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Flores, Ramos Mexcaltitán o El Mito Manido. La Institucionalización de La Memoria Colectiva Como Constructo de Imaginarios Turísticos
Flores, Ramos Mexcaltitán o El Mito Manido. La Institucionalización de La Memoria Colectiva Como Constructo de Imaginarios Turísticos
| 2019, VOL. 6, N. 2
the critical reading of the projects. The intention is to create a
place for a cultural debate on interdisciplinary topics, with the
aim to investigate issues related to different fields of study rang-
ing from history, restoration, architectural and structural design,
technology, landscape and the city.
2019, VOL. 6, N. 2
The International Journal is composed by eight scientific sections:
«Conflictos turísticos: conceptos, casos, tendencias»
Roberto Goycoolea Prado, editor. Olimpia Niglio, scientific editor
Cities and territories to live
Structure and infrastructure
Editorial
Critical fundamentals of architectural restoration Roberto Goycoolea Prado
The architecture of reason: tradition, history and city More Tourism? Mass tourism? Mars tourism?
Utopic cities: theory and planning Caterina Anastasia
Toward a seismic architecture Coastal transformation processes of a tourism support town in the Caribbean
Contemporary declinations and local contexts Aidé Beatriz Vázquez Sosa, Oscar Frausto-Martínez,
Julia Elena Fraga Berdugo, Luis Manuel Mejía Ortíz
Materials, technology, innovation and environment
Las Palmas de Gran Canaria (España) y
el turismo de cruceros: Reseña de un conflicto
Ainhoa Amaro García
Restituzione dell’incanto
Venezia. heritage-turismo: riconciliare l’inconciliabile
Susanna Pisciella
isbn 978-88-255-2546-5
Aracne
euro 40,00
CALL FOR PAPERS
Paper Title
Text
The text consists of an introduction, paragraphs and conclusions.
Indexation EMA, Early Modern Architecture, UK Type style: book Antigua 9, single spaced.
EdA, Esempi di Architettura Kanto Gakuin University, Yokohama, Japan Preferred article length is between 20.000 and 40.000 characters (including spaces).
INTERNATIONAL JOURNAL OF ARCHITECTURE AND APUNTES, Instituto Carlos Arbeláez Camacho, Pontificia, However, both shorter and more comprehensive articles, as well as articles including appendices, are also welcome.
ENGINEERING Universidad Javeriana, Colombia
ANVUR– GEV 08 – SCIENTIFIC JOURNAL ACFA, Asociación Colombiana de Facultades de Arquitectura, Images and Tables
Class B (VQR) Colombia Format .jpg (300 dpi), color or black and white images.
MIUR E211002 – ISSN: 2384–9576 (attiva dal 2007) AU, Facultad de Arquitectura, Instituto Superior Politécnico, Caption style: book Antigua 8
MIUR E199789 – ISSN: 2035–7982 (attiva dal 2009) on line José Antonio Echeverría, La Habana, Cuba
REVISTARQUIS Universidad de Costa Rica, Costa Rica Examples:
ArKeopáticos / Textos sobre arqueología y patrimonio, Fig.1. Vue generale de la Habane Capitale de l’Isle de Cube Garneray, Hippolite-Jean-Baptiste (1787-1858) - 1779
Mexico City, Mexico [Digital Library of the Ibero-American Heritage, Spain]
International Scientific Partners NHAC, New Horizons for Architecture in Communities,
AGATHÓN International Journal of Architecture, Art and Oaxaca, Mexico Fig. 2. Havana. Castillo de la Real Fuerza in Weiss Joáquin E. 1972. La arquitectura colonial cubana. La Habana: Letras cubanas. p. 172
Design, Italy Gremium Revista de Restauración Arquitectónica, Mexico,
Cátedra UNESCO Forum Universidad y Patrimonio. City, Mexico
Universitat Politècnica de Valéncia, España RNUI, Red Nacional de Investigación Urbana, Puebla, Mexico Table 1.
CUREE. Consortium of Universities for Research in VITRUVIO International Journal of Architectural Technology Table style: book Antigua 8
Earthquake Engineering, CA, USA and Sustainability, UPV, Spain
Table Column Head
T a b l e
Head Table column subhead Subhead Subhead
EDITORIAL
Roberto Goycoolea Prado 5
RESTITUZIONE DELL’INCANTO
VENEZIA. HERITAGE-TURISMO: RICONCILIARE L’INCONCILIABILE
Susanna Pisciella 109
Con la colaboración cientifica del Máster Universitario de Proyectos Avanzados de Arquitectura y Ciudad de la Universidad de
Alcalá [MUPAAC] gracias al convenio firmado en Febrero de 2019 con EdA Esempi di Architettura, grupo de investigación y
publicación con una reconocida y prestigiosa reputación a nivel internacional.
fcarlose@gmail.com
ABSTRACT
Since the 1920’s there have been short attempts to establish tourism as an economic activity in Mexico. This
development, on the second half of the XX century, concurred with the passing of policies and instruments for
the conservation and protection of built heritage, along with the search and consolidation of a national identity
that would be confused with State nationalism.
Based on the Island of Mexcaltitán, the following work will reflect on this from a hermeneutic historicist point
of view. This shows, on one hand, that the two National Heritage awarded to it, as well as its mythic origin past,
are improbable attributes and only understood since the conception of an institutional voluntarism; and in the
other hand, given its morphological characteristics and picturesqueness, which along to an idyllic provincial
Mexico, becomes a profitable worldwide touristic product. These elements would convert them into an excellent
support of a collective memory’s façade built from a national, hegemonic, and nationalist imaginary and, for the
same reasons, a target for the State aesthetic discourse.
IMAGINARIOS Y MITOS
En la percepción de toda ciudad participan diversos elementos. Ya sea tratando de objetivarla, ya sea tratando
de descubrir la parte simbólica, al ser una construcción y un constructo social, en la propuesta de cualquiera de
ambas posturas, múltiples elementos mediarían, entre los cuales el mito emergerá ineludiblemente. Referente a
éste, Platón (1992), en el Libro VII, lo utiliza como alegoría para identificar la sensación de orfandad y de duelo de
quienes, en su sustitución, se desprenden de un conocimiento. Eco (1984) lo entiende como un acto de proyección
de las aspiraciones y los temores de un grupo -o de un individuo-, cuya finalidad, según Rama (1998), no siempre
es racionalizable, pero sí identificable. Citando a Lévi-Strauss, Delgado (2007) presenta al mito como una
herramienta indispensable para disminuir la ansiedad que provoca toda incertidumbre.
Su aparente desparpajo contiene una regla básica. Partiría de una realidad, de un evento concreto, para
potenciar una verdad como constructo de algún imaginario (Elizalde, 2005). Y aunque este último, por sí mismo,
no es un símbolo, sí es condición para simbolizar tal realidad -su realidad- que, gracias al mito, trasmutaría a una
verdad no científica sino social, por lo que mito e imaginario estarían vinculados estrechamente. Fuentes (2016)
asegura que lo segundo llega a ser tan fuerte que, incluso, termina nutriendo al mito; más aún, y particularmente
los lugares turísticos, entre los que se encuentran las ciudades, muchas veces acaban imitando el imaginario de
quienes así los han representado y reconocido.
Esa lineal sujeción, sin embargo, no está tan clara. El imaginario es una serie de códigos para interpretar y dar
legibilidad a una realidad, así que es modificable y respondería a una sociedad o una época determinada,
trabajando como intermediario entre la memoria colectiva y la sociedad que le da vida y sentido. Creencias,
imágenes, poemas, ideas, ideologías y, claro está, mitos, son -igualmente- constructores de esos imaginarios que,
por otro lado, cohesionan y dan identidad a la sociedad que los produce, los alienta o los enriquece.
58 CARLOS E. FLORES RODRÍGUEZ, RAYMUNDO RAMOS DELGADO
Por otro lado el mito, por definición, contiene y otorga una carga simbólica que va ligada a la lingüística y el
imaginario de quien lo interpreta o de quien lo construye (Silva, 2006). Con el mito, al mismo tiempo que se
proyectan los deseos y anhelos, las limitantes son, si no borradas, sí difuminadas, estableciendo una realidad que
permanece hasta el surgimiento de otra certeza contraria que no necesariamente objetaría para que prevalezca la
primera. Su aparición, entonces, -y por ese atributo- puede ser inversa al hecho que pretende definir. O sea, el
acto mismo recurre al valor del mito como medida auto-legitimadora, trasladándose así de causa a causante. De
esta forma, cualquier acto humano, por cotidiano que sea, el mito tendría la capacidad de otorgarle -y la
complicidad de otorgarse- calidad extrahumana y una presunción de realidad absoluta (Eliade, 2004); después de
todo, si bien el mito está a un paso del ensueño, ello no lo invalida como una realidad (Páramo, 1989).
Lefebvre (1972) lo define como un “discurso no institucional” cuya función sería sobresaltar elementos
contextuales. Esta precisión, empero, no infiere exclusividad. Contradictoriamente, su racionalidad cobraría
mayor sentido cuando es el Estado quien la avala revestido de conocimiento sistemático y racional ya que, como
lo establece Foucault (2007), toda normalización se posibilitaría si se está en presencia de las dos principales
fuerzas que existen: el poder jurídico, personificado en el Estado, y el poder racional, personificado por la ciencia.
Así que, en estricta razón, y bajo ese contexto, un imaginario patrocinado por el Estado es convertido en
imaginario hegemónico, y por ese hecho, se convertiría en ideología, en ideología de Estado.
Este atributo no es inmediato. Los imaginarios, especialmente los institucionalizados, requieren legitimarse, y
para ello echa mano de dos estrategias: la socialización o difusión, y la materialidad. Lo primero demanda un
ejercicio de persuasión de la memoria temprana, particularmente en los niños, por medio de libros e instrucciones
escolares. En lo segundo, documentos, mobiliario, monumentos, arquitectura, territorio, lugares o ciudades, se
convierten en referencias visibles de este imaginario dominante. En otras palabras, la memoria requiere una
experiencia espacial que funcione como soporte de lo imaginario. Por lo mismo, y en sentido inverso, habría
referencias visibles -centralidades simbólicas- capaces de concentrar la totalidad de un imaginario dominante
convirtiéndose así en símbolos (Cegarra, 2012; Hiernaux, 2002; Lindón, 2012).
de un imaginario colectivo llamado historia. Ya hay sitios dónde probar esa historia oficial y, por lo mismo, anclar
un conveniente pasado común, identitario e impoluto, donde el mito tendría un papel más protagónico en el
constructo de la memoria que en el de la historia positivista (Augé, 1998). Así, la intervención de lo público por
parte del Estado y sus instituciones buscaría afirmar la conmemoración y permanencia de valores legitimadores
nacionalistas. Cualquier nueva construcción de monumentalia, o declaratoria de sitios o espacios patrimoniales,
en última instancia, tendría el objeto de adelantarse, resemantizar o asegurarle una exclusividad al discurso
oficial, o una perpetuación de la memoria oficial o identidad con fines nacionalistas (Flores, 2015).
1 Desde el siglo XVII hay ya apuntes de esta Isla. Arregui (1980), Tello (1946), Villaseñor (1746), Mota (1870) y Menéndez (1980), son
algunos de los textos más importantes realizados en el periodo virreinal. Para el siglo XIX, los escritos de Roa (1981), López (1983) y Pérez
(1894) y, hasta finalizar el porfiriato, los de Barrios (1908), pueden ser un buen referente. En la posrevolución, además de trabajos de
Parkinson (1923) y Ruiz (s.f. [ca. 1972]), uno de los mejores acervos fotográficos testimoniales de mediados del siglo XX de la Isla es el
Archivo Casasola del INAH, (imagen 3) y los de la Universidad de San Diego, California. Más recientemente los trabajos de Monnet (1991;
1995), Jáuregui (2004) y León Portilla (2004), por mencionar algunos, hacen un profuso y profundo recuento de la discusión de Mexcaltitán
como origen de la mítica Aztlán-Tenochtitlán. Al respecto, y a partir del Códice Boturini y el Plano de Moctezuma o Mapa de Cortés o de
Núremberg, básicamente el mito se recrea en dos aspectos. Primero que la Isla es la mítica Aztlán, origen de las tribus nahuatlacas que
fundarían Tenochtitlán; segundo que sus características geográficas y lacustres evocan a esta ciudad mexica, otrora capital de Moctezuma.
1 2
Fig.1. Vista aérea de la Isla de Mexcaltitán de Uribe, 2011. Fuente: Archivo personal de German Rivera.
Fig.2. Vista sur de la Isla de Mexcaltitán de Uribe. 2018. Fuente: Archivo propio
No es fortuito, entonces, que las dos políticas de Estado que han utilizado al mito como producto turístico se
hayan territorializado ahí. Por un lado, en 1986, con la declaratoria como Zona de Monumentos Históricos (ZMH)
y, por otro, en 2001, con el título de Pueblo Mágico; ambas, igual de inverosímiles, ambas, igual de voluntaristas.
La categoría legal de ZMH tiene su origen en los secteurs sauvegardés que promovía la Ley Malraux de 1962 en
Francia (Díaz-Berrio, 2007). Se trataba de un instrumento legal operativo que permitía -y obligaba-, por medio de
mecanismos financieros, intervenciones físicas a distintos sectores urbanos, liderados por urbanistas y
conservadores, de una tecnocracia gubernamental anclada en los ministerios encargados de la cultura y las obras
públicas. Este “acierto” de la cultura francesa, como lo menciona el autor, el gobierno mexicano lo imitaría con el
nombre de ZMH, con la salvedad de que auspició la centralización en la esfera federal de las labores y
responsabilidades de preservación de tal patrimonio nacional.
A partir de este evento, Gálvez (2009) asegura que la conservación del patrimonio es tratada como una política
de Estado en México. Ello no es una eventualidad. Con el gobierno de Luis Echevarría, el modelo de regiones
homogéneas es sustituido por el modelo asentista como fundamento del desarrollo nacional, las ciudades serían
ahora las nuevas sedes de riqueza y del progreso del país (García, 2004). Bajo este modelo, entre otras leyes, se
promulga la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972; y
posteriormente, como producto de dicha Ley, la declaratoria de 43 ZMH distribuidas en el país. Si bien los tilda
de imprecisos y vagos, el mismo Gálvez (2009) señala que los criterios de inclusión de tales zonas estaban
dirigidos, invariablemente, a las ciudades y sus elementos urbanos y arquitectónicos con un evidente valor
histórico y riqueza formal y estilística, aunque en otros, sería la persistencia discursiva del mito originario el
mayor proveedor de tales criterios, como fue el caso de la Isla.
Fig.3. Casas rusticas en Mexcaltitán, panorámica. 1955. Fuente: Colección Archivo Casasola. Fototeca Nacional, INAH.
El antecedente intervencionista inmediato a este hecho sería el cambio de nombre de la localidad. En 1966,
Julián Gascón, gobernador de Nayarit, declara que desde esa fecha modificaría el nombre de la Isla, ahora sería
Mexcaltitán de Uribe, en homenaje a un compositor nativo, Manuel Uribe Ibarra (1881-1913). Dos décadas
después, el presidente de la República, Miguel de la Madrid, decretaría a la Isla como ZMH, título otorgado a
partir de un conjunto de consideraciones que redundan básicamente en la toponimia, la geografía y la morfología
del lugar; por lo que se precisa la conservación de este patrimonio cultural edificado debido a que, entre otros
considerandos, “[Mexcaltitán] es una población cuyo toponímico náhuatl significa ´La Casa de los Mexicanos´ y
partiendo de lo anterior la población en sí misma constituye un documento de enorme valor para la historia de
México. [Además] Que las características formales de la ciudad son de gran valor para la historia social, política y
artística en México” (VV. AA., 1986:3).
El documento de protección se apresura igualmente a mencionar que la Isla posee espacios y materiales de
valor arquitectónico. Refiere dos tipos de inmuebles con valor plástico: el equipamiento público, construido con
mampostería y tabiques, y la arquitectura doméstica, hecha con materiales de la marisma; además establece que
dichos inmuebles fueron elaborados con procedimientos constructivos artesanales, como muros de caña, mangle,
carrizo o bajareque, ocasionalmente enjarrados con lodo o cal, y techumbres de teja o palma (Gutiérrez, 1991)
(imagen 4 y 5). No obstante, si bien estos elementos fueron parte de la memoria constructiva y estética de una
región, desde la posrevolución la razón conveniente para esta declaratoria es que Mexcaltitán históricamente ha
sido un objeto relevante, extraordinario, auténtico y valioso para la comprensión de lo que es “lo mexicano” y lo
que es “la mexicanidad”; o sea, la idea de un imaginario de Estado en su búsqueda de nacionalismo vinculado
con el mito del origen2.
Fig.4 y 5. Arquitectura y calle típica de la Isla de Mexcaltitán de Uribe. 2018. Fuente: Archivo propio.
Lo anterior tiene mayor sentido para el caso mexicano. La creación jurídica del concepto de monumento
histórico no solo atiende a un asunto conservacionista del objeto, sino que también acciona la ideología de los
sujetos que lo comprenden dentro de un contexto preestablecido. Como lo precisa Lombardo (1997), para que la
“historia patria” fuera construida, hubo la necesidad de estudiar, conservar e interpretar los bienes que concretan
el patrimonio cultural –en este caso el edificado– de la nación. Por ello estos bienes, al ser declarados oficialmente
como testimonio fiel de dichos acontecimientos, permitirían al gobierno mexicano mantener su estatus de Estado
mediante la reproducción de los relatos que él mismo producía, por lo que las ZMH se convertirían en la
evidencia de un acontecimiento de índole nacional y nacionalista.
2 Localmente, los textos de Romero (1989), así como el de Arana y López (1995), son un buen referente bibliográfico sobre la exaltación de
que el mito del origen es Aztlán-Mexcaltitán. Incluso, el libro de texto de tercer grado de educación primaria, en la página 57, se hace
apología a este mito (ver imagen 6).
Fig.6. Nayarit, la tradición Aztlán. Fuente: SEP. 2017. La Entidad donde vivo. Nayarit.
Tercer grado, p. 57 (fragmento). México: SEP.
Por su parte el PPM, como se ha planteado, es la más reciente política institucional encaminada al turismo. Se
inspira en el modelo del turismo rural y es quizá un reducto del programa LEED3 y su enfoque epistémico sobre
nuevas ruralidades (Valverde, 2015; Rosas-Jaco y otros, 2017). Formulado en el 2000, fue puesto en marcha un año
después, al inicio de la administración federal de Vicente Fox, por la Secretaría de Turismo (SECTUR) con el
nombramiento de tan solo tres poblaciones: Huasca de Ocampo (Hidalgo), Real del Catorce (San Luís Potosí) y,
precisamente, la Isla de Mexcaltitán de Uribe en Nayarit.
De manera velada, en realidad, esta política trataba de construir, desde una narrativa colectiva e
institucionalizada, una vendible historia del país. Para ello, de acuerdo con sus principios, las poblaciones objeto
contendrían sibilinos atributos “simbólicos […] que siempre han estado en el imaginario colectivo de la nación”
(SECTUR, 2006, s.p.). El programa, en sí mismo, estaría dirigido para complacer “motivaciones y necesidades de
un viajero” hipotético cuyo tipo ideal se constituiría por tres características: es primordialmente extranjero; lo
intangible, si bien le es atrayente, prefiere territorializarlo con un patrimonio tangible relacionado, habitualmente,
con la arquitectura y la ciudad y; tal patrimonio debe ser acorde a su propio e idílico imaginario aprehendido
(Velázquez, 2013; Montaner y Muxí, 2013).
Como sea, en sus más de tres lustros de operación, el total de sus poblados integrantes ha sido, además de
variable, inestable. En los siguientes ocho años a su implementación, por ejemplo, el número se incrementó a 32
localidades, de tal forma que en 2011 se contaba con 48 pueblos mágicos adheridos. Para 2015 eran ya 111
localidades distribuidas en 26 estados. Sin embargo, en 2016 la cifra disminuyó a 83, es decir que, en un año, poco
más de un cuarto de los pueblos mágicos habían perdido dicha denominación entre los que resaltaría, de nuevo,
la Isla de Mexcaltitán de Uribe (Velarde y otros, 2009; Armenta, 2014; SECTUR, 2016).
El nombramiento de las poblaciones que inaugurarán el Programa se fundaría en dos peculiaridades, no
necesariamente excluyentes. O son producto de intereses de las redes de poder político, como fue el caso de
Huesca de Ocampo (Valverde, 2105), u obedecen a la conveniente satisfacción de imaginarios, sean de índole
mágico-religioso, como Real de Catorce (Barrera, 2015), o de índole nacionalista, como fue el nombramiento de la
Isla dado el 3 de septiembre del 2001. Particularmente Mexcaltitán, considerando que las reglas de operación e
incorporación se establecieron a posteriori4, su nombramiento obedece más a un voluntarismo central que, como
añadido, puede explicar el porqué para la administración local, tanto estatal como municipal, tal hecho pasara
desapercibido5, ponderándose seriamente una vez que perdió tal galardón ocho años después.
Estas tres primeras declaratorias de Pueblo Mágico, de la misma manera, se muestran como actos de
autoridad. La propia SECTUR, con cierta nostalgia, además de afirmar que originariamente el Programa tenía un
sesgo hacia asuntos sobre imagen urbana, corrobora el carácter centralista y voluntarista del mismo, al establecer
que los nombramientos tenían criterios meramente circunstanciales, entre los que debe destacarse el cuarto y
último que refiere que para su denominación bastaría la pura “voluntad6 de la sociedad y del gobierno”
(SECTUR, s.f.: 3).
3 Por sus siglas en inglés, el Local Economic and Employment Development, es un programa de la OCDE (Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos) cuyo objeto son temas sobre el desarrollo económico desde lo local.
4 Un año después aparece un primer documento tratando de, entre otras cosas, apoyar y evaluar los logros del Programa: el Convenio General
de Colaboración del 5 de junio de 2002 (DOF: 26/09/2014). Por otro lado, los nombramientos se oficializarían hasta el año 2005 (Valverde,
2015).
5 Ni en esa fecha, ni el resto del año, la prensa local registra nota o referencia alguna.
6 Centralismo y voluntarismo, como forma de hacer, ha continuado. En octubre de 2011, dos años después de su desincorporación, de nuevo
sin el conocimiento de los pobladores de la Isla, la Comisión de Turismo del Senado de la República, en voz de un senador oriundo de
Nayarit, solicita a la SECTUR la reincorporación de la Isla al Programa. Petición que permanece desdeñada al fundamentarse bajo los
mismos argumentos sibilinos y nacionalistas, y omitiendo el motivo original de la perdida de su denominación: el reiterado incumplimiento
de la Isla a las posteriores reglas de operación del Programa.
ALGUNAS REFLEXIONES
La centralidad simbólica de los espacios y territorios tiene que ver más con la voluntad y el discurso
ideológico de (y del) poder. Mientras ello no se modifique, sus soportes de materialidad tampoco, por lo que los
imaginarios trabajarían como cohesionador de pueblos y de sociedad, de ahí la importancia de éstos y de los
mitos. Los imaginarios son metarrelatos inacabados y en constante transformación. Su riqueza y
complementariedad trabajan generacionalmente y, solo por ello, no será fácil cambiarlos toda vez que se han
convertido en costumbre. Una realidad fáctica se convierte así en un imaginario y éste, cerrando el ciclo, en una
realidad social.
Mexcaltitán contiene todos los ingredientes de realidad social. Su centralidad simbólica generacional es capaz
de suplir la imposibilidad de detener o acceder a los hechos de otros tiempos. Por un lado, representa el
imaginario popular, el ethos barroco de la dicotomía en tensión personificada en la historia mítica del triunfo de lo
débil ante la adversidad: si un pastorcito oaxaqueño llegó a ser presidente de los mexicanos, de este pobre y
pequeño lugar de pescadores -Oh gracia tan grande-, surgió la gran Tenochtitlán, origen de la capital de México y
símbolo de la grandeza de un país. Por otro, encarna el mito de las dualidades del imaginario hegemónico, lo
originario es un símbolo constructor de nacionalismos de Estado: la cuna de la mexicanidad encontró su soporte
con una afortunada coincidencia, que su morfología y su pintoresquismo se habrían hecho inesperadamente
globales, y por ese hecho, se convirtió en un producto, al mismo tiempo, de rentabilidad turística.
En Mexcaltitán privaron los ataques de entusiasmo y el mito no superó la realidad. Por ello y por lo mismo, en
ambas declaratorias, pasivamente, ha sido impuesto un imaginario dominante. El turista anhela satisfacer y
comprobar su imaginario aprendido e idealizado que, como categoría, denomina su imaginación e imaginería. El
mito asimismo construye imaginarios, el imaginario construye los lugares turísticos: Mexcaltitán es ese adagio.
Mito e imaginario van de la mano, no es posible determinar dónde empieza uno y dónde termina el otro. Se
convierten dialécticamente en causa y causante. Como una pescadilla que se muerde su propia cola, la Isla mutó,
se fundió o confundió de imaginario social a ideología de Estado, y de ahí a imaginario turístico. Quien busque
origen encontrará destino.
No hay imaginarios sin el soporte físico, las prácticas espaciales -el habitus- son proveedoras de significados.
Así que no será lo mismo para un visitante que para un habitante, e incluso en ellos hay percepciones
diferenciadas. El locus existe, pero su interpretación es ontológica, es personal, y en él coexisten distintas e incluso
antagónicas formas de relacionarse y construir el espacio público. La verdad social es parte del mito, y en
Mexcaltitán habita un animismo capaz de hacer que se le reconozcan monumentos y conjuntos urbanos y
arquitectónicos inexistentes. Más todavía. Si la incorporación de Pueblo Mágico fue un asunto de voluntarismo
político centralista, su pérdida es una afrenta al orgullo local que se busca resarcir con el mismo pensamiento y
discurso mágico: después de todo, ahí nació el todo, y esa simple afirmación, al ser mito, suple lo inexistente,
suple la nada y el anhelado todo.
México se encuentra en un inicio de periodo político administrativo. Otro partido, otra ideología que desde su
imaginario promete otra transformación, la cuarta y definitoria. Este nuevo régimen recién ha declarado la
desaparición de recursos financieros para el PPM, lo que implica la posible cancelación de facto de los 121
reconocimientos vigentes. Una emergente coyuntura que seguramente buscará nuevos símbolos para
(re)construir, una vez más, un nacionalismo legitimador. Una renovada aparición de personajes, lugares e
historias hará otra vez su trabajo, y los imaginarios de Estado también. De nueva cuenta será importante
nombrar, poner nombres, así sea un sobrenombre o una referencia, porque eso hace cualquier poder,
diferenciarse, definiéndose desde la otredad; la lingüística del discurso declararía las novedosas aporías, aunque
en este ejercicio, paradójicamente, otra vez eche mano de iniciativas externas para apuntalar su peculiar y
naciente originalidad.
Este país históricamente ha aspirado más a nacionalismos que a ser Estado. El pasado mítico y sin mácula,
entonces, seguirá siendo su mejor refugio para este futuro y sus emergencias institucionales. Cáusticamente, bien
podría ser ésta una declaratoria de sostenibilidad al reciclar conceptos, ideas, símbolos y lugares. Así, aún sin la
única declaratoria vigente, la permanencia y persistencia de esta Isla de pescadores ha sido suficiente para
históricamente reconocerle un inacabable poder de soporte de imaginarios. Con el oxímoron de mito-científico
como herramienta totalizadora, y el Estado como aliado, el pasado continuará siendo el lugar común, y
Mexcaltitán (re)vindicará su invaluable materialidad (e inmaterialidad) y, quizá de una vez por todas, deje de ser
un mito manido para convertirse en símbolo de una original y originaria imaginería.
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