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Apunts Classe 1 Cultural
Apunts Classe 1 Cultural
We use stories to live our lives symbolically and significantly. Omar Rincón writes:
“Living is to be able to write about our steps around the world, as through narration we
give significance and legitimacy to the cultural reality”.
Explaining stories, recounting our lives and, above all, telling ourselves who we are and
what we do in life, is a central task of our profession of living.
Communication demands sharing things, having the will to share, and the will to find
commonality.
The story is a structure for ordering the world and of being aware of the world.
In this sense, we are the stories that we produce for ourselves as individuals, but also as
a culture. As individuals, we build and share our stories with others and, by doing so, we
build identities and imagine symbolic spaces that help us to explain and build meaning.
Individuals need stories that help us identify structures (plot arguments) which give us
assimilable structures of meaning and interpretation of our identity and our experiences.
The story is the backbone of the human experience. Therefore, a person is not only an
explorer in search of meaning (a sense that can be discovered), but essentially a
constructor of meaning from a story (projected from inside).
The journalistic story that comes from the field of journalism – rather of media - is
communication.
And from now on I will make a distinction between the fields of media and journalism.
La pregunta
Com es traduiex la mirada en el llenguatge periodístic:
Autoria
Enfocament
Maria Angulo:
“Los cronistas utilizan la mirada con más intensidad que la pluma o las
teclas del ordenador. Saber qué mirar. Saber cómo mirar. Pero decir
«mirar» no es decir mucho, porque «mirar» no es ver, es pensar. Es
centrar, focalizar, encuadrar. Mirar también es escuchar, que no oír.
Poner una voz en off para hacer oír la de los verdaderos protagonistas.
Mirar es atender a los lados sin perder de vista el frente. Prever el futuro
y echar un vistazo atrás de vez en cuando. Mirar es documentarse y
reportar, adentrándose en las vidas ajenas a través de zoom in y realizar
panorámicas desde la distancia mediante zoom out. [...] Mirar no es
despreciar los tiempos: pasado, presente y futuro. Mirar es traducir. Es
percibir los espacios, atender al ángulo muerto, al fuera de campo, a lo
liminal, a la fisura. Mirar es contar con estas variables
espaciotemporales, cuando parece que la ceguera cotidiana se ha
generalizado por saturación informativa. (Angulo, 2013:7)
Narració
Estructura
Fil narratiu
Escena
- de l’anècdota a la categoria
- la descripció
- el detall
Un terrorista: Él observa
La bomba explotará en el bar a las trece veinte.
Ahora apenas son las trece y dieciséis.
Algunos todavía tendrán tiempo de salir.
Otros de entrar.
El terrorista ya se ha situado al otro lado de la calle.
Esa distancia lo protege de cualquier mal
y se ve como en el cine:
Una mujer con una cazadora amarilla: ella entra.
Un hombre con unas gafas oscuras: él sale.
Unos chicos con vaqueros: ellos está hablando.
Trece diecisiete y cuatro segundos.
Ese más abajo tiene suerte y sube a una moto,
y ese más alto entra.
Trece diecisiete y cuarenta segundos.
Una niña: ella va andando con una cinta verde en el pelo.
Sólo que de repente ese autobús la tapa.
Trece dieciocho.
Ya no está la niña.
Habrá sido tan tonta como para entrar, o no,
eso ya se verá cuando vayan sacando.
Trece diecinueve.
Y ahora como que no entra nadie.
En vez de entrar aún hay un gordo calvo que sale.
Pero parece que busca algo en sus bolsillos y
a las trece veinte menos diez segundos
vuelve a buscar sus miserables guantes.
Son las trece veinte.
Qué lento pasa el tiempo.
Parece que ya.
Todavía no.
Sí, ahora.
Una bomba: la bomba explota.
Un gato en un piso vacío
Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.
“Estaba calva. El personal había tenido que cortar su hermosa cabellera porque
constituía un riesgo. Hay pacientes que tienen tendencia a estrangular a las personas con
su propio cabello.”
EL PLAYÓN
ALMA GUILLERMO PRIETO
El Playón, El Salvador. Los zopilotes están cebados. Su color es el mismo de la
explanada de roca volcánica gris y negra que se extiende a lo largo de veinticinco
kilómetros a espaldas del volcán San Salvador, el centinela que cuida de la capital de El
Salvador.
A primera vista, parece como si las rocas estuvieran vivas y aletearan y se tropezaran en
bandadas sobre la basura humeante y las botellas rotas. Pero son zopilotes y están
atareados limpiando otro esqueleto. Y esto es El Playón, un campo de lava atravesado
por una carretera principal flanqueada de basura por ambos lados. Como muchos otros
vertederos, El Playón se convirtió hace poco —nadie sabe con certeza cuándo— en un
tiradero clandestino de cadáveres. Pero la extensión del lugar lo hace único. Hay tantos
cuerpos —varias docenas, quizá un centenar— que ya nadie se molesta en recogerlos.