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MARIA ELENA BARRAL ELENA BARRAL CURAS ——— Con LOS —_—_ PIES EN LA TIERRA Una historia de la Iglesia en la Argentina contada desde abajo cone 3. UN CURA DE LA REVOLUCION: JULIAN NAVARRO, DE ROSARIO A LA CORDILLERA, 1810 Unos dias después de la festividad de Reyes de 1810, coin- cidieron en la pulperia de Marcos Loaces, en Rosario de los Arroyos, el alcalde y el cura del pueblo, Se encontraban en el lugar por excelencia de los pasatiempos masculinos. Alli estaba el pulpero —también teniente de milicias—; el alcalde del par- tido, Isidro Noguera, y el parroco Julién Navarro, quien habia Hegado al pago de los Arroyos hacfa menos de un aiio junto con su madre, Un par de sillas de paja y unas mesas, la balanza de cruz y las pipas de aguardiente completaban la escena. Todo bajo la luz del farol, porque ya habia caido la noche. Elencuentro no fue amistoso, Noguera se apersoné en la pul- peria por eneargo del cabildo de Santa Fe para inspeccionar si se cumplan las reglamentaciones sobre el precio de los comestibles y el peso del pan, Al revisar la mercaderia descubrié algunas irre- gularidades: hallé panes con un peso inferior al establecido por la normativa, Intenté decomisarlos y aplicar una multa al pulpero Loaces, pero esta fiscalizacién causé el enojo de algunos de los presentes, El comerciante puso mano a la espada —siempre la tenia alla vista: no por casualidad era una de las autoridades mili- tares del partido—y entre la concurrencia se entonaron canciones inicuas que se burlaban del alealde y de su apetito recandador. o CCURAS CON LOS PES ENLA TEA El cura Navarro, lejos de calmar los énimos, acompafié la pelea, eché més lefia al fuego y traté de loco al alcalde. Noguera informé inmediatamente lo sucedido esa noche a las autori- dades de Buenos Aires y no ahorré improperios para el cura, a quien calificé de borracho, mulato y muy dado al juego. A medida que pasaban los dias, los gestos de hostilidad mutuos se acumularon. El alcalde se sinti6 dafiado por la acusacién del cura acerca de su dudosa cordura y pidié al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien ya se encontraba al tanto del episodio, ser ex minado por los médicos profesores con el objeto de desmentir al sacerdote, La maxima autoridad del virreinato —no por mucho tiempo, ya que en pocos meses lo desplazaria la Revolucién del 25 de Mayo— intervino: al pulpero le ordené que obedeciera a su alcalde y a este lo reprendié por algunos manejos turbios detectados con la plata proveniente de las multas. El pulpero acaté las érdenes del virrey, pero répidamente organizé una acusacién al alcalde, a la que sumé a una parte de los “vecinos principales” del pueblo. Unas semanas mas tarde el cura quité de la iglesia el banco destinado al asiento del alcalde. Con ese gesto, Navarro queria mostrar a la comunidad que la guerra con el alealde estaba declarada”. * Este conflicto se encuentra en AGN, Sala IX, Tribunales, 62 9 Proveso contra el Aleade dela Hermandad del Partido del Rosario Dn, Isidro Noguera por varios excesos de que le acusan el euta Dn, Julidn Navarro y el eapitn Da, Pedro Moreno”. Ha sido analizado en detalle por Dario Barrira, “El al caldo, el cura, el eapitén y Ta tucumanosa’. Cultures y précticas de la autori- ddad en el Rosario, 1810-1811”, en Maria Paula Polimene (coord), Autoridades rctcosjudiciales en el Antiguo Régimen. Problemias jurisdiccionales en el "Rio de la Plata, Cérdoba, Tucuumdn, Cuso y Chile, Rosario, Probistoria, 2012, pp. 221-261, Algunoe aspectos de este fueron considerados por Juan Alvaree, Historia de Roaario (1689-1939), UNR-EMR, 1998 Rosario, 1942). LUNCURA DE LA REVOLUCION:LANNAIARRO, DEROSAMOALACORDIMERA IO. 6 En aquel caserio de poco menos de mil habitantes, estas noticias corrian como reguero de pélvora. Durante todo el afio 1810, ya de por si agitado, se sucedieron agravios reciprocos. Pero la cafda definitiva del alealde Noguera se terminé de de- cidir luego do La golpiza que le propiné a la tucumanesa hacia fines de ese aft. A nadie se le escapaba que Noguera tenia una amante y ella eva Manuela Urtado Pedraza, 1a tucumane 0 tucumanesa, ‘a quien exhibia orgulloso como la sefiora tenienta del Hjército, merecedora de todos los honores. Aunque oxageraba sobre los grados militares de Manuela, efectivamente la mujer habia sido condecorada por Santiago de Liniers por su actuacién en la Primera Invasién Inglesa de 1806. Segiin varios testigos, cuando vio morir a su marido en la Plaza Mayor —la actual Plaza de Mayo— atravesado por la bala de un fusil, Manuela tom6 el arma y maté al inglés que Ja habia disparado. En las tertulias de las casas patricias de Buenos Aires, al recordar los dias de la Reconquista, se hablaba de aquella ofi- ciala tucumanesa que ha salido herida de un balazo en un muslo a la que sin duda se le graduaré a tenienta con sueldo™ El rey de Espafia, en virtud de la recomendacién hecha por el virrey Liniers le concedié el grado y sueldo de subteniente en premio del valor demostrado en aquellas jornadas. Su fama de heroina merecié también los versos de Pantaledn Rivarola, un sacerdote conocido por varios poomas —de controvertida valoracién— entre los cuales se destaca el “Romance sobre la * AGN, VII-10-6-4: Correspondencia de Jayme Alsina y Verjes, 16 de oetubre de 1807. AGN, IX-26-7-7: Solicitud de Manuela Urtado y Pedraza dol 5 de junio de 1807. Guillermo Palombi, “La tucumanesa, heroina de la defensa”, en La Gaceta Literaria, San Miguel de Tucumén, 23 de septiom- bre de 2007, 2 “CURAS CON LOS PIES EN LA TERRA Reconquista de Buenos Aires’, All le dedicé algunas rimas a Ja tucumanesa: A estos héroes generosos una amazona se agrega que oculta en varonil traje triunfa de la gente inglesa: Manuela tiene por nombre, por patria, tucumanesa. Asi y todo, con grados militares, mentada en tertulias y glosada por los poctas, Manuela Pedraza debié soportar los maltratos del alealde y también los insultos de su esposa, Ana Josefa Morales Bravo, més eonocida como “la Morales”. Los escdndalos que el tridngulo amoroso protagoniz6 se ventilaron en las calles de Rosario y en los tribunales de justi Uno de los testigos, que vivia junto a la casa de Manuela, reprodujo con gran detalle una de esas discusiones, de alto voltaje, Este vecino escuché que Manuela acusaba a Isidro Noguera de dejarse gobernar por su mujer. Lo hacia delan- te de ella, de “la Morales’, quien, ante el silencio del aleal- de, la traté de grandisima puta deseasadora. Manuela redobl6 la apuesta y le contesté con otro insulto: Andé, puta mala hembra. Estas palabras desataron la ira de Noguera, quien tomé su sable y la golpeé hasta dejarla estropeada, como con elocuencia manifestaron algunos de los vecinos que fueron a socorrerla cuando debié albergarse, desnuda, en las barrancas del pueblo. No fue la iiltima vez que la golpe6. El cura Julian Navarro intuia que la violencia iba a continuar y por eso le aconsejé que terminara con esa relacién, por su bien y por el de todo el pueblo, alterado por el esedindalo. Manuela le hizo caso luego UNICURA DELA REVOLUCION: NUAN NAVARRO, DEROSAROALACORDUERAIBIO 63 de escuchar sus pastorales exhortaciones, se alejé y —como solfa pasar con los golpeadores reincidentes en el pasado y tam- bign se verifica en el presente— Noguera la volvié a agredir. Navarro se sentia culpable de este nuevo ataque. El cura y el capitan de milicias Pedro Moreno —que lue- go de la revolucién habia sido nombrado juez comisionado del Superior Gobierno— denunciaron este acontecimiento ante la Junta de Buenos Aires. Aprovechando el escéindalo del cual todo el pueblo era testigo, acusaron a Isidro Noguera de haber cometido variados abusos y de manifestar conductas impropias de un alealde. Algunas de sus medidas habjan disgustado a varios pul- peros. Navarro y algunos testigos aseguraron que, cuando el alcalde Noguera necesitaba dinero, recorria las pulperias e imponfa multas con un desenfreno que no se ocupaba de disimular. Segtin distintos testimonios, Noguera se valia de la fama de Manuela Pedraza para exigir las contribuciones: le hacia exhibir el despacho de subteniente otorgado por las autorida- des de Buenos Aires cual si viniese ocupada en asuntos del alto gobierno. En opinién del parroco se trataba de una tramoya con la cual engajiaba a incautos. Como consecuencia de este rosario de disputas se inicié una causa criminal. De resultas de ella, Noguera fue suspendido por cuatro afios para ejercer cargos publicos y a Manuela Pedraza directamente se le prohibié la entrada a Rosario para evitar los escdndalos que resultan del sumario, Navarro, por su parte, debié desandar algunos de sus pa- sos: se lo oblig6 a restituir el asiento de la iglesia destinado al alcalde, fue desautorizado a propésito del diagnéstico de locura realizado sobre el comportamiento de Noguera y resulté sepa- ado de su cargo por diez meses. Durante ese lapeo se dedicé a “ ‘CuRAS CON LOS PES ENUA TERRA Iitigar en Buonos Aires contra Noguera y a conocer de cerea Is politica de los primeros tiempos de la revolucién. Sus argumentos contra el alcalde Noguera ya estaban ¢s- exitos con el lenguaje revolucionario. Segiin el cura, Noguera tera un tirano y un déspota que no se habia enterado del cambio politico: la época de la regeneracién y libertad habia Hegado. Sus feligreses de Rosario —en nombre de quienes levantaba Ja vox, escandatizados, vejados y oprimidos, ya no se calla ian como antes, amedrentados con la distancia de su recurso y con la antigua costumbre de no ser ofdos. Si en el pasado, abatidos y humillados, hubieran besado las manos de su opre- sor, en el presente —y por medio do su pastor— confiaban en que sus quejas contra un juez despétieo serian escuchadas. HL cura Navarro asumia la representacién de sus feligreses ‘audadanos y para ello componia un paisaje con los colores de mayo de 1810. Estas arengas preanunciaban —y proba- blemente también ensayaban— otras prédicas destinadas @ auditorios mas célebres. De Ueno en la politica revolucionaria Mientras se encontraba en Buenos Aires, alejado de sus fanciones parroquiales, Navarro no se quedé quieto. Lejos de ello, el cura se involucré en la vida politica de la capital de las Provincias Unidas. ‘A partir do 1811, las luchas entre los grupos que impulsa- pan los distintos proyectos de gobierno se decidian, principal- mente, a través de movilizaciones callejeras. Asi sucedi6 en abril de ese aiio, cuando la faccién saavedrista desplaz6 a los morenistas valiéndose de los alcaldes de barrio y de los labra- ‘Jores de las afueras de Buenos Aires. En septiembre tuvo lu- EVOLUCION AIIANNAVABRO. DEROSARO ALACORCNLERAIEIO 85 gar otro “movimiento de pueblo” en el que Julian Navan tue ec cepectador cuando el Primer Triunvirato despia. z6 a la Junta Grande y con ella a los partidarios de Cornelit : Saavedra. El dia 18 unos cincuenta agita: Sead se etcuninaba el sacerdot, prsionazon al Gabldo nla Poss de la Victoria y al atardecer pegaron carteles con los wise maban a la eleccién de diputados para el dia siguie: ty un testigo de la época describe el clima de esas. agitadas. nai Bien = \prano ya se aseguré que hoy habia jarana y, en efec- » @ las ocho hubo alguna gente capitaneada y como formand cabezarios sujetos entre ellos Francisco Paso, el doctor N i" ¥ muchos frailes de todas Ins religiones y clérigos que subiany bajaban en tropel, buscaron con abinco a los cabildantes™. ini ee eeunan a om en las elecciones se encontraba retest » a. quien se lo vio en la plaza —el lugar donde fanuela Pedraza habia desempefiado su perfil mds heroi apenas cinco afios antes—, movilizando a los cabildantes a deponer al gobierno. También actué como elector, intervi ee cea a stor ens pra Axe cone esor del gobierno. Incluso su nom! é ; dels proablesintegrantes del Primer Trae jiario de Juan José Echevarria con refe : ‘ia referencia a los sucesos del 5 a 6 de abril de 1811 y las clecciones de septiembre del mi ”, BH Biblioteca de Moyo, Colectin de obras y documentos pars la hisoria an, gentina, Buenos Aire na ci See ‘ne o Aires, = ae la Nacién, tomo LV, 1960, pp. 3263-3264. Monteagude —que unis «antiques morensias~ yl Loga lawtero se 6 URS CONLOS PES ENA TERRA Navarro se acercaba a la “alta politica”. Ya habia asomado esta faceta en su actuacién publica de los afios previos. ae alenfrentamiento con el alcalde de Rosario, a comienzos de! afio anterior, se habia autoproclamado vocero de sus feigress y empleado argumentos de todo tipo, también politicos. ie de Noguera que era un Toco, pero también lo acusé de ser wh déspota ¥ un tirano y profetizé que sus feligreses no span | Habfa empezado su carrera en la soportar una nueva tirani revolucién. : En los siguientes afios recorrié distintos escenarios donde se decidia el rambo del pats. Lo hizo como clector, como orador ¥ también en el campo de batalla. Desde el inicio de la revolucion se involucré en la intensa vida politica de su tiempo. En las batertas Libertad e Independencia yen San Lorenzo (1812-1813) De regreso en su parroquia de Rosario, Julian Navarro se vio envuelto en dos acontecirsientos que pasarian a la historia como importantes efemérides. En el territorio de ou parroquia tuvieron lugar algunos de los tramos més expresivos de 7 in- cipiente historia “patria”: el primer izamiento de la ban i de Manuel Belgrano, en febrero de 1812, y el combate de San Lorenzo a comienzos del mismo mes del siguiente afio. ‘Apenas habfan pasado unos dias de su vuelta a Rosario cuando el cura Navarro debié bendecir el pabellén que Belgrano ‘evolucién, Hsta organizacion secreta fue la i ecion de la us apoderaron do a dire F cia he fandada por algunos oficiales que desembanearon on Buenos Aires Jeers de partsipa on la guerra conta a invasion de Napoleon en Bapafa, Pant “Vlec ae encontraban Carlos de Alvear, José de San Martin y Matias Zapiola, UICURA DELAREVOLUCIGN: LAN AWVAREO. EROSARIOALACORDILERAIBIO. «67 enarbolé a orillas del Parand. En el Monumento a la Bandera, dos imagenes Jo recuerdan: en el interior, un altorrelieve lo muestra junto a Catalina Echevarria de Vidal, la encargada de confeccionar la bandera; en el exterior, se lo ve en un ba- jorrelieve del escultor Eduardo Barnes que evoca el gesto del izamiento realizado por don Cosme Maciel Un aiio después, cuando San Martin y el Regimiento de Granaderos enfrentaron al ejército realista en San Lorenzo —apenas treinta kilémetros mas al norte—, el cura Navarro asistié a los heridos y a los moribundos en un pequefio hos- pital que improvisé en el refectorio del convento donde los frailes franciscanos acostumbraban a almorzar. San Martin valoré su presencia y destacé su entrega: se presenté armado con su voz y suministrando auxilios espirituales en el campo de batalla. Fue quien dio el responso y la cristiana sepultura a Jos muertos en el combate, en el camposanto junto al convento de San Carlos, No era su primera intervencién en las lides militares, ni tampoco seria la ‘iltima. En 1802 habia participado como ea- pellén en la expedicién militar a la Banda Oriental al mando de Tomas de Rocamora. Aquella misién tenia por objeto contro- lar la frontera con cl imperio portugués y procuraba detectar y remitir a las autoridades a aquellos sujetos que escapaban del control de la Corona espafiola, ya fueran indios “infieles” charriias y minuanes, o contrabandistas portugueses. Algunos afios més tarde, como veremos, lo haria nuevamente junto a San Martin y atravesando los Andes. ® Roberto A. Colimodio y Julio A. Romay, Soldados de San Martin en ‘San Lorenzo. Hechos y aspectos inéditos, Buenos Aires, Alfar Editora, 2012, ® Beatriz Bragoni, “Rituales mortuorios v ceremonial civieo: Jasé de San ‘Martin en el pantedn argentino”, Histérica, vol. 37, N22, 2013, pp. 59-102, e (CURAS CONLOS PES EN LATERRA Mas cerca de Buenos Aires: San Isidro (1814) Julian Navarro buscaba acerearse a la capital de modo permanente. Cuanto mis cerca del centro de las decisiones politicas, mejor. Por eso logré que lo trasladaran como cura a San Isidro a principios de 1814. $i bien era un cargo interino, porque se encontraba a la espera de un puesto como capellén en el Regimiento de Artilleria, la parroquia de San Isidro era un destino sumamente apetecible. Muchos sacerdotes busea- ban denodadamente ser designados en este tipo de parroquias porque eran de las més ricas de la campaiia bonaerense, y los parrocos que alli servian podian obtener buenos ingresos por la administracién de los sacramentos. Ligada a la parroquia, al igual que en todas las més an- tiguas del Buenos Aires rural, funcionaba la Cofradia de las Animas Benditas del Purgatorio. Estas hermandades —segtin hemos visto en paginas anteriores para el caso de Pilar— reunian a los “vecinos principales’ de cada partido. En ellas se rendia culto a las Animas benditas del purgatorio y por eso el dia de los difuntos tenia lugar su celebracién més importante. La cofradia de San Isidro se reunié el domingo 13 de noviem- bre de 1814 para la eleccién anual de autoridades. Se trataba de un momento importante en el pueblo y todo el vecindario estaba pendiente de lo que alli sucedia. Entre los cargos mas destacados se contaban, en orden decreciente, los de hermano mayor, alcalde, procurador, secretario y vocales. Las elecciones se evaban a cabo segiin lo establecido en Jas constituciones de la hermandad, una suerte de estatutos en los que se detallaban minuciosamente, entre otros aspectos, los procedimientos de renovacién de autoridades (modo, tiem- UN CURA ELA REYOLUCION: AUNMAVAERO, DEROSARDALACCROLLERAIBIO 9 po y método que se ha de observar en las elecciones). Debian realizarse el domingo posterior al dia de la devocién en torno a la cual se habian reunido los hermanos. Aquel domingo de noviembre era el siguiente a la conmemoracién de los fieles difuntos, Presidian la junta para elegir autoridades el capellén dela cofradia, José Eusebio Arévalo, y el pérroco interino Navarro. Mientras el primero era un sacerdote residente en el partido con fuertes vinculos con los notables locales, el cura Navarro cra un “recién Hegado" y sus expectativas de incorporarse como capellén al Regimiento de Artilleria no contribuian demasiado a su arraigo en este partido. Aquel dia Navarro protagonizé un nuevo conflicto con el alcalde, quien sin eufemismos le dijo: No lo queremos ni como cura, ni menos capellén de la hermandad y lo que queremos es arrojar a Ud. del curato”. En esta ocasién, a diferencia de lo que habia sucedido con Noguera en Rosario, el sacerdote Ile- vé las de perder y solo pudo decir: Ud. me ha atropellado. La junta prosiguié con las elecciones y Arévalo obtuvo los votos necesarios para ser nombrado hermano mayor. El padre Arévalo concentraba en aquellos aiios la casi tota- lidad de los cargos electivos de su comunidad, Y no solo al inte- rior de las instituciones religiosas, sino también en otras ins- tancias politicas, como el Cabildo o el Congreso Constituyente que luego se reuniria on Tucuman. No era el tinico sacerdote que representaba a su comunidad en estas primeras experiencias electorales que tenfan lugar en Este episodio ha sido analizado en: Maria Elena Barral y Agustin Galimberti, “Elecciones, gobierno local y religién en los pueblos rurales de Buenos Aires, 1815-1821", en Maria Elena Barral y Ratil Fradkin (comps.), Guerra y gobierno..., op. cit pp. 213-241. 70 CCURAS CONLOS FES BLA TERRA Jos partidos rurales desde 1813. A Jo largo de toda la década, muchos pérrocos resultaron cleetos, y San Isidro no fue la ex- cepcién. Mas bien fue la norma: hasta 1820 todos los elegidos fueron eclesidsticos. En el proceso de cambio politico que se abrié en 1810, los curas se encontraron disponibles y con un conjunto de recursos en sus manos, de gran valor para las ta- reas que el flamante contexto politico necesitaba: liderazgo, conocimientos y vinculos. En cuanto Navarro, este nuevo conflicto en el que inter: vino, si bien se ponfa de manifiesto en la cofradia, excedia sus asuntos. En ese momento se estaba librando una competencia entre quienes ejercian la autoridad religiosa de San Isidro. El parroco Navarro acusaba a Arévalo, que se sostenfa en redes locales evidentemente més firmes, de haber alarmado y seducido a varios vecinos en juntas secretas en su casa. De acuerdo con algunos, el alealde los habia convocado en Ta pul- peria de Barbosa para querellar al cura. Reunidos unos veinte de ellos, peticionaron por la destitucién de Navarro. Pese a estos movimientos, Navarro permanecié en San Isidro durante el verano siguiente. Solo se fue cuando, el 1 de abril de 1815, se le extendié el nombramiento de capelldn que estaba esperando. La politica, entre el piilpito y el ejéreito Cuando Navarro se incorporé como capellén del regimien- to de Artilleria, Carlos Maria de Alvear todavia era director supremo™, Esos primeros meses de 1815 representaron un % Desde fines de 1812 la Logia Lautaro habia asumido la direocién de Ja revolucién y Carlos Maria de Alvear se convirtié en uno de sus principa UNLCURADELAREVOLUCION: LUA AWARD, DEROSROALACOROUIERATEIO 77 momento critico para Ia revolucién, Se unfan un conjunto de adversidades que incluian la desobediencia del Bjército del Norte, la disidencia de Artigas en el Litoral, la restauracién de Fernando VII en Espana y la derrota de todas las revoluciones americanas ante los ejércitos realistas. La debilidad del gobierno de Alvear no impidié que se inten- tara acallar las criticas de los opositores como Julian Navarro. El cura fue enviado preso a Carmen de Patagones, que fun- cionaba como un lugar de reclusién de condenados comunes ¥, a partir del movimiento revolucionario, también de presos politicos. Luego de un 1815 de inestabilidad politica, a mediados del afio siguiente, el Congreso —que se encontraba sesionando en ‘Tucumén— designé un nuevo director supremo. El nombra- miento de Juan Martin de Pueyrredén puso fin a un perfodo de incertidumbre y se inicié una etapa de relativa tranquilidad en Buenos Aires, que se instalé como capital indiscutida del poder central revolucionario. Julian Navarro volvié a Buenos Aires para ocupar, al menos por algunos minutos, los primeros planos de la escena politica al lado de Pueyrredén y la tendencia centralista que este de- fendfa, Lo hizo por medio de un sermén en la catedral, conocido como “Discurso de la Concordia”, en el que convocaba a la uni- dad y al reconocimiento de Is autoridad del director supremo Pueyrredén®, Jes referentes. Era el sector de la Logia Lautaro que dirigié la Asamblea del ‘Afio XII creadora en 1814 del cargo de director supremo. "Discurso que en Ia fancién eslebrada por ol Seitor Provisor y Venerable Clevo de Esta Santa Iglesia Catedral cl 17 de noviembro de 1816 para rogar por la concordia con presencia del Exemo, Seiior Director Supremo y corporaciones del Estado dijo el capellén del Regimiento de Artilleria y catedratico de visperas de los Estudios Pblicos de esta ca- 2 ‘CURAS CON LOS PES ENLATIREA La sucesién de acontecimientos que tenian lugar en for- ma acelerada conmovia a una sociedad que vivia en un estado de agitacién permanente, En este contexto extromadamente cambiante, las celebraciones roligiosas —y los sermones 0 dis- cursos que tenian un lugar destacado en ellas—acompafiaban el proceso por el cual hombres y mujeres de la época iban ad- quiriendo conciencia de la situacién especial y conflictiva a la que asistian como testigos y protagonistas. En el recinto del templo, los sacerdotes organizaban un mensaje politico que era escuchado por quienes asistian a la ceremonia, ofrecian una interpretacién de aquel presente y desde el piilpito busca- ban promover un punto de vista sobre los sucesos que estaban teniendo lugar, asi como persuadir a su audiencia en la toma de posi ‘Los episodios que estos oradores comentaban se inscribfan en Ia historia de la salvacién y las apelaciones biblicas en el marco de sus sermones —verdaderos discursos polfticos— eran ineludibles. Alli los sacerdotes buscaban —y encontraban— dlaves para interpretar y transmitir los acontecimientos que estaban teniendo lugar, Al mismo tiempo aventuraban una legitimacién religiosa de los acontecimientos politicos. Se trataba de un tipo de asociacién extremadamente co- tidiana que la revolucién heredaba de los afios coloniales. Aunque parezea contradictorio, 1a construccién de un nuevo pital Doctor Don Julian Navarro en lz Catedral de Santiago de Chile el 14 de setiembre de 1817", en Hl clero argentino de 1810 a 1830, Buenos ‘Aires, Museo Histérico Nacional, Imprenta de M. A. Rosas, 1907, tomo TI: Alocuciones y Panegiricos, pp. 14-35. “Rosalia Baltar, “Autores y auditorios en los sermones patrios (1810-1824)", en Graciela Batticuore y Sandra Gayol (comps.), Tres ‘momentos de la cultura argentina (1810-1910-2010), Prometeo, Buenos Aires, 2012, pp. 41-69. UN CURACELAREVORUCION: UANNAVARRO, DEROSAROALACORDUERAIRIO. 73 orden politico necesitaba apoyarse en antiguas instituciones y practicas que allanaran el camino hacia las nuevas repuiblicas. No es posible pensar que aquel presente, como ningtin otro, se engendré a si mismo, Muy por el contrario, se sostuvo en tradiciones —en ocasiones, muy antiguas— que lo condiciona- ron y también permitieron la emergencia de otras nuevas. Sus protagonistas se valieron de las instituciones y creencias reli- giosas que conocian, que tenian a mano y que se presentaban como las mas capaces para Ilevar a cabo las transformaciones politicas que estaban teniendo lugar. La religién habia sido uno de los lenguajes de la politics y lo seguiria siendo por muchos afios mas En el “Discurso de la Concordia’, Navarro ofrecia una in- terpretacién sobre la presencia espafiola en América y elabora- ba una serie de justificaciones para explicar la legitimidad de los procesos de independencia de los pueblos americanos que estaban teniendo lugar en ese momento. Si en este punto la mayoria de los habitantes de estas “Provincias Unidas” estaba de acuerdo, mas problematico se presentaba el segundo tiempo de su sermén, que advertia sobre los peligros de la hidra de la discordia, una calamidad contagiosa que estaba lejos de ser desterrada. Segiin su reconstruccién, con la Hegada de Jos espafioles —por intercesién de la Providencia— a estas playas entonces inculias, algunos naturales huyeron, mientras otros opusie- ron una resistencia miserable. Los conquistadores fundaron un imperio sobre las ruinas del antiguo y luego la fortuna se emperié en coronar sus mas temerarios esfuerzos: su idioma se extendié, las artes crecieron, aparecieron nuevas ciudades y los tesoros americanos se transportaron por toneladas hacia Europa en barcos de bandera espafiola. :A qué precio?, se pre- guntaba el orador Navarro. Se respondfa: ef de la corrupeién y m™ ‘CURAS CON 105 PES NLA TERRA Ia injusticia. Todo lo que deberia haber funcionado se desmo- ron6. América recibié de Espafia nada menos que el ejemplo de la “prostitucién”. Decia el orador: ‘Los espatioles embriagados con la prosperidad de trescientos afios se precipitan en los desérdenes del vicio: su piedad se enfiia, Ja violencia se entabla por politica de la nacién, de los Tribunales desaparece la justicia, de los consejos del monarca la sabiduria y Ja equidad, de las ciudades las virtudes y de las casas Ja moral. La independencia asi se justificaba en argumentos de orden moral y religioso: era el inico remedio para tomar distancia de los “vicios” y la “impiedad” de Europa‘. Julién Navarro aplaudia la separacién de Espaiia y la comparaba con el pasaje biblico en el que Yahvé ordena a su pueblo: deponer y castigar «a los primados de la nacién. Y ampliaba la analogia entre el pueblo elegido de Israel y los americanos emancipados basn- dose en el libro del Exodo. -.. bajo este simil descubro, ciudadanos, el doble esfuerzo con que arrojasteis de vuestro seno a los jefes peninsulares, constituyén doos un gobierno entre vosotros mismos, que 0s rigiese con sabi- duria y justicia, y descubro con singularidad el heroico denuedo con que cortasteis toda comunicaci6n con la Espaiia, declaréndoos independientes para separaros de sus vicios. Navarro sumaba argumentos: para llevar a cabo el proceso de independencia, el Sefior habia escogido por instrumentos a varones fuertes y politicos profundos. Los mismos que Espaiia © Roberto Di Stefano, “Lecturas politicas de la Biblia en Ia revolucién rioplatense (1810-1833)", Anuario de la Iglesia, 2003, pp. 201-224. UN CURADE A FEVOLUCION: LUANNAVARRO,DEROSAROALA COROLLERAIBIO. 75 habia mantenido en el mds humilde abatimiento [...]. Los mismos, st, esparioles, los mismos: pero la Providencia los ha escogido para castigar vuestro orgullo. América, insultada por sus opresores y reputada en nada en la escala de las naciones, hace ver lo que valia para la Espatia, separdndose de ella. Hasta aqui casi todos estaban de acuerdo, pero luego de la indopendencia —y frente a una espiral creciente de luchas intes- tinas— se imponfa la necesidad de la moderacién y la concordia. La Providencia volvia en auxilio del discurso de Navarro: ella Jamas concede la libertad a los pueblos, sino bajo la condicién de ser prudentes y virtuosos. Su discurso se detenia en dos aspectos: Enel primero demostraré la necesidad de la concordia aduciendo las pruebas que nos suministra la historia y In experiencia; en el segundo haré ver que la concordia es una virtud indispensable para un cristiano, sin la cual nacen todos los vicios que causan Ja ruina del Estado. La historia, escuela del género humano, le proporcionaba una gran cantidad de evidencias de pueblos sufrientes por la discordia envenenada que se alimentaba de las pasiones mas feroces como la venganza (se vengan los espiritus débiles, pe- quefios y despreciables): ‘Yo me estremezco al tocar estas leeciones de Ia historia. Las cir- cunstancias de nuestros pueblos rodeados por todas partes de encarnizados enemigos me hacen justamente temer las mismas intrigas que acabaron con la vida de aquellos famosos Estados. ‘Yen estos momentos tan delicados para los hijos de la naciente libertad, la discordia ha levantado su infernal cabeza sobre estos inocentes pueblos; la discordia amenaza sepultar nuestra vaci- Tante existencia en las mas lamentables desgracias. 7 CCURAS CON LOS PIES ENLA TRA Su perspectiva histérica no solo miraba hacia atrés, hacia el pasado, También imaginaba un futuro en el cual se hablara de su presente: gacaso algtin historiador futuro nos echaré en cara.el furor de nuestras pasiones, por origen de nuestra ruina; y otro orador mostrard a las edades venideras el ejemplo de nuestra demencia, como yo os sefialé la de los griegos? Ya ha- bia repasado las guerras civiles en Grecia y también ejemplos més recientes —Francia, Alemania, Inglaterra y Espaiia, cuya crisis dindstica explica, en gran medida, por la discordia en la casa reinante— para ejemplificar el modo en que la falta de concordia hacia evaporar la vida de los Estados. Al final de su sermén, Julién Navarro no olvidaba pre- cisar el lugar desde el cual pronunciaba el “Discurso de la Concordia”: Aunque no puedo desenienderme que hablo como orador cristiano, no me olvidaré de que esta reuni6n tiene un objeto verdaderamente etvico y debo mostrarme ciudadano. Cristiano y ciudadano, como se refirié a sus feligreses rosari- nos en el momento de hacerse su vocero, en 1810, a propésito de los desatinos del alcalde Noguera. Habiendo pasado seis aiios de aquel incidente, el cura pro- curaba presentar un perfil del papel que los sacerdotes debian desempefiar en aquel momento histérico: Los sacerdotes del Dios de las misericordias ayudardn sin duda * al gobierno en obra tan benéfica. Su ministerio es propiamente el de la mansedumbre y caridad, Bllos apuraran sus esfuerzos para extender la unidn entre pueblos formados para amarse y para estar ligados con los vinculos de una fraternidad evangélica. {Qué terrible ejemplo serfa el de Ia desunién brotando desde las aras del santuario! UNCER DEA REVOIUCION: NLENNAVARRO, DEROSAROALACORDMLERAIBIO. 77, El discurso se cerraba con un mensaje claro que interpelaba a su auditorio en un sentido dinico, la biisqueda de la unidad y la coneiliacién: i¥ vosotros, dignos ciudadanos, que a costa de tantos sacrificios os habéis elevado al grado de los hombres libres! (Hasta cuando durarén esos furores sanguinarios? Si al principio de esta fe- liz revolucién se hubiesen detestade americanos a americanos, pueblos a pueblos, provincias a provincias, {quién hubiera sido capaz de hacer rayar esa autora de vida de que los lisonjeamos tanto? Desgraciadamente desunidos y més separados entre si los. naturales de este suelo (con gran dolor lo digo) que del peninsular orgullosos, ,en qué vendré a parar el prospecto agradable de una saludable reforma? jCompatriotas! Sea este el dia consagrado a ‘una conciliacién sincera. La iglesia, como notaba un sabio, es un lugar para hacer un paréntesis a los extravios humanos, tenga, pues, la fuerza de haceros deponer les disputas privadas, que 03 hacen perder el derecho que tenéis al nombre de cristianos. Juan Martin de Pueyrredén —presente en la ceremonia— reconocié su elocuente persuasién y celebré poder contar con un ministro de Dios para llevar adelante su empresa. ¥ lo premié con estas palabras: Cuando he visto a Ud. en el dia de ayer, a la presencia de este gran pueblo, unir con gran sabiduria los intereses del Altisimo con los de Ia amada patria, exhortando a nuestros ciudadanos a que detesten y arrojen de su seno la hidra mortal de la discordia, me he Tenado de la dulce satisfaccién a Ud.#? * Roberto A. Colimodio y Julio A. Romay, op. cit. 78 CEURAS CONLOS PES EN (A TERRA Este reconocimiento—y ademés su impresién y publicaci6n, un privilegio on aquellos tiempos— lo trasladé en los meses siguientes a Mendoza, Aunque no hay constancia documental de ello, es probable que haya sido esta cercania con el director supremo Pueyrredén, asi como su conocimiento personal de San Martin en los dias del combate de San Lorenzo, lo que lo Hevé a integrar como capellan el Hjército de los Andes. Llegé a Mendoza a principios de 1817, a tiempo para la preparacién del cruce de la Cordillera. La religién en el Hjército de los Andes La guerra no era un fenémeno nuevo en el suelo ameri- cano y la participacién de los curas en ella, tampoco. Pero Ia intensidad que adquirié en estos afios abrié oportunidades de desplegar la vocacién guerrera para muchos sacerdotes que se convirtieron en capellanes de los ejércitos de la revolucién. Algunos de ellos son hoy més conocidos, como el fraile Félix ‘Aldao o fray Luis Beltrén, o “fray Vulcano”, un apodo mereci- do por su importante papel en la fabricacién de armas para el Ejército de los Andes. Llevaban a cabo funciones precisas: confesaban a la tropa yatendian a los moribundos administrando los auxilios espiri- tuales en ese trance. Dado lo particular de su tarea, asi como la cotidianidad de la muerte, estaban facultados para absolver a los combatientes de una amplia gama de pecados antes de las batallas y para administrar la extremauncién'*. © Oriana Pelagatti, “Los capellanes de la guerra. La militarizacién del lero en el frente oeste de la revolucién rioplatense”, en Beatriz Bragoni y Sara Mata (comps), Entre la colonia y la repiiblica. Insurgencias, rebelio: LUNCUBA DELA REVOLUCION JUAN NAVARRO, DEROSAROALA CORDKIERABIO. 79) La misa dominical era un momento especialmente prepara- do en los ejércitos en campatia, Se colocaba el altar portatil on una gran tienda de campaiia, Los soldados debian asistir con sus uniformes completos y debidamente aseados para escuchar el sermén en cl que se los estimulaba a defender la sagrada causa de la revolucién, Las blasfemias eran duramente castigadas con penitencias fisicas. En el Ejército de los Andes se dispusieron penas seve- ras para estos casos: la primera vez. que se incurria en el pe- cado, se purgaba con cuatro horas de mordaza atado a un palo publico y la segunda era atravesada su lengua con un hierro ardiente y arrojado del cuerpo. Los capellanes del Bjército de San Martin en su mayoria eran de Cuyo 0 habian emigrado desde Chile, salvo dos, que eran porterios. Une de ellos era Julién Navarro. La mayoria habfa acumulado experiencias politicas al calor de la revolu- cién. No pocos habian sido sefialados como los autores —algo ccultos— de tumultos callejeros y luchas facciosas, como el propio Navarro, segtin hemos visto. Estos capellanes se convirtieron en los hombres de confian- za de los oficiales, quienes les pedian consejo antes y después de las batallas. Un caso bastante singular fue el del capellin araucano fray Francisco Inalicdn quien, por ejemplo, asesord a San Martin en la guerra de zapa e intermedié con los caci- ques pehuenches y pampas antes de emprender el cruce de la cordillera de los Andes. Inalicdn, que habia accedido al sacer- docio de manera excepcional —ya que estaba prohibido a los indigenas—, desempeiiaba esa funcién desde los primeros afios del siglo y sus tareas iban desde la “civilizacién y conversién nes y cultura politica en América del Sur, Buenos Aires, Prometeo, 2008, pp. 193-216, » ‘CURAS CON KOS FES LA TERRA de los indios” hasta el gobierno civil y militar de la frontera. El fraile indigena intervino en la fundacién del fuerte de San Rafacl y desde ali mantuvo contacto con los pehuenches de las reducciones y los de tierra adentro™. ; La roligién no solo estuvo presente en la guerra por la via de Jos capellanes, Al crear e] Bjéreito de los Andes en Cuyo, San Martin nombré ala Virgen del Carmen su “generala”, reprodu- ciendo un gesto que otros, de ambos bandos, ya habjan tenido durante las guerras de independencia precedentes. Manuel Belgrano primero y Joaquin de la Pezucla des- pués lo habian hecho en la que se libraba en el norte del anti guo virreinato del Rio de la Plata, Belgrano habia nombrado generala a la Virgen de la Merced el 24 de septiembre de 1812 luego de la victoria en la batalla de ‘Tucuman, un triun- fo que no habia dudado en atribuir a su intercesién. Incluso Ie habia entregado el bastén como simbolo del “ascenso” en el escalafn militar. Por su parte, Pezuela, comandante del “Sobre el papel de fray Francisco Tnalicén en la frontera sur de Mendoza puede veree Oriana Pelagatti, ‘Politica religién en Ia Frontera Sur de Mendoza. Fr, Francisco Inalieén, 1805-1822", en Valentina Ayrolo (comp), Estudios sobre el clero iberoamericano, entre la independencia y el Estado. Nacién, Salta, CEPIHA, 2006. * Sobre ol nombramiento dels virgnee generates noe hemos basado Pablo Ortomberg, “Las virgenes genoralas: aecin guerrera y préction fen Doletin del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emitio Ravignan:”, N° 85-36, 2011-2012, pp. 11-42, Sobre el papel de la religiin en el Ejército del Norte también puede consultarse Petnando Gémea, “Conflictos religiosos y adhosiones polticas en la guerra revolucionsria, La retirada del ej6rito auxiliar del Peri en 1811", dossier a cargo de Mania lena Barral y Valentina Aytol, “La historia de la Iglesia catlica en la ‘Argentina: un campo historiogréfico que erece”, en Folia Histériea del Nordeste, N23, 2016, pp. 219-241. LUN CURA BELA REVOLUGIONJLLAN NAVARRO, DEROSAROALA CORDUUERAIRIO. 8 ejército realista, habia hecho lo propio con la Virgen del Carmen luego de las victorias de los ejércitos contrarrevo- lucionarios. Mas alla de la sinceridad de sus devociones personales, estos generales habian percibido la importancia de las creen- cias religiosas y sobre todo del culto mariano entre la tropa. El nombramiento de virgenes generalas servia a otro objetivo central en una guerra: crear un sentimiento de unidad entre Jos soldados y a la vez. de subordinacién. Condueidos por una virgen —que asumia el mayor grado militar, al ser investida ‘como generaia—no dudarian en el cardcter sagrado de la causa que los lanzaba a la guerra Estos “nombramientos” amplifiearon el papel de las advo- caciones marianas en la guerra, dado que hasta entonces ellas habian cumplido un papel importante, aunque de un rango menor: como patronas o protectoras. A ellas se les ofrecian las banderas capturadas al enemigo —como lo hizo Liniers con la Virgen del Rosario luego de la Reconquista de la ciudad de Buenos Aires— y se invocaba su proteccién antes de la guerra. El nuevo escenario de las guerras por la independencia exigia perfeccionar los dispositivos y, entre ellos, la practica religiosa tuvo un lugar destacado. San Martin fue receptivo a los consejos que recibié de Belgrano cuando tomé la posta en el Ejército Auxiliar del Pert, miis conocido como Ejército del Norte. En una carta le advertia que la guerra no se hacia solo con las armas, sino también con la opinién, en la cual no debian faltar las virtudes morales, cris- tianas y religiosas. A lo que agregaba: Conserve V. la bandera que le dejé, que la enarbole cuando todo el Kjército se forme, que no deje de implorar a la Nuestra Sefiora de las Mercedes nombrandola siempre Generala. ¥ adivinando las opiniones de espfritus mas ilustrados 0 “exsticos” le advertia: Deje V. que se 2 (CURAS CONLOS PES NLA TESA rian, los efectos le resarcirdn a V. de la risa, de los mentecatos que ven las cosas por la cima, ‘San Mart{n puso en practica estas recomendaciones y pocos dias antes de la partida del Ejército de los Andes hizo bende- cir la bandera y nombré generala a la Virgen del Carmen. La coremonia tuvo lugar el domingo 5 de enero, Iuego de que el Ejército de los Andes hiciera su entrada entre el repique de las campanas de ocho iglesias y recorriendo un trayecto adornado con arcos de flores. Esta marcha asumié un tono procesional al sumarse la imagen de la Virgen del Carmen en el convento de San Francisco. ‘Todos marcharon hacia la iglesia matriz, donde habian eo- Jocado Ja bandera en una bandeja de plata sobre un sitial con tapete de tela de damasco. San Martin la tomé y la present6 al sacerdote junto con su bast6n para que los bendijera. Este paso fue celebrado con una salva de veintitn cafionazos. Luego siguié la misa y al finalizar la procesién volvié a salir hasta un altar preparado al costado de la iglesia. Alli San Martin sigui6 el guion belgraniano repitiendo cada uno de sus movimientos: se arrodillé ante la imagen, le entregé el bastén de mando y le prometié las banderas enemigas. Luego la imagen de la Virgen fue depositada en el convento de San Francisco con la misma solemnidad con que habia sido retirada". Julién Navarro estuvo aquella mafiana en la capital mendo- cina y participé de la ceremonia como cinco aiios antes o habia hecho junto al rio Parané al lado de Belgrano en el izamiento de la bandera. En esta ocasién su perfil fue més disereto. Del “ Pablo Ortemberg, op. cit., pp. 32-38. ; © Gerénimo Espejo, Et paso de Aniles. Crénica histérica de las ope- raciones del Ejéreito de los Andes para la restauracién de Chile en 1817, Buenos Aires, La Facultad, 1916. UNCURA DELA REVOLUCION: RAN NAVARRO, DEROSARD ALACORDALERAIIO 83. otro lado de la cordillera de los Andes lo esperaba un futuro que no sabemos si imaginé al emprender la marcha junto al resto de los capellanes y soldados de los batallones que integraban el ejército. A los ocho meses de esta ceremonia, cuando el Bjéreito de los Andes ya habia atravesado la Cordillera y conseguido una importante victoria en la batalla de Chacabuco, el 14 de septiembre de 1817 Julién Navarro fue el encargado de pronunciar en la catedral de Santiago un nuevo sermén pa- triético. En este caso el discurso era un elogio, un homenaje. Los destinatarios eran los bravos patriotas que perecieron en la aceién de Rancagua el 1 y 2 de octubre de 1814, AN, a diferencia del discurso pronunciado en la catedral de Buenos Aires poco menos de un aio antes, no hablaba de concordia, sino de venganza y expresuba: La patria no muere, sus infor- tunios tendrén siempre vengadores mientras exista la unién, ‘asi como de nada sirve que sea fecunda la sangre de los héroes si la discordia civil empefa el odio que debia escarmentar el enemigo comin. Navarro extremaba los argumentos y —acudiendo nueva- mente a los ejemplos biblicos— equiparaba a los combatientes revolucionarios con quienes integraron las cruzadas para la li- beracién del Santo Sepulero. Las guerras por la independencia se transformaban en guerras santas: Ofd lo que se lee en el libro 1 de los Macabeos. Matatias /...] halléndose a los umbrales del sepulcro, encargé imperiosamente a sus hijos la continuacién de la guerra Santa, “*“Elogio de los bravos patriotas que perecieron en la accién de ‘Rancagua’ el 1 y 2 de octubre de 1814 hecho por el eanénigo Dr. Julian Navarro en la catedral de Santiago de Chile el 14 de septiembre de 1817", en El clero argentino..., op. cit., tomo I: Oraciones Patriéticas, pp. 245-254, / Ba (CURAS CON LOS PES ENLA TERRA Los combatientes patriotas eran los nuevos macabeos con- tra un ejército de ocupacién dispuesto a destruir Ja “verdadera religién™®, A ellos esta destinado el elogio que concebia como un medio —casi un bélsamo— necesario para serenar el cora- 26n en la pérdida de los buenos, como un consuelo para el vacio que dejaron en la sociedad, Navarro no se engaiiaba sobre lo que significaba la pérdida de los combatientes: ‘No tenemos la dicha de conservar los nombres augustos del bravo soldado que fue abrasado por el fuego de treinta y seis horas. Su constancia les hizo desaparecer como el humo en que fue confun- dido, Los tiltimos rastros de su existencia fueron los de su valor. El tributo a los muertos era necesario, consolaba el corazén dafiado por la pérdida de los buenos. El vaeio de los que mu- ricron por la patria no podia llenarse, pero el reconocimiento instrufa a los vivos en la escuela del ejemplo. La derrota de Rancagua le resultaba inexplicable al sacer- dote y axin mas inadmisible era la persistencia de los espafio- les en su tentativa por sojuzgar a América, que se volvia la destinataria de sus palabras. Navarro decia: Se te pretende esclavizar necesariamente en la época en que la naturaleza y todas las instituciones sociales te lo habian restituido: cuando la descendencia de tus invasores es una propiedad de tu suelo en que has visto la luz, y quiere ser, y que seas tan libre como tus antiguos indigenas. Y agregaba: Cuando sin los sangrientos estatutos de la mita se extrae el oro de tus minerales, para que mezelado con tus ricos frutos, sirva al mereado del universo aquel mismo metal que por tres siglos se empleaba en forjar tus cadenas. 4 Roberto Di Stefano, op. cit. UNICURA DELA REVOLUCIONE RMAN NAVARRO, CEROSARO ALACORDRLERA6I. 85 La lista de los derechos a un gobierno propio se alargaba en la enumeracién de Navarro. Las irrupciones de los espaiioles eran descriptas por é1 como asalto de bandidos y la preten- sién de Fernando VII, ya restaurado, de retomar el contrel de América, tirdnica. Navarro hacia politica. En las parroguias y en los campos de batalla. También en las plazas y en los puilpitos. Parecia manejar a la perfecci6n las claves politicas de la época. El frac- cionamiento dentro del grupo revolucionario obligé a unos y a otros a adherir a algunas de las alternativas disponibles. Una vez que estuvo del lado de la revolucién, tomé una posicién y la defendi. Su trayectoria no tuvo demasiadas sorpresas. En septiem- bre de 1811 integré el grupo que instalé el Primer Triunvirato y aparté a los saavedristas del gobierno. Probablemente no acor- 46 con Ja linea politica que derivé en la instalacién del Segundo ‘Triunyirato en octubre de 1812 y que implicé el desplazamiento de Juan Martin de Pueyrredén, cerca del cual se lo vio ac- tuar en estos afios. A partir de ese momento, la Logia Lautaro asumié el mando de la revolucién hasta que otro movimiento depuso al director supremo Alvear en 1815. Sus criticas a este personaje lo levaron por poco tiempo a Patagones, desde donde parece haberlo reseatado Pueyrredén una vez que el Congreso de Tucumén lo nombré en ese cargo. Su siguiente destino junto a San Martin en el Ejército de los Andes debié relacionarse con esta afinidad que el propio Pueyrredén se encargé de destacar luego del “Discurso de la Concordia” en la catedral de Buenos Aires a fines de 1816. En Chile fue rector del Seminario y miembro del Cabildo Eclesidstico. No abandoné la polities en su vida trasandina y en 1823 fue encarcelado en Valparaiso por su participa- cién contraria a Bernardo O'Higgins y a favor de José Miguel 8 (CURAS CON LOS PES ENA TERRA Carrera. Volvié por poco tiempo a Buenos Aires en pleno auge del Partido Unitario. De regreso en Chile fue elegido diputado al Congreso Nacional de 1828 por el Partido Liberal. Més tarde se sumé a los exiliados antirrosistas. En un banquete que Domingo Faustino Sarmiento ofrecié en su casa en 1849 —durante su exilio chileno— para conmemorar un nuevo aniversario de la Revolucién de Mayo, pronuncié un brindis que fue aplaudido por los asistentes, entre ellos Juan Gregorio de Las Heras, Bartolomé Mitre y Julién Navarro" Mitre aproveché la ocasién para que el cura le contara de- talles sobre San Martin y su actuacién en el combate de San Lorenzo, que habia visto muy de cerca. E] interés de Mitre no era casual, se encontraba escribiendo su libro Historia de San Martin, donde revelé esta fuente de informacién". Algunas Vineas de este libro estan dedicadas al papel de Navarro en San Lorenzo. A propésito de los muertos en el combate, Mitre detalla: Los moribundos recibieron sobre el mismo campo de batalla la bendicién del pérroco del Rosario, Julian Navarro, que durante el combate los habia exhortado con la voz y con el ejemplo®. Luego de la batalla de Caseros, en 1853, Navarro suscri- bié ol manifiesto redactado por Sarmiento en contra de Justo José de Urquiza. Murié un afio después y fue enterrado en el ® Francisco Cignoli, “B] Dr. Julién Navarro 1777-1854: cura pérroco do la capilla del Rosario y maestrescuela de la eatedral santiaguefia”, en Investigaciones y Ensayos, N12, Buenos Aires, 1972, pp, 283-295. 1 Bartolomé Mitre, “Tnformaciones verbales dadas al autor por el Dr. Julian Navarro que acompafié como capellén a San Martin en aquel dia’, fen Historia de San Martin 9 de la emancipacién sudamericana, Buenos ‘Aires, Félix Lajouano, 1890, tomo I, p. 176. Bartolomé Mitre, ibid., p. 188. LUSCURA DELA REVOILCION: AUANNAVAREO DEROSARO ALA CONDULERA 1810. BY Cementerio General de Santiago de Chile. Pocos meses antes habia preparado su partida y dispuesto los medios para su fu- neral y su entierro: un carro de primera clase, una sepultt de familia y derecho a mausoleo™. ‘ “ scdaveauad se cumplieron cien afios de su muerte, en 1954. se cre6 en Rosario una comisién para la repatriacién de los restos del cura Navarro. Algiin emisario recorrié conventos y archivos de Santiago de Chile siguiendo algunas pistas, que resultaron fallidas: un convento de monjas inexistente; otro que no tenia sepulturas o el testamento donde disponia ‘obm0 debia ser su entierro, que no Hevé a ninguna tumba. Sus res. tos nunca se encontraron. Quedaron otras marcas de su paso por la vida politica del naciente pais: su figura tallada en el Monumento a la Bandera, una escuela de adultos en Rosario y una calle en San Isidro que llevan su nombre. ® Francisco Cignoli, op. eit % Franeisco Cignoli, op. eit, | 3

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