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148 Miguel Avilés dos esenciales, por obra de los primeros espafcles que sbordaron a sus costas. En cualquier caso, bien sea le raz6n exclusivamente, bien Ia raz6n iluminada por la fe, Jo cierto es que, para Maldonado, es posible al hombre elaborar y poner en prictica modelos de convivencia social que nada tienen que envidiar a los que ha visto cn las esferas superiores. ‘Mas atin. Cuando Maldonado aterriza en la idilica ciudad americana, aquellos habitantes suyos que se gulan por la simple luz natural esperan que dl les indigue Io que echa de menos en su comportamiento. Es como si Ia razén pidiera que 1a revelacién, por boca de aque! hombre «venido del cielo supla sus deficiencias. Mas lo extrafio es que Maldonado, a quien todos esperan ‘escuchar como a un oriculo, no s6lo n0 tiene nade que ‘objetarles, sino que reconoce el superior grado de feli- cidad que aquellos hombres han logrado. No es s6lo Ia revelacién * Tei, ie 7. Juan Mauponapo Sueio Traduccién castellana hacer algo después de de la noche/, la preocu- 150 Miguel Avilés chachas de ingenio despiesto y singular nobleza que in- sistentemente me hablan pedido mi opinién sobre el color y las caractersticas del cometa, creyendo que esta- bo pate amanecer, me levanté al flo de la media noche, me vest! a la carrera y, con mi capote a medio poner, salté desde mi eleoba ‘muralla colindante, corri por la barbacana y vine a dar a aquella torre que hay en In esquina de Ia ciudad, junto a la ceca. Era una noche clara, aunque ya se notaba que era otofio. Cerca todavia del horizonte y con los cuernos del cuario menguante bien visibles, ucia une luna es- pléndida. Mas el comets, que debia preceder a Ia au- rota, ain no habia sali ‘Yo, entonces, que solia acudir con frecuencia a aquel scabar deplorando también la de Maria de cesclarecida mujer, que habla muerto poco dest do huéefanas a sus dos fda auténticamente celeste prictica? ¢Quiéa no slabé su honradez, su franqueza, su incomparable lealtad? ¢Quin no reconocié en aque lla hembra, enviudada en la flor de su vida, un perfecto ejemplo de acrisolada virtud? ¢Quién no se reconocié sorprendido por su constancia, su paciencia y su intre- pidez en la adversidad™ Como quiera que hubiese puesto ple de sus hijas, a unos parientes que de , en nombre ‘que las mu Suetos ficticios 151 cchachas no podfan ni debian heredar los sefiorfos ni los nto a las hembras, aunque eran aban en favor de sus hijs, ella, sin ‘embargo, dijo al mocir: ‘Si Ia causa por le que litigen mis hijas no se bast en derecho, t6, Buen Jess, no permitas que la gancns ‘mejor les Serf morir'de himbre que obtener algo in- justa y deshonrosamente.» Mientrss rememoraba todo esto, me recosté sobre el césped que habia en el suelo de la torre, cabeceando de suefi. por haber velado casi rnorke Asf pues, ime quedé profundamente dormido. ivagando en suefios de acé pars alls me hizo presente Maria de Rojas, clegente aca tras la mucrte de su esposo. Su traje resplandecta de tal me neta, brillba tanto su rostro, centelleaban sus ojos y na la hubiese reconocide al. primer golpe de vista, me babeiaposteado para adorarla. Ella fue a ri mera en comenzat a habla: -EQué haces esperando al_ cometa, Maldonado? Spt te pass, Yland td la noche, eprendo ‘que aparecen los cometas como os ciclo anvals, que 134 Miguel Avilés se vendieron al diablo, ‘mo, aunque les haya cuerpo her ‘mano del nuestro e incluso aunque sus cuerpos kayan nacido de nuestros cverpos mismos. Y es que estimes sequros de que Dios no se engafa y de que no puede iud y famor y el efecto ‘Que amen a todos como hermanos span que los demis ps db egan al mat se mezclan, fur ss agus, lr fen Inontesen gue naceron. De a misma ftras hermanas o his que ado en que estin sujetas a la podre Suetos ficticios 195 Yo la segut fgilmente, como si fuese una pluma arre- batada por un remolino. Burgos se vio pronto tan pe quefio como si fuese una aldea o un villottio. Fue enton cez cuando Maria de Rojas me pregunté anedio eo ‘roma: <2No le quitas el ojo a tu Burgos? Pues la verdad es —le dije— que estoy ssom ‘brado de que sean pura nada las cosas que ensalzan los hombres.» Aperecié Valladolid, Lucgo, Medina y Salatnanca. En- seguida Toledo y Espaia enters spose ya ves me dijo Mara, qué jacancia y, qué at iota plaran desde ‘alto den monte y-conterplran nutes os vos, no Sadan en tan slemnes spa No ceo/ Al dards cow cs de malos, Desde al ‘me aconse ue debo dde tu parte a tus hijas y 2 tu hermana, bien del pleito que negocian, bien sobre eben viv smentos y de cuanto en os orgullosos cierto, tenetlos por cémplices de su peesdo; ex id uments su culpa, ‘Tu pensabas en levantarme un mausoleo en la aldea Sieitos ficticios in ai ice dino consejos de Cristo, dentro del ti hombres docts, de obe vat, enfin, una vide int ee vide dem weve a moderar ‘que te de las cosas mundanas las cond edi —, qué clase de vide ‘que se acomoden que si quieren ca: solteria, que sean br, lo ge decane. —repliqué— e como si me prop sieras un acertio. Creo que oatlic hay que ne Rees ae 3 Ny Que no has Ay, Maldonado —se lamenté—, qué cerrado rollers ‘eres. Vamos a examina’ eudsta 8 g ‘que hacen, los sacerdotes menores? sr fe ae fe, cs re ween fates eam ioc eran fetes Sealine recientes sense ne en ove dre ei Become fo soi m Miguel Avilés Qué dité de los casados, que toman mujer y alimen- fan lobas? De modo ‘que suspitan, Por eso, me bi hhagan lo que e de que sea sueno. Y ya, adiés. Se me he dado la orden de re: de las orbes celestes. Yo, abatido por vverme sin tan grande compafiera y conductora, estuve sentido durante un buen rato, Cuando la ciudad que se veia al otro lado del bosque. Habia gente de pie ante sus puerts eran y qué nombre daban a Dios. <—Weris —e dio gente sn Vengran a Caso conto Diss to ierto —respondi6—, con gran que hark cosa de diez aos, art ‘era Dios y nos enseffaron 4 vere roes supremos/. Ta oy reea uy ero roe a eta lizado con los apdstoles en integridad devi ‘nos comunicaron Ia historia y los preceptos de Cristo, ‘Ocureié que, después de haber empleado tres meses segoidos en ensefarnos e instuirnos, vinieron « dis- Sueios fcticios 173 ‘guardar —pregunté— los disponer de doe: Je’ nuestra por‘un pequeo isto, impenc tampeco nos hemos preocpado gan cose ee Nunca, eraspasaos Aeparon hase costs hab Lo acompatié hasta qu do en medio de uns pop principales ofrecan saci como acdlitos. Uno de Cuando aquel anciano conté que yo era todos me acogieron cariiosamente. Me lim6 Ia integridad y Ia honradez de los sacerdote ciudadanos en general. Deseando evitar cualquier acti tad de arrogancia/ o de simple vanagloria (pues todos fecutsien a mi como a intérprete sagrado y maestro de legamos a un templo, erig- iudad. Doce sacerdates 174 Miguel Avilés ceremonias), rogué al que presidia que comenzese él por explcarme cémo eran sus ritos sactficiales y por ules eran las costumbres locales y en qué in. Yo quedé en spuds, gustosa- ué debian enmendar, reformer o enderezar en 5, Scuparse en nada ni de habe Sueitos fi wits en spltera, Nose sabe de ninguno de nosotros que oe fama a ibimos el dicama de todos los zoo ae abr despods de steer al elo conocemos més que de ron los marineros que Pero no tenemos ni idea de quien er ‘ni en qué lugar del mundo se encuents . “Fenomos mapstrado fe dio— ques es toss ls ropae Es frecuenetambide que as donc desu piel © + to les foe Miguel Avilés Sueitos ficticos im ta desnudarse/ para mostrar cualquier parte del cuer- De la misme forma, as vifas dios y Se vend eo es, En doce jomadas. El vio To be de Ta juve ‘mas tan sSlo dan gusto sus ojos o, si les place, @ ‘sus manos. No hay deshonra en ello. Cuando dos’se ‘quieren mut 3 desean seine, median ‘Al terminar su relato, me pidié que les indicara si pea re nha ho te rhea dae. dejaban algo que desear sus ceremonias sagradas 0 si algo dejaba de hacerse segin el ritual cristiano, nes oon ee Y «Yo, en verdad “le die, no puso ders maa, ‘pectsy In Epecrats bo porque th ian ‘ts Mise que obese is es tan cn: Pre voncee, lr soccer, segamems le paess 7 conten ee Después, deseoso de conocer el resto del pals, me scerqué al 'rfo que atravestba por medio de Ja ciudad poco antes de desembocar en el mar y vi un barco de inusitado tamaBo para ser pesquero. Me dieron ganas de embarcar para poder contemplar otros barrios de Ia cindad/. Mientras desde la ribera hacia sefias a los pescadores para que me recogieran, vine « dar un tras piés en la misma orille, resbalé y me hundi besta el fondo. A punto de shogarme, traté de nadar. Los pes- ‘adores, que me habfan visto czer, acudieron a socorrer- me y me ayudaron a reponerme de mis hipos y mis vwémites de sgua. ‘Cuando advirtieron que yo no era de su pueblo ni de su raza, se sombraron y no les basté con haberme visto luna vez. Desplegaron las velas, se aplicaron al remo y 178 Miguel Avilés mayor liberted de mi presencia y de mi palabra. Pero, mientras se absotbian en examinarme y se afanaban en saber quién era yo y de dénde habfa legedo tan impte- vistamente, outri6 que la nave fue a chocar contra un arrecfe, que soliaevitarse con cautela, y se fue « pique. Yo no sé qué les ocuttié a los pescadores. De mi sélo sé decir que, con el ruido que hizo Ia nave al chocar, me desperté del sued, IL. EL SUENO DE LA CIUDAD EN RUINAS Sancho Pama se acomodé entre Roci ie 9 1 jumento y durmi, no como sfavorecide, sino como hom Cenvanres, Quijote, 1, 12 1.

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