Professional Documents
Culture Documents
(Ebook PDF) The Film Experience Fifth 5th Edition Download
(Ebook PDF) The Film Experience Fifth 5th Edition Download
(Ebook PDF) The Film Experience Fifth 5th Edition Download
5th Edition
Go to download the full and correct content document:
https://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-the-film-experience-fifth-5th-edition/
More products digital (pdf, epub, mobi) instant
download maybe you interests ...
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-a-history-of-narrative-
film-fifth-edition-5th-edition/
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-a-history-of-the-
canadian-peoples-fifth-5th-edition/
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-the-power-of-critical-
thinking-fifth-5th-canadian-edition/
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-the-norton-field-guide-
to-writing-fifth-edition-5th-edition/
(eBook PDF) Interplay The Process of Interpersonal
Communication Fifth 5th Canadian Edition
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-interplay-the-process-
of-interpersonal-communication-fifth-5th-canadian-edition/
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-macroeconomics-
fifth-5th-canadian-edition/
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-inorganic-chemistry-5th-
fifth-edition/
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-the-theatre-
experience-14th-edition/
http://ebooksecure.com/product/ebook-pdf-the-leadership-
experience-7th-edition/
Acknowledgments
Art acknowledgments and copyrights appear on the same page as the art selections they
cover.
This book is dedicated to Kathleen and Lawrence Corrigan
and Marian and Carr Ferguson and to Max Schneider-
White.
About the Authors
Acknowledgments
A book of this scope has benefited from the help of many people. A host of
reviewers, readers, and friends have contributed to this edition, and Timothy
Corrigan is especially grateful to his students and his University of
Pennsylvania colleagues Karen Redrobe, Peter Decherney, Nicola Gentili,
and Meta Mazaj for their hands-on and precise feedback on how to make the
best book possible. Patricia White thanks her colleagues in Film and Media
Studies at Swarthmore, Bob Rehak and Sunka Simon; Helen Lee and the
many colleagues and filmmakers who have offered feedback; and her
students and assistants, especially Robert Alford, Mara Fortes, Willa Kramer,
Brandy Monk-Payton, and Natan Vega Potler.
Instructors throughout the country have reviewed the book and offered
their advice, suggestions, and encouragement at various stages of the
project’s development. For the fifth edition in particular, we would like to
thank Brooke Belisle, Stony Brook University; David A. Brewer, The Ohio
State University; Bryan Brown, Northern Virginia Community College;
Leslie Chilton, Arizona State University; Janet Cutler, Montclair State
University; Isabelle Freda, Hofstra University; Kristen Hatch, University of
California, Irvine; Hugh Manon, Clark University; John MacKay, Yale
University; Alice Maurice, University of Toronto — Scarborough; Lucinda
McNamara, Cape Fear Community College; Joshua Shepperd, The Catholic
University of America; and Lisa Stokes, Seminole State College of Florida.
At Bedford/St. Martin’s, we thank Erika Gutierrez, senior program
director for communication, for her belief in and support of this project from
the outset, as well as senior development manager Susan McLaughlin and
vice president for humanities Edwin Hill for their support as we developed
the fifth edition. We are especially grateful to senior developmental editor
Jesse Hassenger for guiding us with patience and good humor throughout
multiple editions of this project. His great knowledge of and passion for the
movies has benefited the book immensely. We are indebted to photo
researchers Kerri Wilson and Terri Wright and to Tayarisha Poe and Logan
Tiberi-Warner for all their work capturing images: the art program was a
tremendous undertaking, and the results are beautiful. Thanks to Peter
Jacoby, senior content project manager, and Lisa McDowell, senior workflow
manager, for their diligent work on the book’s production. We also thank
Jerilyn Bockorick for overseeing the design and Billy Boardman for a
beautiful new cover. Thanks also go to Kayti Corfield, marketing manager;
Sarah O’Connor, media project manager; and Mary Jane Chen, assistant
editor.
We are especially thankful to our families — Marcia Ferguson and
Cecilia, Graham, and Anna Corrigan; George and Donna White, Cynthia
Schneider, and Max Schneider-White. Finally, we are grateful for the growth
of our writing partnership and for the rich experiences this collaborative
effort has brought us. We look forward to ongoing projects.
Timothy Corrigan
Patricia White
Brief Contents
Preface
Glossary
Index
The Next Level: Additional Sources
Contents
Preface
PART 1
CULTURAL CONTEXTS: watching,
studying, and making movies
PART 2
FORMAL COMPOSITIONS: film
scenes, shots, cuts, and sounds
Another random document with
no related content on Scribd:
que ni uno solo de sus amigos dejó de enamorarse de mí, ilusionados
con la idea de mi sentimentalismo andaluz y de mi gravedad
calderoniana, o de la mezcla que suponían en mí de maja y gran
señora, de Dulcinea y gitana. El más rendido se suponía expuesto a
morir asesinado por mí en un arrebato de celos, pues tal idea tenían
de las españolas, que en cada una de ellas se habían de halla
comprendidas dos personas, a saber: la cantaora de Sevilla y Doña
Jimena, la torera que gasta navaja y la dama ideal de los romances
moriscos. Yo me reía con esto y llevaba adelante la broma.
Volviendo al asunto de la guerra de España, diré que al salir de
París no tenía duda alguna acerca del pensamiento de los franceses
en esta cuestión. Ellos no hacían la guerra por nuestro bien ni por e
de Fernando. Poco se les importaba que después de vencido e
constitucionalismo, estableciésemos la Carta o el despotismo neto
Allá nos entenderíamos después con los frailes y los guerrilleros
victoriosos. Su objeto, su bello ideal, era aterrar a los revolucionarios
franceses, harto entusiasmados con las demencias de nuestros bobos
liberales, y además dar a la dinastía restaurada el prestigio militar que
no tenía.
El principal enemigo de los Borbones en Francia era el recuerdo de
Bonaparte y el dejo de aquel dulce licor de la gloria, con cuya
embriaguez se habían enviciado los franceses. Una Monarquía que no
daba batallas de Austerlitz, que no satisfacía de ningún modo el ardo
guerrero de la nación y que no tocaba el tambor en cualquier parte de
Europa, no podía ser amada de aquel pueblo, en quien la vanidad
iguala a la verdadera grandeza, y que tiene tanta presunción como
genio. Era preciso armarla, como decimos en nuestro país; era
necesario que la Restauración tuviera su epopeya chica o grande
aunque esta epopeya fuese de mentirijillas; era indispensable vencer a
alguien, para poder poner el grito en el cielo y regresar a París con la
bambolla de las conquistas. Dios permitió que el anima vili de este
experimento fuésemos nosotros; que la desgraciada España, cuya
fiereza libró a Europa de Bonaparte, fuese la víctima escogida para
proporcionar a Francia el desahoguillo marcial que debía poner en
olvido al Bonaparte tan execrado.
Mi viaje a París modificó mis ideas absolutistas en principio, si bien
pensando en España, no podía admitir ciertas cosas que en Francia
me parecían bien. Toda la vida me he congratulado de haber visto y
hablado a monsieur de Chateaubriand, el escritor más grande de su
tiempo. Aunque su fama se eclipsó bastante después de la revolución
del 30, lo cual indica que había en su genio mucho tomado a las
circunstancias, no puede negarse que sus obras deleitan y enamoran
principalmente por la galanura de su imaginación y la magia de su
estilo; y aún deleitarían más si en todas ellas no hablase tanto de s
propio. Tengo muy presente su persona, por demás agradable, y su
rostro simpático, con aquella expresión sentimental que se puso de
moda, haciendo que todos los hombres pareciesen enamorados y
enfermos. Me parece que le estoy mirando, y ahora, como entonces
me dan ganas de llevar un peine en el bolsillo y sacarlo y dárselo
diciendo: «Caballero, hágame usted el favor de peinarse.»
XII
Pasé por Vitoria y por la Puebla de Arganzón, como los días felices
por la vida del hombre: a escape. No miraba a ningún lado, por miedo
a mis malos recuerdos, que salían a detenerme.
En los pueblos todos del norte, la intervención vencía sin batallas; y
antes de que asomara el morrión del primer francés de la vanguardia
la Constitución estaba humillada. Los mozos todos comprendidos en la
quinta ordenada por el gobierno, se unían a las facciones, y eran muy
pocos los milicianos que se aventuraban a seguir a los liberales. No he
visto una propagación más rápida de las ideas absolutistas. Era
aquello como un incendio que de punta a punta se desarrolla
rápidamente y todo lo devora. En medio de las plazas los frailes
predicaban mañana y tarde, con pretexto de la Cuaresma
presentando a los franceses como enviados de Dios, y a los liberales
como alumnos de Satanás que debían ser exterminados.
El general Ballesteros mandaba el ejército que debía operar en e
norte y línea del Ebro para alejar a los franceses. No viendo yo a dicho
ejército por ninguna parte, sino inmensas plagas de partidas, pregunté
por él, y me dijeron en Briviesca que Ballesteros, convencido de no
poder hacer nada de provecho, se había retirado nada menos que a
Valencia. Movimiento tan disparatado no podía explicarse en
circunstancias normales; pero entonces todo lo que fuera desastres y
yerros del liberalismo tenía explicación.
Viendo crecer en los pueblos la aversión a las Cortes y al gobierno
el ejército perdía el entusiasmo. A su paso, como se levanta polvo de
camino, levantábanse nubes de facciosos, que al instante eran
soldados aguerridos. Así se explica que el ejército de Ballesteros
compuesto de dieciséis mil hombres, se retirara sin combati
emprendiendo la inverosímil marcha a Valencia, donde podía adquiri
algún prestigio derrotando a Sempere, al Locho y al carretero Chambó
tres nuevos generales o arcángeles guerreros que le habían salido a la
fe.
En Dueñas me adelanté, dejando atrás a los franceses; tenía tanta
prisa como ellos y menos estorbos en el camino, aunque los suyos no
eran tampoco grandes. ¡Cuánto deseaba yo ver por alguna parte
tropas regulares españolas! En verdad, me avergonzaba que los hijos
de San Luis, a pesar de que nos traían orden y catolicismo, se
internaran en España tan fácilmente. Con todo mi absolutismo, yo
habría visto con gusto una batalla en que aquellos liberales tan
aborrecidos dieran una buena tunda a los que yo llamaba entonces
mis aliados. Española antes que todo, distaba mucho de parecerme a
los señores frailes y sacristanes que en 1808 llamaban judíos a los
franceses y ahora ministros de Dios.
En Somosierra encontré tropas. Eran las del ejército de La Bisbal
destinado por las Cortes a cerrar el paso del Guadarrama, amparando
de este modo a Madrid. Mis dudas acerca del éxito de aquella
empresa fueron grandes. Yo conocía a La Bisbal. ¿Cómo no, si era
conocido de todo el mundo? Fue el que el año 14 se presentó al rey
llevando dos discursos en el bolsillo, uno en sentido realista, otro en
sentido liberal, para pronunciar el que mejor cuadrase a las
circunstancias. Fue el que en 1820 hizo también el doble papel de
ordenancista y de sedicioso. La inseguridad de sus opiniones había
llegado a ser proverbial. Era hombre altamente penetrado del axioma
italiano ma per troppo variar natura è bella. Yo no comprendía en qué
estaba pensando el gobierno cuando le nombró. Si los ministros se
hubieran propuesto elegir para mandar el ejército más importante a
hombre más a propósito para perderlo, no habrían elegido a otro que a
La Bisbal.
Pasé con tristeza por entre su ejército. Aquellos soldados, capaces
del más grande heroísmo, me inspiraban lástima, viéndoles destinados
a desempeñar un papel irrisorio, como leones a quienes se obliga a
bailar. Sentía yo impulsos de arengarles: «¡Que os engañan, pobres
muchachos! No dejéis las armas sin combatir. Si os hablan de
capitulación, degollad a vuestros generales.»
En Madrid hallé un abatimiento superior a lo que esperaba. Se
hablaba allí de capitular, como de la cosa más natural del mundo. Solo
tenían entusiasmo algunos infelices que no servían para nada, e