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ee LA CONSTRUCCION DE LA IMAGEN ‘Marfa Teresa Gramuglio 1. B1 utulo de estas notas puede indir a un equ ‘ooo que me apresuro a dispar: las imagenes de ‘que aqui se tala son Imagenes de eseritor, esto ts. un'motivo que remite no a in potticn sino aun aspecto vineulado a la historia iteraria en la Argen tina, Es posible afimmar que las hipotesis, aprox! maciones tedricas y observaciones metodologcas aque se esbozan hallan su punto de partida en una omprobacion empiric: la-de que los escriles. on gran frecuencia, construyen en sus textos! &- fgaras de eserltor.y que estas figuras suelen con- ensar, a veces oscuramente, a veces de manera ‘mas o menos explicta y ain programatica. image- nes que son proyecciones, aucoimagenes,y ambien anti-imagenes 0 contraiguras de st mismos. La hi- potesis inicial, entonces, es que en torno de esas Construceiones se arremalina, generalments en un ©) erm ne ae tp ee SSSI Setting a tate sen ere 37 estado fluido y no cristalizado, una constelacion de ‘motivos heterogeneos que permaten leer un conjun. to variado y variable de cuestiones: como el eseritor representa, en la dimension imaginaria, la constitu: cidn de su subjetividad en tanto eseritor®, y tam. bien, mas alla de lo estrictamente subjetivo, cual es lugar que piensa para st en la literatura y en la, sociedad. Su lugar en la literatura, esto es, su rela ign con sts pares. con los escritores que son sus contemporaneos y ain con los futuros, pero tam- bien con la tradicion literaria en que se inscribe 0 {que pretende modifcar; con los temas y los lengua: Jes que esa tradicion le provee: su relacion de amor ¥ de odio con sus modelos y precursores: sus fila: Clones, parentescos y genealogias; su actitud frente los lectores. jas instituciones y el mercado. Y st lugar en Ia sociedad, es decir. la vinculacion con aquellas instancias que en un sentido estricto pode- ‘mos llamar extraliterarias, funcionalmente ligadas a To literario pero regidas por otras logicas: las luchas, culturales, la vinculacién con los sectores sociales dominantes o dominados, con los mecanismos del reconocimiento social, con las instituelones polit cas y con los dispositives del poder. De modo que fen estas fguras el escritor proyecta, de esa manera, fluida, difusa y no cristalizada que caracteriza a las vestructuras de sentimientos® tanto una idea de si 1 ra pn a ga te in in heaters Se ip St nani eee Teer Tee couoreen tea (Sapna tan purer ae antec Ce Rap Shreyas meen ena hn fen cuanto eseritor como una idea acerca de lo que la literatura es, En ese sentido, es posible postular gue la construccion de la imagen conjuga una ideo- Jogi literaria y una étiea de la escritura, ética que compromete la estética del escritor y que lega a convertirse, para decirlo al modo sartreano, en una ‘moral del esto, una moral de la forma. En la construccion de estas figuras ingresan a ‘menudo motives que por su recurrencia han egado ‘a convertirse en verdaderos topicos. Asi, la figura del escritor malogrado, prisionero de sus circuns- fancias, que fracasa por carecer de libertad para ‘consagfarse a su obra, ola mas romantica del genio solitarioe incomprendido, han legado a ser familia res, por lo menos en la literatura occidental a partir del siglo XIX. Sin embargo. estas construcciones es tan de tal modo atravesadas por la historia, que di- cchos motives, aunque recurrentes, nunca resultan ‘dénticos. y siempre se reformulan y resemantizan fen funcion del contexto en que se inseriben. Habra que tener en cuenta. entonces, que mas alla de las constantes retoricas, que a veces parecieran vactar. las de su especificidad semantica, las figuras de es- critor remiten inexorablemente, por un lado, a la constitucion de una subjeividad fechada, y por el ‘tro, al estado del campo literario a que pertenece el escritor, a los conflicos presentes en ese campo, a Jas formas de acceso posible y al conjunto de condi clones cambiantes que regulan la practica literaria. Las figuras de escritor pueden ser concebidas co- ‘mo Ideologemas en el sentido que Jameson conte re a este término, esto es, como unidades discursi- vas complejas, a la vez ideologicas y formales, que » construyen solyciones simbolicas a conflictos histo- ‘loos concretos". Bstos conflictos ponen en juego un Sistema de elecciones y de valoraciones -qué auto- res se leen, por efemplo. o qué temas se privilegian, ‘como es concebida Ia funcion del escritor, cuestio: nes que se pueden reconocer como decisivas en Borges, en Galvez y en Mallea- y operan en muchos ‘casos como verdaderos exorcismos de los fantasmas mis temfbles que acechan la autolmagen del escri- tor, vinculados frecuentemente a la esterilidad 0 al fracaso -no poder escribir es el drama que organiza la peripecia corrosiva de «Escritorfracasadoy, de Ro- berto Arlt Estas primeras aproximaciones podrian quiza condensarse en una cita muy breve: sEl imaginario de un escritor es, también, la construccion de una ‘imagen de si en el espacio iterario, y su estetica, la orma que daa esa imagen TL. Siempre se podra argoir con verdad que desde {que hay escritores y escritura, 0, mas precisamente desde que hay poetas y poesia, la cuestion de la fl- jgura del poeta y su funcion social ha sido tema de preocupacion y de controversia: basta recordar. pa- a confirmarlo, los dialogos platonicos y, entre ellos, a Repiblica (dialogo éste que. dicho sea de paso, presenta una de las primeras justificaciones siste: ‘maticas de la censura que desde el poder se ejerce Sesriem «0 sobre la Uteratura). Pero lo cierto es que la cons truccién de imagenes de escritor en el sentido que aqui he tratado de ir definiendo se convierte en un motivo relevante, lamativo por st frecuencia y re- vvestido de significaciones nuevas a partir de ta au: onomizacion de los respectivos campos literarios ‘en las lteraturas nacionales. Pero como la autono- ‘mizacion de un campo literario no es algo que pue- dda fecharse de modo puntual (a menos que uno lo hhaga metafricamente), habra que pensar en un proceso de formacion de aquellas bases 0 condicio- nes de posibilidad sociales y mentales necesarias para que, en primer Iugar, el dominio cultural ad- quiera clerta autonomia con respecto a las instan- cias del poder eclesiastico y politico y. dentro de ese dominio, al que llamamos campo intelectual, el campo literario se distinga a su vez de manera mas, ‘© menos precisa: y también para que, en segundo lugar, el ser eseritor y escribir literatura se invis- tan de un sentido y un valor especiicos que diferen- ie ala practica literaria de otras practicas de escri tura como la que pueden realizar, por ejemplo, file sofos, publicistas, historiadores, tratadistas y socio logos. La literatura no puede concebirse como un ‘espacio social especifico si el conjunto de las activ dades culturales no se halla en condiciones de ac: cceder a una cierta autonomia, y la génesis del cam: © Sone ciem ors Stereos rr Li oa 4 po literario debe encararse en relacion con la auto- omizacion del campo intelectual, dentro del cual se recorta como un subconjunto. Es posible senalar répidamente como operan es: tas cuestiones si se repasan algunos datos en lal teratura argentina del siglo XIX’. La relacion entre intelectuales y poder. 0, mas concretamente, la fun- ion de los intelectuales en la esfera politica, fue tuna cuestion que preocup6 intensamente a los re- presentantes de la generacion del 37, y como tal es- { planteada en los escritos de los miembros del Sa- Jon Literario, en Echeverria, en Alberti, en Sarmien: (0. Pero en el siglo XIX la heteronomia de la activi dad intelectual es atin casi (ola, y la literatura o la escritura en sentido amplio son generalmente ins- trumentales con respecto a la funcion politica, dise- ‘nan sus estrategias para influir sobre el poder o pa- ra acceder a él. y carecen, en términos globales, de instancias de legitimacion en su propia esfera, To- ‘dav en la segunda mitad del siglo XIX, un escritor ‘como José Hernandez manipula no sélo sus escri- tos periodisticos, sino el mismisimo Martin Flerro para ganar por medio de ellos un lugar expectable y respelable en la clase politica de Buenos Aires®. Y por otro lado, la existencia de campos literarios au tonomizades como el francés, que proven modelos Drestigiosos, da ocasiones a no pocos desfasajes y ‘anacronismos en cuanto a las figuras que moviizan tl imaginario de nuestros eseritores, Asi Sarmiento, 0 pn ets a i a 2 ‘cuando publica su primer articulo periodistico en ‘Chile, puede allmentar fantasias dignas de un Ru- bempré en un medio donde no hay nl bohardilla pa- ‘sina nf redes institucionales adecuadas para brin- dar,el tipo de éxito que esas ensofaciones requie- TEI proceso de autonomizacion y el surgimlento del primer campo literario argentino puede seguirse cen la creacion de redes institucionales y discursivas ‘especiticas (universidades, cAtedras, academias, so- Ciedades, premios, cargos) y debe ser puesto en re: Inoion con las transformaciones sociales que se ini. clan en la Argentina del Centenario'®. No es nece- sario repetir aqui esos datos, pero st subrayar nue- vamente que las figuras de eseritor y las repre. sentaciones del campo literario se converten en ob- Jetos frecuentes en el tmaginario de los escritores ‘cuando comienza ese proceso: es entonces cuando proliferan los textos que tienen como tema algin aspecto de la vida literaria, que designan, con la fic- ‘lon o con la polémica, los lugares del campo y los, puntos de conficto presentes, que proponen repre: sentaciones y que edifican mitos!™. Los anos que van desde el Centenario hasta la crisis de 1930 en. Ja Argentina se caracterizan por un conjunto de wansformaciones estrechamente vinculadas a la modernizacion sociopolitica y a los cambios urba- rlsticos, dos aspectos que incidieron de modo vis! ble en Ia configuracion y en la dinamica de la vida cultural. Entre la emergencia del primer campo lite rario argentino y la consolidacién de su autonomia relativa, el ingreso de nuevos actores (entre ellos, de ‘modo notorio, las mujeres) y la ampliacion del pii- blico lector, modiifcaron sustancialmente las condi- clones de la practica lteraria. En el transcurso de fesbs aftos la oferta literaria se diversified: surgieron ‘nuevas editoriales, instituciones y grupos; prolifera ron las revistas literarias: tendencias potticas con- trapuestas polemizaron entre si con ms 0 menos vehiemencia; se delinearon nuevas formas de rela: ‘ion de los escritores con el pablico y con el conju: {o social. Todo ello implied no sdlo modificaciones en la relacion entre «campo intelectual y campo del poder, sino tambien redefiniciones de la imagen del eseritor. Esta brevisima referencia a las transformaciones del campo literario argentino no indican de ninguna ‘manera que se intente aqui proceder a su recons- truccién para invocarlo como lave maestra y expli- cacion omnicomprensiva de las imagenes de escri tor. Aunque como es evidente estas notas deben ‘buena parte de su inspiracton a las teorias de Pierre Bourdieu’, el paso metodol6gico que proponen es ‘Seige Sg ee Snr Spey we a casi inverso: intenta, no una descripeton de estados ‘de campo, sino una lectura de las iinayesies de es: frilor que algunos textos construyen, poniendo las estrgtegias discursivas y las estrategias de exer tor'® en relacion de implieacion muta, para seguir fen sus articulaciones los modos especilicns y di renciados que revisten tanto los conllictos inserip tos en Ia formulacion del proyecto literario, como los sistemas de valor que sustentan la concepcion acerca de la funcion de la literatura y del escrito. TIL, ton el primer campo literario argentino, espacio ‘aun en proceso de formacion, puede inscribirse la anyon, en 1910, de dro de Cael Quo de Manuel Galvez, un texto que si bien no tu {o extto de venta la trada fue de 500 efemplares 7 ‘no hubo reediciones- result, en cambio, notable: ‘mente exitoso en cuanto a la supervivencia de un Conjunto de temas ideologicos del nacionalismo es piritualista que en @1 se plantearon, tennas que fue- ron luego recuperados en numerosos texlos poste Hlores vinculades a esa corriente de pensamiento, ‘como, para mencionar un ejemplo novorio, Historta dde una pasién argentina de Eduardo Mallea. No se trabajar aqui sobre esa zona ideologiea, ya bastan te conocida, sino sobre la estrategla discursiva por emesis Epes eon 4s Ja cual Galvez, en lugar de escribir isa y llanamente tun ensayo acerca de lo que consideraba Ios »malese ‘que aquejaban a la nacion, apelo a un género con- vencional y convencionalizado -el dlario- y constru- ‘yO un aparato hibrido para introducir a un persona Je Micticio -Gabriel Quiroga- que se hace cargo del discurso de ideas. Bs posible postular, por un lado, que El diario. lige Ser un ensayo desviads, porque su pacto ‘constitutivo coloca en la base una fiecion, la de ese ppersonaje, Gabriel Quiroga, que ha escrito un dia Fo: y por el otro, que esa estrategia constructiva lo presenta como un texto donde, aparentemente, ha: blan dos vores. La primera de ellas es la de un au: tor real, Manuel Galvez, nombre que figura en la ta ‘pa del libro y tambien al pie de la larga introduecion. ‘que precede al diario propiamente dicho, en la cual el aulor se proclama simplemente editor de lo que Se va a leer, en un sentido muy proximo al del ac- ‘wal uso anglosajén del término: dice que ha depu: rado el texto original de elementos que harfan dif Cultosa la lectura. que ha realizado una especie de ‘montaje con los materiales del diario de Quiroga. y ‘que ha practicado una seleccion de los mismos, ofreciendo a los leetores una version expurgada de Acontecimientos intimos y subjetivos (algo as, fabu: Temos, como lo que Leonard Woolf hizo con el diario de Virginia Woolf). En ese prlogo. la voz de Manuel Galvee traza una semblanza y una historia intelee- tual de Gabriel Quiroga en Ia que cualquier lector ‘ms o menos informado puede reconocer facilmente datos autoblograficos del propio Galvez, y que por lo tanto disetan a Gabriel Quiroga como un doble 0 6 lun alter-ego de Galvez, cuestion que la critica con- tempordnea senald de inmediato. Ademas, el autor- prologuista-editor Manuel Galvez aclara que Gabriel Quiroga no se llama sen realidad. Gabriel Quiroga. sino que ese nombre es un seud6nimo tomado de tun antepasado de éste que era wastellano, hidalgo ¥y optilentos, con lo cual Introduce el topico de los ritos del linaje, constitutivo de tgntas figuras de eseritor en la literatura argentina™®, Por ultimo, el prologuista aclara que el uso del seudonimo no se debe a la cobardia sino a la modestia de Gabriel ‘Quiroga, modestia que, visiblemente, no se cuenta entre los atributos de Manuel Galvez, quien st ins- cribe su nombre en la tapa como nombre de autor. La segunda voz, la de Gabriel Quiroga, entra des pues de esa larga introduccion, en un segundo pro- Jogo ttulado Dos palabras y firmado con las inicia- les G.Q. Este segundo prologo, escrito en primera persona, gira en torno de dos cuestiones centrales: tuna -quiza la mas atractiva. pero que aqul resulta lateral- la idea de que publicar es perder algo del yo: la otra, el reconocimiento de que este libro es un Thomenaje a la patria en su centenario, pero un ho- rmenaje que se ealiflea de «duro y eruel: por las ver: dades que encierra. y que seguramente sonara co- ‘mo una nota discordante en medio de los festejos que la celebracion suscita. Gabriel Quiroga eseribe fentonces «Yo me resigno a publicar... y «Yo le ofrez~ co a mi patria... pero en la tltima frase del prolo- 0, inmediatamente antes de las iniciales G.Q. con ‘gue se lo firma, leemos: «Y este fue el primero y el (1) Bune ee ns eran te sig oa siltimo theo de Gabriel Quirogar. Ante esta ruptura fe el nivel de la enunclacion, el lector no puede me: hos que sobresaltarse y preguntarse «zquién habla aqui, Pues este giro discursivo de la frase final re- ‘lta en verdad inesperado y enlgmatico, Recapitu- lando estos desvios, vemos que, para gran sorpresa nuestra, heinios acabado por encontrarnas, en los comienzos de un texto de Galvez, con estrategias ddignas de Borges: un ensayo enmascarado que tie- ‘ne como punta de partida una flecion; un pacto de Tectura desviado que nos instala en el apécrifo: un ‘autor que escribe un diario que es el diario de ot tun escritor fleticio que lene un nombre (un seudo- ‘nimo) tomado de sus antepasados; flnalmente, un relevo de voces que torna dudoso el estatuto del su- Jeto de la enunclacion. ‘Pero este eseritor no es, en la concepcion de Gal vez, un escritor, pues se trata de alguien que mo pa- blica. alguien a quien este texto le ha sido arranca- do y que no eserfbira un segundo bro: no legara, por lo tanto, a constituirse en autor, esto es en al- fuien cuyo nombre se convierte en la marca que Confiere unidad a un conjunto de textos’®. En el discurso de la vor que firma Manuel Galvez, Gabriel ‘Quiroga encarna explicitamente la figura del esteta, del dilettante, del aficionado. y en este dltimo sen- {ido aparece casi como un heredero de los escritores, del ochenta: un amateur. En su version tradicional, fl amateur es, clertamente, un bel esprit, que con- fiere tun noble prestigio a las letras y que aparente- ‘mente desdena el prestigio que las letras puedan “8 conferirle a 6, Pero con la figura del amateur el es- critor corre ei riesgo de quedar atrapado en una Imagen que niega la base misma de su legitimacion efectiva: visto como un amateur y no como un pro- fesfonal permanece en algunos casos sometido a ac- LUtudes y estrateglas pre-moderas (en otros queda- 4 alojado en un Iugar antinsttucional), y es por ello que el conflicto con la figura del amateur se plantea de modo earacteristico en las etapas de int- Clacién del escritor y en los campos lterarios en for- macion, donde atin resultan ambiguos tanto el es- {atuto del escritor como el de la practica lteraria"” Por todo esto, parece pertinente proponer que en. Ja Ngura de Gabriel Quiroga Galvez intenta distan- clarse de un Upo de escritor, y procede a liquidarlo: AY este fue el primero y el dltimo libro de Gabriel ‘Quirogar es, por cierto, una frase que suena a epita fio. Con ella, al mismo Uempo que revela la ambi. edad del primer campo literario, Galvez elimina luna parte de si mismo que simboliza su colocacion todavia indecisa en ese campo, y procede a instalar, en su lugar, otra figura, la del autor-editor Manuel Galvez, primera de la larga serie que ira desfilando ‘en sus textos posteriores, Aunque con estrateglas diferentes, esta liquidacion puede considerarse ho- ‘miloga a la que se realiza con el escritor bohemio Riga, protagonista de El mal metafisico, que final mente muere en Nacha Regules. En Gabriel Quiroga ‘se condensan, como en Riga, zonas de rechazo; por e20, simbolicamente, ese doble que es Quiroga mo- Fird como eseritor (€ste fue su ultimo libro) y el nombre de Gave usurpa su nombre en la apa co ‘Donombre de autor, Pero bra que aa para ser precios, que n0 todo Gabriel Quiroga se ligula, pues Quiroga ade mms etn amateur, ss un pation. ese vango Ge tambien rs rtomado por Gales en exes fusteiores, recaborado de manera dvera, cons Utaye un cai motto nacioalsta que mares, de modo paradgmatco en una obra como la de Li- gach, Pero la historia de las Uranaformaciones desptzamntos del elogema de exer praia es un capi que la economia de estas nous er ‘ue om Convene ahora relterar la pregunta: or qut ex estratoga compiicada? Por aut el altrego, por fe Gabriel Quiroga? Nombrar el bro es encon: trarse con la exeperaion Gl escamato Gea tinbigiedad el Dario de Cabrel Quiogn ve a ‘uel Calves Ene prog Sad por Manus Gl vere lee “ml condi de elo no me respon Sabian ce la Kens del ator. En orn parte Seria Siloula sta advertencia pero en Buenos Ales tmnca esa de mas La a no puede deer de set puesta en coreactn con i anurordenegacion Ge I coburdia de Gabriel Quiroga como mot para 0 Sar slo const proplo nombre, Pesos eta tecture resulara abuavarente malgha, se Puede tenalar que ela revela, por lo menos ua pce facion bastante aguda acerca dele que se pu © Rovee pede decireto en de as couliones def" cepeion para un ibro como Ef dares tins Sfocuentéen cuanto ain imagen negava que GA ‘ex preeata dal moo Meare porto, cofinada 0 Por numerosos pasajes de sus Memorias, en los que deja minuciosamente registradas ingratitudes, insi- dias y mezquindades sin euento; y realiza una ma: niobra sinuosa: yo, Galvez, firmo este libro, pero afirmo que no soy responsable de sus ideas, puesto que estas ideas son de otro, maniobra que revela el caracter ain precario de la auloridad de un autor ‘que necesita enmascararse tras la figura del editor, del que hace pablicos los discursos de otro!®, Final- mente cabria agregar que, ademas de remitir a la ambigiedad de la propia colocacién en un campo tambien todavia ambigiio, esta estrategia ‘se halla cestrechamente emparentada con un procedimiento que opera en la misma direccion (que Galvez dice ‘haber tomado de Flaubert) y que ulilizara hasta el hhartazgo en sus ficciones: el estilo indirecto libre. Con él, el narrador delega en las voces de los perso: najes el discurso de ideas. y sobre todo de aquellas ideas de critica social cuya atribucion al autor po- ‘dria resultar poco conveniente para la estrategia del eseritor De modo que Gabriel Quiroga es apenas el prime- 0 de la larga serie de personajes escritores que ueblan los libros de Galvez, y que van registrando la transformacion de aquella figura iniial de escri- (or patriota y amateur. Son escritores practicamen- t todos los personajes de El mal metafisico. es es eer ut Mk ee pr en ‘Sepia pts ton a es st critor el Monsalvat de Nacha Regules. y es eseritor Claraval, el protagonista de Hombres en soledad y luno y la multitud, Es decir, que en el lapso que va de 1910 hasta la década del 40, Galvez ha seguido ‘otorgando centralidad a la figura del escritor en sus textos, no sélo construyendo autoimagenes en que se proyecta su subjetividad, sino sobre todo convir- liendo al escritor en el punto focal que orienta la perspectiva desde la cual son pereibidos los temas fn torno de los cuales se organizan sus ficciones, sean la prostitucion y la injusticia social o el fracaso de las ilusiones de fegeneracion moral que produjo fen algunos sectores sociales el golpe del treinta. Y fs justamente en la novela del treinta, en Hombres fen soledad. donde es posible encontrar, junto a la construccién de una imagen que tematiza uno de los motivos recurrentes caracteristicos, el dela soe- dad del escritor, una representacion flccional del ‘campo literario tal como Gélvez lo concebia. esto fs, como una construccién imaginaria cuyo valor de verdad no reside en el registro de los datos reales, sino en lo que revela acerca del sistema de valores ‘que la sustenta, En cuanto a lo primero, a la soledad, es facil ce- der a la vision ya canonizada que, desde distintos lugares ideologicos, ha visto en la década del treinta ‘un paramo cuyo signo mas evidente ¢s el aslamien- to y la incomuntcacion entre los intelectuales. Titu- Jos famosos se invocan para confirmar esa imagen: EXhombre que esta solo y espera. La bahia del siien- ‘io y el mismo Hombres en soledad. Es aqui donde se torna necesario proceder a cotejar los datos con Jos discursos literarios y los mitos sedimentados so- 2 bre ellos: pues basta leer, sin ir mds lejos, en las ‘Memorias de Galvez la infatigable actividad gremial Y social que desplegaba por esos anos en el Ambito terario, la cantidad de agrupaciones, revisias, edi toriales, congresos, cenas, homenajes en que part cipaba, la vinculacion con instituciones a las cuales pertenecian otros escritores nacionales y extranje- 10s, para percibir la asimetria entre los datos y el ito, y dejar planteado el interrogante acerca de es- ta insistencia obsesiva en una soledad y un aisla iiento que no eran, por lo menos, tan extremos co- ‘mo en la novela se ios representa. Y en cuanto a lo ‘segundo, se puede observar que los personajes es fritores de Hambres en soledad van disenando una representacin del campo literario articulado segin tun orden jerarquico que ende a dar cuenta de los lugares y posiciones que se juzgan mas 0 menos va lidados y prestigiosos. En la flecién de Galvez, un Juego dé tres factores triangula la colocacion de los fescritores: retribucion materia, retribucion simbol ca y trayectoria elegida. Si la retribucion material, aunque deseada, no aparece revestida de valores positives, es en ia retribucion simbélica donde se Juegan todas las aspiraciones visibles que se juzgan ‘como nobles: por un lado, en el reclamo de que las clases dominantes otorguen un reconocimiento que legitime socialmente el estatuto del eseritor: por el otro, en la demanda de que la sociedad en su con: Junto devuelva al escritor una imagen positiva de si ‘mismo, admitiendo la importancia de su funcion, En cuanto a la trayectoria. es la eleccion de un gé- ‘nero lo que termina por definir las estrategias de escritor. cuyo resultado organiza a los personajes 3 ceseritores de Hombres en soledad en una eseala de ‘miritos que coloea en la ctispide al poeta, yen el ‘escal6n mas bajo al autor de obras de teatro, que gana dinero con sus plezas de éxito facil. pero que frecuenta el medio social y moralmente dudoso de factores y periodistas, El dramaturgo es el menos calificado socialmente de los escritores, cercano a la bohemia pero no bohemio él mismo (puesto que ga- ‘na dinero con sus obras) y desprovisto, por fo tanto, hasta del aura romantica que envuelve a la figura del bohemio, En el otro extremo, en la cumbre, esta el poeta, pero en el imaginario de Galvez esta cum- bre es tan temible como el submundo erapaloso del teatro: porque e poeta, en esta ficcion, es el gran solltario, y su aislamiento, signo de una eleccion. es también el signo de una maldicion: la soledacl exire- ‘ma consiste en el no reconocimiento, en el fraca- ma En ese cuadro Jerarquico, tampoco et ensayista aleaniza las sefales del reconocimiento, Es ensayis- ta el protagonista central de Hombres en soledad. pero, ademas de revelarse como moralmente ende- ble, no obtiene con su practica lteraria ni éxito eco- nomico, ni prestigio social ni reconocimiento publi co. Nuevamente el diseurso de la flecion requiere ser confrontado con los datos. pues resulta al me- nos paradojico que en un periodo que se destaca por la abundancia de la produccion ensayistica y por el peso que ella adquiere como forma de refle: xion acerca de Ia problematica nacional (son los ‘anos de Sealabrini, dle Mallea, de Martine Estrada, 10) Lt wend ply 1 eet dean D057 s ‘som los anos de Sur) la figura del ensayista aparezea de tal modo desvalorizada en el (exto, y mas adn si Se Tepara en que es en es08 aos, justamente, ‘cuando Galvez, ya asentado en su condicion de no: velista, comienza un pasaje hacia el ensayo e inicia, Junto con Tos articulos de Este pueblo necesita, su serie de biografias historicas. Las estrategias del es- critor, proyectadas sobre estas estrategias textua les, indican la incidencia de una tension 0 un con- flicto cuyos perfiles, en algiin momento, habra que despelar, Pero hay en esta ficei6n jerarquica una imagen de escritor que condensa todas las positividades: es la figura del novelista. Hambres en soledad construye en Pedro Roi, otro alter-ego de Galvez, una figura de escritor-redentor, de escritor-padre, de escritor como gula moral. no aceptado por los poderosos y sin €ito comercial, pero admirado por legiones de anonimos leciores sobre los cuales ejerce un apos- {lado privado. La gloria del novelista Rolg en Hom- bres en soledad se asienta en una particular entere- za moral, en una consagracién monacal y absoluta 2 su trabajo y en la posesion de facullades east ex: ‘eahumanas para la percepeion de las debilidades y pasiones de los demas seres humanos. Se postula as la auloridad de un saber necesario para la prac: lica del novelista, pero ese saber, al mismno lempo, solo puede adquirirse con esa prictica, y conflere al novelista un poder sobre los otros: el novelista sera, ‘entonces un pacire, un confesor. un guia moral, pa- a multitud de lectores ganados por su obra, que Ie lomtjaa su reconoeimiento en cicuitos andnimes, legitimando su funcion por fuera de los espacios 5s vinculades a las Instituciones y al poder. Si en EL diario de Gabriel Quiroga. con el Centenario, la igu- +a del escritor dilettante era desplazada por la del escritor patriota, en este texto del treinta emerge ‘una imagen de escritor apéstol, de connotaciones semi-relgiosas, cuya funcion piiblica es desplazada por un sacerdocio que se ejerce en la esfera privada: la flecionalizacion eircunscribe ahora la funcion so: cial del eseritor a tna instancia diferente, mas me- lancélica y menos espectacular Para completar esta aproximacién, la parabola que traza la imagen de escritor en las fieciones de Galvez requeriria ser confrontada con la autolma- gen que construye en sus Memorias, con su proyec- to literario y sus estrategias de escritor, sin perder nunca de vista su colocacion con respecto a los nuevos actores que emergen en la década del veinte -ysus virajes de la década del treinta y, luego, con la aparicion del peronismo, todo ello proyectado sobre Jos nuevos confictos ideologico-lterarios que con estos cambios inciden sobre el campo. A su ver, ella puede vincularse con las figuras de escritor que se construyen en textos pertenectentes a la misma pa- rentela ideologica, particularmente en los de Lugo- nes: pues en éstos se parte de una imagen de ma- ‘iz romantica en que el poeta se erige en mediador con la divinidad y conductor de muchedumbres (es la figura victorhuguesca que abre Las montaias det oro} a la del mediador entre la clase dirigente y el fondo arcaico de la tradicion que se encarna en EI payador, para llegar, finalmente, a la del mentor in telectual de los poderosos, el escritor-legslador de La grande Argentina, cuya apoteosis consiste en es: 36 cribir la proclama (rechazada) para Uriburu en el golpe de 1980. Si pensamos en este rechazo. y en ‘que la trayectoria de Lugones se cierra en 1988 con ‘su suicidio, podriamos concluir que las imagenes de escritor de sus textos condensan de modo ejemplar no lanto sus estrategias de escritor como las fanta- slas de los escritores con el poder y, también, su es- trepitoso fracaso, TV, Frente a estas imagenes patriéticas y apostol cas, la figura de escritor que construye Roberto Arlt fn Sus texlos plantea una ruptura radical. Persona- Jes como Astier, Erdosain y Balder admiten ser let- ‘os como metaforas de intelectual y de escritor, cu- yas peripecias ponen en escena buena parte de las Cuestiones vinculadas con el acceso al mundo de la, cultura, la adquisicion y el uso del saber; relatos ‘como “El poeta parroquials*' y «Escritor fracasado+ acumulan una profusion de motivos negatives que cexhiben los fantasmas a exorcizar, convirtiendo a estos textos en una especie de conjuro de aquello que se rechaza y que se teme. El escritor fracasado ¢s, en el relato homénimo, el que se liga a camari- lias lterarias, el que se convierte en eritico, el que hhace politica con la literatura: el escritor fracasado fs la eterna promesa generada por el éxito faci: es finalmente, el que no produce: el que no escribe. En. aioe = Swit 37 esta autoblografiaficticia, el escrtor fracasado care: ce de nombre y de titulos: por lo tanto, no puede reemplazar su nombre por los ttulos de sus obras: es, en definitiva, un anénimo, EL nombre y los titulos aparecen fuertemente li gados en la construccién de la autoimagen de escri tor en los textos de Arit. El nombre sulre una trans: ormacion significativa en la serie de las cuatro pe- 4quenas autobiografias que Arlt eseribio entze 1926 y 1931, El nombre es también el tema de una de las, ‘Aguafuertes portenas, «Yo no tengo la culpas. Se ta ta, em este tiltimo caso, del apellido, esto es, del nombre que viene del padre: Ant. gComo hacer de ese conjunto malsonante, difcilmente pronuncia- ble, un nombre? ;Como demostrar que stina vocal y tres consonantes« pueden, sin escandalo, legar a ser un nombre? En otras palabras, gcémo es posi: ble, en el mundo de las letras, hacerse ua nombre? El conflicto de Arlt. simbolizado en el trabajo con el nombre, se despega totalmente de la preocupacion, patriotica de ralz nacionalista y produce un asom: broso desvfo de la postulacion de cualquier funcion ppablica que legitime el trabajo del eseritor por ape: lacion a otra esfera, sea apostolado moral o eficacia, politica, La construccion de la imagen en Arlt ins- ribe una figura desacralizada y laica, una figura sospechosa que elude, ademas, la apelacion al pa- ssado que esta en la base de los mitos mas freeen. les en torno a la figura de escritor en la literatura argentina: ni pasado nacional ni pasado familiar, detras de esta figura no hay tradielon, no hay lina. Je. no hay antepasados ni padre, y el eseritor Arlt es, en definitiva, hijo de sus obras. ss En «Yo no tengo la culpas el trabajo textual que se despliega a partir de un recurso frecuente en las, Aguafuertes, el de responder las cartas que los lec- (ores dirigen al eseritor, somete el nombre a todas Jas presiones imaginables: la supercheria de un nombre falso (ya sé quién es usted a través de st Arty), el Seudénimo (Digame, gusted no es el senior Roberto Giust, el concejal del Partido Soctalista?s 0 nds directamente, en olra earta: «Digame. ese Arlt rho es un pseudonimo?), la cosilicacion («:Como se escribe eso"), la paronomasia (Tampoco puedo angiir que soy partente de William Hart...) y final: ‘mente ef extranamiento, descomponiendo el nombre en sus elementos constitulivos: -¥ ustedes com: prenderan que no es cosa agradable andar demos. lrandole a la gente que una vocal y tres consonan. tes pueden ser un apellidor, Rareza del nombre: el hombre extranjero, el nombre sospechoso (mas, lampoco me agrada que Ie pongan sambenitos a mi apellido, y le anden buscando tres pies), Nombre ‘que aparece ligado a una culpa misteriosa que se Temonta a origenes oscuros y sin prosapia: +.opto por acostumbrarme a mi apellido y cavilar, a veces, {quien fue el primer Arit de una aldea de Germania 0 de Prusia. y me digo: (Qué barbaridad habra hecho ese antepasado ancestral para que lo lamaran Ait», Todos estos juegos con el nombre coloean al escritor bajo el estatuto de la sospecha y lo convier ten en una figura dudosa, en alguien a quien de an. temano se le adjudica «cualquier barbaridad., en al- ‘gulen que, como los delincuentes, usaria alias y nombres falsos, » Det dea serie de catstoesacarreadas pore sombre ate" no tengola culpa i pregunta estonia: gute ex ese Ari ygen cate ue firma as: Aguafrtes portenast™ Las cuatro pe tuenas autobogrfias que Art esr ene 1935 1901 pueden ser tedas, desde la perpen del Trabalo fom el nombre, como a Seeuenela eres pest a ca pregunta @ungue son mucho mas que Zo. pues acumutan caida de mods arilanos) Ca pameraes de 1096, en la ele se amo Rodent Codotredo Ciristopersen Ab, Boe ane Ge publcaion de jug abe. se sabe qe to fe rena tcl a ANC encontrar tor par ste primer iro, Bla sagunda de 1927, nombre se Sorta ydesaparecee Codiredo: Me amo Rober. to Chrisophereen Ari no se menciona BL gue. {2c va punto, y se anuneia na novela Rta, Tos lt toons ade 100 nombre es expe ‘aio del text, y ens ugar aparecen ls ls y in jectanl: vA los veut aos esr uguete ‘abla Acalente tengo sas eminaa ino. Vols Los steve one Me atbran editors Bn a Se T9911 al nombre nl uo, desplazados ambos pr la bra converdgn en canna Obra relada ues Stovela, veut oltmenes de impresonesportenas thre dar #1 Mndos¥ sign de reconemen: te sPvemo Montel bn etsoscurs dela =. ‘Sec stats an desplarad al nome, ee. om punta eee mame pee tee se Ein Nuigtar sopemnen epee Sates tinh cosh satellite aimee Desens critor se nombra por la obra, y la obra se valida por Ja cantidad. Es, acaso, una manera de confirmar aguella «prepotencia de trabajor que Arlt proclama: a en el prologo de Las larzallamas, con la exigen: cla vertiginosa de +un libro tras otrov; prepotencla, ‘que es en definitiva potenela: «si, un libro tras otro, y-que los eunucos bufens, tnico capital con que in: ‘gresa al mundo lterari. En esa afirmacion prepotente que es el prologo de Los lanzallamas se inscribe otro conticto, Bs el cé- lebre «Se dice de mt que escribo mals, conflicto que fs emunciado en el texto apelando a esa estrategla deceptiva que hemos aprendido a reconocer como lun procedimiento earacteristico de Arlt, y que po- ddriamos reconstrulr ast, parafraseando su logica re- ‘oreida: «Quisiera escribir novelas que fueran pano- rramicos llenzos como las de Flaubert. Pero para es- cribir bien, hacen falta tiempo y dinero. Sin embar- go. a quienes tienen tiempo y dinero no les interesa Ta literatura, ya los que eseriben bien apenas st los Teen correctos miembros de sus famillass. Si en lo ‘mas inmediato el seseribo mals remite a los conoct- dos deficits de Ia formacién literaria de Arlt, a lo precario de sus capitales cultural y social, a ia ne- cesidad imperiosa de legitimar una colocacion que rng halla sustento en tradiciones, saberes y Hnajes Drestigiosos, el reverso de esa alirmacion inscribe fen Ia autolmagen de Arlt, como un oscuro objeto del deseo, siempre presente por su ausencia, el fantas- ‘ma de un libro otro, de un libro imposible: una no- vela perfecta como las de Flaubert o una novela ot amable como una nube sonrosada.®. Pero ese libro imposible, ges el libro que no se puede o que no se qulere escribir? Tension indecible y pregunta sin Fespuesta en un proyecto literario que. por otto la- do, exige libros con sla violencia de un cross a la ‘mandibulas y que instala la escena de la escritura tentre los ruidos de las -redacciones estrepitosas» y de «un edifcio social que se desmorona- {Los ruidos y el vertigo de la urgencia de la pro- ‘duceion minan al mismo tempo las tradicionales imagenes sacralizadas de la literatura y del escritor. El aguafuerte «La inutilidad de los lbross, ademas, de descalificar el mundo de la cultura al que se in- tenta acceder, proponiendo en su lugar la reivind cacién de un saber no bresco, introduce la figura ‘del eseritor como un operario que escribe para ga: nharse el pucheroe y reescribe la tension entre «ritmo de produtccion« y sbellezas, La practica de la escritu- ra, nalmente, se converte en una lucha contra el tiempo y el espacio reales: un tlempo medido tirani ‘eamente por el reloj, un tiempo siempre corto, que ‘apremia, y en el que hay que lenar un espacio, el de la antes pottica pagina en blanco convertida ahora en las carillas pautadas de la columna perio- ‘stica. El aguafuerte +Una excusa: el hombre del trombéns pone en escena esta lucha, con una estra- tegia que bien podria pensarse como una version moderna de aquel clisico «Un soneto me manda ha- ce violante.... Porque aqui el mandante no es la dama, sino director del diario, que indica: *Dejé (2) pn tere (nga tor ann eo @ hota adelantada, Arlt y si en el soneto todo giraba alrededor de una forma (son catorce versos, con ri- ‘ma consonante, distribuldos en dos cuartetos y dos tercetos). en el aguafuerte se trata de un espacio que hay que cubtir (Gracias a Dios he entrado en la tercera carilla; «Me fallan siete renglones para ‘erminam), espacio que se vincula con el Uempo y la urgencia, mareados por los motivos del relo} y los hhorarios. Asi el ema se convierte en una excusa, el cescfilor es un forzado, y la escritora en un trabajo de galeote: un trabajo brutal, Una excusa: el hombre del trombons se clerra ‘con una escena en la que el director del diario pre: senta al escritor a un visitante con esta frase: +El alorrante de Arlt, gran escritor. La frase conjuga los tres significantes principales que la construc- clon de la imagen ha puesto en juego: el nombre, Art, el estatuto sospechoso, atorrante, y la condi: ion arduamente ganada, escritor. y es posible des- componerla, desdoblandola segin los atributos cen- trales que definen al nombre, en los dos enunciados indisociables que se convocan para construir la ‘Imagen de escritor en estos textos: Arlt, ese atorran- ter AMlt, ese gran escritor. La aproximacion planteada en estas notas no au- (oriza clausuras conclusivas, pero sf permite alguna puntualizacion que quiza parezca redundante si se haan Iefdo atentamente los dos primeros pardgrafos. EI rapido recorrido por algunos textos de Galvez y de Arlt muestra como la construccién de la imagen 6 termina por feclonallzar dos figuras de escrito dite: renles y atin opuestas. El hecho de que en parte coexistan por los mismos afos indica que la dife- renela no es atribuible tnicamente a la logica de dos sucesivos estados de campo: Ia diferencia tam- poco admite ser remitida de modo directo a una de- {erminacion de clase, y menos atin es reductible a factores estrictamente subjeivos. Se trataria enton- ces de capturar la indole sobredeterminada y fuer- temente historica de estas figuras, en el sentido de que ellas remiten a conllictos individuales, posicio nes y estrategias diferentes que generan estructuras, simbélicas e ideologicas tambien diferentes, inscrip- tas en un campo literario diversificado y comple{o, ‘con temporalidades heterogéneas, donde se ponen ‘en juego no slo distintas instancias de legitimacion ¥ Feconocimiento, sino, sobre todo, maneras distin ias de concebir la relacion entre la eseritura y los sistemas de valor.

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