Sánchez y Meertens, Bandoleros Gamonales y Campesinos

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A Tih] El caso de la Violencia en PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVEMARA BIBLIOTECA GENERAL SELECTION Y ADQUISICION COMPRA f CANE i BONACION O | FEMA Zoo - MASS 13 PROCEDENGI PAGO FO Oreo YU TTARO POR: MOTE & © 1983, Gonzalo Sénchez.y Donny Mertens 106, Fl Ancora Editores ie 80 No. 10-23, Bogota (Colombia) ;puntodelectura.com sreso en el mes de noviembre de 2006 era reimpresién, febrero de 2008 Jos derechos reservados. o no puede ser reproducido por ningin medio, don en pare, sn ‘el permiso del editor. GONZALO SANCHEZ - DONNY MEERTENS Bandoleros, gamonales y campesinos ‘Fl bandolerismo como fenémeno masivo, tal y como se de estudia aqui, es | Jombia, fase de turbulencia politica y ruptura de la cohesi6n so cial conocida simplemente como la Violencia. _ Esta premisa pone en evidencia la naturaleza profunda- _ mente politica del bandolerismo colombiano y permite adver- _ tir tendencias claramente observables en muchas otras latitudes, pero también rasgos caracterfsticos que vale la pena enunciar, En efecto, aparte de las condiciones geogrificas y las circuns-_ tancias sociales que coadyuvan a la expansi6n del bandoleris- mo, una de las tendencias, universalmente aceptadas por los es- tudiosos del tema es ésta: de un lado, los momentos de auge del Seeeeessco y en particular de sus aparatos armados y judiciales; y a la inversa, los momentos de repliegue del ban- dolerismo tienen como contexto una creciente centralizacié: del poder estatal y una extensién tanto de su legitimidad mo de su presencia coercitiva y modernizadora en las mas motas dreas, con sus vias de comunicacién y la tecnificaci sus recursos punitivos. Dicho de otra manera, y lejos de toc de un era panic de posibilidades, todas presentes simulténeamente en caso colombiano: a lento de gentes vinculadas a las s del poder politico, hacen- datario y terrateniente, para conservar sus privilegios; otras se expresa como fuerza suborditiada de los poderes regionales y locales, en sus luchas internas y ensu lucha frente al poder cen- tral; A eventualmente, enaat entos tas proporciones, como es pretamente la que dejé el largo y sangriento periodo de la Violencia. Fl bandolerismo colombia- no es pues, ante todo, producto de este entramado de relacio- nes politicas. Pero a la vez el bandolerismo puede ser caracte- rizado como una de las miiltiples formas de reaccién popular contra la impotencia del Estado en la provisién de servicios ba- sicos a muchas regiones y estratos sociales. Desde este tiltimo punto de vista, el bandolerismo colombiano de mediados del siglo Xx se encuentra con las formas de rebelién actual, pues mo- tivaciones muy similares a las anotadas para el bandolerismo son las que se aducen hoy para explicar tanto la expansién de las guerrillas, particularmente en las zonas de colonizacién, como la irrupcién de multiples formas de delincuencia urbana orga- nizada en las tiltimas décadas. Con la distancia sobre la primera edicién de este libro, consideramos importante volver sobre algunos topicos esencia- les y establecer las conexiones primordiales con algunos cle- mentos de la dindmica politica posterior. Abordaremos, enton- ces, primero, el tema de la formaci6n, estructura y naturaleza de la banda, como forma de insercién al mundo de los marginales; segundo, el tema polémico y recurrente del movimiento pen- dular entre lo real y lo mitolégico.en el bandolerismo; tercero, el tema de las cambiantes relaciones y simbologias de género 10 ‘ entre los conflictos armados de los aiios sesenta y los de final de milenio; y finalmente, sefialaremos las continuidades y discon- tinuidades més salientes con las atin activas, y mds poderosas que nunca, guerrillas rurales; lo mismo que con las bandas urbanas que florecieron en zonas marginales de las grandes capitales a partir de los afios ochenta y persisten en los albores del siglo x1. La banda y sus multiples funciones La banda no es una simple asociacién para delinquir, como se la suele definir en los cddigos. Es un colectivo de heterogénea composici6n interna en el cual conviven protectores y venga- dores, altruistas y aprovechadores, jefes y stibditos, organizado- res y ejecutores, Es un lugar de confluencia de miltiples rela- ciones sociales y miltiples logicas de accidn, y es también un lugar de tensidn entre preferencias individuales y necesidades colectivas. Es como si todo el mundo exterior estuviera metido dentro de la banda. Los diferentes oficios desempefiados en ella, por ejemplo por Maria Bonita, la idealizada compafiera del rey de los bandoleros brasilefios, Lampiao, lo ilustran pa- téticamente: «Cosia, bordaba, cocinaba, cantaba, bailaba, que- daba encinta y paria», segiin la escueta descripcidn que de ella nos hace Maria Isaura Pereira de Queiroz. La vida de la banda reproduce, pues, la vida de la sociedad e incluso —se ha suge- rido— las jerarquias, relaciones de género y sistemas de auto- ridad exteriores. En tales condiciones, el ingreso a la banda significaria para el campesino una simple sustitucién de patron y de relaciones de dominacién. Podria decirse asimismo, y de manera paraddjica, que los bandoleros son seres trashuman- tes que nunca se han ido de su propia comunidad porque la lle- van consigo, y yendo mis lejos hasta cabria sugerir que la ban- da no es, contra todas las apariencias, una forma de escape de la sociedad existente sino de resignaciOn o, a lo sumo, de «adap- tacién ofensiva» (por oposicién a «pasiva») frente a ella. En de- 1 finitiva, los bandoleros se van para el «monte» con el fin de poderse quedar en la sociedad que se les esta desintegrando. Seitalemos, pues, algunos caminos de entrada al territo- rio de la banda. La banda no tiene funciones exclusivamente militares y puede ser caracterizada, primero, como una forma de vida 0 de sobrevivencia que garantiza ingresos estables, que reproduce valores, creencias, costumbres, indumentarias y co- digos culturales, y que practica incluso una religiosidad inge- nua que no dista mucho de la de sus contemporaneos y cote- rraneos. A fines del siglo xx era posible advertir también esa obstinada religiosidad en los grandes capos del narcotrafico y en el mundo de los sicarios y las bandas juveniles de Medellin. En suma, en torno a la banda, con su respectivo patronimico, sus rudimentarios pero draconianos sistemas normativos, su re- lativa estabilidad territorial, y sus nexos comunitarios, se estruc- tura una verdadera subcultura bandolera. El ingreso a la banda esta rodeado, como el ingreso al convento, al Ejército 0a la lo- gia, de rituales de iniciacién y de mecanismos de actualizacién de a pertenencia a ella, lo que también revela el margen de au- tonomia que tienen sus integrantes. Pero en todo caso, se en- tra a la banda para quedarse. E-1 mundo exterior esta Ileno de enemigos. Salir de ella es extrernadamente riesgoso: no sdlo por el sentimiento de desproteccién que produce el retiro, sino tam- bién porque éste podria ser interpretado como traicidn a los que quedan. En general se muere activo en la banda. En segundo lugar, la banda puede ser doblemente carac- terizada como una forma de marginalidad y de autoexclusion. El afan de los bandoleros por mantenerse separados y a distancia de la sociedad se pone de manifiesto, a menudo, en esa acari- ciada idea de declararse jefes civiles y militares de una determi- nada zona y de traducir su fuerza en visibles controles territoria- les. Asi lo hizo el bandolero colombiano «Desquite» a principios de 1963 en el norte del departamento del Tolima, y lo hizo tam- 12 > bién Lampiao, quien en un desplante memorable propone inclu- so a un gobernador repartirse la provincia entre los dos. Es, sin duda, una conducta explicable en términos de afirmacién frente al poder, pero que podria ocultar, de igual modo, una sen- sacién de impotencia frente a ese mismo poder. De hecho en estos casos el poder no busca ninguna solucidn negociada con ellos, o alguna forma de incorporacién a funciones estatales, de policia, soldado, agente secreto, o guardian de los intere- ses de los grandes propietarios, sino que lleva hasta sus tiltimas consecuencias la campafia de exterminio. Siguiendo el hilo de nuestro tema, ademas de los intentos autondmicos y de te- rritorializacion de sus esferas de influencia, otra expresion de automarginamiento 0 de autoexilio de las bandas es la que se configura a través de la prctica regular de control, saboteo y destruccién de las vias de comunicacion. Es, ciertamente, una forma de preservar la cultivada imagen de inaccesibilidad de sus regiones, pero desde el punto de vista que estamos subra- yando constituye ante todo, una forma de evasion y de defensa de las fronteras de su propio encierro. Y si lo anterior resulta- ra insuficiente, podrfamos agregar como otros tantos signos de ese deliberado aislamiento los siguientes: la implantacién en sus zonas de un sistema impositivo y de justicia por fuera de los marcos institucionales, y el acto mAs significativo de todos, el cambio de su nombre de pila, la desposesidn de su signo de identidad y su sustitucién por nombres de animales, lo que equivale, segtin acertada anotacién de Billy Jaynes Chandler, aun «rebautizo» simbolo de una nueva vida. Tampoco es ex- trafia al logro de este mismo objetivo la norma de conducta se- giin la cual los jefes bandoleros tienen pactos con los caciques regionales, pero también tienen pactos con el diablo... Por til- timo, esa marginalidad, esa no pertenencia de los bandoleros al resto de la sociedad, se hace brutalmente reconocible, cuan- do se les supone por parte de socidlogos y crimindélogos lom- brosianos, con medidas craneanas y faciales peculiares. 13 | Desde otro punto de vista, habria una tercera linea de aproximacién al fenémeno bandolero, sugerida por Maria Isau- ra Pereira de Queiroz cuando se refiere a la banda como una es- pecie de «asociacién fraterna» o «cofradia laica>'. Se trataria en este caso de ver la banda no sdlo como forma de retiro sino también como forma de sociabilidad, para utilizar la conceptua- lizacién puesta en boga por el historiador francés Maurice Aghulon. En efecto, de los diferentes relatos sobre la vida coti- diana se deduce que la banda opera como un espacio alterna- "tivo (abrumadoramente masculino) para el encuentro, la re- creacion, la musica, el baile, la trova, el trago, el manejo del «tiempo libre». La banda puede ser particularmente util en tareas como la de cultivar protectores y aliados; hacer nuevos amigos y romper el aislamiento para enfrentar las necesidades cotidianas mds apremiantes; alcanzar un reconocimiento del poder (asf sea un reconocimiento negativo), 0 construir uno propio. El bandolero sabe de la vulnerabilidad de su «oficio», pero prefiere el ejercicio de un poder transitorio a una vida ru- tinaria. Todo lo anterior sin omitir, por supuesto, una cuarta perspectiva, la mas obvia, la de la banda como una forma de ile- galidad. Porque no es exclusivo pero si de la esencia de la banda el estar asociada a un conjunto de practicas aceptadas 0 repu- tadas por la sociedad dominante como delictivas, tales como ase- sinatos, secuestros, asaltos, extorsiones, raptos, incendio de ca- sas, toma de poblados y todas las operaciones que rodean su ejecucion, desde el disefio logistico hasta el enfrentamiento ar- 'De hecho aqui retomamos in extenso, con las adaptaciones pertinentes, los planteamientos de Gonzalo Sanchez en el prélogo’a la edici6n castellana de _ Os cangaceiros, de Maria Isaura Pereira de Queiroz. Véase, Maria Isaura Pe- reira de Queiroz, Os cangaceiros. La epopeya bandolera del Nordeste de Brasil, El Ancora Editores, Bogoté, 1992. 14 mado. El mundo de la legalidad y el mundo de la justicia pare- cen ser incompatibles para los bandoleros. Y, como es de supo- ner, las practicas enunciadas van formando hébitos de los cua- les se hace cada vez mas imposible desprenderse, incluso cuando se quiere, porque el bandolero, de alguna manera, termina echan- do raices en las fronteras de la legalidad y la ilegalidad, de la vi- da y la muerte. Mas alla de la dicotomia realidad o mito E] segundo campo de reflexiones al cual nos remite el estudio del bandolerismo, no obstante la diversidad de acciones que bajo el término puedan quedar cobijadas, es el de las mitologias y simbologias politicas. En efecto, como habré podido apreciar el lector, en los relatos de este libro se combinan o superponen narracién histdrica y biografia mitica del bandolero, a tal pun- to que la oposicién entre las dos tiende a diluirse. La imagen del bandolero no es la misma en el relato del policfa que en el del campesino, en el testimonio del protagonista que en la apre- ciacion del hacendado, en la dptica del cronista contempora- neo que en la visién del intelectual que analiza a distancia, en la juguetona memoria del nifio que en la constatacién del adul- to, en el recuerdo aventurero del préfugo que en la domestica- da reconstrucci6n del prisionero. En el hilo expositivo del tex- to, ninguna de estas versiones reclama superioridad sobre las otras porque en ultimas no hay una historia real sino muchas historias reales, constelaciones de imagenes del mismo perso- naje o fendmeno que coexisten, se complementan o se contra- ponen. Mas atin —y ésta es la otra cara de la moneda—, a estas versiones se suman los miltiples rostros del mito. Porque en es- "te y en cualquiera otro estudio sobre el bandolero el mito re- mite por lo menos a dos variantes basicas. La primera es la del mito bajo la forma de la idealizaci6n, muy difundido desde 1s i luego dentro de las zonas campesinas donde operaron. Recor- demos el impacto regional de una figura como el «Capitan Venganza», de cuya existencia misma habia dudas, pero de cu- yas acciones todo el mundo hablaba, incluido desde luego el ejército que lo perseguia. Al bandolero se le atribufa una enor- me capacidad de regresar a una especie de estado natural, de convertirse en Arbol, en plétano, o en figura fantasmal, tal el caso de «Chispas» desplaz4ndose en un cuasi-inmaterial caba- llo blanco, visto pero no aprehensible. También se les atribuye una virtud magica que les permite sobrevivir, «reencarnarse>, y trascender a su propia muerte. A algunos de ellos se les «ma- ta» varias veces. Son mitos que se confunden en Colombia con leyendas del folclor regional, de origen indigena, como la de Ja Patasola (figura de un solo pie) que cuida la integridad de los bosques y devora a los depredadores de la naturaleza, o la del Mohan, en el Tolima, personaje que cuida los rios y ahoga a quienes sin su beneplicito se bafian en sus dominios. Los ban- doleros son, desde este punto de vista, guardianes de un en- torno topografico, que incluye a los campesinos. Los registros de lo real y lo imaginario, en este caso, se yuxtaponen y re- fuerzan reciprocamente. La idealizacion también tiene su ver- sién dentro de ciertas capas intelectuales (periodistas, literatos, cineastas) que quisieron ver en el bandolero un simbolo de li- bertad y de fuerza oculta de los oprimidos y desposeidos. El mito bandolero se estructuré asi no como un mito nostalgico, del retorno, sino como un mito compensatorio de la dura coti- dianidad de nuestros paises, dependientes y marginados, y de alguna manera como un mito transhistérico sobre el futuro de la sociedad latinoamericana, que puede desembocar en el mi- lenarismo o en el utopismo armado. Es lo que ha acontecido paradigmaticamente en el Brasil con Lampiao, a quien, despo- jado de su existencia histérica, se lo ha convertido en un «he- roi do Terceiro Mundo». Es también el poder de vigilancia so- bre la sociedad futura que el poeta Gonzalo Arango les atribuy6 16 a los bandoleros colombianos, cuando pronosticé que «Desqui- te» «resucitaria» si la sociedad colombiana no se transformaba. Simulténeamente —y ésta es la segunda variante—, se con- figura también lo que podriamos llamar una forma de sataniza- cién del bandolero, predominante en la ntelligentsia comunis- ta, que vefa en los bandoleros la personificacién del atraso y de la opresion, e invariablemente la mano oculta de los terratenien- tes. Estos contra-mitos, como el de «Sangrenegra», cuyo nom- bre lo dice todo, comparten, significativamente, los mismos 0 contiguos escenarios geograficos del . A las mu- jeres, se les veia exclusivamente en su condicién de madres, es decir, como actuales o potenciales procreadoras del rival odiado. La violaci6n era otra practica frecuente y expresaba no s6- lo el deseo de maxima dominacién masculina sobre el género opuesto, sino también, como en muchas otras guerras, la humi- 18 Ilaci6n y desprecio supremos hacia el enemigo y su colectivi- dad, mediante la vulneracién de lo que podriamos considerar el aspecto més constitutivo e intimo de su identidad: la sexua- lidad y la procreacion. La violacién también apuntaba a sembrar el terror y pro- curar el silencio, ese silencio que no es el de la solidaridad o la complacencia sino el de la simple autoproteccién. «Decfan que nos hacfan todo esto para que no habléramos de tanta vergiien- za y para mostrar de lo que eran capaces» comentaba una jo- ven mujer”. Estos motivos eran, con todo, secundarios frente a los que materializaban la funcién simbélica de dominacion del adversario. Por ello, cuando los grupos alzados en armas realizaban la violacién de mujeres fuera de ese contexto, impul- sados por apetitos sexuales o afan de exhibicién de poder, es de- cir, cuando lo aplicaban no a las mujeres del enemigo sino a las de su propia zona o comunidad de apoyo, firmaban su pro- pia sentencia de muerte. Esto fue lo que en efecto acontecid durante la ultima fase de la Violencia. El hecho de haber recu- rrido a esas practicas al final de su existencia en el monte, cons- tituy6 uno de los factores que erosionaron las simpatias de la poblacién campesina a personajes como «Desquite» 0 « —es decir, para las que vivieron los afios de 1945 a 1965—, es excepcionalmente dificil ver en perspectiva hist6rica esta conmoci6n social y po- litica. Si bien es cierto que fueron varios y valiosos los prime- ros intentos de registrar, documentar y analizar el fendmeno * Traduccién Felipe Escobar. 27 —piénsese en los dos voltimenes de German Guzman, Fals Borda y Umafia Luna, publicados en 1962—, también es in- negable que ellos fueron escritos cuando apenas comenzaba a menguar el calor de la batalla. Seria absurdo pretender que los colombianos permanecieran neutrales ante los eventos que se desarrollaron en aquellos aiios, o que no estuvieran atin invo- lucrados en los problemas que dieron origen a la Violencia, 0 en sus consecuencias. No deja de ser admirable, por lo tanto, que ya sea posible una investigacién capaz de colocar en pers- pectiva histérica los sucesos ocurridos entre 1945 y 1965, lo que no es frecuente en los paises donde los historiadores tra- tan de aproximarse a episodios cruciales del acontecer nacio- nal que han tenido lugar durante el tiempo de su propia vida. Los lectores no colombianos —y hay que esperar que es- te libro sea leido en varias latitudes— deberian, por supuesto, encontrar interés en los hechos registrados durante la Violen- cia. Esta etapa de profundas transformaciones en Colombia, muy poco conocida fuera de sus fronteras, configura un capitulo ex- traordinario en la historia del siglo Xx, una centuria que hasta la fecha ha presenciado mAs y mayores revoluciones sociales —cul- minadas, abortadas 0 apenas gestadas— que cualquier otra. El enfoque del presente trabajo, no obstante, abarca un terreno de estudio atin mas amplio, ya que sitta la investigacién de los ultimos afios de la Violencia en el marco de un fenémeno mas general que se ha presentado en muchas partes del mundo: el bandolerismo, no visto simplemente en raz6n de su naturaleza «criminal» sino en sus relaciones con la politica y la sociedad de una época determinada. Aunque las guerrillas abiertamen- te politicas al estilo de las agrupaciones liberales y comunistas del periodo «no pueden incluirse bajo la categoria analitica de “bandolerismo”», como sefialan los autores de manera inequi- voca, es también evidente que, después de la terminacién for- mal de la guerra civil y de la instauracién del Frente Nacional, 28 los integrantes de las cuadrillas que siguieron activas en mu- chas regiones del pais pueden y deben ser descritos en calidad de bandoleros. En efecto, resulta dificil discrepar de los auto- res cuando afirman que el bandolerismo colombiano, de 1958 a 1965, constituye el mas vasto y formidable acontecimiento de su género en la historia occidental del siglo xx. Ciertamente, las cuadrillas en armas de la tiltima fase de Ja Violencia estaban conformadas, en su abrumadora mayoria, por bandoleros. E's asimismo incuestionable que el bandoleris- mo fue una manifestacién social y politica, ya ello se debe el hecho de que proporcione un cuerpo tinico de materiales que ayudan a entender y a desenmarajiar las relaciones entre el ban- dolerismo como fenémeno de masas y la economia, la politica y la protesta social, es decir, las relaciones entre los bandoleros, los campesinos y los gamonales, por una parte, y entre todos ellos y el Estado, por la otra. La caracteristica mas significativa del

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