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| Oo ® (4 ® Lectura june Oscar Avila Gr" H.CS CAPITULO 5 SOBRE MICROHISTORIA. Giovanni Levi ‘Una dud sn fin no es sguies una dada. L Wertarastem, 1969, No es casual que el debate sobre la microhistoria no se haya basado en tex- tos 0 manifiestos teéricos. La microhistoria es por esencia una prdctica ‘oriogrifica, mientras que sus referencias tebricas son mileples y, en cierto sentido, eclécticas. El método, de hecho, se interesa ante todo y sobre todo por los procedimientos concretos y detallados que constituyen la obra del historiador, por lo que la microhistoria no es susceptible de definirse por relacién con las microdimensiones de sus temas. El lector de este articulo se veré quizd sorprendido por su naturaleza un tanto teérica. De hecho, muchos historiadores que practican la microhistoria han mantenido cons- tantes intercambios con las ciencias sociales y han establecido teorfas histo- riogréficas sin haber sentido, no obstante, ninguna necesidad de referrse a algin sistema coherente de principios propios. La microhistoria no posee un cuerpo de ortodoxia establecida en el que apoyarse al igual que cualquier ‘otro trabajo experimental. La amplia diversidad de materiales generados demuestra claramente lo reducido del Ambito de elementos comunes. Sin embargo, en mi opinién, esos pocos elementos comunes existentes en |. microhistoria son decisivos y constituyen el objeto que intentaré examinar aqui. {HACER HISTORIA Se dan en mictohistoria ciertascaracteristicas distintivas que nacen en el periodo de su aparicién en la década de 1970 a partir de un debate politico y Cultural mas general. No hay en elo nada especialmente raro, pues las décadas de los setentay los ochenta del pasado siglo Xx fueron casi de manera univer- sal afios de crisis para la crcencia optimista predominante segan la cual el ‘mundo se transformaria con rapidez y de forma radical de acuerdo eon una orientacién revolucionaria. En ese tiempo, muchas de las esperanzas y mitolo- {gf que habian guiado anteriormente a mayor parte de los debates culturales, incluido el campo dela historiograia, demostraron ser mds que invldas,ina- ddecuadas frente a las consecuencias impredecibles de los acontecimientos poli- ticos y ls realidades sociales —acontecimientos y realidades que estaban muy lejos de ajustarse a los modelos optimistas propuestos por los grandes sistemas rmansistas 0 funcionalistas—. Todavia estamos viviendo plenamente las impre~ sionantes fasesinicales de este proceso y los historiadores se han visto forza dos a plantearse nuevas cuestiones acerca de sus propias metodologfas¢ inter- pretaciones. Ante todo, ha quedado socavada la hip6tesis del auromatismo del ‘cambio. Mas en concreto: lo que se ha puesto en duda ha sido la idea del pro- ipreso constante a través de una serie uniforme y predecible de etapas en las que, segin se pensaba, los agentes sociales se ordenaban de acuerdo con soli- daridades y conflictos que, en cierto sentido, estaban dados y eran inevitables. Bl aparato conceptual con que los socidlogos de todo tipo de orientacién intexpretaban los cambios actuaes o del pasado estaba lastrado por la heren- cia de una pesada carga de positivism. Las predicciones del comportamien- to social resultaron ser probadamente ertOneas y este fracaso de los sistemas Y paradigmas existentes requirié no tanto la construccién de una nueva teo- 1a social general, cuanto una revisién completa de los instrumentos de inves- tigacién utilizados, Por mds trivial y simplista que pueda parecer tal afirma- idn, este sentimiento de crisis es tan general que deberfa bastar con recor- carla de la manera mds elemental. 'No obstante, fas posibles reacciones a la crisis eran varias y Ia misma imicrohistoria no pasa de ser una fraccién de hipotéticas respuestas que insiste cen redefinir conceptos y analiza: en profundidad las herramientas y métodos stentes. Simultineamente se propusieron otras soluciones, mucho més drés- ticas, que a menudo viraban hacia un rlativismo desesperado, hacia un neoidea- lismo o, incluso, hacia la vuelta a una filosoflatrufada de irracionalidad. Los historiadores que tomaron partido por la microhistoria' solian hun- dir sus rafces en el marxismo y tenfan una orientacién politica de izquierda "La obese centaen dos pblicacione: ls Miron sete publicada pov Einaudi en Turin desde 1981, yren pate a eva Quadert Seri pbliadas por Mulino de lon. yen pa, e- | | y una profanidad radical, poco proclive a la metafisica. A pesar de que estas ‘aracter(sticas se manifestaran en formas muy diversas, creo que sirvieron para confirmar a dichos historiadores en la idea de que la investigacién his- térica no es una actividad puramente retérica y estética Su obra se centré siempre en buscar una descripcién mAs realista del com- portamiento humano, recurriendo a un modelo de la conducta humana en el ‘mundo basado en la accién y el conflicto y que reconoce su. —relativa—liber- tad mas alli, aunque no al margen, de las trabas de los sistemas prescriptivos ¥ opresivamente normativos. As, coda accién social se considera resultado de ‘una transaccién constante dl individuo, de la manipulacién, la eleccién y la decisign frente a la realidad normativa que, aunque sea omnipresence, petmi- te, no obstante, muchas posibilidades de interpretacin y libertades persona les. La cuestién que se plantea es, por tanto, la de definir los limites —por ‘més estrechos que puedan ser— de la libertad garantizada a individuo por los intersticios y contradicciones existentes en los sistemas normativos que lo tigen. O, en otras palabras, unt indagacidn’de hastadénide llega lanaturale- En este za de la voluntad libre en la estructura general de la sociedad humana. tipo de investigacién, el historiador no se interesas6lo por la interpretacién de las opiniones, sino, més bien, por la lenin de las ambigicdades dl yl muy especifica jomi- ki storia, No se trataba simp! los aspectos de-la historiografia académica que al parecer ya no funcionaban. Adin més importante era refutar el relativismo, el irracionalismo y la reduccién de la obra del historiador a una actividad puramente retérica que interpreta los textos y los acontecimientos mismos. «Una duda sin fin no es siquiera una dudae, segin Wittgenstein?. El pro- blema reside en encontrar una manera de reconocer los limites del conoci- miento y la razén, al ticmpo que se construye ura historiografia capaz de corganizar y explicar el mundo del pasado. Por tanto, el principal conflicto no se da entre la historia nueva y la tradicional, sino, mas bien, en el sentido de Ia historia considerada como préctica interpretative’ 2 L. Wien, Sabre le een, Barcelona, Ged, 1987 2 No ertoy, por tnt, de acuerdo con Is posturaadoptads por Joan Scot (History in Cis? The (Other Side ofthe Stony, American Hiserical Review 94 (1989), ge. 680-692), quien considera provechora cualquier bs histrca de vanguard. Su arcu cole idizndo una fase de reno- "acd tin nguna perspec particular eas meples isos dilerentes del pasado, basadas en ‘iscinasexperiencts hii, son de hecho iteconciabl, zee, no obstante, wna manera de pensar el pasado coherent ysstemdticament?[.] Slo se poeee responder a estas cuestiones 3 22 ofl DE HACER HISTORIA La mierohistoria en cuanto prictica se basa en esenecia en la reduccién de la scala de observacién, en un aniisis microscépico y en un estudio intensive del material documenta. Esta definicién da pie ya a posibles ambigitedades: no se trata simplemente de atender a las ausas y efectos de que en todo siste- 1ma social coexistan aspectos diferentes, en otras palabras, al problema de des- (pigs, 691-692). Pero, foal spuct als speguntas ceavan? E, Barth (el), Soe and Sonal Oenizaion (Oso, Berge, Tzomso, 1978), pi 273. » F. Venturi, sLumi di Veneca, Za Stanpa (Tari, 27 de enero de 19%) comssacroMnn 123 El estudio de las crdinicas de un pueblo como suele hacerse demasiado 2 menudo ‘en nucstos tiempos carece por completo de sentido. El deber del historiador es ‘estudiar los origenes de las ideas que conforman nuestras vidas, no escribir nove- las, Me basta con citar un ejemplo: se habla mucho hoy en dia de la necesidad de volver al mercado. ¢Quién invents el mercado? Los hombres del siglo xvi Y en Italia, ,quiénes se interesaron por él? Genovesi y Vert, los pensadores de a Tlas- ‘racidn, Es importante sitar firmemence en el centro de nuestros estudios lis af- ces de nuestra vida moderna. Podriamos replicar a Venturi paraftaseando a Geertz: «Los historiadores no estudian pueblos, [..] estudian en ellos» Nadie duda de la importancia de describir en los fenémenos sociales com- binaciones de escala diferentes, pero coherentes, aunque slo sea como para asignar aspectos internos al objeto de andlisis. Sin embargo, ¢s te de por si, ¢ incluso una trivialidad, afiemar que los aspectos par- ulates del objeto de andliss no reflejan necesariamente la escala dstintiva del problema propuesto. La idea de que la escala tiene su existencia propia en la realidad es aceprada incluso por quienes consideran que el microandlisis ‘opera meramente por ejemplos, es decir, como un proceso analitico simpli- ficado —la seleccién de un punto especifico de la vida real, a partir del cual se ejemplificarfan conceptos generales—, y no como punto de partida de un ‘movimiento més amplio hacia Ia generalzacién, Lo que demucstran los aspectos de los mundos sociales de diferentes categorlas de personas y cam- pos de relaciones diversamente estructurados es la naturaleza precisa de la «scala que acta en la realidad. Por tanto, en este sentido, la segmentacién de sociedades complejas se efectia sin recurri a hip6tesis y marcos aprioristicos, pero este enfoque es slo capaz de construir una generalizacién mas metafé- rica que lo que se ha defendido, una generalizacién basada meramence en la analogfa. En otras palabras, pienso que deberiamos analizar el problema de scala no sélo como la de la realidad observada, sino como una escala vatia- ble de observacién ditigida a fines experimentales. Es natutal y justo que la ieductibilidad de los individuos a las reglas de los sistemas de gran cscala haya situado el problema de la escala en el centro del debate. Es importante resaltas, contra un funcionalismo ultrasimplista, a funcién de as contradic- ciones sociales en la génesis del cambio social , por decitlo de otra manera, insistit en cl valor explicativo tanto de las discrepancias entre las trabas mpuestas pot los diversos sistemas normativos (entre, por ejemplo, las nor- «El texo completo die: Los ancopiogos no exudian pubs (riba, localidades, vecindaios..); ‘xudian en los pueblos. Ver C. Geers, The Interpretation of Clears (Nueva Yo, 1973). pli 22 led eases acerca de es ead, Bareslona, Geis, 1988), 124 FORMAS DE HACER HISTORIA nas estatales y las familiares) como del hecho de que, ademas, todo indivi de relaciones que determinan sus reac- duo mansiene un conjunto di Céiones y elecciones respecto dela estructuta normativa “Aunque la escala, en cuanto caractertstica inherente de la realidad, no sea tun elemento extrafio en el debate sobre la microhistoria, sf que es un factor tangencial’; en efecto, el auténtico problema reside en la decisin de reducir Ja escala de observacién con fines experimentales. El principio unificador de toda investigacién microhistérica es la creencia de que la observacién micros- pica revelard facores anteriormente no observados. Algunos ejemplos de teste procedimiento incensiva son los siguientes: reinterpretar el proceso con- {ra Galileo como una defensa de las ideas aristotdicas de sustancia y de la Eucarista contra un atomismo que habria hecho imposible la transforma- cién del vino y el pan en sangre y came; centrarse en un cuadro particular € identificat lo que representa, como medio de investigar el mundo cultural ide Piero della Francesca’; estudiar las estrategias matrimoniales entre con- Sanguincos en una aldca de la regién de Como a fin de revelar el universo ‘mental de los campesinos del siglo vit"; analizar la introduccién del telar ‘mecinico, tal como la observamos en un pequetio pueblo dedicado a la acti- viidad textil, para explicar el asunto general de la innovacién, sus ritmos y ‘cfectos " investgar las compraventas de tierra en un pueblo para descubrir fn accién las reglas sociales del intercambio comercial en un mercado que ‘emia que estar ya despersonalizado *. Examinemos brevemente ext tltimo ejemplo. Se ha debatido conside- rablemente la comercializacién de la tierra y es opinién ampliamente man- tenida que la precocidad y frecuencia de las compraventas levadas a cabo ten muchos paises de Europa occidental y de la América colonial indican la presencia temprana del capitaismo y el individualism. Dos elementos han Impedido una valoracién correcta de este fenémeno. En primer lugar ‘muchas interpretaciones se han basado en datos heterogéneos y esto ha hhecho imposible examinas los hechos concretos de las compraventas mis- + Gs Levi aU problema di scan, en Dic interven i Storia Sociale (atin, 1981), pig. 75-81 1 Ps Redondi Gale eee (Tork, 1983) feast Galo hed, Madi, Alara Editor 1990), FC ibang nda ne Pe I batrime, Hil di Arezzo, La flagellcione di Urbino Casi 1981) [od cae: Pogue Pie, Bacelon H Aleph Editors, (984), PR Micnano, 1 pace tet: raeie matrimonial mela dics di Como scl orc (Tesi 198). IPE Rael, Te tele: site i pare meifenara nel Beles dell Oceno (Tarn, 1984 (6. Lev Lived omar: etre di wm corsa nel Piemonte del Siena (Cais, 1985) | feds canes Las here inmate lbs dew exerci piamonts del il x, Madi Neve, 1990), eee some scroullDbos 125 mas. En segundo lugar, los historiadores han sido inducidos a error por su propia mentalidad mercantil moderna que les conchujo a interpretar las can- tidades masivas de las transacciones monetarias de tierra descubiertas en ‘scrituras notariales contemporineas como prueba de la existencia de un mercado autorregulado. Es curioso que nadie haya advertido ni valorado el hecho de que los precios en cuestidn eran extremadamente variables, inclu- so teniendo en cuenta las diferentes calidades de la tierra. Asi los precios de ésta y el mercado general se relacionaron habiualmence con la hipétesis no cuestionada de la impersonalidad de las fuerzas del mercado. Slo la reduc- cin de la escala de observacién a un drea extremadamente loalizada per- mitié ver que el precio de la tietra variaba segiin a relacién de parentesco entre las partes contratantes. También fue posible mostrar que para tierras de dimensiones y cualidades iguales se pedian precios variables. Ast, se pudo determinar que el objeto de observacién era un mercado complejo en el que has relaciones sociales y personales tenfa una importancia determinante para establecer el nivel de precios, los vencimicntos temporaes y las formas en ue la tierra pasaba de unas manos a otras. Este ejemplo me parece espe- cialmente revelador de la manera como procede generalmente la mictohis toria. Ciertos fenémenos que anteriormente se consideraban suficiente- mente descritos y entendidos, se revisten de significados completamente ‘nuevos al alterar la escala de observacién. En ese momento es posible util zar estos resultados para extraer generalizaciones mucho més amplias, aun- que las observaciones generales se hubieran hecho en el marco de dimen- siones relativamente reducidas y a manera mds bien de experimento que de ejemplo. ‘A pesar de hundir sus raices en el terreno de la investigacién hist6rica, sean de ie ces la microhistoria demuestran los laos intimos 4que ligan la historia con la antropologla —en especial esa udescripcién densa» que Clifford Geertz considera la perspectiva propia del trabajo antro- poligico —. Este punto de vista, més que partir de una serie de observa- cones ¢ intentar imponer una teorfa a modo de ley arranca de un conjunto de signos significativos y procuraencajarlos en una esteuctua inteligible. La descripeién densa sirve, pues, para registrar por escrito una serie de sucesos ‘© hechos significativos que, en caso contratio, resultarfan evanescentes, pero ‘que son susceptibles de interpretaci6n al insertarse en un contexto, es decir, cen el flujo del discurso social. Este procedimiento logra con éxito utilizar el © C. Gest, Thick Desiption: Toward an Interpretive Theor of Cal, en Gera, tation of Cultures, pags. 3-31. : - a 126 oi DE HACER HISTORIA anilisis mictoscépico de los acontecimientos ms nimios como medio para llegar a conclusiones ‘mucho mayor aleance. Este es, segiin Geertz, el procedimiento adoptado por los etnélogos, cayos objetivos son a un tiempo exttemadamente ambiciosos y muy modes- tos. Ambiciosos en cl sentido de que la auroridad del etndlogo pata inter- pretar el material es pricticamente ilimitada y la mayorfa de las interpreta- ‘ciones consticuyen Ia csencia del trabajo etnogrifico. Los escritos de los antropdlogos son obras imaginativas en las que las dotes del autor se miden por su capacidad para poncrnos en contacto con les vidas de personas extra- fiasy fijar sucesos 0 discutsos sociales de tal modo que podamos examinar- los con claridad. El poder del intéeprete resulta as infinito, inconmensura- ble, no susceptible de falsificacidn *. Es inevitable que aparczcan aspectos dificiles de evaluar racionalmente y que van desde una especie de frfa simps- tfa hasta una habilidad comunicativa de cardter literati. Bl escaso lugar concedido a la teoria acenttia, mas que minimiza, el peli- ‘gro del relativismo. Para Geertz es initil buscar leyes y conceptos generales, ‘pues la cultura eseé constituida por un tejido de significantes cuyo andlisis no ‘es una ciencia experimental que busque a tientas eyes universales, sino una ciencia interpretativa a la bisqueda de significado, zCul es, entonces, la fun cidn de la teoria? Geertz niega que el enfoque interpretativo haya de renun+ ciara formulaciones expresamente teéricas. Sin embargo, afiade de inmedi to, eos términos en que pueden planteatse tales formulaciones son cas, sino del todo, intes. La interpretacién cultural posce un conjunto de caracteristicas que dificultan més de lo habitval su desarrollo te6rico» (pig. 24). En primer lugar estéwla necesidad de que la teorfa esté més pega~ daa la realidad de lo que suele ocurri con las ciencias con mayor capacidad ppara entregarse a la abstraccién imaginativar (pég. 24). «Las formulaciones teéricas planean tan bajo sobre las interpretaciones regidas por ellas que, separadas de ésts, no tienen mucho sentido ni interés» (pig. 25). Ast, las teo- rfas son legitimas pero poco tities, «pues fa tarea esencial de la construccién de teorkas no consiste en codificar regularidades abstractas sino en posibilitar desctipciones densas, no en generalizar mas alld de los casos sino en hacerlo cn el serio de los mismos» (pag. 26). Se da aqu! algo parecido a la inferencia ‘médica: no se trata de amoldar casos observados 4 una ley, sino mAs bien de trabajar a partir de signos significativos —que, en el caso de la etnologi, son actos simbélicos— organizados edentro de un marco inteligible afin de per~ mitir al andlisis del discurso social sentresacar la importancia no evidente de las cosas», No se trata, pues, de claborar instrumentos teéricos capaces de J. Clon, On Exhnograpic Authoring, Rpracmaions (1983), ps. 122-139. sons acronu 127 generar predicciones, sino de establecer una estructura tedrica ecapaz de con- tinuar produciendo interpretaciones defendibles a medida que los fenéme- nos sociales aparecen a la vista... Las ideas tedricas no se crean como algo completamente nuevo en cada estudio... se adopran de otros estudios corte- lacionados y se refinan al aplicarse a problemas interpretativos nucvos» (pigs. 26-27) [Nuestra doble tarea consiste en descubrir las etructuras conceptuales que infor- ‘man los actos de nuestros sujetos, lo sdichow en el discurso social, y construir un sistema de andlisis en funcién det cual lo genético en estas estructuras lo que pet- tenece a ella por ser lo que son, destacari sobre el fondo de otros deverminantes dela conducta humana. En etnografia, el cometido de la ccorfa es suministrar un vocabulario en el que se pueda expresar quello que la accién simbélica haya de decir acerea de si—o sea acerca de la funcién de la cultura en la vida humana, De este modo, la teorfa es eun repertorio de conceptos y sistemas de con- ceptos de corte académico muy generaes... entretejidos en el euerpo de la cetnografia de descripciones densas, con la esperanza de convertir los meros sucesos en algo cientificamente elocuentes (pig. 28). As{ pues, los conceptos son instruments frios tomados del bagaje de la ciencia académica: son titi- les para la interpretacién, pero sélo en esta funcién adquieren realidad y specificidad concreta. Las teorfas no surgen de la interpretacién. La teorla sélo tiene un pequefio papel ancilar respecto del papel mucho més amplio del intéxprete. Los sistemas de conceptos generales pertenecientes al lengua- je académico se insertan en el cuerpo vivo de la descripcién densa con la ‘esperanza de dar expresién cientificaa sucesos simples y no oon el fin de crear ‘conceptos nuevos y sistemas tedricos abstractos. La tinica importancia de la teorla general es, por tanto, la de formar parte de la construccién de un repertorio de material densamente descrito y en continua expansién que resultard inteligible al ser contextualizado y serviré para ampliar el universo del discurso humano, En mi opinién, la antropologia interpretativa y a microhistoria tienen tanto en comiin como la historia y la antropologfa en general. No obstante, quie- ro subrayar aqu{ dos importantes diferencias: una derivada de la utilizacién, tradicionalmente mas enéxgica en antropologia, de investigaciones intensivas a pequefia escala, y otra derivada de un aspecto que intentaré explicar més adelante y que definiria como cierto tipo de limitacién autoimpuesta, pre- sente en el pensamiento de Geertz. Estas dos diferencias atafien a la manera de actuar de la racionalidad humana en la prictica y a la legitimidad de la _generalizacién en las ciencias sociales. 124 rilBoe scx nsrons Examinemos en primer lugar la distinea manera como se contempla la racionalidad. Al negar la posibilidad de un andlisis especifico de los procesos cognitivos, la antropologia interpretativa acepta fa racionalidad como un dato, como algo imposible de describir fuera de la accién humana, del com- portamicnto humano visto como una accién significativa y simblica 0 dela interpretacién. Hasta aqui podemos estar de acuerdo, Sin embargo, Geertz deduce de estas reflexiones unas conclusiones extremas. Lo tinico que pode- ‘mos hacer es intentar eaptar y exolicitar a continuacién, mediante una des- cripeién densa, los problemas signficados de las acciones. Los partidarios de este enfoque no ereen necesario cuestionar las limitaciones, posibilidades y ‘mensurabilidad de la racionalidad misma. Suponen més bien que cualquier limitacién o cortapisa as{inherente esti impuesta por el juego infinito de incerpretaciones esencialmente imposibles de evaluar y que oscilan entre el idealismo y el relativism, en vez. de ser valoradas por la pauta de alguna con- cepcidn definida de la racionalidad humane. Podriamos ir més all y afirmar que las ideas de Geertz se manifiestan en cicrtas caracteristicas tomadas de Heidegger ®, en especial el rechazo de la posibilidad de una explicitacién sotal y el intento de construir una herme- niéutica de la escucha; de la escucka del lenguaje poético, 0, en otras palabras, del lenguaje empefiado en el esfuerzo de forjar ntievos significados ", De hecho, segiin Geertz, es imposible formulat sistemas intelectuales sin recurtir a la guia de modelos de emocidn paiblicos ysimbélicos, de manera que tales ‘modelos son elementos esenciales utlizados para dar sentido al mundo. Ade- is, estos modelos simbélicos no se pueden encontrar en cualquier lengua- je humano, pues éste ha degenerado en general hasta convertrse en mero media de camunicciin. Geere al igual que HeMegge,deicabre cbt ‘modelos simbilicos en el lenguaje quintaesenciado de la poesfa, que repte- senta la expresin mas acendrade de la experiencia humana de la realidad. Geertz se refiere especificamente al lenguaje del mito, el rto y el arte: «Para formar nuestras mentes debemas saber qué sentimos de la cosas; y para saber qué sentimos de las cosas necesitamos las imagenes piblicas del sentimiento que s6lo el rto, el mito y el arte pueden proporcionarnoss ”. Segtin la pos- ‘ura clara y licida de Geertz, el repertorio infinito de posibilidades simbéli- cas de las mentes humanas nos permite abordar la realidad mediante una serie de pasos infinitamente pequefios, aunque sin Megar nunca al final del 8 M, Heidegger, Holewee (Fencfrt, 1950) G, Vaio, Inioducione « Heideger (Basi, 1985) [ees Inradueién a Heder, Barcelona, Geis, 1986) "°C. Geet, The Growth of Caleute and ‘he Evaluation of Minds, en J. Scher (ed), Theories ofthe ‘Mind (Glencoe, 1962), pigs. 713-740 eimpeso en Geer, Interpreation of Calan pigs. 3585 1 so3RE sacroo Mas 229 trayecto, Esta opinién concuerda con la teoria antihegeliana de Heidegger segtin la cual el sujeto cognoscente no disolverta la existencia de los otros en sf mismo, sino que, mds bien, la funcién propia del pensamiento en cuanto sclasificador hetmenéutico» consistiria en permitic a los demés que sigan siendo otros. Pienso que este nexo con Heidegger es esencial para compren- der tanto el rigor y sutileza de las interpretaciones del mundo en la antropo- logla interpretativa de Geertz como su relativa debilidad en las explicaciones del mismo. Geertz consigue asf evitar el problema de la racionalidad y sus limites, que se definen por mucho més que una simple posibilidad de acce- dec a la informacién de manera diversficada. La diferencia es la existente centre el spensamiento auténticor y el pensamiento regido por el principio de sraz6n suficientes. En vista de esto podria parecer que el etndlogo deberla quiz darse por satisfecho con detener su investigacién en el nivel de las des- ctipciones de sentido, No hay duda de que debemos aceptar que desde un punto de vista bio {6gico todas las personas poseen inteligencias sustancialmente iguales, pero ‘que para su funcionamiento la inteligencia depende por completo de los recursos culturales. Esta insistencia en la cultura permite evitar cualquier teo- rfa de la superioridad del hombre cvilizado sobre el primitivo. También evica 4a idea de que la cultura surgié en determinados puntos segin fases evoluti- vas. La cultura, definida como la capacidad para e. pensamiento simbélico, forma parte de la misma naturaleza humana; no es un complemento, sino un componente intrinseco del pensamiento humaro. No obstante, segiin Geertz, el problema de evitar un relativismo cultural vabsolutor —para poder asi establecer comparaciones entre culturas— no puede resolverse y ni siquiera deberfa plantearse. Geertz se limita a define la funcién de la inteli- gencia como una «bisqueda de informaciéns: una elaboracién emotiva que utiliza los materiales comunes a los miembros de una cultura espectfica. «En fesumen, el intelecto humano, en el sentido espscifico de rizonamiento direccional, depende de manipular ciertos tipos de recursos culeurales para conseguir que el organismo produzca (descubra, seleccione) los necesarios cstimulos ambientales —para cualquier fin—; se trata de una biisqueda de informacién» (pg. 79) y, por tanto, de una recogida selectiva de informa-

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