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12.04.2008 | LITERATURA
Empezó poco después de llegar a Inglaterra, a fines de los años 40, cuando
todavía iba a la escuela. En Shanghai no había museos ni galerías, pero el
arte me gustaba mucho. Dibujaba y copiaba, y a veces pienso que mi carrera
de escritor fue el consuelo de un pintor frustrado. A fines de los años 40, en
Inglaterra persistía cierta controversia en relación con Picasso, Braque y
Matisse, mientras que los surrealistas estaban más allá de la crítica. Los
surrealistas fueron una revelación, si bien las reproducciones de Ernst, Dalí
y De Chirico eran difíciles de conseguir y se encontraban con más frecuencia
en los manuales de psiquiatría. Me los devoraba. Los surrealistas, y el
movimiento pictórico moderno en su conjunto parecían ofrecer la clave del
extraño mundo de la posguerra con su amenaza de guerra nuclear. Las
dislocaciones y ambigüedades del cubismo, el arte abstracto y los
surrealistas me recordaban mi infancia en Shanghai. A fines de la década del
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40 también leí mucho, pero del menú internacional (Freud, Kafka, Camus,
Orwell, Aldous Huxley) más que del inglés. Sin embargo, la novela moderna
tenía un tono derrotista que a los dieciséis años me resultaba deprimente. A
partir de Joyce había tenido lugar una gran migración interna. El Ulises
tenía algo asfixiante. Los grandes pintores modernos, en cambio, desde
Picasso hasta Francis Bacon, estaban dispuestos a enfrentarse al mundo,
como lo hacían los amantes brutales en uno de los divanes de Bacon. Había
un rastro de semen que aceleraba la sangre. No creo que ningún pintor en
particular me haya inspirado, excepto en un sentido general. Más bien fue
una cuestión de corroboración. Las artes visuales de Manet en adelante
parecían mucho más abiertas que la novela al cambio y la experimentación,
si bien eso es sólo en parte culpa de los escritores. La novela tiene algo que
resiste la innovación. ¿El panorama artístico actual? Es muy difícil de
juzgar, dado que la fama y la presencia mediática de los artistas están
indisolublemente unidas con su trabajo. Los grandes artistas del siglo
pasado tendían a hacerse famosos en la última etapa de su carrera, mientras
que ahora la fama forma parte del trabajo de los artistas desde el primer
momento, como en los casos de Emin y Hirst. En la actualidad hay una
lógica que atribuye más valor a la fama cuanto menos acompañada esté de
logros reales. No creo que en este momento sea posible llegar a la
imaginación de la gente por medios estéticos. La cama de Emin, la oveja de
Hirst, los Goyas desfigurados de Chapman, son provocaciones psicológicas,
pruebas mentales en las que los elementos estéticos no son más que un
contexto. Es interesante que las cosas sean así. Asumo que se debe a que
ahora el medio, que es ante todo un entorno mediático, está sobresaturado
de elementos estetizantes (comerciales televisivos, packaging, diseño y
presentación, etc. ) pero empobrecido y entumecido en lo que respecta a
profundidad psicológica. Los artistas (pero no los escritores,
lamentablemente) tienden a desplazarse a los lugares en que la batalla es
más enconada. En el mundo actual todo es objeto de diseño y packaging, y
Emin y Hirst tratan de decir que esto es una cama, que esto es la muerte,
que esto es un cuerpo. Tratan de redefinir los elementos básicos de la
realidad, de recuperarlos de manos de los publicistas que secuestraron
nuestro mundo.
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actos terroristas por una causa, por más equivocada que pueda ser, sino de
actos terroristas sin causa alguna. ¿Si el arte puede ser un vehículo para el
cambio político? Sí, asumo que gran parte del atractivo de Blair (como el de
Kennedy) es estético, así como gran parte del atractivo nazi reside en un
triunfo de la voluntad estética. Sospecho que muchos de los grandes
cambios culturales que preparan el camino para el cambio político son sobre
todo estéticos. La parrilla del radiador de un Buick es una declaración tan
política como la parrilla del radiador de un Rolls Royce. Una protege una
máquina estética que conduce un optimismo populista; la otra resguarda un
orden social exclusivo y jerárquico. El art deco transatlántico de la década de
1930, que se usaba para vender desde vacaciones en la playa hasta
aspiradoras, puede haber contribuido a que en 1945 el electorado británico
votara la salida de los conservadores.
Las ideas sobre las ventajas de la transgresión en mis tres últimas novelas
no son algo que quiera ver concretarse. Son más bien posibilidades extremas
que pueden llegar a imponerse a la realidad como consecuencia de las
presiones sofocantes del mundo conformista que habitamos. El
aburrimiento y una sensación de completa futilidad parecen llevar a muchos
crímenes sin sentido, desde los episodios de Columbine y Hungerford hasta
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Un siglo es mucho tiempo. Hace veinte años nadie podría haber imaginado
los efectos que tendría Internet: florecen relaciones, se hacen amistades por
e-mail, hay una nueva intimidad y una poesía accidental, para no hablar de
la más extraña de las pornografías. Toda la experiencia humana parece
revelarse como la superficie de un nuevo planeta. Dudo mucho que Internet
o alguna otra maravilla tecnológica puedan detener la caída en el
aburrimiento y el conformismo. Sospecho que la especie humana avanzará
como un sonámbulo hacia ese vasto recurso que vaciló en abordar: su propia
psicopatía. Ese patio de juegos del alma nos espera con las puertas abiertas
de par en par, y la entrada es gratis. En resumen, una psicopatía electiva
vendrá en nuestra ayuda, como lo hizo muchas veces en el pasado: la
Alemania nazi, la Rusia stalinista, todas esas pesadillas que constituyen
buena parte de la historia humana. Como señala Wilder Penrose en Super
Cannes, el futuro será una enorme lucha darwinista entre psicopatías
enfrentadas. A nuestra pasividad se suma que estamos ingresando en una
etapa profundamente masoquista. Todo el mundo es una víctima, ya sea de
los padres, de los médicos, de los laboratorios farmacéuticos, hasta del
amor. ¡Y cómo lo disfrutamos!
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