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Colonial Latin American Review


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El Cabildo Catedralicio y los Jueces


Adjuntos en Lima Colonial (1601–1611)
a
Alexandre Coello de la Rosa
a
Universitat Pompeu Fabra (UPF)–Consejo Superior de
Investigaciones Científicas

Available online: 13 Dec 2011

To cite this article: Alexandre Coello de la Rosa (2011): El Cabildo Catedralicio y los Jueces
Adjuntos en Lima Colonial (1601–1611), Colonial Latin American Review, 20:3, 331-361

To link to this article: http://dx.doi.org/10.1080/10609164.2011.624331

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Colonial Latin American Review
Vol. 20, No. 3, December 2011, pp. 331!361

El Cabildo Catedralicio y los


Jueces Adjuntos en Lima Colonial
(1601 1611) !
Alexandre Coello de la Rosa
Universitat Pompeu Fabra (UPF)!Consejo Superior de Investigaciones Cientı´ficas
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Los hagiógrafos del seiscientos se interesaron por el quinto arzobispo de Lima,


Toribio Alfonso de Mogrovejo (1581!1606), ensalzando sus virtudes como santo
limosnero y visitador incansable de las tierras andinas.1 Otros religiosos menos
entusiastas, como el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero (1609!1622), lo criticaron
por haberse dedicado en cuerpo y alma a las visitas pastorales, descuidando su iglesia
y la vigilancia de los prebendados (Garcı́a Cabrera 1994, 26). En la actualidad la
mayorı́a de historiadores coinciden en destacar la figura de Mogrovejo como el gran
reformador tridentino del Virreinato peruano, pero lo cierto es que poco o muy poco
se ha escrito sobre las actividades polı́ticas y económicas de sus capitulares.2 A finales
del siglo XVII este restringido número de miembros del alto clero se convirtió en
una elite dentro del grupo de poder de Lima colonial. Sus discrepancias con el
arzobispo Mogrovejo a causa de la aplicación de los decretos tridentinos, ası́ como
por las faltas contra la disciplina eclesiástica, agrió las relaciones con los prebendados
de la iglesia metropolitana, enzarzados en múltiples disputas y pleitos que duraron
hasta la muerte del prelado.
El cabildo o capı́tulo catedral era una corporación o colegio de clérigos sumamente
estructurado y jerarquizado que actuaba como un importante contrapeso corporativo
a la autoridad episcopal. Su oficio principal consistı́a en el rezo y canto cotidiano
de las horas canónicas en la iglesia madre del obispado (Mazı́n Gómez 1997, 133).
Cuando la silla episcopal estaba vacante el cuerpo capitular constituı́a la máxima
autoridad del clero diocesano, actuando como una especie de senado o consejo
permanente al servicio del prelado (Vargas Ugarte 1953!1962, 1:166; Mazı́n Gómez
1997, 131; Draper 2000, 53). Como apunta Ángel Fernández Collado, era
‘descendiente directo del antiguo ‘‘Presbyterium’’ o grupo de clérigos con vida y
bienes en común que asistı́an al obispo en el ejercicio solemne del culto divino en el
ISSN 1060-9164 (print)/ISSN 1466-1802 (online) # 2011 Taylor & Francis on behalf of CLAR
http://dx.doi.org/10.1080/10609164.2011.624331
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coro de la catedral y en la administración de los bienes de su casa, aconsejándolo


tanto en su misión espiritual como en la temporal’ (Fernández Collado 2000, 150;
Mazı́n Gómez 1996, 14!15).
Diversos historiadores, como Oscar Mazı́n y Leticia Pérez, han señalado que los
capitulares eran los portadores de la tradición, en tanto que transmisión y
conservación de los saberes eclesiásticos, porque constituı́an el único elemento de
continuidad en la diócesis más allá de la muerte de sus miembros.3 Sus lealtades no se
dirigı́an tanto al arzobispo como a las familias y grupos de poder de las diócesis que
gobernaban, sobre todo durante los perı́odos de sede vacante, impulsando proyectos
socio-culturales de largo recorrido (Mazı́n Gómez 1996, 407). En 1598, el arzobispo
Mogrovejo envió un Memorial al papa Sixto V (1585!1594) por el que le informaba
que la catedral de Lima contaba con dieciséis canónigos, recordándole que algunos de
los cargos sólo existı́an nominalmente debido a la escasez de rentas (Garcı́a Irigoyen
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1906, 2:238!54; Cobo 1956, 2:457!60; Dammert Bellido 1996, 250). Si el arzobispo
era un individuo, el cabildo era un cuerpo presbiterial no siempre cohesionado cuyos
miembros desempeñaban los oficios diocesanos de gobierno y administración por
delegación del ordinario.4
Cinco eran las dignidades de esta restringida elite eclesiástica que se estructuraba
de acuerdo a una serie de cargos perfectamente definidos: el más importante era el
deán, don Pedro Muñiz y Molina (1545!1616),5 natural de Baeza, responsable del
oficio y del culto divino, se encargaba de presidir el Cabildo; el arcediano don
Bartolomé Martı́nez (¿!1594),6 natural de Trujillo, más conocido como el ‘ojo del
obispo’, era la primera dignidad en ausencia del deán. Era responsable de examinar a
los candidatos al sacerdocio, visitar las diócesis cuando lo ordenaba el arzobispo o en
sedes vacantes y en general, de supervisar las actividades pastorales.7 El chantre, don
Esteban Fernández de Vosmediano (Garcı́a Irigoyen 1906, 1:53),8 estaba encargado de
la música del coro y del culto litúrgico durante las misas capitulares. El maestrescuela,
don Mateo González de Paz, natural de Zamora, enseñaba gramática latina a los
clérigos del coro, supervisaba la enseñanza impartida en la diócesis y predicaba en la
catedral. El ovetense don Cristóbal Medel (1575!1609), tesorero desde 1592, tenı́a
a su cargo la fábrica espiritual de la catedral, responsabilizándose de los gastos
destinados al culto del cabildo (aceite para las lámparas del altar, velas de cera, pan y
vino para las ceremonias eucarı́sticas, vestimentas de los celebrantes), de la
administración de las rentas decimales y del inventario de todos sus bienes.9 No
hay que olvidar que a principios del siglo XVII al Cabildo metropolitano de Lima se
le asignaba una cuarta parte de los sesenta mil pesos ensayados percibidos en
concepto de diezmos provenientes de bienes reales o prediales.10
Además de estas dignidades habı́a diez canónigos, cuatro de los cuales eran de
oficio u oposición *magistral, encargado del púlpito; doctoral o asesor jurı́dico,
lectoral, o teólogo del cabildo, y penitenciario, encargado de administrar
el sacramento de la penitencia para algunos pecados (Garcı́a Irigoyen 1906, 1:
63!65)11*y seis de gracia o merced*también llamadas simples*que cobraban de
salario tres mil pesos anuales de plata ensayada.12 Por debajo de los canónigos se
Colonial Latin American Review 333

situaban seis racioneros (portionarii) o beneficiados (el primero, don Diego Ávila,
nombrado en 1593),13 que debı́an cantar pasiones, y seis medio racioneros
(semiportionarii), encargados semanalmente, por turnos, de cantar epı́stolas en el
altar y en el coro.14 Finalmente, habı́a seis capellanes, seis acólitos, dos curas y
sacristán, un mayordomo y secretario, ası́ como algunos oficiales, como el organista,
el pertiguero, y el perrero (Garcı́a Irigoyen 1906, 2:26!27; Vargas Ugarte 1959, 1:145;
Dussel 1983, 1/1:530). A diferencia de las cinco dignidades, la mayorı́a de estos
racioneros eran ‘naturales de la tierra’. Aunque no recibı́an los mismos estipendios
que las dignidades y los canónigos sino una simple porción, constituı́an una
fuerza importante dentro del Cabildo. Como señala Pérez Puente, ‘seis racioneros y
seis medios racioneros podı́an, si llegaban a un acuerdo, imponer su parecer al
Cabildo’ (Pérez Puente 2005, 79).
La unidad en el interior del Cabildo dependı́a de las relaciones armónicas
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entre el arzobispo y sus capitulares (Pérez Puente 2005, 179). Si bien el Cabildo no
podı́a dictar una polı́tica al arzobispo, éste no podı́a elegir a los prebendados que lo
componı́an. Los obispos únicamente podı́an designar los cargos de provisor,
secretario de cámara y capellán, independientes de la jurisdicción del Cabildo
y personas de su máxima confianza. Los monarcas tenı́an la prerrogativa de los
nombramientos de las canonjı́as de oficio y demás dignidades, según el Patronato
Regio, mediante un concurso oposición, ası́ como la administración de las rentas
eclesiásticas de las Indias.15 Durante el gobierno del arzobispo Mogrovejo, la mayorı́a
de dignidades del Cabildo limeño eran peninsulares. Sin embargo, la Real Cédula que
Felipe II envió al virrey don Luis de Velasco, con fecha en Campillo, 14 de mayo de
1597, establecı́a que ‘en la presentación de las dichas cuatro canonjı́as, fuesen
preferidos, los patrimoniales e hijos de los que han pacificado y poblado la tierra,
y los que sirven y han servido en la conservación de los infieles’ (Garcı́a Irigoyen
1906, 1:64).
Tampoco el arzobispo Mogrovejo, o en su defecto, el juez provisor y vicario
general, podı́an proceder de manera criminal contra los prebendados sin la
presencia de los jueces adjuntos nombrados por el deán y el Cabildo eclesiástico de
Lima. Ello no favoreció la coparticipación*Óscar Mazı́n lo ha definido como
corresponsabilidad (Mazı́n Gómez 1996, 18, 36!37)16*del Cabildo en la gestión
de gobierno de la iglesia metropolitana, provocando duros enfrentamientos y
negociaciones, conflictos e incidentes que, como veremos a continuación, alteraron
la vida interna de la catedral limeña.

Los primeros conflictos del arzobispo Mogrovejo con sus capitulares (1583 1599) !
Tras la solemne aprobación del Concilio de Trento por el papa Pı́o IV (1559!1565)
con la bula ‘Benedictus Deus’, el rey Felipe II dictó una Real Cédula, con fecha 12 de
julio de 1563, por la que aceptaba los decretos tridentinos, lo que ampliaba
considerablemente el poder espiritual de los obispos. Su aplicación en España fue
inmediata, lo que provocó una férrea oposición de otros miembros del estamento
334 A. Coello de la Rosa

eclesiástico (Kamen 1993, 53). Diversos historiadores (Nalle 1992; Kamen 1993;
Ehlers 2006) han señalado que el cabildo catedralicio fue una de las instituciones
eclesiásticas que se opuso con más fuerza a las reformas del Concilio de Trento. En
1551, representantes de ocho cabildos de Castilla se reunieron en Valladolid para
discutir los decretos tridentinos. Sus procuradores fueron enviados a Roma y a la
corte y en 1553 consiguieron impedir que los obispos visitaran sus cabildos
(Kamen 1993, 116). En 1587, el poder del cabildo catedralicio de Cuenca permaneció
intacto, a pesar del aumento de la centralización eclesiástica que impulsó el concilio
tridentino (Nalle 1992, 75). No sólo por el deber de los obispos de convocar concilios
provinciales y sı́nodos (noviembre, 1563) sino también por la obligación de efectuar
visitas eclesiásticas ad limina a sus diócesis, según lo establecido por la bula del papa
Sixto V en 1585, lo que multiplicó los conflictos entre los prelados y los cabildos
metropolitanos de Cuenca y Belmonte (Nalle 1992, 74!80). En una ocasión, mientras
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la sede permanecı́a vacante, los capitulares se enzarzaron en continuos litigios por la


administración de la diócesis que acabó con excomuniones, denuncias y hasta penas
de cárcel. Escandalizado, el nuncio papal escribió una carta en la que aseguraba que
merecı́an un castigo, no sólo por sus múltiples disputas sino por su mal ejemplo.
Y añadı́a que con respecto al celibato, eran los más escandalosos de toda España, por
lo que recomendaba urgentemente una visita papal (Nalle 1992, 79).
Igualmente, en 1588, el obispo de Lérida se quejó amargamente de no poder
residir en su catedral ni de ser capaz de visitarla debido a la férrea oposición de sus
prebendados. Ese mismo año la Audiencia habı́a denunciado numerosos desórdenes
en los cabildos de la provincia de Barcelona a causa de la oposición generada por las
visitas eclesiásticas de los obispos (Kamen 1993, 116). En Valencia, el arzobispo Juan
de Ribera (1569!1611) trató de imponer los decretos tridentinos con respecto a la
uniformidad litúrgica, ejemplaridad moral y obligatoriedad de los capitulares de
residir en la diócesis. No le fue nada fácil. Las resistencias fueron continuas,
asegurando que debido a la independencia financiera y legal del cabildo leresultaba
imposible crear un centro espiritual reformado en la catedral (Ehlers 2006, 61).
En Nueva España, los arzobispos don Alonso de Montúfar (1554!1572) y don
Pedro Moya de Contreras (1573!1591), luego nombrado inquisidor y visitador
(1584!1585), tuvieron que resolver problemas similares a su llegada a la sede
episcopal de la Ciudad de México. Mientras que el primero tuvo serios conflictos con
el arcediano Juan Garcı́a Zurnero por hacerse con el control del arzobispado,17
el segundo actuó con mayor diplomacia, promocionando a los criollos a las canonjı́as
de oposición.18 El arzobispo Moya de Contreras fue uno de los funcionarios más
influyentes y poderosos de finales del siglo XVI. A él le cupo la organización del
Tercer Concilio Mexicano (1585)*Poole lo definió como el Trento Mexicano*y
la ejecución de sus decretos en los cabildos eclesiásticos y clero parroquial (Poole
1987, 148!203).
En el Perú, el arzobispo Mogrovejo se enfrentó a las mismas preocupaciones que
el prelado cordobés (Poole 1987, 5!7). En primer lugar, la subordinación del
clero regular y los miembros de la Compañı́a de Jesús, cuyos privilegios habı́an
Colonial Latin American Review 335

ocasionado numerosas diferencias y fricciones con el prelado leonés por la


administración de la parroquia de Santiago del Cercado (Coello 2006, 128!241).
En segundo lugar, la debida atención a la misión evangelizadora de la iglesia, que los
regulares, y en especial, los miembros del Cabildo generalmente descuidaban.
Finalmente, y relacionado con lo anterior, fue el sometimiento efectivo de los
regulares mediante la administración y reparto de los diezmos,19 la gestión de la
fábrica material y espiritual de la catedral ası́ como la contribución del 3% de todas
las rentas eclesiásticas para la creación del seminario tridentino. El primero, como
señala Antonio de León Pinelo, ‘que con esta calidad se fundó en las Indias’ (León
Pinelo 1653, f. 92).
Desde el primer Cabildo que presidió, el 9 de junio de 1581, la impresión que
causó el arzobispo entre los prebendados fue muy buena. En una carta a Felipe II
desde Lima, con fecha 28 de abril de 1583, el deán y el resto de dignidades
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ensalzaron la figura del arzobispo, enfatizando su capacidad de trabajo, honestidad y


buen trato. Asimismo destacaba que era

. . . muy ajeno de la codicia y bienes temporales, amado de los más de este tierra, y es
tal persona cual convenı́a para remediar la necesidad que esta Santa Iglesia tenı́a de
un tal prelado y ası́ es de creer que la merced grande que Vuestra Majestad nos hizo
en nos lo dar por pastor y prelado fue hecha por divina inspiración. (Lissón Chaves
1944, 3:322!24. La cursiva es mı́a)

Posteriormente, las relaciones empeoraron ostensiblemente. Como ya comenté


en otra ocasión, después del Tercer Concilio Limense (1583) Toribio de Mogrovejo
transfirió el arrendamiento in solidum de los diezmos directamente a los municipios,
causando un gran perjuicio a los miembros del Cabildo que hasta aquel momento
venı́an ejerciendo esta función (Coello 2005, 304!5).20 Entre 1584 y 1591 Toribio se
encontraba visitando ad limina su extensa archidiócesis, comprobando la pobreza de
sus feligreses, los excesos de los clérigos doctrineros y la corrupción de algunos
funcionarios, como los corregidores, que se aprovechaban de los indios (Coello 2000,
259!94; Coello 2006; Benito 2006, xxix!xlii). Al fiscalizar el comportamiento de los
prebendados pretendı́a evitar todo tipo de simonı́a imponiéndoles penas
pecuniarias o la excomunión latae sententiae.21 El 30 de marzo de 1587 presentaron
una querella contra el arzobispo por no cumplir los autos y provisiones de la Real
Audiencia. Tres años después, el 30 de abril de 1590, escribieron una extensa carta a
Felipe II en que hacı́an relación de las ‘vejaciones y molestias que el Arzobispo
de esta ciudad nos hace’, acusándolo sobre todo de ‘alterar la posesión que tenemos
de administrar y repartir los diezmos’.22
Vemos, pues, que el arzobispo habı́a encontrado el talón de Aquiles del Cabildo.
Su posición reformista se habı́a concretado ya en el auto del III Concilio Limense,
con fecha 13 de julio de 1583, por el que ratificó la obligación de los prebendados
de asistir al coro, según lo establecido en el Concilio de Trento (sesión 24, capı́-
tulo 12) y en el II Concilio Limense (1567, sesión 1, capı́tulo 65!66), ordenando que
336 A. Coello de la Rosa

. . . los prebendados dignidades canónigos racioneros y todos los demás que están
obligados a seguir el choro se hallen presentes a todas las horas divinas y nocturnas
y a la misa mayor y que todos los diezmos se dividan en distribuciones cotidianas
las cuales ganen solamente los que se hallaren presentes a las horas personalmente y
los que faltaren a cualquiera de las dichas horas canónicas y misa mayor pierdan la
distribución y distribuciones señaladas para los que se hallaren presentes los cuales
las lleven y ganen y se les den a los que estuvieren presentes y se manda en el
concilio que no puedan remitir unos a otros las faltas de haber dejado de estar a las
horas y esto sin fraude ni colusión como está decretado en el dicho Concilio de
Trento en la sección y capı́tulo arriba alegados.23

El absentismo eclesiástico estaba bastante extendido entre los altos cargos de los
cabildos catedralicios del Perú y de la Nueva España (Poole 1987, 51!53; Mazı́n
Gómez 1996, 103!11). No es de extrañar que estas medidas fiscalizadoras generaran
tensiones entre el arzobispo y los canónigos de Lima, lo que aceleró la redacción en
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1593 de la Regla Consueta que establecı́a el adecuado regimiento en la administración


de la catedral.24 En 1598 Toribio regresó a Lima para la celebración del Quinto
Concilio Limense (que no se celebró hasta el dı́a 2 de abril de 1601), encargándose de
visitar los barrios de la ciudad (Benito 2006, xlii!xliv). Pero la visita efectuada en
1598 por el doctor Miguel de Salinas,25 juez provisor y vicario general del
arzobispado de Lima, no hizo sino agravar dichas tensiones. Aunque los cargos de
vicario y provisor general solı́an recaer por delegación episcopal en algún prebendado
del Cabildo, esto no siempre era ası́ (Mazı́n Gómez 1996, 90!91). A pesar de tener a
su cargo la jurisdicción administrativa y judicial en calidad de provisor, el doctor
Salinas no pertenecı́a al colegio episcopal, por lo que no tenı́a derecho a intervenir en
las sesiones capitulares, ni a convocarlas o presidirlas, excepto por delegación expresa
del arzobispo Mogrovejo.26 Esta situación generó fricciones con respecto al gobierno
del arzobispado, especialmente cuando se trataba de causas judiciales de cierta
gravedad.
Desde la muerte del primer arzobispo de Lima, fray Jerónimo Loayza (1548!1575)
(Milla Batres 1986, 5:255), la sede de Lima habı́a estado vacante durante seis años
(1575!1581). En esas circunstancias el gobierno diocesano quedó en manos de las
dignidades del Cabildo, quienes no sólo tenı́an potestad para recaudar los diezmos
que gravaban las haciendas de sus parroquianos, sino para nombrar a los jueces
adjuntos en las causas criminales contra los prebendados. Asimismo las élites civiles
locales buscaban promover a sus allegados y familiares a los puestos vacantes del
Cabildo, con quienes mantenı́an lazos sanguı́neos o filiales, estableciendo impor-
tantes conexiones con las autoridades polı́ticas y eclesiásticas. Como representante de
una estructura eclesiástica centralizadora, la figura del prelado personificaba el
contrapeso ideal a los intereses de las familias de mayor peso socio-económico. Él era
siempre un forastero cuya incorporación a la sociedad local no siempre se producı́a
con éxito (Draper 2000, 47!50). No deberı́a sorprender, pues, que a su llegada
el arzobispo Mogrovejo se encontrara con diversas facciones en el interior del
Cabildo que desafiaban su autoridad. Varios de sus miembros eran manifiestamente
Colonial Latin American Review 337

corruptos, lo que promovió una serie de pleitos orientados a mejorar la disciplina


moral de los prebendados. Los acusó de no haber dicho los maitines en tono bajo
después de la oración y de no estar sentados en las sillas del coro, sino abajo, ası́ como
de hacer notorias ausencias de sus deberes catedralicios, lo que estaba penalizado
por el auto del III Concilio Limense (13/7/1583) (Levillier 1919, 217).
Las ausencias que podı́an hacerse lı́citamente del coro, culto divino y administra-
ción de los Santos Sacramentos estaban reglamentadas por el llamado recle. Dicho
recle estaba establecido en cuatro meses desde la erección de la catedral, efectuada por
el arzobispo Jerónimo de Loayza. Luego, la sesión XXII del tercer perı́odo del
Concilio de Trento (1562!1563) lo dejó establecido en tres meses anuales, lo que
provocó las protestas de muchos prebendados, en América y en la Penı́nsula.27
Finalmente, durante el III Concilio Limense Toribio de Mogrovejo lo rebajó a un mes,
siendo motivo de un largo litigio entre los capitulares y el arzobispo (Garcı́a Irigoyen
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1906, 2:203). Pero habı́a más. El arzobispo Toribio acusó al chantre, don Esteban
Fernández de Vosmediano, de no haber enseñado el canto a los clérigos del coro.
Igualmente le imputó a él, al tesorero, don Cristóbal Medel, y al canónigo don
Antonio de Molina,28 haber entregado una campana de la catedral para la artillerı́a y
de no haberla cobrado. El maestrescuela, don Mateo González de Paz, fue acusado de
no guardar el debido decoro en las ceremonias litúrgicas y de no leer ninguna lección
en la Iglesia, según lo establecido en el III Concilio de 1583.29 También sostuvo un
pleito contra uno de sus secretarios, el canónigo don Bartolomé Menacho
(1548!1640)30, por disfrutar de la renta de una capellanı́a perpetua de coro por el
alma del doctor don Bartolomé Martı́nez Menacho y Mesa, segundo arzobispo de
Santa Fe de Bogotá (1593!1594), que no estaba celebrando. Todo ellos fueron
condenados a pagar una sanción pecuniaria, siendo exhortados a no reincidir en
los cargos (Garcı́a Irigoyen 1906, 2:214!17).

El arzobispo Mogrovejo frente a los jueces adjuntos (1600 1602) !


Las sedes vacantes fueron siempre motivo de controversias durante las cuales se
cuestionó el comportamiento de los capitulares. No fue hasta el 12 de marzo de 1581
que Lima tuvo un nuevo prelado. Si la llegada del arzobispo Mogrovejo auguraba
la reforma del cabildo metropolitano, muy pronto se comprobó que sus prolongadas
Visitas eclesiásticas le impedirı́an convertirse en su guı́a polı́tico y espiritual.
Correspondió al vicario y provisor general, don Miguel de Salinas, el papel de
mantener unido al cuerpo capitular. Pero fracasó. Uno de los conflictos más graves
que sacudió a la institución fue protagonizado por uno de los racioneros de la
catedral de Lima, don Pedro Mauricio González de Mendoza, acusado de haber
injuriado y maltratado a un estudiante del colegio Seminario, de nombre Juan de
Solórzano Castillo. De acuerdo con la declaración de varios testigos convocados por
la Audiencia arzobispal, el hecho ocurrió un dı́a de finales de 1601, a las nueve de la
mañana, en la sacristı́a de la iglesia mayor,31 mientras se preparaba para decir misa
junto al canónigo Bartolomé Menacho. Fue en ese momento cuando se dirigió al
338 A. Coello de la Rosa

joven Solórzano como clérigo de órdenes menores para que le ayudara a vestirse de
diácono, pero éste se negó, alegando que ‘aquel oficio era de los mozos del coro y no
suyo’.32 Enfurecido, el religioso alzó las manos con actitud amenazadora, señalándole
como ‘un bellaco desvergonzado y barbudo’. Acto seguido se abalanzó sobre él con
la intención de golpearlo. El asunto hubiera ido a mayores de no haber intervenido
otros estudiantes del colegio Seminario, como Amador de Mazuecos (19 años),33
Juan de Riberos (20 años),34 y Diego Hernández de Medina (18 años), quienes se
interpusieron entre el colérico canónigo y el joven Solórzano, impidiendo que la
disputa llegara a las manos.
Poco después, Juan de Solórzano y Diego Hernández de Medina se querellaron
criminalmente contra el racionero don Pedro Mauricio González de Mendoza y el
maestrescuela arcediano don Juan Dı́az de Aguilar (1562!1613),35 ambos prebenda-
dos de la catedral, presentando como testigos a los estudiantes del colegio que se
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hallaron presentes. A tenor de las declaraciones de los testigos, las relaciones entre los
prebendados y los estudiantes del Seminario no eran buenas.36 Los canónigos no
pagaban el salario de los mozos del coro, por lo que obligaban a los colegiales
a servirlos,

. . . dándonos de empellones y diciéndonos que si no les servimos de rodillas no


hemos de ir a la iglesia y diciendo que este no es colegio sino cueva de ladrones, y
echándonos del coro a nosotros y a todos los demás colegiales y diciéndome a mı́ el
dicho Juan de Solórzano que habı́a de estar puesto en un palo y ahorcado y todo
por haber yo vuelto por el dicho colegio.37

Pero no sólo habı́an blasfemado e injuriado a los colegiales. Uno de ellos, de


nombre Alonso Mejı́a de Aliaga (21 años), declaró que el domingo 30 de diciembre
de 1601 el maestrescuela les impidió la entrada al coro aduciendo que habı́an llegado
tarde a los servicios matutinos. Agraviándolos todavı́a más, les acusó de ser unos
bellacos y de habitar no un colegio sino una cueva de ladrones. A continuación se
dirigió al citado Juan de Solórzano y lo ofendió reiteradamente, persiguiéndolo por
toda la iglesia, llamándolo bellaco y rufián y amenazándole con cortarle las orejas
y las barbas con un machete.38 El viernes 28 de diciembre, dı́a de los Santos
Inocentes, los seminaristas entraron en el coro para las vı́speras, pero los canónigos
y dignidades se levantaron de sus sillas y los expulsaron a todos, incluido el
‘desvergonzado, bellaco y barbudo’ Juan de Solórzano, prohibiéndoles participar de la
procesión en la que habı́an de ejercer sus órdenes, lo que fue interpretado como una
clara agresión a una de las instituciones más queridas por el arzobispo en funciones,
Toribio Alfonso de Mogrovejo.39 Al maltratar de este modo a los colegiales no sólo se
habı́a dañado la imagen pública del racionero, sino también la del cabildo
catedralicio en pleno, cuya animadversión hacia ellos se hacı́a cada vez más patente.
Por esta razón don Miguel de Salinas decidió proceder contra el prebendado
(27/12/1601), ordenándole que permaneciera en su casa y no saliera bajo pena de
excomunión mayor y cincuenta pesos de pena pecuniaria hasta que se determinaran
Colonial Latin American Review 339
40
los castigos y censuras contra él. Este, sin embargo, no acató la decisión del provisor
general y se ausentó de su casa para ir al coro de la iglesia, lo que fue confirmado por
diversos testigos, entre ellos, los presbı́teros bachilleres Juan de Palomares41 (32 años)
y Francisco de Garibavana (44 años).42 En castigo, el provisor ordenó que fuera preso
a las casas del cabildo eclesiástico, con grilletes y dos guardas cuyo sueldo de cuatro
pesos de plata corriente en reales a cada uno de ellos correrı́a a cargo del acusado.43
Para obligarlo a cumplir lo dictaminado, el 29 de diciembre de 1601, el bachiller
Luis Álvarez, presbı́tero, acompañado de los también bachilleres presbı́teros don Juan
Suárez de Toledo (34 años) y don Francisco de Buendı́a (34 años), acudió a la casa del
racionero para comunicarle la sentencia y conminarle a que les acompañase preso
a las casas del cabildo. El prebendado los recibió en el patio de su casa y les invitó
a entrar. A continuación se sentó en una silla y pidió al padre Suárez de Toledo que le
leyera el mandamiento del provisor. Al oı́rlo, le contestó que desde su nombramiento
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el Cabildo le habı́a ordenado que nunca se dejara prender ‘y ası́ yo no he de ir preso


ni he de salir de aquı́ sino fuere hecho pedazos o que me lleven arrastrando’,
espetándole que ni él ni treinta provisores podrı́an llevárselo de su casa.44 Su
argumento era que el provisor no era juez competente en la causa y por ello se resistió
con uñas y dientes a sus captores, arrojándose al suelo y gritando que no querı́a
obedecerlos, llamándolos bellacos, hasta que finalmente fue reducido y conducido a
la sacristı́a de la iglesia del hospital de San Pedro, situado al frente de su casa.45
¿Quién era el racionero don Pedro Mauricio González de Mendoza? ¿Cuáles fueron
las razones por las cuales el racionero no reconoció al juez provisor, don Miguel de
Salinas, como autoridad competente en la causa abierta contra él? ¿Por qué razón el
bachiller Álvarez tuvo hasta que arrodillarse para que el racionero depusiera su
actitud y accediera a acompañarle preso si contaba con el respaldo del provisor
eclesiástico que le autorizaba para ello?
En primer lugar, la posesión de un beneficio catedralicio comportaba un
prestigio social y económico que se mantenı́a a expensas de la feligresı́a (Draper
2000, 57). Junto a esta actitud aristocratizante cabrı́a señalar que la mayorı́a de
canónigos y prebendados habı́an acumulado gran poder e influencia, tanto
económica como polı́tica, durante los seis años que la sede limeña habı́a estado
vacante.46 En el caso del racionero González de Mendoza, cabe destacar que un
probable pariente suyo, don Fernando González de Mendoza (1562!1617), futuro
obispo del Cuzco (1609!1617), era jesuita, lo que favoreció los intereses de la
Compañı́a de Jesús en el Cabildo catedralicio.47 Sin duda la ausencia del titular de la
silla episcopal unido al hecho de que el provisor Salinas no era canónigo trajo consigo
la formación de bandos con distintas tendencias y opiniones, lo que promovió la
desarticulación de la persona moral, que dirı́a Óscar Mazı́n, del cuerpo capitular
(Mazı́n Gómez 1996, 37). La llegada de Toribio trajo consigo algunas medidas
orientadas a reforzar su autoridad. No sólo limitó su acceso a los diezmos sino que en
el III Concilio Provincial estableció la fundación de centros especı́ficos, llamados
seminarios, a tı́tulo de Real Patronato para la formación de futuros presbı́teros,
decretando que todas las catedrales americanas, según sus posibilidades, ‘educaran,
340 A. Coello de la Rosa

alimentaran e instruyeran en las disciplinas eclesiásticas a cierto número de jóvenes’.48


El Concilio de Trento ya habı́a ordenado a los obispos acerca de su creación y
mantenimiento. Su preocupación principal consistı́a en la selección y preparación de
los religiosos, superando la escasa formación que tradicionalmente recibı́an en las
escuelas catedralicias o monásticas.
En 1590, el obispo electo de Michoacán, el dominico fray Alonso Guerra
(1577!1595) trató de convertir el colegio de San Nicolás en el Seminario diocesano
prescrito por el concilio tridentino. El cabildo catedralicio de Valladolid se opuso
aduciendo las escasas rentas de las que gozaba la diócesis, lo que deterioró las
relaciones de corresponsabilidad con el prelado (Mazı́n Gómez 1996, 115!23). En
1591, el arzobispo Mogrovejo adquirió unas casas junto a la catedral y palacio
arzobispal de Lima para la construcción del Seminario. Se admitió a 28 colegiales que
vestı́an un uniforme ‘con mantos de buriel y becas de paño morado a imitación del
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que traen los colegiales del colegio que llaman de Oviedo de Salamanca donde fue
colegial el arzobispo’.49 En un primer momento estuvieron bajo la dirección del
bachiller limeño Fernando de Guzmán (Vargas Ugarte 1969, 129).50 Pero a decir
verdad, la fundación del seminario no prosperó porque nunca tuvo la aprobación de
sus capitulares. En 1592 los prebendados del Cabildo limeño escribieron a Felipe II
para protestar por la escasez de sus ingresos, que dependı́an mayormente de la gruesa
de los diezmos.51 Pocos años después, en 1597, los mismos prebendados volvieron
a escribir a Felipe II acerca de las escasas rentas con las que contaba el arzobispado.
No siempre se ingresaba la cuarta parte del diezmo que correspondı́a al Cabildo. En
1596, la Real Audiencia despachó provisiones para que los indios, obligados
desde 1522 a pagar los diezmos de las ‘tres cosas’ (trigo, ganado y seda), no los
pagasen, por lo que no pudieron arrendárselos a nadie, perdiéndose en su mayorı́a.
Esta situación impedı́a la celebración de los oficios divinos con el debido decoro, la
asistencia a los enfermos de los hospitales ası́, la finalización de las obras de la
nueva Iglesia Catedral, y por supuesto, cualquier contribución para el mantenimiento
del Seminario (Lissón Chaves 1944, 4:191!94).
Trasladado a Lima el Virrey Garcı́a Hurtado de Mendoza (1590!1596) acusó al
arzobispo Mogrovejo de no cumplir las provisiones reales de las Audiencias y de no
atender debidamente el gobierno eclesiástico de su diócesis. Para el Virrey las
catedrales en proceso de consolidación constituı́an un problema de control polı́tico,
especialmente por la gestión en sede vacante (Campos Harriet 1969, 138). Uno de sus
biógrafos modernos, Garcı́a Irigoyen, subrayó que efectivamente el arzobispo no
habı́a tenido tiempo de redactar las Constituciones por las cuales debı́a regirse la
catedral (Garcı́a Irigoyen 1906, 2:39!42; Vargas Ugarte 1969, 12). Ello no fue
óbice para que se exigiera a los prebendados el pago del 3% correspondiente de todas
las rentas decimales, de beneficios, capellanı́as, hospitales y cofradı́as (pensión del
Seminario). El deán don Pedro Muñiz fue el primero que hizo efectivo el pago, pero
el resto de los canónigos, como el arcediano Juan Velásquez de Ovando (1598), se
negó a hacerlo aduciendo la escasez de rentas de la iglesia ası́ como la notoria
ausencia de los seminaristas, lo que obligó al arzobispo a obtener otras fuentes de
Colonial Latin American Review 341

financiación de las doctrinas de clérigos, hospitales, cofradı́as e incluso de su propia


hacienda (Rodrı́guez Valencia 1957, 1:140!42; Vargas Ugarte 1969, 66).52 No en vano,
cuando finalmente llegó de Roma el decreto confirmando lo que el prelado habı́a
establecido para el Seminario en el III Concilio Limense (15 de agosto de 1582!18
de octubre de 1583), estos apelaron, poniendo pleito eclesiástico en grado de
apelación a Roma (Rodrı́guez Valencia 1957, 1:138!54).
Pero habı́a más. Enojado por la voluntad del arzobispo de visitar la parroquia de
Santiago del Cercado, a principios de 1591 el Virrey don Garcı́a Hurtado de
Mendoza (1590!1596) ‘le picó el escudo de armas que tenı́a puesto en el Colegio
Seminario de esta Ciudad, que su Señorı́a Ilustrı́sima habı́a fundado; cosa que causó
admiración en toda la Ciudad, y no se tuvo por bien hecha’ (León Pinelo 1653, ff.
106!8; Rodrı́guez Valencia 1957, 2:147!48).53 Acto seguido el Virrey decidió
nombrar un rector, ası́ como los maestros y colegiales de dicho instituto.54 Debido
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a estos conflictos jurisdiccionales entre el arzobispo Mogrovejo y los jesuitas,55 el


Seminario habı́a funcionado durante dos escasos meses, sin apenas alumnos,
permaneciendo el resto del tiempo despoblado, según el Virrey, a causa de la
negativa del arzobispo a reabrirlo ‘hasta que no se quite de él una piedra donde están
las armas reales’ (Levillier 1919, 602).56 Por esta razón los prebendados no sólo se
negaron a contribuir con el 3% al sustento aun antes de resolverse la apelación,
aduciendo, entre otras razones, la escasez de alumnos.57
Dado que el arzobispo obligaba a los prebendados a contribuir moralmente
para el sustento del Seminario, el racionero encausado, don Pedro Mauricio González
de Mendoza, pensó que los colegiales tenı́an la obligación de servirle por ser del
Colegio seminario y por sustentarse ‘con los breves de la iglesia’.58 Además intentaron
por todos los medios que abandonaran el Colegio, maltratándolos continuamente,
con lo que ya no estarı́an obligados a pagar dicha contribución. Prueba de ello
es la declaración de algunos testigos, como los colegiales Joseph Ruiz Prado
(24 años), Joseph de Carvajal (19 años) y Francisco de Ayarza (16 años), residentes
en Lima, quienes aseguraban que muchos colegiales abandonaban el Seminario
debido a las vejaciones que recibı́an de los prebendados y racioneros por no querer
alzar los fuelles de los órganos o traerles los sobrepellices de sus cajones, ayudarlos a
vestir, etc.
En su declaración, fechada en Lima, 31 de diciembre de 1601, el bachiller Joseph
Ruiz afirmaba que de ordinario los maltrataban de palabra y obra, motivo por el
cual no pocos acabaron abandonando el Seminario. Ante estas vejaciones, don
Francisco de Quiñones (1540!1605),59 mayordomo de la catedral y cuñado del
arzobispo, se erigió en su defensor amparando y apaciguando a sus estudiantes, lo
que confirma el cabildo catedralicio como un microcosmos donde diferentes
facciones o grupos clientelares (el arzobispo Mogrovejo, su cuñado, don Francisco
de Quiñones, los acompañantes que lo asistieron durante sus visitas pastorales,60 los
colegiales seminaristas y algunos curas de la catedral, como el padre Alonso de
Huerta,61 por un lado, y los prebendados y canónigos, los claustros universitarios y
342 A. Coello de la Rosa

sus alumnos,62 por el otro) pugnaban por el control polı́tico y económico de la


institución.
En segundo lugar, el bachiller Álvarez probablemente sabı́a de la necesidad de
acompañarse de los jueces adjuntos nombrados por el deán y Cabildo de la
iglesia metropolitana (Vargas Ugarte 1959, 1:171). El 17 de septiembre de 1543, el
primer arzobispo de Lima, Jerónimo de Loayza (1498!1575), firmaba el acta de
erección de la Catedral de Lima, y autorizado por el Papa, elegı́a a los canónigos de su
Cabildo sin previa presentación del monarca (Garcı́a Irigoyen 1906, 1:47).63 Unos
años después, el 9 de enero de 1555, advertı́a al reverendo y canónigo Agustı́n Arias64
que como provisor y vicario general nunca podrı́a proceder contra los prebendados
en causa criminal sin acompañarse de la dignidad más antigua, y en defecto de no
haber dignidad, el canónigo más antiguo (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos,
1603!1719, ff. 87v!88r, 104v!5r).65 Nueve años después el Concilio de Trento (sesión
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25, capı́tulo 6) dispuso la elección anual de dos prebendados, quienes estarı́an


encargados, junto con el arzobispo, de juzgar todas las causas criminales referentes a
las dignidades y beneficiarios en grado de apelación, lo que motivó numerosas
disputas entre el arzobispo Loayza y su cabildo.66 La primera elección de jueces
adjuntos, según Carlos Garcı́a Irigoyen, se efectuó en 1583, poco después del
Tercer Concilio Limense, y los canónigos Cristóbal de León (1542!?)67 y Juan de
Balboa68 fueron elegidos por votación. Esto fue un motivo de serios conflictos entre
Toribio de Mogrovejo y el deán Muñiz, pues el primero consideraba que todos
los clérigos estaban sujetos en primera instancia a sus prelados, y al someter su
autoridad a la supervisión de dichos jueces, su poder quedaba menoscabado. Por el
contrario, para los canónigos representaba gozar de un privilegio exclusivo que los
salvaguardaba frente a la autoridad episcopal (Garcı́a Irigoyen 1906, 2:26; Busse
Cárdenas y López Sánchez 2000, 42).
En el caso que nos ocupa, dichos jueces, el doctor don Mateo González de Paz y el
licenciado Bartolomé Menacho, no se hallaron presentes cuando el bachiller Álvarez
y sus presbı́teros se dirigieron a la casa del racionero don Pedro Mauricio
González de Mendoza para apresarlo, por lo que éste consideró nulos los autos
contra su persona y su prisión ‘de ningún valor y efecto’, básicamente, por incurrir en
un defecto de forma. En consecuencia, el acusado exigı́a que se le liberase y absolviese
de la excomulgación impuesta, pudiendo acudir libremente a la iglesia catedral para
ocuparse de sus obligaciones.69
Y ası́ fue. El 31 de diciembre de 1601, don Juan de Sagastizabal, escribano de
su Majestad, leyó ad verbum la querella presentada por el racionero don Pedro
Mauricio contra el provisor y vicario general, don Miguel de Salinas, por no haber
guardado ‘el orden y forma del derecho estando obligado a acompañarse con los dos
prebendados adjuntos que están nombrados este año conforme a lo dispuesto por el
Sacro Concilio de Trento’ (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, ff.
31r!33r). El resultado fue fulminante. Después de besar la Real Provisión, el provisor
la sostuvo sobre su cabeza descubierta, y siguiendo el ritual, se comprometió a
obedecerla, liberando al religioso, sin costas.70 Ası́ pues, el 2 de enero de 1602,
Colonial Latin American Review 343

el provisor Salinas levantó la pena de prisión que le tenı́a impuesta en sus casas para
que pudiera acudir a sus deberes en la catedral, a lo que el racionero contestó que él
no se tenı́a ni se tuvo nunca por preso, porque el provisor, como hemos comentado,
no tenı́a potestad para actuar contra su persona sin acompañarse de los jueces
adjuntos que habı́an sido nombrados a tal efecto, don Mateo González de Paz,
maestrescuela, y don Bartolomé Menacho, canónigo (ACL, Proceso sobre Jueces
Adjuntos, 1603!1719, ff. 35v!36r).71 Sin negar las acusaciones, los jueces acusaron a
su vez al provisor Salinas de un defecto de forma por haber mandado apresar al
racionero sin estar ellos presentes. En pocas palabras, censuraban su proceder, de lo
cual resultaba que ‘los delitos y culpas del dicho don Pedro se han quedado
impunitos y sin castigo’ (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719).72
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Mogrovejo derrotado (1602 1606)


!
Llegados a este punto, resulta evidente que el proceso contra el racionero don
Pedro Mauricio González de Mendoza revela fuertes tensiones entre el arzobispo
Mogrovejo y sus capitulares; tensiones que trascendı́an el ámbito religioso y se
extendı́an a otras esferas (educativas, polı́ticas, económicas) donde las dignidades
episcopales tenı́an competencias. No sólo limitó sus rentas en materia de diezmos
y prebendas, sino que combatió el absentismo eclesiástico, imponiendo métodos
disciplinarios a los transgresores. Y sobre todo, fundó un colegio seminario para la
formación de clérigos seculares. Con ello pretendı́a facilitar la progresiva seculariza-
ción de las parroquias indı́genas, sometiendo a los frailes a su jurisdicción según lo
establecido en el Concilio de Trento. Pero al gravar directamente sobre el cabildo y las
órdenes religiosas, el arzobispo Mogrovejo pretendı́a obligarlos a contribuir a su
mantenimiento, lo que acabó en pleitos y alegaciones.
Por todas estas razones, el cabildo catedralicio de Lima no puede considerarse
simplemente como un senado encargado de apoyar al arzobispo en sus tareas
evangélicas y misionales, sino como un cuerpo polı́tico que designaba directamente
a los canónigos de oficio y competı́a con aquellos que podı́an disputarles su
posición de privilegio (Coello 2005, 305!8). El 30 de abril de 1602, Toribio de
Mogrovejo escribió una carta a Felipe III por la que solicitaba que en los
nombramientos de los opositores a la canonjı́a de Penitenciarı́a, no tuvieran voto el
deán ni el resto de capitulares, sino que recayera exclusivamente en el arzobispo,
revocando ası́ lo establecido en la Real Cédula del 14 de mayo de 1597 (Lissón
Chaves 1944, 3:454!55).73 Finalmente no pudo evitar el nombramiento de don
Carlos Marcelo Corne (1564!1629),74 ex alumno del colegio jesuita de San Martı́n y
afecto a la Compañı́a de Jesús, como primer canónigo penitencial del cabildo
limeño (1603).
Pero sobre todo el proceso judicial contra los jueces adjuntos muestra los esfuerzos
y dificultades del arzobispo por favorecer a los colegiales del Seminario en la
distribución de curatos, capellanı́as y otros cargos menores, con el fin de asegurar el
344 A. Coello de la Rosa

mantenimiento económico de buena parte de su ‘familia’. Vargas Ugarte ya señaló


esto en su libro sobre el Seminario de Santo Toribio en Lima (1969):

Mucho antes de salir a la visita (1602), de la cual no habı́a de volver, por haberle
sorprendido la muerte en Saña, pedı́a al Rey que los seminaristas ordenados in
sacris fuesen preferidos a otros en la provisión de las doctrinas vacantes y se les
pudiese dar en propiedad, cosa a que no accedió el Rey. También solicitaba que las
seis capellanı́as que por la erección debı́a haber en la Catedral se les diesen a los
egresados del Seminario a fin de que a tı́tulo de ellas pudiesen recibir las órdenes.
(Vargas Ugarte 1969, 17)75

En 1604, después de realizar la tercera visita pastoral a su arzobispado (1601!


1604), Toribio de Mogrovejo visitó asimismo catedral, realizando un exhaustivo
inventario (Garcı́a Irigoyen 1906, 1:42!46). A continuación escribió una carta al rey
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Felipe III, por la que volvı́a a recomendar que las seis capellanı́as existentes en la
iglesia metropolitana fueran servidas por los colegiales ordenados, puesto que las
rentas que generaban permitı́an un mı́nimo de subsistencia. Ası́, sugerı́a que:

. . . a tı́tulo de ellas se pudiesen ordenar y que fuesen beneficios perpetuos y como


de tales se les hiciese colación y ya que los colegiales de vuestro Real Colegio
pretendiesen que se les den las seis capellanı́as, que vuestro virrey Marqués de
Cañete fundó en conformidad de las ordenanzas que hizo para que se diesen a los
dichos colegiales sobre que tengo escrito en respuesta a Vuestra Real Cédula en esta
flota, justo parece será no desmerezcan los colegiales del Seminario hecho con tanto
acuerdo en conformidad del Santo Concilio de Trento y entiendo será en
beneplácito del clero y pueblo, autoridad y servicio de la iglesia. (Lissón Chaves
1944, 4:520!22)

Y siguiendo precisamente los dictados de Trento, el arzobispo fundó el Seminario


para favorecer al clero diocesano con aspiraciones de ascenso en la carrera eclesiástica.
A su alrededor constituyó un entramado de relaciones clientelares que inevitable-
mente colisionaron con los intereses de otros grupos de poder, encabezados por
algunos prebendados del Cabildo y sus familias, quienes se encargaron de expulsarlos
de la Catedral porque se hallaban patrocinados por Toribio de Mogrovejo.76
Precisamente, en 1602, cuando Miguel de Salinas, juez provisor durante las
ausencias del arzobispo, levantó la pena de prisión al racionero don Pedro
Mauricio González de Mendoza, las puertas del Seminario parecieron abrirse
definitivamente. Por entonces el presbı́tero Diego Garcı́a Hermoso ocupaba el
rectorado, siendo sustituido interinamente por el doctor don Francisco Osorio de
Contreras77 y don Diego Duarte Jiménez (1604), con un salario de 200 pesos
anuales.78 Tras la muerte del arzobispo Mogrovejo se comisionó al maestrescuela, don
Mateo González de Paz, junto con doce clérigos, para traer desde Saña a Lima el
cadáver embalsamado del arzobispo Mogrovejo.79 Todavı́a el nuevo prelado, don
Bartolomé Lobo Guerrero, no habı́a ocupado la sede, que se hallaba vacante desde
marzo de 1606. Ello no fue óbice para que el arcediano don Juan Velásquez y el
Colonial Latin American Review 345

canónigo don Bartolomé Menacho procedieran a la visita canónica del colegio


Seminario, según lo establecido por el Patronato Regio, pero la oposición de los
seminaristas lo impidió (Lissón Chaves 1944, 4:573!75).
Pero los problemas, lejos de haberse diluido, parecı́an recrudecerse. Un dı́a
por la mañana, estando los seminaristas en la catedral, cuatro estudiantes (dos
colegiales, de nombre Juan de Aguilar, Jerónimo Villalobos, y dos bachilleres, de
nombre Lorenzo de Vargas y Gregorio de Zuim) rehusaron obedecer la autoridad del
deán, negándose a entrar en el coro, alegando que no asistirı́an mientras que no se les
adjudicara asiento.80 Los prebendados exigieron que fueran expulsados, según lo
acostumbrado por el arzobispo y los visitadores del cabildo catedralicio. Sin embargo,
el asunto dio un giro inesperado. Los oidores de la Audiencia de Lima, reunidos
el 31 de mayo de 1606, revocaron la sentencia abierta contra aquellos muchachos
‘dı́scolos y desobedientes’, obligando a sus dignidades a readmitirlos en el Seminario,
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estableciendo que no fueran excluidos ‘sin primero ser oı́dos y vencidos y condenados
por juez competente’.81

Epı́logo: la llegada del arzobispo Lobo Guerrero (1609 1611)!


Tras el fallo de la Audiencia, los prebendados protestaron airadamente a lo que
consideraban una intromisión en la jurisdicción eclesiástica. Para ello escribieronuna
carta a Felipe III, con fecha en Lima, 16 de junio de 1607, en la que lamentaban el
menoscabo de su autoridad. Su privilegiada posición unida a su deseo de hacer
notorio su poder jurisdiccional les llevó a declarar que su deber era limpiar el
Seminario ‘de la mala hierba que en él habı́a’, por lo que consideraban injusta la
resolución del tribunal, especialmente en lo que se referı́a al ‘grande menosprecio y
desautoridad de este cabildo y de la jurisdicción que este ejerce’. Pero además no era
un caso aislado. Unos dı́as antes del suceso, dos prebendados ‘fueron maltratados con
razones y palabras encaminadas a todo el Cabildo, que causaron harta nota y
escándalo en los circunstantes, por haber sido sin causa que para ello se diese de
nuestra parte’.82
Poco tiempo después las aguas parecı́an volver a su cauce. Las primeras
Constituciones, resumidas en 63 nuevos estatutos, fueron leı́das y publicadas el 2
de enero de 1609 en la capilla del Colegio Seminario, estableciendo las normas por las
cuales debı́an regirse los alumnos del colegio. El 20 de junio se nombró al limeño don
Pedro de Valencia (1550!1631),83 como nuevo chantre, y al también limeño don
Feliciano de la Vega Padilla (1580!1639),84 como provisor y vicario general del
arzobispado de Lima. Se trataba de la primera vez que dos criollos ocupaban tan
importante puestos, dando cumplimiento a la Real Cédula, con fecha 27 de marzo de
1598, por la que se abrı́a la puerta de los empleos y honores eclesiásticos a los ‘hijos
de la tierra’ por los servicios que sus antepasados*los ‘antiguos’ conquistadores y
pobladores del Perú*habı́an ofrecido a la monarquı́a.85
El 4 de octubre se recibı́a al tercer arzobispo de Lima, don Bartolomé Lobo
Guerrero, con gran pompa y boato. Las calles se adornaron con arcos de recibimiento y
346 A. Coello de la Rosa

las principales corporaciones civiles y religiosas celebraron la llegada del nuevo


prelado. Como ya hicieron con la venida a la ciudad de Lima del marqués de
Montesclaros (1608), los jesuitas representaron el Coloquio delantiguo patriarca José, en
dos dı́as consecutivos, mostrando la gloria que se alcanzaba al desempeñarse como un
perfecto arzobispo (o Virrey) (Barriga Calle 2010, 90).86 Pero no tenı́an nada que
temer. Siendo arzobispo de Santa Fe de Bogotá (1599!1607) fueron la mano derecha
de su gobierno. No sólo les confió la dirección del Seminario que fundó en 1605, sino
que les encargó la extirpación de ‘los vicios muchos que en él [Nuevo Reino de
Granada] hay’ (Mantilla 1996, 80; Garcı́a Cabrera 1994, 25!26). Lobo Guerrero era un
hombre severo, de recio carácter, que habı́a ejercido como fiscal e inquisidor más
antiguo de la ciudad de México (1580!1596) (Milla Batres 1986, 5:259). Era un
reformista convencido, fiel a las disposiciones tridentinas, que no dudó en enfrentarse
a las órdenes religiosas por el control de las parroquias de indios.87 En 1606 celebró el
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primer Sı́nodo diocesano, que no se celebraba desde 1556, centrando su atención en la


cura pastoral de los indios (Lobo Guerrero y Arias de Ugarte 1987, xxxi!xxxv).
Apreciaba a los jesuitas porque eran letrados y a diferencia de los frailes, sabı́an las
lenguas de los indios, distinguiéndolos como los religiosos más eficaces para combatir
los ‘vicios infernales que tienen, que serı́a nunca acabar’ (Mantilla 1996, 80!81, 92!93;
Garcı́a Cabrera 2011, 184).88
Al ser promovido al arzobispado de Lima, el prelado pensaba que este tipo de
problemas no existı́an en el Perú. Ası́ lo declaraba en 1606, alabando la labor de
sus predecesores, en especial en lo que hacı́a referencia al sistema de doctrinas
(Garcı́a Cabrera 2011, 185). Pero a su llegada a Lima se dio cuenta de su error,
lamentando el estado de modorra y relajamiento espiritual de la archidiócesis
y destacando que ‘los indios son idólatras y apóstatas de nuestra Santa Fe Católica, y
que guardan los ritos, y ceremonias de su gentilidad’.89 El 13 de diciembre de 1609 el
joven doctor Francisco de Ávila (¿!1647), cura cuzqueño (¿y mestizo?) de la parroquia
de San Damián de Huarochirı́, le abrió los ojos acerca del problema y su gravedad. Lo
hizo pronunciando un discurso de bienvenida al arzobispo a través del cual
denunciaba la ‘peste idolátrica’ que se extendı́a por todo el arzobispado, recomen-
dándole la imposición de medidas correctoras y represivas.90 A la luz de lo que
propuso en Nueva Granada, Lobo Guerrero decidió disputar a las órdenes religiosas el
control de las doctrinas, acusando a los frailes doctrineros de explotar a los indios y de
no saber las lenguas autóctonas.91 Nuevamente recurrió a los hijos de Loyola para
aplicar y extender su plan de gobierno, expuesto en el Sı́nodo Diocesano de 1613, ‘en el
cual el eje principal era la extirpación de la idolatrı́a’ (Mantilla 1996, 38!42).92
Pero Toribio de Mogrovejo no sólo habı́a descuidado el estado espiritual de los
indios, según la opinión del nuevo prelado, sino que también habı́a fracasado en el
control de sus canónigos. Según los Anales de la Catedral de Lima (1534!1824), el 7
de enero de 1611 se procedió a la elección de los nuevos jueces adjuntos: don Mateo
González de Paz, maestrescuela, natural de Zamora, y don Gaspar Sánchez de San
Juan, canónigo doctoral, natural de Trujillo, en España.93 Desde su llegada el
arzobispo Lobo Guerrero decidió reforzar las ceremonias eclesiásticas de la catedral,
Colonial Latin American Review 347
94
proporcionándoles mayor esplendor y boato. No sólo eso, sino que a petición del
deán y del cabildo, el 30 de octubre de 1610 concedió a sus capitulares un recle de tres
mesespor año, continuos o interpolados, sin perder los frutos de sus prebendas,
conforme a lo dispuesto por el Concilio de Trento.95 Ello significaba una vuelta atrás
a lo establecido por el III Concilio Limense, y a las instrucciones del arzobispo
Mogrovejo, que lo habı́a rebajado a un mes, suavizando ası́ las tensiones entre los
arzobispos y sus prebendados.96
Mucho más importante, para el asunto que nos ocupa, Lobo Guerrero impuso la
observancia de las normas y preeminencias dentro de su catedral, establecidas según
la versión más reciente del Ceremonial de los Obispos (1600).97 En 1611 dispuso la
obligatoriedad que un mı́nimo de doce seminaristas de grados y corona acudieran
todos los domingos por la mañana a la catedral, y asistieran con sobrepellices al coro,
y otros doce, por la tarde, a vı́speras. Pero además, viendo que los sacristanes
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escaseaban, estableció ‘que a falta de ellos acudiesen los colegiales del Seminario, de
modo que los gramáticos, en número de seis, debı́an ir todos los dı́as a ayudar las
misas de los prebendados y en la misa conventual, haciendo de acólitos, turiferarios,
ciriales, etc.’ (Vargas Ugarte 1969, 54).
En resumidas cuentas, queda claro que la muerte del arzobispo Mogrovejo supuso
una reestructuración de las relaciones entre los grupos de poder de la capital limeña.
Eminentes criollos, como los doctores Feliciano de la Vega Padilla (doctoral),
Pedro de Ortega y Sotomayor (1586!1658)98 (magistral) y Carlos Marcelo Corne
(penitenciaria), apoyados por el arzobispo reformista Lobo Guerrero, obtuvieron tres
de las cuatro canonjı́as de oposición creadas por Felipe II en las cédulas del Real
Patronato.99 Con fuerzas renovadas los canónigos impusieron sus normas a los
colegiales, quienes en 1606 habı́an perdido a su principal valedor. El dı́a de su
admisión quedó establecido, bajo solemne juramento, su acatamiento a las
constituciones y al rector del colegio, recibiendo el manto pardo, la beca morada y
el bonete como sı́mbolos de su lealtad.100

Agradecimientos
Quisiera expresar mi agradecimiento a Lothar Busse Cárdenas y Fernando López
Sánchez, del Archivo Catedralicio de Lima, por su ayuda en la localización de los
documentos para este ensayo. Asimismo, agradecer a Henrique Urbano (Universidad
San Martı́n de Porres, Lima), a los editores del CLAR, ası́ como a los lectores
anónimos, por sus atinados comentarios.

Notes
1
Toribio de Mogrovejo fue beatificado el 28 de junio de 1679 por el papa Inocencio XI. Cuarenta
y siete años despues, el 10 de diciembre de 1726, fue canonizado por Gregorio XIII (1572!1585)
(Garcı́a Irigoyen, Santo Toribio, 1906). Sobre la vida ilustre del arzobispo limeño, véase León
Pinelo 1653, ff. 185!206; Lorea 1679; Echave y Assu 1688.
348 A. Coello de la Rosa
2
Para el arzobispado de Lima, véase el estudio de Ganster 1974; Ganster 1991, 149!62. Para el
arzobispado del Cuzco, véase el trabajo de Guibovich Pérez 1991, 151!73. Para el arzobispado
de Charcas, véase la tesis doctoral de Draper 2000.
3
El cabildo catedralicio, como cuerpo colegiado, se mantenı́a a pesar de las ausencias de los
arzobispos (Mazı́n Gómez et al. 1991, 17). Como señala Pérez Puente: ‘ellos [los capitulares],
más que cualquier arzobispo, conocı́an la arquidiócesis, el funcionamiento de la catedral, su
gobierno, su liturgia, su administración [. . .] El tiempo de permanencia dentro del cabildo
resulta de suma importancia, pues habla de la continuidad de un estilo de gobierno y
administración, de transmisión de saberes, de conservación de tradiciones, y de igual forma, de
la posibilidad de dirigir y pertenecer a grupos solidarios’ (2005, 84!85). Véase también Kamen
1993, 115!16.
4
El grado de colegialidad (de colligere, reunir, juntar) que se establecı́a entre los capitulares
marcaba, según Oscar Mazı́n, la cohesión del cuerpo de la iglesia diocesana. Por el
contrario, la formación de bandos o facciones representaba el contrapunto de la colegialidad
de sus miembros, a menudo motivada por la ausencia del arzobispo (Mazı́n Gómez 1996,
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35!36).
5
Don Pedro Muñiz y Molina (Baeza, 1545!Lima, 1616) llegó a la Ciudad de los Reyes en
1568 acompañado de su familia. En 1575 participó en una Junta consultiva convocada por el
virrey Francisco de Toledo en la que se trataba de justificar la utilización del trabajo
de los indios para la industria minera en atención al bien común (Lohmann Villena 1949,
95!96). Fue arcediano de la catedral del Cuzco, ası́ como prior y vicario del arzobispado. En
1581 asistió al Tercer Concilio Limense como arcediano del Cuzco. Dos años más tarde fue
nombrado procurador de la iglesia de Quito, pero su intención no era otra que volver a la
capital. Y ası́ fue. En 1587 el Conde de Villar lo nombró visitador y protector de la Universidad
de San Marcos, en la cual se habı́a doctorado a principios de la década de 1570 y de la cual era
catedrático de prima, ası́ como calificador del Santo Oficio. En 1594 fue nombrado deán y
vicario general de la catedral de Lima. Su salud era precaria pero ello no le impidió hacer una
gran fortuna. Entre 1598!1599 ejerció como rector de la Universidad, cargo que volvió a
desempeñar entre 1614!1615. Tuvo otros cargos y menciones especiales, como las de provisor y
vicario general de la sede vacante de Lima en 1606, que justifican el calificativo que le dio el
arzobispo Toribio de Mogrovejo de hombre ‘muy docto’ (Mendiburu 1885, 5:387!88; Garcı́a
Irigoyen 1906, 1:228!29; Eguiguren 1940, 1:164; 264!67; Fox 1962, 73!74).
6
El doctor Bartolomé Martı́nez era natural de Badajoz. Licenciado en teologı́a, fue capellán
del colegio de Santa Marı́a de Sevilla. El 18 de enero de 1553 fue admitido como arcediano del
cabildo catedralicio de Lima (1553!1575), gobernando la diócesis don Jerónimo de Loayza,
primer arzobispo de Lima. En 1581 le correspondió recibir al segundo arzobispo de Lima,
Toribio Alfonso de Mogrovejo, a quien asesoró durante su visita a la provincia. Fue procurador
del Tercer Concilio Limense en representación del cabildo y en 1587 fue nombrado obispo de
Panamá. Siguiendo el ejemplo del prelado limeño, fue el primero que visitó la diócesis
panameña (1590). En 1593 fue designado como arzobispo del Nuevo Reino de Granada. Murió
en Cartagena de Indias en 1594 (Mendiburu 1885, 5:209!10; Garcı́a Irigoyen 1906, 1:50!51;
Olmedo Jiménez 1992, 21).
7
Según lo establecido por el Concilio de Trento (sesión 23, Cap. XII), ‘los arcedianos, que se
llaman los ojos del obispo [. . .] sean maestros en teologı́a o doctores o licenciados en derecho
canónigo; distı́ngase con tal integridad de costumbres que con razón pueda decirse que forman
el Senado de la iglesia’ (Richard 1793!1796, 9:219).
8
En 1593, Vosmediano participó en un interrogatorio de seis preguntas a favor de la candidatura
del doctor Cipriano de Medina y Vega, sobrino del doctor Feliciano de la Vega Padilla, canónigo
y futuro provisor del cabildo, para la cátedra de Vı́speras de Cánones de la Universidad de San
Colonial Latin American Review 349

Marcos (Eguiguren 1940, 1:385!87). Posteriormente, Medina fue promovido como oidor de la
Audiencia de Lima (León Pinelo 1653, f. 349).
9
Don Cristóbal Medel fue nombrado canónigo el 23 de diciembre de 1569 y tesorero en 1592.
Anteriormente el cargo lo habı́a ocupado durante 25 años el canónigo Alonso Gómez
(1552!1574) (Olmedo Jiménez 1992, 21). Véase también Garcı́a Irigoyen 1906, 1:51.
10
En una carta a Felipe II, con fecha en el Callao, 16 de abril de 1598, el virrey Luis de Velasco le
comunicaba que la renta de la catedral ascendı́a hasta 60.000 pesos ensayados (Levillier 1926,
14:95). El dato lo confirma el mismo Toribio de Mogrovejo, en cuyo Memorial de 1598 escrito al
papa Sixto V le notificaba que ‘la renta de los diezmos suele ser de sesenta a sesenta y cuatro mil
pesos ensayados, conforme los van creciendo o disminuyendo’ (Cobo 1956, 2:459). Véase
también Garcı́a Irigoyen 1906, 1:78!79; 2:243; Vargas Ugarte 1959, 2:180; Dussel 1983, 1/1:456.
11
Las dos primeras canonjı́as (magistral y doctoral) fueron establecidas por el papa Sixto IV
a finales del siglo XV, mientras que las dos últimas (lector y penitenciaria) fueron normalizadas
durante el Concilio de Trento (Nalle 1992, 76).
12
Según la carta que escribieron los miembros del Cabildo al Presidente del Consejo de Indias,
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dicho salario era salario e insuficiente para sustentarse de acuerdo a su dignidad, acusando al
arzobispo Mogrovejo de apropiarse de los derechos de los entierros y oficios funerales, ası́ como
de otras prebendas (‘Carta del Cabildo Eclesiástico al Presidente del Consejo de Indias sobre
canongias y prebendas’, con fecha en Lima, 25 de mayo de 1592. Archivo General
de Indias [en adelante, AGI], Lima, 310, citado en Lissón Chaves 1944, 3:674!75).
13
Era hijo legı́timo de don Alonso González de Ávila y de doña Ana Ruiz de Marchena (Garcı́a
Irigoyen 1906, 1:270).
14
Como apunta Mazı́n, los racioneros no solı́an celebrar misas, pues no siempre eran presbı́teros
(Mazı́n 1996, 134).
15
Como señala Aguirre Salvador, las canonjı́as de oficio no sólo eran designadas por los monarcas,
sino por un complejo proceso de selección en el que participaban, además de los obispos y
prebendados, las autoridades virreinales, el claustro doctoral de la universidad ası́ como el
Consejo de Indias (Aguirre Salvador 2008, 75!114). Para el caso del cabildo eclesiástico de
Chuquisaca y los conflictos con los prelados por el control del clero diocesano, véase Draper
2000, 19.
16
Véase también Pérez Puente 2005, 64. El profesor Mazı́n destaca la ruptura del sentido de
corresponsabilidad al analizar los conflictos de autoridades acaecidos en 1583 entre los
canónigos de la diócesis de Valladolid (actual Morelia) de Michoacán, en ausencia del obispo
agustino fray Juan de Medina Rincón (1996, 88!93).
17
En 1549, en ausencia del arzobispo Vasco de Quiroga, Zurnero era provisor del obispado de
Michoacán. En 1571, ya en el cabildo catedralicio de la capital mexicana, el arcediano
Zurnero consiguó que declarasen incompetente al arzobispo Montúfar debido a una larga
enfermedad. Mientras el cabildo catedralicio estuvo bajo su control, Moya lo definió como ‘tan
señoreado’ (Poole 1987, 46!47).
18
A partir de 1570 se inició el predominio de los criollos y de los clérigos avecindados en
la Nueva España. Como señala Óscar Mazı́n, fue la Corona quien promovió esa tendencia
‘al premiar los servicios de los conquistadores y de los primeros pobladores en sus
dominios novo hispanos’ (Mazı́n Gómez 1996, 20). A partir de 1585, cinco años después del
traslado de la sede del obispado de Pátzcuaro a Guayangareo-Valladolid, el cabildo eclesiástico
de Valladolid (actual Morelia) integraba una mayor proporción de criollos (Ibidem: 103).
19
Este era un problema antiguo. Como es sabido, el diezmo o impuesto eclesiástico sobre
la décima parte de la producción anual agrı́cola o ganadera de los feligreses, era la fuente básica
de riqueza de las finanzas eclesiásticas. En el Libro Primero de Actas del Cabildo de la Catedral de
Lima (Art. XXX, 15 de abril de 1572) aparecen diversos pleitos contra los capitulares sobre la
administración de los diezmos (Olmedo Jiménez 1992, 101!2).
350 A. Coello de la Rosa
20
Para un estudio exhaustivo sobre la labor del III Concilio Limense, véase también Durán, 1982.
21
Muchos cabildos catedralicios adolecı́an del mismo problema. Durante su visita al cabildo
eclesiástico de Charcas (1614), el arzobispo Alonso de Peralta (1612!1615) denunció
casos de concubinato, simonı́a y peculado entre sus canónigos (AGI, Charcas, 135, citado en
Draper 2000, 47!52). En España, el doctor don Francisco de Morcillo, canónigo lector, fue
acusado concubinato, de favorecer indebidamente a su hija ilegı́tima y de desatender sus deberes
en la catedral (Nalle 1992, 80). Para corregir estas faltas de ı́ndole moral, la pena de excomunión
significaba no sólo la expulsión de la iglesia, sino también la muerte social del excomulgado.
22
‘Testimonio de autos seguidos en dicha Audiencia a instancia del Deán y Cabildo de Lima sobre
las constituciones sinodales hechas y mandadas publicar y observar por el arzobispo don
Toribio Mogrovejo acerca de los diezmos de su arzobispado’ (A. de Lima. Leg. 310. 1586!1587,
en Lissón Chaves 1944, 3:469!80); ‘Carta del Cabildo Eclesiástico a S.M. querellándose contra el
arzobispo por pleitos y vejaciones’ (AGI, Audiencia de Lima, Leg. 310, 30/04/1590, en Lissón
Chaves 1944, 3:543!48).
23
‘Auto del Concilio III de Lima, estableciendo la obligación para los prebendados, dignidades y
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racioneros, de asistir al coro en todas las horas y misa mayor’, Lima, 12 de julio de 1583
(Levillier 1919, 216!17). Existe también copia en el ‘Auto del Concilio III de Lima, la asistencia
al coro de prebendados, dignidades y racioneros’, en Lima, 13 de julio de 1583 (Lissón Chaves
1944, 3:229!30).
24
Esta Consueta de Santo Toribio consta de 60 folios y estuvo vigente a lo largo de tres siglos (Busse
Cárdenas y López Sánchez 2000, 30).
25
El licenciado Miguel de Salinas actuó como provisor y vicario general del arzobispado de Lima
en sustitución del que fuera confesor del arzobispo Mogrovejo, el doctor limeño don Juan de la
Roca, quien fue promovido como juez ordinario de la Inquisición y obispo de Popayán (1599!
1605). A consecuencia de ello, Salinas se convirtió en el principal agente administrativo del
arzobispo y en uno de sus hombres de confianza, siendo enviado a varias provincias como
Visitador General en comisión y vicario en la ciudad de Trujillo. Intervino como testigo en la
publicación del Cuarto Concilio Limense (15/3/1591). Fue también Inquisidor y Rector de la
Universidad Mayor de San Marcos (1602; 1604) (Garcı́a Irigoyen 1906, 1:140; Mendiburu 1876,
2:173!74, 383; Milla Batres 1986, 8:173).
26
El 2 de junio de 1592 Toribio le escribió una carta de recomendación en la que ensalzaba sus
méritos para optar a una de las canongı́as o dignidades del Cabildo eclesiástico de Lima (Lissón
Chaves 1944, 3:675).
27
Cuando el arzobispo de Valencia, don Juan de Ribera, intentó regular las ausencias del coro,
reducidas de cuatro a tres meses por el Concilio de Trento, los capitulares apelaron a la Sagrada
Congregación de Ritos, en Roma, que falló a su favor en 1576 (Ehlers 2006, 60).
28
Es poco lo que se sabe de la vida de don Antonio de Molina. Fue teólogo consultor del
arzobispo Mogrovejo junto al jesuita José de Acosta en el Tercer Concilio Limense (Garcı́a
Irigoyen 1906, 1:71!72; Rodrı́guez Valencia 1957, 2:95). En agosto de 1583 Molina fue
nombrado canónigo de la catedral y rector de la Universidad Mayor de San Marcos, siendo
designado nuevamente en 1587 y 1590. Posteriormente, en 1606, Molina fue ascendido a la
dignidad de chantre (Eguiguren 1940, 1:248).
29
‘Carta del arzobispo de Los Reyes (Santo Toribio) a S.M. sobre que el maestrescuela enseñe
gramática y el chantre canto a los mozos del coro’ (Lima, 30 de abril de 1602) (Lissón Chaves
1946, 3:447!48).
30
Natural de Lima, el canónigo Bartolomé Menacho era hijo don Juan Garcı́a Menacho y doña
Catalina Gómez. Se graduó de licenciado en la Universidad de San Marcos. Fue secretario del
Tercer (1583) y Cuarto Concilio Limense (1591) y secretario de cámara del arzobispado.
Autorizó como testigo la publicación del Quinto Concilio Limense (1601). En una carta de
recomendación escrita a Felipe II, con fecha en Lima, 27 de mayo de 1591, el arzobispo
Colonial Latin American Review 351

Mogrovejo lo consideraba una ‘persona virtuosa y muy recogido que merece mucho’ (Lissón
Chaves 1944, 3:626; AGI, Lima 207, Exp. 17, f. 2r; AGI, Indiferente General, 741, Exp. 270, f. 3r!
v). En 1613 fue elegido juez sinodal. En 1631 solicitó que se abriesen informaciones sobre la
vida y virtudes del arzobispo Toribio de Mogrovejo. Falleció en 1640 (Mendiburu 1880, 5:235;
Garcı́a Irigoyen 1906, 1:70!71; Rodrı́guez Valencia 1957, 2:95; Milla Batres 1986, 6:85; Dammert
Bellido 1996, 309).
31
Como señala Antonio San Cristóbal, ‘la gran sacristı́a de los prebendados y su sala adjunta
habilitada posteriormente como sala capitular del Cabildo son las únicas construcciones que
[todavı́a hoy] perduran de la primera etapa de la Catedral anterior al terremoto de 1609’ (San
Cristóbal Sebastián 1997, 35).
32
Declaración de Amador de Mazuecos ante el licenciado Luis Álvarez, notario público (Archivo
Capitular de Lima [en adelante, ACL], Procesos de Jueces Adjuntos, 1603!1719. vol. 1, f. 7v);
Declaración de Juan de Riberos al licenciado Luis Álvarez, notario público (ACL, Procesos
Jueces Adjuntos, 1603!1719, f. 8v); Declaración de Diego Hernández de Medina al licenciado
Luis Álvarez, notario público (ACL, Procesos Jueces Adjuntos, 1603!1719, f. 9r). Según la
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erección del arzobispado de Lima, la iglesia catedral debı́a contar con seis muchachos para el
coro, y seis para el servicio de la iglesia (Garcı́a Irigoyen 1906, 1:243).
33
Amador de Mazuecos era probablemente hijo de Gonzalo de Mazuecos, quien se embarcó en
Sevilla el 11 de febrero de 1569 con destino a Chile en compañı́a de su hermano, Francisco Caro.
Eran hijos legı́timos de Amador de Mazuecos y Marı́a Dı́az (AGI, Catálogo de Pasajeros a
Indias, L.5, E.2021).
34
Juan de Riberos era natural de la villa de Garrovillas, en Extremadura. Era hijo legı́timo de
Diego Martı́n Rincón y Marı́a de Riberos. En su testamento dejó como herederos a sus hijos,
Juan, Diego y Marı́a de Riberos (‘Bienes de difuntos: Juan de Riberos’ AGI, Contratación, 429,
N 2, R.3, 1r!89v).
35
El doctor Aguilar nació en Lima en 1562, Se graduó en Teologı́a en la Universidad Mayor de San
Marcos, de la que fue rector en 1606. En 1611 obtuvo la dignidad de tesorero del cabildo
metropolitano de Lima (Eguiguren 1940, 1:393; Milla Batres 1986, 3:218).
36
Según Lohmann Villena, ‘[los colegiales] Durante el perı́odo lectivo, en invierno, se levantaban
a las 5:45 de la mañana; seguı́an oraciones y misa, ası́ como un frugal desayuno (que algunas
veces, dada la escasez de fondos, se reducı́a a medio panecillo). Luego acudı́an a la catedral a
asistir a los prebendados como monaguillos. A las 9 estaban de vuelta en el Seminario, en donde
durante dos horas recibı́an clases de gramática latina o estudiaban privadamente’ (Lohmann
Villena 1989, 18).
37
Juan de Solórzano Castillo y Diego Hernández de Medina, colegiales del Seminario, ante Lucas
de Morales, notario público (ACL, Procesos Jueces Adjuntos, 1603!1719, f. 17v). Igualmente, el
colegial Alonso Mejı́a de Aliaga afirmaba que el maestrescuela don Juan Dı́az amenazó al
seminarista Juan de Solórzano por haber vuelto al Seminario, sentenciándole que ‘habı́a de estar
colgado en tres palos porques sois revoltoso y facineroso’ (ACL, Procesos Jueces Adjuntos,
1603!1719, f. 20v).
38
Alonso Mejı́a de Aliaga, colegial, ante Lucas de Morales, notario público (ACL, Procesos Jueces
Adjuntos, 1603!1719, ff. 19v!20r).
39
Juan de Solórzano Castillo y Diego Hernández de Medina, colegiales del Seminario, ante Lucas
de Morales, notario público (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, f. 17v); Alonso
Mejı́a de Aliaga, colegial, ante Lucas de Morales, notario público (ACL, Proceso sobre Jueces
Adjuntos, 1603!1719, f. 21r). Véase también la declaración del colegial Francisco de Ayarza,
quien habı́a oı́do decir al maestrescuela que ‘Dios ha de mandar mal y caramente a su Señorı́a el
haber fundado el dicho Colegio [Seminario] porque es cueva de ladrones y otras cosas feas que
no se pueden decir’ (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, f. 25r).
352 A. Coello de la Rosa
40
Miguel de Salinas ante Luis Álvarez, notario público. Lima, 27 de diciembre de 1601 (ACL,
Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, f. 9v).
41
Juan de Palomares era hijo del corregidor de Guı́alas, don Juan de Palomares (13/11/1579)
(Bromley Seminario y Lee 1942, 9:133!42).
42
Juan de Palomares, presbı́tero, ante Luis Álvarez, notario público. Lima, 29 de diciembre de
1601 (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, f. 10r!v); Francisco de Garibavana,
presbı́tero, ante Luis Álvarez, notario público. Lima, 29 de diciembre de 1601 (ACL, Proceso
sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, f. 10v).
43
Miguel de Salinas ante Luis Álvarez, notario público. Lima, 29 de diciembre de 1601 (ACL,
Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, ff. 10v!11r).
44
Juan Suárez de Toledo, presbı́tero, ante Luis Álvarez, notario público. Lima, 31 de diciembre de
1601 (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, ff. 10v!11r); Francisco de Buendı́a,
presbı́tero, ante Luis Álvarez, notario público. Lima, 31 de diciembre de 1601 (ACL, Proceso
sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, ff. 15r!17r).
45
Miguel de Salinas ante Luis Álvarez, notario público. Lima, 29 de diciembre de 1601 (ACL,
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Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, ff. 11v!12r).


46
El primer arzobispo de Lima, Jerónimo de Loayza, murió el 26 de octubre de 1575 y no fue
hasta 1581 que llegó el nuevo prelado, Toribio Alfonso de Mogrovejo.
47
Para una pequeña semblanza del jesuita Fernando González de Mendoza, obispo electo del
Cuzco en 1608, véase Mendiburu 1880, 5:256!57; Milla Batres 1986, 4:227; 6:99; Burrieza 2007,
402!14.
48
A pesar de las disposiciones tridentinas, la fundación de los primeros seminarios conciliares no
se produjo en la ciudad de México hasta 1697 (Pérez Puente 2005, 156).
49
‘Cartas del licenciado Avendaño sobre el Seminario y el Concilio’, con fecha en Lima, 26 de
marzo de 1590!1591 (AGI, Lima, 93, citado en Lissón Chaves 1944, 3:593!97). En 1653, León
Pinelo señalaba que el Colegio quedó fundado y con el titulo de Santo Toribio. Llegó a tener
cuarenta becas, ‘que después se limitaron a veinte y quatro. Su traje es, ropa parda, y beca
morada’ (1653, f. 111).
50
Guzmán fue el primer rector del colegio Seminario. En 1595 fue nombrado canónigo de la
catedral, y tras la muerte del arzobispo, ejerció diversos cargos. En 1608 ejerció como rector de
la Universidad de San Marcos (cargó que volvió a ejercer en 1624, 1637 y 1638). Entre 1609 y
1625 desempeño el cargo de tesorero (junto a don Cristóbal Medel, fallecido el 8 de julio de
1609), y en 1634, el de chantre del cabildo catedral. Murió en 1638 mientras ejercı́a el cargo de
provisor y vicario general del arzobispo Arias de Ugarte (Garcı́a Irigoyen 1906, 2:42; Soto
Rábanos 1987, XXXVI).
51
En 1592, la gruesa de los diezmos ascendı́a a un total de 21.060 pesos ensayados. A las cinco
dignidades les correspondı́a un salario de 1.820 pesos ensayados y 8 reales; a los canónigos,
1.238 pesos ensayados y 10 reales y 3 cuartillos; a los racioneros 619 pesos ensayados y 5 reales y
la mitad de tres cuartillos, además de los novenos de las iglesias y hospitales ası́ como algunas
capellanı́as, memorias, aniversarios y misas de cofradı́as y entierros (‘Real Cédula al Virrey del
Perú sobre los racioneros de aquella diócesis’, con fecha en 19 de agosto de 1598, en Lissón
Chaves 1946, 4:247!48). Véase también AGI, Lima, 310, citado en Lissón Chaves 1944, 3:674!
75.
52
Efectivamente, fueron los primeros, pero no los únicos. Según la carta que escribió el Marqués
de Cañete a Felipe II, con fecha en el Callao, 12 de abril de 1596, hacı́a diez o doce años que
Toribio cobraba a los religiosos doctrineros ‘la parte que les cabe pagar de sus estipendios para
el seminario’ (Levillier 1919, 602). Algunos de ellos, principalmente dominicos y agustinos,
apelaron directamente a Roma para evitar el pago de la cuota del 3% (Lissón Chaves 1944,
3:89!92, 260!63).
Colonial Latin American Review 353
53
En su hagiografı́a sobre el arzobispo Mogrovejo nada dice León Pinelo acerca de los conflictos
que tuvo con los prebendados por la erección del cabildo. Tan sólo señala las tensiones que tuvo
con el Virrey Garcı́a Hurtado de Mendoza, evitando pronunciarse sobre otros asuntos que
pudieran empañar la reputación del prelado (León Pinelo 1653, ff. 91!111).
54
La respuesta de Felipe II fue asimismo enérgica. El 30 de noviembre de 1591 dictó una Real
Cédula ordenando al Virrey que se abstuviese de dichos nombramientos, declarando en otra
cédula, de fecha 20 de mayo de 1592, que el gobierno y administración del colegio seminario
correspondı́an al arzobispo Mogrovejo (Mendiburu 1880, 4:318).
55
No olvidemos que el hermano del Virrey, el padre Hurtado de Mendoza, fue nombrado rector
del colegio de San Pablo en enero de 1592, sustituyendo al padre Juan Sebastián de la Parra, que
habı́a sido ascendido al cargo de provincial (Mendiburu 1885, 5:256).
56
Véase también Vargas Ugarte 1969, 15!16; Coello 2006, 123!75. El 27 de marzo de 1591 Toribio
escribió a Felipe II quejándose de la intromisión del Virrey en asuntos de jurisdicción
eclesiástica, tomando ‘lo que a ellos (los prelados) les pertenece y compete por derecho’ (‘Carta
del Arzobispo de Los Reyes [Santo Toribio] dice que sobre haber quitado el Virrey el escudo
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de armas del Arzobispo de su casa seminario. Pretende vuelvan a él los alumnos y profesores’,
con fecha en Lima, 27 de marzo de 1591 [AGI, Lima, 248 R.21, citado en Lissón Chaves 1944,
3:597!98]).
57
El Seminario de Lima se inauguró con treinta colegiales, pero los conflictos habidos entre el
arzobispo y el Virrey disminuyeron su número (Rodrı́guez Valencia 1957, 2, 145). Para
informarse sobre la situación del Seminario, las rentas de que disfrutaba y las necesidades que
tenı́a para su sostenimiento, Felipe II escribió al arzobispo, con fecha en Toledo, 13 de junio de
1592 (Garcı́a Irigoyen 1906, 2:34!35; Vargas Ugarte 1969, 14).
58
Si bien consideraba que obedecer la voluntad de un prebendado era la obligación de cualquier
buen cristiano. Al respecto, véase la ‘Declaración de don Pedro Mauricio González de Mendoza’,
con fecha en Lima, 29 de diciembre de 1601 (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, f.
27r!v).
59
Don Francisco de Quiñones y Villapadierna (Valladolid, 1540!Lima, 1605) era el primo y
cuñado del arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo. Ejerció el cargo de mayordomo y
limosnero, lo que parecı́a confirmar la voluntad del arzobispo de someter las pretensiones de
autonomı́a del Cabildo, entregando la administración de las rentas episcopales a un familiar de
su entera confianza (Garcı́a Irigoyen 1906, 1:86). El 24 de febrero de 1599 fue nombrado
gobernador y capitán general interino del reino de Chile a causa de la muerte del general don
Martı́n Garcı́a Oñez de Loyola (Mendiburu 1887, 7:16!17; Lohmann Villena 1992, 66). Poco
después volvió a Lima y su cuñado el arzobispo escribió una carta a Felipe III, con fecha 30 de
abril de 1603, solicitándole mercedes por los servicios prestados en el reino de Chile (Lissón
Chaves 1946, 3:454). En 1603 el virrey Luis de Velasco lo nombró alcalde junto con don Juan
Dávalos de Ribera, hijo de Don Nicolás de Ribera ‘el Viejo’, el que fuera primer alcalde de Lima
y tesorero de la Hacienda Real en tiempos de Francisco Pizarro (Bromley Seminario y Lee 1943,
14:309!11).
60
José Antonio Benito (2006, xx) señala algunos nombres de los que acompañaron a Toribio en
sus visitas pastorales: a los ya citados Francisco de Quiñones y Alonso de Huerta se encontrarı́an
Bernardino de Almansa, Juan de Robles, Bartolomé Menacho, Diego Morales, Ginés de Alarcón,
Alfonso Ramı́rez Berrio, Sancho Dávila, Bernardo Dı́ez de Alcocer, fray Gaspar de la Torre, Juan
Gutiérrez de Villapadierna, Juan de Cepeda, el negro Domingo, Diego de Rojas, fray Juan de
Elı́as, Pedro Mesı́as Quintero, Juan de Cáceres Farfán, Alonso de Carrión, Juan de los Rı́os, Juan
Messı́a de Estela, Francisco de Saldaña, Gregorio de Barahona, Vicente Rodrı́guez, limosnero de
pobres vergonzantes, y Bernardino Ramı́rez. Muchos de ellos testificaron a favor de su
beatificación (León Pinelo 1653, ff. 340!60).
354 A. Coello de la Rosa
61
El padre Alonso de Huerta era maestro en la lengua de los indios y doctor en teologı́a por la
Universidad de San Marcos. Natural de Huanuco, predicaba a los indios en la iglesia catedral y
era cura de la parroquia del Cercado desde 1590. El 30 de abril de 1602 presentó una
información de méritos ‘para una prebenda de una de las iglesias catedrales de este Reino’ (AGI,
Lima, 213, n8 13, f. 28r). Para más información sobre los oficios y méritos del padre Alonso de
Huerta, véase AGI, Lima, 213, n8 13, ff. 1r!60v. Sobre los conflictos entre el padre Alonso de
Huerta y los capitulares de la catedral de Lima, véase Coello 2005, 299!325.
62
Muchos canónigos, como Feliciano de la Vega Padilla, fueron rectores o catedráticos de la
Universidad de San Marcos (1610!1611, 1616!1617, 1621!1623), lo que estableció importantes
lazos entre el cabildo eclesiástico, los claustros doctorales y sus alumnos.
63
Como los diezmos eran escasos (Antonio Acosta nos indica que la diócesis de Lima era pobre,
en comparación con la del Cuzco, ascendiendo a 3.000 pesos la suma total de diezmos para
1543), Loayza suspendió provisionalmente muchos de los oficios (Acosta 1996, 60). En la
década de 1550 los diezmos ascendı́an ya a 18.700 pesos (Acosta 1996, 63), lo que permitió que
el arzobispado pudiera contar desde muy temprano (1552) con las cinco dignidades mı́nimas
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(deán, arcediano, chantre, maestrescuela y tesorero) exigidas en el Acta de Erección de la


catedral de Lima, número que mantuvo hasta 1570 (Olmedo Jiménez 1992, 19!20). Los cinco
miembros del Cabildo fueron el deán Juan Toscano (1549!1570), de Sevilla; el arcediano
Francisco de León (1543!1575), de Sevilla; el chantre Francisco de Ávila (1543!1575), de
Granada; el maestrescuela Juan de Cerviago (1550!1567), de Burgos, y el tesorero Alonso
Gómez (1552!1574). Asimismo los canónigos fueron tres: don Alonso Pulido (1543!1552), de
Plasencia; don Juan Lozano (1543!1552), de Sevilla; y don Agustı́n Arias (1550!1552), de
Medina del Campo. Al respecto, véase también Garcı́a Irigoyen 1906, 1:48!52; Vargas Ugarte
1959, 1:162, 2:169.
64
Natural de Medina del Campo, el licenciado don Agustı́n Arias fue uno de los canónigos
fundadores del coro de la catedral de Lima y el primer juez provisor del arzobispado en 1543.
Asimismo el 27 de noviembre de 1550 fue nombrado canónigo. Sirvió como notario apostólico
y secretario del I Concilio Provincial Limense (1552). Ejerció como visitador eclesiástico de la
diócesis del Cuzco, siendo maltratado y preso por el obispo don Juan de Solano (Mendiburu
1874, 1:340; Garcı́a Irigoyen 1906, 1:49).
65
Igualmente, los cabildos catedralicios vallisoletanos y leoneses nombraban por entonces dos
jueces para la corrección y castigo de las causas criminales: uno, nombrado por el provisor, y
otro, un canónigo nombrado por el cabildo (Villacorta Rodrı́guez 1974, 334!35).
66
Olmedo Jiménez refiere algunas de estas amonestaciones contra canónigos por no asistir a las
reuniones del Cabildo. Este fue el caso del tesorero Alonso Gómez (12/09/1564) y del canónigo
Pedro Mexı́a (19/9/1564), a quienes se les impuso una pena pecuniaria (Olmedo Jiménez 1992,
67!68).
67
El canónigo Cristóbal de León era español. En 1575 fue nombrado canónigo de la catedral y
posteriormente rector de la Universidad de San Marcos. En 1599 el virrey Velasco lo describı́a
como un ‘hombre ejemplar pı́o y limosnero dado a cosas espirituales’. Unos años después, en
1604, obtuvo el cargo de sochantre del coro metropolitano, recomendándolo para que sirviera
dicho oficio en propiedad (Garcı́a Irigoyen 1906, 2:52; Eguiguren 1940, 1:237; Levillier 1926,
14:236; Olmedo Jiménez 1992, 18).
68
Era limeño e hijo legı́timo de don Martı́n Sánchez y de doña Isabel de Balboa. En 1577 fue
recibido como canónigo, distinguiéndose como profesor de lengua en la Universidad de San
Marcos. En 1582 asistió al Tercer Concilio Limense como uno de los procuradores del cabildo
catedralicio (Garcı́a Irigoyen 1906, 1:53).
69
‘Declaración de don Pedro Mauricio González de Mendoza’, con fecha en Lima, 29 de diciembre
de 1601 (ACL, Proceso sobre Jueces Adjuntos, 1603!1719, ff. 26v!28r).
Colonial Latin American Review 355
70
Como es sabido, los emblemas, medallas, retratos o cédulas reales constituı́an formas simbólicas
que sustituı́an a los monarcas, transmitiendo una sustancia ‘real’ a las cosas que los
representaban (Louis Marin, citado en Bouza 1998, 64!65).
71
En 1609 se nombraron como jueces adjuntos a los canónigos don Cristóbal Medel y don
Fernando Guzmán (Bermúdez 1903, 22).
72
Desconocemos cual fue el parecer del arzobispo en este asunto. Sabemos que por entonces
estaba visitando por tercera vez su arzobispado y que en abril de 1602 regresó puntualmente a
Lima para la celebración del XII Sı́nodo (Benito 2006, xliv!xlv).
73
Uno de los requisitos para optar a una plaza consistı́a en redactar una relación de méritos o
informaciones en las que diversos testigos de renombre alababan las aptitudes del candidato.
Posteriormente se presentaba una lista de candidatos a cada una de las plazas propuestas,
certificando la existencia de redes clientelares y de patronazgo entre aquellos grupos o elites de
poder y sus beneficiados. Al cuestionar la autoridad del deán y el resto de capitulares sobre la
elección de los aspirantes a las canonjı́as de oposición, el arzobispo Mogrovejo pretendı́a limitar
el nepotismo y el tráfico de influencias que se sucedı́an en el seno de los cabildos
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metropolitanos. En su libro sobre las reformas del arzobispo Juan de Ribera, Ehlers comenta
el caso del clérigo Jerónimo Gombau (1536!1597), hijo ilegı́timo de un sacristán, quien obtuvo
una dispensa papal para asumir una canonjı́a el cabildo catedralicio de Valencia a la edad de 12
años (2006, 60).
74
El doctor don Carlos Marcelo Corne, natural de Trujillo, fue un fiel seguidor de la Compañı́a de
Jesús. Era hijo del francés don Juan Corne (o Corni). Hizo sus primeras letras en Trujillo, pero
luego se trasladó a Lima a estudiar en el Colegio de San Martı́n, regido por los jesuitas en
tiempos del padre rector Pablo José de Arriaga (futuro ideólogo de las campañas de extirpación
de idolatrı́as, 1609!1622). Se doctoró en 1590 y posteriormente fue profesor en el Colegio
jesuita de San Martı́n y en el Seminario fundado por Toribio de Mogrovejo, catedrático de artes
en la Universidad de San Marcos y canónigo magistral de la catedral de Lima. En 1603 entró a
formar parte del prestigioso cabildo metropolitano. En 1619 fue nombrado obispo de Trujillo,
tomando posesión de su iglesia en marzo de 1622 (Mendiburu 1876, 2:416!17; Garcı́a Irigoyen
1906, 1:67!68; Milla Batres 1986, 3:49). De acuerdo con su testamento, otorgado el 14 de
octubre de 1629, el obispo donó treinta y seis esclavos negros a la Compañı́a de Jesús y
promovió la fundación del colegio jesuita de San Salvador, en Trujillo. Para ello dispuso que de
sus bienes patrimoniales se comprase la hacienda de Gazñape, situada en el valle de Chicama
(Biblioteca Nacional de Lima, Ms. 743 (20/9/1620).
75
Posteriormente, el cabildo eclesiástico, que gobernaba en sede vacante tras la muerte del
arzobispo Mogrovejo, escribı́a una carta al rey, con fecha en Lima, 28 de mayo de 1607,
suplicando que mandase ‘se les afecten algunos beneficios y doctrinas en cuyas oposiciones
concurran solamente los colegiales [. . .] los beneficios que se les podrán afectar son los de la
provincia de Huarochirı́, que son seis, y los de Limaguana, que son dos con que se
animarán grandemente a seguir la virtud y a su imitación y ejemplo los demás hijos de esta
tierra’ (Lissón Chaves 1944, 4:572).
76
Para un estudio del cabildo eclesiástico limeño y sus familias en el siglo XVIII, véase Ganster
1991, 149!62.
77
Hacia 1620 localizamos al doctor Osorio de Contreras como un prominente vecino de la ciudad
de la Plata (Draper 2000, 75).
78
Este salario fue doblado a partir de las nuevas constituciones de 1609 (Vargas Ugarte 1969,
18, 51).
79
Su cuerpo se verificó en 1607, un año después de su fallecimiento (Mendiburu 1885, 6:256;
Garcı́a Irigoyen 1906, 2:296!308; Milla Batres 1986, 4:227).
80
‘Resumen del expediente VII sobre los seminaristas sı́nodos expulsados’, en (Lissón Chaves
1944, 4:575!76).
356 A. Coello de la Rosa
81
‘Resumen del expediente VII . . .’, en Lissón Chaves 1944, 4:576.
82
‘Expediente sobre expulsión que hizo el provisor de algunos muchachos seminari-
stas escandalosos. Primera carta del Cabildo a su Majestad’, en Lissón Chaves 1944, 4:
573!75.
83
Hijo de don Alonso de Valencia y de doña Constanza Dı́az de Santiago y Amaya, el doctor don
Pedro de Valencia estudió en la Universidad de San Marcos, ejerciendo como cura parroquiano
en los obispados del Cuzco y Arequipa. Mendiburu señala que era muy aficionado a la música y
a las ceremonias eclesiásticas. En 1614 fue promovido al obispado de Guatemala, pero no llegó a
tomar posesión. En 1617 el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero lo consagró como obispo de La
Paz, donde ejerció hasta su muerte en 1631 (Mendiburu 1890,
8!11, 236!37; Soto Rábanos 1987, xxxv).
84
Natural de Lima, el doctor Feliciano de la Vega Padilla era hijo de don Francisco de Vega,
natural de Sevilla, gobernador y capitán general de Panamá, y doña Marı́a Feliciana de
Padilla y Celis. Estudió en el Colegio Real de San Felipe y San Marcos, del que fue rector en
varias ocasiones (1610; 1616; 1621; 1652). Desde el 22 de abril de 1609 hasta el 12 de
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enero de 1622, Feliciano de la Vega ostentó el cargo de juez provisor y vicario general de la
diócesis de Lima. Posteriormente, entre 1626 y 1630, se encargó nuevamente de la gestión
capitular en sede vacante (Garcı́a Cabrera 1994, 39). En 1631 actuó como chantre de la catedral
jubilado de prima de cánones de la Universidad de San Marcos y calificador del Santo Oficio
(Mendiburu 1890, 8!11, 275!77). El 9 de abril participó en el proceso ordinario de
beatificación del padre Juan Sebastián de la Parra (Archivum Romanum Societatis Iesu
[ARSI], Archivio della Postulazione generale, Roma, Proceso informativo Juan Sebastián
de la Parra, 1631 [Testigo 62]. Feliciano de la Vega, Tomo I, E-10, n8 54, ff. 200v!6r).
En 1631 fue nombrado obispo de Popayán, y tres años después, en 1634, fue trasladado al
obispado de La Paz, donde permaneció hasta 1639 (Meiklejohn 1988, 83; Dammert Bellido
1995, 21!53).
85
Garcı́a Irigoyen 1906, 1:63!65. Véase también Bermúdez 1903, 23. Mientras que los españoles y
criollos podı́an optar a las doctrinas rurales de indios, el arzobispo Lobo Guerrero fue
partidario de la ordenación de mestizos ilegı́timos para asignarlos especı́ficamente a dichas
parroquias de indios, donde apenas habı́a posibilidades de promoción (Hyland 1998,
431!54).
86
Desde 1605, el arzobispo Lobo Guerrero asistı́a a las comedias y actos literarios que
representaban los jesuitas, acompañado del presidente de la Audiencia y Gobernador y Capıtán
General del Nuevo Reino de Granada, don Juan de Borja, hijo natural de don Fernando de Borja
y nieto del padre Francisco de Borja, tercer General de la Compañı́a de Jesús (Mantilla 1996,
98).
87
En opinión de Paulino Castañeda Delgado, Lobo Guerrero era ‘un arzobispo dispuesto a
reformar todo lo reformable’ (citado en Garcı́a Cabrera 2011, 183).
88
Al respecto, véase también la carta que escribió a Felipe III, con fecha Santa Fe, 20 de mayo de
1607, en recomendación y elogio de la Compañı́a de Jesús (Mantilla 1996, 217).
89
Lobo Guerrero, Constituciones Sinodales del Arzobispado de los Reyes (1613), en Lobo Guerrero y
Arias de Ugarte 1987, 38!42.
90
Aunque no existen pruebas concluyentes al respecto, algunos historiadores, como Sabine
Hyland (1998, 431!54), sostienen que el cura de San Damián de Huarochirı́ era de origen
mestizo y expósito. Su interés en extirpar idolatrı́as estarı́a motivado, según Hyland, por su
deseo de ascender en la carrera eclesiástica. Algo que, como vimos, ocurrió cuando en 1618 fue
designado como canónigo y deán del cabildo catedralicio de Charcas. Al respecto, véase Milla
Batres 1986, 1:317; Coello 2008, 67!68.
91
‘Informaciones promovidas por el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero sobre las doctrinas de
los religiosos’ (AGI, Lima, 301), citado en Acosta 1984, 84.
Colonial Latin American Review 357
92
Véase también Garcı́a Cabrera 1994, 24!27. Recientemente, Garcı́a Cabrera ha insistido en la
imposibilidad de entender el gobierno del arzobispo Lobo Guerrero en el Perú sin tener en
cuenta su actuación previa en el arzobispado de Nueva Granada (2011, 183!85).
93
La elección de examinadores para la provisión de los beneficios catedralicios y de examinadores
sobre el conocimiento de la lengua de los naturales no se produjo hasta el 10 de julio de 1613,
fecha en en que tuvo lugar la apertura del Sı́nodo Diocesano (Soto Rábanos 1987, xxxv).
94
Sobre el realce externo de las ceremonias otorgado por el arzobispo Lobo Guerrero en Santa Fe
de Bogotá (1599!1609), véase Mantilla 1996, 61!71.
95
Como señala Mendiburu, ‘les impuso por condición que no fuese el Adviento, Cuaresma, las
tres Pascuas, Octavario de Corpus, y las fiestas de la Trinidad, Asunción, Transfiguración y
Apóstoles de San Pedro y San Pablo, en los cuales dı́as debı́an estar presentes, y si faltaren ser
multados’ (Mendiburu 1885, 6, 60). Véase también Garcı́a Irigoyen 1906, 2:204!6; Bermúdez
1903, 25.
96
A la muerte del arzobispo Lobo Guerrero, los miembros del Cabildo eclesiástico solicitaron que
el candidato fuera ‘de los que se han criado y sido prebendados en las iglesias catedrales y que
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sepa sus ceremonias y modo de gobierno, porque de faltar esta noticia a los Prelados se han
seguido muchos inconvenientes . . .’ (Castañeda Delgado 1981, 55).
97
El 14 de julio de 1600 el papa Clemente VIII promulgó la última versión del ‘antiquı́simo
ceremonial de los obispos’ mediante el breve Cum novissime (Mantilla 1996, 61!62).
98
Natural de Lima, hijo de don Pedro Ortega y de doña Juliana Arias, el doctor don Pedro Ortega
y Sotomayor estudió en el colegio jesuita de San Martı́n, donde ingresó en 1602 a los 16 años de
edad. Tres años después ganó por oposición la cátedra de artes y a continuación la de Vı́speras y
Prima de Teologı́a de la Universidad de San Marcos, de la que fue rector. En 1629 fue calificador
del Santo Oficio y en 1644 fue nombrado obispo electo de Trujillo. Posteriormente se retiró al
noviciado jesuita de San Antonio Abad, donde residió hasta su consagración el 30 de septiembre
de 1646, tomando posesión de su obispado el 24 de febrero de 1647. Ese mismo año, el 14 de
julio, fue designado como obispo de Arequipa, entrando en la ciudad el 2 de diciembre. En 1652
pasó al obispado del Cuzco, donde realizó muchas obras benéficas. Fallecı́o el 7 de agosto de
1658, siendo enterrado en el presbiterio de la iglesia de San Francisco del Cuzco, de la cual fue
benefactor (Mendiburu 1885, 6:186!87; Milla Batres 1986, 6:394!95).
99
El 1 de diciembre de 1618 el sevillano Andrés Garcı́a de Zurita obtuvo la canonjı́a teologal.
Estudió en el Colegio Real de San Felipe y San Marcos, convirtiéndose en su rector en años
venideros (Mendiburu 1885, 5:61; Garcı́a Irigoyen 1906, 1:66!67).
100
Durante el gobierno del arzobispo Lobo Guerrero (1609!1622), el colegio Seminario
SantoToribio mereció su protección. No sólo lo visitó en repetidas ocasiones, sino que reformó
sus constituciones, que permanecieron vigentes hasta el siglo XIX (Mendiburu 1885, 5:61;
Vargas Ugarte 1969, 52).

Bibliografı́a
Fuentes manuscritas
Archivo Capitular de Lima. Procesos de Jueces Adjuntos, 1603!1719. 1 Volumen.
Biblioteca Nacional de Lima, Ms. 743 (20/9/1620).
Archivo General de Indias, Lima, 213, N. 13.

Fuentes primarias
Bromley Seminario, Juan, y Bertrand T. Lee. 1935!1943. Libro de Cabildos de Lima (1570!1574).
Lima: Imprenta Torres Aguirre.
358 A. Coello de la Rosa

Echave y Assu, Francisco de. 1688. La estrella de Lima convertida en sol sobre sus tres coronas. El B.
Toribio Alfonso Mogrobexo, su segundo arzobispo. Amberes: Juan Baptista Verdussen.
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