Te escribo esta carta después de una sosegada reflexión y convencido que mereces una explicación de mi puño y letra, clara, sincera y sin filtros. Aunque, los que me conocéis un poco, sabéis que me he atado como a un clavo ardiendo a Mateo 26, 62-63: “¿No tienes nada que decir? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti? Pero, Jesús, callaba”. No es necesario que te vuelva a decir, que nuestra querida Diócesis de Almería pasa por una situación económica complicada que amenaza con hipotecar su futuro. Las deudas nos atenazan. La tempestad arrecia y necesitamos todos los remeros disponibles para esquivar las grandes olas y mantener la nave a flote. Tengo, tenemos, un plan de navegación claro y contrastado con profesionales del máximo nivel con rumbo a la calma. No es hora de medias verdades, rumorología conspiranoica o interpretaciones sesgadas y malintencionadas. Como sabes la verdad no tiene prismas y te aseguro que tu obispo te dice la verdad. Huye de quién adora la niebla. Hay muchos que aún defienden que la tierra es plana. Tampoco es hora de revisar un pasado que todos conocemos o intuimos con más o menos detalle. Tiempo habrá para revisarlo y aprender de los errores y las imprudencias. Ahora, como te decía, toca remar y no despistarse de la misión de llevar a buen puerto a nuestra Diócesis. Se han analizado los escenarios posibles, uno por uno. Se ha negociado con nuestros acreedores, se han estudiado todas las tasaciones de nuestros bienes inmuebles, se ha analizado el mercado para conseguir las mejores condiciones de venta. No estamos improvisando ni mucho menos. Llevamos muchos meses haciendo todo lo humanamente posible con la ayuda de Dios y el temple necesario, esquivando cualquier tipo de profeta de la calamidad. Sabes bien que, si alguna parroquia tiene una deuda, esa deuda es de todos, si alguna obra de la Diócesis soporta una deuda, esa también es de todos. Aquí no vale que cada palo aguante su vela, porque nuestra nave es una y para salvarla todos debemos remar al unísono. Quiero transmitiros mi confianza en que, aunque tendremos que tomar alguna decisión dolorosa, muy dolorosa, el plan de viabilidad está trazado y finalmente será satisfactorio porque el objetivo principal se cumplirá. Salvaremos la Diócesis y podremos continuar con nuestra misión evangelizadora, asistencial y promotora de todos los valores y virtudes cristianas que Jesús nos mostró con su humilde y sacrificada vida, pues aprendió sufriendo a obedecer (Hb. 5,8). No olvides, que he repetido por activa y pasiva, que, si en algún momento necesitas cualquier tipo de información adicional, no dudes en pedírmela. Te explicaré y te mostraré la documentación que sea necesaria. Reitero que este es el camino mejor, pues mereces una información de primera mano, en lugar de terceras o cuartas voces que interpretan interesadamente desde la niebla. Los datos son claros, diáfanos, ¡mira la luna, no te quedes embelesado en el dedo que la señala! Me ha resultado especialmente inaudito, y he sentido pena por aquellos que las han escrito, leer misivas ofensivas distribuidas entre toda nuestra comunidad y opiniones sesgadas nada ignorantes y malintencionadas, sembrando la duda sobre la honorabilidad de quienes nos vemos –sin elegirlo, por pura obediencia- en la tesitura de enmendar equívocos de persistencia inaudita. ¡He echado tanto en falta la lealtad y la humildad de Jesús en algunos de aquellos que debemos ser sus principales testigos! En cambio, se han dedicado a sembrar la cizaña durante la noche. Permaneced en la barca, acompañad a las comunidades cristianas dándolas esperanza, debemos de mantener la mirada al frente, y seguir remando, aunque pobres, en esta Barca de Pedro. Yo me mantengo firme y sosegado entre todos vosotros, además me siento muy acompañado, y también querido. Nunca pongas en duda que somos más los remeros bienintencionados, que los que se empeñan en crear fugas en la quilla. Cuídate, acompaña y anima a tu comunidad y confía en el Señor, pues, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo… ¡Ánimo y adelante! Tu obispo,