Hernández de Fronteras - Compressed

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> De fronteras Claudia Hernandez Bog 9728a Hyg? Heradoden,Caudis ‘De ontzrs/ Causa Heratuder— Guatemala: Pedea Sint, 2007 esp. ; 21cm. (Colecién Mar de'Tnts) 2-LITERATURASALYADORESTA 2 CUENTOS SALVADORERCS ir Briones ecg 2007, Poiters felmpresian: 2008 Praduecin del testo do Gaby Riggers: Mansel Bates Disaito 2 tstracton aeportada: ‘Mejendre asardie Diseie de intariorass: IbraRtecmdie Pizgremaersn: ‘Tube Serrano Echeverria erreaion de rev Michelle soazve Etietn 0 cargo de Dichatte Juaree ISAK 978-o9022-207-5, © 2007 Claudia Hernindes {© 2007 Editorial Pedro Soote para la presente edicibe 3 wvenida 26 20029 “ele. (oa) ayen 7676 ediorialgpredrovante.com Gasicmale, Guatemala, © 8 iewibuldors galvaderesa Avenida Ollmpea # 9328 lente 65 y e7 evenide Sor Tels (509) 2329 500-2728 +420 ar 203 hse alsaleatorepiadresante corm Sen Seliado:, EI Suvader, GA www.piedrasanta.com Molestiag de tener un vinocevonte 9 Hechos de un buen civdadano (parte: |) 15 Carretera sin buey 2 Un hombre desavdo en casa 27 Invitacién 31 Heehos de- un bven civaladano (parte I!) 37 EA Snge! del bata 43 Licare, el biitre 49 Abvelo 55 Fauna de. aleantarilia 61 Liwia de trépico 65 Tampa para cucarachas #17 73 Un dlemonio de. segunda erano 85, Melissa: jveges 4 al 5 95 Mecliodts de. Frontera og Manval det hijo merto 108 ry & ae Frovisiones creatives oe. enevats pore un futuro we, con esfucrso, debe ectablecerse pera del caos reinante. 13, i b i i ART I ee weer nee Molestias de tener un rinoceronte Es incomodo que a uno le haga falta un brazo cuando tiene un rinoceronte. Se vuelve més dificil si el rinoceronte es pequeno y juguetén, como el que me acompafa. Es fastidioso. La gente de estas ciudades bonitas y pacificas no est acostumbrada a ver an muchacho con un brazo de menos. La gente de estas ciudades bonitas y pacificas no esté acostumbrada a ver a un tipo con un brazo de menos yun rinoceronte de mas saltando a su alrededor. Uno se vuelve un espectaculo en las ciudades aburridas como esta y tiene que andar por las calles soportando que la gente lo mire, le sonria y hasta se acerque para platicar de lo lindo que esta su rinoceronte, sefior, no lo compré acd, ;verdad? ;De qué rinoceronte me habla, sefiora? Del suyo, por supuesto. Disculpe, se equivoca ~-digo—, el rinoceronte es bellisimo, pero no es mio —-les aseguro mientras me aseguro de que estén viendolo a él y no a mi brazo que no esta—. iNo diga eso! Fs evidente que es suyo: jmire el amor con que lo ve! Esta bien —acepto para no seguir discutiendo y demoréndome; un joven como yo, aunque le haga falta un brazo, tiene demasiadas ocupaciones como para detenerse a debatir con cada persona que lo mira 0 le habla—, es mfo. jLo sabial 2X bien? Pues nada, es usted un hombre afortunado, ya me encantaria tener uno igual. Pues es su dia de Claudia Herndndez. 5 d Habfa un cadaver cuando Hegué. En la cocina. De mujer. Lacerado. Y estaba fresco: ain era mineral el olor de la sangre que le quedaba, Fl rostro me era des- conocido, pero el cuerpo me recordaba al de mi madre por las rodillas huesudas y tan sobresalientes como si no Je pertenecieran, como si se las hubiera prestado otra mujer nuucho més alta y mas flaca que ella Ninguna de las cerraduras habia sido forzada. ‘Tampoco habia un arma por ningun sitio. Nada habia que me diera pistas sobre el asesino, que habia limpiado hasta las manchas de sangre en el piso. Ni tuna sola gota dejé. He visto muchos asesinados en mi vida, pero nunca uno con un trabajo tan impecable como el que le habfan practicado a la muchacha, que tenia cara de llamarse Livida, tal vez por el guifio de Tamento que se le habfa quedado atascado en los labios amoratados, Come cualquier buen ciudadano habria hecho, no esperé a que apareciera mensaje alguno en la radio o en la television, sino que hice imprimir uno en el periodico que decia: Busco duefio de cadaver de muchacha joven de cames rollizas, rodillas saltonas y cara de lamarse Livida Fue abandonada en mi cocina, muy cerca de la reftigeradora, herida y casi vacia de sangre. Informacion al 271-0122. Claudia Merndnder. Cuatro personas Hamaron. El primero —un hombre cuya voz aguda me hizo imaginar de inmediato que tendria las manos muy finas— buscaba un cadaver fresco de hombre: a su familia le habfan matado un miembro al que debfan dar entierro para poder vivir sin cargos de conciencia. Sabia que yo anunciaba una nwjer, pero tenia la esperanza de que los causantes de la muerte de su pariente hubieran decidido también dejar él cuerpo en algtin Jugar de mi casa, aunque ng fuera junto a la refri- geradora, Yo, que sabia que no tenia un solo cadaver mas en casa, prometf que lo llamaria si por casualidad llegaban a depositarmelo o si podia ayudarlo de alguna otra manera. Me lo agradecié de corazén y ime deseé un buen dia. Luego telefoneo una mujer que trabajaba —a juagar por los ruidos que se adivinaban tras su voz— enuna oficina publica. Queria felicitarme. “Yano hay ciudadanos como usted”, me dijo. No quiso darme su nombre. Colg6 cuando insisti en conocerlo para saber a quien agradecer. Latercera llamada fue de un hombre de voz grave que no hablaba por iniciativa propia, sino de parte de la oficina donde trabajaba. Deseaba saber si habla ‘yo tomado medidas de salubridad para evitar con- ‘tagios en el vecindario, Qued6 en enviarme —para que lienara y firmara— una forma en la que me hacia responsable si acaso se desencadenaba una epidemia de muertos en los alrededores. La cuarta me conmovié, Se trataba de una pareja de adultos mayores que buscaba a su hija —una muchacha llamada Livida—, que tenia las carac- teristicas de la que yo ofrecia en mi anuncio, pero debia estar viva, no muerta, y con los labios pur- purees, no violaceos. Chaualis Heradndles- Después de una semana sin que alguien més la reclamara, crei prudente, aunque no querfa, Hevarla ala oficina de salud para que se hicieran cargo de ella, pues comenzaba a oler mal pese a mis cuidados y a inis bafios con balsamo y sal de cocina. Se me deurrié entonces que podia Jamar a la pareja y convencerlos de que se trataba de su hija, pero des- carté la idea porque me parecié que seria cruel hacer- les perder la fe en que su Livida estuviera respirando atin. Decidi mejor ofrecérselo al hombre de la voz aguda, quien atin no habfa encontrado el cadaver de su pariente ni lograba tranquilizar a su familia. ‘Cuando lo tuve al teléfono, le sugeri que aceptara el cadaver que estaba en mi cocina y lo presentara a Jos suyos —en un ataiid sellado— como el del pariente que habian perdido, asi hariamos dos favores: le darfamos entierro a esa nifia y calmarfamos alos parientes de él. Acepté encantado y llegé areco- getlo unas pocas horas después. Lo reconoci de inmediato por la mirilla, no por el rostro de doliente esperanzado, sino por las manos, que eran tan finas como decia su voz. Abri. Nos saludamos con un apretén de manos y sin sonrisas, como hacen los viejos desconocidos. Luego de que le diel pésame, me coment6 que era yo mucho masalto de lo que habia imaginado. No quise continuar con Ta conversacién para evitarle la ineémoda situacion de tener que decirme queno sabia como agradecerme. Sabia que estaba ansioso y que tenia prisa, ast que lo conduje a la cocina para entregarle a la muchacha. Juntos la introdujimos en el atatid que habia él Hevado y que llenamos con objetos varios de mi casa para que pesara lo que pesaria el muerto de él si lo ‘hhubiera encontrado. Al final, me pidié discrecién. Yo Claudia Hernindes se la juré, como cualquier buen ciudadano habria hecho, y le ayudé a cargarel ataiid hasta el automévil dela funeraria, que nos esperaba fuera. Carretera sin buey De fronteras ty 8 De haber sabido que se trataba de un ser humano, no habriamos detenido el automévil. Ni siquiera habriamos disminuido la velocidad. Pero nos engafiaron nuestros ojos, que vieron una silueta ani- mal a Ja orilla del camino que, de lejos, parecia un buey algo flaco, pero hermoso, que mitaba la eter- nidad sin compafiia desde una curva de la carretera. Quisimos unirnos a su. contemplacion, estar con él, ver lo que él miraba. Descendimos, nos acercamos y le pusimos una mano sobre el lomo, que result6 no set lomo, sino la espalda ancha y huesuda de un hombre que, en cuatro patas, miraba hacia donde termina el horizonte. Retrocedimos pese a que no nos dijo palabra alguna. Tratamos de excusarnos, mas no encontramos argumento racional capaz de justificar nuestra equivocacién. Se lo dijimos. Entonces volvi6 hacia nosotros su rostro de hombre y nos sonrié. Se le Tenaron de luz os ojitos. Nos pregunto si de verdad lo habiamos confundido, si no estébamos enga- Aandolo, si en realidad su silueta era ya como la de un buey. Suspir6 con alivio cuando le dijimos “Claro. De no haber sido asi, no habriamos detenido la marcha. Nos detenemos solo para contemplar de cerca animales, nunca para ver personas, mucho menos Claudia Hevntndex De fronterss R personas que parecen animales”. Relajé los mviscu- os de la espalda, Nos dio las gracias por nuestras palabras. Eramos los primeros, por eso le costaba creemos. Sospechaba que habiamos sido enviados por su madre, quien, cada cierto tiempo, le paga a Ia gente para que vaya a convencerlo de que regrese a casa, de que deje de una vez por todas ese camino y se olvide del buey que habfa arrollado. Pero é! no podia. Lo habfa intentado mas de diez veces. Habia levantado su duelo y tegresado a casa; pero, a diario, cuando pasaba por ese camino, sentia la falta del buey. Miraba el vacio del animai y no podfa continuar tranquilo aunque él mismo se habia encargado de hacerle compajtia y de hablarle mientras estuvo en el trance de la muerte, de acariciarlo cuando parecié necesitarlo, de cerrarle los ojos, de espantarle a las aves de rapifia que quisieron devorarlo, de darle sepultura, deno dejario a la intemperie y de sembrar flores y lagrimas sobre su tumba. Por eso habia decidido tomar su lugar, estar en la curva y contemplar la eternidad desde ahi. Pero, por mas que lo intentaba, no conseguia actuar como buey, Cada vez que preguntaba a la gente qué vefan en 41, la gente le respondia que a un hombre a la orilla del camino que les daba la espalda y él lloraba de frustracién por no poder reponer al buey consigo ‘mismo. Sentia que su esfuerz0 no daba resultado, que su voluntad no habia sido suficiente. Hasta ahora, que habia funcionado con nosotros, le parecia que comenzaba a serlo. Conmovidos por lo que escuchamos, le ofrecimos consejo y le aseguramos que pareceria un buey ante Ios ojos de cualquiera si nos obedecia. Lo que debia hacer era simple: debfa mirar sin tanta luz en los ojos, quitarse fa ropa y hacerse de un par de cuernos, Estuvo de acuerdo. Luego de desnudarse, se dispuso a desenterrar al buey que buscaba suplantar para quietarle los cuernos. Tampoco puso reparos en seguir nuestra cuarta indicacién: castrarse. Era esencial. Si no lo hacia, jams se mirarfa como un buey. Podria parecer cualquier otro animal, pero no un buey. El dijo que, si habia que castrarse, se castraria, Su ‘anica dificultad era que no tenia un cuchillo a la mano. Nosotros tampoco teniamos, solo una botella de vidrio, que quebramos para ayudarlo. ‘Todos estuvimos complacidos con el resultado. Nos felicitamos: habfa adquirido otro aspecto. Sin embargo, debia atin perfeccionarlo. Antes de mar- charnos, no nos cansamos de recordarle que debia restarle luminosidad a su mirada si queria parecer un verdadero buey. No cesamos de repetirselo hasta que nos juré que afiadiria algunas sombras. Entonces subimos de nuevo al automévil y seguimos nues- tro camino a alta velocidad. Todos estuvimos de actierdo en que lo de la mirada le resultaria dificih Le llevaria més que algdin tiempo opacarla, eee olhUut ew Ae Lah a Bh ve Hierve el agua, locual es una listima porque yano tengo pretexto para permanecer mis tiempo aca, enla cocina, donde me siento tan segura con solo no verlo, Borbotea sin cesar. Su sonido se percibe con mayor facilidad desde que mi respiracién no se escucha de tan apagada que est por la sola presencia de él. Si no me apresuro, sabré que estoy evadiéndolo. Tomo un poco del poivo oscuro que guardo en la cocina —la etiqueta en el frasco asegura que es café~ y lo mezclo con el agua que ha hervido a pesar de haber estado a fuego lento. Lo preparo sin aziicar, no vaya a ser que me resulte diabético el tipo y se me muera sobre los pocos ladrillos que forman mi pasillo, Coloco azticar enum recipiente aparte por si él, sies diabético, decide que ha Ilegado la hora de comenzar a terminar con su vida de prohibiciones y privaciones. —No sabia si ibas a quererlo con azticar. —No me preguntaste. —Lo siento. ;Querés azttcar? —Dejala. Quiza me agrade que un poco de dulce comience a matarme, —Entonces no, No quiero ser responsable por la muerte de alguien a quien ni siquiera conozco. gQué diria si me preguntan quién sos? ~Di “No sé de donde salié”. - : dulce por la gQue wra no conocerlo, do y bebiendo café con “Claro —contestaran—. Asegtn pero iotenia en su casa desn usted.” "gi prefieres, puedo morirme en otra parte — patia lo mismo: en tu piel o en tu mirada estarfa enzaste a morir acd, vendrfan a preguntarme por vos y tenda que contestarles algo verso “No sé. No lo conocia. El ya estaba en casa cuando regresé. Lo encontré desnudo mirando por tana ventana. Se me acerco y me dijo ‘Te estaba esperando. Regalame un café, 297” Yo se lo prepare porque tenia miedo, no sabia To que él podia hacerme Se lo servi con Ja esperar de que se largera pronto” —Entonces, que proponés? —Que apurés tu taza y te vayas a aparecerte desnudo a otra casa oa dénde se te ocurra para pedir café y ver por la ventana, y no vengas masala mia. Se rie. escrito que com Transcurre un mes. El siempre esta aca desnudo y con la vista clavada en algo que esta detras de la Ventana. Siempre esta esperando a que yo vuelva del trabajo para pedirme café y para que repitamos, ya sin mi miedo, el didlogo del primer dia. Lo repetimos a diario, Sé Jo que va a decirme. Conozco su guién nada mas. A él no he podido conocerlo, Tras estos 30 dias, siento curiosidad. Me atrevo a acercarme un poco mas a él, que ya esta —como siempre— con vista fija enJa ventana, para preguntarle. La voz me sale fuerte y ronca, aunque quise emitirla con dulzura, — {Qué es lo que siempre estas viendo a través de la ventana? ‘Me miré con terror y tristeza y salié por la ventana. No he vuelto a verlo. f , Sali porque fui invitada a hacerlo, Acababa de bafiarme y estaba asomando los ojos a la ventana de mi habitacion cuando, de pronto, me vi pasar. Era yo. Pero nola yo que miraba en las visiones del espejo, sino otra yo que conocia y que tenfa mucho tiempo de no ver: yo nina. Imposible confundir mi mirada, mi forma de andar, mi sombra, mi vestido palido y mis zapatos gruesos. Era yo que pasaba frente a mi casa corrienda con tanta velocidad que me hice dudar. Pensé que se trataba de mi imaginacién, que debia haber salido a correr por las calles que, siendode una ciudad tan joven, se ven ya lan viejas. Me quedé sonriendo por lo bueno que habfa sido haberme visto de ntievo con los huesos diminutos y los dientes de leche. Acomodé mejor la vista en Ia ventana. Tenia la esperanza de que, sime quedaba ahi, si esperaba, yo- nifia volveria a pasar sobre mi vuelo como hacen las mariposas. Diez minutos después (el tiempo que de equefia me tomaba datle la vuelta al barvio), yo-nifia apareci, Me detuve frente a mi, que estaba espe- randome en la ventana, me sonrei de nuevo y cori alrededor del barrio siete veces en total. Entonces, yo-nifia me invité a bajar con un ademan insistente. Yo —que deseaba bajar y tomarme de la mano, ¥ correr, corter, correr, correr, correr—, bajé deprisa por las escaleras. ‘A mitad de ellas me di cuenta de que estaba desnuda y desisti de salir porque recordé que los vecinos sacaban a pasear a sus infantes a esa hora. Segura de que se alarmarian (las mujeres desnudas que cotren por las calles asidas de la mano de ellas mismas cuando eran nifias no son muy frecuentes por aca), subi a la habitacion para gritarie que no podia acompafiarla porque estaba sin ropas y que lo sentia mucho. Noté ensu rostre que no me Kabfa crefdo. Por eso, me asomé completa a la ventana para probarselo. Parecio no importarle. Seguia gritando que saliera, que saliera ya, que saliera pronto, que me apurara. Pataleaba con insistencia, hacia temblar el asfalto. Me hacia angustiarme. Y, cuando me lené de desesperacién por no poder salir, entonces escuché mi voz —pero no mi voz de nifia ni mi voz de ahora, sino mi voz de cuando esté ya muy vieja— que me decfa que saliera a jugar conmigo-nifia, que no me dejara esperandome. Me hablaba con voz de mando. Melo ordenaba mientras —como yo no daba un paso para cubrirme el cuerpo— me vestia con una shana y me Ilevaba de la mano rumbo a la salida. Escaleras abajo, yo-vieja me colgué la llave de la casa al cuello para cuando volviera, me saqué a la calle y me di un empujén para que me aleanzara a mé-nifa, que, al verme salir, eché a correr colgando las risas en el aire como si se tratara de globos enormes. ‘Toda lamafiana cor tras de mi sin darme aleance. Yo-nifia me animaba a aumentar la velocidad y a atraparme, pero segufa corriendo mas rapido de lo que a mi edad puedo hacerlo. Corria y velvia a verme burlona con mi risa de nifa mientras yo-vieja nos vigilaba desde mi puerta, Ambas se veian satisfechas. Parecian modelos de un cuadro. Lo tnico que quebrantaba la atinésfera de armonfa era yo, que no sonrefa, que estaba cansada y que me dolfa de mis pies sin zapatos lastimados por el asfalto caliente. Dimos vueltas al barrio. De pronto, yo-nifia se interné en laciudad. Intenté seguirla guiéndome solo por su carcajada, Estaba empecinada en darle alcance, pero tenfa la desventaja de no saber donde estaba. No reconocia el paraje. La ciudad parecfa desorde- narse detrés de mis pasos. No encontraba yo una sefial que me revelara su ubicacién 0 Ja mia. Ni siquiera la gente me ayudaba a situarme. Unas me decfan que estaba cerca de mi bartio; otras, que nunca estaria més lejos que entonces. Por eso preferi caminar sola. Sabia que, de alguna manera, saldzia de alli. Me pedi paciencia. Me pedi esfuerzo. Me pedi no dejar de caminar. Estaba segura de que conse- guiria descifrar el laberinto y salir de él, Pero toda mi seguridad no alejaba la desesperacion, que se posaba sobre mi en forma de pajaros oscuros que tenia que espantar con movimientos de manos mientras caminaba. ‘Anduve tanto y tantas veces alrededor de los mismos sitios que perdi la esperanza de regresar. Y, cuando ya ni siquiera tenia ilusiones, cuando ya ni siquiera deseaba dar con mi casa, visualicé mi techo celeste y mi ventana. Caminé hacia ellos en el ocaso. La noche se precipitaba tras de mi. Buscando refugiarme de las noches frias de esta zona, tomé Ja llave que yo-vieja me até al cuello y la neti en la cerradura, Entré sin problemas y hasta gir6, ‘mas no abrié. Falié en los cuatro intentos. Entonces, aunque vivo sola, toqué pata que alguien me abriera. Cuando nadie atendio mi llamado, comencé a pensar en donde encontrar un cerrajero que me Chudia Herndndes De fronteras 4 ayudara y no preguntara porqué me habia quedado fuera envuelta en una sabana. Pensando estaba cuando me cay6 una colcha encima. “Para el fro”, me dijo una voz que venia de mi habitaci6n y que distingui de inmediato porque era con la que hablaba en la infancia. Yornina me miraba burlona desde la ventana. Se reia de mi. Le grité que me abriera, que me abriera de inmediato, que me abriera ya. Pero no respondié a mi peticion. Solo sonrié y me hizo seftales de despedida con la mano hasta que Ilegué yo-vieja y la halé hacia el in- terior de la casa, Me mir6 como ve la gente a un ser molesto cuando le pedi que me abriera, cerré la ventana y desapareci6. Intui que no me dejarian entrar més, asi que di la vuelta y me interné en la ciudad en busqueda de un empleo que me petmitiera pagar una habitacion en. Ja que pudiera vivir. Busqué un lugar en un edificio alto, muy alto, un sitio donde las voces de la gente que camina en fa calle no pueden distinguirse para que, si ellas regresan, no pueda yo escticharlas ni aceptar sus invitaciones, ni salir a la calle, ni que- darme de nuevo sin casa. } ciudadano (parte It Hechos de un buen Debido al anuncio que publiqué por Livida, comencé a recibir llamadas de gente que deseaba sa- ber con urgencia como habia yo solucionado el problema de tener un cadaver ajeno en casa Dispuesto a ayudar en cuanto me fuera posible, traté de dar respuesta a sus preguntas. Y como entendia que era una situacion que podia requerir de mas apoyo que el que brindaban mis consejos telef6nicos, ofrect atenderlos en mi casa. La medida fue acertada: en una sola tarde me legaron veinte cadaveres de ambos sexos, de todas las edades y de diferentes partes de la ciudad. Ni uno solo estaba desnudo, aunque habian sido encontrades sin ropa como mi Livida. Todos habian sido ataviados por los dueftos de las casas para no Jevantar sospechas al transportarlos hasta la mia. Pero como, debido a lo nerviosos que estaban, los habian vestido con la primera de las ropas que encontraron en sus armarios, habian muertas con ropas de hombre, nifios con faldas floreadas, jovenes con indumentarias de ancianos y viejos embutidos en camisas con motivos infantiles. Los que los trajeron, después de disculparse por las indumentarias, dijeron lo mismo: que los habian encontrado en sus casas (en las entradas, en los dormitorios, en los pasillos), que no habian sabido Claudia Hernincdes. 8 é De frontevas 8 qué hacer con ellos y que acudian a mi porque yo —un buen ciudadano— habia sabido tratar con dignidad a la muerta de mi cocina. Muchos me ofrecieron dinero por la ayuda que les brindé con sus cadaveres. Como no acepté, buscaron hacerme entender que se trataba de una ayuda para sufragar los gastos. Yo sostuve que, si tomaba el dinero, los estaba declarando a ellos responsables de los gastos que debian ser asumidos por los asesinos 0 por los familiares de los muertos. Ellos insistieron en que era justo ayndarme y no solo depositaron el dinero en cajas selladas que colocaron en mi sala, sino que fambién estuvieron prestos a ayudarme en lo que necesitéramos los veinte muertos 0 yo. Lo primero que les ensefié —para que supieran como proceder y no desfallecieran o se angustiaran si volviana tener un muerto en casa— fue como salar Jos cadaveres. Luego les expliqué como llenar las formas de la oficina de salubridad, a la: que yo mismo. telefoneé, como un gesto de amabilidad y cortesia, antes de publicar el aviso de los difuntos en el peri6- dico. Después, los guié en la redaccion del anuncio — que se llevé una pagina completa del peri6dico—, los Hevé a publicarlo y me senté con ellos a aguardar Jas Hamadas. La espera fue agradable. Elios llevaron té, café, gelletas y otras bebidlas y bocadillos para acompatiar Ia conversacion. La pasamos muy bien. Intercam. biamos historias, algunos obsequios, animos y, por supuesto, alegrias cuando comenzamos a recibir las lamadas de los familiares de los cadaveres. Trece de los veinte muertos fueron reclamados, De todas partes de la ciudad y hasta de fuera de ella aparecian parientes emocionados que nos agradecian con lagrimas por el buen trato que habiamos dado a sus muertos (algunos dijeron incluso que ni en vida habfan sido tan bien cuidados sus hijos, hermanos, esposas, padres o amigas). A medida que iban siendo reclamados los cadaveres, quienes los habian encontrado se marchaban felices a sus casas, ‘Cuando quedaron solo Ios siete que no lograron encontrar una familia que se ajustara al muerto que ofrectan, el ambiente se nubl6. Resolvi entonces contarles el resto de mi experiencia con Livida, que es dio consuelo y los reanimé. Asi, esperanzados en que habria solucion, los envié de regreso a sus casas, « ‘Antes de irse me preguntaron si debian Ilevarse con ellos los cuerpos. Contesté que no habia nece- sidad: yo podia quedérmelos y cuidarlos. —En verdad es usted un buen ciudadano —me dijeron. Una vez se fueron, me dispuse a lavar los cadaveres para quitatles el exceso de sal. Demoré tres dias en conseguirlo. Luego, cuando estuvieron listos, tos cone con cuidado para que no fucran a crt jiado los huesos y Iamaran la atencién de valine Después herv!los trozos, deshilé la eazne y la mezclé con una salsa hecha con los tomates que cultivo en mi jardin. EI sabor era inmejorable. Estaba yo seguro de que gustaria, asi que llevé el guiso a los sitios que albergan pordioseros, indigentes y ancianos y les servi abundantes porciones las veces e desearon. we fe enti contonto tanto por mf como por los siete cadaveres que habfan servido a sus projimos cuando dijeron que nunca habfan tenido mejor cena en la vida, Cuando me preguntaron que de donde habfa sacado tanto dinero para alimentarlos, con- testé que de las donaciones de los duefios de los veinte muertos. La ciudad entera lo supo y me aplaudio en un acto piiblico en el que fui llamado hombre bueno y ciudadano meritisimo. Yo acepté el homenaje con humildad y expliqué entonces que no eran necesarias, tantas atenciones para conmigo, que yo era un hombre como todos y que sélo habia hecho to que cualquiera —de verdad, cualquiera— habria hecho. jie los, ue Diana (no la grande —que era la que la cuidaba sin ser la madre— sino la chica —Ia que tenia ocho amos y pintaba jirafas en las paredes—) lego a la cocina a anunciar que tenia un angel. Diana (no la chica —-que era la nifia ala que cuidaba sin ser ella su hija—, sino la grande —la que de edad Mevaba 36 afios en cuenta—-) se sonrié y le dijo que si, que lo tenia desde que naci6é, que todo mundo tenia uno, que era bueno que lo supiera. ;Quién se lo habia contado ya? {Fue la abuela o alguna amiguita? Nadie: ella Jo habia visto. :Ah, si? Si: habla aparecido por la ventana que da a la calle, fe habia sonreido, Ella lo pas6 adelante porque se presenté como su angel cuando le pregunts quién era y le pidio prestado el bafio. Allf Jo tenia. Claro, cuando estabas en el bafio, élestaba con vos. Ahora que ests aca, él te acompafia. Debe estar en... algim sitio... donde menos se imagina una. Fl caso es que esta con vos. Te acompafia. Te mira. Te vigila, Luego, va y le cuentaa Dios qué hacés. Yo también tengo el mio. :Dénde? No lo miro, dice Diana chiquita buscando con la vista entre las paredes. Por aca, dice Diana grande seftalando hacia el refrigerador. Tal vez se movié. A lo mejor est junto al tuyo platicando acerca de nosotras. Diana, la chica, la de Jos ocho aftos, sonrie incré- dula, Insiste en que su angel no esta alli con ellas, sino en el bafia, lavandose la cara, que tenia muy ‘sucia, Si, claro. Anda a jugar, .querés? Tengo que terminar con esto para que comés. {Estés cocinando? Si. Se va tranquila. El angel tenia raz6n: Diana no se enfadaria si sabia que él estaba dentro de la casa. Al contrario. Un angel en.el hogar siempre es aceptado, ‘siempre es bien recibido. Se lo dijo, st. Ahora tenia hambre, zhabia algo para comer? En eso esta. (Hay galletas, Diana? Si, te daré algunas después del almuerzo. No: ahora. Mi angel esta hambriento, quiere comer. ;Ah, es eso! Diana, la de los 36 afios, le da una racién como premio por el lindo pretexto. ‘Diana chica dice que no es suficiente: el angel es grande y esté hambriento, querria mas que cuatro galletitas redondas y oscuras. Diana, la grande, ac- cede. Le enternece la treta de la Diana chiquita para conseguir mas galletas. Le parece ingeniosa. Se las entrega y le advierte con risas que tenga cuidado en el bafio de no pisarle un pie al angel, que es invi- sible. Diana chiquita le explica que no es invisible, que se ve y que es lindo. En serio? {Se parece a tu papa oatu abuelito? A ninguno. El abuelo es moreno y tiene una nariz irmensa, Papa no es tan lindo como ~ @ El 4ngel es blanco, muy-muy-muy-blanco. Como Taz? No. La luz es amarilla y brilla. £1.es blanco como las camisas de los nifios que vana la escuela. :Parece artista de cine? No, tampoco, No sonrie casi. Sélo a ella. Hs0 ha dicho? Sf, S6lo me sonrie a mi, que lo quiero. zY a Dios? zLe sonrie a Dios? No sé, voy a preguatarle ‘a. Corre hacia el bafio. Diana grande sonrie. Diana chica regresa. El Angel no quiso Eontectar,Pidio una toalla: no le ha bastaco con lavarse el rostro y las manos, quiere ducharse. Ah, si, claro. Dile que en el armario hay unas limpias. Va. Regresa. ;Podria prepararle emparedados? Las galletasno lo lenaron. Son apenas las once con treinta, ypodés esperarte un rato?, ya casi es la hora del almuerzo. Si comés ahori- ta, no vasa tener apetito ala hora quesirvala comida. Si no almorzds, tu mamé va a tegafiarme. Dice que no, que le va a quedar espacio para mas. 2Creés que vas a poder? Yono, el éngel: tiene mucha hambre, no ha comido en dias. Diana grande sonrie. No deberfa acceder, pero no tiene corazon para botarle el juego a Ja nifta, que esta representando muy bien su papel de amiga de un angel. Le da el emparedado. Diana da las gracias, Se va. Regresa luego preguntando si tienen cerveza, Diana piensa que esta Hevando muy Jejos el juego. Murmura con desgano que las nifias no beben cerveza, Se siente: ofendida. Hacerse la tonta tiene sus limites: no va a darle alcohol a una nifia solo por celebrarle una trampa simpatica, no. No €8 para mi, es para él, para el Angel que esta ‘parandose. Suena el agua de la ducha cayendo. No me mintas, Dianita, No te miento. Esta en el baiio, dice. gHay alguien en el bafio? Duda, No te miento. Si, el angel, el que te dije. Nerviosismo. Regres6 tu papa? Noy ho ha vuelto, Desesperaci6n. No es momento para bromas, gHay alguien 0 no? Se escuchan pasos: {De quién son esos pasos? {Del angel, te digo! ycomo entré? Angustia. Le abri. zLe abriste? Si. Abrié la puerta, A quién Je abriste? (A tu to? ¢A algan vecino? No. No. Al angel. No, Dianita, no hay tales, no existen los angeles. St, s{ existen, vos me dijiste hace un rato. Bueno, si, pero no se ven. Metié a un hombre. ;Seré un vagabundo? ;Un delincuente? Quedate aca. Teléfono de emergencia, Hay un hombre en Ja casa donde trabajo, un desconocido. La nifia que cuido le abri6 Ia puerta. 2La tiene de rehén? No. {Qué hace? Tomé una ducha. Me parece Clavdia Herndnder. que ahora come. Ya llega una patrulla. Llega la patrulla, Entran los oficiales. Sacan, sigilosos, a la Diana grande y ala Diana chica. ¢Por qué nos sacan? Registran. ¢Por qué nos sacan? Lo encuentran. {Por qué nos sacan? Porque hay un hombre peligroso y selo vana llevar. Lo atrapan. No se opone, ni siquie- ra se molesta. No es hombre, Diana, es un éngel, es mi éngel. Lleva la ropa mojada, limpia como limpia lleva Ia piel. Lo sacan. Va atado de las manos con metal. En verdad es lindo. Le dicen a la Diana grande queseamés cuidadosa, Diana chica corre abrazazlo, I le sonrfe. S6lo a ella, nunca a los demés, tal como habia dicho. Se lo evan. “Dios los va a castigat”, marmura Diana chica. ‘De vez. en cuando, a Lazaro se le salfa el instinto. Sucedia sobre todo en los funerales, donde siempre habfa que mantenerlo lejos del muerto porque se le acercaba de més y decia en vozalta que queria comér- selo, que le despertaba el apetito. Entonces nos lo lievabamos al restaurante mas cercano a tomar una copa y a que comiera algo. Ordenaba carne cruda para que le recordara al “bocado que acababa de dejar en el ataad”. Nosotros Je celebrabamos el comentario como si se tratara de a mejor de las bromas, pero sabiamos que hablaba en serio. L4zaro, bajo el trajey la sonrisa, era un buitre ‘como los otros. No lo disimulaba. No se recortaba Jas gartas ni plegaba las alas, salvo cuando viajaba en autobiis, por consideracién a los demas pasajeros. Pero, una vez en la callle, las extendia de nuevo y, si andaba més contento de lo usual, elevaba el vuelo, surcaba la cuidad y coloreaba con sus alas nuestro cielo de granito. Era motivo de conversaciones tanto si volaba como, si se quedaba en tierra. La gente le sonrefa y lo saludaba, no porque fuera un buitre, sino porque era gracioso, amable. Caminaba por la ciudad soltando frases corteses al aire y provocando platicas en cada esquina. Como siempre tenfa algo que comentar, nadie lo excluia por ser un buitre ni por tener plumas Clavdia Herndneles. De fronteras incrustadas en la piel y un pico enorme en lugar de boca o por su estatura de hombre, que es descomunal Para un buitre. El se comportaba como hombre. Salia temprano de casa y compraba los periddicos de la tarde, Era un buen ciudadano, pese a que no tenia Sus papeles en orden ni habla hecho algo por obte- nerlos Le agradaba a todo el mundo ~a los de las calles, a los del vecindario y hasta a mi, que tenfa que soportar su silencio sobre mi techo— porque era simpético. Sus chistes eran lo mejor que cualquiera hubiera ofdo. Eran capaces de hacer reir hasta a los que les corre vinagre por las venas. Uno podia perdonarle cualquier cosa con tal de conservar st compafifa. F gusto por la carne cruda durante las cenas que compartia con nosotros, su arrogancia cuando hablaba de lo bien que se siente volar sin ir encerrado en un avi6n, el olor det polvillo que despedian sus plumas y hasta su mania de salir por ja ventana en lugar de retirarse, como todos nosotros, por la puerta eran tolerables. Yo pude incluso perdonarle que, en un dia de hambre, atrebatara de mi terraza al perro de mi seftora (no puede uno negarle comida al vecino) y que, otro dia, hiriera por accidente con sus garras el brazo de mi hija cuando guiso tomarla durante un juego. Lo que no pude excusarle fue Ja avidez con que le limpié la sangre con su propia lengua. Mi esposa, que no ve malas intenciones, le dijo que no se abochornara, que la herida cerraria porque mi hija tenia un buen organismo. Hasta bes su mejilla en agradecimiento porque é1 continuaba famigndole a herida, sonziendo y haciendote cosqui- Ilas a mi hija. Ella, como los demés, reia creyendo que éljugaba. Parecia que habian olvidado que nadie | que juega mira con Ia voracidad con que él miraba a mi nifia. Lazaro deseaba comérsela como se habia comido al perroy como habia querido comerse a los muertos en los funerales, y como convia la carne cruda en los restaurantes, y como se habria comido a miles de animales en el lugar de donde venta. Yo lo sabia. Lo habia descubierto. El lo notd, por eso se acercé a disculparse conmigo, a decirme que atin no lograba controlar ciertos impulsos, que no fuera yo a creer que él queria dafiar a mi hija. Le sonref entonces y le dije que no habia problema. En verdad quise creerlo. Pero, por a noche, lo vela en mis suetios llevarse en” las garras y el pico al perro muerto de mi esposa, a ini hija y a mi hijo. lin ellos, los devoraba con deleite y luego, junto a una banda inmensa de buitres, devoraba al resto de las personas de esta ciudad. Tras notarme nervioso los dias siguientes, me invit6 a salir para que olvidara lo sucedido, Me rehusé la mayor parte de las veces. Por fin, acepté y lollevé de caza sin decirle a nadie y sin darle tiempo para que avisara hacia dénde saldria. El, encantado, insistié durante el camino en que —gracias a st vuelo, su vista y sus gartas— atrapariamos piezas valiosas, Cada ver que Jo afirmaba, le brillaban los ojos de deseo. Una vez en el campo, 61 volaba alto y dibujaba circulos en el cielo mientras yo fingia buscar liebtes. Lazaro, cada cierto tiempo, descendia y volvia a mt con una pieza enorme incrustada en las ufias. La depositaba a mis pies, me saizaba con matisia ay desta atin podia traer algo més grande. . epee desiete piers, vol6 alto y dibuyjé circulos enel trozo de cielo que estaba sobre mi. Supe entonces que era mi momento. Antes de que decidiera arrojarse sobre mi, le disparé, Mientras galanteaba su vuelo, le disparé. Mientras se precipitaba herido, le disparé. Le disparé también cuando cay6. Incluso cuando ya estaba muerto le disparé. Luego regresé a casa, donde nadie habfanotado nuestra ausencia porque yo habia vuelto a la misma hora de todos los dias. ‘Cuando comentaban que ya no aparecia y ya no volaba, yo sugeria que a lo mejor se habia marchado, ast, sin avisar, como habia llegado’O que, a lo mejor, nunca habfa sido, nunca habia estado ni se habia Ylamado Lazaro, sino que solo habfa sido un suefio colectivo. Y, como la gente dejé de preocuparse y ‘olvidé con facilidad, yo decidi hacer igual. Asi, cuando el duefio del edificio vino una tarde a desa- Jojar sus pertenencias, me lamenté como el resto por su ausencia y ayudé a embalarlas. De entre todo lo que sacamos, me quedé con uno de sus trajes. Los demas se quedaron aguardando la legada del si- guiente vecino. oe rer ateraaremneenraropencecpmenetonee ype ea Fue idea mia. Se me ocurrié porque echaba de menos al abuelo. Aunque habfan transcutrido ya dos aiios con tres meses desde su entierzo, atin no acostumbrarme a su ausencia, a la falta de su mirada * estética desde las esquinas, al aire sin el olor que el tabaco le habia dejado impregnado en los dedos, al silencio de las madrugadas sin sus pies tropezandose con los muebles de la casa a oscuras nia los almuerzos sin sus historias obsesivas. No podia. Lo habfa inten- tado —de verdad—, pero no conseguia habituarme a estar sin él, Por eso, un jueves por Ja tarde, decidt ir a buscarlo, a la hora del almuerzo, sin ayuda. Me fui al cementerio a buscarlo para llevarlo de nuevo a casa, Un hombre me vio escarbando. Me dijo que no era correcto hacerlo sin un permiso de la munict- palidad, que debia solicitarlo primero. Le contesté que mi abuelo no le pertenecfa al municipio, sino a mf y a mi familia, que nosotros lo extrafiébamos. “Ademas —~le expliqué—, mafiana es un dia espe- cial. Vamos a tener una teunién familiar. El grupo no estar completo sin él”, El me sonri6, hizo sefias para que siguiera escarbando y se agaché para ayudarme. “Sin mi no terminaras antes de que anochevca y cierren”, dijo. Y tenia razén: yo era inexperto y él, en cambio, cavaba y sellaba fosas a diario: era el enterrador. a de .dos rada « dose me a En menos de dos horas tuve al abuelo de nuevo frente a mf, le quité las solemnes ropas de la muerte yllo vest{ con una de las mudas que mas le gustaba y Inds cémodo Io hacia sentir. El buen enterrador me dijo que me fuera sin preocupaciones: él rellenaria el hoyo por mf, a condicién de que devolviera a mi abuelo a su tumba al dia siguiente, viernes. No pude aceptar su propuesta. Un solo dfa era muy poco tiempo para estar con un abuelo. Le pedt que me otorgara siquiera el fin ce semana. Elacepto, pero me hizo jurarle que, el lunes, a primera hora, devolveria el cadaver, No querfa problemas con la ley. Yo le di mi palabra y también veinticinco colo- nes, que se neg6 a aceptar. Dijo que su remuneracion era la alegria de mi familia. No quise insistir; no es de buena educacion. Me despedt, sub{ al abuelo en. el automévil y me lo llevé. ‘Una vez en casa lo senté en la silla que ocupaba siempre en el pasillo. No hubo necesidad de lim- Piarlo: estaba pulcro, como en vida. Un poco mas flaco. Se miraba lindo. Nada se miraba incompleto con él abi sentado. Los miembros de mi familia se emocionaron. ‘Cuando entraron, les parecié que se trataba de una vision, un invento de Ja mente de ellos. Fue hasta que tropezaron con él que cayeron en la cuenta de que no era uno mas de sus intentos por recordarlo, sino que se trataba de él, del abuelo, que habia regresado. Lo abrazaton durante largo tiempo. Sonrefan més de lo que sus labios estaban acostum- brados a hacerlo y me lamaron para que fuera también a rodearlo con mis brazos. Entonces les revelé que yo lo habfa llevado de regreso para todos, no.solo para mi. Toda la noche la pasaron a su lado hablando de lo feliz que se pondria el resto de los parientes cuando lo vieran a la noche siguiente. Seria una gran sorpresa, decfan, y telefonearon a todos para que nadie fuera a faltar. Nadie falt6. Llegaban intrigados porque pensa- ban que ibamos a anunciar la entrada de un nuevo miembro en la familia. Se emocionaron. cuando, después de que papa conté lo que hice, pusimos ante lavista de todos el cadaver del abuelo. No hubo quién: no quisiera tocarlo, Se lanzaban a besatlo y acontarle los tltimos sucesos de la familia. Los nietos no cesaban desaltar a st alrededor y los hijosno paraban de tocarse el pecho y luego tocarlo a él diciendo “no puede ser, no puede ser”, La abuela estaba transfor- mada. Brillaba. Se habfa colocado bajo os brazos de éLy me agradecia por haberlo llevado de vuelta. ‘No tuve corazén para decirles que nose alegraran tanto, que debia devolverlo. Cambié de planes Busqué la sierra y me dispuse a cortar al abuelo en seis partes, una para cada una de las cinco familias que formaron sus hijos. La otra para la abuela, que se decidié por los brazos. Nosotros nos quedamos con el tronco, sentado en la sila de siempre. Los demas no se quejaron; aceptaban lo que fuera, que siempre era mejor que una foto en la pared, Tambien aceptaron encantados la Gnica condicién que puse: que, en las reuniones familiares, cada cual levara (Gin excusas) su parte para tener al abuelo completo, ‘No solo me besaron las manos, sino que hasta se hincaron ante mi. Acepté su tributo, satisfecho de haber decidido lo correcto para mi familia y no para el sepulturero ni para mi honor, que a fin de cuentas vale menos que tener al abuelo de vuelta en casa, Claudia Herndrdez-

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