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Pascal Quigiard El lector cuatro, edicones uw anal “Tul orginal Le eceur “Tradaccidn: Julian Mateo Ballrea Introduccion y nota: Juin Mateo Ballorea Inventario BC 2024 © Eaions Gatimar, 1976 © cuatro, 2008 Derechos: cus. ediciones Mala, ed _xatoetiiones.com Iigenes interiors: Hammesboi, terior Rembrand, Madre del pintor y Anciana eyendo Distibuci: LATORRE LITERARIA. Camino Boca Alta, 8-9 Poligono El Malvat 28500 Aiganda del Rey (Madrid) prime: Gries Andeés Matin, . Paras, 8.47003 Valladolid ISBN: 978.84-934176-73 Depssito Legal: VA. 29.-2008, presen Enya, Unie Europea 654028 PASCAL QUIGNARD, RIESGO, TRANCE Y FERACIDAD DE LALECTURA. EL ate sirvepara limpiarnes los ojos» Kant KRAUS ‘«Cuanto mi lejana es la ascendencia, hhay mis esfacio ganado al porveniry ‘VALLE-INCLAN En una de sus anotaciones, aconsejaba Joubert a un hipotético lector, 0 se lo decfa 1 sf mismo: «Aspira siempre a hacer una obra y note propongas nunca hacer un simple libro»!. Asi, Pascal Quignard, a lo largo de innumerables volémenss ~en una gozosa y alegre mezela de cuento, novela, ensayo, autobiogra- fia va elaborando una de las obas més singulares de Ja literatura francesa actual. Dele que, con apenas veinte afios, metié en un sobre sa estudio en torno a Maurice Scéve y, sin una nota, lo envié a Gallimard, no ha dejado de conjugar su pasiGnpor la lectura, fa re- flexiGn y la ficci6n, Aunque finalmente esta editorial no aceptard su. manuscrito, recitié una muy amable respuesta de Louis-René Des Forts, uno de sus prime- 10s lectores, en la que le invitata a publicar algunos fragmentos en la revista trimestal L’Ephémere, que ccordinaba con algunos amigos: Yves Bonnefoy, Paul Celan... A partir de ahi podrfa empezar un acerca- miento a Pascal Quignard antes es decir todo lo que 8 ELLECTOR se refiere a lo biogrdfico y formativo de su personali- dad; después, lo que ya es la vida y la obra de un escti tor que avanza imparable y paralelamente-, como si pudiera tratarse de un gesto o una escena fundadora. Si bien es cierto que comparte con los creadores de principios de los setenta esa obsesiGn por las «lecturas de lo Oscuro»?, sus referencias no son las mismas. En una época en la que ocupan el ruidoso primer plano la Teoria y las «précticas significantes», Quignard se dedicard a: estudiar y editar a Scéve, un dificil poeta francés de mediados del siglo XVP; a presentar a Leopold Sacher-Masoch como el «ser del balbucco»‘; a traducir Ia muy enigmética Alejandra de Licofron’. Ademés, prepararé una antologia, precedida de un estudio introductorio, de Michel Deguy, poeta més cer- ccano, que fue otro de sus primeros lectores, con el que luego se encontraré en el comité de lectura de la edito- rial Gallimard. Pero, ampardndose en la publicacién de ‘una antologfa mas convencional aparecida por esas fechas, de los textos de Deguy escogerd sobre todo prosas (muy escasos poemas), que abundan en ese gusto por Io pasado y lo oscuro: sobre Safo, una tra- duccién del Encomio de Helena de Gorgias, piginas del Tombeau de Du Bellay, a traduecién de una carta de Gongora. Manifiesta, pues, desde esos inicios una ins6lita curiosidad, que nunca le abandonard, por autores y textos del pasado; seguird explorando y ampliando constantemente esos cftculos, en interminables idas y venidas, por los escritos de épocas y lenguas tan dis- pares como remotas. De ahf que el cuadro que de sus maestros nos oftece en Gradus? pueda resultar, en un principio, un tanto sorprendente. Los organiza de PASCAL QUIGNARD, RIESGO, TRANCE Y FERACIDAD 9 acuerdo con tres categorfas: maestros en cuanto a los motivos funcionales, elementos que «ponen algo en movimiento», de los que podré extraer alguna hebra, alguna escena que le permita ilastrar, desarroltar re~ jones en torno a alguna stuacién u obsesién; maestros en cuanto a la implicacién entre los motivos, por lo que contienen, Hlevan ensf, envuelven en sus pliegues, por las consecuencias que puedan derivarse de su exigencia con relacién a laescritura; finalmente, rraestros en cuanto al rono ~ahiradica la Gnica origi- nalidad posible, que «afecta a la lengua y retraduce los rotivos»—, es decir, propiamexte, «tensién de una cuerda», y luego, altura de Ia 107, cualidad sonora, intensidad, energfa: no en vano efirmaré més adelante que: «Un escritor es un homire devorado por un tono». Serfan respectivamente: = Por los motivos: La Odisea, Las metamorfosis, ELasno de oro, Las mil y una neches, las Sagas istan- desas, Chrétien de Troyes, todo Stikaku, El suefio en el pabellén rojo, todo Stendhal, Cimbres borrascosas’. = Por la implicacién: Giljamesh y Enkidw, la Biblia, Zhuang Zi, Lucrecio, Virgilio, Técito, Sei Shonagon, Montaigne, Saint-Evremond, Tallemant, Nicole, Saint-Simon, Chateaubriind?, = Por el tono: César, Albicio, Pablo, otra vez ‘Técito, La Rochefoucauld, Massillon, todo Pu Songling, Rousseau, otra vez Chateaubriand, Madame de Boigne, Hello, Colette, Bataile”. ‘A los que afiadiré otros cuaro, que nunca le han fallado, y que cita a continuacién: Pierre Klossowski, Louis-René Des Foréts, Emile Benveniste y otra vez Georges Bataille". Y, como pan ilustrar el resultado final obtenido, ofrece el autor wna frase de Dante en ‘iodo indirecto (casi nunca indica el origen preciso de 10 ELLECTOR las citas) en la que el poeta italiano observa que «al extender las manos encima del hogar se percibe un calor tinico que sube de las miiltiples brasas»", de modo que cada brasa -cada obra, cada autor— al sumar- se a las otras, contribuye a esa combustién general que, de ese modo, no se interrumpe y resulta asf continua- mente enriquecida, El término erudito, que pronto acude a la mente de quien entra en contacto con alguna de sus obras ~por supuesto, no siempre se encuentra visible ese sugestivo desplicgue de referencias convocadas~ no ha de tomar- se en sentido clésico, como sinénimo de instruido, docto en vatias ciencias o de alguien que ha levado a cabo unas lecturas variadas y bien aprovechadas. Declara que no es un erudito, puesto que si «rudis es el salvaje, y «e-rudis es aquel a quien se ha quitado la aspereza, lo salvaje, Ia violencia original, o natural, 0 animal», él no s6lo no renuncia a esa parte salvaje, sino {que reivindica la més absoluta independencia, la sole- dad, el silencio, devolviendo el término a una de sus acepciones més antiguas, cuando se aplicaba a ermita- fios que vivian solitarios, generalmente en el bosque, y luego, a quienes rehuyen las relaciones mundanas'3 Sefialaba Marguerite Duras que «la escritura vuelve sal- vaje>, y que quien escribe vuelve a encontrar ese estado de salvajismo de los bosques anterior a la vida, antiguo ‘como el tiempo, pero devuelve sobre todo a la salvajez. del miedo a todo, y que es inseparable de la vida misma'. De este modo, esa supuesta labor de erudicién por otra parte, interminable por definicién-, mas que a integrarle, inscribirle o anclarle, en un lugar cualquiera, © deshastarle, contribuirfa a aumentar su singularidad. Las reflexiones, e] gusto por todos esos autores 0 los temas iniciales, no desaparecern, pero variara la PASCAL QUIGNARD, RIESGO, TRANCETFERACIDAD 11 forma de abordarlos, se iré haciende més «asequible», como si el autor relajara un tanto est tono extraordina- riamente tenso del principio, indicativo de lo que exige alaescritura y, por ende, a la lecture Consigue asf una ‘mezcla de dificultad u oscuridad -no solamente por rehuir el lenguaje directo- y fascinsiGn sorprendente, ppuesio que el lector queda un tanto orprendido, at6ni- to, ante el resultado. Por eso se ha calificado ta escri- tura de Quignard de sidérante', agubullante, produce sideraci6n, es decir, «abolicién brasca o total de la actividad de un organismo», deja sidéré (palabra que él utiliza a menudo), estupefacto, atulido, pasmado de ‘manera duradera, no s6lo por el efeito de la sorpresa Caracterizaba a esos textos inicales, ademés de la presencia del latin y el griego, «la concisin gnmica, Jas enumeraciones, un uso perfects del asindeton»', elementos que estardn presentes en toda su obra. Por esa manera de expresarse a menude en forma de sen- tencias ~esa «fuerza asertivay ha silo vista como uno de les rasgos mas significativos de Quignard!’-, en fra- ses breves que parecen portadoras fe una verdad pro- funda, se ha dicho que «todo Quignard es citable o re- citable»'8, El asindeton, por su parte, contribuye a desarar un texto puesto que se oniten las palabras, particulas y conjunciones, cuya nisin consiste en enlazar dos términos 0 dos frases- que de ese modo adquiere mayor rapidez, energis y contundencia, Parece alejarse, pues, desde el pritcipio de la redac- cién argumentativa, del razonamieno extenso 0 de los rellenos entre las partes fundamentals, que en realidad conltibuiran a velar o disimular lo sencial: «La mente discursiva, la gran ordenadora que todo Io encubre», resumiria Maria Zambrano”. El rewultado es un texto suelo, una yuxtaposiciGn de fragmentos muy sugesti- 2 ELLECTOR vvos, por los que el lector puede pasearse a su antojo antes de emprender Ia lectura met6dica. (Parece innecesario seftalar que todo ello contri- buird a dificultar su paso a otra lengua, Esta casi ausencia de contexto en muchas paginas deja las pala bras como flotando, con toda su historia, sus distintas capas de significado, sus derivaciones, sus sonidos, con todas sus posibilidades abiertas a interpretaciones diversas y arriesgadas, Es el momento en que el tra- ductor se acuerda del aforismo en que Lichtenberg afitmaba que: «En vez de cada palabra aislada podrian crearse seis; expresamos demasiado con una sola pala- bra», Pero de momento, hasta que llegue tan impro- able e inimaginable diccionario, quien se ocupe de Hevar a cabo ese traslado de una lengua a otra, por her- ‘manas que sean, habri de cargar con las habituales reprobaciones a propésito de fidelidad o infidetidad, literalidad o libertad adaptadora, etc. Suele ocurrir en la mayoria de los casos, pero en éste es més fuerte todavia la tentacién de convertirse en «corrector de estilo», cortando en varias una frase demasiado larga, afiadiendo algiin que otro conector, eliminando algiin espacio en blanco, rehuyendo un léxico que resulte poco usual, y a la inversa, escogiendo en la lista de posibilidades anal6gicas las palabras mas extrailas y olvidadas... Es decir, convertirse en un Procusto del texto y estirar, forzar, descoyuntar, o bien doblar, recortar, lijar, hasta que pueda entrar cémodamente en el molde canénico. Es posible que ante un texto some- tido a tal tratamiento, el lector de la traduccién quede satisfecho con esa labor -0 en el mejor de los casos, que ni siquiera la fote~ pero se habri perdido ese cardcter sorprendente, chocante, turbador, agresivo a veces del original; ese mismo lector, enfrentado a una PASCAL QUIGNARD, RIESGO, TRANCE Y FERACIDAD 13 traduccién mas violentamente literal 0 que intentara conservar el mismo alejamiento de la norma que se encuenttre en el texto de origen,no dudaria en atribuir ‘su desasosiego a insuficiencia tel traductor). Una breve biografia dedicaéa a La Bruyére, autor de los famosos Caracteres publizados en 1688, le sirve de pretexto para una reflexi6n bre la escritura frag- rmentaria, que no deja de provocar en él cierta desaz6n, incomodidad, apuro, malestar (intiguamente, tormen- to, tortura): Une géne technique a l'égard des frag- ‘ments*!. Analiza la isritacién povocada por este uso sistemstico del texto discontinu» en el momento de su aparicién, consideréndolo también como una introduc- cién compulsiva de espacios en blanco entre los frag- ‘mentos que es algo «muy modemo y muy oscuro». El fragmento —no confundir con restos de algtin libro per- dido © que no se ha terminadode elaborar~ resultarfa set algo inferior, que deja insaisfecho, que desazona; no consigue apaciguar al lect, itrta, pero también fascina y, dehecho, «la discontinuidad de la operacién de pensar es real». Ademés, otos elementos abundan fen ese mismo sentido de um «expresién humana cestructuralmente fragmentariaw: el desgarramiento, la ruptura que supone el nacer; el xislamiento a que lleva Ja escisiparidad de la reproducsi6n de los mamiferos; la seleccién de sexo que dejarssu marca en el cuerpo; la interrupci6n futura. Sin embirgo, un deseo de uni- dad y de totalidad esta presente desde siempre en las distintas formas de Ia belleza, pero hay también una necesidad de puntuaci6n, cuyasmanifestaciones son el silencio, el espacio en blanco. Aunque en un principio se aprecie en este procedimiente una especie de pereza (© incapacidad, el arte modemo se ve sometido a una 4 ELLECTOR violencia que intenta eliminar todo tipo de enclave, leva a contrastar en lugar de unificar, ala originalidad y no a Ja armonia, a la brutalidad y a la asercién. Los modemos han dejado de representar una argumenta- cién hablada cuando escriben, y se convierte entonces fen «un pensamiento [...] sorprendentemente, maravi- Hosamente abrupto, alusivo, libresco». El fragmento habia aparecido en Francia en un siglo XVI desgarrado por guerras civiles y religiosas, como una forma mundana, a la vez anti-pedante, anti- sistemitica, anti-filos6fica y anti-teol6gica, que abo- rece cualquier sistema. Posee mayor circularidad, autonomia y unidad que el discurso elaborado, con sus transiciones sinuosas 0 cimentaciones torpes. Atrae por ese cardcter «ruiniforme y depresivo. Es lo que se ha derrumbado y queda como vestigio de un duelo». Y es ala vez la forma literaria mas adecuada para la confe- el diario intimo... Con todo, tales fragmentos modernos resultan a veces demasiado solidarios unos de otros, poco estancos, atificiosamente yuxtapuestos, La soluci6n aplicada por La Bruyére seré tinica: la dis- continuidad entre los fragmentos vendri subrayada por Ja adisparidad de los ataques», en el sentido musical del término®. El texto asf obtenido es radicalmente heterogéneo, y en él parecen estar representados todos los géneros, todos los giros; con un poder concentrado adquiere un relieve ret6rico extraordinario y un ritmo extremadamente violento y variado. La ventaja del ‘fragmento es evidente: permite renovar constantemen- te tanto la postura del narrador como la fuerza, el esta- Ilido sorprendente, conmovedor del ataque. ero reprochar al fragmento, a la sucesi6n de frag- ‘mentos, su cardeter arbitrario es ignorar, negar, la lectu- ra, el orden que resulta de esa serie, puesto que acaban PASCAL QUIGNARD, RIESGO, TRAICE YFERACIDAD 15, formando un sistema, una arqutectura Con todo, La Bruy@re logra superar los escollss que pueda presentar cl uso del fregmento, adueridndose poderosamente de la atencién del lector, gracias a la viriedad y riqueza de sus miltiples procedimientos: Quignard consigue claborar ‘una lista de més de treinta y dostrucos o astucias, antes de llegar a un «ete.» que deja lalista abierta®. ‘Alla vez que la fascinacién que sobre él ejerce el aspecto fragmentario®, Quignarl confiesa la repugnan- cia que su propio deseo le prodice, y cémo a través de este estudio contaba con deshaverse de esta obsesién. No es necesario decir que no akanza tal resultado, que ni siquiera consigue desarrollar sit reflexién de manera sostenida, oxdenada; por perez:, pero sobre todo por repugnancia ante esas frases huecas que sirven de relle- no, que amueblan el espacio ente los argumentos. Se adivina asi que en el momento de revisar sus manuscritos, a diferencia de cos escritores que no paran de afiadir, de hinchar su exto, Quignard lo pasa por lo que lama el racitorio, enoposicién al flaubertia- no gueuloir: se trata de someteria obra a una prolonga- da coccién ¢e silencio®. De este modo explica que, por ejemplo, Las escaleras de Chanbord pasan de las 1.040 paginas iniciales a 430 tras diecséis sesiones de tacito- rio; la nota previa a la segundaedicién de Carus sefta- Jaba: «Escrinf esta novela haceonce affos. He vuelto a leerla quitando dos o tres palabas por frase». Lector no s6lo por verdadera pasién sino también porque era su trabajo al servicie de una editorial, pare- ceria natural que después de tnducciones y comenta- rips, esa actividad estuviera presente en su primer rela- to. Y asi seri, pero la lectura terdré una presencia muy especial, puesto que legard a rovocar la desaparicién ie ELLECTOR de ese lector del titulo entre las paginas de algtin libro co debido a hipétesis varias, desgranadas a lo largo de la narracién y recogidas en un extenso parrafo interroga- tivo, constituido por una enumeracin que es sintesis de las posibilidades esbozadas, barajadas o intuidas. Asi, se considera que BI lector supone para Pascal Quignard un giro decisivo, su verdadera «entrada en el espacio literario» en 1976, la partida de nacimiento de su obra, de modo que su escritura parece haber sido fundadora, al igual que un mito”. En el muy ilustrativo pequefio tratado titulado Lectio propone: «Escribir un relato cuyo protagonista seria el lector. Un yo habla a un usted de un él que ha desaparecido sin que se pueda encontrar su. huella», aunque se supone que cuando redactaba este tratado, El lector ya estaba escrito, Cita poco después la carta de Flaubert en la que habla de un «libro sobre nada», un libro en el que casi no haya tema, que no esté anclado en el exterior, para terminar el pérrafo declarando que: ‘«La nada del libro es su lectura. La ‘casi ausencia de tema’ es el lector». Pero a pesar de esta trama tan ‘enue en la que no se Hega a una conclusion que pueda resultar enteramente satisfactoria para las necesidades hermenéuticas del hipotético lector del relato, ocupa un lugar importante en la composici6n de ese autorretrato fragmentario, como en un espejo roto, del autor. ‘Asf pues, desde el principio, un personaje que se dedicaba a la lectura, cuyo nombre 0 apariencia fisica ignoraremos, ha desaparecido. Resulta imposible dar ‘una respuesta conereta a las pistas que se siguen para intentar perfilar a ese lector, en referencias que pasan de los Hechos de los Apéstoles al Roman de Renart. ‘Tampoco llevan a ninguna respuesta las sucesivas des- cripciones de Jo que es la lectura a partir de identifica PASCAL QUIGNARD, RIESGO, TRANCE YFERACIDAD 17 ciones con la contemplaci6n o el éxtasis mistico, en lo que Ch. Lapeyre-Desmaison ayrecia algo parecido a una claicizacién de la experienc mistica»™. Tras cali- ficar de insensata la pretensidn de averiguar las razo- nes de esta desaparicién, recute a un sermén de Claude de Marolles sobre el peligro mortal que para el alma supone la lectura, verdaden corupcién diabélica que tal vez, se haya apoderado & ese lector; o tal vez haya desaparecido en ese momerto de ascensién simi- lar al cuarto momento de la contenplacién, tal como la ica Hugo de San Victor, sin dvidar el veneno lento que, segin Massillon, inocula Is lectura en las venas. ‘Sin embargo, todas las posibilidaes barajadas ~ausen- cia, desaparicién, rapto, éxtasis, xcidente, muerte, cri- ‘men sin victima, metempsicosis, suicidio~ son recha- zadas despectivamente cada pocss péginas. Pero més allé de toda la cuesin de cudl pueda ser el efecto de la lectura -se pueden encontrar en Ia obra de Quignard innumerables afirmationes o definiciones, nunca definitivas, en torno a ese tema, sin recurrir nunca a ta teorfa— uno de los aspectos més significati- vos de este libro vendria dado por el exceso de presen- cia del autor, el narrador y el lect, Se adivina al autor”! através de alguna indicacién autdbiogréfica relativa al trabajo del desaparecido como lecor de una editorial, y tal vez tambien a través de esas rerencias a tan varia- das lecturas. En cuanto a la presencia del narrador, es una Vor que intenta afirmarse a lolargo de esta bisque- day que poneen escena al lector, al que se dirige diree- tamente, cuyes respuestas y reaciones incluye en su texto («A todo lo que digo le mxo reticente...»). En todo ello, pues, una vor -en Ia que estén presentes, muchos discursos anteriores se busca a sf misma. La intencién del libro serfa «agotar das esas voces (...] 18 ELLECTOR para llegar, y tal vez no se trate mas que de un espejis- ‘mo, a la voz fundamental, y inica, ala voz. primera», ¢s decir, deshacerse de todos los libros, escribir con «voz desnuda». Por eso, este relato serfa el punto de partida de la obra «tal como se ha desplegado y ramificado des- ‘pués en tres polos: cuentos, ensayos, novelas»?! En la ficeién L’enfant au visage couleur de la mort, escrita inmediatamente después de El lector, no esté presente ningiin texto ajeno, s6lo el recuerdo muy vago de otros cuentos resuena en st Lectura’: Aqui también, tun narrador nos contaré el extrafio destino de un lector, aunque si toma la palabra es para hacer la luz sobre un secreto, una maldicién que ha cafdo sobre tierras, bos- ques y montafias cercanas a cierta mansién, que no sitéa ef ningtin tiempo ni espacio concretos. Su dueiio recibi6 un dia la orden de marchar a la guerra; no quedé huella alguna de él, y todo el mundo le iba olvi- dando, salvo su hijo al que habja dado algin consejo, pero sobre todo le habia impuesto una prohibicién: ‘«No leas munca los libros», y afiade que tal prohibicién ‘ees un tesoro. La tengo de mi padre. El padre de mi padre la tenfa de su padre. Sepiiltala en tu coraz6n ‘como un secreto misterioso, imperioso y grave. Es el secreto de lo que ilumina nuestros rostros. Que brilla en nuestros ojos. Si un dia volviera te daria la raz6n de todo ello. Ahora, no esperes mi regreso, y no abras los, libros». Indtil decir que al crecer no slo espera su ‘vuelta ~por supuesto que en vano, dejando para siem- pre inexplicable tal interdicto— sino que quiere conocer cel mundo para encontrar a su padre, y para ello tiene (que leer. Lalectura le absorberd por completo, le trans formaré hasta tal punto que su rostro Hegara a tener cl color de Ia muerte ~como si hubiera seguido al pie de PASCAL QUIGNARD, RIESGO, TRANG YFERACIDAD 19 la letra el consejo del ordculo que se lee en Didgenes Laercio citade al final del tercer sapftulo de EI lector, para conseguir una vida feliz: «Aemejarse a los muer- tos en el color», y que quienes se acercaban a él, excepto su madre, morfan. Vive eieerrado en una torre, leyendo los libros que su madre © encarga de propor- cionarle, hasta que un dfa le pid que le busque una esposa. Las dos primeras moirén tras el primer encuentro, pero Ta tercera, aleccimada por una vieja a Ja que encuenira en el camino, lepediré que se desnu- de a la vez que ella, y a cada vesido que ella se quita, 1 se quita una capa: primero su piel color de muerte, Iuego su carne mezquina y sus os sin brillo, y al qui- tarse la tercera, en medio de un ctisporroteo y un grito prolongado, se desvanece, pero qreda la pégina ilumi- nada de un libro miniado, con cobres muy vivos, en la que se ve «el dibujo de un hombre més bello que el nacimiento del dfa». Cuando finammente —tras la muer- te de su nuere que vaga, locameste enamorada, abra- zada a la p§ginaIa madre arrojaal fuego esa hoja ya casi destrozada, se despliega el nstro de su hijo que fija en ella la mirada de la muerte. El lector del relato habia desiparecido, o se supo- ne © se cree que hubo un trastruque, un intercambio (eon quién?) que no dej6 huela; el lector de este cuento se transforma en pagina de libro. No parece, pues, que haya manera de entregarse a la lectura sin correr serios peligros y quizd no a aconsejable hacer caso a quien para leer recomiends «acercarse a la ven- tana y, a ser posible, sin uno mimo», sino més bien Teer «como quien abdica, como quien pasa», Quiz convenga imitar Ia astucia que ésarrollan los perros egipcios para beber, tal como ms lo detalla Claudio 2» ELLECTOR Eliano: «No beben en manada, con tranquilidad y libertad, agachados y lengiieteando hasta saciar su sed, pues temen a las bestias que viven en el rio. Van corriendo por las orillas y, a hurtadillas, beben cuanto pueden coger; y asf una y otra vez. ¥ asf se van sacian~ do poco a poco pero sin perder la vida y, ademés, con- siguen aplacar la sed». Pero si bien éste es el método mas general empleado por los lectores ~a hurtadillas, poco a poco, como corriendo— no parece adecuadd para quien confiesa haber lefdo demasiado «para no ser un lector insaciable»*. ‘Tampoco parece posible que el lector de Quignard aplique a sus lecturas el mismo sistema que los nifios portadores de Tinternas de Stevenson, no puede que- darse con la Iimpara (obviamente, las miiltiples lectu- ras) tai rica y hermosa oculta bajo el abrigo. Cuenta Stevenson en ese texto tan evocador un juego que con- sistia en llevar, bajo el abrigo bien abotonado, durante las noches de finales de septiembre unas linternas de hojalata atadas a la cintura, que olfan muy mal, nunca ardian bien y cuya utilidad era nula, pero «el placer del {juego era muy real, y ser un chico con una linterna bajo el abrigo era lo suficiente para nosotros». Cierto es que hay encuentros de portadores de tales linternas, que a veces esos portadores de un oculto esplendor desabo- tonaban sus abrigos, descubrian sus linternas, a la luz de las cuales elucubraban interminablemente sobre 10 hhumano y Io divino. Pero tales reuniones eran simples interrupciones, porque «la esencia de la felicidad radi- caba en caminar, solitario, por la noche negruzca; con Ja tapa puesta, el abrigo abotonado, sin permitir que saliese ningdn rayo de luz [...] para hacer piblico tu splendor: suponfa ser un mero pilar oscuro en Ia oscu- ridad, y, durante ese tiempo -replegado profundamen- PASCAL QUIGNARD, RIESGO, RANEY FERACIDAD 21 teen la soledad de tu necio coravén- saber que tenfas una linterna en el cinturén, y exular y cantar a partir de tal conocimiento»”, Solitaria presenta siempre Quignard la tarea, la entrega ~que es también espera- del lector, pero no siempre tiene por qué quedarse et el estado pasivo ini- cial. Distrafdamente algunas veces, pero casi siempre al acecho, atento a lo que le dicet desde otros mundos através de esas lineas que desfilin de acuerdo con rit- mos variados segtin las horas del dia, La Bruyére aca- bard anotando los «efectos de susecturas» que, consi- dera Quignard, es lo que hizo funlamentalmente. Leer, ‘meditar, tomar notas, tomar més 1otas, dar un giro més personal a algunas anotaciones m que disiente de lo le{do, afiadir rivalizando, reunir ls trozos de papel que se van acumulando, retocarlos..: el resultado final, pera La Bruyére, es un libro que arda mucho en com- poner y, sobre todo, en darlo a laluz*, Dejando de lado sus imprestindibles novelas, en las que la misica esté tan preente¥, tanto en los Pequefios tratados como en las formas relativamente nvevas que cultiva desde Vida secreta hasta la serie en curso titulada Ultimo reino, los libros de Quignard estin Ienos de nombres de escitores, de pequefias bivgrafias, semblanzas de aubres olvidados que cobran mayor relieve por el cottraste que aporta la (casi) yuxtaposicién de un escritor tardorromano, con otc0 francés del siglo XVI 0 XVIL 0 un chino del siglo TV a. C,, 0 una dama japonesa dé siglo X... «Escritor que lee» mucho més que . El lenguaje es sienpre todo el lenguaje. Y, si hay «sf», hay todo el lenguy]. A solas, es perder soledad. Perder soledad tampoce es «recobrar el ego». Es el soli-loquium). Circumspectio. A solas en el Ienguaje, trae aparejado el hundi- rmiento de sf (hhundirse; odiarse). Luego este odio (esta destruccién) se extiende a todala especie. Esta des- 2 ELLECTOR truccién extendida a toda la especie, a merced de ese contraste patético, confiesa el reconocimiento de la maravilla del mundo. Este reconocimiento es oraci6n. En la medida en que es oracién pertenece al len- guaje. En la medida en que la oracién reza, no perte- nece a él. Pues, pasada por el libro, la soledad, la des- truccién del mundo, el lenguaje a solas, la destruccién de sf, la oracién, como reza, no reconoce al mundo. El reconocimiento no es del mundo: reza por un mundo. La oracién es en el lenguaje oracién por la defec- ci6n del mundo igual que con Tas manos juntas el enlu- tado reza por el cuerpo y el alma de la muerta, Rezar es Jjuzgar al mundo ausente, por su presencia, En el hun- dimiento del mundo, de si, y del lenguaje. Rezar junta los dedos sobre esa nada repentinamente abierta. El libro vela para siempre la cara del lector. Leer reza por esa privacién, ese abismo de indigencia: ese solo a falta de sf, esa tierra despojada del mundo, ese lengua- Je que es anulacién. ‘Reconozea que esto sf es «circunspecciGn>. Ascensio. Mas que estar solo, es nulo. Ese serfa, en suma, el nombre complicado del lector: nulo (y rezando) desnu- do del solo (a partir de ese nulo). Ese nombre es dificil y ademés este cuarto modo es todo, 0 nada en absolu- to. Pues, una vez rezada, la oraciGn, sin evocar siquie- ra la muy insensata hipétesis de quién la escuchase, tal vez. contribuiria a la gracia en la que se esfuma lo que se imagina al orar. ;Secuestro?, 40 ascensiGn?, 40 des- censo?, 40 desposeimiento? CAPITULO nL a ‘No importa, Pues sean cuales fueren nombres, cexperiencias, esperanzas, lo gre en todos los casos resulta no me atrevo a decir «censeguidon, es la ausen- cia del lenguaje: pérdida de toda fe concedida a la mediaci6n del lenguaje. Ese 6 el extrafio lugar que Hugo finalmente fija para el lector. Es el cuarto modo. La rueda de Ia lectura, que pasiba del desposeimiento del lector al libro, del mundo allibro, de la ley al libro, del libro a su ausencia, de sf mismo al solo y del solo al nulo..., la rueda de repente se excede: el ojo ha caido en el bro caido. La boc ha muerto sin renaci- miento en Ie oracién muy abiera sobre la ausencia de Ienguaje. Es la suspensién de lacob. Es el silencio de Juan, Es el sueio de Salomén. Asi es como, a principios dd siglo XII, Hugo esti- maba lo que era leer. Asf es como tal vez desaparciera, No ya e! rapto, 1a corupeiin: tal vez ese arroba- miento, ese dormir, ese silencio, Esta «suspensién» sobre el agua muerta corrompi- da (caos disperso y an6nimo) je qué restos abando- nados del lenguaje? “ ELLECTOR Pero {por qué suponer indefinidamente que es en Ja lectura donde habia de alcanzar su cumplimiento la lectura? Si de golpe invirtiéramos 1a hipstesis, si le dijera bruscamente: «Bs afueral», donde desemboca Ia lec- ura, entonces su defeccién no deberia coincidir nece- sariamente con ese éxtasis 0 muerte que dice Hugo, y de a que afirmaba que s6lo en ella, postrera, tendri ‘que desembocar I6gicamente el hecho de abrir, un dia, un libro, al azar (Si, como no modificarfamos ninguno de los sinto- ‘mas de ese cuerpo, presentéramos la misma conjetura, invirtiendo solamente su signo, nos darfamos de bruces con un muerto muy parecido y no obstante separado de ese muerto por la distancia del infinito, como de ese suefio a Ja muerte, como ese estado no ya marcado con tuna ascensi6n progresiva, muy lenta y rara, sino con ‘una cafda repentina, de todo el ser, caida, cadencia, bajada abrupta, fuera de lo visible tanto del mundo ‘como del discurso). {Dirfamos que parece locura? Al decir «locura» ;dirfamos algo? Recuerda una escena famosa de los Hechos de los Apéstoles®, en la que Pablo pasa la noche en Tréade? En la que, después de cenar, tarde por la noche, habla. En Ja que un joven, Eutico, sentado en el borde de Ia ven- tana, arrullado por el discurso inagotable de Pablo, se deja vencer por el suefio, En la que Butico arrastrado del lenguaje al suefio, éxd 705 tplattyou xdrw, se cae desde el tercer piso abajo. Lo levantan muerto y Pablo Je resucita (en no se sabe qué estado, qué vida) por efec- ‘CAPITULO 1 45 to de un segundo discurso inagctable que dura hasta el amanecer (que atraviesa la nocte), Esta conjetura, sin duda, a usted le parece inadmi- sible. Habria conocido é1 este pao del Lenguaje al dor mir, y luego ese segundo paso, del dormir sin lenguaje la muerte; se habria Namado Eutico. Se habria caido del tercer pso. A todo lo que digo le nao reticente © incluso ~admitalo-contrario. No obstante, todo esto puete ser precisado, hacer- se més pesada la carga: el misno libro de los Praxeis de los Apéstoles relaciona eva defeccién de «tres pisos», esta caida brutal seguid: de muerte y no segui- da de muerte, ligada hasta tal punto al «curso» de la Jectura que parece proceder deella, con el pasaje que no es menos conocido (es la pigina que precede a la caida de Eutico) en el que se quiman los libros al ama- necer, en el mercado de Efeso. «Bastantes de los que habian profesado las artes mégicas trafan sus libros y lo; quemaban en paili- co, Hegando a calcularse el pecio de los quemados en cincuenta mil monedas de plata. Tan poderosa- mente crecia y se robustecia la palabra del Sefior: 8 Aéyos nSEavey xa Lozver». Esos seres «dedicados a lasartes mégicas»*, aque- los cuyo rostro es un libro quenado, son los lectores. 46 ELLECTOR El texto dice de manera més estricta: tiv eplepya mpxtdvray mpaiivra, La traducci6n latina de los Hechos de los Apéstoles dice admirablemente: sectati curiosa (qui fuerant curiosa sectati). {Comprende usted el sentido de estas frases? Porque juegue aqui con traducciones que de ellas se hicieron, no crea que estén mal traducidas. La fina- lidad del enigma es captar en la claridad de una defini- cidn; segsin usted, en efecto, ;de qué conversién dieron pruebas los lectores, los sectati curiosa, los magos judios y griegos de Efeso, al ver de repente «on luz verdadera», al ver de repente en esa claridad de una «combustién de los libros», cuando los arrojaban, delante de todos (oponiendo libros a los euerpos, arro- jaban la ausencia de «todo» en presencia de todos), en pleno dfa, al fuego de la plaza publica? Ahi yace el secreto de su «partida» tal vez. {Cuil es el libro, la prédica, la voz, que ellos con- vierten en ese silencio y en esa inflamaci6n, quemadu- ra, combustién en cuanto a los libros y voces? {Cuil es el signo, para que él lo convierta en su destruccién? (Qué espiritu © logos les habré insuflado en el hueco cilido del ofdo ese espiritu de taciturnidad? {Esa violencia? {Ese logos gritado-callado en el incen- dio puiblico como en el fin de los tiempos en las llamas caPiruLo I a de infierno, que admitiera «logos-theos», «verbum- deus», por qué voz? Como si toda ley no legislira ninguna otra cosa que lo que la quebranta para refirmarse més amplia y mis solidaria. O también cono si la consumacién 0 presencia de lo que calla el interdicto, que le hace decir y le interdice, consistiea en eso mismo que hace el decir: que es que hace el decir, que esté en todas partes, dentro de ese ditho y de ese modo se prohibe a ese decir). Si, Me exalto. Permitame que me pierda yo también De modo que Ia palabra es de tal naturaleza que debe su crecimiento y su fortdecimiento a un fuego prendido con Jos libros que la findamentan. Debe cre- cimiento y fortalecimiento al gato de 50.000 monedas de plata «sacrificadas» bajo la especie de los libros en presencia de todos reunidos y hucheando: «jAumenta cl mido y el estruendo!>’. ‘Asi un alibro» se convierteen un «chivo expiato- rio». Asi, puede eristalizar horor (horror que ningsin Jogos sabe decir, y que no ha escrito, puesto que nin- tin logos podria ser ese «no» mediato y ese «no» dife- rente y por ello no podria regisrar eso antes de orde- narlo y apoderarse de ello). En consecuencia, en el mas aci del decir, puede dar origer a «unanimidad de la rita»: puede suscitar venganzade la sangre. 48 ‘Sin duda: toda predicacién contra los libros supone por una parte bastante lectura; ahora ya hablo como usted, Por otra, todo oyente de la plitica 0 lector del ser- ‘mén ha quemado ya con anterioridad de parte a parte todos los libros. Quemado més acd de todos los libros, egue 0 no legue, un dfa, a abritlos, éste y aquél No obstante, sus objeciones se vienen abajo si con- sidera usted mas simplemente que un libro no es otro que un lector; que quien To lee le lee; que escribir un libro es escribir un lector; que el primer autor sélo lo era con la condicién de haber leido; que lo habfa leido todo ¥ lefdo tanto como nosotros y que no estaba mas ahito ni era mais inocente que nosotros; que asi se truecan ince- santemente, sin parar, los «lectores» en «libros». Es la raz6n por la cual un «hombre» puede ser sus- tituido por un «libro» en la muerte y en la combustién social y piblica. No el que lo escribe como suele ser preocupaci6n habitual (mas a menudo atin este diltimo retracta cl libro, ono sabe nada de él), sino el que lo lee o bien es susceptible de leerlo. @Por qué arde un libro «en lugar» de su lector? Contestar a esta pregunta aclararia el secreto de su desaparicién. GEn lugar de qué libro ardié? Esta pregunta se acerca mucho al enigma. No es el enigma, Presiento este enigma, pero sigo sin compren- derlo. Con todo, es cierto que el fuego prende, prendié, crepita y arde. CAPITULO IIL Como si la presencia adorwra, ahf: doblegada, se confiara a la ausencia. Como di el deseo no pudiera desear mas que Io ausente. Cono si sélo pudiera fal- tarle el hecho de faltar. Como ina lengua se esfuerza en transformar una emocién tal vez viva en una mate- tia ordenada, Como el suefio se esfuerza en transfor- ‘mar una emocién muy manifesta en un contenido Jatente. La dura y atenta faena de una confabulacién, Como el lector se esfuerza en ransformar un cuerpo vivo en Ia vida mueria de su libp. Y el lector pretende exaltar sx vida con esa muerte como el hablador se emociona coa las palabras que pro- nuncia y que, segtin nota, son escuchadas. Como el sofiador disfruta con lo que borra enmarafia, y reanuda, Traduzco mal una vida tan fina, tan atrofiada, casi ausente. Se trata de una traducei6n ala vez literal y suelta, No temo :anto entregarme sin darme cuenta (;qué puedo tener que entregar de mfque me sea propio?) cuanto traicionar un rostro conponiendo su dibujo con una precisién vana, carganéo demasiado las tin- 50 ELLECTOR tas, otorgéndole una singularidad de la cual ese rostro, francamente, estaba desierto — singularmente desierto. La traduccién infiel es palabra por palabra infiel. Para quien cede a la desesperaci6n, la desespera- cién cede. Zozobra, ni siquiera surge. Con éI lo que cede ya ha cedido. El coraz6n desfallece, fallece, con un derramamiento espeso y blando de sangre en la voz de ta boca. Invade y cae en el gusto sin gusto, ilimitado, atroz de la muerte. No sé qué pretendi6 provocar en él 0 en los demis por medio de tal defeccién, por la tenacidad, que contemplamos, de semejante retraimiento, {Era simplemente preservarse de s{ mismo y guarecerse del mundo? Asf suele afirmarse que un nifio va a callarse, alcanzar una bestialidad (esos signos gasta- dos y barbaros que componen las palabras tal vez de saltus 0 tal vez. de bestia, tan tnicos y tan indescifra- bles y tan desconocidos como mudos, inscritos en una piedra muy antigua que sirve para el sacrificio), alcan- zar una parilisis repentina como accidente mortal. Encuentra una salida, en ese silencio y esa petrifica- cién, a esa Hegada misma al mundo, a la instalacién duradera, a las solidaridades que supondrfa su vida, Por haber descubierto su impotencia para transfor- mar el mundo, para trastocarlo todo o mudar ese cielo CAPITULO It A gris y himedo en el de un hermso dia, habria rehusa- do prestarle atencién, Anteviendo la serie necesari de los acontecimien- ‘os que suelen sucederse, y seguo entonces de la suerte mediocre y desdichada que le terirfan reservada, habia estimado que era initil que pretijera su curso con la intencién de adaptarse a él o para formular el deseo completamente quimeérico de queun dfa pudiera modifi- carlo 0 prestarse a s{ mismo algéa auxilio. Se habria retirado del jueso. Habria dejado de beber y de comer y de moverse. Como ya no hablaba, enh oscuridad, con una mano cogié un libro. ‘Huera ilusién tal vez de unadesgracia que preser- vaba sin duda con la conviccién que habfa tenido, sien- do nifio, de que le aseguraba uns especie de singulari- dad o algo parecido a cierta profindidad, Desdicha en lo sucesivo vacfa, de donde ceia sacar alacridad, intensidad. Renov6 tal vez asi,tal vez dia a dia, el ‘acto infantil de una revancha que ya no despertaba en & ninguna emocién Era pretender con palabrés edificar silencio. ‘También se decfa, creo, huchearcontra su rostro. Me acuerdo de Tibert en Renart®, Deese gato aterrado que rita: «A la derecha! jA la dereshal» al pdjaro Saint Martin cuando pasa por su izquirda, entre el abeto y cl fresno, y le hace la sefial de la muerte. Elera ese gato ese grito vao entre ls imAgenes de las cosas. Su miedo, que se habia vuelto mas abso- 2 ELLECTOR Ito, conjuraba todas las cosas del mundo, pasadas a su retraimiento, tanto més vanamente. El nombre del ‘gato, Tibert, le habria ido bien. GY por qué no, suponiendo que cedigramos al gusto vano y exagerado por tales metéforas, ese maullido de miedo que sustituye a su voz? Era violento. . Plicidamente violento. La voz que lo diga: la més falsa. Mentira. Mentira, Es la piedra de mérmol gris pajizo. {Qué venganza absoluta, asidva, suponfan esos actos mudos, su cortesia vacfa, esa lectura que le habia invadido? {Cudles eran esas ausencias? ,Qué voluntad de no expresarse le Ievaba a no compartir mas que con héroes de papel, metéforas del dia, imagenes de sangre — una vida que no vivia? No. jAh!, déjeme hablar. Olvidese por un momento de todo ese saber de ciencias infectas, juridicas, con las cuales intenta hundir su cabeza bajo lecturas de época que usted tiene y que no domina. ‘Todo ese vomito de las Hamadas ciencias del alma, de l6gica corta, de ley imperial, de expresiones temi- bles, endebles (que extraen una virulencia de esta debi- lidad y de esta anemia; contagio de su melancolia; autoridad de su languidez), de funciones que el sosie- {g0 alucina y que su profecia fabrica. capfruLom eS Al contrario, nuestras cabezss: sumidas en el espan- to de la lectura misma que reim sobre los ednones de esas ciencias, Usted. El. Yo. Sea quien sea ese férrago vehemente de las palabras en la boca que sesea, sesea, y que en lo sucesivo, de repente, ycada hora més, no por ello otorga, 250 es seguro, ningin estallido de voz 0 forma de rosto, sino que altera, e al margen todas las escalas y todas las leyendas- éesarrolla un libro desu- sado y de destituci6n, sin fin, yasfixiante, que prolife- ra tanto mas cuanto que desgast, agobia, aparta, some- te, siempre triunfa, siempre desarma y acoge bajo su ley, saquea y en el acto cae cowertido en polvo. ‘Todo entero: al través: segin los tropos precarios, 4de plano, ambiguos, donde le ssigné Ia duracién de la estancia, la lentitud del vagabindeo. Entonces «todo entero», ese rostro, ese Opaiaue: no vale que sea tal solamente por la tasa del «igravemente!» que le marca y entreabre. Donde esa letra, ese wardeter», ese sureo de ‘tierra vuelta al labrar, esas letns de su nombre, de sus suefios. Esa llaga de sus labios. En el centro del rostr. ‘Sin embargo, ineludibles soa los movimientos, que llevan semejantes preconstitucones, Movimientos de abalietas’

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