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PW Cerna =a Leyendas urbanas Historias que parecen increibles Nicolas Schuff Las leyendas urbanas son anécdotas asombrosas del mundo actual, que circulan como si fueran ciertas, aun- que sean falsas o dudosas, Van de un lado al otro, y nadie sabe quién las invent6. En este libro, encontraran siete relatos inspirados en otras tan- tas leyendas urbanas. i ll, | education (7 oe ag mS ew Coordinadora de Literatura: Karina Echewarfa ‘Autor de secciones especiales: Ignacio Miler Corrector: Mariano Sanz Coordinadora de Arte: Natalia Otranto Diagramacién: Laura Barios Schu Meas Leyendes urbanss: historias que parecen incebles/ Nclis Scuff; lustsdo or Rodigo Tebres.- aed. a reimp, Boulogne :Estads, 2018 ‘96 pil: 19x 14cm, (ules Serie marae; 16) ISBN 97e- 95001-20227 1. Leyendas | Tabare, Roig ls. I. Tito, op 38627 & CoLECCION AzuLEJ0S - SERIE NARANIA B © Edita Estrada S.A, 2006, Ectvial Estrada S.A forma parte del Grupo Macmillan. ‘Ada. Blanco Encalada 104, San lide, province de Suenos Aes, Argentina Inceme: ww editorletrada com ar Queda hecho ef depfsito que marca la ley 1.723, Impreso en Argentina / Printed in Argentina ISBN 97895001-2022-7 El autor y la obra El autor. a Qué son las leyendas urbanas? . Historias que van de un lado a otro La obra La planta brasilera La estacién fantasma ... Los cocodrilos albinos Las monedas de oro Nose permite la reproduc parcial o totale almacenamiento el lquie, la transis o a twansformacin de este libro, en cualquier forma o por cualquier medi, sen elecréniea 0 mecinieo, ‘mediante fotocopis,dgtalizacin y otras métodos, sn el permis previo y escrito del eitr. So infaciin est penada por las eyes 1.723 y 25.446, La aparecida La mascota falsificada EI misterio del hombre rana Actividades . Actividades para comprender la lectura Actividades de produccién de escritura Actividades de relacién con otras disciplinas 89 30 92 94 Realy y la obra Nicotss SoiurF nacié en 1973. Hoy vive en Olivos, provincia de Buenos Aires. Siempre le gustaron los juegos, la mésica y las palabras. También le encan- ta ral cine y encontrarse con amigos, pa- ra conversar, Tuvo distintos trabajos y, a través de ellos, conocié a muchas personas. Escribié articulos para algunas revistas. Ama caminar por | la ciudad de noche y es amigo de un gato llamado Raul. Suefia con recorrer el mundo, mitad en barco, mitad en motocicleta. Escribié varios libros para chicos. En esta misma coleccién, pu- blicé Historias de fa Guerra de Troya, Historias de fa Biblia, Aven- tureros y enamorados, Monstruos argentinos, Los animales origi- nales y las versiones de dos famosas novelas de Mark Twain: Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn. En la Coleccién Rincén de lectura, de Cantaro, publicé E/ pdjaro que sabia la verdad, versién de un cuento popular italiano. a éQué son las leyendas urbanas? Seguramente, alguna vez un amigo les conté una historia sor- prendente y misteriosa que le habia sucedido a un conocido, o al conocido de un conocido. Quizds ustedes, inclusive, le contaron lue- go esa historia a otro amigo que, a su vez, se la transmitié a otro. Y hasta es posible que, tiempo después, hayan vuelto a escuchar la misma historia, con alguna pequeiia variante, pero como si le hubiese ocurrido a una persona distinta de la que ustedes crefan. De esta forma se difunden las leyendas urbanas, esas anécdo- tas asombrosas de la vida actual, que circulan por todos lados y son contadas como si fueran ciertas, aunque sean falsas 0 dudosas. Pueden referirse a algtin suceso extrafio que le pas6 a alguien al ir por alguna calle o al utilizar algdn artefacto. También pueden consistir en un rumor inquietante acerca de lo que contiene de- terminado alimento, o tratar sobre la existencia de seres salvajes © sobrenaturales en ciertos lugares de la ciudad. Lo cierto es que en toda leyenda urbana se mencionan situaciones y elementos que son cotidianos para nosotros, y eso contribuye a que lo que se nos cuenta parezca real y posible, 8 Nicos Schutt | Historias que van de un lado al otro Si las leyendas urbanas no son ciertas, ¢de dénde salen? 2Quién las inventa? Nadie lo sabe exactamente, porque el modo en el que se divulgan hace de ellas una creacién colectiva y anénima. Por eso, puede decirse que las leyendas urbanas son una forma de literatura oral, como los relatos de los mitos y leyendas popula- res de otras épocas y otras culturas. Al igual que estos, las leyendas urbanas abren las puertas de la imaginacién y de la fantasia, a la vez que encierran un mensaje y una ensefianza. En un nivel més profundo, expresan, ademés, nuestros temores y nuestros deseos. Por mas actuales y crefbles que nos parezcan, las leyendas urba- nas, en realidad, son muchas veces historias muy antiguas, solo que adaptadas a los tiempos que corren. A su vez, la gran expansién al- canzada por los medios de comunicacién, como los diarios, la tele- visién y la Internet, contribuye a que estas historias se difundan de un modo mucho ms veloz que los relatos orales de otras épocas. En este libro aparecen algunas leyendas urbanas. iOjalé les gusten! Leyendes urbenes 19 La planta brasilera De las plantas siempre escuchamos decir co- sas buenas: que gracias a ellas hay oxigeno en la Tierra, que son un importante alimento para mu- chos organismos, que de ellas se extraen sustan- clas curativas... Es dificil pensar que una planta pueda ser peligrosa como un tigre 0 un oso, por ejemplo. Las plantas que vernos todos los dias en las plazas, en los jardines y en las macetas de Nuestras casas no se mueven ni hacen ruido; pero eso no significa que no haya algunas que se com- portan de modo inesperado. Esta historia relata lo que le ocurrié a una fa- milia con una extraiia planta que le regalaron. Como en otras leyendas urbanas que hablan de plantas y animales exdticos, esta tal vez encierre una ensefianza: que la naturaleza, lejos de haber sido dominada por la humanidad, ain puede dar- 1nos algunas increfbles sorpresas. Por eso, convie- ne que seamos muy respetuosos con ella, 12 | Nicolés Shut La planta brasilera El sefior y la sefiora Instia tenfan dos hijos, Juan y San- tiago, y vivian en una casa con jardin. El jardin era grande y colorido, con algunos Arboles frutales y flores de distintas especies. A la sefiora Insta le gustaban mucho las plantas. Les dedicaba tiempo y atencién. Las podaba, las regaba, les removia la tierra, les quitaba los bichos. Y muchas veces les hablaba de cerca en voz baja y dulce, diciéndoles quién sabe qué. —iMamé! —la llamaba por la ventana alguno de sus hi- jos—. Otra vez hablando con las plantas? iNecesito que me planches el guardapolvo! —Las plantas necesitan carifio, como cualquier ser vivo —explicaba la sefiora Insta. La sefiora Insia tenia una hermana, llamada Vilma. A di- ferencia de su hermana, Vilma no sabfa nada de plantas ni de flores. Vivia sola, con un gato gordo y blanco, en un de- partamentito céntrico. Le gustaba ir al teatro con amigas y Leyendas urbanas | 13, pasar los veranos en el Brasil. Cada vez que regresaba, ibaa visitar a su hermana, a su cuftado y a sus sobrinos. Juan y Santiago esperaban ansiosos esas visitas, porque la tia Vil- ma trafa siempre un regalo de sus vacaciones. Y junto con el regalo, también venian los infaltables y exquisitos bom- bones brasileros: una caja de cartén amarillo que duraba lo mismo que un parpadeo. En general, hay dos formas de hacer regalos: regalar lo que al otro le gusta, o regalar lo que a uno le gusta, esperan- do que también le guste al otro. Por ejemplo: uno le puede regalar a un amigo un juguete que él quiere tener, aunque a uno ese juguete no le guste especialmente. 0 bien, le puede regalar a su amigo un juguete que a uno le gusta mucho, aunque no sepa si al amigo le gustard 0 no. Ala tia Vilma le agradaba complacer a su hermana. Aun- que la boténica le interesaba tres pepinos, un verano en- contré en el Brasil una planta rara que le parecié linda, y enseguida la compré. Cuando regresé a la Argentina, fue a visitar a sus parientes con la planta envuelta para regalo y la habitual caja de bombones. Mientras el sefior Insiia preparaba café y los chicos se abalanzaban sobre los dulces, la sefiora Instia desenvol- vié el regalo de su hermana. Mas que una planta, era una 14 Nicolés Schuff especie de tronco alto y fino, de madera clara, con pequefit- simos poros y algunas hojas verdes aqui y alla. : —Muchas gracias, hermana —dijo la sefiora Insta—. ¢Sa- bés cémo se llama esta especie? Nunca la habia visto. —Ni idea —contesté Vilma—. La encontré en un vivero chiquito que iba a cerrar y liquidaba todo. Estaba medio perdida en el fondo del local. Es original, éno? ; - —iMuy original! Me parece que puede quedar bien acd, en el living —dijo la sefiora Insta, mientras recorria el am- biente con la vista. ; En eso, llegé el sefior Insta con el café. Vilma conté anéc- dotas de sus vacaciones y mostré las fotos que habia saca- do, que a los chicos no les dejaron tocar porque tenian las manos sucias de chocolate. Cuando Vilma se fue, la sefiora Insta corrié un mueble, trasladé una lampara de un rincén a otro y le hizo lugar a la planta brasilera. Durante la cena, Juan, el menor de los chicos, observaba la planta con atencién. Eso hacfa que parte del puré que su mamé habfa preparado fuera a parar a los pantalones de Juan antes de que Ilegara a su boca. —Ahora entiendo por qué mamé les habla a las plantas ~dijo Juan de pronto—. iEsa planta esté viva! Leyendas urbenes | 15, —Claro que esté viva, Juan —observé el sefior Instia—. To- das las plantas estén vivas. —Pero esa respira —siguid Juan. —Todas las plantas respiran, bobo —explicé Santiago, que era dos afios més grande y se habia sacado un nueve en Ciencias Naturales—. Nunca ofste hablar de la fotosintesis? Santiago estaba orgulloso de conocer una palabra tan complicada. —tFotoqué? —dijo Juan. —iJuan tiene razén! —exclamé de pronto el sefior Instia, al tiempo que se levantaba de la mesa para mirar mas de cerca la planta. —iQué curioso!, no? —dijo la sefiora Insta. —Para mi —empezé a decir Santiago—, es este tema de la fotosintesis, porque las plantas a la noche... —iCortala con la fotosintesis, hacé el favor, y empezé a levantar la mesa! —pidié el sefior Instia. La sefiora Instia volvié con un libro gordo, de tapas duras, lleno de fotos. Habfa plantas de todos los tamaiios y colores, pero ninguna se parecia a aquella. Estuvieron un rato miran- do especies exdticas de nombres raros o ridiculos, plantas de la China y de Islandia, plantas de tallos color mbar y turque- sa, plantas carnivoras de hojas negras y dentadas. 16 | Nicolés Schutt Después, comieron helado, vieron una pelicula en la tele y se fueron a dormir. A mitad de la noche, Juan se despert6 un poco asusta- do. Habfa estado sofiando con su tia Vilma: en el suefio, ella trafa bombones; él y su hermano se abalanzaban sobre ellos y los desenvolvian, pero cuando los iban a comer se transformaban en cucarachas. No bien abrié los ojos y se dio cuenta de que era un suefio, se tranquiliz6. Luego, se levanté a hacer pis. Antes de volver a la cama, se acordé de la planta y fue a mirarla, La luz de la luna entraba por la ventana del living y las sombras de las cosas se tocaban. Los muebles daban la curiosa impresién de parecer mas quietos que de dia. Juan se acercé a la planta. Segufa respirando. Pero ahora, ademas, en el silencio de la noche, se podia escuchar, muy bajito, un rumor. Juan no estaba seguro de si era el sonido que hacia la planta al respirar, o de si se trataba de algo que venta de adentro del tronco... Al final se aburrid, se fue a la cama y volvié a dormirse. Ala mafana siguiente, durante el desayuno, Juan volvié a estudiar de cerca a la planta. El sefior Instia, que estaba le- yendo el diario, levanté la vista, mird a su hijo y le pregunté: —£Y, Juancito? éSigue respirando? Leyendas urbanas | 17 Si —dijo Juan. —iQué suerte! bromeé su padre—. Si un dia ves que yo no respiro més, por favor, avisale a tu madre. —iNo hagas esas bromas! —se enojé la sefiora Instia. Pero Juan no les presté atencién, porque notaba algo nuevo: para él, la planta estaba un poco més gorda que la noche anterior. Ala salida del colegio, tuvo una idea. Se desvié unas cua- dras del trayecto que hacfa todos los das y fue hasta el vivero del barrio. Era un enorme galpén con techo de chapa. Habia flores de colores y plantas por todas partes. Entre los mace- tones se abrian dos angostos pasillos que conducfan al fondo del galpén. Alli estaba el duefio del vivero, sentado detras del mostrador. Era un hombre mayor, alto y delgado, con anteo- jos redondbs y cara de bueno. Su nombre era Alfredo. —Buenos dias —saludé Juan. —Buenos dias, caballero —respondié Alfredo—. ¢En qué puedo servirle? Juan le conté sobre su tia Vilma y la misteriosa planta que respiraba en el living de su casa. Cuando Juan terminé de hablar, Alfredo parecia estar mucho més serio que antes. Fue hasta una estanteria y to- mé un librito de tapas negras, muy viejo. Lo abrié y empezé 18 | Nicolés Schutt a revisar atentamente sus paginas. En cuanto encontré lo que buscaba, leyé en silencio, y luego le pregunté a Juan: —Por casualidad, desa planta parece un tronco y tiene pequefios agujeritos? —Exacto —dijo Juan. Alfredo se paré de un salto, salié de detras del mostrador y dijo: —iDénde queda tu casa? —A seis cuadras de acd. —¢tHay alguien en tu casa ahora? —No sé, sefior. {Qué pasa? —Juan se estaba asustando. —iCorramos, muchacho! —grité Alfredo, y se langé a la calle a toda velocidad sin esperar a Juan. —idQué pasa, qué pasa?! —gritaba Juan, mientras corria tras él. —Vamos, vamos —respondié Alfredo—. iNo hay tiempo que perder! Llegaron a la casa. Juan, con la lengua afuera, abrié la puerta, y él y Alfredo corrieron hasta el living. Sus padres, sentados en un sillén, miraban television. Su hermano San- tiago jugaba con unas figuritas. La planta brasilera seguia en el mismo lugar y continuaba respirando, solo que ahora estaba mas hinchada que antes. Leyendas urbenas | 19 —Gracias al cielo —murmuré Alfredo. Y antes de que los padres de Juan pudieran abrir la boca, Alfredo se abalanzé sobre la planta y se la llevo corriendo hasta el jardin. Apenas la apoyé en el césped, el tronco comenzé a inflarse mas y més, hasta alcanzar el grosor de un Arbol. Y, de golpe, exploté. Del interior del tronco surgieron arafias, cientos de arafias negras, que se desparramaron por la maceta y el césped a toda velocidad, y se ocultaron entre plantas, raices y huecos en la tierra. En la casa, la sefiora Insta gritaba subida a una silla y el sefior Insta estaba a punto de llamar a la policia. Alfredo entré y los tranquiliz6. Les explicé que, aunque esas araiias eran venenosas, solo sobrevivian en climas muy calurosos. —=No se preocupen —dijo—. En una hora ya estaran muer- tas; no hay nada que temer, Y les conté que aquella era una planta muy extraiia; ha- bia poquisimas en el mundo. —La Ultima vez que se supo de una fue hace ocho afios, en Roma —contd—. Exploté en el hall de un hotel, un dia en que habia un desfile de modelos. Las arafias picaron a dos chicas y a un fotégrafo. —iQué horrible! —dijo la sefiora Instia. 20 | Nicolés Schuft ll —————————— —Si. Tienen suerte de tener un hijo tan observador. Los felicito —dijo Alfredo. Y Juan, sonriendo, le grité a su hermano, que miraba ho- rrorizado desde la ventana de su habitacién: —Santiago, dcémo era lo de la fotosintesis? La estacion fantasma 22| Nicolés Schuff Los ttineles son lugares fascinantes. La oscu- ridad que los inunda los convierte en un dmbito propicio para imaginar que alli existe todo tipo de misterios y cosas temibles. En varias ciudades del mundo, hay trenes subterréneos que recorren diariamente muchos kilémetros a través de lar- 0s tiineles que forman una compleja red debajo del suelo. Elrelato que van a leer podria haber sucedido en cualquiera de esas ciudades. Sin embargo, si viajan en el subte en Buenos Aires, podran ver, en medio de la penumbra, una estacién abandona- da, como la que se le aparecié a la protagonista de esta historia. Se encuentra en algdin punto del trayecto de la linea que va de Primera Junta a Plaza de Mayo. Eso sf, ojala no se encuentren con lo que ella vio. 24 | Nicolés Schult La estacién fantasma Ahora puedo contarlo porque pasaron muchos ajios. Pe- ro, en ese entonces, tuve miedo de estar loca. O de que todos me creyeran loca, que es parecido. Sin embargo, ya pasaron muchos afios. Hoy lo recuerdo como un suefio, co- mo una extraiia pesadilla. Yo atin era joven. Estudiaba de noche y trabajaba en un banco, en el centro de la ciudad. Pasaba alli casi todo el dia, frente a una computadora. Al mediodfa tenfa una hora libre para comer. Iba siempre al mismo lugar: un barcito ruidoso, lleno de oficinistas, donde, segiin el dia, servian milanesas, ravioles 0 arroz con pollo. Aquel dia se cumplian dos aiios de mi trabajo en el ban- co. Nadie se acordaba, salvo yo, que, en realidad, queria olvidarlo. Ese trabajo me aburrfa. Para colmo, la mafiana habfa empezado mal. Mientras elaboraba unas complicadas planillas en la computadora, la maquina hizo de golpe un tuidito y se apagé. Yo, con las manos todavia sobre el tecla- do, vi mi propia cara reflejada en la pantalla. Me vi palida, Leyendas urbanas | 25 aburrida, preocupada. Me vinieron ganas de llorar. Fui has- ta el bafio y me quedé un rato alli, junto a una ventanita. Llovia, y el agua, ligera y gris, mas que mojar los vidrios, parecia arafiarlos. Cuando regresé al escritorio, vi que la computadora ha- bia vuelto a funcionar, pero todo mi trabajo se habfa perdi- do. Quise explicarle a mi jefe lo ocurrido, y él me respondié: —Si no fueras una buena empleada, pensaria que me es- tds mintiendo... —Usted puede pensar lo que quiera, sefior —dije, remar- cando el “sefior” para que él supiera que yo lo consideraba cualquier cosa, menos alguien respetable. Sali del banco cuando ya casi era de noche. Ain Ilovizna- ba. Los autos circulaban con los faros encendidos. Las luces de los carteles —rojas, verdes, azules— se reflejaban sobre las calles mojadas. Me levanté las solapas del piloto y cami- né tres cuadras hasta la boca del subterrdneo. EI andén estaba lleno de gente. Algunos lefan el diario, otros miraban los televisores encendidos que colgaban del techo. No bien Ilegé el tren, la gente se abalanzé6 para entrar y conseguir un asiento. Yo quedé de pie, apretujada entre una sefiora que olfa a cremas y un hombre que intentaba hablar por un teléfono celular. 26 | Nicolés Schuff Me dolia la cabeza; queria llegar a casa lo antes posible y acostarme, ya que ese dfa no tenfa clase. Miraba fijo por la ventanilla para no marearme: podia ver las paredes negras del ttinel, con todos esos cables y esos tubos. Pasaron una, dos, tres estaciones... Cada vez subfa mas gente. Yo bajaba en la quinta estaci6n. Sin embargo, entre la cuarta y la qui ta, aparecié de pronto una estacién nueva, desconocida. Yo hacfa ese viaje todos los dias, pero jamés habia visto aquella parada. Aunque el subte siguié corriendo a toda velocidad, sin detenerse, vi todo como en cémara lenta. La misteriosa estaci6n estaba sin terminar. Era muy vieja ©, tal vez, muy nueva. En sus paredes sucias habia dibujos oscuros. Eran figuras grandes, extrafias, como de animales © insectos gigantes. Un tubo fluorescente colgaba medio suelto del techo y emitia una luz pobre, parpadeante. En el suelo habfa basura, y hasta me parecié ver ratas entre los desperdicios. En medio del andén pude distinguir a dos hombres, sentados en un banco de cemento. Parecian obre- ros. Tenfan cascos y trajes de trabajo. Pero cuando el subte pas6 frente a ellos, les vi las caras... 0 lo que quedaba de ellas. Los hombres tenfan el rostro consumido; la piel sobre los huesos era amarilla, cenicienta, y sus ojos..., Sus ojos, muy hundidos, eran blancos. Aquellos hombres estaban Leyendas urbanas | 27 muertos y sus miradas vacias se clavaron durante unos se- gundos en mi. Me parecié que sonrefan... En ese momento senti verdadero terror. Fue como si tu- viera dentro del cuerpo un animal vivo, de muchas patas, que me subia desde la panza a la garganta. Después escu- ché un zumbido penetrante dentro de la cabeza, vi todo negro y me desmayé. Cuando desperté, estaba recostada en un banco, en la ultima estacién. Un hombre me apoyaba un pafiuelo htimedo sobre la frente. —Hola —me dijo, sonriendo. —tDénde estoy? —pregunté asustada—. {Qué me pasé? —Creo que te bajé la presién —me explicé el hombre—. No te caiste al suelo porque el subte estaba lleno. —Gracias —dije, mientras le devolvia el paftuelo y trataba de incorporarme. —éTe sentis mejor? —Si... No sé... Tuve un dia largo —me excusé. No queria ex- Plicarle todo. Ademés, no estaba segura de lo que habia visto. Me arreglé un poco la ropa e intenté pararme. De pronto, recordé la macabra estacién y las piernas se me aflojaron. El hombre me ayudé a sostenerme. —tNo querés que te acompafie? —pregunté—. Me parece que estés por enfermarte... 28 | Nicolés Schuft Lo miré. Tenia mi edad, més o menos. Algo en él me transmitié confianza. Le dije: —Por lo menos salgamos de acd. Necesito respirar aire fresco. Afuera, la lluvia continuaba. Respiré profundo yelaire de la noche me reanimé. —Me llamo Carlos —dijo él, Yo me presenté, y caminamos un rato en silencio. Carlos pregunté: —tNo querés tomar un café? Te va a hacer bien. Yo le dije que sf. Todavia no queria quedarme sola y vol- ver a casa. Entramos en un bar pequefio y célido, y nos sentamos a una mesa junto a la ventana. Las paredes del bar estaban adornadas con cuadritos. Eran fotos en blanco y negro de puentes de todo el mundo. —tSabés..? —me dijo Carlos-. Antes de desmayarte abriste muy grandes los ojos. Pusiste una cara de susto tre- menda... Yo mismo me asusté! Comprendi entonces que, en el vagén, Carlos me habia es- tado observando, Sonref, pero no dije nada Realmente, Carlos era lindo, Me gustaron sus manos y su sonrisa. Tenfa una nariz grande y un poco colorada, que le daba un aspecto cémico. 30 | Nicolés Schutt Después de tomar el café me senti mejor. En la calle es- taba dejando de llover. —Me parece que voy a ir yendo para casa —dije. Cuando nos despedimos, Carlos me pidié mi ntimero de teléfono. Se lo di. Y, antes de irme, le pregunté: —Carlos, évos creés en fantasmas? EI se quedé en silencio un instante. —Me parece que no —respondié. Y después agregé—: éPor qué? ¢Sos un fantasma? Yo me ref. Le dije: —iYa sé que estoy palida y doy miedo! —A mi —solté Carlos, sin vueltas— lo tinico que me da miedo es no volver a verte... La verdad es que nunca me habian dicho una cosa asi. Sent que la sangre se me subja a las mejillas y, en un se- gundo, me puse toda colorada. —iVes? —dijo él—. iYa no estas palida! Nos despedimos. Aldfa siguiente, en el trabajo, repasé lo ocurrido y empecé a sentir miedo. ZY si la estacién no existia? LY si todo habia sido producto de mi imaginacién? Y si la estacién existia, pe- To solo yo podia verla? ZY si me estaba volviendo loca? iJusto ahora que haba conocido a un hombre que me gustaba...! Leyendas urbanas | 31 Alas seis salf del trabajo y caminé hasta el subte. Para mi sorpresa, Carlos me esperaba alli, en la entrada. Tenfa una flor en la mano. Era una flor rara, de color anaranjado. —Mi abuela decfa que ahuyenta a los fantasmas —dijo Carlos, acomodandome la flor en un ojal del abrigo—. éTe molesta que viaje con vos? —Para nada —Ie contesté. Bajamos juntos al andén. Enseguida, empecé a temer que aquella estacién volviera a aparecer y que otra vez me desmayara... Pasé una estacidén, luego otra, y otra. Cuando dejamos atrds la cuarta, me puse muy tensa. Sin darme cuenta, le tomé la mano a Carlos. El apreté mi mano en la suya. Fue muy lindo. Adin recuerdo la sensaci6n. Era como si mi mano fuera un pajarito dentro de la suya. EI subte iba ya a gran velocidad y las vias chirriaban en las curvas. Nos estébamos acercando. Pero, justo en ese mo- mento, las luces del vagén titilaron. Las bombitas, de golpe, se apagaron todas al mismo tiempo. Durante unos segun- dos, todo quedé a oscuras. Yo temblé. Cerré los ojos. Escu- ché la voz de Carlos, que me decfa al ofdo: —Tranquila, es un apagén, només. Y luego, cuando volvié la luz al vagén, vi que ya estdba- 32| Nicolés Schutt mos llegando a la siguiente estacién. E| subte aminoraba la velocidad. Yo no habia visto nada, pero sudaba. Desde ese dfa, nunca mas quise tomar el subte. Preferi olvidarme, o tratar de olvidarme. Ni siquiera a Carlos le con- té lo que habfa pasado. Y eso que empezamos a salir y nos pusimos de novios. Pero lo cierto es que no me olvidé y, por eso, ahora lo cuento. As/ que, si alguna vez pasan por ahi y ven lo mismo que yo vi, por lo menos saben que no son los tnicos. Y eso, aunque no lo crean, a veces es un gran consuelo. Leyendas urbanas | 33, Los cocodrilos albinos Entre las muchas leyendas urbanas que cir culan, la de los cocodrilos albinos es una de las mAs conocidas y, también, una de las mas anti- guas. En su versién mds difundida se afirma que, en las cloacas de la ciudad de Nueva York, viven cocodrilos y que estos, por la constante falta de luz, se valvieron ciegos y albinos, es decir, de piel blanca. Claro que, como toda leyenda urbana, es- ta admite muchas variantes, y lo que sucede en Nueva York también puede suceder en cualquier otra gran ciudad. 36 | Nicolés Schuff Los cocodrilos albinos EI sefior Envigado vivia en un edificio de ladrillos a la vista, cuya puerta principal daba a una amplia calle con Arboles. Todas las mafianas, muy temprano, el sefior Envigado se calzaba una gorra azul sobre la cabeza calva y caminaba siete cuadras hasta un mercadito chino, donde compraba pan negro y naranjas. EI sefior Envigado habfa aprendido a decir “buenos dias” y “muchas gracias” en chino. Y, desde entonces, siempre decia ambas frases en ese idioma, aunque no estuviera en el mercado, sino en cualquier otra parte. El sefior Envigado se divertia con esas cosas. Ya no esperaba grandes aventuras, como en otro tiempo. Ahora disfrutaba de comprar pan, sa- ludar en chino, tomar el desayuno o escuchar 6pera. Aquella mariana, sin embargo, lo sorprendié un hecho inesperado: cuando volvia del mercado, una cuadra antes de llegar a su casa, se topé con un cocodrilo blanco. Era sé- bado, y a esa hora la calle atin estaba vacia. Leyendas urbanas | 37 El sefior Envigado se detuvo en seco. La criatura vena cruzando la calle. Tenfa la forma de un cocodrilo adulto, pero su piel era blanca, y tenia, también, los ojos blancos, ciegos. Era una visién como un suefio: el cocodrilo en mitad de la calle, blanco y mudo, bajo el sol enérgico de la mafia- na. Enseguida se oyé un golpe y un estallido. Era un auto que venia por la calle y que, para evitar al cocodrilo, gird bruscamente, de manera que fue a dar contra un poste de luz. Asustado, el extraio animal rapidamente terminé de cruzar la calle y se deslizé dentro de una alcantarilla, junto al cordén de la vereda. EI sefior Envigado fue a socorrer al conductor del auto- mévil. El hombre estaba furioso, pero no le habfa pasado nada grave. El auto tenfa la trompa rasgufiada y un farol roto. —éUsted también vio un crocodrilo? —le pregunté el hombre, gritando, al sefior Envigado—. éLo vio? —Lo vi, lo vi —dijo el sefior Envigado-. éPero usted esté bien? —€Y a mi ahora quién me va a creer que choqué por cul- pa de un crocodrilo? —protestaba el hombre, sin escuchar al sefior Envigado—. 2A quién le voy a explicar que se me cruz6 un maldito crocodrilo? iY encima blanco! 38 | Nicolés Schutt El hombre continué quejandose; cada dos palabras re- petia cocodrilo. Después, siempre hablando solo, volvié a subirse al auto, dio marcha atrds, y se fue de alli a toda velocidad. El sefior Envigado se acercé a la alcantarilla por donde habia visto desaparecer al cocodrilo, pero no pudo ver nada més que oscuridad y un poco de basura acumulada. El sefior Envigado volvié caminando hasta su edificio. —Buenos dias, sefior Envigado, écémo le va? —Io saludé Oscar, el portero, que barra la vereda, —€Quiere que le cuente algo curioso, Oscar? —dijo el se- fior Envigado—. Acabo de cruzarme con un cocodrilo blanco. El portero dejé de barrer y con una sonrisa cémplice di —No me diga que ahora se hizo amigo de don Ismael. —tDon Ismael? No conozco a ningiin Ismael —dijo el se- fior Envigado. —Don Ismael, el loco que se la pasa hablando de cocodri- los blancos —explicé Oscar—. éDe veras que no lo conoce? Vive acd, a seis cuadras, —tDénde, exactamente? —pregunts el sefior Envigado. Oscar le indicé cémo llegar. El sefior Envigado decidié ha- cerle una visita al tal Ismael. Quiz pudiera explicarle algo sobre lo que habia visto. La casa de Ismael era chica y tenia 40 | Nicolés Schutt un techo de tejas negras. Las ventanas estaban cerradas. Habia un pequefio jardin delantero, totalmente descuidado. EI senior Envigado tocé el timbre, pero este no sond. Enton- ces, golpeé la puerta. Al principio nadie contesté. El sefior Envigado insistié, un poco mas fuerte. Esta vez, una voz grufié desde adentro: —Quién es? —Mi nombre es Envigado. Me gustaria charlar un minuto con usted. —No me gusta charlar. Ni un minuto ni un segundo. Has- ta luego. —Acabo de ver un cocodrilo blanco —dijo el sefior Envigado. Se hizo un silencio. Después una llave gird en la cerradura. La puerta se abrié con un chirrido. Detrés aparecié Ismael. Iba vestido todo de azul, con un traje como de mecanico de autos. Usaba botas de goma negra y un gorrito de lana, tam- bién negro. Tenia barba blanca. Los ojos azules le chispeaban. —éDénde lo vio? —pregunté con brusquedad Ismael. —A unas diez cuadras de aqui —explicé el sefior Envigado. —Vamos para alld —dijo Ismael, perdiéndose velozmente enel interior de la casa. Cuando volvié, en un hombro Ileva- ba colgado un arpén y, en el otro, una escopeta. —iVamos! —grit6. Leyendas urbanas | 41 —iEspere un minuto! —lo frené el sefior Envigado-. El animal ya se fue. Se perdié. Se metié en una alcantarilla. Ismael se detuvo. Parecié desinflarse. El sefior Envigado, amablemente, le dijo: —Si no le es molestia, me gustaria que me explicara qué clase de cocodrilo es y por qué anda por la calle. Ismael suspiré profundo y volvié a entrar en su casa sin decir una palabra. El sefior Envigado dudé unos instantes y luego entré tras él. El living era mindsculo. Haba dos si- llones, una mesa para comer y una pequeiia biblioteca. En una de las paredes colgaba una piel de cocodrilo blanco. —Ese lo maté yo solito, ésabe? —solt6 Ismael, que volvia de la cocina con una botella de leche chocolatada y dos va- sos-. Yo solo, con un pelapapas —siguié—. {Puede creerlo? Era lo Gnico que tenfa a mano. Fue hace tres afios. Me costé un dedo, pero valié la pena. Ismael levanté la mano izquierda y se la mostré al sefior Envigado. Le faltaba el dedo chiquito. —De todos modos —continué Ismael, es un dedo que no se usa demasiado. ¢Gusta un trago? Ismael llené los dos vasos con la leche chocolatada. Va- cié el suyo de un solo trago y volvié a llenarlo. El bigote blanco le quedé salpicado de manchitas marrones. 42 | Nicolés Schutt —Ya vuelvo —dijo Ismael. Se metid en una habitacién y regres6 con dos carpetas grandes, de tapas negras. Le tendié una al sefior Envigado. Adentro, habia una serie de viejas fotografias en blanco y negro. Se vefa a un nifio con sus padres... y dos cocodri- los. Eran cocodrilos muy pequefiitos, bebés. Tenian los ojos grandes y las patas cortitas como corchos. En las fotos, el niio los observaba entre curioso y asustado. EI nifio soy yo. Y esos son mis padres —dijo Ismael. —tLos de la piel verde? —bromeé el sefior Envigado. —Cuando cumpli ocho afios —relaté Ismael—, me empeci- néen tener una mascota. Yo era hijo Unico, ésabe? Y queria alguien para jugar en casa. Pero mi padre les temfa a los perros, y a mi madre los gatos le daban alergia. Entonces tuvieron una idea absurda, pobrecitos. Un dia viajaron no sé adénde, y volvieron con dos cocodrilitos. Eran unos bichos muy simpéticos, Zsabe? Pero al poco tiempo desarrollaron unos dientes considerables. Ismael hizo silencio y tomé otro trago de la chocolatada. El sefior Envigado bebié también. Estaba deliciosa. —Un dia —continué Ismael—, de casualidad entré al jar- din el perro del vecino. Era un bulldog. Se llamaba Coco, recuerdo. iPobre Coco! Los cocodrilos lo despedazaron. Leyendas urbanas | 43, Encontramos al perro hecho tiritas en el pasto, ésabe? En- tonces, mis padres agarraron a los cocodrilos y los tiraron en un desagile que habia en casa... Ismael volvié a hacer silencio y le acercé al sefior Envi- gado la otra carpeta. Alli habia recortes de diarios de dife- rentes épocas. Eran noticias chiquitas. Todas dectan algo parecido: “Vecino afirma haber visto cocodrilo blanco”, “Pa- nico en el parque: arenero”, “Aparece cocodrilo blanco en un shopping center. 2El primer cocodrilo fashion?” EI sefior Envigado miré a Ismael esperando una expli- caci6n. —Aquellos cocodrilos que mis padres arrojaron tuvieron crias —dijo entonces Ismael—. Con el tiempo, esas crias tu- vieron otras, y estas, a su vez, otras, y as{ sucesivamente. La oscuridad de las cloacas donde viven los torn ciegos y albinos. El sefior Envigado dijo: —Es horrible. —Espantoso —admitié Ismael. —Espeluznante. —Si, horroroso. Hoy en dia, los subsuelos de la ciudad estan habitados por estas criaturas, ésabe? No sé cudntos vistan un cocodrilo blanco cruzando el 44 | Nicolés Schuff seran. Pero, de tanto en tanto, por curiosidad o por equivo- Y yo considero mi deber cacién, se asoman a la superficie. cazar a todos los que aparezcan. Los hombres terminaron de beber la chocolatada en silencio. Cuando el sefior Envigado se marché de allf era casi el mediodfa. Mientras volvia, fue vigilando las alcantarillas. Una vez en su departamento, el sefior Envigado contemplé la avenida desde su ventana del quinto piso. La gente iba y venja, charlando; mientras, alli abajo, entre las cloacas, rep- taban aquellas escalofriantes criaturas... Leyendas urbanas | 45 Las monedas de oro Hay un refrén que dice: “La codicia rompe el saco”. Esto significa que, cuando alguien se deja llevar por el deseo de acumular riquezas, puede llegar a perderlo todo. Hace muchos arios, la gen- te no llevaba el dinero en los bolsillos, sino en una bolsita, 0 saco: cuando un avaro llenaba el saco de monedas, este terminaba rompiéndose y el miserable se quedaba sin nada. iTodo por ser tan tacafio! En la historia que van a leer no hay ningtn aco que se rompa. Pero sf hay alguien codicioso que arruina mucho més que una bolsa en su afén de quedarse con un tesoro. Segtin se cuenta, es- tas cosas sucedieron en una gran casona que to- davia existe y en la que atin se escuchan, de tanto en tanto, voces misteriosas que piden auxilio... 48 | Nicolés Schuff Las monedas de oro Los ruidos de una casa son muy distintos de los que pue- den escucharse en un departamento. En una casa, no se oye al vecino de arriba cuando corre los muebles o la misica que viene del piso de abajo. Una casa emite sus propios sonidos: los cafios se quejan, las maderas gimen, el viento ruge o mur- mura, el silencio respira. Es por eso que se habla de casas embrujadas, pero nunca de departamentos embrujados. Existe una casa en un peque/io pueblo donde se escucha un ruido especial. En realidad no es un ruido, sino una voz. Algunos dicen que es la voz de una nifia. Y que pide auxilio... La casa en cuestién est cerrada desde hace afios. Aho- ra crecen matas en el jardin y se la ve despintada. Pero en otra época fue una de las casas mas importantes y bellas del lugar. Tiene dos pisos, largos pasillos y habitaciones amplias. Alli vivia una familia, de apellido Pérez-Pérez. Los Pérez-Pérez solfan recibir invitados para el té y organizar grandes fiestas a las que asistian las personas mas adine- radas de la zona. Leyendas urbanas | 49 Pero un dia, el sefior Pérez-Pérez abandoné a la familia. Se fue sin decir nada y no dejé ninguna carta en la que ex- plicara las razones de su huida, salvo una notita sobre la mesa del comedor, escrita a mano, que decia: “Chicas: no me esperen para cenar”. En el barrio, se rumoreaba que se habfa aburrido de todo y que se habfa ido a recorrer el mundo. Cuando aquello ocurrié, la sefiora Pérez-Pérez al princi- pio sintié desesperacién; luego, furia; después, tristeza. Al final, eligié olvidarlo. El asunto es que se quedé sola con sus cuatro hijas, y para poder mantenerse no hubo otra alterna- tiva que recortar muchos gastos y modificar ciertos habitos. Asi, las Pérez-Pérez se quedaron con una sola criada, Adela, y cada hermana se acomodé como pudo a la nueva vida. Por ejemplo, Guillermina, la menor, no pudo continuar con las clases de piano y de equitacién. Los habituales paseos de compras de los sébados ahora se hacfan, como mucho, una vez al mes. Y algunas veces, cenaban lo mismo que habian almorzado. No era nada muy grave, desde luego. Pero las hermanas Pérez-Pérez estaban tan acostumbradas a contentar sus ca- prichos, que acomodarse a la nueva realidad fue como reci- bir una bofetada. 50 | Nicolés Schuft Por las noches, tapada en la cama hasta el mentén, Gui- llermina imaginaba su propia casa, cuando ella se fuera a vivir sola. Alli tendria una habitacién exclusiva para sus za- patos, otra para sus sombreros, y una més para bailar, cu- yas paredes serian puro espejo. Coleccionarfa vestidos he- chos con sedas de Oriente y collares de perlas halladas en el fondo del mar. Tendria copas de cristal que, al golpearlas con una cucharita, emitirfan un ding angelical. Y también tendria un perrito blanco llamado Firulete, un caballo negro llamado Tarzén y flores amarillas en todos los ambientes. 0 el perro se llamaria Tarzan y el caballo Firulete? Eso no era un problema: habria tiempo para decidirlo. Una noche, en la cama, mientras imaginaba ese futuro maravilloso, Guillermina escuché ruidos extrafios. Asi como estaba, en camisén, la nifia salié de la cama y abrié con si- gilo la puerta del cuarto. Esta daba a un largo pasillo, que comunicaba a los demés dormitorios y conducia al come- dor. La luz de la luna, palida y serena, se filtraba por las ventanas. El suelo del pasillo, de grandes baldosas negras y blancas, parecfa un extenso y angosto tablero de ajedrez. En medio del corredor habia una figura extrafia. Era un nifio. En realidad, tenfa el cuerpo de un nifio pero la cara de un viejo. En una mano sostenja una vela, y en la otra, una Leyendas urbanas | 51 pequefia bolsa. Guillermina se asust6; pero su curiosidad era mayor que el miedo que sentia, y se quedé agazapada, escondida en un rincén, observando. El nifio con cara de viejo dejé las cosas en el piso y levan- t6 una baldosa. Después, comenzé a sacar de la bolsa algo que relumbraba en medio de la noche. Eran monedas de oro. A medida que sacaba las monedas, las escondia en un hueco que habfa debajo de la baldosa. Desde su escondite, Guillermina podia ver cémo brillaban los discos dorados en las manitos del extrafio ser. Estaba descalza, y de pronto le vinieron ganas de estornudar, pero se aguanté. Cuando el nifio viejo terminé, puso la baldosa en su lu- gar, tomé la bolsa vacfa y se perdié entre las sombras. Entonces, Guillermina salié a investigar. Se acercé hasta la baldosa que minutos antes habia estado levantada y traté de sacarla. Pero mientras intentaba hacerlo, algo o alguien surgié de pronto de la oscuridad. La nifia pegé un salto. —iTranquila! —susurré una voz. Guillermina se dio vuelta. Era Adela, la criada. También estaba en camis6n; Ilevaba una gran vela y una cartera de cuero. —Qué hacés acd? —pregunté Adela. —Nada. Me dieron ganas de hacer pis —inventé Guillermina. 52 | Nicolés Schutf —Ajé —dijo Adela, mirando la baldosa—. 2Y pensabas ha- cer pis en un hueco del suelo? —Si. Es que tenia muchas ganas. Y ademas, a vos qué te importa? —No. Nada. No podfa dormir y me levanté. —Y vos qué hacés con esa cartera? —pregunté Guiller- mina—. élbas de compras? —Eh... Si. Justamente —explicé Adela—. Me acordé de que falta pan para el desayuno, y como la panaderia abre muy temprano... —No te creo. Yo a vos tampoco. Ahora andé a dormir, que es muy tarde. —Vos también andé a dormir —dijo, desafiante, Guillermina. Pero ninguna de las dos se movid. Se hizo un silencio. Por la calle pasé un auto y ladré un perro. —éEntonces? —pregunt6, al fin, Guillermina—. Lo viste? —2A quién? ~Ya sabés a quién, no te hagas la boba. —Es que no sé si era un nifio o un viejo —dudé Adela. —iEntonces lo viste! —exclamé Guillermina. ~Y claro que lo vi. CDe dénde sali6? —No tengo idea. Leyendas urbanas | 53 —dPero es un fantasma? —iQué sé yo, Adela! Miré si voy a preguntarle: “Disculpe que lo interrumpa; me gustarfa saber si usted es un nijio, un viejo o un fantasma”. —CY, entonces, qué hacemos? —pregunté Adela. —Nada. Sacamos las monedas de oro y no le contamos nada a nadie —propuso Guillermina, que ya habia termina- do de levantar la baldosa. Adela acercé la vela al hueco, que era profundo. En el fondo relumbré el tesoro secreto. Habia mucho més de lo que suponian. Guillermina se metié en el pozo. Su pequefio cuerpo ca- bia justo en el agujero. Desde alli, le fue alcanzando monedas a Adela. Eran incontables. —Por hoy esté bien, Gui- llermina —dijo Adela des- pués de unos minutos—. Mafiana continuamos. La niifia salié del pozo. Luego, colocaron la baldo- sa en su lugar y se dividie- ron a medias el botin. 54 | Nicolis Schutt —Hasta majiana, entonces —dijo Adela. —Hasta mafiana. Y recordé que este es un secreto entre nosotras. Cuando volvié a su cuarto, Guillermina escondié las mo- nedas dentro de una media y la media, a su vez, en el bol- sillo interior de un saco viejo. Después se metié en la cama y se puso a hacer planes. Si segufa juntando monedas —iy habia tantas ahi abajo!—, en poco tiempo podria hacer todo lo que queria, Decidié que, ademés del perro y del caballo, se compraria un elefante para salir a pasear los domingos. Asi, todo el mundo hablarfa de ella. Al dia siguiente, Guillermina se comporté en la escuela co- mo si fuera una princesa. Es decir, como si fuera una persona més importante que cualquier otra. Es decir, como una tonta. Cuando Flora, su Gnica amiga, la invit6 a jugar, Guillermi- na le respondié: —Tengo cosas més interesantes para hacer. Esa noche, cuando la nifia se asomé al pasillo, el peque- fio ser no estaba: se habia ido hacfa unos instantes. Adela estaba esperando con la vela. Como la noche anterior, Gui- llermina volvié a entrar en el pozo. Como la noche anterior, después de juntar bastante, Adela dijo: —Por hoy esté bien, Guillermina. Ya tenemos un montén. Leyendas urbanas | 5S Pero la nifia segufa sacando monedas. —Cuanto més juntemos, mejor —dijo. Adela miré su vela. La llama vacilaba; le quedaba poca vida. —iGuillermina! —Ilamé. —iYa va, ya va, un poco mas! —respondié la nit Pero un instante después, la vela terminé de consumirse, la llama se apagé y la oscuridad invadié de golpe el pasillo. Entonces, magicamente, la baldosa corrida volvié a su lugar. Guillermina quedé encerrada bajo tierra. Adela, horrorizada, quiso levantar la baldosa, pero fue imposible. Se lastimé los dedos intentandolo. Aquella estaba sellada, como si jamas se hubiese movido. En alguna parte de la casa, alguien se levanté para ir al bafio. Adela volvié presurosa a su cuarto, Al dia siguiente, después de buscar durante toda la ma- fiana, la sefiora Pérez-Pérez dio aviso a la policia sobre la desaparicién de su hija. Pasaron dias, semanas, pero nadie pudo obtener siquiera una pista. Adela no abrié la boca. Al mes siguiente renuncid al trabajo. Nunca ms se supo de ella. La sefiora Pérez-Pé- rez, abatida por la tristeza, se mudé con el resto de sus hijas a la otra punta de la ciudad. la vieja casa se puso en venta, pero nadie la compré y quedé vacfa. A veces entraban nifios a jugar. Pero siempre 56 | Nicolés Schutt durante el dfa. Porque de noche, los vecinos aseguraban que en la casa se ofan golpes. Y también una voz lejana pi- diendo auxilio. Mas de una vez acudié la policia, pero nunca hallaron nada. Y aun asi, los vecinos insistian. Decian que la voz que ofan era la de una nifia. Y que sonaba ahogada. Como si gri- tara desde abajo de la tierra. Leyendas urbanas |57 La aparecida A los fantasmas y a los aparecidos rara vez se los puede ver. Sin embargo, estdn presentes en tantas historias, que lo realmente raro sera encontrar a alguien que nunca haya escuchado hablar de ellos. Antes, los fantasmas habitaban antiguos cas- tillos y espesos bosques, ademés de los clasicos cementerios, que eran su ambiente predilecto. Con el paso del tiempo, cambiaron algunos de sus habitos y, actualmente, se afirma que es po- sible encontrarlos en plena ciudad. Eso si, por lo general, uno no se da cuenta de que estuvo con un aparecido hasta después de haberlo dejado, ya sea porque alguien nos lo advierte o porque se esfumé de golpe. Por su aspecto, se dirfa que parecen personas vivas. Y esta quiz sea la raz6n por la cual nos resul- ta tan dificil reconocerlos. 60 | Nicolés Schuff La aparecida Eran las nueve de la noche del sdbado. Frente al espejo del bafio, un joven intentaba arreglar- se el nudo de la corbata. Su nombre era Facundo. Detes- taba las corbatas. Pensaba que no servian para nada. Como adorno, las consideraba ridiculas, incémodas y, encima, di- ficiles de arreglar. Ademés, aquella corbata —la Unica que tenia— era un regalo de Paula. Y Facundo no queria pensar en Paula ni un minuto. Ella, su novia, se habia ido con otro hombre, unos meses atrds. —iCorbata estipida! —grité Facundo. Desde la puerta del baiio, su gato Onix, negro y rechon- cho, lo observaba con curiosidad. —£Qué mirds, chancho con pelos? —le pregunté su duefio. Facundo terminé de ajustarse la corbata como pudo, se puso el saco, apagé las luces y bajé al garaje a buscar el auto. Mientras manejaba, consulté el papelito donde tenia anotada la direccién de la fiesta. Era en una zona residen- cial, de calles arboladas y grandes casas. Hab/a puestos de Leyendas urbenas | 61 Vigilancia en las esquinas y perros oscuros que custodiaban las propiedades tras las verjas. Facundo les temia a los perros. Una vez, en un parque, un salchicha le habia mordido los talones. Cuando dio con la direccién que buscaba, un portero sa- lié a recibirlo y lo condujo a través de la casa, hasta el jar- din. En realidad, mas que un jardin, era un gran parque, suavemente iluminado. El aire olfa a césped recién cortado. Grupos de personas, aqu( y allé, conversaban con copas en las manos. Habja mesas con manteles blancos y con platos de comida. Los mozos iban y venian, ofreciendo bebidas y bocaditos. Més alla, sobre un pequefio escenario, una ban- da tocaba jazz. Facundo tuvo ganas de irse. No estaba de humor para una reuni6n asi. Pero respir6 hondo y decidié quedarse. Después de todo, ya se encontraba ahi. Un mozo le ofrecié una copa. El la tomé y se acercé a un grupo de conocidos que charlaban. —Claro —decfa una chica vestida de rojo, mirando el cie- lo~. Algunas de esas estrellas en realidad ya se apagaron, no existen ms. Pero como la luz tarda en viajar, nosotros atin podemos verlas. Todos miraron el cielo. La luna resplandecfa con la forma de una hoz afilada. La chica dijo: 62 | Nicolés Schuff —¢Es raro, no? —ZQué es raro? —pregunté una mujer con expresion de desagrado, tal vez porque la pregunta le parecia tonta o porque el sofisticado canapé que masticaba era un asco. —Ver la luz de algo que no existe. El grupo quedé unos instantes en silencio, pensativo. Después, un hombre al que Facundo conocia de otras reu- niones, dirigiéndose a él le dijo: —Linda corbata. —Si le gusta, se la regalo —respondié Facundo. Sobre el escenario aparecié un cantante. Era un hom- brecito de rostro palido, finos bigotes y ojos brillantes. Su voz, armoniosa y delicada, contrastaba con su aspecto, un poco perturbador. Cantaba una cancién llamada “Almas en pena”. Facundo la escuché entera y luego decidié regresar a su casa. Se despidié y salié a la calle. Subié al auto y se quedé un rato ahi adentro, quieto, disfrutando del silencio y de la inti- midad de ese espacio limitado y confortable. Al fin arrancé. Queria llegar pronto, quitarse el traje y meterse en la cama. Tal vez mirara television hasta quedarse dormido. Tomé un camino menos conocido, pero més corto. Las calles vacias y los seméforos sincronizados le permitieron Leyendas urbenas | 63, ganar velocidad. El coche corrfa. A mitad de camino, doblé por una avenida angosta y oscura. Las luces de los faroles estaban quemadas o apagadas, Facundo atravesé esas cua- dras répidamente; pero, al pasar por una bocacalle, aleanz6 a ver una figura que le hacfa sefias. Pisé el freno. El auto se detuvo unos metros més all4. Por el espejo retrovisor vio a una nifia. Estaba descalza. Iba ves- tida de blanco y tenia el cabello revuelto. No tendria mas de once afios. Facundo dio marcha atrés y se puso a su lado. Bajé la ventanilla y dijo: —Qué hacés acd? CQué te pasé? —dUsted podria Ilevarme hasta mi casa? —dijo la nifia—. Quiero ir a casa. Facundo miré alrededor. No habfa nadie. Solo drboles y persianas cerradas, y aquella nifia. El asiento de adelante estaba ocupado con bolsas, papeles y carpetas de trabajo. Facundo abrié la puerta de atrds. —Subi —dijo—. Te vas a morir de frio. La nifia subié y cerré la puerta. Facundo arrancé. El auto apenas habia andado unos metros, cuando sintié que desde la parte de atrés le llegaba una fragancia espesa y dulce, un perfume a rosas. —tDénde queda tu casa? —pregunt6. 64 | Nicolds Schutt —Calle Terzen 139. —LY qué hacias ahi, sola, a esta hora? La nifia no respondié. Después dijo: —Quiero ir a casa. —Alla vamos, allé vamos. Facundo conoefa la calle. No estaban lejos. Miré a la nifia por el espejo. Ella tenia la vista fija adelante, pero sus ojos redondos, negros, profundos, parecfan estar viendo otra co- sa, més alla de la calle, o quizé sofiando. —éCémo te llamas? La nifia arrugé la frente, como si estuviera haciendo un esfuerzo por recordar. Celia —dijo. Y después de un silencio, repitié—: Celia. Facundo se concentré en el camino. No todas las calles tenian carteles. Al fin, dio con el domicilio indicado. Cuando se detuvo frente al némero 139, se dio vuelta y —Acé estamos. Pero no habia nadie en el asiento trasero. Nada. Ni un rastro de la nifia. Se habia esfumado. Pero écémo? El no habia detenido el auto en ningtin momento. Ademés, si la nifia hubiera bajado del auto, habria escuchado la puerta. éLo habia sofiado? Y, sin embargo, atin flotaba en el aire ese perfume a rosas. Facundo permanecié inmévil. Miré la calle. Vio la sombra de un gato que saltaba de un techo a otro, y luego, nada. Arboles quietos, silencio. Ni un alma. Salié del auto. La casa del ndmero 139 era pequefia y sencilla. Las persianas esta- ban bajas. No llegaban voces ni ruidos desde el interior. Era tarde, pero él no podia irse asf, sin més. Presioné el timbre y esperd. Al ratito escuché pasos. Alguien arrastraba los pies por un pasillo. Al fin se oyé el ruido de la mirilla que se abria y después la voz de un hombre mayor. —dQuién es? —dijo. —Disculpe que lo moleste. Mi nombre es Facundo. Acabo de recoger en la calle a una nifia que me dio esta direccién... 6 | Nicolis Schutt Una llave giré en la cerradura y la puerta se abrié a me- dias. Detrds aparecié el rostro de un hombre. Su expresién era gris, triste y cansada. —Esa nifia ya no vive aqui, sefio —Pero custed la conoce? —Yo la conoci. Era mi hija, sefior. Murié hace un afio. Un auto la atropellé un sdbado a la noche en esa esquina don- de seguramente usted la encontré. Facundo se quedé mudo. —Desde entonces —continué el hombre, con voz cascada—, un sdbado al mes ocurre lo mismo. Usted no es el primero. —Pero écémo...? —Vuelva a su casa —lo interrumpié el hombre con tris- teza—. Hgame caso. Olvidelo. Y ahora, por favor, disciilpe- me... Buenas noches. El hombre cerré la puerta. Los pasos cansinos se alejaron hacia el interior de la casa. Facundo estuvo a punto de llamar otra vez, pero se con- tuvo. En cambio, se senté en el cordén de la vereda. Pasé as{ un largo rato. Media hora, o una hora, o dos. No lo supo. Cuando miré el cielo, descubrié que estaba amaneciendo. Canté un péjaro y las luces del alba comenzaron a borro- near las estrellas. ~dijo el hombre. Leyendas urbanas | 67 Facundo se concentré en la estrella més brillante. La mi- 16 fijo, sin pestaftear, hasta que le dolieron los ojos. Y cuan- do el cielo se tifié de rosa y celeste y aquella ultima estrella desaparecié, Facundo volvié a su casa. Alli se quit la cor- bata y se metié en la cama. Y después, lentamente, se dejé llevar por el abrazo célido del suefio. 68 | Nicolés Schutt La mascota falsificada A veces sucede que, aunque queremos hacer las cosas bien, algo nos sale mal. En esas ocasio- nes, si bien actuamos con la mejor intencién, al final todos terminan criticéndonos. Como cuan- do queremos ayudar a levantar la mesa y se nos rompe un vaso... Les pasé alguna vez algo asi? Lo peor de esta clase de situaciones es que suelen ocurrimos cuando mas deseamos quedar bien, cuando nos esforzamos por hacer “buena letra’. Por suerte, en estas ocasiones, casi siem- pre todos se olvidan enseguida de la cuestién y eso hace que se nos pase el malhumor. Precisamente, la siguiente leyenda urbana ha- bla de alguien que quiere hacer las cosas bien y termina pasando vergitenza, Esto le paso a un chico que querfa volar y al que le costaba un poco mantener los pies sobre la tierra, 70 | Nicolés Schuft La mascota falsificada Para José, no habfa nada en el mundo comparable a pi- lotear un avién. Desde chico, su mayor ilusién habia sido manejar uno de esos grandes pajaros metilicos. iQué placer volar entre las nubes y ver la Tierra desde el cielo! José jams habia viajado en avién en la realidad. Sin em- bargo, a veces, volaba en sue/ios. Eso era maravilloso, pero no igual que volar en serio, porque volaba a poca altura y nada més que con su cuerpo, como si estuviera nadando en el aire. Durante un tiempo, llegé a creer que de verdad po- dia volar asf, hasta que se arrojé desde la rama de un arbol que estaba al lado del balcn de su casa y se dio un tremen- do golpe contra el piso. José iba todas las tardes a la terraza del aeropuerto. Se pasaba horas apoyado en la baranda que daba a la pista, mirando los aviones que llegaban y partian. Muchos em- pleados del aeropuerto ya lo conocian. —Aterriz4, Josecito, que ya es tarde —le decian cuando se hacfa de noche y él seguia ahi. Leyendas urbanas | 71 Uno de aquellos empleados, el sefior Manrupe, un dia le ofrecié trabajo. —~Ya que ests acd tanto tiempo, podrfas hacer algo util —le dijo. Y, de paso, te gands unos pesos. Asi fue como José empez6 a trabajar. Su tarea consistia en cargar y descargar el equipaje. Era un trabajo pesado, pero lo hacia con alegria. Se sentfa feliz. Ahora estaba més cerca que nunca de los aviones. A veces, incluso, le permi- tian subir a los aviones vacios. El los recorrfa por dentro con el mismo asombro y la misma alegria con los que otro puede ingresar en una cueva donde se esconde un tesoro. Entre el variado equipaje que José recibia cada dia, habia también animales. Mucha gente lleva y trae a sus mascotas, que viajan en un compartimiento especial del avién, dentro de jaulas, para que no se escapen ni se lastimen. Cierta maiiana, José descargé el equipaje de un vuelo que llegaba desde Francia. En el compartimiento de los ani- males venfan un monito blanco y orején, y un perro. El mo- no pertenecfa a un actor, y el perro, a una sefiora. El mono chillaba en su jaula como un descosido. El perro, en cambio, parecfa dormido. Una pequefia etiqueta que colgaba de su jaula indicaba que su nombre era Dupont. Era un fox-terrier de color gris, con las patas negras. 72 | Nicolés Schuif José se extraiié. Segtin su experiencia, ningén animal lle- gaba dormido, a menos que le hubieran dado un somnifero. Ademés, era dificil que el perrito hubiera podido descansar con los ruidos que hacia el mono. José lo tocé delicada- mente con un dedo, a través de los barrotes. La mascota no reaccion6. Luego, agité un poco la jaula, pero el animal siguié sin responder. Entonces, ya de modo decidido, abrié la puerta de la jaula y tomé a Dupont. Estaba frfo y duro, como una piedra con pelos. Evidentemente, el pobre can habia muerto. Nervioso, José empezé a transpirar. LY ahora? Qué iban a decirle a su duefia? Era muy probable que ella armara un escdndalo. Recordé la vez en que un gato persa vomité du- rante el viaje, y su duefio quiso hacerle juicio a la empresa. También se acordé del loro que no paraba de repetir “sa- lame, salame”. Su duefio, furioso, afirmaba que, antes de viajar, el pdjaro no conocia esa palabra. ECémo explicarle ahora a la duefia que su querido perrito habfa muerto? Era horrible. Pero la compaiifa aérea no tenia la culpa... José, sin embargo, pensé que debja solucionar el pro- blema. As{ demostrarfa su interés por la empresa. Quizés, hasta podia ocurrir que un dia le ofrecieran un puesto més importante. Y, quién sabe, alguna vez llegaria a volar. Fue Leyendas urbsnas | 73,

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