culturas alternativas (por
ejemplo, los chavos banda, Valenzuela, 1988).
Es a partir de una carencia simbólica que culturas alternativas son
reproducidas por representantes del pensamiento crítico, en estado de no
marginación económica. Esto significa una posición protagónica en el aludido
campo de disputa. Las carencias simbólicas que significan una desvalorización,
una no credibilidad y una ausencia del sentido en la apropiación y la actualización
de las culturas dominantes.

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Hay una suerte de referencia obligada al contexto tomando al espacio en


cierto sentido homogenizador controlador que no excluye la posibilidad de
creación y expansión de las prácticas que escapan a los controles y
homogenizaciones.
En este espacio circular se intercambian las normas, los valores, las
percepciones atadas a símbolos producidos (aspectos macrosociales). Además la
composición del contexto y la naturaleza de la ubicación: espacio y temporalidad,
que lo define tendrán una influencia historizante sobre las relaciones familiares.
Así es que las formas de producir y distribuir el poder en el interior de la familia
son manifestaciones culturales que han variado a lo largo de distintas épocas y
algunas formas que han sido legitimadas en el pasado, como el poder patriarcal,
hoy día pierde importancia. Otras mediaciones intergénero e intergeneraciones,
que desembocan en acciones de violencia física.
La ideología de la división sexual del trabajo permea pautas culturales que
organizan las relaciones intergéneros de muchas familias. En la formación de
parejas, la cohabitación y el derecho a procrear suelen estar socialmente regidas
por instituciones, (como el matrimonio) que son creaciones culturales
macrosociales controladas, sea a partir del estado y las éticas religiosas que de
las formas rituales de ellas derivan. El ciclo en que se encuentra la pareja
formada, siendo que el nacimiento del primer hijo introduce modificaciones en las
percepciones frente al matrimonio otro cambio recurrente en las relaciones
familiares, que en cierto medidas es una consecuencia de la anterior, se refiere en
la expansión de las separaciones consensuales.
Salles, destaca la importancia de la familia como ámbito de socialización
que al funcionar de esta manera deviene un espacio crucial en la formación de
identidades pero como la socialización y la formación de identidades sobrepasan
el ámbito familiar, la autora se remite a otros espacios de socialización. Entiende
por socialización como un conjunto de procesos que ocurren desde siempre en
relación con el recién nacido con el otro (en general la madre o la persona que
desempeña su papel) implicando aspectos resignificadores que se dan en el
marco de la identificación.
La familia contemporánea guarda funciones vinculadas con la reproducción
en su carácter amplio de producción y reproducción de la especie humana que
involucra lo femenino en el plano biológico y cuyo entorno es cultural.
En el marco privilegiado para la construcción de la descendencia sea la
familia también se vincula con la cultura. Asimismo las relaciones referidas a la
maternidad y a la paternidad son culturalmente construidas a pesar de encerrar
actos naturales como la concepción y el parto. Son la simbología y la percepción
vinculadas al hecho de ser padre y madre, y las prácticas reproductivas
cambiantes según sociedades y momentos históricos (incluyendo hoy día, más
que antes la posibilidad de elección en cuanto a tener o no hijos, el tamaño de la
descendencia) lo que permite nombrar estos eventos de cultura.
Las etapas de socialización no son secuenciales sino simultáneas y con
diferentes grados de intensidad y efectos sobre la formación de identidades.
La estructura y la organización familiar inciden en la formación de
identidades no solamente como una instancia empírica y concreta de presencia y

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verbalizados captados a nivel del aparente, creo que la incidencia ocurre mediante
una mezcla compleja que ciertamente encuentra una de sus dimensiones en las
mencionadas presencias y verbalizaciones pero influyen varias otras.
Las familias de identidades se dan también en un mundo de invisibilidades,
de intrasparencias. La familia es considerada como el ámbito principal (pero no
exclusivo) de producción y reproducción, de relaciones sociales de naturaleza
íntima.

3. IDENTIDAD Y GÉNERO.

La identidad de género esta macroculturalmente “programada” según la sociedad


no obstante se enraíza y está anidada en las personas: son ellas que pertenecen
a un género (femenino) u otro (masculino) a pesar que esta categoría y la
simbología en ella implicada sea un producto social.
La interpretación culturalista del género y las pautas que enmarcan, el ser
femenino o masculino son productos culturales ya sean conscientes o
inconscientes como dimensiones constitutivas que sobre este tema, además de la
literatura clásica (Freud y Lacan) hay líneas de trabajo que presentan nuevas
visiones sobre la formación de identidades de género, y un aspecto que permea a
varías de ellas es atribuir a esta identidad un papel fundador de otros atributos y
procesos identificadores de las personas, un ejemplo de ello es la formación
“originaria” del género femenino en las niñas y su posterior consolidación a nivel
de las redes sociales. Estas prácticas son adquiridas en la socialización primaria y
hacen parte del universo simbólico formador de las identidades profundas en las
personas.
Por su parte Cervantes para abordar la identidad de género considera tres
tesis centrales: 1) “las desigualdades sociales entre hombres y mujeres no están
biológicamente determinadas, sino socialmente construidas”. En primer lugar, el
reconocimiento de que existen profundas diferencias entre los procesos de
carácter biológico, social y el tipo de relación que se suscitan entre estas dos
grandes esferas de la historia de la humanidad marca el inicio de la
desmistificación de una lógica natural de desigualdad social basada en el sexo, la
edad (Lamas, M. 1986; Collier, J.F. y Yanagisako, S. J. 1987, Cervantes, 1994) y
otras características como el color de la piel, la raza, estatura, peso.
No obstante establece que los individuos no nacen biológicamente
predeterminados a vivir un tipo de vinculación con los sistemas sociales, la
distribución del poder y las posibilidades de desarrollo social, afectivo, intelectual y
psíquico, lo que sucede es que sus características biológicas son utilizadas como
recursos ideológicos para construir y justificar la desigualdad.
Por lo tanto, no es en su construcción fisiológica donde encontramos las
grandes respuestas a las interrogantes que pretenden explicar por qué algunos
sujetos son “naturalmente más aptos” que otros: es en el orden de lo social, de lo
cultural, de lo ideológico y de lo simbólico, donde se hallan los “argumentos” de
esta inequidad. Se construyen cualidades descriptivas y analíticas basadas en la
capacidad de la idea de género para señalar la diferencia entre los sexos.

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Considerando el mundo natural y el mundo social, el género se encuentra


en el centro como sistema genérico es una construcción social: su mundo es el de
las estructuras, los sistemas y las instituciones en interacción de lo religioso, lo
simbólico y lo mágico, su componente biológico es un reducto, un anclaje –por así
decirlo—de su dinámica social; 2) la segunda tesis: reza que “Las mujeres
comparten una misma condición opresiva por el hecho de vivir en una sociedad
estructurada patriarcalmente, dentro de una cultura que legitima este patriarcado
de manera permanente. Sin embargo, la opresión que vive cada mujer manifiesta
variaciones y diferencias importantes, de acuerdo con la clase social a la que
pertenece y al lugar que ocupa dentro de la estructura desigual de oportunidades.”
En una sociedad donde las desigualdades de clase se convierten en la
base de una organización central, la forma en que sujetos se incorporan a la
producción y distribución de la riqueza determina la estructura de opresión dentro
de la cual construyen sus proyectos de vida y ejercen sus voluntades personales.
Por el contrario, el ejercicio de sus voluntades y en la construcción de sus
proyectos de vida los sujetos crean y recrean las estructuras de opresión y sus
determinaciones, así como su propia inserción de la producción y distribución de la
riqueza social.
Como la clase, género construye unas de las dimensiones básicas de toda
organización social. Este concepto se refiere a relaciones variables de lo social e
históricamente constituidas a significados culturales y a identidades a través de las
cuales las diferencias sexuales a nivel biológico adquieren una dimensión social,
no es visto como un producto estructuralmente determinado, sino como resultado
de las acciones humanas en condiciones específicas. Por lo tanto, más que a una
característica individual, el género se refiere a las relaciones sociales que moldean
la identidad de hombres y mujeres (Laslett, B. Y Brenner, J. 1989: 382).
La opresión que vive cada mujer la experimenta de manera distinta de
acuerdo al estrato social y al económico al que pertenezcan, la misma lógica
opresiva, aunque su interpretación se ajusta a la forma material, discursiva y
simbólica en la que cada grupo participa en la reproducción de los grandes
paradigmas culturales de la sociedad.
El concepto de género descifra y analiza la relación entre acción y
estructura, su dinámica y su dirección de las determinaciones se encuentran
reflejadas y; 3) la tercera tesis, puntualiza que “las mujeres construyen su
identidad genérica basándose en factores vivénciales comunes y en experiencias
simbólicas compartidas. El análisis de la naturaleza y la relación entre estos
elementos fundamentales nos permite reconocer que existen patrones en el
proceso de estructuración de la identidad de género que no dependen de la
adscripción de clase, aunque se encuentran inevitablemente afectados por ella”.
Kathleen Gerson (en Cervantes, 1994) acepta de manera abierta y clara
que la literatura feminista ha contribuidos fundamentalmente en la tarea de
desentrañar el carácter de las diferenciaciones en las que están basadas las
relaciones específicas intergenéricas de poder al evidenciar las grandes
diferencias que existen dentro del género femenino.
Al analiza algunas de las consecuencias “perversas” con base en
concentrar la atención en las diferencias femenino- masculino que provoca un

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reconocimiento implícito (y en algunas ocasiones, incluso explícito) de la


necesidad de establecer una “especie de guerra argumentativa” para comprobar
que un sexo es mejor (más hábil, con mejores atributos para sobrevivir y para
desarrollarse) que otro. Esta lógica, que pretende demostrar la superioridad de
alguno de los dos géneros, no se opone, en realidad, a la que se ha utilizado para
corroborar las raíces naturales del sistema de diferenciación construido con base
en la divergencia sexual. En realidad el centro de la discusión es que, desde esa
perspectiva, el procedimiento se subordina a los conceptos y a la categoría del
análisis biologizado de las disimilitudes entre el hombre y la mujer, en vez de
alejarse; de esta forma, termina reduciendo su espectro analítico y convirtiéndose
en un complemento de la concepción hegemónica, por que niega la dimensión
social que interviene en la construcción del género.
La segunda consecuencia se vincula con el problema que ocasiona la
tendencia a universalizar la condición genérica. Es histórica y políticamente
comprensible que el descubrimiento de que la mujer es un sujeto oprimido dentro
de todos y cada uno de los sistemas de diferenciación social tuviera que pasar por
la necesidad de reconocer: primero, enfatizar y consolidar conceptualmente,
después, el conjunto de similitudes entre todas las mujeres, antes que tratar de
estudiar las divergencias (Mitchell, J., 1986; Saarinen, A. 1988).
El significado del concepto de identidad ha sufrido una transformación y
que, además, se ha establecido una serie de vínculos definitivos entre éste y la
dimensión de lo social, los mecanismos de formación de la conciencia y las
representaciones colectivas (en el tenor durkheimiano). Identidad dejó de
entenderse como un proceso que solamente ocurría y formaba parte del mundo de
la personalidad y el carácter, lo cual permitió abandonar las descripciones
dicotómicas entre la “persona individual” y la “persona social”. En términos de
formación de identidades, se reconoció que había un sinnúmero de mecanismos
de introyección y recreación de conjuntos simbólicos que eran compartidos en la
“exterioridad social”; identidad, entonces, se convirtió en un problema que tenía
que pasar por la explicación del “ser parte de” o, en otras palabras, por el estudio
del fenómeno de la pertenencia social.
Los ejes que definen la identidad de género de las mujeres son tres: 1) la
maternidad y el ser madre; 2) el matrimonio o la unión, y el ser esposa o
compañera; y 3) el trabajo es la profesión, y el ser trabajadora o profesionista.
La identidad de género de las mujeres, en un tiempo y un espacio
históricamente determinados, es producto de articulaciones específicas que
pertenecen a estos tres ejes; es la manera en cómo se percibe, se valora, se
introyecta y se vive simbólica y factualmente cada una de las esferas
mencionadas lo que produce la resolución de la identidad en cada mujer.
La identidad de género se construye con base en un proceso de orden
simbólico. Los símbolos tienen la virtud de convertir la experiencia individual en
experiencia social, y viceversa, generando con ella las condiciones mínimas de
pertenencia a determinado grupo social, gracias al compartir lo que otras (otros)
sienten, desean, viven y planean. Identificarse con una imagen es contribuir a su
definición, su validación y su reafirmación: aquello que se reconoce y valida

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“externamente”, y en lo cual nos vemos, nos palpamos y nos reconocemos, es o


se convierte en parte de nosotros.
A lo largo de la vida se sufren reacomodamientos constantes: se es o no se
es muchas cosas: madre, esposa, trabajadora. Constantemente se viven
disyuntivas que influyen en elecciones contrapuestas: se es madre y esposa, o se
es trabajadora y profesionista; se es esposa, o se es madre (madres solteras con
la imposibilidad de encontrar una pareja); se es trabajadora doméstica no
asalariada (mujeres sobre las cuales recae la responsabilidad de la reproducción
doméstica) siendo esposa y madre, o se redefine el cómo ser esposa y madre. La
correlación de fuerzas entre ejes, o el predominio de una de las dimensiones
sobre las demás se recompone y se modifica: para asegurar el “éxito como
profesionista” se asume el costo de no tener hijos y pareja estable; para tener una
familia integrada y estable se opta por una participación laboral cíclica e inestable;
para retener a la pareja se sacrifican los planes laborales y hasta los materiales.
Se replantea la manera de decidir: si el ser madre y esposa implica vivir para y en
función del compañero y los hijos.
Valdés (en Cervantes 1994) encuentra que con frecuencia inusitada, las
mujeres recurren al matrimonio como vehículo para ser madres, o como
herramienta principal para la formación y cohesión de una familia; es decir, la
pareja es concebida no como un fin en sí mismo, sino como un instrumento que
ayuda a la mujer a colocarse dentro de un estatus donde privilegiadamente se les
define “como tales”.

CONCLUSIÓN
En este apartado, nos gustaría apuntalar sobre la importancia de los elementos
teóricos metodológicos de la teoría de identidad que nos permite entender este
proceso de identificación y diferenciación entre el individuo y la colectividad o del
grupo frente a la sociedad, esta relación dialéctica y siempre sujeta a
transformaciones. Las marcas identitarias que imprimen la división de trabajo, la
familia, el género, el grupo de pertenencias, clase, étnica, religión etc. En estos
estudios es de vital importancia tener en cuenta las especificidades de cada uno
de los elementos identitarios incluyendo el tiempo, el espacio y factores de tipo
económico. Por la naturaleza misma del presente trabajo y como primer
acercamiento teórico es que se ubica en este nivel de análisis.
Otras de las líneas de mayor interés abordadas fueron la familia como
institución central de la sociedad, que según Castells, antes era el refugio contra el
mando duro y hostil y ahora esta desmoronándose en nuestra sociedad. Pero
Salles, considera que ha sufrido cambios significativos respecto a las funciones
que tradicionalmente desarrollaban como generadoras de culturas”, “ámbitos
vehiculares y reproductores de elementos culturales macrosociales previamente
producidos”. Pero que aún funciona como ámbito de socialización que al funcionar
de esta manera deviene un espacio crucial en la formación de identidades pero
como la socialización y la formación de identidades sobrepasan el ámbito familiar.
Y que efectivamente la familia contemporánea guarda funciones vinculadas con la

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reproducción en su carácter amplio de producción y reproducción de la especie


humana que involucra lo femenino en el plano biológico y cuyo entorno es cultural.
Sobre la identidad de género que se coloca en el centro del mundo natural y
el mundo social y que a partir del primero se hace toda una construcción social
basado en la diferencia que se traduce en desigualdad. También es necesario
tener en cuenta que la opresión que vive cada mujer la experimentan de manera
distinta de acuerdo al estrato social y al económico al que pertenezcan. La
identidad de género se construye con base en un proceso de orden simbólico. Los
símbolos tienen la virtud de convertir la experiencia individual en experiencia
social, y viceversa, generando con ella las condiciones mínimas de pertenencia a
determinado grupo social, gracias al compartir lo que otras (otros) sienten, desean,
viven y planean.

Bibliografía

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Economía sociedad y cultura, Vol. I. Siglo XXI.

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