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12.04.2008 | LITERATURA

El futuro será una guerra de psicóticos


08:32 | Ballard habla de la influencia de la pintura en su vida, del
conformismo que llevará sin dudas a nuevas pesadillas, de la imposibilidad
de rebelión de la clase media, de un mundo que estetiza su horror, de un
próximo fascismo.
No es difícil entender por qué se apodó el Profeta de Shepperton a J. G.
Ballard. Su primera novela importante, El mundo sumergido, exploró las
implicaciones de una catástrofe ecológica décadas antes de que el
calentamiento global y el Acuerdo de Kyoto ingresaran a la conciencia
pública. Luego, en su famosa novela Exhibición de atrocidades, Ballard
pronosticó el ascenso de Ronald Reagan de cowboy de Hollywood a
presidente de los Estados Unidos. Hasta los parámetros de la muerte de la
princesa Diana en un túnel de París en 1997 estaban, en cierto modo,
esbozados en Crash. Como advirtió Salman Rushdie en su momento, la
naturaleza novelesca de la vida de Diana no era el cuento de hadas que
creíamos sino un relato pornográfico de sexo, muerte y fama que Ballard
había escrito veinticinco años antes. Con la aparición de su decimooctava
novela, Milenio negro, Ballard demostró una vez más sus facultades de
prolepsis: en momentos en que las fuerzas antiterroristas ingresaban al
aeropuerto de Heathrow en febrero de 2003, Ballard daba los últimos
toques a su propio trabajo sobre terrorismo urbano, una novela que
comienza con una explosión en la Terminal 2 de Heathrow.

En el transcurso de los últimos cincuenta años, la mirada indiscriminada y


resuelta de Ballard se esforzó por penetrar las innumerables realidades
superficiales de nuestra modernidad perturbada y por bucear en su energía
inconsciente.

Ballard habla aquí de sommeliers, de política, de la globalización y del papel


del arte (literario y visual) en el siglo XXI. Esta entrevista se realizó por fax
en enero de 2004.

Usted admite que es un consumidor más voraz de textos visuales


que de textos literarios. ¿Cuándo empezó a interesarse en las
artes visuales y en qué medida eso influyó en la trayectoria de su
escritura? ¿Qué opinión tiene del panorama artístico
contemporáneo?

Empezó poco después de llegar a Inglaterra, a fines de los años 40, cuando
todavía iba a la escuela. En Shanghai no había museos ni galerías, pero el
arte me gustaba mucho. Dibujaba y copiaba, y a veces pienso que mi carrera
de escritor fue el consuelo de un pintor frustrado. A fines de los años 40, en
Inglaterra persistía cierta controversia en relación con Picasso, Braque y
Matisse, mientras que los surrealistas estaban más allá de la crítica. Los
surrealistas fueron una revelación, si bien las reproducciones de Ernst, Dalí
y De Chirico eran difíciles de conseguir y se encontraban con más frecuencia
en los manuales de psiquiatría. Me los devoraba. Los surrealistas, y el
movimiento pictórico moderno en su conjunto parecían ofrecer la clave del
extraño mundo de la posguerra con su amenaza de guerra nuclear. Las
dislocaciones y ambigüedades del cubismo, el arte abstracto y los
surrealistas me recordaban mi infancia en Shanghai. A fines de la década del

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40 también leí mucho, pero del menú internacional (Freud, Kafka, Camus,
Orwell, Aldous Huxley) más que del inglés. Sin embargo, la novela moderna
tenía un tono derrotista que a los dieciséis años me resultaba deprimente. A
partir de Joyce había tenido lugar una gran migración interna. El Ulises
tenía algo asfixiante. Los grandes pintores modernos, en cambio, desde
Picasso hasta Francis Bacon, estaban dispuestos a enfrentarse al mundo,
como lo hacían los amantes brutales en uno de los divanes de Bacon. Había
un rastro de semen que aceleraba la sangre. No creo que ningún pintor en
particular me haya inspirado, excepto en un sentido general. Más bien fue
una cuestión de corroboración. Las artes visuales de Manet en adelante
parecían mucho más abiertas que la novela al cambio y la experimentación,
si bien eso es sólo en parte culpa de los escritores. La novela tiene algo que
resiste la innovación. ¿El panorama artístico actual? Es muy difícil de
juzgar, dado que la fama y la presencia mediática de los artistas están
indisolublemente unidas con su trabajo. Los grandes artistas del siglo
pasado tendían a hacerse famosos en la última etapa de su carrera, mientras
que ahora la fama forma parte del trabajo de los artistas desde el primer
momento, como en los casos de Emin y Hirst. En la actualidad hay una
lógica que atribuye más valor a la fama cuanto menos acompañada esté de
logros reales. No creo que en este momento sea posible llegar a la
imaginación de la gente por medios estéticos. La cama de Emin, la oveja de
Hirst, los Goyas desfigurados de Chapman, son provocaciones psicológicas,
pruebas mentales en las que los elementos estéticos no son más que un
contexto. Es interesante que las cosas sean así. Asumo que se debe a que
ahora el medio, que es ante todo un entorno mediático, está sobresaturado
de elementos estetizantes (comerciales televisivos, packaging, diseño y
presentación, etc. ) pero empobrecido y entumecido en lo que respecta a
profundidad psicológica. Los artistas (pero no los escritores,
lamentablemente) tienden a desplazarse a los lugares en que la batalla es
más enconada. En el mundo actual todo es objeto de diseño y packaging, y
Emin y Hirst tratan de decir que esto es una cama, que esto es la muerte,
que esto es un cuerpo. Tratan de redefinir los elementos básicos de la
realidad, de recuperarlos de manos de los publicistas que secuestraron
nuestro mundo.

En "Milenio negro" dice que la revolución de la clase media en


Chelsea Marina se convertirá en parte del "calendario
folclórico... a celebrarse junto con la última noche de los bailes de
egresados y del tenis de Wimbledon". Si es inevitable que la
revolución adquiera un nuevo envase, ¿dónde quedamos
nosotros? ¿El arte puede ser vehículo para el cambio político?

Las revoluciones reenvasadas tienden a ser las pseudorrevoluciones, o las


que fueron ante todo acontecimientos mediáticos. La destrucción del World
Trade Center el 11 de setiembre todavía no se reenvasó en algo más atractivo
para el consumo. Otro hecho revolucionario, el asesinato de JFK, se diluyó
con rapidez como consecuencia de la intensa cobertura mediática, la infinita
repetición de la filmación de Zapruder y la proliferación de teorías
conspirativas. Pero el propio Kennedy era en buena medida una
construcción mediática con un atractivo emocional tan calculado como
cualquier campaña publicitaria. Su vida y su muerte fueron ficciones casi
por completo. Una verdadera revolución, como a su manera lo fue el 11 de
setiembre, siempre surge de algún lugar inesperado. Lo que sostengo en
Milenio negro es que en nuestro mundo por completo pacificado los
únicos actos que van a tener alguna importancia van a ser los actos de
violencia sin sentido. En el futuro el principal peligro no va a proceder de

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actos terroristas por una causa, por más equivocada que pueda ser, sino de
actos terroristas sin causa alguna. ¿Si el arte puede ser un vehículo para el
cambio político? Sí, asumo que gran parte del atractivo de Blair (como el de
Kennedy) es estético, así como gran parte del atractivo nazi reside en un
triunfo de la voluntad estética. Sospecho que muchos de los grandes
cambios culturales que preparan el camino para el cambio político son sobre
todo estéticos. La parrilla del radiador de un Buick es una declaración tan
política como la parrilla del radiador de un Rolls Royce. Una protege una
máquina estética que conduce un optimismo populista; la otra resguarda un
orden social exclusivo y jerárquico. El art deco transatlántico de la década de
1930, que se usaba para vender desde vacaciones en la playa hasta
aspiradoras, puede haber contribuido a que en 1945 el electorado británico
votara la salida de los conservadores.

La mayoría de sus novelas puede leerse como una celebración


provocadora del poder transgresor y transformador de la
imaginación. En "Milenio negro", sin embargo, la imaginación
está por completo ausente. Su frase "el apocalipsis tapizado"
alude de manera alarmante a una impasse crítica e imaginativa,
¿verdad? ¿Esa declinación de la vida mental es algo terminal?

Nada es terminal, gracias a Dios. A medida que vacilamos, el camino se


extiende solo, se bifurca y se desvía. Pero la vida actual del Occidente
próspero tiene algo muy sofocante. El aburguesamiento, la suburbanización
del alma, avanza a un ritmo alarmante. La tiranía se hace dócil y sumisa y lo
que prevalece es un totalitarismo blando, tan obsequioso como un
sommelier. No se permite que nada nos inquiete ni perturbe. Lo que nos
gobierna es la política del grupo de juegos. El principal papel de las
universidades es prolongar la adolescencia hasta la mediana edad, momento
en el cual la jubilación temprana garantiza que careceremos de los medios o
la voluntad para producir un cambio importante. Cuando Markham (no
JGB) usa la frase "apocalipsis tapizado", revela que sabe lo que en verdad
está pasando en Chelsea Marina. Es por eso que se acerca a Gould, que
ofrece un escape desesperado. Mi verdadero temor es que el aburrimiento y
la inercia puedan llevar a la gente a seguir a un líder trastornado con
muchos menos escrúpulos morales que Richard Gould, que nos pongamos
botas y uniformes negros y adoptemos el aspecto del asesino sólo para
mitigar el aburrimiento. Un neofascismo insensato y malsano, un racismo
hábilmente estetizado, podrían ser las primeras consecuencias de la
globalización, cuando Classic Coke y el merlot de California sean las únicas
bebidas del menú. Por momentos miro las casas para ejecutivos del Valle del
Támesis y siento que ya está aquí, que espera que le llegue el día sin tener
demasiada conciencia de sí.

Sus últimas novelas experimentan con la polémica teoría de que


la transgresión y el asesinato son correctivos legítimos de la
inercia social. Si los actos de violencia y resistencia al mismo
tiempo nos perturban y nos dan energías, ¿qué implicancia tiene
para el lector esa falta de unidad moral?

Las ideas sobre las ventajas de la transgresión en mis tres últimas novelas
no son algo que quiera ver concretarse. Son más bien posibilidades extremas
que pueden llegar a imponerse a la realidad como consecuencia de las
presiones sofocantes del mundo conformista que habitamos. El
aburrimiento y una sensación de completa futilidad parecen llevar a muchos
crímenes sin sentido, desde los episodios de Columbine y Hungerford hasta

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el asesinato de Dando, y hubo decenas de crímenes similares en los Estados


Unidos y otras partes en los últimos treinta años. Esos crímenes absurdos
son mucho más difíciles de explicar que los atentados del 11 de septiembre y
dicen mucho más del estado trastornado de la psique occidental.

Se habla muy poco del humor cambiante de su trabajo, pero sus


novelas están sembradas de bromas, desde las impasibles
confrontaciones de "Exhibición de atrocidades" y "Crash" hasta
las observaciones irónicas de "Milenio negro". ¿Por qué el humor
le resulta tan importante y por qué a algunos lectores les cuesta
tanto reírse con su trabajo?

Me complace que piense eso. La gente, sobre todo los estadounidenses


demasiado moralistas, a menudo me consideran pesimista y carente de
humor, pero yo creo que tengo un sentido del humor casi maníaco. El
problema es que es algo irónico. Los lectores dicen que Milenio negro los
hizo reír, lo cual es una excelente noticia, pero es cierto que la idea de una
revolución de la clase media tiene en sí algo muy gracioso. Sin embargo, tal
vez eso sea un indicio de cuán lavado tiene el cerebro la clase media. La idea
de que podemos rebelarnos parece ridícula.

En la introducción a "Crash" diagnosticó que "la muerte del


afecto" era la principal enfermedad del siglo. ¿Cuál es su
diagnóstico para el siglo XXI?

Un siglo es mucho tiempo. Hace veinte años nadie podría haber imaginado
los efectos que tendría Internet: florecen relaciones, se hacen amistades por
e-mail, hay una nueva intimidad y una poesía accidental, para no hablar de
la más extraña de las pornografías. Toda la experiencia humana parece
revelarse como la superficie de un nuevo planeta. Dudo mucho que Internet
o alguna otra maravilla tecnológica puedan detener la caída en el
aburrimiento y el conformismo. Sospecho que la especie humana avanzará
como un sonámbulo hacia ese vasto recurso que vaciló en abordar: su propia
psicopatía. Ese patio de juegos del alma nos espera con las puertas abiertas
de par en par, y la entrada es gratis. En resumen, una psicopatía electiva
vendrá en nuestra ayuda, como lo hizo muchas veces en el pasado: la
Alemania nazi, la Rusia stalinista, todas esas pesadillas que constituyen
buena parte de la historia humana. Como señala Wilder Penrose en Super
Cannes, el futuro será una enorme lucha darwinista entre psicopatías
enfrentadas. A nuestra pasividad se suma que estamos ingresando en una
etapa profundamente masoquista. Todo el mundo es una víctima, ya sea de
los padres, de los médicos, de los laboratorios farmacéuticos, hasta del
amor. ¡Y cómo lo disfrutamos!

(Traducción de Joaquin Ibarburu)

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