C Thiebaut Cabe Aristoteles Cap 2

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C. Thiebust. Tete Austeke ts & Ei Vow 2 idad Una ética de la fragi En todas les lecturas de los textos éticos de Aristéveles que tecoge !a historia se han cealizedo diversas apropiaciones, in- terpretaciones diferentes, solapamientos 0 elisiones de forma cal aque esos textos son, en nuestra cultura, un palimpsesto con una compleja estructura sedimentaria, En el presente siglo, no obs- tante, hemos adquirido un conocimiento tal de la génesis; Ie ela- boracién y el carécter de esas obras que cualquiér dpropiacién de las mismes salcando por encima del conogimiento y la dis- cusién de su texcualidad se hace presuntuosa o indignante, Pe- ro sin embargo, no deja de ser significativo, a su vez, que les, vaciadas posiciones que se han podido avanzar en Ja interpreca- cién de los momentos clave de Ia escrituca y el papel de los tex- tos aristotélicos ejerzan y practiquen, por su parte, concepcio- nes diversas sobre qué debemos entender hoy por ética y cbmo podemos hacerlo, Los debates del presente siglo sobre ¢l corpus aristocélico (sobre la génesis de las obras, su relacién interna, cc.) pueden ser enceadidos, ssf, como debates sobre nuestra pro- pia aucocomprensiéa filoséfica, moral y politica, La relacién entre Platén y Aristételes puede entenderse como un terreno fuerte- mente significativo para interpretat los debates contemporéneos ‘y puede jugar en la definicién de la racionalidad préctice el mis- ‘mo papel interesado en el presente que hace unas décadas se le esignaba a la telacién entre Marx y Hegel. Brnst Bloch pudo decir que la forma en que se entendiera esa relaciéa habria de determinar el tipo de marxismo que se tendrfa. Un marxismo a hegeliano o hegelianizante, con acento en lo subjetivo, un mar- xismo de mattiz célida, se oponia en aquellos aiios a Ia frialdadd casi inbumana, sin moral ai subjetividad, de los andlisis sélo econdmicos y/o mecanicistas (otros leyeron esa diferencia como un ataque directo al estcucturalismo). Un aristotelismo plato- nitance (centrado metafisicamente en la idea monolégica de bien fn sf) tended un sesgo novpluralista en la concepcién de los ideales del modo de vide humana y se opondria'a versiones antlinte, lectualiseas de lo moral. |, Una acticud contraria, en la que se acen- sen las distancias entre el viejo maestro y el discfpule, y que, Por hacerlo, emplee un modelo no exclusiva o predominente, mente intelectualisca en el andlisisético, eendecfa a suministrarnos tuna imagen de lo moral més ligada y determinada por las for, mas de lo contingente, manamente complejo, de lo frdgil, de lo cambiante 0 de lo hu Precisamence le posicién que aquf se adopte recoge y scene tla —tal vex hasta extremos texcualmente heterodoxos—- les dis, continuidades éntee el ezeadot de la Academia y el fundados del Liceo,y entiende la ética de Ariscételes como reaccién anti, platdnicd ya partir de cee seré ua pensador na meta humana bas ella, El Aristéceles que puede asf apare- alejedo de la seguridad y la firmeza de ada en la cettidumbre de alguna ontolo- aia y se mosttard teflexionando sobre las formas de accién co. mo manera de aborda concepcién de le ética de provisionslidad, en una nueva concepciéa de Ia écica. Esa Puede resumizse, con no pequefias do: las siguiences ideas, En primer lugar, po: defamos afitmar que Atistételes —y de forma militenremence antiplaténica— entien: ide la dimension préctica del hombre co- mo una forma de racionalidad que ni puede reducitse al saber técnico nia al saber ci ientffco 0, en terminologia mds contem- pordnea, que la racionalidad préctica no es ni racionalided ins, tcumental ni racionalidad tedrica, En seguado lugar esa cacio. nalidad préctica debe entenderse cefetida como el conocimien, to de lo feégil y es, por asi decitlo, una ética de la fragilided humana que constituye el entramado de Jo que, con palabras és recientes acabé por denominacse unas Minima Moralia, més que una Magne Ethita: 72 esa fragilidad es un sasgo consustancial a lo practi¢o humano que es siempre lo que puede ser de otra manera, Por lo tanto, y si la dimensién practice es la dimensién de la accién, la realidad humana ¢s lo que puede ser hecho ser de otra manera, Consiguentemente, y en tercer lugar, el lengua- je propositivo de la ética supone que no todo vale y que no es vilida toda forma de ser (aunque muchas formas de set sean posibles) y que, por ello, esa ética se dedica a indagar qué es Jo que merece ser hecho ses, por qué y cémo. ' Estos tres conjuntos de ideas 0 de tesis configuean, como poded verse, un acercamiento a Ia érica de Aristételes que se apoya sobre dos supitestos: una lectura mas bien metodoligica de ta ceorfa ariscovélica del bien como una teoria de la accién y una comprensién pluralista de las formes de realizacién de la plenitud moral del hombre, Asi, ese acercamiento supone, en primer luges, que cabe hacer una apropiacién de esa écica que slimine 0 desconsidere radicalmente sus rasgos ontoldgicos 0 nacurslistas ¢ incerpreve la teorfa del bien —el eriterio normati- vo de eleccién moral— a pattic,de una teorfa de Ie accidn, Y, én segundo lugar, y como complemento a esta fectura anti navuralista y anti-ontolégice, se entiende —aungile ello sea pro. blemético, como veremos— que en le ética de Atistételes no se ejerce la propuesta tinica de un modelo como el modo de vida superior 0 deseable. La posicién que aqui se adoprard su: iere, por lo tanto, que la teorfa del bien como teorfa de la ac. ci6n coexiste coherentemente en Aristételes con una teoria plu. talista de los contenidos de le felicidad y que, por lo tanto, no #8 necesario proponer (y, en rigor, serfa imposible hacerlo) un modelo privilegiado de modo de vida como la forma éica y floséficamente justificada del ideal de lo humano, Comenzare- ‘mos, no obstante, en el presente capitulo por el andlisis de los tres conjuntos de ideas presentados anteciormente y en los que se define la écica de Acistételes'como una ética de la feagilidad. Podeemes, tas elo, abordar en el siguiente capiculo la concep. cin del bien desde una ceoria de la accién y Ia concepeién ce Jas vitcudes como prdcticas plurales del bien asf entendido. Po. rd cal vex aparecer entonces, y de la mano de una ética al me. nos de fondo aristorélico, una comprensién de Ia racionalidad 73 de lo moral en sus diversos aspectos que pueda considerasse per- sinence en el debace ariscorélica contemporineo. En ese contex- to sera facil calibrar el alcance y los limites de aquella cesis filo- s6fica en la que el neoaristotelismo basaba su critica central de ausencia de contenido a las éticas modernas y en la que la sus- cancislidad moral del ezber vivido se cdntraponia a esa vaciedad como base de una teoria ética, Pero quizé podamos, también ‘enconces, entender de forma diversa la actualidad del pensamien- «0 ético aristorélico que nos aparecerd como teflexién del pre- sente y desde su horizonte: la fagilidad y, no obseante, la deter- minacién normativa de la razén préctica, Convierie comenzes, pues, por la manera en la que Aristéce- les comprende la moralidad y las tareas de Ie ética, Se ha suge- rido pécrafos atrds que cabe entender la ética ariscotélica de una forma miliancemente antiplacénica para subrayar Ia especific dad y la diferencia dg ta racionalidad préctica frente a la racio- nalidad técnica y Ig,tacionalidad tedrica, Desde que Werner Jae ger formuld eg los afios veinte su interprecacién genética de la obra de Aristételes, segiin ta cual cabfa descubrir una sutil pero clara evoluciéa desde un platonizante joven-Ariscéceles de su pri- mera obta, el Protréptice, cargado de una moral teonémica, has ta Ie madurez préctico-politica, emancipadoramence ilustrada, de la Erica a Nicémaco y la Pohtica, la incerpretacién de esa rela- cid PlaténJAristételes como una relacién teoria/préctica o me- ‘afisicalpolitica o vida contemplativalvida activa ha sido un lu- gat constante de debate, La tesis de Jaeger conducfa a concebir una evolucién del ideal del sabio 0 del modo filoséfico de vida en la cultura cldsi- ca desde un modelo més contemplative, dedicado a la abstrac- ida, hasta el modelo helenistico, centrado, por el contracio, en una cosmépolis politica inmanente y en la vida activa. Acisté- celes constituiria un momento clave en esa evolucién y seria co- mo un gozne entre Platén y ese limo momento del helenismo. Las razones de Jaeger no eran, pues, solamente filolégicas, pues apuntaban en una direccién interpretativa de largo alcance en la comprensién de Aristételes y de Ia culeura cldsica, Aristéte- 74 les podria, asi, comprenderse como ese momento clave porque de una manera original, diferente de Ia platénice, se enlazarian en él la dimensién ideal y onrolégica, por un lado, con la di- mensidn ética a la vez que lo harfan la prudencia prictica, la phrénetis, con In sabiduria tedrice. Para Jaeger, el joven Aristéte- les permanece todavia (y lo hard hasta la redaccién de la Erica Exdenia, cocténea, segiin su anilisis, de la elaboracién del teo- ndmico pensamiento sobre dios del libro Lambda de la Metafi- sica) en la 6tbite del pensamiento de Platén ea la cual la dimen- sidn ontoldgica e ideal de esa concepcién teondmica determina Ja preeminencia de la vida contemplativa,.de la vida cedrica, sobre Ia vida prédctica y politica, La ética conlleva, por ello, la decerminacién de la superioridad del modelo filsofico del se- bio contemplative y, en tétminos politicos, implica la preemi- nencia del filésofo rey, ya que ésce es el nico capacitado para entender la correccién de lo que debe ser pues es el tnico que accede a la comprensién adecuade del ideal moral y politico, El saber préctico platénico serfa, en ese andlisis, una sabiduria, entendida como el modelo tedrico del saber de Jo necesarip, de Jo inmurable, Para Jaeger la Etica a Nicdmaco represencatta ya otro mundo 6, al menos, otro momento. Ya no prima en ese tratado la con cepcida de dios que'reflejaba el libro Lambda de la Metafitica, y esa ausencia del conocimiento de lo divino —es decir, esa ausencia de una instancia externa de corsecién normativa que induce el ideal y lo inmutable— permitisia entender la dimen- sidn practico-moral, la phroness, como algo diferente y separado en su légica interna y en su estructura del conocimiento tedri- 0, la sophia, ta cual carecerd, por lo tanto, del papel privilegia- do de ser guia de la accidn préctica y de su racionalidad. No hay, en 1a nueva y madura ética, un conocimiento de lo divino inmutable y metamundano y la racionalidad préctica lo-es de la accign a sas de lo real, en sus plucalidades, Bl hombre virtuo- so no es ya el hombre sabio (entendiedo por tal el que sabe de lo necesario) sino el hombre prudente: el hombre que osa- be» lo contingence, de lo que puede ser de otra manera, de lo que puede ser hecho ser de otra manera, El criterio de fo vi re tuoso descansarfa, por lo tanto, en un saber iamanente a le 2c. cién misma y ese saber no serd ya el saber platénico ni puede entenderse sobre tal modelo, El anterior andlisis de Jaeger sobre las diferencias entre Pla- tn y Aristételes reposa sobre un diagndstico de la ética plats. nica y-de su articulatin con un punto de visca arquimédico metamundano (el del conocimiento de-lo ideal y de lo divino como el acceso a una definitiva ontologia moral) que no puede Por menos de recordarnos las crfticas que formulan quienes 1«. chazan actuslmente la modernidad. Si era el mundo de las ideas el que se ponfa en el centro de la critica aristorélica, ahora lo serd la imposibilidad, Is irtealidad 0, en todo caso, la ineficacia de un punto de vista moral que se pretende por encima de los avatates de la pluralidad y Ia heteronomia, Si enconces se criti. caba la ontologfa de lo necesario, ahora se rechazacé la mecodo- logfa de lo procedimental. No es ingenua, pero tampoco inmo- tivada, la reiterada equiparacidn encre Platén y Kant en las cti- tices contempordneas a la modernidad, Pero en esas critices se da por supliesto algo que, precisamente —como.equi se tata de asghir—, es euaestio disputata 0, al menos, deberta setlo: que el lugar desde,donde Aristételes critica la moral ceonémice es el mismo lugar desde el que el neoariscotelismo 0 nosotros cons. tatamos los Ifmites de las éticas heredadas de le modernidad. Quizd nuestros problemas para alcanzar una definicidn del pre- sente pudieran encontrar, de esa manera, un ejemplar momen to arquetipico de contrastacién si alcanzamos a definir (y deft ienos) el lugar desde el que Aristéceles formula su critica, Y, asi, la cuesti6n se hace més iriteresanite y més actual cuando em. pezamos a hablar de las salidas a los paradigmas heredados en esas dos diversas épocss y cabe ver cémo se ejercita una defini- cién normativa de nosgtros mismos en la comparacién de esas salidas, ¢Cémo se estableci6 le propuesta de Aristételes? ;Cmo podemos entender su critica y hasta qué punto es esa ctitica tn ejemplo posible y adecuado de la nuestra? Quizd la posicién de Jaeger pudiera entenderse como una primera acticud que poner en correspondencia con la critica a 7% una modernidad abstracts 0 ideal. Aunque tal anilisis se en- contrara histéricamente en les filas ilustradas, militando a fa- vor de la autonomfa de la humanidad (frente # Ie sactalidad de lo ceonémico), pudiera también inclinar [a balanza en favor de los criticos de la ilusecacién. Sobre la posicién interpretativa de Jaeger cabe apoyar lecturas radicales contra cualquier fan- damento o desarrolio racional de lo moral en sentido fuerte, pues esce fundamento parecerd platonizante, y ~por ende— aristo- célicamence superedo en el sentido de un relativo pragmatismo: por decirlo con frase de Richard Rorty, la politica seria pre- via 2 la filosoffa y no necesitarla en absoluto de su concurso, ni el de Ia teoria, para analizar y ejercitar la democracia. Ciec- tamence, son posibles orcas lecturas de los efectos del anilisis de Jaeger que, segiin se ha presentado més arriba, no tendela por qué llevarse a tales extcenios, can desconfiados de los méri- tos de la teorfa, Pero, lo que en cualquier caso secfa més impor- tante, como aqui se quiere sugeris, és que si esa evoluciéa desde el platonismo hasta el aristotelismo se hubiera de entender co- mo una evolucién desde la teorfa a la peéctica, desde la con- templacién a la accién, desde la metafisica a la polifica, lo que se pondria en cuestién seria, enconces, la comprension de la po- sicién aristotélica como una posicién cacional. Diversos criti- cos de Jaeger, como Gadames, Gauthier 0 Aubenque! han se- elado, desde diversas posturas inteleccuales y desde diversos inereses en el presente, que cargarle al lado de Platén, a le vez, la ceor‘a, la metafisica y la contemplacién es dejar en extraio lugar y sin espacio el andlisis de la racionalidad que desarrolla Aristételes y, cabe afadis, la misma pasién politica de Platén. Pero si la cuestién no se habsia de debatiz, entonces, entre los exttemos de un ideal moral platénico de Ia vida concemplativa y teorética y el «platonismo sin alma» al que conduciria la ética mundana de Aristéceles, milicantemente politica, serva,necesa- tio contraponer con clacidad qué dos modelos de relacién en- «re teoria y préctica, filosofia y politica operan en maestro y discipulo, E.R. Dodds, en su infinito y sugerente Las griegosy le irratioe nal, planted una innovadota interpretacién del proyecto filosé- 7 fico y politico platdnico que puede ayudarnos como punto de partida de la presence indagacién, Ese proyecto se inscribicfa en aquel més amplio con el que la iluscracién griega interviene y da respuesta a la crisis de lo que Dodds, siguiendo a Gilbere ‘Murrey, denominaba el conglomerado herededo de la cultura ariega. Ese conglomerado de rostco religioso era el conjunto y el resulcado acumulado de na historia de esquemas y pricti- cas valoratives ¢ interprecativas con las que la culeura arcaica habja ido generando a lo largo de diversas fases su identidad cultural, moral y politica, ¢ implicaba una explicacién cosmo- génica, una teoria teligiosa del sujeco moral y un modelo nor- mativo de comportamiento, El conglomerado heredado es puesto en cuestién desde Ja primera ilustracién griega en el siglo v cuya critica racional empieza a desvelar radicalmence las con- cepciones religiosas, micolégicas y sus consecuencias normati- vas, El debate que se inicia, con las diferentes incerprecaciones de la relacién entre, physis y nomos, apunta, sugiere Dodds, a un problema de fonde: el de Ix fuente y la validez de la obligacién moral y, cab afiadis, el de la concepcidn del ideal de vida, Las propuestas de los «ilustrados» se caracterizaban pot la radici dad de sus intecpretaciones racionalistes. Las reacciones popu- laces contea-la critica de la ideologia progtesista se acumulan cen el siglo ¥, y esas ceacciones, como desconfianza en los-usos de la racionalidad, se:acompaiian de no pocos renacimientos de magias y supersticiones en las que el pueblo no ilustrado in- centa reencontrar la seguiridad y la confianza que siempre y s6- lo suministra un esquema religioso de interpretacién del mundo, Elilustrado Platdn se enfrent6, por lo tanto, a una siruacién de celativo feacaso del programa mismo de la ilustracién, sefia- la Dodds, y hubo de reaccionar ante él reconstruyendo ese proyecto. La transicidn det siglo V sl Iv fue marceda (como ha sido marca: do nuestro propio tiempo) por acontecimientos que bien podian dlucie a cualquier racionalista« reconsiderar su fe, La ruina moral y material que puede acarzear a una sociedad el principio del egoismo racionaliste, se puso de manifiesto en la Atenas imperial; la suerte aque puede escar reservads al individuo fa vernos en los casos de Cx 78 iss y Clemines y sus compatieros de tiranfa. Y, por otro lado, el proceso de Sécrates constituy cl extrafo espectéculo del hombre més sablo de Grecia, en la crisis suprema de su vida mofindore delibers- da y gracuitemence de ese principio, al menos eal como el mundo lo eatendia, Fueron esos acontecimientosm, mi juicia, los que forza. fon a Platén no a sbandonar el racionalismo, sino a transformar su significado docindole de una extensién metafisica (p. 196). Platén, sugiere Dodds, «fertiliaé la teadicién del racionalis ‘mo griego cruzéndola con ideas mégico-religiosasm, como les que recogié de las tradiciones pitagdricas y chaménicas. Ello pro. duce una reinterpretacién del programa normativo de ese ilus- tracién a la que Platéa no quiere o:no puede renunciat: se iden- fica el yo soculto de la teadicién pitagérica con Ia prybbe so- criviea eacional y el conocimiento que constituia la virtud de ésca queda teansmutado en un conocimiento de lo trescenden- tc, Pero Ia reinterpretacién del prograina ilustrado por medio de Ia introduccién de esos elementos mitico-religioso produce ademas otro efecto que quizd fuera, precisamente, el que se bus- caba: la estabilizacién misma del conglomerado heredado cuya crisis habia inducido una crisis de legitimacién y de motive- cién en la sociedad griega. El proyecto platénico seria, asi y se- ain Dodds, e! resultado de la reconduccién del proyecto ilus. cado por Ia inclusin de aquellos necesarios elementos de or- den celigioso que, por una parce, lo hicieran no en exceso extra- fo al conjunto de creencias populares, y, por otra, permitieran gue el proyecto politico de esa ilustracién ée reformara en el sen sido de aender a las necesidades simbélicas de la cohesién so- cial. Ese es el sentido de la articulaciéa de la fe religiosa con la discusién racional y el de poner ese resultado como funda mento del orden politico que podrfa, de tal manera, dotarla de fuerza coercitiva ya que no sélo normativa o educativa, En tér- minos similares, y en el terreno de la psicologia moral del suje- to, seria necesario, por una parte, reconocer Ia exiscencia de un elemento irracional —no declararlo inexistente'en le! constitu cidn de la subjetivided— y, por otra, se impondrd el necesario control de esa itracionalidad, buscando el dominio sobre ella de la parce racional del alma; se trata, por ello, de aceptar un momento de irracionalidad religiosa y de ponerlo bajo le égida educadora de los elementos normativos ilustrados. Peto, esf, Plax t6n seria reformador en un doble sentido de la palabra: seria ua politiéo que intenta reformer la sociedad y teforma, paca ello, el mismo proyecto normativo que pretende introducie; pe- +9 el proyecto platénico seria, por lo canto y més bien, una con- warreforma, Platén, con la innegable y cegadora lucidez del con- secvador, percibitfa larinmensa fragilidad de lo simbélico y su- geriria diversos mecanismos de refuerzo que se encaminarian @ apuntalar la malerecha estabilidad social. Esa fragilided se le aparecia con especial claridad y relevancia en la pregnancia des- ipuiva, interpretativa y normative del lenguaje religioso- simbélico que, al desapareces, podia dejar en absolute oscuri- dad aquello de Jo que sdlo metaféricamente puede hablarse. El anilisis de Dodds se concluye, por desgracia para noso- tos, con algiin apresuramiento al llegar al proyecto aristorélico y al helenismo, Ariseételes ha de comprenderse en esa érbita teformadora introducida por Platén, bien que en un camino que, a diferencia del emprendido por el maestro, acentuard los faccored rationales de una psicologia empitica que se coma co- mo base de la necesaria reforma, Mas todos esos intentos se ve- rian abocados al fracaso pues no se conseguiria la necesatia ar- siculacién entre las necesidades y las posibilidades de a inter. pretacién simbélico-religiosa y las necesidades y las posibilida. des de la interpretacién racjonal, ética y politica, El asalto de lo imprevisible, de lo irracionel, de lo imponderable —del que es fndice el creciente culto helenistico a la diosa Tyke 0 Fortuna— parece mostrar ese fracaso: el proyecto racionalista de la ilustracién indujo en Ia etapa helenistica un grado de con- ciencia histérica insospechado (wel individuo empezé a usat cons- cientemente la tradicién, en vex de ser usado por ella») 2 la vez que un insuperado «miedo 2 la libertad» paralizé las nuevas po- sibilidades del proyecto y las hizo aficos. La inmensa soledad del individuo estd a 1a base, sefiale Dodds con lucidez del pre- sente, de los movimientos religiosos que vuelven a intecprecar el mundo con su peculiar, omnicomprensiva y cerrada coheren- cia y posibilita la busqueda de los pequefios refugios de aisla- mienco y proveccidn frente a la agresién externa del mundo. 80 El intento platénico de reformulacién del proyecto raciona- lista inclufa, como se ha sugerido, aquel momento crucial de conteol de lo racional sobre lo irracional. La manera del buen vivir no podia, por lo tanto, relegarse al ambito de lo no con- trolable, de lo irtacional mismo, y, por ello, debia entenderse sobre el modelo de la eplicacién deliberada de le inteligencia humana como forma de control sobre lo imprevisible y sobre los avatazes de la fortuna, de la ybbe, Hse ideal moral debie, por lo tanto, ser trasmisible y ensefiable como lo era el seguro saber de la ciencia y la prdctica eécnica, Ia epinéme y Ia tebne Pero, 43]29 owod & afenBuay ja ua ¥912}29 owoD 39 -21u09e u>yyp2038]3¥ #213149 ef anb opereyas vy pay] oMwy ‘venbpuasiny 221g vl ap & viwepng 2g ¥ 3p o2vatUI0D Je Jeus-uaig ap e2xugre|d vapy 9] 9p Ezyjead sajaagasTay anb va!2> vj ua pepiiyj> woo uaaasude seopuresSo2d sessuavayrp sesg “v2 -ow of ap op>,220Ja [ap seras9U09 A sajetianeW sauoT>IpLOD se] 304 ‘wayyy |p U9 990UODU anb epsono—s SoU 19WEPeD OWOD ‘eIes> -n2U} aS UgaUTg Ua;quTeA anb YIN Jod 4 o2py;Jod of ap operyTU “His fap ugianaasuoaay ap oauaiu! owsiw Jp U9 UEqis2sU! a5 S0q sure anb oysnus sod ‘winaonyaso wursyw ns v ‘sand ‘sesDaje aoosed pu puorsyse & oatupaeyd seuresioud sot anus sefsuavayrp se ‘ojnaydes ourxpad [9 v9 souiasna aus0d ‘osonasia of ap ¥a!]pIO3S!I8 USTIOU 8] peprarxayas zein2ad Bun ap exp vsonasta ugID2e e] ap Pep -Uog vj 9p vuepynuresnuy peplsejnosp9 wsg “UpI9De eT ap euo!D -8s BUN} ¥{ Ua"opep EA JE2s9 aqap Yofou! o| ap ‘osomstA of sp o1saiy39 [9 4ug}o2e vf ap wsaysa v] ap ‘opesedas ‘orusssip o8fe $2 ‘ou —pepuog ap swiou esa— ouang sa o8je anb soweznf jen> 0} 9p uprouny v2 oyjanby “vapeinBas ewI0U oWwoD asia2iale ep cond anb ‘ssiquioy so] 9p poptanoe B] ua eziqvas as A eiado anb U] ap s2uaz9}1p "B19jS9 wesI0% a15}x9 OW Spepuog 9p O1203129 ns woo saoarede epand anb wueuiny uorooe 2] ap sewisoj sey v ouale epeu dey ou :o>tuoxe(d jap wpDuarajtp of anb onrip0381J2 OA! seurzou vureSoad jap penuaa eopisjasizere> wun ‘sows2s90 OW ‘earuyyd (epia ap opow un ap eiua|a9x9 owos) praia & (e212 -233d pepyeuojaey ap vuss0s owo>) stouapnad ap uprovoridunto> vasg ‘2sqWoY [9p [eOU! 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Seusigy sv 9p pepyfeanjd vj sand ‘eooaynbeur 9 zjavso20u Bussey 9p epeu a]gingisae 9 ou uoOU uso anb ejsez9s A “UaIq [> $9 enss{ de Placén, argilicfa su discfpulo, no tiene otra materia que su mera expresiéa ldgica, el serle comiin a diversas comporta- mientos de los que se predica esa palabra, «bueno». Pero el bien no se predica univocamente de algo, sino mulcivocamente de muchas cosas y ¢s, precisamente, eso: una «predicacién», «El bien, dentro del lenguaje, no significa otra cose que la posibi ~ dad de una definicién comin que sirve paca ‘racionalizar’, 0 sea, paca comunicar ¢ intersubjerivizer decerminadas reflexio- nest, No cabe otra defincién ni otra comprensién que la que escd «limitada» por el lengusje, El bien-en-éi, una ontologiza- cién algo soberbia de nuestra manera de hablar sobre el mun- do, es el intenco de salir det lenguaje hacia més allé de sus ba- rreras y, al ponerle —contradictoriamente—‘nombce, convertic eso en el critetio normativo-practico de nuestras acciones, Tales excesos del uso del lenguaje comportan, pues, una incompren- sin de le relacién lenguaje-accién y, ademés, generan entida- des (como la de bien-en-si) que carecen de utilidad a la hora de planteac los problemas éticos que son precisamente probl mas de acciép, «La ontologia de este ‘en si’ —comenta Lledé propdsito de fos andlisis aristotélicos del Primer Libro de la Etica a Eudemo— no puede ya identificarse con el orden de la realidad», Y, prosigue, sefialando la radical temporalidad de lo bumano, EI mundo de lo cea! estd sustentado en el latido de «un solo dias, Es esta iamediatez de cada instance, que palpita cn las concreras, cor- porales condiciones de posibilidad, la que configuea el sentido de 11 vide, Ser blanco muchos dias (Lledé comenta la afirmacién vlo que es blanco durance dias, no es mas blanco que lo que lo es un sélo ia, de suerte que el bien no es més bien por ser ecerno» (BE., 12182 14-15)) es ya confice a ls consistencta de la memoria la mera perdurs- bilidad pero no en el horizonte del «thoran, en donde se mueve siem- pre la praxis, sino en él amplio espacio en donde el ger puede consti- twirse también como experiencia, Sélo en ese lenguaje que se trans tehacia el fururo de cad luo, que lo wtemporalizas en su exclu siva e incansferible subjecividad, eene eabida el recurso «l5gi¢o» del ‘gn sin, No hay hipSstasis posible que consceuyese, en una metahis toria, lor elemencos «temporales» que dan contenido # Is verdadera hisroricidad,(..) Siewas, por consiguience, un bien més alld de ls esce- Jn conczera de fos bienes humanos, es perder la Unica oportunidad 86 ‘que fa palabea bien tiene de justificars: Ia de su propia y remporal «_realizacin (Ariséelery la dice de fa plis, p. 143). » es, pues, ajeno al tejido de la préctica huma- 1a, y €s como inhumano fuera de ese horizonte de la vida y de su lengusje, Cuando hablamos del bien como aquello en virtud de lo que las cosas son buenas, lo que hacemos es ceferir reflex! vamente nuestro lengusje a la realidad de nuestra vida. Y, asf, al igual que acontece con el ser, el bien se dice de muches m: neras (EN., 1096a 20-30), y la posible «ciencia del bien» debie- ra aclarar sus condiciones de posibilidad y su misma estructura, Esa pluralidad de las maneras de decit el bien remiten a las formas de la accién de los hombres. Y el lenguaje que dice de esas formas de accién —que habla de ellas, que las nombra, en las que adquieren sentido lingifstico comunicable— no puede consticuirse éomo un saber monolégico sobre un bien que no es sino lo comunmente predicable del ejercicio plural y activo de la bondad. No hay pues «ciencia del bien» aunque habré, como veremos, un «saber del bien», Esa diferencia entre‘«cien- cia» y «saber moral» no carece de problemas en las'obras aris- tosélicas, pero aparece indicada con clasidad en el sentido aqui refecido en el Libro VI de la Btica Nicomdquea, donde se trazan las difecencias entre ciencia, prudencia y arte (EN,, 11396 15-1140b'30), La ciencia, arguye el texto, tiene por objeto aque- lo que es necesatio, y que, por ello, es eterno e indestructible, La ciencia es, asf, ensefiable como un modo de saber demostrs- tivo, que posee una forms de razonamiento especifica y propia, No parece, pues, que ese modelo de ciencia nos pudiera valer para captas, analizas, comprender y discucir aquel plural y mu- table saber del bien, cuyo rasgo definitorio serd aquella adver- bialidad del punto de vista moral. Hans Georg Gadamer ha re cordado en Verdad y Méteda Ia audacia de la definicién atistosé- fica de phrénesis en ‘su contraposicién al saber tedrico: la racio- nalidad prictica es un saber volcado en el sujeto, un saber para si, un saberse, tal como la misma Erica recuerda: «La prudencia parece ceferirse especialmente a uno mismo, o sea al individuo, y esta disposicién tiene el nombre comiin de ‘pruidencia’» (EN, 97 114lb 30), Este saber explicitamente reflexivo, que refiere y se Girige a un sujeto que acta de una determinada manera, es otro rasgo de la consciente adverbialidad de fo moral frence a otras formas de la racionalidad humana, Como veremos cuaiido recordemos el anilisis aristorélico de 4s aceién como teoria del bien, tampoco el modelo de le téenica (de la produccién artistica) pacece adecuado para transmicir ese cutioso saber del bien. La prudencia remite en Aristételes a una forma de sabidusfa préctica especifice —por su objeto y por su forma, por su materia y por su significado— que constieuye una forma de racionalidad no equivalence ni subsumible ea otras formas de racionalidad, Bs mas, llegar a entender qué puede set esa virtud intelectual —ese buen ejercicio del saber del bien que se tornard en el ebienhacer» del bien— implica una pecu- liar aproximacién; Atistételes sefiala: «podemos llegar a com- prender su naturaleza considerando a qué hombres llamamos prudentes» (EN, 11402 24), De esta manera, las definiciones que poderos suministrar cuando preguntamos qué es lo moral no 10s dickn-plenarente aquello por lo que indagamos, pues per- manecen en el dmbito de las definiciones de palabras y de su uso, Saber realmente, y a su vez, qué es a lo que apuaran eses palabras exige, ademas de conocer su significado lingifstico, co- nocer la forma de vida que hace de esas palabras algo con sen- tido préctico: los prudentes, en su vida, son la mejor manera’ de entender qué es 1a prudencia, cuyo significado conceptual en el mapa tebrico de la ética— es el de una virtud dianogtica, Es, por lo tanto, la actitud pragmética de primera persona, la actitud participativa en una comunidad de hablantes y de prac- ticentes, la que da sentido al recto uso de los rectos términos, Por eso, dice Aristételes, la investigacién de la écice se dirige primordialmente no a saber qué es el bien, sino a ser buenos, Cabe sugecis, asf, y aunque ello nos aleje de Ia lecca de Aris- t6celes, pero tal vez en su mismo sentido y direccién, que ese saber del bien no puede ser un saber monolégico, sino necesa- riamente comunicativo como lo es el significado lingifstico del rérmino «bien» y como lo es ese modelo bésicamente interacti- 88 vo (wos hombres que llamamos prudentes») al que hemos de temitirnos para comprender emo y de qué hablamos. ¥ no s6- Jo seria un saber que se constituye comunicativamente, Tam- bién cabria calificarlo como un saber no inmediato, pues no refiere de una manera direcca y sin mediaciones, sino que para significar ha de hacer también explicita su forma de significa En efecto, In atribucidn del predicado «bueno» a un acto oa tun comportamiento no se realiza en vircud de algo que ese acto © ese comportamienco posean «en sf», al margen del sujeto mo- ral constituido esa comunidad que formamos los hablantes de nuestro lenguaje moral— que formula esa attibucién, No cabe pensar en ese predicado como si fuera Ja cualidad «cési- car de alguin objeto, como pudieran ser, por ejemplo, su peso © su cualidad, sino que cuando ebueno» se predica de un acto es, mas bien, en virtud de In manera como se realiza ese acto ¥ esa manera no puede, n su vez, representasse si no es en la forma adverbial que anteriormente mencionamos: deci, en éti- 2, de algo que es «bueno» es como decic que es ebuenamen- te, La referencia de la bondad se realiza, ast, de forma media- ca, por medio y en victud de la dimensién moral. Por decirlo con mayor clacidad, Ia stribucién moral del predicado «buenon nuestra capacidad de juicio moral— implica la asuncién ex- plicita y reflexiva de ese punto de vista moral («buenamente») que no esté dado de manera inmediata en el predicado ebue- no», sino mas bien en una forma de relacionar nuestro lenguaje y nuestras acciones. Esta adverbialidad de lo moral no sélo no es inmediata, si= no que también desvela las apariencias de inmediatez y de na- taralidad con las que se reviste muchas veces nuestra compren- sidn moral, Si juzgar moralmence algo implica asumir él punto de vista reflexivo de lo moral,—es decir, suponer primero y ex- plicitar después, en vireud de qué algo es juzgado moral— ne da que se presente inmediatamence como moral tendeia que ser aceprado como cal: ni el mandato de un dios, ni la ley de una ciudad han. de suponerse como norma y critetio de moralidad al margen del proceso por el gue nosotros aeeptames su moralidad. En términos modernos deberfamos sefialar que ese proceso es el 89 proceso de consticucién de nuestra compleja subjerividad mo- tal, En los términos del mundo clisico de Aristételes dirfamos que ese proceso es el ejercicio de la adecuada racionalidad deli- berativa, prudencial, tal como lo practican aquellos que enwre todos, y sabiendo a qué nos referimos, denominamos pruden: tes, En cualquiera de los casos, no escamos ante un «saber de la ciencia» —una «Magna Ethica», por jugar a la ambigtiedad de los titulos y de las palabras—, sino con una forma, plural, compleja y reflexiva, del saber de lo moral —unas «minima mo- ralia»— en las que se ejercita una forma de ver y no se repiten los inamovibles, eternos y necesarios principios y desarrollos de un saber clausurado en virtud de Ia nacuraleza, los dioses 0 las ciudades. Al comienzo de la Erica Nicondyuea se sefala, ast, este carécter no fijo, de doxa, de convencidn, de aparente cosquedad y esquematismo, con el que se ha de revestir el saber politico, pues «es propio del hombre inscruido buscar la exacticud en ca da materia en le medida en que la edmite la naturaleza del asun- to» (EN, 1094 24), Lafedgilidad del bien no obedece, pues, a una pérdida de tuna supuesca fortaleza de la que ya carecemos, 0 a una debili- dad de la que podremos recuperarnos, o a las deficiencias que induce una forma imperfecta de conocer lo perfecto, sino que se deberfa a que el bien sélo existe cuando y como se eerce y se practice esa dimensién moral, y « que esa dimensién moral carece de otra entidad y de otra seguridad que la que suminis- tra_su_ mismo ejercicio —dubitativo, complejo, plural, conflictivo— cuyo criterio 0 cuyo tasero, como veremos, le es interno a ese mismo ejercicio. (Sdlo puede entenderse la rotali+ dad del ejercicio de esa dimensién cuando entra a formar parte de la identided construida del sujeto moral o de su comunidad: asi, fa consticucién compleja de la subjetividad moral moderna muestra en sus heridas —las que producen las sinrazones de la ‘insolidaridad, de la injusticia o de las legitimadas desigualdades— la moralidad ausente. Sélo el dolor de esas he- tidas —el dolor de los vencides, por usar de Walrer Benjamin, de los todavia vencidos— ejerce una identidad no cercenada de moralidad y que puede contraponerse, a pesar de todos sus dis- 90 fraces, 2 aquella otra de Ia que se reviste la parte del leén de + los victoriosos —de los todavia, ya y siempre victoriosos.)’ Podemos volver la atencién hacia aquel correlato referen- clal de ese bien frdgil que mencionamos al comienzo del capi- tulo: si no hay saber cientifico de la moral ello se debe a que Ja materia de la accién humana se refiere no a la necesidad, si- no a la contingencia, Lo contingente-sefiala Aristételes, es lo que «puede ser de otra maneram, Pero, si no hablamos de Ia on- cologia de los objecos, sino de la estructura y el sentido de las acciones y del punto de vista de los comportamientos, lo no ne- cesario serd, mds bien, «lo que puede ser hecho ser de otra ma- nera». Si no hay ciencia clausurada, porque no hay clausura en. Jos asuntos del hombre, cabe decir que habré punto de vista moral porque no habrd, tampoco, necesidad inmovilizadora en as acciones, en Ia capacidad de hacer, en la capacidad de mo- dificar, El wser de otra manera»'es, en términos de nuestra ace ci6n, ts posibilidad de intervencién, de la agencia de los hom- bres y, por ello, es, més bien, In-wcapacidad de ng ser asin, y el epoder ser hecho no set asi», De'orra manera, ef mundo de Jos hombres estaria clausurado; y en la necesidad no hay mora- lidad, Bsta capacidad de teflexividad de la accign en lo contin- gente —el poder ser hecho.ser— es la que suministra, precisa- mente, aquella pecspectiva adverbial que mencionamos anterior.“ meace y en viccud de la cual la moral no es tanto algo dado fi xiscamente, cuanto algo que se ejerce’, Mas nj todo saber ni todo actuar delen lo contingente, co- ‘mo veremos, es ya un saber y un hacer moral, Quizd sea necesa- slo sefialar de entrada que el saber y el hacer técnico-poiético son diferentes del saber y el hacer morales, Pero también es ne- cesario urgir que el que algo pueda ser hecho ser de otra mane- +1 no significa que cualquier manera valga, que todo valga, No «todo vale», de entrada, en el lenguaje mismo de nuestra coti- dianeidad moral: las formas mejor y peor hechas de hacer las cosas no parecen ser arbitratias, aunque pudieran ser conven= cioneles, y la abierca posibilidad de «lo que puede ser hecho ser de otra manera» no parece equivaler a «lo que puede ser ot hecho ser de cualquier manera», Mas cul podria ser el crite: 1 Ho en vierud del cual sefialar que no todo vale? El problema se plantea por le ausencia de aque! criterio regulative 0 aquelle norma con los que la filosofia platénica le contraponfa un rase- 10 a lo existente. En ese proyecto, al igual que acontece en todas las éticas teondmicas que he habido en la historia, el ideal me- tamundano del bien-en-si, el modelo del modo de vida teoréu co, el punto de vista arquimédico del fildsofo rey, planteaban “con claridad ese criterio que servia como forma de regulacién de las prdcticas humanas. «Cémo neger la validez del todo va. len si se carece de un criterio extetno a ese «todo»? Las lecturas ortodoxas de Ariseételes encontraron ciertamente ese criterio en este mundo, no fuera de él, aunque habeia que satizar a renglén seguido que tal hallazgo se centraba, mds bien, én algo que lo subyacia: la naturaleza, Para esas incerpretacio. nes, la naturaleza tiene su finalidad, su tds, en virtud de cuys ‘ealizacién pueden ser comprendidos los hechos, El hombre posee también su propio fin natural, su propio ios, en cuya tealiza- cia y cumplimiento debe afanarse si quiere ser plenamente hom. bre. EL principio teleolégico aparecia, asi, como el criterio de cumplimiento —el criterio normative, moral, de realizacién— de lo que estaba dado naturalnénte como meta, como objetive, ‘Uns lectura tal, como recordaremos, era la practicada por el mis: mo neoaristotelismo para el cual cabria reconstruir nuestro len- Busje moral y politico si volviésemos a reconstruir aquel nexo Perdido de las vireudes que establecfan el puente entre Ia «bue. ‘na Finalidad dal sels» y nuestea imperfecta cotidianeidad. ‘Mas esa forma de planteac el casero de lo exiscence disfraza de intramundaneidad el punto de vista teonémico, También en Ja modetnidad cupo plantear sustancializaciones y ontologiza- clones de la nacuraleza, la subjetivided o la socialidad (que, en segulda, devinieron en la «verdaderan naturaleza, o el averda. derom punto de vista) que aparecian como el criterio externo a 4a accién que habia de regular esa misma accién. Mas la ctitica stistocélica al idealismo moral platdnico podria también volverse con éxito contra esos intentos y cabria, tal vez, preguntar cémo 92 | es posible pensar mis alld de la accién un principio cegulativo sustancial si es s6lo desde el punto de vista de la accidn desde donde percibimos el significedo moral, aquella forma adverbial que comportaba !a buena manera de hacer lo que esti bien, En efecto, ccémo salir de esa actitud performativa moral y po. nerle palabras ¢ una inscencia que no es percibida y practicada desde esa actitud?

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